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sábado, 24 de octubre de 2015

El colgado





Autor: Gilberto Aranguren Peraza


Sediento y suspendido en el reino de su cruz
miró entristecido la mentira traída de otros mundos
al final enmudeció como todos
encontrando a su paso a la víctima de sus miserias
hasta descubrir con lágrimas en los ojos
la ausencia presente en su mortalidad
convirtiendo sus gestos en un canto oscuro
hasta perder la voz

miedoso del infierno  
transitó el umbral con un silencioso
beso en la mejilla.

jueves, 22 de octubre de 2015

La paloma

Autor: Gilberto Aranguren Peraza




“Se agitan en mi cerebro
dos palomas campesinas”

Federico García Lorca
El diamante
Libro de poemas

Desde aquí se ve cómo con el entusiasmo
del alma, una paloma cuelga  
los broches de la noche
en este diluvio sagrado.

Ata su cabello
quien desnudo de tanto andar
purifica las coincidencias
encontradas en esta carne de tierra.    

Más tarde amparada con la luz
cobija las palmas del jardín
con la alegre aparición de su imagen
en el pico de la otra.

Sin avisar humedece conmovida
el tiempo para el amor
sin imaginarse lo largo
de lo inconquistable del llano.  

De día convierte las danzas en juncos
avanza río arriba con sus piececitos hundidos
sonámbula y desprevenida
toma el agua de los centros de las bromelias.
   
Cautivada por el abrazo   
sabe ser amante de las noches temblorosas
sus ojos afincados en la piel
forman la costra de sus pesadillas.

Con el barro sencillo elabora otra piel   
y las cicatrices extraen sus secretos
aceitados después del baño
con la grieta dibujada por donde emigran

poco a poco y tan lejos
las canciones de cuna
acurrucadas en sus alas de almendra.
¡Allá van las palomas!

una tras de otra
gozosas
gritan ansiosos los posaderos de la tarde. 

martes, 20 de octubre de 2015

La isla inquieta


La isla de Olof Hermelin (Suecia 1827-1913)


 
 
 Por Gilberto Aranguren Peraza


“Y en el espacio de aquel hueco inmenso y mudo, Dios y yo éramos dos”
Juan Ramón Jiménez
Espacio



No es el Edén, ni el cielo, ni un libro, ni los versos inventados por niños en las madrugadas. Es un hombre con muchas voces. Una isla de muchos hombres. Un hombre con muchas islas. Es un átomo tan pequeño e indivisible, forma una molécula tan honda como los sentimientos ancestrales, vibra en la música de una célula despeinada. Es la tarde cuando los perros aúllan al sol el cual huye despavorido ¡Qué alegres ladran los perros en esta calle! Ellos despiden luz y escapan por el orificio donde aparecen los sonidos y su forma descuida los secretos. Siguen aullando hasta desaparecer la aldea. Sin remedio lo hacen en esta isla tan pequeña como un hombre, donde aparecen disimulados los astros y los seres, el niño y el anciano, la madre y la amante. En su centro hay un árbol. Él mira hundido al río en un cristal, su personalidad es calma y llanura. Posee un corazón alegre porque sus raíces se introducen por debajo del río y llegan a la otra orilla, ellas observan la copa de su cuerpo. En su tronco se rinden entusiasmadas las mujeres. Bailan desnudas al ritmo de las avenidas hechas con palmas y cañas, cubiertas de un mármol duplicador de grietas. Se desnudan para almorzar y morir. Danzan como monjas con cervezas en las manos deseosas y encaramadas. El árbol, inmóvil y con la vista al frente, es hombre y sombra a la vez, conversa con entusiasmo, sin razas ni especies distintas y sin la noción clasificadora de los espíritus. Todo es un conjunto. Una cantidad reunida. Un sentimiento invernado. A esta altura del peligro, todo es un tumulto de recuerdos. Un bulto en las marismas con trombas, nubes y una expresión tántrica de caos. Esta isla es una casa. Se desarma y crea la vida. Tan vieja es esta casa de bordes y paredes, con aceites traídos de lo profundo del abismo, sus espacios son manchas deformadoras de rumores y es tanto como el segundo y como la austera sensación de dejarlo todo en sus manos. En la fragilidad del baile se invaden los ruidos de la tarde, sin conocer el color dejado por el otoño y por los aires fríos previos del invierno. Los espíritus se sienten invitados, son dioses regidos por el suelo de agua y barro. Ese es el destino de los dioses de este mundo, y agradecidos han de estar por la compañía angelical de la tierra. Porque quiso integrarse siguió siendo dios. Tú, dios en la imaginación. Yo, dios de esta realidad donde habitan los pechos de vidrio. Somos integración bordada de esferas y ramas, árboles intranquilos hundidos en el agua de esta isla distanciada del Edén, del cielo, de los libros y de los versos inventados por los niños en las madrugadas.