Thomas Hardy (Reino Unido,1840 - 1928)
Thomas Hardy
Tarde o temprano
Traducción: Armando Roa Vial
Tarde o temprano
Si la aflicción nos madruga
la alegría tardará;
si la alegría nos madruga
la aflicción deberá esperar.
Ay, dulce y tierna amada mía.
Sabios son aquellos que nos demoran la alegría,
mientras sus mejillas son aún lozanas,
desterrando la desdicha hasta que el hosco
tiempo la haya dulcificado de todo pavor.
Seamos nuestras alegrías
antes que la juventud se nos escurra de las manos;
y que las horas sombrías
no puedan alcanzarnos.
Ay, dulce y tierna amada mía.
Cuando esté muerto
Será mejor cuando
yazga debajo del ramaje;
entonces seré yo mismo,
mucho más de lo que soy ahora.
Sin huella de quejas
que puedan fastidiarte, amada mía,
cuando allí repose,
ajeno al tráfago y la angustia.
El deterioro de esta vida fugaz
quedará atrás,
cuando reanude el lugar que me corresponde
desde siempre en la Vastedad abisal.
Y cuando vengas por mí
enseñándome lo que verdaderamente eres,
no lo dudes; allí estaré aguardándote,
puntualmente.
Yendo y quedándose
I
La presencia del sol en el rocío;
los destellos del arroyo;
la lozanía de un rostro o el fervor de un compromiso
bajo la luna estival: fueron las cosas que buscamos conservar
aunque ellas ya se han ido.
II
Estaciones inhóspitas, como la nieve;
la sangre silenciosa de un mundo en demolición
o el lamento de tantos y tantos abatidos por el infortunio:
fueron las cosas que buscamos alejar
aunque ellas están aquí para quedarse.
III
Entonces examinamos al Tiempo cuidadosamente
y advertimos cómo sus fantasmales brazos
todo lo devastan, nivelando alegrías y congojas,
lo sublime y lo siniestro.
Epitafio de un pesimista
Soy Smith, de Stoke, tengo sesenta y tantos años
y desde mi juventud
he vivido ajeno a toda mujer; ay Dios,
¿por qué mi padre no hizo lo mismo?
Resuelve guardar silencio
Oh Alma mía, que el porvenir permanezca en lo desconocido.
Pues lo suyo ha sido tan sólo un lamento
mientras relinchaba un pálido caballo de mirada sepulcral:
sí, ninguno debería recoger lo que escondo.
¿Para qué seguir cargando los afanes de los hombres
si ya sus desdichas abruman?
Desde ahora y para siempre
mi lengua enmudecerá.
Que el Tiempo se retrase si así lo desea:
(los antiguos sacerdotes que dirigían la pluma de la medianoche
con cerebro atento lo sabían);
ningún hombre debe saber lo que yo sé.
Y si mi alma, por la verdad libre,
puede ver lo que no ven esas almas serviles,
dejaré que todo siga su curso
y a ningún hombre enseñaré lo que encuentre.
El jilguero enjaulado
Allí en el cementerio, sobre una reciente sepultura,
divisé un jilguero enjaulado. Todo era silencio,
salvo por sus brincos de lado a lado.
Había inquietud en su nostálgica mirada
y por una vez trató de cantar;
pero sobre quién yacía ahí enterrado, y por qué,
nadie lo sabía.
En la muerte divididos
I
Aquí he de pudrirme, junto a todos aquellos cuyos días
tu nunca conociste,
y también junto a extraños, quienes antes de ser abrazados
por el polvo
no salieron a mi encuentro,
aunque ahora se avecinan a tu solitaria sepultura.
II
Ninguna sombra de árbol o de cima o de torre,
mientras dure la vida en esta tierra,
caerá sobre mi túmulo o se apropiará del tuyo;
tampoco el tordo rondará nuestras verdes envolturas.
III
Algún órgano puede resonar los domingos a mediodía
allí donde yaces;
otro puede hacer temblar los cristales con melodías
allí donde yo me hago polvo:
pero ninguno de los dos nos arrullará con la misma canción.
IV
El memorial esculpido sobre mi cabeza
quizá tenga humilde apariencia;
el tuyo, en cambio, tal vez te recuerde majestuosamente
por encima de tu lecho,
aunque no haya símbolos que hermanen nuestras vidas.
V
Ya lo sabes: en los monótonos trasiegos de la humanidad,
el eterno vínculo que nos une,
a pesar de la distancia,
ningún ojo podrá verlo.
La voz
Añorada mujer, cómo siento tu llamado
diciendo que ya no eres la que fuiste
- lo fuiste todo para mí -
cuando el día nos regalaba hermosura.
¿Eres tú a quién escucho? Muéstrame, por favor,
tal cual eras, como cuando yo llegaba al pueblo
donde tu debías aguardarme: sí, tal como te conocí entonces,
vestida de intenso azul.
¿O es esto sólo brisa, en todo su letargo,
viajando hasta mí a través de la campiña,
porque tú has desaparecido en un lívido paisaje
desde donde tu voz, cercana o lejana, ya no vuelve?
Así me encuentras, titubeando,
mientras las hojas se arremolinan a mi alrededor
y el viento, delgado, aúlla desde el norte a través de las espinas
con sonido de mujer.
La interrogante de un sueño
"En ti será la oscuridad, porque no serás divino"
Miqueas 3,6
Le pregunté al Señor: "¿Padre, es cierto
como sostienen los teólogos,
que cuando nosotros, criaturas, te censuramos
por modelarnos con desdichas y pesares
tan indecibles como injustos y desmesurados,
tu montas en cólera, tal cual lo testimonia Moisés?
O que cuando gemimos: "Benigno
no eres, ya que permites el dolor,
ni tampoco omnipotente:
hasta un niño lo sabe".
Y entonces aquellos que profitan de representarte
irrumpen a gritos: "¡Impíos y profanos!"
Tú, en tanto, murmuras: "Sálvenme de quienes juzgan
que atiendo las súplicas de mis criaturas.
Enumera lo que quieras: impiedades, irreverencias o blasfemias:
era sólo un muñeco: no está en ti sumar o restar
congojas y esplendores".
"Por qué son así las cosas, o si todo esto es una burla,
permanecerá siendo todavía mi secreto…
Hay quienes conciben una cuarta dimensión:
pero ese es un misterio que guardo
en la ética de mi voluntad".
Ah, ¿estás cavando mi tumba?
"Ah, ¿estás cavando mi tumba,
amor mío? ¿Plantando desilusiones?
No: ayer él contrajo nupcias
con una de las más ricas y prometedoras.
'Ya no podré herirla', afirmó él.
"Aunque no debería mostrarle la verdad".
"Entonces: quién está cavando mi tumba?
¿Mis seres más queridos y próximos?
Ah, no: ellos se sientan y piensan:
'¡Cuál es la utilidad de todo esto!'
¿Qué beneficio le traerán esas flores?
Ningún cuidado invertido en su túmulo funerario
puede aflojar su espíritu del cepo de la muerte".
¿Pero quién está cavando de mi tumba?
¿Mi enemigo? ¿A hurtadillas?
No: cuando ella te escuchó cruzar el umbral
que tarde o temprano se cierra sobre toda carne,
pensó que tú ya no eras digno de su odio
y dejó de importarle donde yacías".
"¿Entonces, quien sigue cavando de mi tumba
Dilo: que aún no he podido adivinarlo.
Ay: yo mismo, dueña querida,
tu pequeño perro, que todavía vive cerca,
y espero que mis movimientos aquí
no hayan perturbado tu descanso".
"¡Ay, sí! Has cavado en mi tumba.
¿Por qué a nadie se enseñó
mi honesto corazón?
Qué sentimientos deberemos encontrar
en el ser humano
que puedan igualar la fidelidad de un perro".
"Mi dueña, cavé sobre tu tumba
para enterrar un hueso, pues podía
sentir hambre al pasar por este sitio
en mis diarios trotes.
Por favor perdóname, porque has olvidado
que este era tu lugar de descanso".
Amor perdido
Voy tocando mis dulces aires de antaño,
los aires que él conocía
cuando nuestro amor alcanzaba la plenitud.
Hoy nada detiene
su firme adiós
mientras se aleja por las escaleras.
Cuando una vez más mis canciones
y de nuevo escucho
sus pasos en la cercanía
como si hubiese decidido quedarse junto a mí.
Pero él prosigue su camino
y una puerta se cierra a la distancia.
Y así aguardo sentada
otras mañanas
y otras noches,
consumida por la ruina enfermiza de mi alma,
y murmuro por qué una mujer como yo
pudo haber nacido.
Herencia
Soy el rostro de la familia;
la carne muere pero yo sobrevivo
proyectando rasgos y huellas
entonces como ahora,
de lugar en lugar,
esquivando al olvido.
Los vestigios del tiempo muestran
una voz y un rostro
que desprecian la envergadura humana
de la duración: eso soy,
lo eterno que hay en cada hombre,
indiferente al llamado de la muerte.
Mi espíritu no rondará esta tumba
Mi espíritu no rondará esta tumba
que ahora se yergue sobre mi pecho,
pero viajará, poseído por la nostalgia,
hacia aquellos lugares mi alma vacilante
encontró lo mejor de esta vida.
La silueta de mi espectro, al caer la noche,
vagará por aquí y por allá
recorriendo los senderos que alguna vez conocí
en los días de antaño.
Allí podrás encontrarme,
si es que tu recuerdo
me logra conservar a mí y a este aire mío inquieto
de lo contrario, me disiparé
sin importunarte.
No nacidos
Me levanté a medianoche y me interné
en la Madriguera de los No Nacidos:
una multitud de sombras se agolparon a mi alrededor
buscando las mareas de la vida,
sombras que habían orado al silencio desde tiempo inmemorial
para apurar su nacimiento.
Encendían los ojos con inocencia
y la esperanza conmovía sus ademanes:
"¿No es ésta la escena más hermosa?
Allí donde todo es deleite, belleza,
rectitud, delicadeza y verdad,
allí donde no reina la oscuridad".
Mi corazón se colmó de angustia
y no pude dirigirles una sola palabra:
entonces ellos atisbaron mi rostro cabizbajo
y quisieron leerlo para rastrear
las noticias que ni el dolor ni la verdad
dejaban confidenciar.
Y mientras me retiraba en silencio,
al darme vuelta para mirarlos antes de salir,
ellos se precipitaron hacia mí confusamente,
forzados como una turba en derrota
hacia el mundo que tanto deseaban,
por una Voluntad aplastante y cósmica.
Pensamientos a medianoche
Raza humana me abrumas
cuando tus sombras merodean a mi alrededor.
Me repelen tus triunfos
que en nada me amedrentan,
ni siquiera como aspirantes
a una demoníaca intensidad;
también tu mezquindad,
tus enseñanzas enfermizas,
tus falsas prédicas,
tu banalidad
y tu inmoralidad,
tu insolencia
y tu rumbo siniestro;
observo tu desvarío
que entroniza a la maldad
y que hace de nosotros marionetas
bajo supersticiones y ambiciones
inspiradas en la falta de juicio,
la indiferencia y el desorden,
conducida por el más inapelable de los sinsentidos
hacia el absurdo
y las más repugnante de las traiciones a sí misma;
ay, por todo eso, que Dios se apiade de ti.
In Tenebris I
"Percussus sum siçut foenum, et aruit cor meum". PS. Cl. 3,6
Se avecina el invierno
y mis pesares se vuelven impotentes:
nadie muere dos veces.
Los pétalos caen,
como dicta la costumbre:
por eso su espectáculo
ya no me perturba.
Los pájaros se desvanecen llenos de pavor.
Pero yo no volveré a perder mi antiguo vigor
en esta oscura, helada y remota región:
que mi fuerza huyó hace años.
Hasta el pardo de las hojas se congela
y nadie ya podrá revocar el frío
de la estación.
Las tormentas pueden devastar
pero el amor no puede volver a turbar
este año el corazón de un hombre
que ha perdido el corazón.
Oscura es la sotana de la noche:
aun así, la muerte no volverá a doblegar
a quienes, superadas las incertidumbres,
esperan sin esperanza alguna.
1967
Dentro de muchos veranos habrá nuevas miradas
y espíritus, nuevos estilos al amparo de necios y sabios;
también nuevas penas por gemir y nuevas alegrías por celebrar:
nada quedará para entonces de ti o de mí,
en la entusiasta perspectiva del nuevo siglo
salvo un puñado de polvo:
será un siglo que, de no ser hermoso,
mostrará al menos- sin ninguna duda -
la plenitud de un alcance superior
al de esta época empobrecida.
Pero ¿qué significará para mí ese siglo distante?
Ay, amor mío:
únicamente aspiro
a que entonces tu gusano sea mi gusano.
Tonos neutrales
Permanecíamos juntos al estanque ese día invernal.
Y el sol estaba pálido, como un reproche de Dios.
Y unas pocas hojas yacían sobre la hierba hambrienta.
Habían caído desde un fresno y eran grises.
Tus ojos sobre los míos, vagando
como sobre un tedioso acertijo de tiempo inmemorial
mientras las palabras se escurrían
indagando sobre cuál había perdido más al perderse nuestro amor.
La sonrisa de tu boca sobrevivía fúnebre
buscando la fuerza que al fin la dejara morir
hasta que un oleaje de amargura nos barrió
como un pájaro ominoso.
Desde entonces, las mordaces lecciones
sobre los engaños del amor,
sus zancadillas y errores, han desnudado para mí
tu rostro, el blasfemo sol de Dios, el árbol
y un estanque rodeado de hojas parduzcas.
El descubrimiento
Vagué por la cruda costa
como un fantasma;
sobre las colinas asomaron fogatas,
- al parecer fúnebres piras-
y escuché el murmullo de las olas
retumbando a lo lejos y sacudiendo las orillas.
Y nunca imaginé en mi camino
una madriguera retirada y luminosa
donde habría de yacer el amor,
hasta que encontré aquella fosa escondida
donde estalló mi corazón,
mi corazón que no podía sino seguirla.
Antes y después de la vida
Tiempos hubo - uno puede adivinarlo
por el propio testimonio de la tierra -
antes del nacimiento de la conciencia,
en los que todo marchaba sobre ruedas.
Ningún hombre padecía enfermedad, amor y pérdida,
ningún hombre sabía de remordimientos, desesperanzas
o quemaduras del corazón;
ningún hombre se inquietaba ante golpes o disoluciones.
Si algo tocaba fin, ninguna lengua lloraba.
Si algo gemía y menguaba, ningún corazón era retorcido:
si el brillo se apagaba y la oscuridad prevalecía,
ningún espíritu era herido.
Hasta que brotó la enfermedad del sentimiento
y la virtud más preciosa se tiñó de vicio;
pronto sería el turno de la reafirmación
de la estupidez y la ignorancia:
¿por cuánto tiempo, por cuánto tiempo?
Renegación del amor
Al fin me desvisto del amor
por dos decenios
albañil de mi pensamiento,
mi esperanza y mi corazón
me avergüenzo
de tantos temores
y desolaciones
labrados en su persecución:
desde los tiempos de mi juventud
esos desasosiegos
con los que el corazón subyuga
al vigoroso y al anciano
se transformaron en mis camaradas;
ciego y testarudo
me alejé de mis parientes
para rendirle pleitesía.
Yo era precipitado
como un niño;
no tenía vacilaciones ni suspiros
ni reparos;
pero apenas el amor me señaló
quedé al desnudo,
empobrecido, seco, carcomido
por el hambre y la fiebre.
Demasiadas veces bajo el ardor d
de fuegos fatuos,
seducido por su ardides
en nuevos abrazos;
terco e iracundo
dibujé inquietud
en la sonrisa de un rostro familiar.
De ahora en adelante
no confundiré lo tosco con lo delicado,
ni la llovizna con el rocío,
ni la hora gris con la más luminosa,
ni al viento con un gemido rebosante de anhelo,
ni lo perfecto con lo tullido,
ni el bello tono de los soñado
con el prosaísmo de la vigilia.
Hablo como quien sondea
la siniestra profundidad de la vida,
uno que hace todo lo posible
por abrazar verdades claras y ciertas.
¿Qué nos queda después del amor?
Una escena que nos deja cabizbajos
y un puñado de horas repletas de ausencias:
después, el sudario.
Ante el cadáver de la tierra
I
"Oh Señor, ¿por qué te acongojas?
Desde que la vida ha cesado
sobre este orbe, ahora frío
como la luna y el mar,
desde que el género humano y las aves
desaparecieran para siempre,
todo es indiferente para ti,
como también lo fue antes de que los hombres se supieran mortales".
II
"Oh, Tiempo - respondió Dios-,
creo que leíste mi designio con insensatez;
de haber sido todo igual, no debería afligirme
pero aquella sombría escena de este mundo,
ahora dichosamente en el pasado: ¡a pesar de haberla diseñado
con esmero y entusiasmo!
No, no: nada de lo que hoy existe
iguala lo de ayer".
III
"Escritos indeleblemente
en mi eterna sabiduría
están todas las aflicciones soportadas
por los pobres y pacientes habitantes de la Tierra,
esas que mi mano inconsciente
dejó a su arbitrio sin proponérselo.
Ningún Dios puede deshacer fatigas
o destejer su destino inmemorial".
IV
"Como en los días de Noé,
cuando anegué las llanuras con el mar,
también ahora, en que la carne
y la hierba son sólo fósiles
y donde todo yace extinguido
revolcándose en polvo lastimoso y olvidadizo,
todavía me remuerde
ser autor de la Tierra, de la vida y de los hombres".
Un reproche
Ahora que estoy muerto cantas para mí
los aires que alguna vez aprendimos,
aunque mientras vivía no tuviste
el cuidado ni las ganas de hacerlo.
Ahora que estoy muerto llegas a mí
desconsolada, junto al claro de luna;
ay, cuánto habría dado mientras vivía
por hacerme acreedor de semejante ternura.
Cuando mueras y te presentes ante mí,
igualados por el destino,
sin diferencias como ahora,
¿serás tan fría y distante conmigo
como cuando juntos vivíamos?
Epigrama de un joven sobre la existencia
La existencia es una institución absurda
a la que debemos resignar
nuestras vidas por aprender a vivir.
Necio es aquel que memoriza
lecciones que a la larga nos privarán de todo galardón.
Epitafio
Nunca me preocupé demasiado de la vida:
la vida se preocupó de mí,
y desde entonces le he profesado cierta fidelidad.
Ella me dice ahora: "Es tiempo de morir.
Largamente has aprendido
a regañar ese peaje que te impone un destino caprichoso;
por eso me alejo de ti, no sin valorar
que jamás medraste recompensa o lecciones enfermizas,
ni buscaste en mí mucho más de lo que verdaderamente
pudiste encontrar.
El nuevo oficio del amanecer
¿Qué estás haciendo fuera de mis muros,
oh amanecer de un nuevo día?
Sentado en el borde de una ventana llena de brezos,
aún no te he llamado.
¿Por qué entonces sigues esta ruta,
con tus pasos furtivos, silencioso,
con tu rostro tan solemnemente gris?
"Entrego mi luz
para acabar con la vida de un hombre
que no vive lejos de ti,
o para que pueda nacer
el hijo de aquella mujer cuyo domicilio está próximo,
y también para sepultar uno o dos cadáveres,
entre muchos otros oficios
que hoy debo cumplir".
"Pero tú, abandonado por él a tu suerte,
(aunque, como a menudo repites,
siempre estás dispuesto a pagar la deuda
que no olvidas,
esa que debes por alojamiento y comida)
necesitas la verdad:
aquí no son escogidos los solícitos:
sólo amparo a quienes repudian o disienten".
Memoria y yo
Ay Memoria, ¿dónde está ahora mi juventud,
esa que solía hermanar a la verdad con la vida?
La divisé en un catre desmoronado,
bajo un árbol tambaleante.
Y de allí aún sobrevive fantasmalmente,
sólo yo y nadie más lo sabe.
Ay Memoria, ¿dónde está ahora mi alegría,
esa que vivía conmigo en dulce armonía?
La divisé en jardines ruinosos y solitarios,
allí donde antaño hubo sonrisas.
Y de que allí aún vaga fantasmalmente,
de nadie es sabido, salvo de mí.
Ay Memoria, ¿dónde está ahora mi esperanza,
esa que forjó mis actos con destrezas y libertad?
La divisé en una tumba de libros
que alguna vez albergaron sueños.
Y de que allí aún merodea fantasmalmente
sólo yo y nadie más lo sabe.
Ay Memoria, ¿dónde está ahora mi fe,
alguna vez mi estandarte, hoy insignificante?
La divisé en una iglesia devastada,
inclinada y de rodillas.
Convergencia de dos
(Versos escritos a la pérdida del Titanic)
I
En la honda soledad del mar,
la vanidad humana
modelada por la soberbia de toda una vida reposa inmóvil.
II
Recamaras de acero, las póstumas ascuas
de las salamandras destejidas
por las frías corrientes, anegadas por el pulso de las mareas.
III
Sobre los espejos
donde la altivez se complacía
ahora se arrastra, como un gusano, el mar: grotesco,
cenagoso, silencioso, indiferente.
IV
Las joyas diseñadas gozosamente
para cautivar a los sentidos
yacen apagadas, sus destellos borrosos y oscuros y ciegos.
V
Sombríos peces
acechan la áurea maquinaria
y preguntan: ¿Qué significa esta vanagloria hundida aquí?
VI
Pues bien: mientras era concebida
esta criatura malograda
la Voluntad Inmanente que todo lo agita y lo urge allí ya estaba…
VII
Le preparaba a ella - abrumadoramente alegre -
un siniestro anfitrión,
aquel enorme pedazo de hielo, todavía aislado y remoto.
VIII
Y tan pronto el barco creció en elegancia,
estatura, gracia y colores,
allá a lo lejos crecía también, silencioso y fúnebre, el Iceberg.
IX
Al principio se miraron como extraños
y es que ningún ojo mortal pudo adivinar
el secreto engranaje que los uniría.
X
Tampoco quiso atisbar un signo que los inclinara
hacia ese destino coincidente donde más tarde
serían dos idénticas mitades de un solo y memorable evento.
XI
Hasta que el Tejedor de los años
les dijo "¡Ahora!" y cada uno
alcanza la consumación, estremeciendo a dos hemisferios.
Tu último paseo
Por aquí regresaste, junto al páramo,
mientras avistabas las luces de la aldea
que resplandecían en tu rostro: nada presagiaba
que tu rostro preparaba el rostro de un cadáver
tú hablabas entusiasta de ese paisaje cautivante
que nunca más habría de brillar sobre ti.
Sobre la izquierda se erguía el lugar
donde ocho días más tarde ibas a yacer:
para ese entonces se te iba a recordar como a una difunta,
aunque tú, ahora, lo contemplabas con indiferencia,
como si fuera ajeno a ti, aunque bajo sus árboles
pronto descansarías eternamente.
Aquel atardecer yo no estaba junto a ti
aunque de haberlo hecho, no me habría percatado
que el semblante que tenía ante mis ojos
me miraba por última vez con un brillo vacilante,
sin que yo pudiera leer lo escrito en tu rostro.
"En marcha estoy a la tumba donde habré de morar.
Tal vez me extrañes, aunque yo no podré saber
de tus visitas o de tus pensamientos.
Nada ya podrá inquietarme:
seré por completo indolente al elogio o a la censura".
Cierto: nunca podrás saberlo y quizá, también, nada te importe.
¿Deberé entonces hacerte un desaire?
¿Acaso en el pasado fui movido por el provecho,
querido fantasma? Ay, tal vez deba resignarme a lo de siempre;
que eres ajena al amor, al aplauso, a la indiferencia, a la culpa.
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