Denise Armitano Cárdenas
(Caracas, Venezuela – 1969)
Ruido blanco
De nuevo el ostracismo. Enfrentar su nívea extensión era tomar consciencia de mi condición temporal de paria y de haberme equivocado, una vez más. Al principio, su severo silencio abofeteaba mi deseo de emitir un discurso constante para sentirme líder de una manada de niños de preescolar cuyo interés y aprobación requería con urgencia. Luego, me invitaba suavemente al sosiego. Disminuían las ansias de interactuar con los demás. Mis necesidades de atención se diluían frente a ella y poco a poco recuperaba mi naturaleza callada, secreta, reflexiva, de hija única.
A pesar de su mudez, sus accidentes comenzaron a parecerme entretenidos. Era rugosa a la vista y al tacto. Parecía una inmensa playa nevada, de esas que engullen aviones y aventureros solitarios. De tanto frecuentarla, llegué a reconocer sus referencias. Fui construyendo su mapa visual y mental. Era capaz de ubicar, a primera vista, la estría de cuatro picos al Oeste, el valle oculto entre dos cordilleras al Este, la depresión al Norte y la llanura del Sur.
En el momento en que lograba trascender la incomodidad de ser la niña problemática de la clase y olvidar mi penitencia en esa esquina, cerraba los ojos y acariciaba su superficie. Su costra despertaba el recuerdo empalagoso de los suspiros de mi abuela o de la cubierta seca y glaseada de una torta especiada que sólo había probado en Navidad.
Cuando la maestra, cuyo nombre quedaría sepultado en aquel rincón, levantaba el castigo, me incorporaba de nuevo al grupo de niños con cierta vergüenza, pero sin arrepentimiento. La pared me aquietaba, aun así, su constante onda de ruido blanco no logró secar mi elocuencia. Con los años aprendí a dosificarla y a moderar el entusiasmo exacerbado ante posibles interlocutores.
©Denise Armitano Cárdenas
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