Joseph Brodsky (Rusia, 1940 - USA, 1996) |
Joseph Brodsky
Poemas de navidad
Traducción: Svetlana Maliavina y Juan José Herrera de la Muela
CANCIÓN DE NAVIDAD
Flota en una pena inexplicable,
entre inmensidades de ladrillo,
una barquita nocturna, siempre encendida,
por el jardín de Alejandro;
farolito en la noche solitario,
como una rosa amarilla,
sobre las cabezas de sus enamorados,
bajo los pies de quienes pasan.
Flota en una pena inexplicable
el zumbido de un coro de sonámbulos y borrachos.
En la capital, un extranjero
tomó triste una foto por la noche,
y salió a la Ordynka
un taxi con pasajeros enfermos,
y los muertos están de pie,
abrazando los palacios.
Flota en una pena inexplicable
un triste cantante por la capital,
y junto a un puesto de petróleo,
un portero triste de cara redonda;
por la calle grisácea corre
un amante viejo y guapo.
Un tren de medianoche, recién casado,
flota en una pena inexplicable.
Flota en las buenas del Zamoskvorechie
un nadador casual hacia la infelicidad;
el acento judío recorre
la escalera triste y amarilla,
y entre amor y tristeza
en Nochevieja, víspera de domingo,
flota sin mostrar su pena
la bella del barrio.
Flota en los ojos la noche fría;
tiemblan copos de nieve en el vagón;
viento helado, viento pálido
ceñirá rojas palmas de las manos,
y se vierte miel de luces de ocaso
y huele a mazapán dulce,
y la Nochebuena trae un pastel nocturno
sobre su cabeza.
Sobre una ola azul oscuro,
en el mar de la ciudad,
flota tu Año Nuevo en una pena inexplicable;
como si la vida empezara de nuevo,
como si hubiera luz y gloria,
un día feliz con pan de sobra,
como si la vida fuera a la derecha,
después de haber oscilado hacia la izquierda.
1962
UNO DE ENERO DE 1965
Los Reyes Magos olvidarán tu dirección.
No habrá estrellas sobre tu cabeza.
Acaso sólo el ronco bramido del viento
entiendas como en otros tiempos.
A tus hombros cansados les quitarás la sombra,
cuando apagues la vela, antes de acostarte,
pues el calendario nos promete
más días que velas.
¿Qué es esto? ¿Tristeza? Tal vez sea tristeza.
Una canción que te sabes de memoria.
Que se repite. Pues que se repita.
Que se repita desde ahora.
Que suene también a la hora de la muerte,
como gratitud de labios y ojos,
hacia lo que, a veces, nos obliga
a perder la mirada en la lejanía.
Y mirando en silencio al techo,
porque el calcetín, claro, está vacío,
comprenderás que la avaricia sólo es garantía
de que eres demasiado viejo.
De qué ya es tarde para creer en milagros.
Y alzando tu mirada al cielo,
sentirás de repente que tú mismo
eres un regalo sincero.
Enero de 1965.
DISCURSO SOBRE LA LECHE DERRAMADA
I
1
Llegué a las navidades con el bolsillo vacío.
El editor da largas a mi novela.
El calendario de Moscú está contagiado del Corán.
No puedo levantarme y visitar
a mi amigo, donde lloran los niños,
ni la casa familiar, ni a una chica que conozco.
Por todas partes falta dinero.
Sentado en una silla, tiemblo de rabia.
2
¡Ay maldito sea el oficio del poeta!
El teléfono calla, y por el futuro asoma la dieta.
Pediría prestado el dinero al sindicato; pero
es como pedirlo a las chicas.
Mucho peor es perder la independencia
que la inocencia. Supongo
que es grato soñar con un marido,
como también es placentero pronunciar "ya es hora de
casarme".
3
Conociendo mis circunstancias, mi novia
rehúsa por quinto año casarse conmigo,
y no sé dónde está ahora,
ni el diablo podría sacarle la verdad.
Me dice: "- No te aflijas en vano. ¡Lo que importa
son los sentimientos! ¿Hay alguien en contra?
A ella le parece perfecto.
Pero, se queda, parece, dónde pueda tomarse un trago.
4
En general, no confío mucho en el prójimo.
Ofendo la cocina con otro estómago.
Además, fastidio con mi opinión
sobre el papel de un hombre en la vida.
Ellos me consideran un bandido,
se burlan de mi apetito.
No me fían.
"Sírvale más aguado."
5
Me veo en el espejo, soltero.
No puedo comprender este simple hecho:
¿cómo he llegado a mil novecientos
sesenta y siete de la era de Cristo?
Veintiséis años de permanente vaivén,
de palizas judiciales, de rascarse los bolsillos,
de lecciones de guiños a la ley,
de fingirse sordo.
6
La vida a mi alrededor va sobre ruedas.
(Me refiero, claro, a las masas.)
Marx está justificado. Aunque por Marx,
hace mucho que me deberían haber acuchillado.
No sé a favor de quién está el saldo.
Mi existencia es paradójica.
Desde mi época doy un salto.
¡Perdonad mi agilidad!
7
Vamos, que todo llama a la calma.
Ya nadie grita "¡A las armas!"
La aristocracia, extirpada de raíz.
Ni un Pugach, ni un Stenka.
Tomaron el Palacio de Invierno (si nos creemos el cuento);
Dzhugashvili se conserva en una lata;
el cañón de proa está callado.
En mi cabeza sólo hay dinero.
8
En cajas fuertes y bancos, se esconde el dinero;
en los calcetines, bajo el suelo, en las vigas de los techos,
en armarios ignífugos, en impresos.
¡Inunda la Naturaleza!
Susurran los fajos de billetes nuevos,
como copas de abedules y de acacias.
Las alucinaciones se apoderan de mí.
¡Denme oxígeno!
9
La noche. El rumor de la nevada.
La pala pica sorda la acera.
En la ventana de enfrente brilla un candil.
Sigo clavado en muelles de acero.
Veo sólo el candil. Pero no veo el icono.
Me acerco al balcón.
La nieve ha ensillado los tejados,
y las casas parecen ajenas.
II
10
La igualdad, hermano,
excluye la hermandad. Tengamos esto claro.
La esclavitud siempre trae esclavitud.
Aún con ayuda de revoluciones.
El capitalista cultivó a los comunistas.
Los comunistas se convirtieron en ministros.
Estos incuban a los morfinistas.
Lean a Luciano.
11
El "Pececito de Oro" no nos concederá ningún deseo.
Marx, de producción, ni idea: el trabajo
no es un bien de mercado.
Hablar así es ofender al proletario.
El Trabajo es el objetivo del ser y la forma.
El dinero es algo así como su plataforma.
Algo más que el pan.
Pero deshagamos este lío.
12
Las cosas son algo más que su precio.
La economía ahora es el centro
de atención. Nos une, sustituta de la iglesia,
y explica nuestras conductas.
En fin, que cada individuo es en esencia
como una doncella.
Desea unirse.
Pantalones tras una falda.
13
Lo normal es que la bola se precipite en la tronera.
(Estoy seguro de que torturo a mi Musa).
El mañana feliz no pertenece
a la competencia, sino a la unión.
(No aspiro aquí a una profecía.
Pero es muy probable que estas estrofas
acorten la espera: "Un año vale por dos").
14
Sonó la hora y llegó el momento del matrimonio
de Trabajo y Capital.
El brillo del vil metal
(y luego, las efigies impresas)
es más grato que los bolsillos vacíos,
más sencillos que la rotación de los tiranos;
mejor que una civilización de drogadictos,
una sociedad que creció con jeringuillas.
15
No es el pecado original lo que nos dejó huérfanos.
Muchos, sin duda, prefieren la obscenidad.
Es más fácil encontrar lo diferente que lo semejante:
"Trabajo y Capital, de contacto, nada".
Toco madera porque no crecimos en el Islam,
basta de charlas sobre la separación de las camas.
La atracción entre sexos existe.
Los polos hacen que el planeta continúe.
16
Soltero, anhelo el matrimonio.
No espero un milagro dentro del relicario.
La vida familiar no es camino de rosas.
Pero los cónyuges son los únicos propietarios
de lo que se crea con el gozo.
No necesitan el "No robarás".
Si no, todos pediríamos por la gracia del Cristo.
¡Cuiden a sus pequeños!
17
A mi, poeta, esto me resulta ajeno.
Más aún: sé que "a cada uno según…"
Escribo y me estremezco: menudo disparate,
¿acaso estoy en contra del poder legítimo?
El tiempo nos salvará, si ellos no tienen razón.
A mí me basta con mi fama escandalosa.
Pero la mala política estropea la moral.
¡Eso si que nos concierne!
18
El dinero se parece a la virtud.
Tomo a Alá por testigo que no cae del cielo,
pero el viento se lo lleva con frecuencia
igual que las promesas.
No se debe pedir prestado.
A la tumba no nos lo llevaremos.
Le está prescrito multiplicarse;
Krylov lo cuenta en sus fábulas.
19
Los pensamientos que uno guarda
son más sólidos que los que manifiesta.
¡Cualquiera se mueve más rápido que un glaciar!
Naturalmente está sociedad necesita profetas
más que científicos o un cerrajero.
Pero, mientras no se oiga su voz en alguna parte,
propongo - para no caer en el vicio antes de tiempo -
que ocupemos en algo nuestras manos.
20
En general, no me ocupo de los gozos ajenos.
Por mi parte, es un bonito gesto.
Sino del perfeccionamiento por dentro:
la medianoche, media botella, la lira.
Aprecio más los árboles que el bosque.
No comparto el interés común.
Pero por dentro avanzo
más veloz que el mundo.
21
Este es el origen de cualquier aislamiento
conocido. La amistad con el abismo
representa un asunto estrictamente privado
en nuestros días. Además,
este estado es incompatible
con la hermandad, la igualdad
y la honestidad, y parece que en un hombre
no es admisible y nada puede compensarlo.
22
Así, ansiando la perfección,
como Toptyguin en su gobierno,
me arranco con un canto a la producción.
Ojalá que todos entiendan con propiedad
el método arriba indicado:
la sociedad reunirá a sus hijos mejores,
no dejará de caer la antorcha de la razón,
y dará la felicidad al primero que venga.
23
De otro modo, ganarán los budistas,
los telepáticos, los espirituales, las substancias,
los neurólogos, los psicópatas, los freudianos.
El nirvana y la euforia
nos dictarán sus reglas.
Los drogadictos se pondrán las charreteras.
En lugar del icono de la Virgen María
Y del Salvador, colgarán la jeringuilla.
24
Taparán el alma con un gran velo.
Nos cercarán con una espiral sin fin
y nos enchufarán a la moral etílica.
Liberarán a la lengua del verbo.
Gracias a benévolas hierbas,
entre nubes, daremos vueltas en el tío vivo.
A la tierra sólo descenderemos
para pincharnos.
25
Ya veo nuestro mundo envuelto
en una telaraña de laboratorio.
Y de telaraña de trayectorias
está cubierto mi techo. ¡Tan deprisa!
Es ingrato para la vista.
La humanidad se multiplica por tres.
La raza blanca se extingue.
El suicidio se presenta inevitable.
26
Tal vez hombres de color nos acuchillen,
o les mandemos al otro mundo.
Volveremos a nuestras cervecerías.
Pero ni lo uno ni lo otro es cristianismo.
¡Ortodoxos! No está bien.
¡Por qué miráis alucinados?
Traicionamos el cuerpo de Dios
haciéndonos sitio.
27
No me educaron en los sofistas.
En los pacifistas hay algo femenino.
Más, a los puros de los impuros
no está en nuestra mano separarlos, creedlo.
No me refiero a las tablas de Moisés.
Es verdad que otras razas nos oprimieron.
Pero no les dimos a luz;
tampoco les daremos muerte.
28
Las comodidades importan a muchos.
(Lo podemos leer en Hobbes.)
Sentado en la silla cuento hasta cien.
La limpieza es un proceso impuro.
Bailar sobre la tumba no está bien.
Crear la abundancia en el estrecho mundo:
eso es un acto cristiano.
O en eso consiste la Cultura.
29
Ahora los seguidores del lema
"La Religión es el opio del pueblo"
entendieron que les había sido
entregada la libertad y llegaron a un Siglo
de Oro. Pero en este registro (disculpen el estilo)
la libertad de no elegir es muy pobre.
Ya que aquel que escupe a Dios,
antes escupe al hombre.
30
"Aquí no hay Dios. Y la tierra está llena de agujeros".
"No, no se le ve. Me distraeré con las tías".
El creador que crea a esta escala
hace incursiones demasiado largas
entre sus objetos. Lo que es seguro
es que está ahí Su reino.
Fuera de nuestro mundo.
¡Vamos, volved a vuestros taburetes!
31
Noche. Callejón. Frío de asedio.
Se extienden los Cárpatos por las aceras.
Los planetas se columpian como si fueran
candiles que, en su majestuoso culto,
Dios encendiera en el cielo
ante un rostro que no es desconocido
como en un altar inmenso
(La poesía para revista a estas evidencias).
III
32
En la noche vieja, solo, clavado en una silla.
Las cacerolas desprenden un magnífico brillo.
Tomo un sorbo de mi panacea.
Mi nervio brinca como en la lámpara el genio.
Siento en la nuca suaves llamaradas.
Me acuerdo de las botellas vacías, de los guardias
de Vólogda, Kresty y Butyrki.
En realidad, no quiero protestar.
33
Sentado en mi silla del enorme piso,
oigo el ruido del Niágara en el retrete vacío.
Me siento como un blanco en el campo de tiro,
y con el menor ruido me estremezco.
Eché el cerrojo en el portal; pero
la noche me apunta con el cuerno
de Aries como Eros con su arco,
o Stalin con el revólver en su XVII congreso.
34
Enciendo el gas, caliento mis huesos.
Sentado en la silla tiemblo de rabia.
No quiero buscar perlas en las heces.
¡Me doy esta libertad! ¡Que investigue quien quiera
el excremento!
Un patriota señores, no es un gallo cualquiera
de Krylov. Ojalá que el KGB no me diera por…
¡Que paren de sonar en el bolsillo las monedas!
35
Respiro plata y escupo cobre.
Me persiguen con arpón y red rota.
Alboroto el avispero y salto
a la inmortalidad. ¡Un palo, dejadme!
Me enfurezco como un ratón en el establo.
¡Sacad fuera a los santos y el retrato
del Gensec! Resuena en el bosque el hacha del leñador.
Me revolcaré en la nieve y ¡ojalá me refresque!
36
No voy a congelarme. ¡No hagáis ilusiones!
Casi me planteo la rebelión.
No hice votos al Buda bizco,
cazaría una liebre por dos duros.
¡Que clausuren - ¿dónde está el formón? -
la cortadora de pan de Tolstoi!
Es como si la hoz me cortara en dos,
La resistencia pasiva, señores, me repugna.
37
Como a Aristóteles en el fondo del pozo,
no sé de dónde surgen las cosas.
No midas su peso ni busques su rostro:
la maldad existe para ser vencida.
A quienes aflige el individuo
o la conjuntivitis, que todos
se vayan al cuerno, de la A a la Z:
¡Democracia en toda su extensión!
38
Me gustan mis ríos y campos natales,
los lagos, las arrugas de las colinas, los valles.
Son muy bonitos. Pero los hombres son heces:
de alma débil y cuerpo fuerte.
Yo promulgo una ley sana.
El intrépido halcón enjuga sus lágrimas.
¡Señores, rompan siquiera una ventana!
¡Como os aguantan vuestras mujeres!
39
Hoy es triste mi noche. En la pared
me mira un blanco billete de cien.
Podría ir al burdel, y la madame
- que es numismática - lo aceptará.
Me da pereza despegarlo, agitación.
En el silencio y el ayuno me quedo,
y santiguándome en la ventana, espero
a que la luz de enfrente se apague.
40
"¡Verano verde! ¡ay! ¡Verano verde!
¿Qué murmura el arbusto en flor?
¡Qué grato salir sin abrigo!
El verano verde volverá!.
La niña con su pañuelo ¡ay!
Pasea por el campo, recoge flores.
La tomaría por hija mía. ¡ay! Por hija mía.
En el cielo revolotea una golondrina.
14 de enero de 1967
ANNO DOMINI
La provincia celebra la Navidad.
El palacio del Gobernador está engalanado con muérdago,
y las antorchas humean en el portal.
En los callejones, empujones y diversión.
Alegre, ocioso, sucio y alucinado,
el gentío se amontona detrás de la mansión.
El Gobernador está enfermo. Yace en su lecho,
cubierto con un chal, traído del Alcázar,
donde prestó servicio y piensa en
su mujer y en su secretario,
que, abajo en el salón, reciben a los invitados.
En verdad, no está celoso. Para él,
lo más importante ahora es encerrarse en la coraza
de sus males, sus sueños o del aplazamiento de
su traslado a la metrópoli. Ya sabe
que la libertad no es necesaria para que
el pueblo celebre su fiesta;
por la misma razón permite
que su mujer le engañe. ¿En qué pensaría
si no le perturbaran
la tristeza o sus achaques? ¿Y si amara?
Sin querer, estremeciendo el hombro como si sintiera frío,
aparta los malos sentimientos.
… En el salón, languidece el fulgor de la alegría,
aunque aún perdura. Muy borrachos,
los jefes tribales fijan sus ojos vidriosos
en una lejanía carente de enemigo.
Sus dientes, la expresión de su ira,
como una rueda mordida por los frenos,
se traban en una sonrisa, y el criado
sirve más comida. Entre sueños grita un mercader.
Suenan retazos de canciones.
La mujer del Gobernador y el secretario
se deslizan hacia el jardín. En la pared,
como un murciélago, el águila imperial
devora el hígado del Gobernador…
Y yo, un escritor que ha visto mundo,
que ha cruzado el ecuador sobre un asno,
miro por la ventana las colinas dormidas
y pienso en la semejanza de nuestras desgracias:
a él no le quiere ver el Emperador;
y a mí, ni mi hijo ni Cynthia. Pero nosotros
perecemos aquí. El orgullo
no convertirá nuestro amargo destino en una prueba de
que venimos de la imagen del Creador.
Todos seremos iguales en el ataúd.
¡Tengamos en vida rostros diferentes!
¿Para qué intentar escapar del palacio?
No somos jueces de la patria. La espada del juicio
se hundirá en nuestra propia deshonra:
los herederos y el poder están en manos ajenas…
¡Qué bien que las naves no naveguen!
¡Qué bien que el mar se congele!
¡Qué bien que los pájaros entre las nubes
sean sutiles con cuerpos tan pesados!
Nada hay que reprochar.
Pero tal vez nuestro peso esté en
proporción a su canto.
¡Qué vuelen, entonces, a la patria!
¡Qué griten, entonces, por nosotros!
Mi patria … extraños señores
visitan a Cynthia, se inclinan sobre la cuna
como nuevos Reyes Magos.
El niño duerme. La estrella parpadea
como carbón bajo la fría pila bautismal.
Y los visitantes, sin tocarle la cabeza,
truecan su nimbo por una aureola de mentiras,
y a la Inmaculada Concepción por un cotilleo,
por pasar en silencio sobre la figura del padre…
El palacio se vacía. Se apagan las luces en las plantas.
Primero, una. Luego, otra. Por fin, la última.
Y sólo dos ventanas en todo el palacio
tienen luz: la mía, donde de espaldas a la antorcha
miro cómo el disco de la luna se desliza
sobre el escueto bosque, y veo a Cynthia y la nieve;
y la del Gobernador, que, al otro lado de la pared
lucha en silencio con la enfermedad durante la noche
y alumbra el fuego para distinguir el enemigo.
El enemigo se retira. La tenue luz del alba
apenas despunta en el Oriente del mundo,
trepa por las ventanas, intenta ver
qué ocurre dentro,
y tropezando con los restos del festín,
vacila. Pero sigue su camino.
Palanga, enero de 1968
E.R.
Segunda Navidad a orillas
del Ponto que no se congela.
La estrella de los Reyes sobre la verja del puerto.
No puedo decir que no puedo
vivir sin ti, pues vivo.
Como este papel refleja. Existo;
trago cerveza, ensucio hojas y
piso la hierba.
En el café, donde una sorda explosión
nos lanzó hacia el porvenir propio de los que gozan
efímera felicidad, mientras huíamos al Sur
ante el embate del invierno,
ahora dibujo con los dedos
tu rostro sobre el mármol de los pobre;
a lo lejos las ninfas saltan, con brocados
recogidos hasta las caderas.
Pero, dioses ¿qué es - si esa mancha parda
en la ventana, os simboliza - ,
qué tratabais de decirnos, entonces?
El porvenir ha llegado, y se puede
soportar, todo cae,
se va el violinista, calla la música,
y el mar se arruga más y más, como las caras.
Pero no hace el viento.
Algún día él, ¡ay! - nosotros, no -
cubrirá con sus olas la verja del paseo,
y avanzará contra los gritos de "no, por favor",
levantando sus crestas por encima de las cabezas,
allí, donde bebías vino y
dormías en el jardín, donde tendías al sol tu blusa,
rompiendo mesas - preparando el lecho marino
para el futuro molusco.
Yalta, enero 1971
24 DE DICIEMBRE DE 1971
En Navidad todos somos un poco Reyes Magos.
Empujones y barro en los abastos.
Por una caja de turrón de café,
gente cargada con montones de paquetes
emprende el asedio del mostrador:
cada cual hace de Rey y de camello.
Cestas, bolsas, paquetes, envoltorios,
corbatas torcidas, gorros.
Olor a vodka, a pino y a bacalao,
a mandarinas, a canela y a manzanas.
Un caos de caras, y no se ve, entre la nieve,
el camino que lleva a Belén.
Y los portadores de estos modestos presentes
saltan a los transportes, se abalanzan sobre las puertas,
desaparecen en los huecos de los patios,
sabiendo, incluso, que el portal está vacío:
no hay animales, ni pesebre, ni Aquélla
sobre quien brilla un nimbo dorado.
El vacío es absoluto. Pero sólo al pensar en ella,
ves de pronto una luz que viene de no se sabe dónde.
Si Herodes supiese que, por más riguroso que fuera,
el milagro sería tanto más cierto, inevitable…
En el rigor de esa ley está
el mecanismo clave de la Navidad.
Y lo que se festeja ahora por todas partes
es Su Advenimiento, que pone juntas
todas las mesas. Aún, quizás, no necesiten la estrella;
aunque la buena voluntad de los hombres
se distingue de lejos,
y los pastores encendieron las hogueras.
Cae la nieve; no echan humo sino suenan las trompetas
de las chimeneas en los tejados. Y las caras son manchas.
Herodes bebe. Las mujeres esconden a los chicos.
¿Quién se aproxima? - nadie lo sabe:
ignoramos cual es su señal, y los corazones
puede que no reconozcan al forastero.
Pero, cuando en el umbral el aire disuelve
la espesa niebla nocturna
y surge la figura con manto,
al Niño y al Espíritu Santo,
los sientes dentro de ti sin avergonzarte;
miras al cielo y ves la estrella.
Enero de 1972
LAGUNA
I
Tres viejas con labor en hondos sillones
hablan en la antesala sobre la Pasión del Señor;
la pensión "Academia" y
todo el Universo, navegan hacia la Navidad al fragor
de la televisión; apoyando el codo sobre el libro mayor,
el contable gira el timón.
II
Por la escalera sube a su camarote
un inquilino que lleva grappa en el bolsillo,
un don nadie, un hombre con gabardina
que perdió su patria, a su hijo, su memoria;
sólo un álamo en el bosque llora por su ataúd,
si es que alguien llora por él.
III
Campanas de iglesias de Venecia,
resuenan como el juego de té en una caja de vidas
surtidas. La lámpara, broncíneo pulpo
de lentejuelas, desde el tríptico de espejos,
lame mi máquina - cama,
hinchada de lágrimas, de sueños sucios y caricias.
IV
Por la noche, el Adriático, con el viento del Este
apura hasta el borde el canal como una bañera,
las barcas mece como cunas;
en vez de un buey un pez en la cabecera,
y la estrella de mar en la ventana con sus brazos
mueve la cortina mientras duermes.
V
Así viviremos, ahogando la húmeda
llama de la grappa en el agua muerta
tras el cristal de la jarra, desmenuzando el sargo,
en vez de un gran pavo, para que nos sacie
Tu vertebrado ancestro, oh Salvador,
esta noche de invierno en esta tierra empapada.
VI
Navidad sin nieve, sin bolas, sin árbol,
junto al mar, oprimido por los mapas;
sepultando en el fondo la concha de molusco,
que esconde la cara, pero seduce con la espalda,
el Tiempo brota de las olas, y mueve solo
la aguja del reloj de la torre, sólo a ella.
VII
La ciudad se hunde, y el sano juicio
se transforma en un ojo mojado de repente;
hermano meridional de la esfinge,
este león alado que sabe
leer y escribir, al cerrar el libro, no grita "vivat", quiere
ahogarse en el chapoteo de los espejos.
VIII
La góndola golpea contra los pilotes podridos.
El sonido se niega a sí mismo, niega las palabras
y el oído; y también aquella potencia,
donde los brazos se estiran como el bosque de pinos
ante un diablo menudo pero salvaje,
y en la boca se congela la saliva.
IX
Crucemos con la izquierda, absorbiendo las pezuñas,
la zarpa derecha, doblada por el codo;
con un gesto semejante
a la hoz y el martillo - y, como el diablo a Soloja,
lo mostraremos sin miedo a nuestra época,
que logró la apariencia de una pesadilla -.
X
El cuerpo de la gabardina se acomoda en las esferas,
donde Sofía, Esperanza, Fe
y Amor no tienen futuro, sino siempre
el presente, por amargos
que sean los besos de judías y gentiles,
y de la ciudad, donde el pie no deja
XI
huella, como una barca sobre el agua,
ningún espacio que haya quedado atrás,
medido en números, reducido a cero,
ha dejado rastros profundos,
en las plazas grandes como el "adiós",
o en las calles angostas como el "te quiero".
XII
Agujas, columnas, tallas, molduras
de arcos, puentes, palacios; mira hacia
arriba: verás la sonrisa del león
en su torre abrazada por el vestido del viento,
formidable como un tallo en la linde del campo,
y con la zanja del tiempo alrededor.
XIII
Noche en la Plaza de San Marcos. Un transeúnte de cara
cansada, como la sortija
arrebatada a oscuras del dedo anular, mordiéndose
la uña, contempla, sumido en la tranquilidad,
aquel "ningún lugar" donde puede detenerse
el pensamiento; no la pupila.
XIV
Allí, detrás del "ningún lugar", más allá de sus confines
- negro, incoloros; posiblemente, blancos -
hay un objeto, algo.
Un cuerpo, tal vez. En nuestros días
la luz se desplaza a la velocidad de la mirada,
incluso cuando no hay luz.
1973
Y. R.
Orilla de kisel congelada. Ciudad
que esconde en leche su reflejo. Suenan
los carillones. En el cuarto, luz.
A lo lejos, los ángeles arman alboroto,
como camareros saliendo en tropel de una cocina.
Te lo escribo desde el otro lado de la Tierra.
En el día del nacimiento de Cristo.
Los copos de nieve, arremolinados,
detrás de la ventana, resuenan con un "ay, lulí" sincero:
la blancura se multiplica.
Pronto Él cumplirá dos mil años.
Quedan catorce. Hoy ya es miércoles;
mañana, jueves. Temo que este aniversario
habremos de celebrarlo sin añadir hielo,
liberando una futura arruga
de la mejilla soñolienta: dicho llanamente, junto a Él.
Y entonces nos veremos. Como la estrella desvela al
campesino,
un piano despertado por un dedo,
pasa a través de la pared y enturbia mi oído.
Como si alguien estuviera aprendiendo a leer, sumando
sílabas.
O mejor, como si estudiara astronomía, distinguiendo
trazas
de nombres propios allá donde no estamos; allá
donde la suma depende de la resta.
Diciembre de 1985
Cae la nieve dejando al mundo reducido.
En esa época, se dan al desenfreno, los Pinkerton,
y te descubre a ti mismo, de cualquier manera,
la huella impresa en ella con descuido.
Esos hallazgos no exigen tributo.
Silencio por todo el barrio.
¡Cuánta luz se metió en ese trozo de estrella
al llegar la noche! Tanta como fugitivos en una balsa.
No te ciegues, ¡mira! Tú también eres huérfano,
desarraigado, canalla, estás fuera de la ley;
no busques, porque nada tienes. De tu boca,
como de un dragón, salen bocanadas de humo.
Mejor será que reces en voz alta, como un segundo
Nazareno,
por los Reyes sin reino que vengan con sus presentes
en ambos confines de la tierra
y por todos los niños en sus cunas.
(1986)
ESTRELLA DE NAVIDAD
Durante los hielos, en un lugar más hecho al calor
que al frío, y a la llanura que a la montaña,
un niño nació en una cueva para salvar al mundo;
nevaba como sólo puede nevar en el desierto.
Todo le parecía grande: el pecho de su madre,
el hálito dorado de los ollares del buey,
los Reyes Magos (Melchor, Gaspar, Baltasar), sus presentes.
Él solo era un punto. Y un punto era la estrella.
Atenta, sin parpadear, entre las escasas nubes,
al niño acostado en el pesebre, desde lejos,
desde lo profundo del Universo, desde el otro extremo,
la estrella en la cueva lo miraba. Y aquella fue la mirada del
Padre.
24 de diciembre de 1987
HUIDA A EGIPTO
… no se sabe de dónde surgió el guía.
En el desierto, elegido del cielo para el milagro
por su semejanza, pasaron la noche
y alumbraron la hoguera. En la cueva
que cubría la nieve, sin presentir su destino,
dormía el niño en la aureola dorada
de sus cabellos que, en un instante,
se acostumbraron a irradiar su luz -
no sólo entonces y en aquel lugar de tez oscura,
sino, en verdad, por todo el mundo, como la estrella,
mientras exista la tierra: por doquier.
25 de diciembre de 1988
Imagina, encendiendo una cerilla, aquella noche en la cueva:
utiliza para sentir el frío las grietas del suelo;
para sentir el hambre, la vajilla apilada,
y el desierto … el desierto está en todas partes.
Imagina, encendiendo la cerilla, aquella medianoche en la
cueva:
el fuego, las sombras de los animales o de las cosas,
e imagina, con tu cara confundida en los pliegues de la toalla,
a María, a José y el hatillo con el niño.
Imagina a tres Reyes, la procesión de sus caravanas
hacia el portal; o mejor, tres rayos que alcanzan
la estrella, el crujido de su carga, el sonido de las campanillas
(en azul espeso, el Niño aún no cuenta
con el eco de una gran campana).
Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez
primera
se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota, en las
tinieblas:
un vagabundo en otro vagabundo
1989
No importa qué había a su alrededor; no importa
qué quería decir la ventisca en sus largos aullidos,
si estaban hacinados en la casa de los pastores,
o si no tenían otro lugar en el mundo.
Primero, estuvieron juntos. Segundo,
lo más importante, eran tres. Y a partir de aquel instante
todo lo que se creaba, se regalaba, o se cocía
por lo menos entre tres se repartía.
El cielo helado sobre improvisado techo
como un adulto que se inclina sobre un pequeño,
fulgía con la estrella, que ya nunca
escaparía a la mirada del niño.
La hoguera ardía, pero la leña se acababa.
Todos dormían. La estrella destacaba entre las demás,
no por su resplandor, quizá excesivo, sino porque unía
al que estaba lejos con el más cercano.
25 de diciembre de 1990
PRESEPIO
El Niño, María, José, los Reyes,
los pastores envueltos en pieles,
animales, camellos, sus guías…
Todo convertido en figuritas de arcilla.
Sobre la nieve de algodón, rociada de purpurina,
arde la hoguera. Y apetece tocar con el dedo
el papel de plata de la estrella; con los cinco mejor,
como entonces lo quiso el Niño de Belén.
Entonces en Belén todo era más grande, pero la arcilla,
con el baño de plata por encima
y el algodón esparcido alrededor,
gustaba hacer el papel de lo que había desaparecido.
Ahora era más grande que todos ellos. Tú,
como un transeúnte a medianoche, desde inalcanzable altura,
te asomas a la ventana del cuartucho -,
y contemplas desde el espacio estas pequeñas figuras.
Allí la vida sigue, igual que unos disminuyen
con los siglos en su volumen,
y otros crecen - como ocurrió contigo -.
Allí luchan con los copos de nieve las figuritas,
y las más pequeña prueba el pecho.
Y uno tiende a cerrar los ojos, o… a abreviar el trecho
que le separa de la otra galaxia, dónde tu desprendías
luz en un sórdido desierto - como en las arenas de
Palestina.
Diciembre de 1991
CANCIÓN DE CUNA
No te tuve en el desierto
al azar:
no había allí nadie,
ni el zar.
Buscarte allí fue en vano.
En el desierto
hay menos espacio que frío
en el invierno.
Unos tienen muñecos, pelotas,
la casa llena.
Tú, para tus juegos de niño,
toda la arena.
Acostúmbrate, hijo mío, al desierto
como a tu destino.
Dondequiera que estés, en él ahora
has de vivir.
Te amamanté con mi pecho.
Y éste
acostumbró tu mirada a la soledad,
y se llenó de ella.
Aquella estrella, a pavorosa distancia,
acaso aquí vea mejor
de tu rostro
el resplandor.
Acostúmbrate, hijo mío, al desierto:
bajo tu pie,
no hay otro suelo firme
sino él.
Allí, el destino está ante la mirada,
a plena luz:
a la legua se distingue la montaña
por la cruz.
Es grandioso y solitario - ¡No son humanos
sus caminos! -
para que vayan pasando
los siglos.
Acostúmbrate, hijo mío, al desierto,
como el polvo
al viento, sintiendo que tú no eres
sólo un cuerpo.
Acostúmbrate a vivir con el misterio:
este saber, tal vez,
podrá ayudarte en aquel vacío
sin límites.
No es peor que el de aquí: tan solo
dura más;
y el amor hacia ti demuestra que tienes
en él un lugar.
Acostúmbrate, querido, al desierto
y a la estrella
que con su incandescente luz
todo lo deslumbra,
como el candil que recordando a su hijo enciende
en la hora tardía
Aquél que lleva en el desierto
más tiempo que nosotros.
Diciembre de 1992
25.XII.1993
¿Qué hace falta para un milagro? A una zamarra de pastor,
un granito de ayer y una pizca de hoy
y mañana, añádeles a ojo
un trocito de espacio y una miga de cielo.
Y el milagro se hará. Porque los milagros
gravitan en torno a la tierra y guardan
nuestras direcciones. Y tanto es su afán por encontrarnos
que incluso en el desierto dan con quien lo habita.
Y, si dejas tu casa, al despedirte,
enciende la estrella de cuatro velas
para que ilumine el mundo vacío y te siga
con su mirada por los siglos de los siglos.
1993
A Elizaveta Leonskaia
En el aire, la helada y olor a pino.
Vestiremos algodón y pieles.
Para vagar cargados por nuestras nieves
más vale un reno que un camello.
En el Norte se cree en un Dios
que es como el vigilante de esa prisión
donde nos molieron las costillas a todos,
y hay quien dice que fue poco.
En el Sur, donde el poso blanco es raro,
se cree en Cristo. Él mismo un fugitivo
que nació en el desierto, en la arena, en el heno,
y que murió, dicen, fuera de casa.
Celebremos hoy, con pan y vino,
la vida transcurrida al raso bajo el cielo,
para no caer, estando en él presos
de la tierra. Porque en él hay más sitio.
Diciembre de 1994
HUIDA A EGIPTO (2)
En una cueva (¡al menos un hogar
más seguro que la suma de ángulos rectos!),
en una cueva los tres, a salvo del frío,
a heno y harapos olía.
El hecho hacia la cama. Fuera,
la nevisca molía la arena.
Y, recordándolo, en sueños,
el buey y la mula daban vueltas.
María oraba; crepitaba la hoguera.
José miraba la llama, sombrío.
El niño, aún demasiado pequeño
para hacer otra cosa, dormía.
Pasó otro día, con sus temores,
sus miedos; con el "ajajá" de Herodes,
que mandó sus tropas para perseguirlos;
y un día menos para alcanzar los siglos.
¡Qué tranquilos aquella noche los tres!
El humo se precipitaba, para no molestarles,
hacia la puerta. Y sólo el buey (tal vez la mula),
dormido, lanzó un suspiro profundo.
A través del umbral los miraba la estrella.
Era el niño el único entre ellos
que sabía lo que significaba
su mirada, pero él, callaba.
Diciembre de 1995
No hay comentarios:
Publicar un comentario