Juan Villoro (Ciudad de México, México - 1956) |
El
terremoto de magnitud 8,8 que devastó a Chile el 27 de febrero fue tan potente que modificó el eje de rotación de
la Tierra. El día se redujo en 1,26 microsegundos. Desde la Estación Espacial
Internacional, el astronauta japonés Soichi Noguchi fotografió la tragedia y
mandó un mensaje: «Rezamos por ustedes».
Los
mexicanos tenemos un sismógrafo en el alma, al menos los que sobrevivimos al
terremoto de 1985 en el DF. Si una lámpara se mueve, nos refugiamos en el
quicio de una puerta. Esta intuición sirvió de poco el 27 de febrero. A las
3.34 de la madrugada, una sacudida me despertó en Santiago. Dormía en un
séptimo piso; traté de ponerme en pie y caí al suelo. Fue ahí donde desperté.
Hasta ese momento creía que me encontraba en mi casa y quería ir al cuarto de
mi hija. Sentí alivio al recordar que ella estaba lejos.
Durante
dos minutos eternos el temblor tiró botellas libros y la televisión. El
edificio se cimbró y pude oír las grietas en las paredes. Pensé que nos
desplomaríamos. Alguien gritó el nombre de su pareja ausente y buscó una mano
invisible en los pliegues de la sábana. Otros hablaron a sus casas para contar
segundo a segundo lo que estaba pasando. Imaginé el dolor que causaría esa
noticia, pero también que mi familia dormía, con felicidad merecida. Me iba del
mundo en una cama que no era la mía, pero ellos estaban a salvo. La angustia y
la calma me parecieron lo mismo. Algo cayó del techo y sentí en la boca un
regusto acre. Era polvo, el sabor de la muerte.
Mientras
más duraba el temblor, menos oportunidades tendríamos de salir de ahí. Los
muebles se cubrieron de yeso. Una naranja rodó como animada por energía propia.
Cuando
el movimiento cesó, sobrevino una sensación de irrealidad. Me puse de pie con
el marco de un marinero en tierra. No era normal estar vivo. El alma no
regresaba al cuerpo. Los gritos que edificio había sofocado con sus crujidos se
volvieron audibles. y que el edificio se incendiaba. Era polvo. Sentí un ardor
en la garganta. Abrí la puerta y vi una nube espesa. Pensé que se trataba de
humo y que el edificio se incendiaba. Era polvo. Sentí un ardor en la garganta.
Volví al cuarto, abrí la caja fuerte donde estaban mis documentos, tomé mi
computadora y perdí un tiempo precioso atándome los zapatos con doble nudo. Los
obsesivos morimos así.
En
la escalera se compartían exclamaciones de asombro y espanto. Ya abajo, una
conducta tribal nos hizo reunirnos por países. Los mexicanos repasamos
cataclismos y supusimos que la ciudad estaría devastada. La acera de enfrente
era un bloque de sombras, escuchamos ladridos distantes, los coches de los
trasnochadores tocaban la bocina, había cristales en el suelo, pero la fachada
de nuestro edificio permanecía intacta.
En
la explanada frente al hotel se alzaba la réplica de una estatua de la Isla de
Pascua. Es la efigie de un Moai, jerarca que durante su mandato habrá visto
maremotos. Se convirtió en nuestra figura tutelar. Supimos esto cuando se fue
la luz y dejamos de verlo. Por suerte, el apagón duró poco. La piedra donde los
ojos parecen hechos por el tiempo regresó de las sombras. No estábamos solos.
Otra
señal de tranquilidad vino del reino animal. Un perro se echó a dormir en medio
de nosotros. Mientras no despertara, todo estaría bien.
Alguien
quiso regresar al edificio por sus «pantalones de la suerte». La superstición
era la ciencia del momento. Nuestras ideas si se las puede llamar así, no
seguían un curso común. El editor Daniel Goldin, que estaba en muletas por un
accidente previo, me propuso recorrer el edificio para ver si había daños
estructurales.«¡Tú estás cojo y yo soy tonto!», exclamé. De nada servía que
buscáramos lo que no podíamos encontrar, como un ciego y un sordo dibujados por
Goya.
Poco
a poco, la realidad recuperó nitidez. Me sorprendió que tanta gente usara
pijama. Pensaba que se trataba de una prenda en desuso. Un grupo de voluntarios
volvimos al hotel por pantuflas. No podíamos revisar la estructura, pero
podíamos evitar que se enfriaran los pies.
La
arquitectura chilena es una forma del milagro. Sólo esto explica que en
Santiago los daños hayan sido menores. Aunque
Algunos
edificios fueron desalojados y otros tendrán que ser demolidos (inmuebles
posteriores a 1990, cuando las leyes de supervisión se hicieron menos
estrictas), lo cierto es que la tesis del paisaje urbano fue asombrosa. Un terremoto
es una radiografía de la honestidad arquitectónica. En 1985, el terremoto de la
Ciudad de México demostró que la especulación inmobiliaria y la amañada
construcción de edificios eran más dañinas que los grados de Richter. «Con
usura no hay casa de buena piedra» escribió Ezra Pound.
Llama
la atención que en un país con tanta sapiencia antisísmica el aeropuerto
padeciera graves lastimaduras. El cierre de vuelos contribuyó al aftershock. Nuestra vida se había
detenido y no sabíamos cuándo comenzaría nuestra sobrevida. Estábamos en
el limbo o en un episodio de la serie Lost.
el limbo o en un episodio de la serie Lost.
Pillaje y rating
El
discurso de los noticieros se caracterizó por el tremendismo y la dispersión:
desgracias aisladas, sin articulación de conjunto. Las imágenes de derrumbes
eran relevadas por escena: de pillaje. No había evaluaciones ni sentido de la
consecuencia. Unos tipos fueron sorprendidos robando un televisor de pantalla
plana extragrande. Obviamente no se trataba de un objeto de primera necesidad.
¿Era un caso solitario? ¿El crimen organizado se apoderaba de
electrodomésticos? Los rumores sustituyeron a las noticias. Se mencionó a un
pueblo que temía ser invadido por otro. El relato fragmentario de los medios
mostraba rencillas de tribus y repetía las declaraciones de una gobernadora que
pedía que el ejército usara sus armas.
Algunos
amigos chilenos creen que además de la morbosa búsqueda de rating, los
noticieros pretenden crear un clima de confrontación antes de que Michelle Bachelet
abandone el poder. El sismo llegó como un último desafío para la presidenta que
tiene el 80 por ciento de aprobación y como una amarga encomienda para su
sucesor, el empresario Sebastián Piñera, que había prometido expansión y
desarrollo al estilo Disney World y ahora tendrá que proceder con el cuidado de
los restauradores y anticuarios. Si el ejército comete un error en los días de
toque de queda, o si se produce una confrontación, la sucesión presidencial
sería menos tersa, se podrían hacer acusaciones sobre el origen de la violencia
y se regresaría al divisionismo y la crispación que durante años dominaron la
sociedad chilena. Las réplicas más fuertes del sismo ocurrirán política
chilena.
En
Santiago, la suspensión de vuelos y la ocasional falta de teléfonos, Internet,
suministro de electricidad y agua fueron las señas visibles de la catástrofe.
Esto nos dejó la sensación de estar en un reality show al revés. Nuestra vida
parecía transcurrir en la realidad controlada de un estudio de televisión,
mientras las cámaras retrataban una realidad salvaje al sur de Chile. Los
supermercados asaltados eran el rostro dramático de un país donde la gente
tenía hambre y las filas para cargar gasolina en los barrios ricos de Santiago
eran su rostro hipocondríaco.
El
terremoto ha sido el segundo más fuerte en la historia de Chile. La isla
Robinson Crusoe naufragó como el personaje que le dio su nombre. El tsunami
dejó miles de desaparecidos y sepultados en el lodo. Los rescatistas chilenos
que estuvieron en Haití comentan que será mucho más difícil sacar cuerpos de
construcciones de concreto, encapsulados en el lodo endurecido después del
tsunami.
Aún
hay mucha gente atrapada en la zona de Concepción. Como tantas veces, los
periodistas han llegado al desastre antes que las personas que deben aliviarlo,
y como siempre, los más afectados son los que habían padecido antes el
cataclismo de la pobreza.
Dos
días después del terremoto fui a una casa en las afueras de Santiago, con
piscina y jardines, uno de esos espacios latinoamericanos que muestran que
Miami puede estar donde sea. Había que hacer un esfuerzo para recordar que el
escenario pertenecía al país arrasado por el terremoto.
En
la duplicidad, la cifra 8,8 adquiere carga simbólica: los gemelos del miedo,
diablo ante el espejo o, sencillamente, lo que somos y lo que podemos dejar de
ser. Una falla invisible decide el juego, nuestra residencia en la Tierra.
Texto publicado por La
Nación de Argentina el 6 de marzo de 2010.
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