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Prosa de Juan Ramón Jiménez

 

 

Juan Ramón Jiménez (España, 1881 - Puerto Rico, 1958)


 Juan Ramón Jiménez

 

Poemas de Baladas y Odas

LOS OJOS SON NOCTURNOS…

Los ojos son nocturnos y en el cielo blanco, con un dolor mudo, se clavan… negro el raso partido del cabello, la desnudez alucinante, fosforescente y blanca…

Olas de negro terciopelo, envuelven la opulencia otoñal y blanda de una carne, jardín de primavera en tardes extinguidas y doradas…

La tarde va cayendo muda y fría, y en las hondas penumbras de la estancia los espejos recogen, como lagos, una luz de ilusión y de fantasmas.

Y un lujo de dolor y de penumbra de fiestas de una ignota aristocracia de negro terciopelo, de aderezo de plata, de diamantes y esmeraldas.

TÚ ERES LA LUNA

¿Tú eres la luna? A la vuelta del camino, entre las madreselvas que perfuman el agua, pálida, mate, muda, acariciando una flor celeste, me pareciste la luna de la noche.

¡Tú eres la luna!

Otra vez, en la puerta de tu jardín, a esa hora en que Diana boga, de oro, entre nubes rosas, entre la hojarasca seca y neblinosa de los parques, me pareciste la luna de la tarde.

¡Tú eres la luna!

Otra vez, sobre la Catedral, en el cenit de abril, como una mano de gasa de seda, diciendo adiós al sol que caía hacia el mar incendiado, me pareciste la luna de la siesta.

¡Tú eres la luna!

Otra vez, al amanecer, en la colina aquella de los pinos, a la hora en que la luna, roja y redonda, se pone en el ocaso, me pareciste la luna de la aurora.

¡Tú eres la luna!

BALADA DE LAS SEPARACIONES

¿Por qué lloramos en las despedidas? ¿Qué se nos cae, o qué se nos marchita?

¿Se abre una tumba, acaso, entre dos vidas? ¿Pasa la muerte, vaga, malva y amarilla?

¿Qué deja tras sí el que camina? ¿Por qué vuelve hacia el ocaso la vista?

Y el que se queda, ¿por qué agita las manos y llora lágrimas de acíbar?

… ¡Caminos, ríos, mares, avenidas, asesinos de flores y de dichas!

PENSAR DESDE ESTA CALLE

Pensar desde esta calle, donde el cielo azul está revuelto con barro, toda llena de reflejos amarillos de sol, y de colorines de casas, en ese claro campo verde y amarillo de otoño, con montañas que tiene el sol en su regazo, con la seguridad de que se ha cantado.

Pensar en esa mujer, blanca, roja y negra, con la alegría de su amor bajo el traje negro, ¡con la seguridad de que ya se ha gozado!

¡Que no quede nada! ¡Y morirse de una vez!

EL AROMA DE ESTAS ROSAS

En el aroma de estas rosas nos vamos al infinito… ¿A dónde irá el aroma de estas rosas por la ventana abierta al oro del crepúsculo? Vámonos con la música y con la esencia… y dejemos la casa con las puertas abiertas. Alguien al entrar ha de decir: ¿A dónde han ido?

Y las rosas responderán: ¡al infinito!

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