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Rubén Ackerman (Caracas, Venezuela 1954 - Cuenca, Ecuador 2017)
En homenaje a Rubén Ackerman
Publicado en el Diario La República en Lima – Perú el día 14 de noviembre de 2107

El mismo día que Rubén Ackerman debió recibir el premio accesitario del Festival de la Lira de Cuenca, Ecuador, murió de un infarto al corazón. Había viajado más de 20 horas desde su Caracas natal: primero pasando por Panamá, luego Quito, para llegar a la cálida capital de la provincia de Azuay. Esa misma noche lo conocí en el recital de poesía que dimos en la restaurada Escuela Central: alto, sereno, ciertamente un poco hosco, pero fraternal y solidario en la poesía. Tenía 67 años y era su primer libro: un recorrido por la migración de los judíos alemanes a Venezuela y la historia cargada de “ausentes” que construyeron una vida diferente lejos del nazismo y los prejuicios: “Seremos pasajeros/ ligeros/ alados/ Partiremos con ellos en el atardecer/ Volaremos sin dudas, sin desencanto/ con la melancolía de tus ojos/ con el arrebato rabioso de nuestro sueño intacto…” (Vendrán).
Durante el almuerzo estuve conversando con Ackerman sobre la shoa, Hanna Arendt, Peter Sloterdijk, Maduro, la crisis venezolana, la pobreza y las carencias en Caracas, la poesía de Paul Celan y la imposibilidad de ser un superviviente (Celan se suicidó después de sobrevivir a Strassenbau). En una de esas conversaciones me confesó que “siempre postergaba todo”. Quizás una explicación a ese primer libro a los 67 años. El poeta mexicano David Huerta, presidente del jurado del festival, nos comentó que Ackerman le preguntó: “¿entonces mi libro es bueno?”. Tanta sabiduría y tanta inocencia concentradas en un solo hombre.
Finalizado el almuerzo del jueves 9 de noviembre, terminó sus dos vasos de whisky, se paró de la mesa “para fumar un cigarrillo” y no volvió más. Antes, en la mañana durante el recital en el Museo de las Conceptas, se acercó para decirme que le gustó mi poema sobre Máxima y me dio su correo para que se lo envíe. He leído sin parar su libro de poesía que, tras este acontecimiento, cobra otro sentido: “Rezar/ rezar por ti/ rezar sin ti/ rezar sin fe/ ¿Recordarte con palabras?/ Con estas palabras que ahora viajan como nubes,/ desde ninguna parte, hacia ninguna parte/ buscándote/ ¿Quién eres detrás de esa vieja fotografía donde sonríes?/ ¿De qué extraña materia está hecho tu silencio?”
Todos quienes nos encontrábamos en el Festival de Poesía de la Lira de Cuenca permanecimos aturdidos ante la noticia. El gran poeta venezolano Armando Rojas Guardia, a quien Ackerman quería mucho y había asistido a sus talleres de poesía, dijo: “Quiero empezar afirmando que Rubén falleció en medio de un minuto esplendoroso de gloria personal, rodeado del respeto y el cariño de los diecisiete poetas hispanoamericanos invitados al Festival y, lo que es aún más significativo, del reconocimiento internacional a la calidad estética de su poesía: los miembros del jurado que premiaron su libro […] ponderaron públicamente la excelencia lírica de Los Ausentes y esa opinión elogiosa se la dieron a conocer personalmente al mismo Rubén”. Creo que Ackerman se convertirá en un poeta de culto. Como diría otro de mis preferidos:
Solitarios son los actos del poeta / como aquellos del amor y de la muerte.

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