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Arthur Rimbaud (Francia, 1854 - 1891) |
Arthur Rimbaud
I. VERSOS ESCOLARES
A. POEMAS EN LATÍN
1
EL SUEÑO DEL ESCOLAR
Era la primavera, y Orbilio languidecía en Roma, enfermo, inmóvil:
entonces, las armas de un profesor sin compasión iniciaron una tregua:
los golpes ya no sonaban en mis oídos
y la tralla ya no cruzaba mis miembros con permanente dolor.
Aproveché la ocasión: olvidando, me fui a las campiñas alegres.
Lejos de los estudios y de las preocupaciones, una apacible alegría hizo renacer
mi fatigada mente.
Con el pecho hinchado por un desconocido y delicioso contento,
olvidé las lecciones tediosas y los discursos tristes del maestro;
disfrutaba al mirar los campos a lo lejos y los alegres milagros de la tierra
primaveral.
Cuando era niño, sólo buscaba los paseos ociosos por el campo:
sentimientos más amplios cabían ahora en mi pequeño pecho;
no sé que espíritu divino le daba alas a mis sentidos exaltados;
mudos de admiración, mis ojos contemplaban el espectáculo;
en mi pecho nacía el amor por los cálidos campos:
como antaño el anillo de hierro que al amante de Magnesia atrae, con una fuerza
secreta, atándolo sin ruido gracias a invisibles ganchos.
Mientras, con los miembros rotos por mis largos vagabundeos,
me recostaba en las verdes orillas de un río,
adormecido por su suave susurro, llevado por mi pereza y acunado por el concierto de los pájaros y el hálito del aura,
por el valle aéreo llegaron unas palomas,
blanca bandada que traía en sus picos guirnaldas de flores cogidas por Venus,
bien perfumadas, en los huertos de Chipre.
Su enjambre, al volar despacioso, llegó al césped donde yo descansaba, tendido,
y batiendo sus alas a mi alrededor, me rodearon la cabeza, liándome las manos, con una corona de follaje
y, tras coronar mis sienes con ramos de mirto aromado, me alzaron, por los aires,
cual levísimo fardo...
Su bandada me llevó por las altas nubes, adormecido bajo una fronda de rosas;
el viento acariciaba con su aliento mi lecho acunado suavemente.
Y en cuanto las palomas llegaron a su morada natal, al pie de una alta montaña,
y se alzaron con un vuelo rápido hasta sus nichos suspendidos,
me dejaron allí, despierto ya, abandonándome.
¡Oh dulce nido de pájaros!...
Una luz restallante de blancura, en tomo a mis hombros, me viste todo el cuerpo
con sus rayos purísimos:
luz en nada parecida a la penumbrosa luz que, mezclada con sombras, oscurece
nuestras miradas.
Su origen celeste nada tiene en común con la luz de la tierra.
Y una divinidad me sopla en el pecho un algo celeste y desconocido, que corre por
mí como un río.
Y las palomas volvieron trayendo en su pico una corona de laurel trenzada
semejante a la de Apolo cuando pulsa con los dedos las cuerdas;
y cuando con ella me ciñeron la frente,
el cielo se abrió y, ante mis ojos atónitos, volando sobre una nube áurea,
el mismo Febo apareció, ofreciéndome con su mano el plectro armonioso,
y escribió sobre mi cabeza con llama celeste estas palabras:
«SERAS POETA»...
Al oírlo, por mis miembros resbala un calor extraordinario, del mismo modo que,
en su puro y luciente cristal, el sol enardece con sus rayos la límpida fuente.
Entonces, también las palomas abandonan su forma anterior:
el coro de las Musas aparece, y suenan suaves melodías;
me levantan con sus blandos brazos,
proclamando por tres veces el presagio y ciñéndome tres veces de laureles.
(6 de noviembre de 1868)
RIMBAUD ARTHUR
Nacido en Charleville, el 20 de octubre de 1854
Libre externo del colegio de Charleville
2
EL ÁNGEL Y EL NIÑO
El nuevo año ha consumido ya la luz del primer día;
luz tan agradable para los niños, tanto tiempo esperada y tan pronto olvidada,
y, envuelto en sueño y risa, el niño adormecido se ha callado...
Está acostado en su cuna de plumas; y el sonajero ruidoso calla, junto a él, en el
suelo.
Lo recuerda y tiene un sueño feliz:
tras los regalos de su madre, recibe los de los habitantes del cielo.
Su boca se entreabre, sonriente, y parece que sus labios entornados invocan a
Dios.
Junto a su cabeza, un ángel aparece inclinado:
espía los susurros de un corazón inocente y, como colgado de su propia imagen,
contempla esta cara celestial: admira sus mejillas, su frente serena, los gozos de su
alma,
esta flor que no ha tocado el Mediodía:
«¡Niño que a mí te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;
habita el palacio que has visto en tu sueño;
¡eres digno! ¡Que la tierra no se quede ya con un hijo del cielo!
Aquí abajo, no podemos fiamos de nadie; los mortales no acarician nunca con dicha
sincera;
incluso del olor de la flor brota un algo amargo;
y los corazones agitados sólo gozan de alegrías tristes;
nunca la alegría reconforta sin nubes y una lágrima luce en la risa que duda.
¿Acaso tu frente pura tiene que ajarse en esta vida amarga, las preocupaciones turbar los llantos de tus ojos color cielo y la sombra del ciprés dispersar las rosas de
tu cara?
¡No ocurrirá! te llevaré conmigo a las tierras celestes,
para que unas tu voz al concierto de los habitantes del cielo.
Velarás por los hombres que se han quedado aquí abajo.
¡Vamos! Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Y que tu madre no se vele con lúgubre luto;
que no mire tu féretro con ojos diferentes de los que miraban tu cuna;
que abandone el entrecejo triste y que tus funerales no entristezcan su cara,
sino que lance azucenas a brazadas,
pues para un ser puro su último día es el más bello!»
De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada...
y lo siega, sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo.
Ahora, el lecho guarda sólo unos miembros empalidecidos, en los que aún hay
belleza,
pero ya no hay un hálito que los alimente y les dé vida.
Murió... Mas en sus labios, que los besos perfuman aún, se muere la risa,
y ronda el nombre de su madre;
y según se muere, se acuerda de los regalos del año que nace.
Se diría que sus ojos se cierran, pesados, con un sueño tranquilo.
Pero este sueño, más que nuevo honor de un mortal,
rodea su frente de una luz celeste desconocida,
atestiguando que ya no es hijo de la tierra, sino criatura del Cielo.
¡Oh! con qué lágrimas la madre llora a su muerto
¡cómo inunda el querido sepulcro con el llanto que mana!
Mas, cada vez que cierra los ojos para un dulce sueño,
le aparece, en el umbral rosa del cielo, un ángel pequeñito que disfruta llamando a
la dulce madre que sonríe al que sonríe.
De pronto, resbalando en el aire, en tomo a la madre extrañada, revolotea con sus
alas de nieve
y a sus labios delicados une sus labios divinos.
(1.º semestre de 1869)
ARTHUR RIMBAUD
Nacido el 20 de octubre de 1854 en Charleville
3
COMBATE DE HÉRCULES
Y DEL RÍO AQUELO
Antaño, el Aquelo de aguas henchidas salió de su vasto lecho;
tumultuoso irrumpió por los valles en cuesta envolviendo en sus aguas los rebaños y
el adorno de las mieses doradas.
Caen las casas de los hombres derruidas y los campos que se extienden a lo ancho
van siendo abandonados;
la Ninfa ha dejado su valle
los coros de los faunos se han callado:
todos contemplaban el furioso río.
Alcides, al oír sus quejas, se compadeció de ellos:
para frenar los furores del río lanza a las aguas crecidas su enorme cuerpo,
expulsa con sus brazos las oleadas que espumean
y las devuelve domadas a su lecho.
La ola del río vencido se estremece con rabia.
Al instante, el dios del río adopta la forma de una serpiente:
silba, chirría y retuerce su torso amoratado
y con su terrible cola golpea las esponjosas orillas.
Entonces, Alcides se avalanza, con sus robustos brazos, le rodea el cuello, lo
aprieta, lo destroza con sus potentes músculos,
y, volteando el tronco de un árbol lo lanza sobre él, dejándolo moribundo sobre la
negra arena
y alzándose furioso, le brama:
«¿Te atreves a desafiar los músculos hercúleos, imprudente, no sabes que crecieron
en estos juegos ––ya, cuando aún niño, estaba en mi primera cuna––:
ignoras que he vencido a los dos dragones?
Pero la vergüenza estimula al dios del río y la gloria de su nombre derrumbado, en
su corazón oprimido por el dolor, se resiste;
sus fieros ojos brillan con un fuego ardiente,
su terrible frente armada surge desgarrando el viento;
muge, y tiemblan los aires ante su horrendo mugido.
Mas el hijo de Alcmena se ríe de esta lucha furiosa...
Vuela, coge y zarandea los miembros temblorosos y los esparce por el suelo:
aplasta con la rodilla el cuello que cruje
y aprieta con un nudo vigoroso la garganta palpitante, hasta que exhala estertores.
Y entonces, Alcides, arrogante, mientras aplasta al monstruo, le arranca de la frente
ensangrentada un cuerno ––prueba de su victoria.
Al verlo, los Faunos, los coros de las Dríades y las hermanas de las Ninfas
cuyas riquezas y refugios natales el vencedor había vengado se acercan hasta donde
estaba, recostado perezosamente a la sombra de un roble,
evocando en su alegre espíritu los triunfos pasados.
Su alegre tropel lo rodea y corona su frente con múltiples flores y lo adorna con verdes guirnaldas.
Todos, entonces, cogen, como si fueran una sola mano, el cuerno que junto a él
yacía,
llenando el despojo cruento de ubérrimas manzanas y de perfumadas flores.
Primer semestre de 1869
RIMBAUD
(Externo en el colegio de Charleville)
4
YUGURTA
La Providencia es causa de que,
algunas veces, el mismo hombre
reaparezca en siglos diferentes.
BALZAC, Cartas.
I
Ha nacido en las colinas de Arabia un niño enorme, y el aura leve ha dicho: «¡Éste
es el nieto de Yugurta!...»
Hacía poco tiempo que había desaparecido por los aires aquel que pronto sería para
la patria y para el pueblo árabe Yugurta,
cuando una sombra apareció sobre el niño, ante la mirada atónita de los padres
––la sombra de Yugurta,
narrando su vida y profiriendo este oráculo:
«¡Oh patria mía! ¡oh tierra defendida por mis trabajos!...»
e, interrumpida momentáneamente por el céfiro, se calló un momento...
«Roma, impura morada antaño de numerosos ladrones, rompió, malvada, sus muros
angostos y se expandió por sus alrededores, encadenando los contornos vecinos:
abrazó con lazos apretados el orbe y lo hizo suyo.
Muchos pueblos no quisieron rechazar el yugo fatal;
y los que cogieron las armas derramaban su sangre a porfia, pero sin resultados para
la libertad de su patria.
Más grande que los obstáculos, Roma destrozaba pueblos, cuando no se aliaba con
sus ciudades.
Ha nacido en las colinas de Arabia un niño enorme, y el aura ligera ha dicho: «Éste
es el nieto de Yugurta...»
«Yo mismo creí que este pueblo tenía sentimientos generosos,
pero cuando fui mayor y pude ver esta nación de cerca,
¡una gran herida apareció bajo su enorme pecho!...
––¡un veneno siniestro se había diluido por sus miembros: la sed fatal del oro!
Toda ella estaba levantada en armas...
¡Y esta ciudad meretriz reinaba sobre el orbe entero!
Contra esta reina, contra Roma, decidí luchar,
despreciando el pueblo al que toda la tierra obedece!...»
Ha nacido en las colinas de Arabia un niño enorme, y el aura ligera ha dicho: «¡Éste
es el nieto de Yugurta!...»
«Pues, cuando Roma decidió inmiscuirse en los consejos de Yugurta,
para apoderarse, de manera imperceptible y con engaños, de mi patria,
tomé conciencia de las cadenas amenazantes y decidí enfrentarme a Roma,
¡experimentando los profundos dolores de un corazón angustiado!
¡Oh pueblo sublime!, ¡mis guerreros!, ¡muchedumbre santa!
Y aquélla, la reina arrogante, gloria del orbe, aquélla, se derrumbó ––se derrumbó,
embriagada por mis dones.
¡Cómo nos hemos reído, nosotros, Númidas, con la ciudad de Roma!
El bárbaro Yugurta estaba en todas las bocas:
¡Nadie podía oponerse a los Númidas!...
Ha nacido en las colinas de Arabia un niño enorme, y el aura ligera ha dicho: «¡Éste
es el nieto de Yugurta...!»
¡Ése soy yo, el Númida, llamado a adentrarme, con valor, en el territorio de los
Romanos, hasta la Ciudad!
Asenté un golpe en su orgullosa frente, despreciando sus tropas mercenarias.
Y este pueblo se levantó en armas, durante tanto tiempo olvidadas:
yo no he dejado la espada: no tenía ninguna esperanza de triunfar... ¡pero al menos
podía competir con Roma!
Opuse ríos, opuse rocas a los batallones de Rómulo:
ora luchan por las arenas de Libia,
ora combaten por los castros altísimos de las cumbres:
a veces tiñen con su sangre derramada mis campiñas;
¡y se quedan desconcertados ante un enemigo tenaz que desconocen...!»
Ha nacido en las colinas de Arabia un niño enorme, y el aura ligera dice: «¡Éste es
el nieto de Yugurta!...»
«Tal vez hubiera vencido, al fin, a los escuadrones enemigos...
Mas, la perfidia de Bocchio... ––Para qué revolver más el asunto?
Contento, abandoné la patria y el poder del reino,
contento, por haberle aplicado a Roma el golpe del rebelde.
Pero he aquí que aparece un nuevo vencedor del campeador de los Arabes,
¡Galia! ...
Tú, hijo mío, si infringes el destino cruel, tú serás el vengador de la Patria...
¡Pueblos subyugados, tomad las armas!...
¡Que en vuestros pechos dominados renazca el valor primitivo!
¡Blandid de nuevo las espadas y, acordándoos de Yugurta, repeled a los
vencedores!
¡Ofreced vuestra sangre derramada a la patria!
¡Que emerjan en medio de la guerra los leones de Arabia, desgarrando con sus
dientes vengadores a las huestes enemigas!
¡Y tú, crece, niño! ¡Favorezca la fortuna tus trabajos
y que el Galo no deshonre ya las costas árabes!...»
––¡Y el niño jugaba con su corva espada!...
II
¡Napoleón!... ¡Oh, Napoleón!... El nuevo Yugurta ha sido vencido...
Vencido, languidece en una indigna cárcel.
Y he aquí que Yugurta se le aparece de nuevo, en la sombra, al guerrero
y con su plácida boca susurra estas palabras:
«¡Ríndete, tú, hijo mío, al nuevo Dios. Que ya no existan más disputas!
Ahora nace una era mejor...
La Galia va a romper tus cadenas y verás la prosperidad del Árabe, alegre, bajo el
Galo vencedor.
Acepta la alianza de un pueblo generoso...–– grande, de pronto, gracias a un país
inmenso,
sacerdote y jurado de la Justicia....
Ama de corazón a tu abuelo Yugurta... acuérdate siempre de su destino:
III
¡Pues es el genio de las orillas árabes el que se te aparece!...»
2 de julio de 1869
RIMBAUD JEAN-NICOLAS-ARTHUR
(Externo del colegio de Charleville)
5
JESÚS DE NAZARET
En aquel tiempo Jesús vivía en Nazaret:
Crecía en virtud el niño y también crecía en años.
Una mañana, cuando vio que los tejados se ponían rubescentes
salió de su cama, mientras todo dormía bajo un pesado sopor,
para que José, al levantarse, encontrara la tarea ya acabada. Volcado sobre el
trabajo y con el rostro sereno, tirando y empujando una enorme sierra,
cortaba muchas tablas con sus brazos de niño.
Lejos, sobre los altos montes, el claro sol subía
y sus llamas de plata entraban por las humildes ventanas...
Ya conducen los boyeros los rebaños a los pastos
y admiran, al pasar, al joven artesano y los ruidos del trabajo matutino.
«¿Quién es este niño?», preguntan.
Su cara expresa una seriedad mezclada de belleza; y la fuerza nace en sus brazos.
El joven artífice trabaja el cedro con arte, como un veterano;
ni los trabajos de Hiram fueron antaño tan grandes, cuando, en presencia de
Salomón,
con vigoroso y prudente brazo, cortaba los enormes cedros y los maderos del
templo.
Sin embargo, su cuerpo se arquea más flexible que una grácil caña,
alcanzando su espalda el hacha, cuando la levanta.»
Pero su madre, oyendo el rechinar de la hoja de la sierra, había abandonado el
lecho,
y entrando sigilosa y en silencio,
sorprendida ve al niño que se afana y que maneja enormes tablas...
Apretando los labios mira,
y, mientras abraza a su hijo con su mirada serena, por sus trémulos labios se pierden
vagos murmurios; Brilla la risa en sus lágrimas...
Más la sierra, de pronto, se rompe, hiriendo los dedos incautos
y su cándida túnica se mancha con la sangre purpúrea...
un leve gemido se eleva de su boca.
Pero, al ver de repente a su madre, los dedos enrojecidos esconde bajo su vestido
y, fingiendo sonreír, la saluda.
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La Madre, postrada a rodillas de su hijo,
acaricia, ¡qué pena!, con sus dedos los dedos del niño
y besa repetidamente sus tiernas manos, con largos gemidos,
bañando su cara con enormes lágrimas.
Pero el niño impertérrito dice: «¿Por qué lloras, madre ignorante?
¿Porque el hiriente filo de la sierra rozó mis dedos?
¡Aún no ha llegado el momento en el que te sea preciso llorar!»
Y, entonces, reemprende el trabajo:
su madre, silenciosa, vuelve hacia el suelo su rostro luminoso, pensando en tantas
cosas
y mirando a su hijo con tristes miradas:
«Gran Dios, hágase tu voluntad santa.»
(1870)
A. RIMBAUD
B: POEMAS DE «UN CORAZÓN
BAJO UNA SOTANA»
¡A nuestro lado,
Virgen María
Madre querida
del Jesús manso,
oh Santo Cristo,
ven madre santa,
Virgen preñada,
a redimirnos!
2
¿Acaso no imaginas por qué de amor me muero?
La flor me dice: ¡Hola! ¡Buenos días!, el ave.
Llegó la primavera, la dulzura del ángel.
¡No adivinas acaso por qué de embriaguez hiervo!
Dulce ángel de mi cuna, ángel de mi abuelita,
¿No adivinas acaso que me transformo en ave
que mi lira palpita y que mis alas baten
como una golondrina?
3
LA BRISA
En su retiro de algodón,
con suave aliento, duerme el aura:
en su nido de seda y lana,
el aura de alegre mentón
Cuando el aura levanta su ala,
en su retiro de algodón
y corre do la flor lo llama
su aliento es un fruto en sazón.
¡Oh, el aura quintaesenciada!
¡Oh, quinta esencia del amor!
¡Por el rocío enjugada,
qué bien me huele en el albor!
Jesús, José, Jesús, María.
Es como el ala de un halcón
que invade, duerme y apacigua
al que se duerme en oración.
II. POESÍAS DE 1869––1871
1
EL AGUINALDO DE LOS HUÉRFANOS
I
El cuarto es una umbría; levemente se oye
el bisbiseo triste y suave de dos niños.
Sus cabezas se inclinan, llenas aún de sueños
bajo al blanco dosel que tiembla, al ser alzado.
En la calle, los pájaros, se apiñan, frioleros:
bajo el gris de los cielos, sus alas se entumecen;
y envuelto en su cortejo de bruma, el Año Nuevo,
arrastrando los pliegues de su manto de nieves,
sonríe entre sollozos, y canta estremecido...
II
Mientras tanto, los niños, bajo el dosel flotante,
hablan bajito como en las noches oscuras.
Escuchan, a lo lejos, algo como un murmullo...
y tiemblan al oír la voz clara y dorada
del timbre matinal que lanza y lanza aún
su estribillo metálico bajo el globo de vidrio...
––Pero el cuarto está helado... podemos ver, tiradas
en el suelo, las prendas de luto, en tomo al lecho:
¡el cierzo, áspero y crudo, gimiendo en el umbral
invade con su aliento mohino la morada!
Sentimos que algo falta, en la casa, en los niños...
¿Ya no existe una madre para estos pequeños,
una madre con risa fresca y mirada airosa?
¿Se ha olvidado, de noche, sola y casi dormida
de encender esa llama que la ceniza esconde,
de echar sobre sus cuerpos el plumón y la lana,
pidiéndoles perdón, antes de abandonarlos?
¿No ha previsto que el frío hiere la madrugada,
que el cierzo del invierno acecha en el umbral?
––¡La esperanza materna, es la cálida alfombra,
es el nido mullido, en el que los chiquillos,
cual pájaros hermosos que acunan el follaje
duermen, acurrucados, sus dulces sueños blancos!...
––Pero éste es como un nido, sin plumas, sin tibieza,
en el que los pequeños tienen frío y no duermen,
miedosos, sólo un nido que el cierzo ha congelado...
III
Ya lo habéis comprendido: es que no tienen madre
¡Sin madre está el hogar! ––y ¡qué lejos el padre!...
Una vieja criada se está ocupando de ellos;
y en la casona helada, los niños están solos.
Huérfanos de cuatro años... de pronto en su cabeza
se despierta, riendo, un recuerdo que asciende:
algo como un rosario desgranado al rezar.
––¡Mañana deslumbrante, mañana de aguinaldos!
cada uno, de noche, soñaba con los suyos,
en un extraño sueño, poblado de juguetes
dulces vestidos de oro, joyas resplandecientes,
bailando en torbellinos una danza sonora,
bajo el dosel ocultos, y, luego, desvelados.
Se despertaban pronto y, alegres, se marchaban,
con los labios golosos, frotándose los párpados,
y el pelo alborotado en tomo a la cabeza,
con los ojos brillantes de los días festivos,
rozando con las plantas desnudas la tarima,
a la alcoba paterna: llamaban despacito...
¡entraban!... y en pijama... ¡todo eran parabienes,
besos como en guirnaldas y libre algarabía!
IV
¡Tenían tanto encanto las palabras ya dichas!
––Pero cómo ha cambiado la casa de otros tiempos:
El fuego chispeaba, claro, en la chimenea,
alumbrando a raudales el viejo cuarto oscuro;
y los rojos reflejos lanzados por las llamas
jugaban en rodales por los muebles lacados...
––¡Cerrado y sin su llave estaba el gran armario!
Muchas veces, miraban la puerta parda y negra...
¡sin llave!... ¿no es extraño?... y soñaban, mirando,
en todos los misterios dormidos en su seno,
creyendo oír, lejano, en el ojo entreabierto,
un ruido hondo y confuso, como alegre susurro...
––La alcoba de los padres, hoy está tan vacía:
ningún rojo reflejo brilla bajo la puerta;
ya no hay padres, ni fuego, ni llaves sustraídas;
¡así pues, ya no hay besos ni agradables sorpresas!
Qué triste les va a ser el día de Año Nuevo.
––Y, absortos, mientras cae del azul de sus ojos,
lentamente, en silencio, una lágrima amarga,
murmuran: «¿Cuándo, ¡ay!, volverá nuestra madre?»
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Ahora, los pequeños duermen tan tristemente
que al verlos pensaríais que lloran mientras duermen,
con los ojos hinchados y el soplo jadeante.
¡Los niños pequeñitos son seres tan sensibles!
Pero el ángel que vela junto a las cunas llega
para secar sus ojos, y de esta pesadilla
nace un alegre sueño, un sueño tan alegre
que sus labios cerrados piensan, al sonreír...
––Y sueñan que, apoyados en sus brazos llenitos,
igual que al despertarse, adelantan su cara
mirando en derredor con mirar distraído,
creyéndose dormidos en paraísos rosas.
Canta en la chimenea alegremente el fuego...
un cielo azul y hermoso entra por la ventana;
el mundo se despierta y se embriaga de luces...
y la tierra, desnuda, y alegre, al revivir,
tiembla henchida de gozo con los besos del sol...
y en el caserón viejo todo es tibio y rojizo:
los vestidos oscuros ya no cubren en el suelo,
el cierzo ya no grita, dormido en el umbral…
¡Diríase que un hada ha invadido las cosas!
––Los niños han gritado, alegres... allí, mira...
unto al lecho materno, en un fulgor rosado,
allí, sobre la alfombra, un objeto destella...
Son unos medallones de plata, blancos, negros,
de nácar y azabache, con luces rutilantes:
son dos marquitos negros con un festón de vidrio,
y en letras de oro brilla un grito: «A NUESTRA MADRE»
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Diciembre de 1869
2
PRIMERA VELADA
Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana arrimaban,
pícaros, su fronda pícara.
Asentada en mi sillón,
desnuda, juntó las manos.
Y en el suelo, trepidaban,
de gusto, sus pies, tan parvos.
––Vi cómo, color de cera,
un rayo con luz de fronda
revolaba por su risa
y su pecho ––en la flor, mosca,
––Besé sus finos tobillos.
Y estalló en risa, tan suave,
risa hermosa de cristal.
desgranada en claros trinos...
Bajo el camisón, sus pies
––¡Basta, basta!» ––se escondieron.
––¡La risa, falso castigo
del primer atrevimiento!
Trémulos, pobres, sus ojos
mis labios besaron, suaves:
––Echó, cursi, su cabeza
hacia atrás: «Mejor, si cabe...!
Caballero, dos palabras...»»
––Se tragó lo que faltaba
con un beso que le hizo
reírse... ¡qué a gusto estaba!
––Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana asomaban,
pícaros, su fronda pícara.
1870
3
SENSACIÓN
Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano,
herido por el trigo, a pisar la pradera;
soñador, sentiré su frescor en mis plantas
y dejaré que el viento me bañe la cabeza.
Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos:
pero el amor sin límites me crecerá en el alma.
Me iré lejos, dichoso, como con una chica,
por los campos, tan lejos como el gitano vaga.
Marzo de 1870
4
EL HERRERO
Palacio de las Tullerías, hacia el 10 de agosto del 92
Con el brazo en la maza gigantesca, terrible
de embriaguez y grandeza, frente ancha, boca enorme
abierta, cual clarín de bronce por la risa,
con su hosca mirada, sujetando a ese gordo,
al pobre Luis, un día, le decía el Herrero
que el Pueblo estaba ahí, girando en rededor,
y arrastrando su ropa sucia por las paredes
doradas. Y el buen rey, de pie sobre su tripa,
palideció, cual reo que llevan a la horca;
mas, como can sumiso, el rey no protestaba,
pues el hampón de fragua, el de los anchos hombros,
contaba viejos hechos y cosas tan extrañas
que fruncía la frente, herida de dolor.
«Pues sepa usted, Mi Sire, cantando el tralalá
llevábamos los bueyes a los surcos ajenos:
el Canónigo, al sol, tejía padres nuestros
por rosarios granados con claras perlas de oro,
el Señor, a caballo, tocando el olifante,
pasaba; con garrote, el primero, con látigo,
el otro, nos zurraban. ––Como estúpidos ojos
de vaca, nuestros ojos ya no lloraban; íbamos...
y cuando como un mar de surcos, la comarca
dejábamos, sembrando en esa tierra negra
trozos de nuestra carne... nos daban la propina:
incendiaban de noche nuestra choza; en las llamas
ardían nuestros hijos cual tortas bien horneadas.
...«¡No me quejo, qué va! Te digo mis manías,
en privado. Y admito que tú me contradigas.
¿Acaso no es hermoso ver en el mes de junio
cómo entran en la granja los carros llenos de heno,
enormes, y en los huertos oler, cuando llovizna,
todo cuanto germina por la hierba rojiza;
ver en sazón la espiga de los trigos granados, ,
y pensar que un buen pan se anuncia en los trigales...?
¡Aún hay más: iríamos a la fragua encendida,
cantando alegremente al ritmo de los yunques,
si al menos nos dejaran coger unas migajas,
hombres, al fin y al cabo, de cuanto Dios ofrece!
––¡Y siempre se repite la misma y vieja historia...!
«¡Pero ahora ya sé: y no puedo admitir,
teniendo dos manazas, mi frente y mi martillo,
que alguien pueda llegar, con el puñal en ristre,
para decirme: Mozo, siembra mis sembradíos,
y que en tiempo de guerra vengan para llevarse
mi hijo de su casa, como algo natural!
––Yo podré ser un hombre; tu podrás ser el rey,
y decirme: ¡Lo quiero! Te das cuenta, es estúpido.
Crees que me entusiasma ver tu espléndida choza,
tus soldados dorados, miles de maleantes,
tus bastardos de dios, como pavos reales:
han vertido en tu nido el olor de las mozas
y edictos condenándonos a vivir en Bastillas;
gritaremos: ¡Muy bien: de rodillas, los pobres!
¡Doraremos tu Louvre dándote nuestros reales!
y te emborracharás, armando la gran juerga.
––Mientras ríen los Amos pisando nuestras frentes.
«¡Pues no; tales guarradas son de épocas pretéritas!
El pueblo ya no es una puta. Tres pasos
dimos y hemos dejado la Bastilla en añicos.
Esta bestia sudaba sangre por cada piedra;
daba asco ver aún alzada la Bastilla,
con sus muros leprosos, contando lo ocurrido
y encerrándonos siempre en su prisión de sombra.
––¡Ciudadano!, el pasado siniestro, entre estertores
se derrumbaba al fin, al conquistar la torre.
Algo como el amor el corazón henchía
al tener nuestros hijos contra el pecho, abrazados.
Y, como los caballos de ollares turbulentos,
íbamos, bravos, fuertes, y nos latía aquí.
Íbamos bajo el sol, así, la frente alzada,
por París. Se paraban ante nuestros harapos.
¡Por fin! ¡Éramos Hombres! Pero estábamos lívidos,
Sire, aunque embriagados de esperanzas atroces:
y, cuando al fin llegamos ante las negras torres,
blandiendo los clarines y las ramas de roble,
con las lanzas alzadas... ya no sentimos odio,
––¡Nos creímos tan fuertes que quisimos ser mansos!
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¡Desde aquel día heroico, andamos como locos!
Oleadas de obreros han tomado la calle
y, malditos, caminan, muchedumbre que espectros
sombríos acrecienta, hacia el hogar del rico:
yo corro junto a ellos a matar al chivato:
corro, por París, negro, con el martillo al hombro,
hosco, por los rincones, liquidando truhanes...
¡Si te ríes de mí, soy capaz de matarte!
––Puedes contar con ello, no repares en gastos
junto a tus hombres negros, que aceptan nuestras quejas
y se las van pasando, como sobre raquetas,
mientras dicen, bajito, ¡los muy golfos!: «¡Qué tontos!»,
para apañar las leyes y sacar octavillas
con hermosos decretos color rosa y basura,
jugando a hacerse un traje al crear otro impuesto,
antes de taponarse la nariz si pasamos.
––¡Nuestros representantes piensan que somos mugre!
Para quien sólo teme las bayonetas, basta...
¡Abajo sus petacas atestadas de argucias!
¡Estamos hasta el gorro de estas seseras planas,
y de estos gilipollas! ¡Pero, ésta es la comida
que nos sirves, burgués, cuando estamos feroces,
ahora que rompemos los báculos, los cetros!»
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Lo agarra por el brazo, arranca el terciopelo
de las cortinas: «¡Mira!»» En los inmensos patios
la muchedumbre hierve igual que un hormiguero,
la muchedumbre aciaga con su fragor de ola,
ululando cual perra, bramando como un mar,
con sus broncos garrotes, con sus picas de hierro,
sus tambores, sus gritos de mercado y pocilga;
montón negro de andrajos que gorros rojos tiñen.
¡El Hombre se lo muestra por la ventana abierta
al rey que suda, pálido, y que se tambalea,
enfermo, al contemplarlo!
«Es la Crápula, Sire.
Babea por los muros, crece, se agita, inmensa:
––¡Pero, al no comer, son, Sire, los miserables!.
Yo soy un simple herrero: mi mujer va con ellos,
¡loca!, pues cree que hay pan en Las Tullerías.
––Nos echa el panadero de la tienda, por pobres.
Tengo tres hijos. Soy crápula. ––Y conozco
viejas que van llorando bajo sus viejas cofias
porque alguien les quitó su muchacho o su chica:
Es la crápula.
Uno residió en la Bastilla,
otro era un presidiario: los dos son ciudadanos
honrados. Y aunque libres los tratan como a perros:
¡los insultan! Y sienten cómo les duele ahí,
algo. ¡No pasa nada! Pero es triste; y al verse
rota el alma, y al verse por siempre condenados,
están aquí, ahora, ¡gritándote a la cara!
¡Crápula!
También hay, dentro, chicas, sin honra
porque (vos lo sabéis, que la mujer es débil)
Señores de la corte (y que siempre consiente)
les habéis escupido en el alma, por nada.
Ahora están ahí, las que amasteis.
––La crápula.
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¡Todos los Desgraciados, cuyas espaldas arden
bajo un sol inclemente, avanzando, avanzando,
sintiendo que el trabajo les revienta la frente;
––descubríos, burgueses––, éstos sí son los Hombres!
¡Somos Obreros, Sire, Obreros, preparados
para la nueva era que pretende saber:
el Hombre forjará del alba hasta la noche,
cazador de los grandes efectos y sus causas,
tranquilo vencedor domeñará las cosas
hasta montar al Todo cual si fuera un corcel!
¡Espléndido fulgor de las fraguas! ¡No existe
ya el mal! Lo que ignoramos, tal vez sea terrible:
¡lo sabremos! Empuñando el martillo, cribemos
todo cuanto aprendimos: luego, Hermano, ¡adelante!.
A veces tengo un sueño enorme y conmovido:
vivo con sencillez, ardientemente, nada
malo sale de mí, bajo la amplia sonrisa
de una mujer que amo, con noble amor trabajo;
¡y así trabajaríamos, ufanos, todo el día,
escuchando el deber cual clarín clamoroso!
¡Qué felices seríamos! Y nadie, nadie digo,
vendría a doblegarnos; no, sobre todo, ¡nadie!.
Tengo el fusil colgado sobre la chimenea...
.....................................................................
«El aire está preñado de un aroma de guerra.
¿Pero qué te decía? ¡Ah! Que soy chusma; vale.
Y quedan todavía soplones y logreros.
Nosotros somos libres y sufrimos visiones
donde nos vemos grandes; ¡grandes! Ahora mismo,
¿no hablaba del deber tranquilo, de una casa...?
¡Contempla, pues, el cielo! ––Lo encontramos pequeño:
¡palmarla de rodillas y con tanto calor!
¡Contempla, pues, el cielo! ––Yo me voy con mi gente,
con esta chusma enorme y horrísona que arrastra,
tus cañones decrépitos por el sucio empedrado.
––Cuando nos maten, Sire, los habremos lavado.
––Y si al vemos gritar, si ante nuestra venganza,
las patas de los reyes viejos y pavonados
lanzan sus regimientos, de gala, contra Francia,
allí estaréis vosotros.
¡Pues, a la mierda, perros!»
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––Volvió a echar su martillo al hombro.
El gentío
junto a este gigante se sentía embriagado,
y, por el patio inmenso, por los apartamentos,
donde París jadeante ululaba feroz,
un temblor sacudió la muchedumbre inmensa.
Entonces, con su mano, coronada de mugre,
aunque el panzudo rey sudaba, el Herrero,
terrible, el gorro rojo, a la cara le arroja.
5
SOL Y CARNE
I
El sol, hogar de vida radiante de ternura,
vierte su ardiente amor sobre el mundo extasiado;
y cuando nos tumbamos en el valle, sentimos
que la tierra es doncella rebosante de sangre;
que su inmenso regazo, henchido por un alma,
es de amor, como Dios, de carne, como una hembra
y que encierra, preñada de savias y de luces,
el hervidero inmenso de todos los embriones.
Todo crece, pujante.
¡Oh Venus, oh diosa!
Añoro aquellos días, cuando el mundo era joven,
con sátiros lascivos, con silváticos faunos,
con dioses que mordían, en amor, la enramada,
besando entre ninfeas a la Ninfa dorada.
Añoro aquellos días, cuando la savia cósmica,
el agua de los ríos y la sangre rosada
de los árboles verdes, en las venas de Pan
encerraba tremante un mundo, y que la tierra,
bajo su pie de cabra, lozana palpitaba;
cuando, al besar, suave, su labio la siringa,
tocaba bajo el cielo el gran himno de amor;
cuando en medio del campo, oía, en tomo a él,
la respuesta, a su voz, de la Naturaleza;
cuando el árbol callado que acuna el son del ave,
y la tierra que acuna al hombre, y el Océano
azul, inmensamente, y todo lo creado,
animales y plantas, amaba, amaba en Dios.
Añoro aquellos días de Cibeles, la grande,
que recorría, cuentan, enormemente bella,
en su carro de bronce, ciudades deslumbrantes:
sus senos derramaban, gemelos, por doquier
el arroyo purísimo de la vida infinita;
y el hombre succionaba, dichoso, la ubre santa,
como un niño pequeño que juega en su regazo.
––Y el Hombre, por ser fuerte, era casto y afable.
Por desgracia, ahora dice: ya sé todas las cosas;
y va, avanzando a ciegas, sin oír, sin mirar.
––¡Así pues, ya no hay dioses! ¡Ya sólo el Hombre es Rey,
sólo él Dios! ¡Pero Amor es la única Fe ... !
¡Si el hombre aún bebiera de tus ubres, Cibeles,
gran madre de los dioses y de todos los hombres,
si no hubiera olvidado la inmortal Astarté,
que antaño, al emerger en el fulgor inmenso
del mar, cáliz de carne que la ola perfuma,
mostró su ombligo rosa, donde la espuma nieva,
e hizo cantar, Diosa de ojos negros triunfales,
el roncal en el bosque y en el pecho el amor!
II
¡Creo en ti, creo en ti! Divinidad materna,
¡Afrodita marina! ––Pues, el camino es áspero
desde que el otro Dios nos unció a su cruz;
¡Came, Flor, Mármol, Venus, es en ti en quien creo!
––El Hombre es triste y feo, triste bajo los cielos;
y ahora anda vestido, ahora que no es casto,
pues ensució su busto orgulloso de dios
y se ha ido encogiendo, cual ídolo en la hoguera,
al dar su cuerpo olímpico a sucias servidumbres;
incluso, tras la muerte, quiere vivir, burlando
con pálido esqueleto su belleza primera.
––Y el ídolo al que diste tanta virginidad,
alzando a lo divino nuestra arcilla, la Hembra,
con vistas a que el Hombre alumbrara su alma,
subiendo lentamente, en un amor inmenso,
de la cárcel terrestre al día, en su belleza,
la Hembra, ¡ya ni sabe ser simple cortesana!.
––¡Qué broma tan pesada! ¡y el mundo ríe estúpido
al oírte nombrar, dulce, sacra y gran Venus!
III
¡Si el tiempo retomara, el tiempo que ya fue...!
––¡El Hombre está acabado, se acabó su teatro!
Y un día, a plena luz, harto de romper ídolos,
libre renacerá, libre de tantos dioses,
buceando en los cielos, pues pertenece al cielo.
¡El Ideal, eterno pensamiento invencible,
ese dios que se agita en la camal arcilla,
subirá, subirá, y arderá en su cabeza!
Y, cuando lo sorprendas mirando el horizonte,
libre de viejos yugos que desprecia sin miedos,
vendrás a concederle la santa Redención
––Espléndida, radiante, del seno de los mares
nacerás, derramando por el vasto Universo
el Amor infinito en su infinita risa:
el Mundo vibrará como una lira inmensa
en el temblor sin límites de un beso repetido.
––El Mundo está sediento de Amor: aplácalo.
................................................................................................................................
[¡Libre, el hombre levanta, altiva, su cabeza!
¡Y, raudo, el rayo prístino de la primer belleza
da vida al dios que late en el altar de carne!
Dichoso en su presente, pálido en su recuerdo,
el hombre quiere ahondar, ––y saber. ¡La Razón,
tanto tiempo oprimida en sus maquinaciones,
salta de su cerebro! ––¡Ella sabrá el Por qué!...
¡Que brinque libre y ágil: y el Hombre tendrá Fe!
¿Por qué es mudo el azur e insondable el espacio?
¿Por qué los astros de oro que hierven como arena?
Si subiéramos más y más, allá arriba ¿qué habría?
¿Existe algún Pastor de este inmenso ganado
de mundos trashumantes por el horrible espacio?
Y estos mundos que el éter abraza inmensamente
¿vibran, acaso, al son de una llamada eterna?
––¿El Hombre puede ver? ¿y decir: creo, creo?
¿La voz del pensamiento va más allá del sueño?
Si en el nacer es raudo, si su vida es tan corta
¿de dónde viene el Hombre? ¿se abisma en el Océano
profundo de los gérmenes, los Fetos, los Embriones,
en el Crisol sin fondo del que la Madre cósmica
lo resucitará, criatura que vive,
para amar en la rosa y crecer en los trigos?....
¡No podemos saberlo! ––¡Estamos agobiados
por un oscuro manto de ignorancia y quimeras!
¡Farsas de hombre, caídos de las vulvas maternas,
nuestra razón, tan pálida, nos vela el infinito!
¡Si queremos mirar, la Duda nos castiga!
La duda, triste pájaro, nos hiere con sus alas!...
––¡Y en una huida eterna huyen los horizontes!.
.....................................................................
¡Ancho se entreabre el cielo! ¡Los misterios han muerto
ante el Hombre, de pie, que se cruza de brazos,
fuerte, en el esplendor de la naturaleza!
Si canta... el bosque canta, y el río rumorea
un cántico radiante que brota hacia la luz!...
––¡Llegó la Redención! ¡Amor, amor, Amor!...].
.....................................................................
IV
¡Oh esplendor de la carne! ¡Ideal esplendor!
¡Renadío de amores, amanecer triunfal,
cuando, a sus pies tendidos los Dioses y los Héroes,
Calipigia la blanca y el Eros diminuto
rozarán, coronados por la nieve de rosas,
la mujer y la flor que adorna su pisada!
––Grandiosa Ariadna, que derramas tu llanto
por las playas, al ver huir en lejanía,
blanca en la luz solar, la vela de Teseo...
oh dulce virgen niña que una noche ha tronchado,
¡calla!... En su carro de oro orlado de uvas negras,
por los campos de Frigia, Lisios pasa; lo llevan,
panteras de piel roja y tigres lujuriosos
y dora,. al recorrer ríos de aguas azules,
el verdor de los musgos en la orilla enfoscada.
Zeus, Toro, en su nuca, acuna como a niña
Europa desnuda que enlaza con su blanco
brazo el cuello nervioso del Dios estremecido
que la mira, despacio, de soslayo, en el agua.
Y dejando que, pálida, su cara en flor resbale
por la frente de Zeus, muere y cierra los ojos
en el beso del Dios; y el agua que murmulla
con su espuma dorada florece sus cabellos.
––Entre la adelfa rosa y el loto charlatán
se desliza, en amor, el gran Cisne que sueña
y su ala blanca abraza la blancura de Leda;
Y, mientras, Cipris pasa, enormemente hermosa,
cimbreando la curva rotunda de su grupa,
desplegando orgullosa el oro de sus pechos
y su vientre nevoso que un negro musgo orla;
––Heracles, Domador, que en su gloria se cubre
el cuerpo fuerte y vasto con la piel de un león,
a lo lejos avanza, con frente dulce y fiera.
Rozada por la luna de estío, levemente,
de pie, desnuda, sueña en su palor dorado
que tiñe la ola densa de un pelo azul y largo,
en el calvero oscuro donde el musgo se estrella,
la Driade que mira el cielo silencioso...
––Y la blanca Selene deja flotar su velo,
temerosa, a los pies del hermoso Endimión,
y su beso resbala por un pálido rayo...
––La Fuente llora, sola, con prolongado éxtasis...
Es la ninfa que sueña, apoyada en el ánfora,
en el bello doncel blanco, en sus aguas preso.
––Una brisa de amor transita por la noche,
y en el bosque sagrado, en sus horribles frondas,
de pie, majestuosos, los Mármoles oscuros,
los Dioses coronados por nidos de Pinzón,
escuchan a los Hombres y a todo el Universo.
Mayo del 70
6
OFELIA
I
En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.
Hace ya miles de años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.
El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.
Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.
II
¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.
Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,
en tu mente traspuesta metió voces extrañas;
y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza ––son de árboles y noches.
Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.
Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca!.
Te fundías en él como nieve en el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
––Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.
III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a recoger las flores que cortaste,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.
7
EL BAILE DE LOS AHORCADOS
En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.
¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan,
y al darles en la frente un buen zapatillazo
les obliga a bailar ritmos de Villancico!
Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles:
como un órgano negro, los pechos horadados,
que antaño damiselas gentiles abrazaban,
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.
¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza,
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!
¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.
El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrías refriegas,
rígidos paladines, con bardas de cartón.
¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...
¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,
un rosario de amor por sus pálidas vértebras:
¡difuntos, que no estamos aquí en un monasterio!.
Y de pronto, en el centro de esta danza macabra
brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto,
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita
y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,
crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje
con gritos que recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su caseta,
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.
En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.
8
EL CASTIGO DE TARTUFO
Atizando, cual fuego, un corazón amante
so capa casta y negra, feliz, mano enguantada,
un día que se iba, atroz, manso, amarillo,
babeando su fe por su boca sin dientes,
un día que se iba, «Oremus», un Diantre
lo agarró bruscamente de su oreja beata,
largándole espantosas palabras, y arrancándole
la casta y negra capa a su piel lienta y cálida.
¡Castigo!... Sus ropajes están desabrochados,
y su largo rosario de pecados remisos
desfilan por su pecho; ¡San Tartufo está pálido!...
¡Se confesaba, al fin, rezaba entre estertores!
Y el hombre sólo pudo llevarse sus chorreras ...
––Tartufo está desnudo del todo, ¡puag, qué asco!
9
VENUS ANADIOMENA
Como de un ataúd verde, en hoja de lata,
con pelo engominado, moreno, y con carencias
muy mal disimuladas, de una añosa bañera
emerge, lento y burdo, un rostro de mujer.
El cuello sigue luego, craso y gris, y los hombros
huesudos, una espalda que duda en su salida
y, después, los riñones quieren alzar el vuelo:
bajo la piel, el sebo, a capas, como hojaldre.
El espinazo, rojo, y el conjunto presentan
un regusto espantoso, y se observa ante todo
detalles que es preciso analizar con lupa.
El lomo luce dos palabras: CLARA VENUS.
Un cuerpo que se agita y ofrece su montura
hermosa, con su úlcera, tenebrosa, en el ano.
10
LAS RESPUESTAS DE NINA
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Él.–– Regazo contra regazo,
¿y si nos fuéramos,
por la luz fresca y radiante,
y el pecho lleno
de un alba azul que nos baña
de vino y sol?
Cuando el bosque sangra, trémulo,
mudo de amor:
verdes gotas, por las ramas,
retoños claros,
en cuanto se abren, las vemos,
carne temblando.
Hundirás, blanca, en la alfalfa,
tu bata de hilo
que tiñe en rosa la ojera
de tu ojo endrino
Amante del campo, siembras
tu risa loca
como espuma de champaña,
si te desbocas.
Risa en mí, ebrio salvaje,
¡quién te cogiera
de pronto: te bebería
la hermosa trenza!
Sabor de fresa y frambuesa
¡Carne de flor!
Risa en el viento que besa
como un ladrón.
Risa en el rosal silvestre
que amante incordia:
¡Y, risa, risa en tu amante,
cabeza loca!
[¡Dichosa!: ¡Diecisiete años!
¡Los grandes prados,
la campiña enamorada!
¡Vente, a mi lado!...].
––Tu pecho contra mi pecho,
juntos, cantando,
despacito hacia el bosque,
¡luego al barranco...!
Y, luego, muerta chiquita,
si te desmayas,
en brazos, me pedirías
que te llevara...
Iríamos, temblorosos,
por el atajo;
mientras cantara el pájaro:
Del avellano...
Boca a boca te hablaría
mientras aprieto
tu cuerpo, como el de un niño,
de sangre ebrio:
sangre azul, por tu carne
blanca y rosada;
hablándote, como tú hablas...
bien a las claras.
El bosque olería a savia
verde y bermejo,
y el sol sembraría de oro
fino su sueño.
.....................................................................
¿Cogeremos, por la tarde,
la senda blanca,
sin rumbo, como el rebaño
que en tomo pasta...?
Hierba azul, corvos manzanos
de los vergeles
¡cómo su fuerte perfume
de lejos, huele!
Llegaremos, casi a oscuras,
hasta la aldea,
cuando el olor de la leche
la noche impregna;
olor de establo colmado
de estiércol cálido,
de lentos resuellos rítmicos
y lomos anchos
que blanquea una luz tenue...
y a nuestro lado,
pasito a paso, una vaca
ira cagando.
––Los anteojos de la abuela,
con la nariz
en su misal; la cerveza,
en bock de cinc,
espumosa entre las pipas
que fuman, tercas:
horrendos labios hinchados
fumando, mientras
el jamón se van tragando
todos a una;
cuando el lecho y los baúles
el fuego alumbra.
El culo craso y lustroso
de un niño gordo
que mete por los tazones
blanco, su morro
rozado por un hocico
que gruñe amable
y lame la oronda cara
del tierno infante...
[Negra, altiva, en su sillita
atroz contorno,
una vieja junto al fuego
hila su coco.]
¡Cuántas cosas podrás ver
en los chamizos,
cuando la luz, clara, alumbre
los grises vidrios...!
––Luego, la ventana oculta
entre las lilas
negras y frescas, que ríe
¡tan chiquitita!...
¡Vendrás, vendrás... que te quiero!
¡Será tan bello!
¡Vendrás! ¿verdad? porque incluso...
ELLA. –– ¿Pero, y mi empleo?.
[15 de agosto de 1870]
11
A LA MÚSICA
Plaza de la Estación, en Charleville
A la plaza que un césped dibuja, ralo y pobre,
y donde todo está correcto, flores, árboles,
los burgueses jadeantes, que ahogan los calores,
traen todos los jueves, de noche, su estulticia.
––La banda militar, en medio del jardín,
con el Vals de los pífanos el chacó balancea:
––Se exhibe el lechuguino en las primeras filas
y el notario es tan sólo los dijes que le cuelgan.
Rentistas con monóculo subrayan los errores:
burócratas henchidos arrastran a sus damas
a cuyo lado corren, fieles como comacas,
––mujeres con volantes que parecen anuncios.
Sentados en los bancos, tenderos retirados,
a la par que la arena con su bastón atizan,
con mucha dignidad discuten los tratados,
aspiran rapé en plata, y siguen: «¡Pues, decíamos!...»
Aplastando en su banco un lomo orondo y fofo,
un burgués con botones de plata y panza nórdica
saborea su pipa, de la que cae una hebra
de tabaco; ––Ya saben, lo compro de estraperlo.
Y por el césped verde se ríen los golfantes,
mientras, enamorados por el son del trombón,
ingenuos, los turutas, husmeando una rosa
acarician al niño pensando en la niñera...
Yo sigo, hecho un desastre, igual que un estudiante,
bajo el castaño de indias, a las alegres chicas:
lo saben y se vuelven, riéndose, hacia mí,
con los ojos cuajados de ideas indiscretas.
Yo no digo ni mu, pero miro la carne
de sus cuellos bordados, blancos, por bucles locos:
y persigo la curva, bajo el justillo leve,
de una espalda de diosa, tras el arco del hombro.
Pronto, como un lebrel, acecho botas, medias ...
––Reconstruyo los cuerpos y ardo en fiebres hermosas.
Ellas me encuentran raro y van cuchicheando...
––Mis deseos brutales se enganchan a sus labios...
12
LOS DESPAVORIDOS
Negros en la nieve y en la bruma,
frente al gran tragaluz que se alumbra
con su culo en corro,
de hinojos, cinco niños con hambre
miran cómo el panadero hace
una hogaza de oro...
Ven girar al brazo fuerte y blanco
en la masa gris que va horneando
en la boca clara,
y escuchan cómo el rico pan cuece;
y el panadero, de risa alegre
su tonada canta
Se apiñan frente al tragaluz rojo,
quietos, para recibir su soplo
cálido cual seno;
y cuando, al dar las doce, el pan sale
pulido, torneado y curruscante,
de un rubio moreno,
cuando, bajo las vigas ahumadas,
las cortezas olorosas cantan,
como canta el grillo,
cuando sopla esa boca caliente
la vida... con el alma alegre
cobijada en pingos,
se dan cuenta de lo bien que viven...
¡Pobres niños que la escarcha viste!
––Todos tan juntitos,
apretando su hociquillo rosa
a las rejas; cantan cualquier cosa
por los orificios,
quedos, quedos ––como una plegaria...
inclinados hacia la luz clara
de este nuevo cielo,
tan tensos, que estallan los calzones:
y sus blancas camisas de pobres
tiemblan en el cierzo.
20 de sept. del 70
13
AVENTURA
I
Con diecisiete años, no puedes ser formal.
––¡Una tarde, te asqueas de jarra y limonada,
de los cafés ruidosos con lustros deslumbrantes!
––Y te vas por los tilos verdes de la alameda.
¡Qué bien huelen los tilos en las tardes de junio!
El aire es tan suave que hay que bajar los párpados;
Y el viento rumoroso ––la ciudad no está lejos––
trae aromas de vides y aromas de cerveza.
II
De pronto puede verse en el cielo un harapo
de azul mar, que la rama de un arbolito enmarca
y que una estrella hiere, fatal, mientras se funde
con temblores muy dulces, pequeñita y tan blanca...
¡Diecisiete años!, ¡Noche de junio! ––Te emborrachas.
La savia es un champán que sube a tu cabeza...
Divagas; y presientes en los labios un beso
que palpita en la boca, como un animalito.
III
Loca, Robinsonea tu alma por las novelas,
––cuando en la claridad de un pálido farol
pasa una señorita de encantador aspecto,
a la sombra del cuello horrible de su padre.
Y como cree que eres inmensamente ingenuo,
a la par que sus botas trotan por las aceras,
se vuelve, alerta y, con un gesto expresivo...
––Y en tus labios, entonces, muere una cavatina...
IV
Estás enamorado. Alquilado hasta agosto.
Estás enamorado. Se ríe de tus versos
Tus amigos se van, estás insoportable.
––¡Y una tarde, tu encanto, se digna, ya, escribirte...!
Y esa tarde... te vuelves al café luminoso,
pides de nuevo jarras llenas de limonadas...
––Con diecisiete años no puedes ser formal,
cuando los tilos verdes coronan la alameda.
23 de septiembre del 70
14
MUERTOS DEL NOVENTA Y DOS
Franceses de Mil ochocientos setenta, bonapartistas, republicanos, acordaros de vuestros padres de Mil setecientos noventa y dos, etc...
PAUL CASSAGNAC.
––Le Pay.
Muertos del Noventa y dos y del Noventa y tres,
que, pálidos del beso que da la libertad,
tranquilos, destrozasteis con los zuecos el yugo
que pesa sobre el alma y la frente del mundo;
Hombres extasiados, grandes en la tormenta,
vosotros, cuyo amor brincó envuelto en harapos,
soldados que la Muerte sembró, Amante noble,
para regenerarlos, por los antiguos surcos;
cuya sangre lavó la grandeza ensuciada.
Muertos allá en Valmy, en Fleurus, en Italia,
millón de Cristos, Muertos, de ojos dulces y oscuros;
dormid con la República, mientras nosotros vamos
doblados bajo reyes como bajo una tralla.
––Pues son los Cassagnac los que ahora os recuerdan.
Hecho en Mazas, el 3 de septiembre de 1870
15
EL MAL
Mientras que los gargajos rojos de la metralla
silban surcando el cielo azul, día tras día,
y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe
se hunden batallones que el fuego incendia en masa;
mientras que una locura desenfrenada aplasta
y convierte en mantillo humeante a mil hombres;
¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,
en tu gozo, Natura, que santa los creaste,
existe un Dios que ríe en los adamascados
del altar, al incienso, a los cálices de oro,
que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.
Pero se sobresalta, cuando madres uncidas
a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras
le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.
16
RABIAS DE CÉSARES
El Hombre exangüe, por los prados florecidos,
camina, va de negro, con el puro en la boca;
El Hombre exangüe evoca Tullerías en flor,
––y su ojo, muerto, a veces cobra brillos de fuego....
Ebrio, el Emperador, tras veinte años de orgía
pensaba: «¡Soplaré sobre la Libertad
con mucho cuidadito, como sobre una vela!».
¡La libertad renace!... ––¡y está desriñonado!
Está preso. ––¿Qué nombre por sus labios sin eco
palpita? ¿qué añoranza implacable lo muerde?
No se sabrá, pues tiene, el ojo muerto, el César.
Piensa, quizás, en su Compadre con gafitas...
––Y mira cómo fluye de su puro encendido,
como en Saint––Cloud, de noche, la tenue nube azul.
17
SUEÑO PARA EL INVIERNO
A... Ella
En invierno nos iremos, sobre cojines azules,
en un vagoncito rosa.
Tan a gusto, cuando un nido de besos locos se duerme
en cada blando rincón.
Cerrarás los ojos para no mirar por los cristales
la noche y sus negras muecas,
los monstruos amenazantes, lobos negros, negros diablos
como muchedumbre atroz.
Después sentirás en la mejilla un arañazo...
Y un beso te correrá, como una araña alocada,
alocado por el cuello.
Y me dirás: «¡Busca, busca!», inclinando la cabeza.
––Pero, ¡cuánto tardaremos en encontrar ese bicho
que viaja y viaja sin meta...!
Yendo en un vagón, el 7 de octubre del 70
18
EL DURMIENTE DEL VALLE
Un hoyo de verdor, por el que canta un río
enganchando, a lo loco, por la yerba, jirones
de plata; donde el sol de la montaña altiva
brilla: una vaguada que crece en musgo y luz.
Un soldado, sin casco y con la boca abierta,
bañada por el berro fresco y azul su nuca,
duerme, tendido, bajo las nubes, en la yerba,
pálido, en su lecho, sobre el que llueve el sol.
Con sus pies entre gladios duerme y sonríe como
sonríe un niño enfermo; sin duda está soñando:
Natura, acúnalo con calor: tiene frío.
Su nariz ya no late con el olor del campo;
duerme en el sol; su mano sobre el pecho tranquilo;
con dos boquetes rojos en el lado derecho.
Octubre, 1870
19
EN EL CABARET––VERDE
A las cinco de la tarde
Llevaba ya ocho días con los botines rotos
por culpa de los guijos; y a Charleroi llegué.
En el Cabaret-Verde, encargué unas tostadas
de manteca y jamón jugoso y calentito.
Estiré las dos piernas, feliz, bajo la mesa
verde, mientras miraba los dibujos ingenuos
del tapiz. ¡Qué alegría cuando la criadita
la de las grandes tetas y los ojos como ascuas
––a ésa, sí que no le asusta un simple beso––,
con risas, me ofreció tostadas de manteca
y jamón tibio, en plato de múltiples colores!
Jamón blanco y rosado que perfumaba un diente
de ajo, y me llenó la jarra inmensa: espuma
que doraba el fulgor de un sol casi dormido.
Octubre del 70
20
LA TUNANTA
En el comedor pardo, que perfumaba una
mezcla de olor de fruta y de barniz, a gusto,
me hice con un plato de no sé qué guisado
belga, y me arrellané en una enorme silla.
Mientras comía, oí el reloj ––feliz, quedo...
La cocina se abrió, inmensa bocanada,
––y la criada entró; y no sé bien por qué
llevaba el chal abierto y un peinado travieso.
Y mientras recorría con su dedo azorado
su cara, un terciopelo, durazno blanco y rosa,
haciendo un gesto ingenuo con su labio de niña,
colocaba los platos, junto a mí, serenándome.
Y luego, distraída, para ganarse un beso,
bajito: «toca, toca: me s’ha enfriao la cara...»
Charleroi, octubre del 70
21
LA RESPLANDECIENTE VICTORIA
DE SARREBRUCK
conseguida al grito de ¡Viva el Emperador!
(Grabado muy coloreado; se vende
en Charleroi, a 35 céntimos)[175]
El Emperador en medio, en una apoteosis
azul y gualda: avanza, tieso sobre el caballo,
deslumbrante, dichoso, pues lo ve todo en rosa,
feroz como el dios Zeus, manso como un papá;
abajo, los Bisoños, que se echaban la siesta,
junto a tambores de oro y cañones de grana
se levantan, discretos. Pitou se va vistiendo
y, vuelto hacia su Jefe, tanto nombre lo aturde.
A un lado, Dumanet se apoya en la culata
del chassepot, no tiembla su cogote a cepillo:
«¡Viva el Emperador!» Su vecino se calla...
Un chaco surge como un sol negro... ––En el centro
Boquillón, de azulgrana, ingenuo, tras su tripa
emerge y enseñando su culo: «¿Y qué?...» ––pregunta.
Octubre del 70
22
EL APARADOR
Un gran aparador tallado ––el roble oscuro
emana la bondad de los viejos, tan viejo;
está abierto, y su fondo vierte, cual vino añejo,
oscuras oleadas de aromas obsesivas.
Repleto, es una barullo de antiguas antiguallas,
sábanas perfumadas y amarillas, trapitos
de mujeres y niños, arrugados encajes,
toquillas de la abuela con pintados dragones.
En el encontraríamos medallones y mechas
de pelo blanco o rubio, retratos, flores secas
cuyo olor al olor de los frutos se mezcla.
¡Oh, viejo aparador, cuantas historias sabes!
y quisieras contarlas, por eso, incierto, crujes
cuando tus puertas negras lentamente se abren.
Octubre del 70
23
MI BOHEMIA
(Fantasía)
Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos...
mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel!
¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!
Mi único pantalón era un enorme siete.
––Pulgarcito que sueña, desgranaba a mi paso
rimas Y mi posada era la Osa Mayor.
––Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú.
Y yo las escuchaba, al borde del camino
cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo
el rocío en mi frente, como un vino de vida.
Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,
tensaba los cordones, como si fueran liras,
de mis zapatos rotos, junto a mi corazón.
24
CABEZA DE FAUNO
En el follaje, estuche verde que el oro dora,
en el follaje, incierto y cuajado de flores
que florecen magníficas, donde un beso mora,
nervioso, mientras rasga los bordados primores,
un asustado fauno arquea su entrecejo,
mordiendo con sus dientes blancos las flores rojas.
Moreno, tinto en sangre, igual que un vino añejo,
su labio estalla en risas perdido por las hojas.
Y cuando, cual ardilla, por la fronda se espanta,
prendida de las ramas su risa se estremece;
y vemos, asustado por el pinzón que canta,
cómo El Beso de oro del Bosque se adormece.
1871
25
LOS SENTADOS
Costrosos, negros, flacos, con los ojos cercados
de verde, dedos romos crispados sobre el fémur,
con la mollera llena de rencores difusos
como las floraciones leprosas de los muros;
han injertado gracias a un amor epiléptico
su osamenta esperpentica al esqueleto negro
de sus sillas; ¡sus pies siguen entrelazados
mañana, tarde y noche, a las patas raquíticas!
Estos viejos perduran trenzados a sus sillas,
al sentir cómo el sol percaliza su piel
o al ver en la ventana cómo se aja la nieve,
temblando como tiemblan doloridos los sapos.
Los Asientos les brindan favores, pues, prensada,
la paja oscura cede a sus flacos riñones
y el alma de los soles pasados arde, presa
de las trenzas de espigas donde el grano cuajaba
Los Sentados, cual músicos, con la boca en sus muslos,
golpean con sus dedos el asiento, rumores
de tambor, del que sacan barcarolas tan tristes
que sus cabezas rolan en vaivenes de amor.
––¡Ah, que no se levanten! Llegaría el naufragio...
Pero se alzan, gruñendo, como gatos heridos,
desplegando despacio, rabiosos, sus omóplatos:
y el pantalón se abomba, vacío, entorno al lomo.
Oyes cómo golpean con sus cabezas calvas
las paredes oscuras, al andar retorcidos,
¡y los botones son, en su traje, pupilas
de fuego que nos hieren, al fondo del pasillo!
Mas tienen una mano invisible que mata:
al volver, su mirada filtra el veneno negro
que llena el ojo agónico del perro apaleado,
y sudas, prisionero de un embudo feroz.
Se sientan, con los puños ahogados en la mugre
de sus mangas, y piensan en quien les hizo andar;
y del alba a la noche, sus amígdalas tiemblan
bajo el mentón, racimos a punto de estallar.
Y cuando el sueño austero abate sus viseras,
sueñan, sobre sus brazos, con sillas fecundadas:
auténticos amores, mínimos, como asientos
bordeando el orgullo de mesas de despacho.
Flores de tinta escupen pólenes como tildes,
acunándolos sobre cálices en cuclillas,
como a ras de unos gladios un vuelo de libélulas
––y su miembro se excita al rozar las espigas
26
LOS ADUANEROS
Los que dicen: ¡Rediós!, los que dicen ¡me cagüen!
soldados, marineros, pecios de Imperio, viejos...
nada tienen que hacer ante los Nuevos Guardias
que desgarran la azul frontera a hachazos.
Pipa en boca, faca en mano, hoscos, despreocupados
se van, cuando la sombra en el bosque babea
como hocico de vaca, con sus perros atados,
a practicar, terribles, sus juergas, en la noche.
Marcan con leyes nuevas a las nocturnas faunas
agarran por el cuello a Faustos y a Diávolos.
«¡Esto ya no es posible, viejos! ¡Soltad los bultos!»
Si su serenidad se aproxima a los jóvenes,
el Agente es la presa de encantos que controla...
¡Ay de los Delincuentes que su palma ha rozado!
27
ORACIÓN DEL ATARDECER
Como un ángel sentado en manos de un barbero,
vivo, alzando la jarra de profundos gallones,
combados hipogastrio y cuello, con mi pipa,
bajo un henchido viento de leves veladuras.
Como excrementos cálidos de viejos palomares
mil Sueños me producen suaves quemazones
y mi corazón, triste, se parece a la albura
que ensangrientan los oros ocres que el árbol llora.
Después, tras engullirme mis Sueños con cuidado,
me vuelvo y, tras beberme treinta o cuarenta jarras,
me concentro, soltando mis premuras acérrimas:
manso como el Señor del cedro y del hisopo
meo hacia el pardo cielo, alto, alto, tan lejos...
con el consentimiento de los heliotropos.
28
CANTO DE GUERRA PARISINO
La Primavera ya llegó:
del fondo de las Fincas verdes,
el vuelo de Tiers y Picard,
desplegado, su esplendor teje.
¡Culos desnudos, locos! ¡Mayo!
Escuchad, pues, cómo nos siembran
Sèvres, Meudón, Bagneux y Asnières
estas flores de primavera.
Tienen shakó, sable y tantán;
dejaron los viejos velones;
y canoas que jam... jam...jam...
los lagos con sangre recorren.
De juerga, más que nunca, estamos
cuando por nuestras madrigueras
caen los rubios cabujones
que alumbran auroras secretas.
Thiers y Picard son unos Eros
raptores de heliotropos
que pintan Corots a bombazos:
ya llegan zumbando sus tropos
Tumbado entre gladiolos, Favre
parpadea cual acueducto
con gemidos a la pimienta ...
¡Son amiguetes del Gran Truco!.
La gran ciudad arde, a pesar
de vuestras duchas de petróleo:
será preciso que os vayais
para que empiece otro episodio...
¡Y los Rurales que dormitan
agachapados, día y noche,
oirán las ramas, al romperse,
movidas por rojizos roces!.
29
MIS PEQUEÑAS ENAMORADAS
Un hidrolito lagrimal lava
los cielos color de berza
bajo el árbol de tiernos retoños
que vuestros cauchos babea,
blancos, con sus lunas singulares
y sus redondos pialatos:
¡entrechocad vuestras rodilleras
mis adefesios amados!
En aquellos tiempos nos queramos,
¡mi azul y triste adefesio!
comíamos huevos al minuto
y murajes color cielo.
Una noche me ungiste poeta,
mi adefesio rubio y garzo:
ven a mi lado, quiero azotarte
cuando estés en mi regazo.
Vomité tu crasa bandolina
lustroso adefesio negro:
tú, mi bandolón me cortarías
por lo sano, a ras del pelo.
¡Qué asco, mi saliva reseca,
adefesio pelirrojo,
emponzoña aún las trincheras
de tus dos pechos orondos!
¡Pequeñas enamoradas mías,
cuánto y cuánto puedo odiaros!
¡Parchead con tristes bofetadas
vuestras tetas, que dan asco!
¡Saltad, saltad, viejas escudillas
repletas de sentimiento;
vamos, saltad, a ser bailarinas
tan sólo por un momento!
Los omóplatos se os desencajan,
amores, amores míos:
con una estrella en el lomo, cojas,
¡a seguir con vuestros giros!
¡Y para colmo, yo he rimado
en honor de estos perniles!
¡Si os pudiera romper las caderas
y de mi amor redimirme!
Montón sin gracia de estrellas rotas
volved a vuestros rincones
––Reventaréis en Dios, bien cargados
de ingnominia los serones.
Bajo las lunas particulares
y sus redondos pialatos,
¡entrechocad vuestras rodilleras,
mis adefesios amados!
30
EN CUCLILLAS
Tarde, cuando ya siente náuseas en el estómago,
el lego Milotús, con su ojo en la tronera
por donde el sol naciente, calderón deslumbrante,
le lanza una migraña que le nubla la vista,
remueve entre las sábanas su barrigón de cura.
Se agita cual poseso bajo la manta parda,
se tira de la cama, y haciéndose un ovillo
tembloroso, asustado, cual viejo que comiera
su rapé, le es preciso, cogiendo su orinal,
blanco, remangarse hasta la ijada la camisa.
Agachado, aterido, con los dedos del pie
encogidos, temblando, al claro sol que ofrece
el oro de sus panes al pobre ventanal;
y la nariz del pobre, con resplandor de laca,
resopla al nuevo día, carnoso polipero.
...................................................................................................................
Se cuece a fuego lento, con los brazos cruzados,
con el labio en la panza: siente cómo sus muslos
se deshacen, al fuego, y sus calzas se tuestan;
con la pipa apagada, nota algo que se agita,
cual pájaro en su vientre, manso montón de tripas.
Duermen en tomo a él, los muebles en desorden,
torpes, entre jirones de mugre y vientres sucios;
taburetes, cual sapos extraños, se agazapan
en los negros rincones: abre el aparador
sus fauces de sochantre con torvos apetitos.
El calor nauseabundo hinche la estrecha celda;
el cerebro del pobre se atiborra de harapos.
Siente cómo los pelos crecen por su piel húmeda,
y a veces, entre hipidos de seriedad grotesca,
se escapa, removiendo el taburete cojo...
.............................................................................................................................
Y de noche, en los rayos de la luna que trazan
entorno a su trasero flecos de resplandor,
una mínima sombra se agacha, sobre un fondo
de nieve rosa, igual que si una malvarrosa
Y una nariz quimérica va persiguiendo a Venus
por el cielo abisal.
31
LOS POETAS DE SIETE AÑOS
A. M. P. Demeny
Y la Madre, cerrando el libro del deber
se marcha, satisfecha y orgullosa; no ha visto
en los ojos azules y en la frente abombada,
el alma de su hijo esclava de sus ascos.
Durante todo el día sudaba de obediencia;
muy listo; sin embargo, algunos gestos negros
pintaban en sus rasgos agrias hipocresías.
En el pasillo oscuro con cortinas mohosas,
le sacaba la lengua, al pasar, con los puños
metidos en las ingles, frunciendo el entrecejo.
Una puerta se abría en la noche: la lámpara
lo alumbraba en lo alto, gruñendo en la lomera,
bajo un golfo de luz colgado del tejado.
Sobre todo en verano, estúpido y vencido,
pertinaz, se encerraba en las frescas letrinas;
y allí pensaba, quieto, liberando su olfato.
Cuando el jardín, lavado del aroma del día
tras la casa, en invierno se inundaba de luna,
tumbado al pie de un muro, enterrado en la marga,
y apretando los ojos para tener visiones,
escuchaba sarnosos rumores de espaldares
¡Compasión! sólo amaba a esos niños canijos,
que avanzan, sin sombrero, con mirar desteñido,
hundiendo macilentos dedos, negros de barro,
en mugrientos harapos que huelen a cagada
y que hablan con dulzura igual que los cretinos.
Y, si su madre al verlo, presa de compasiones
inmundas, se asustaba, la ternura del niño,
honda, se avalanzaba contra aquella extrañeza.
¡Está bien! Pues tenía el ojo azul ––¡que miente!.
A los siete, ya hacía novelas sobre el mundo
del gran desierto, donde la Libertad robada
luce: ¡sol, bosque, orillas, sabanas! Se ayudaba
con textos ilustrados en los que, ebrio, veía
Españolas que ríen y también Italianas,
y de pronto llegaba, loca y vestida de india,
––ocho años––, ojos negros, la hija de los obreros
de al lado ––una bruta, que un día le saltó,
desde un rincón, encima, agitando sus trenzas...
y al verla encima de él, le mordía las nalgas,
pues no llevaba nunca falda con pantalón
––Y como ella le hiriese con puños y talones,
se llevó hasta su cuarto el sabor de su piel.
Temía los tristísimos domingos de diciembre,
cuando, bien repeinado y en mesa de caoba,
leía en una Biblia de cantos color berza;
los sueños le oprimían cada noche en la alcoba.
No amaba a Dios; sólo a los hombres negros con blusa,
que veía, de noche, por el hosco suburbio,
donde los pregoneros, tras un triple redoble
de tambor, reunían entorno a las proclamas
el gruñido y los gritos de aquella muchedumbre.
Soñaba con praderas en amor, en las que olas
luminosas, perfumes y pubescencias de oro
se agitan lentamente hasta emprender el vuelo.
Y al gozar, ante todo, con las cosas umbrías,
cuando en la habitación, con la persiana echada,
alta, azul, aunque llena de ásperas humedades,
leía su novela mil veces meditada,
cargada de ocres cielos y bosques sumergidos,
y de flores de carne que hacia el cielo se abrían,
¡vértigos y derrubios, fracaso y compasión!
––Mientras iba creciendo el rumor del suburbio
en la calle––, acostado, solo, sobre cretonas
crudas, y presintiendo la vela con furor
26 de mayo de 1871
32
LOS POBRES EN LA IGLESIA
Aparcados en bancos de roble, en los rincones
de la iglesia que entibia su aliento, con los ojos
clavados en el coro dorado, mientras brama
la escolanía cánticos piadosos por sus fauces,
aspirando la cera como un olor de hogaza,
dichosos, humillados, cual perros que apalean,
los pobres del Buen Dios, el patrón y el señor,
ofrecen sus Oremus, irrisorios y obtusos.
¡Está bien ofrecerle bancos lisos a la hembra
después de los seis días en que Dios la maltrata!
pues acuna, revuelto en extrañas pellizas,
algo parejo a un niño que llora sin cesar.
Con las tetas mugrientas al aire, estas sopistas,
con la oración prendida en ojos que no rezan,
miran a las golfillas de triste pavoneo,
busconas bajo el ala del sombrero deforme.
Fuera, el frío y el hambre y el hombre con su juerga:
¡pues, vale! una hora más; después males a miles.
––Mientras, en torno a ellas, gime, ganguea, charla
un grupito de viejas con enormes papadas.
Y están los epilépticos y esos despavoridos
que todo el mundo huye en las encrucijadas;
y husmeando gozosos en los viejos misales
esos ciegos que un perro introduce en los patios.
Babeando una fe pordiosera y estúpida,
todos dicen su queja infinita a Jesús
que sueña en lo alto, lívido, por la luz amarilla,
lejos de flacos malos y de malos panzudos,
del olor de la carne y las telas mohosas:
farsa humilde y sombría de gestos asquerosos.
––Y la oración florece con frases escogidas,
y el misticismo adopta matices apremiantes,
cuando en la nave el sol muere, y pliegues de seda
sosos y verdes risas, las damas de los barrios
distinguidos, ––¡Jesús!–– las enfermas de hígado,
dan a besar sus dedos, en el agua bendita.
1871
33
EL CORAZÓN ROBADO
¡Mi triste corazón babea a popa,
mi corazón que colma el caporal
y me vierten en él chorros de sopa,
mi triste corazón babea a popa:
con las bromas sangrientas de la tropa
que brama un carcajeo general,
mi triste corazón babea a popa,
mi corazón que colma el caporal!
Itiofálicos y soldadinescos
sus chistes sangrientos lo han depravado;
y de noche componen unos frescos
itiofálicos y soldadinescos.
¡Oleajes abracadabrantescos
llevadme el corazón, que sea lavado!
Itiofálicos y soldadinescos
sus chistes sangrientos lo han depravado.
Cuando se agoten sus chimós gargálicos
¿cómo vivir, oh corazón robado?
llegarán con sus estribillos báquicos;
cuando se agoten sus chimós gargálicos
sentiré sobresaltos estomáquicos,
yo, el del corazón despedazado.
Cuando se agoten sus chimós gargálicos
¿cómo vivir, oh corazón robado?
Mayo de 1971
34
LA ORGÍA PARISINA
O
PARÍS VUELVE A POBLARSE
¡Cobardes, aquí está! ¡La estación os vomita!
El sol ha enjugado con su ardiente pulmón
los paseos que un día ocuparon los Bárbaros.
Ésta es la Ciudad santa, sentada al occidente.
¡Vamos! se han prevenido los reflujos de incendios.
Ved los muelles aquí, allá los bulevares,
las casas sobre el cielo azul, brillante, ingrávido,
antaño constelado por un rubor de bombas.
¡Esconded los palacios muertos en cajoneras!
El viejo día loco refresca los recuerdos.
Ved el rebaño rojo de impúdicas nalgueras:
locos, podréis ser raros, pues vais despavoridos.
Perras que vais en celo comiendo cataplasmas,
las casas de oro os llaman a gritos. ¡Id, volad!
¡Comed! La noche alegre con sus hondos espasmos
ha bajado a la calle. ¡Bebedores aciagos
bebed! Cuando amanece, con luz intensa y loca
que a vuestro lado husmea los lujos desbordados,
¿no os volvéis, frente al vaso, impávidos babosos,
con los ojos perdidos en blancas lejanías?
¡Tragad, para la Reina de nalgas en cascada!.
Escuchad cómo suenan los eructos estúpidos,
¡desgarrados! ¡Oíd, cómo en noches ardientes
saltan con estertores, viejos, peleles, siervos!
¡Corazones mugrientos, bocas horripilantes,
más fuerte, ¡masticad! hediondos gaznates!
Que les traigan más vino a estos lerdos ignobles:
la andorga se os derrite de infamia, ¡Vencedores!
¡Desplegad vuestro olfato a las náuseas grandiosas!
¡Emponzoñad las cuerdas que esperan vuestros cuellos!
Posando, en vuestras nucas, sus manos enlazadas
el Poeta os impele, «i cobardes!, a ser locos».
Como andáis escarbando el vientre de la Hembra
teméis que tenga aún un estremecimiento,
y grite, sofocando vuestra infame camada
contra su duro pecho, con horrible apretón.
Peleles, sifilíticos, locos, reyes, ventrílocuos,
¿qué le puede importar al putón de París
vuestras almas y cuerpos, harapos y ponzoñas?
¡Os zarandeará, hurañas podredumbres!
Y cuando hayáis caído, gimiendo contra el pecho,
derrumbados, pidiendo, locos, vuestro dinero,
la roja cortesana, la de las tetas bélicas
lejos de vuestros miedos, apretará los puños.
Después de haber bailado con furia en las tormentas,
París, tras recibir tan numerosos tajos,
cuando yaces, ahora, guardando en tus pupilas
luminosas, la dicha de un renacer salvaje.
¡Oh ciudad dolorida, oh ciudad casi muerta,
con tu rostro y tus pechos de cara al Porvenir,
ofrecida a la noche de mil puertas vacías,
y que un Pasado horrible podría bendecir:
cuerpo magnetizado para males enormes,
que te bebes la vida, espantosa, de nuevo,
al manar de tus venas un flujo de gusanos
blancos, mientras helados dedos rondan tu amor.
¡Y no está mal! Las larvas, las larvas macilentas
no podrán estorbar tu soplo de Progreso,
igual que las Estringes no apagaron el ojo
azul de las Cariátides que inunda un oro astral.
Aunque sea espantoso verte cubierta así;
aunque nunca ciudad fuera cambiada en úlcera
tan hedionda, en medio de la verde Natura,
el Poeta te dice: «Tu Belleza es espléndida».
La tormenta te ha hecho poesía suprema;
el inmenso bullicio de las fuerzas te alienta;
tu obra hierve, la muerte ruge, ¡Ciudad ungida!
Amontona estridencias en lo hondo del clarín
El Poeta hará suyo el llanto del Infame,
el odio del Forzado, el clamor del Maldito;
y sus rayos de amor flagelarán las Hembras.
Su estrofa brincará: ¡Mirad, mirad, bandidos!
Sociedad, todo ha vuelto a su sitio: la orgía
llora su estertor viejo en el viejo prostíbulo;
y el gas, en su delirio, por las murallas rojas,
arde siniestramente hacia el pálido azul.
Mayo de 1871
35
LAS MANOS DE JEANNE - MARIE
Jeanne-Marie tiene las manos fuertes,
manos oscuras que ha curtido el sol,
pálidas manos, como manos muertas.
––¿De Juana estas manos son?.
¿Han absorbido morenas pomadas
por el mar de la voluptuosidad?
¿han ido a templarse en la luz de luna
que llena el estanque de paz?
¿No habrán ido a beber bárbaros cielos,
serenas sobre rodillas galantes?
o ¿no habrán enrollado enormes puros
o traficado con diamantes?
¿No habrán marchitado pétalos de oro
a los pies ardientes de las Madonas?.
Pero, en su palma brota y duerme, negra,
la sangre de la belladona.
¿Manos cazadoras de negros dípteros
que se van, libando los azulones
de las mañanas hacia los nectarios,
y que mezclan negras pociones?
¿Qué Sueño loco las habrá llevado
en insólitas pendiculaciones?
Un extravagante sueño de Asias
de Kengavares y Siones.
Estas manos no han vendido naranjas
ni se han bronceado al pie de los dioses:
estas manos no han lavado pañales
de niños ciegos y tripones.
No son manos de prima, ni de obreras
de frentes abombadas y que abrasa,
un sol ebrio de oscuros alquitranes,
por bosques que apestan a fábrica.
Son manos que desloman espinazos,
pero que nunca han hecho el menor daño;
fatales, con fatalidad de máquinas,
pero fuertes como un caballo.
Se agitan como si fueran hogueras,
y al sacudirse sus fríos temblores
sus carnes van cantando Marsellesas:
¡nunca canta Kirieleisones!
Os pueden romper el cuello, mujeres
indignas, y triturar vuestras manos,
nobles mujeres, sucias de carmín
y de polvos ––manos de fango.
¡Vuelve tontos de amor a los borregos
el brillo de estas manos que enamoran!
Y el sol, en su esplendor, siembra un rubí
por su falange apetitosa.
Lunares y manchas de muchedumbre
las broncean, como pechos de antaño:
¡El dorso de estas Manos es la plaza
que todo Rebelde ha besado!
¡Se han vuelto pálidas, con encanto,
a pleno sol, cuando de amor rebosa,
por el París en rebeldía, junto
al bronce de ametralladoras,
¡Pero, a veces, oh sacrosantas manos
en tus puños, Manos en las que tiemblan
nuestros labios nunca desembriagados,
grita el fulgor de una cadena!
Y en nuestro ser un sobresalto extraño
irrumpe, cuando quieren, Manos de ángel,
arrancaros la carga que os arrastra,
hasta que brota vuestra sangre.
36
LAS HERMANAS DE CARIDAD
El joven cuyos ojos son brillantes, con cuerpo
moreno, que debiera ir desnudo a su edad,
con su frente ceñida de cobre, ante la luna,
adorado por Persas, Genio desconocido,
desbocado, aunque tiene ternuras virginales
y negras, orgulloso de su empeño primero,
cual los mares recientes, llanto en noches de estío
que se agitan insomnes en lechos de diamantes;
este joven, al ver la fealdad del mundo,
tiembla en su corazón ampliamente irritado,
y henchido por la herida profunda y permanente
desea que su hermana de caridad venga a él
Pero, Mujer, montón de entrañas, piedad dulce,
nunca fuiste hermana de caridad, no, nunca;
negra mirada, vientre en el que duerme roja
umbría, dedos leves, pechos bien torneados.
Ciega, que aún dormitas, con pupilas inmensas,
nuestro abrazo no fue sino nudo de dudas:
portadora de tetas, eres tú la que pende
de nosotros, ¡oh, duerme!, risueña honda Pasión.
Tus odios, tus perezas permanentes, tus faltas,
y tus brutalidades antaño padecidas,
nos las devuelves, todas, Noche, pero sin odio,
como el raudal de sangre que cada mes derramas
Cuando la hembra, aguantada un momento, lo aterra,
Amor, canto a la vida y llamada a la acción,
llegan la Musa verde y la justicia ardiente,
y desgarran su carne con augusta obsesión
Siempre conmocionado por calmas y esplendores,
dejado por las dos Hermanas implacables,
gimiendo con ternura tras la ciencia nodriza,
le ofrece al verde campo su frente herida, en flor.
Pero la negra alquimia y los santos estudios
repugnan al herido, sombrío sabio altivo,
que siente alzarse en él atroces soledades.
Entonces, siempre hermoso, sin asco del sepulcro...
que crea en la gran meta, los Sueños o Paseos
inmensos, por la noche negra de la Verdad,
y que te llame, enfermo, en su alma y en sus miembros,
¡oh Muerte, misteriosa, oh Sor de caridad!
Junio 1871
37
LAS DESPIOJADORAS
Cuando la frente infante, con sus rojas tormentas
convoca al blanco enjambre de los sueños difusos,
llegan junto a su cama dos hermanas risueñas
con sus gráciles dedos de uñas argentinas.
Sientan al niño frente al ventanal abierto,
donde el aire azul baña torbellinos de flores
y por su denso pelo preñado de rocío
sus dedos se pasean, seductores, terribles.
Él, escucha el cantar de sus hálitos tímidos
que expanden amplias mieles vegetales y rosas
y que interrumpe a veces un silbido ––saliva
que los labios absorben o ganas de besar.
Escucha sus pestañas latir en el silencio
perfumado; y sus dedos, eléctricos y suaves,
provocan los chasquidos, entre indolencias grises,
de los piojillos muertos, por sus uñas de reina.
Y un vino de Pereza sube en él, un suspiro
de armónica, capaz de llegar al delirio:
y el niño siente, al ritmo lento de las caricias,
cómo brotan y mueren sus ansias de llorar.
38
LAS PRIMERAS COMUNIONES
I
¡Hay algo más estúpido que una iglesia de pueblo
en la que diez mocosos, pegados a los muros,
oyen, cómo ganguea bisbiseos divinos
un negro estrafalario, cuyos choclos fermentan:
mientras, el sol despierta, perforando el follaje,
los colores añejos de las toscas vidrieras!
La piedra huele siempre a la tierra materna.
Podréis ver montoneras de cascotes terrosos
en la campiña en celo que, inmensa, se estremece,
junto al trigo preñado, por los senderos ocres,
con arbustos canijos donde la endrina grana,
––nudos de zarzamora, rosales cagaleros.
Cada cien años hacen que estas granjas sean dignas
gracias a un encalado de agua azul y de leche
y aunque podamos ver misticismos grotescos
junto a Nuestras Señoras o al santo disecado,
moscas que huelen bien, a taberna o a establo,
se atiborran de cera en el suelo con sol.
El destino del niño está en casa, familia
de ingenuos menesteres y estúpidos trabajos;
y se van, olvidando que su piel hormiguea
donde el Cura de Cristo hundió sus fuertes dedos.
Y al Cura se le paga un emparrado umbroso
para que deje al sol estas frentes morenas
El primer traje negro, el día de las tartas,
bajo Napoleón y el Niño del tambor,
estampas de colores, donde Josés y Martas
sacan la lengua con un amor excesivo,
y más tarde, dos mapas del día de la ciencia
éstos son los recuerdos que quedan del Gran Día.
Las chicas llegan siempre contentas a la iglesia:
les gusta que los chicos la traten de putillas,
y adoptando unos aires... después de Misa y Vísperas,
ellos, predestinados al garbo cuartelero,
en el café, desprecian las casas honorables,
bien vestidos, bramando espantosas canciones.
El Cura, sin embargo, selecciona dibujos
para la infancia y, cuando, a su patio, de noche,
llegan los soniquetes lejanos de los bailes,
siente a pesar del cielo y de sus prohibiciones
cómo el ritmo le arrastra las piernas y los pies.
––La Noche negra arriba, pirata en cielo de oro.
II
El Cura ha distinguido entre los catequistas,
venidos de Suburbios o de Barriadas Ricas,
a esta desconocida, pequeña y de ojos tristes,
frente amarilla y padres mansos como porteros.
«Y el Gran Día, eligiéndola entre los Catequistas,
Dios hará que sobre ella nieve el agua bendita.»
III
La noche del Gran Día, la niña cae enferma.
Mejor que en la alta Iglesia de fúnebres rumores,
llega el escalofrío ––la cama es un buen sitio––,
un temblor sobrehumano persistente: «¡Me muero!»
Y robando su amor a sus necias hermanas,
va contando, abatida, las manos sobre el pecho,
Ángeles y Jesuses, y sus brillantes Vírgenes...
y su alma, lentamente bebe a su vencedor.
¡Adonai!... En el eco de los nombres latinos,
cielos de moaré verde bañan Frentes bermejas,
y manchados con sangre de los celestes pechos
grandes tules de nieve caen sobre los soles.
––Y para sus purezas presentes y futuras
mordisquea el frescor de tu eterno Perdón
pero, más que el nenúfar, más que las mermeladas,
tu perdón está helado, ¡oh Reina de Sión!.
IV
Luego, la Virgen es sólo virgen de libro.
Los arrebatos místicos se quiebran tantas veces...
Y llega la pobreza de la estampa, que dora
el tedio, el color atroz y las viejas maderas.
Leves curiosidades, ligeramente impúdicas,
atormentan el sueño de azules castidades
que nace alrededor de las celestes túnicas
de tul con que Jesús vela su desnudez.
Sin embargo, se empeña, con el alma angustiada,
con la frente en la almohada que perforan sus gritos,
en prolongar los brillos de ternura suprema,
y babea... Las sombras llenan casa y corrales.
La niña ya no aguanta, y se agita combando
la espalda: con la mano corre el dosel azul
para que la frescura de la alcoba penetre
la cama, hasta su pecho y su vientre que arden.
V
De noche, se despierta; la ventana está blanca;
en el ensueño azul del visillo inlunado,
la visión del domingo la arroba en su candor;
su sueño ha sido rojo. Sangra por la nariz;
y al sentirse muy casta y demasiado débil,
para saborear un Amor que renace,
tiene sed de la noche en la que se alza y cae
el alma, bajo el ojo de un cielo adivinado;
tiene sed, Virgen Madre impalpable, que baña
los jóvenes temores con sus silencios grises;
sed de la noche ardiente en la que corazón roto
derrama sin testigos su rebelión sin gritos.
Su estrella pudo verla, con la vela en la mano,
haciéndose la víctima y la joven esposa,
bajar al patio donde una blusa se orea,
despertando, cual ánima, los duendes del tejado
VI
Pasó su noche santa metida en las letrinas.
El aire se colaba, blanco, por la techumbre
hasta su vela, y parras vírgenes color púrpura
caían, en cascadas, desde el corral de al lado.
La ventanita era un corazón de luz
en el patio, y el cielo pintaba de oros rojos
los cristales; el suelo, que olía a lavadero,
cargaba con la sombra del muro, negros sueños.
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VII
¿Quién dirá estos desmayos y este fervor inmundo,
y el odio en que se cambian más tarde, ¡sucios locos!
cuyo empeño divino deforma el mundo, incluso,
cuando la lepra, al fin, se coma el dulce cuerpo?.
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VIII
Y, cuando hayan pasado, estos nudos de histeria,
verá, bajo los tedios de la felicidad,
al amante que sueña en el blanco millón
de Marías, tras la noche de amor, con dolor:
«Te has muerto en mí, ¿lo sabes? He cogido tu boca,
tu alma, cuanto tenemos ––todo cuanto tenéis.
Pero yo estoy enferma: ¡quiero que me recuesten
con los Muertos saciados por las aguas nocturnas!.
»Era joven y Cristo me ha ensuciado el aliento.
Me colmó hasta el gaznate de amarguras y de ascos.
Besabas mis cabellos profundos como lanas,
yo me dejaba hacer... ¡Cómo os gusta besarlos,
»hombres!, que no pensáis que la más amorosa
es, bajo su conciencia de pavores ignobles,
la más prostituida y la más angustiada,
que el impulso hacia el Hombre es siempre torpe error.
»Mi Comunión está tan pasada, tan lejos...
Pero tus besos, nunca he podido acogerlos:
y mi amor, y mi carne, por tu carne abrazada
hierve aún con el beso pútrido de Jesús.»
IX
Y el alma corrompida y el alma desolada,
verán cómo chorrean tus negras maldiciones.
––Y se habrán acostado sobre tu Odio intocable,
libres, para la muerte, de las pasiones justas
¡Cristo! ¡Cristo! ladrón eterno de energías,
Dios, que durante siglos ungiste a tu tristeza,
remachada a la tierra, de oprobio y cefalalgia,
o arrastrada, la frente de la hembra del dolor.
Julio de 1871
39
EL JUSTO SE SENTABA...
El Justo erguía, recto, sus sólidas caderas:
un rayo le doraba los hombros; el sudor
me invadió: «¿Quieres ver bólidos que rutilan
y, puesto en pie, escuchar cómo zumba el fluir
de los lácteos astros y enjambres de asteroides?
»En farsas nocturnales alguien te está espiando.
Oh justo. Te es preciso un techo. Calla y reza,
tapado por las sábanas, dulcemente purgado,
y si algún errabundo llamara a tu ostiano,
le dices: “¡Márchate, Hermano, estoy lisiado”.»
Pero el Justo seguía de pie, en el espanto
azulón de la hierba, debajo del sol muerto.
«Y, ¿no pondrás en venta tus tristes rodilleras,
oh Anciano? ¡Peregrino sacro, Bardo de Armor,
Llorón de los Olivos, mano que el amor calma!
»Barba de la familia, puño de la ciudad,
creyente manso: ¡Alma que se derrama en cálices,
majestades, virtudes, amor y ceguedad,
¡Justo!, más tonto y más inmundo que una perra.
¡Yo soy aquel que sufre pero se ha rebelado!.
»Me río a carcajadas, oh estúpido, me muero
de risa en la esperanza de tu burdo perdón.
Estoy maldito, sabes, borracho, loco, lívido.
¡Y qué quieres! Pues vete a dormirte, oh Justo,
¡Poco me importa a mí tu torpedo cerebro!
»¡Tú eres el justo, ¿no?, el justo, y eso basta!
Hay que admitir que, mansas, tu ternura y razón
resoplan en la noche igual que los cetáceos,
que te has hecho proscrito, y que vomitas trenos
por espantosas flautas, caducas y chascadas.
»¡Y eres ojo de Dios, cobarde! Pero, incluso,
si el frío de sus pies me oprimiera la nuca
eres cobarde. ¡Oh frente infectada de liendres!
Sócrates y Jesús, Santos y Justos ¡qué asco!.
¡Respetad al Maldito supremo, en noches cruentas!»
Todo esto vomité sobre el mundo, y la noche
blanca y tranquila henchía el cielo en mi delirio.
Y, cuando alcé mi frente, el fantasma se iba,
llevándose el atroz sarcasmo de mis labios...
¡Venid, vientos nocturnos, para hablarle al Maldito!
Mientras, silencioso, bajo enormes pilastras
de azul, desperezando los cometas y nudos
del universo, enorme conmoción sin desastres,
el Orden, cual vigía, rema en el firmamento
y de su draga en fuego brotan hileras de astros.
¡El justo, que se vaya, atada la corbata
del oprobio a su cuello, rumiando mi pesar,
dulce como el azúcar en el diente podrido.
––Como la perra, tras la embestida del perro,
lamiéndose el costado del que cuelgan sus tripas.
¡Que invoque caridades mugrientas y progresos... ¡.
––Yo desprecio los ojos de esos chinos panzudos––
y luego tararee como un montón de niños
que van morir, tontos de imprevistas canciones:
¡Justos, nos cagaremos en vuestros vientres huecos!
Julio de 1871
40
LO QUE SE LE DICE AL POETA
A PROPÓSITO DE LAS FLORES
A Monsieur Théodore de Banville
I
Arrastrado hacia negros azules
donde el mar de topacios palpita,
se abrirán en tu noche los Lilios,
del éxtasis ––lavativas.
Y en nuestra época de sagú,
cuando las plantas son laboriosas,
el Lilio beberá azules tedios
en tus Prosas religiosas.
Soneto del ochocientos treinta,
el Lilio del señor de Kerdrel,
el Lilio que se da al Menestril,
el amaranto, el clavel.
Lilios, más Lilios, ¿dónde se meten?.
Pero en tu verso, como las mangas
de Pecadoras de andares suaves,
se agitan sus flores blancas.
Y siempre, Querido, al darte un baño,
tu camisa de rubias axilas
se llena, sobre inmundos miosotis.
con las matinales brisas.
El Amor sólo abre su fielazgo
a las Lilas ––¡columpios de brisa!
y a las Violetas del Bosque, dulces
gargajos de negras Ninfas!.
II
¡Poetas, incluso si tuvierais
a las Rosas, las Rosas hinchadas,
rojas, sobre tallos de laurel
orladas con mil octavas,
o si Banville, en forma de nieve,
las lanzara, rolando, sangrientas,
hiriendo el ojo del forastero
en su lectura malévola...
en nuestros bosques, en nuestros prados,
Oh, fotógrafos de alma serena,
la Flora es tan variada como
los tapones de botella!
Qué cruz de vegetación, franceses,
colérica, ridícula y tísica
por la que el vientre de los pachones
navega, al caer el día;
qué cruz, tras los dibujos odiosos
de azules Lotos y de Heliantos,
para las Primeras Comuniones,
de estampas rosas con santos!
La Oda al Azoka qué bien rima
con la estrofa en ventana de putilla;
mientras, mariposas deslumbrantes
cagan en las Chirivitas.
¡Viejos follajes y viejos galones!
¡Dios, qué vegetales virguerías!
¡Flores extrañas de los Salones!
¡Echemos a las avispas
estos fofos llorones florales
que Granville hubiera apadrinado
y que amamantaron los colores
de aciagos astros opacos!.
¡Vuestros jipidos de caramillo
dan glucosas la mar de preciosas!
––¡Cuántos huevos fritos con sombrero,
Lilio, Rosa, Lila, Azoka!...
III
Blanco Cazador que vas sin medias
por los blandos pastizales pánicos
¿no puedes, no debes, ensanchar
tu sapiencia de botánico?
Querrás sustituir, mucho me temo,
la cantárida a los grillos rojos
y las Floridas a las Noruegas:
y al Rin azul Ríos de oro.
Pero, Querido, el Arte hoy en día
no se rige por estos parámetros:
que el raro eucaliptus se retuerza
constreñido en un hexámetro
¡Basta ya!... Como si las Caobas
sirvieran, incluso en las Guyanas,
sólo a las cascadas de sajúes
con delirios de lianas.
––Veamos, ¿una Flor, el Romero
o el Lilio, vale, esté viva o muerta,
la caca de un pájaro marino?
¿o el lamento de una vela?
––¡Y he dicho lo que decir quería!.
¡Pero incluso tú, tumbado en una
choza de bambú, con la persiana
echada, de persa oscura,
limpiarías el culo a flores
dignas de Oises extravagantes!...
––Tus razones son, ¡Poeta!, tan
risibles como arrogantes...
IV
No pintes pampas primaverales,
negras de atroces insurrecciones;
¡pinta tabacos y algodonales
que el hombre exótico coge!
Dinos, frente que Febo curtió,
de cuántos dólares es el rédito
de Pedro Velázquez ––en La Habana;
caga en el mar de Sorrento
por el que bogan miles de Cisnes;
que tus estrofas sean proclamas
por el descepe de los manglares
que hidras y olas horadan.
Sume tu estrofa en bosques sangrientos
y ofrece luego a tus Semejantes
temas nuevos, con blancos azúcares,
con gomas y expectorantes.
Dinos si el oro que cubre el Pico
nevado nace, en el dulce Trópico,
de un desove de insectos en vuelo
o de musgos microscópicos.
¡Busca, Cazador, te lo exigimos
alguna granza aromatizada
que naciendo, ya, con pantalones
empuñe pronto las armas!
¡Busca en la linde del Bosque en sueños
flores como fauces de dragones
que babean pomadas de oro
por la testuz del Bisonte!
¡Busca en prados de Azul, donde tiembla
la plata albar de las pubescencias,
Cálices llenos de Huevos ígneos,
cociendo entre las esencias!
¡Busca Cardenchas algodonosas
que diez burros con ojos de brasa
hilan, devanan y anudan! ¡Busca
flores que sean butacas!
¡Busca en las vetas negras y hondas
flores que son casi como piedras,
con sus ovarios blondos y duros
junto a amígdalas de gema!
¡Sírvenos, Farsante, ya que puedes,
en fuente deslumbrante de plata
ragúes de Lilios al sirope,
para cucharas de alpaca!
V
Alguien nos cantará el gran Amor,
ladrón de las negras Indulgencias:
¡pero, ni Renán, ni Murr han visto
la inmensa y Azul Umbela!
Artista, anima en nuestros torpores,
gracias a los perfumes, locuras;
elévanos hasta las purezas
de las Marías más puras...
¡Comerciante, aparcero, médium!
tu Rima brotará rosa o blanca
como si fuera un rayo de sodio,
cual caucho que se derrama.
¡Juglar, que de tus negros Poemas,
blancos, verdes y rojos dióptricos,
se escapen volando extrañas flores
y eléctricos lepidópteros!
¡Nuestro siglo es un Siglo de infierno!
Los postes y los hilos telegráficos
lucirán, lira de cantos férreos
por tus omóplatos mágicos.
¡Danos, ante todo, tu versión
rimada del mal de la patata!
––Y para que puedas escribir
versos que el misterio inflama,
leídos desde Paramaribo
a Tréguier, cómprate raudamente
la Gran Obra del Señor Figuier
––icon grabados, en Hachette!.
ALCIDE BAVA
A. R
14 de julio de 1871
41
EL BARCO EBRIO
Según iba bajando por Ríos impasibles,
me sentí abandonado por los hombres que sirgan:
Pieles Rojas gritones les habían flechado,
tras clavarlos desnudos a postes de colores.
Iba, sin preocuparme de carga y de equipaje,
con mi trigo de Flandes y mi algodón inglés.
Cuando al morir mis guías, se acabó el alboroto:
los Ríos me han llevado, libre, adonde quería.
En el vaivén ruidoso de la marea airada,
el invierno pasado, sordo, como los niños,
corrí. Y las Penínsulas, al largar sus amarras,
no conocieron nunca zafarrancho mayor.
La galerna bendijo mi despertar marino,
más ligero que un corcho por las olas bailé
––olas que, eternas, rolan los cuerpos de sus víctimas––
diez noches, olvidando el faro y su ojo estúpido.
Agua verde más dulce que las manzanas ácidas
en la boca de un niño mi casco ha penetrado,
y rodales azules de vino y vomitonas
me lavó, trastocando el ancla y el timón.
Desde entonces me baño inmerso en el Poema
del Mar, infusión de astros y vía lactescente,
sorbiendo el cielo verde, por donde flota a veces,
pecio arrobado y pálido, un muerto pensativo.
Y donde, de repente, al teñir los azules,
ritmos, delirios lentos, bajo el fulgor del día,
más fuertes que el alcohol, más amplios que las liras,
fermentan los rubores amargos del amor.
Sé de cielos que estallan en rayos, sé de trombas,
resacas y corrientes; sé de noches... del Alba
exaltada como una bandada de palomas.
¡Y, a veces, yo sí he visto lo que alguien creyó ver!.
He visto el sol poniente, tinto de horrores místicos,
alumbrando con lentos cuajarones violetas,
que recuerdan a actores de dramas muy antiguos,
las olas, que a lo lejos, despliegan sus latidos.
Soñé la noche verde de nieves deslumbradas,
beso que asciende, lento, a los ojos del mar,
el circular de savias inauditas, y azul
y glauco, el despertar de fósforos canoros.
Seguí durante meses, semejante al rebaño
histérico, la ola que asalta el farallón,
sin pensar que la luz del pie de las Marías
pueda embridar el morro de asmáticos Océanos.
¡He chocado, creedme, con Floridas de fábula,
donde ojos de pantera con piel de hombre desposan
las flores! ¡Y arcos iris, tendidos como riendas
para glaucos rebaños, bajo el confín marino!
¡He visto fermentar marjales imponentes,
nasas donde se pudre, en juncos, Leviatán!.
¡Derrubios de las olas, en medio de bonanzas,
horizontes que se hunden, como las cataratas.
¡Hielos, soles de plata, aguas de nácar, cielos
de brasa! Hórridos pecios engolfados en simas,
donde enormes serpientes comidas por las chinches
caen, desde los árboles corvos de negro aroma!
Quisiera haber mostrado a los niños doradas
de agua azul, esos peces de oro, peces que cantan.
––Espumas como flores mecieron mis derivas
y vientos inefables me alaron, al pasar.
A veces, mártir laso de polos y de zonas,
el mar, cuyo sollozo suavizaba el vaivén,
me ofrecía sus flores de umbría, gualdas bocas,
y yacía, de hinojos, igual que una mujer.
Isla que balancea en sus orillas gritos
y cagadas de pájaros chillones de ojos rubios
bogaba, mientras por mis frágiles amarras
bajaban, regolfando, ahogados a dormir.
Y yo, barco perdido bajo cabellos de abras,
lanzado por la tromba en el éter sin pájaros,
yo, a quien los guardacostas o las naves del Hansa
no le hubieran salvado el casco ebrio de agua,
libre, humeante, herido por brumas violetas,
yo, que horadaba el cielo rojizo, como un muro
del que brotan ––jalea exquisita que gusta
al gran poeta–– líquenes de sol, mocos de azur,
que corría estampado de lúnulas eléctricas,
tabla loca escoltada por hipocampos negros,
cuando julio derrumba en ardientes embudos,
a grandes latigazos, cielos ultramarinos,
que temblaba, al oír, gimiendo en lejanía,
bramar los Behemots y, los densos Malstrones,
eterno tejedor de quietudes azules,
yo, añoraba la Europa de las viejas murallas
¡He visto archipiélagos siderales, con islas
cuyo cielo en delirio se abre para el que boga:
––i.Son las noches sin fondo, donde exiliado duermes,
millón de aves de oro, ¡oh futuro Vigor!?.
¡En fin, mucho he llorado! El Alba es lastimosa.
Toda luna es atroz y todo sol amargo:
áspero, el amor me hinchó de calmas ebrias.
¡Que mi quilla reviente! ¡Que me pierda en el mar!
Si deseo alguna agua de Europa, está en la charca
negra y fría, en la que en tardes perfumadas,
un niño, acurrucado en sus tristezas, suelta
un barco leve cual mariposa de mayo.
Ya no puedo, ¡oleada!, inmerso en tus molicies,
usurparle su estela al barco algodonero,
ni traspasar la gloria de banderas y flámulas
ni nadar, ante el ojo horrible del pontón.
42
VOCALES
A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales
algún día diré vuestro nacer latente:
negro corsé velludo de moscas deslumbrantes,
A, al zumbar en tomo a atroces pestilencias,
calas de umbría; E, candor de pabellones
y naves, hielo altivo, reyes blancos, ombelas
que tiemblan. I, escupida sangre, risa de ira
en labio bello, en labio ebrio de penitencia;
U, ciclos, vibraciones divinas, verdes mares,
paz de pastos sembrados de animales, de surcos
que la alquimia ha grabado en las frentes que estudian.
O, Clarín sobrehumano preñado de estridencias
extrañas y silencios que cruzan Mundos y Ángeles:
O, Omega, fulgor violeta de Sus Ojos.
43
LA ESTRELLA LLORÓ ROSA ....
La estrella lloró rosa, prendida de tu oído,
el infinito, blanco, roló por tus espaldas,
el mar tornasoló pelirrojo tus tetas
y el hombre sangró negro por tu flanco de diosa.
44
LOS CUERVOS
Señor, cuando los prados están fríos
y cuando en las aldeas abatidas
el ángelus lentísimo acallado,
sobre el campo desnudo de sus flores
haz que caigan del cielo, tan queridos,
los cuervos deliciosos.
¡Hueste extraña de gritos justicieros
el cierzo se ha metido en vuestros nidos!
A orilla de los ríos amarillos,
por la senda de los viejos calvarios,
y en el fondo del hoyo y de la fosa,
dispersaos, uníos.
A millares, por los campos de Francia,
donde duermen nuestros muertos de antaño,
dad vueltas y dad vueltas, en invierno,
para que el caminante, al ir, recuerde.
¡Sed pregoneros del deber, ¡Oh nuestros
negros pájaros fúnebres!
Santos del cielo, en la cima del roble,
mástil perdido en la noche encantada,
dejad la curruca de la primavera
para aquél que en el bosque encadena,
bajo la yerba que impide la huida,
la funesta derrota.
III. ÁLBUM DE COÑA
1
LILIO
¡Oh columpios! ¡Oh lilios! ¡Clisobombas de plata!
¡Que esquivais los trabajos y despreciais las hambres!.
¡El amor detergente de la aurora os delata
y dulzuras de cielo os pringan los estambres!
ARMAND SILVESTRE
A. R.
2
LOS LABIOS CERRADOS
VISTO EN ROMA
Existe en Roma, en la Sixtina
cubierta de emblemas cristianos
una vitrina escarlatina
do secan nasos muy ancianos
Nasos de ascetas tebaídicos,
nasos de prestes del Grial
do nacieron nocturnos tísicos
y el canto llano sepulcral
En sus místicas sequedades,
cada mañana se introducen
las cismáticas suciedades
que a polvo fino se reducen.
LÉON DIERX
A. R
3
FIESTA GALANTE
Escapin, Soñador,
se frota su minina
bajo su protector.
La dulce Colombina
experta ya en el amor
––do, mi, sol, do––, anima
al ojo zapador
que, de pronto, transmina,
embriagado, su ardor.
PAUL VERLAINE
A. R
4
VIEJO DE LA VIEJA
¡A los campesinos del emperador!
¡Al gran emperador de los campesinos!
¡Al hijo de Marte o ¿de marzo?!
¡Al glorioso 18 de MARZO!
¡cuando el cielo las entrañas de Eugenia bendijo!
5
EL ANGELOTE MALDITO
Tejados azulinos, blancos postigos;
como durante los nocturnos domingos,
en las afueras de la villa, en silencio:
la Calle está blanca, y negro está el cielo.
La calle que tiene casonas extrañas,
con ángeles pintados en sus persianas.
Pero, mirad cómo corre, arrobado,
mirad, mirad, hacia un hito, un malvado
y negro Angelote que, al correr, fluctúa,
porque ha comido demasiada yuyuba.
Hace caca: y después desaparece:
pero su maldita caca crece y crece,
bajo la luna santa que está vacante:
––una alígera cloaca de negra sangre.
LOUIS RATISBONNE
A. R
6
LA HUMANIDAD calzaba al gran niño Progreso
LOUIS-XAVIER DE RICARD
A. R
7
GILIPOLLECES
UNA
El Joven Traga.
Con gorrita
de ormesí
y pichita
de marfil;
chaquetita
setuní,
Pablo avista
un buen festín:
luego lanza
lengua en danza
a una pera;
se dispone
los calzones
y espurrea.
A. R
DOS
París
Al Godillot, Gambier,
Galopeau, Wolf-Pleyel,
––O Robinets!. ––Menier,
––O Christs!. ––Leperdriel!
Kinck, Jacob, Bonbonel!.
Veuillot, Tropmann, Augier!.
Gill, Mendès, Manuel,
Guido Gonín! Panier
de Grâces! L’Herissé!.
¡Betunes untuosos,
pan viejo, espiritosos!
¡Ciegos! ––¿y, después, qué?
policías , ¡Enguianos
en casa! ––¡A ser cristanos!.
A. R.
Y TRES
El cochero borracho
Guarro,
bebe:
nada ve:
¡carro
cede!:
agria
ley;
dama
cae:
talle
sangra:
––¡Clame!
Brama.
A. R
8
REMEMBRANZAS
DE UN VEJESTORIO IDIOTA
¡Perdona, padre mío!
En la fiesta del pueblo
buscaba, no el disparo banal que siempre gana,
sino el rincón con gritos, donde burros de flancos
cansados desplegaban un gran tubo sangriento...
pero yo no comprendo, ¡aún!...
Luego mi madre
––su camisa expandía, con su vuelo arrugado
y amarilla cual fruto, una fragancia amarga––
mi madre se subía con un ruido a la cama...
––hijo pues del trabajo––, mi madre, con sus muslos
de mujer ya madura, con sus gruesas espaldas
donde la ropa frunce sus múltiples arrugas,
y me ofreció calores que después uno calla...
Sentía una vergüenza más tranquila y más cruda
cuando mi hermanita, al volver de la escuela,
tras haber desgastado sus zuecos en la nieve,
meaba, contemplando su pis, al escaparse
de su labio de abajo, labio apretado y rosa,
un hilillo de orina de caudal miserable.
¡Oh, perdona!
También pensaba yo en mi padre:
por la tarde, las cartas, las palabras soeces,
el vecinito, y yo, que echaban, ¡cosas vistas!...
––¡un padre turba tanto!–– ¡te asalta cada idea!...
A veces, su rodilla mimosa; el pantalón
cuya raja mi dedo entreabría... ––¡y, qué quieres!––
para coger la punta, gruesa y negra, del padre
cuya mano peluda me acunaba...
Me callo
el bacín y la cuña, que has visto en el desván,
los almanaques llenos de rojo, la canasta
de retales, la Biblia, ciertos sitios, la criada,
la Santísima Virgen, el cristo...
No hay humano
más turbado que yo, ni más conmocionado:
ya que el abyecto cuerpo me convirtió en su víctima,
confieso el haber dicho mis jóvenes pecados...
¡Y que el perdón ahora me sea concedido!
.....................................................................
¡Y después ––permitidme que pregunte, Señor
¿por qué la pubertad tan lenta, la desgracia
de un glande tan tenaz, tan oscultado? ¿esa sombra
tan lenta por las ingles? ¿los terrores continuos
como una negra grava, que ciegan la alegría?
Enterarse, ¿de qué? ¡Viví siempre pasmado!
....................................................................................................................
¿Perdonado?...
Recoge los patucos azules,
padre mío...
¡Qué infancia! ................................................................................
.............................................................................................................................
¡que hay que hacerse una paja!
FRANÇOIS COPPÉE
A. R
9
LOS VIEJOS COPPÉES
1
En las tardes de estío, mirando escaparates,
cuando tiembla la savia bajo las negras rejas,
brotando en los pies flacos de los castaños de indias,
lejos de peñas negras, alegres, y hogareñas,
chupadoras de pipas, besadoras de puros,
junto al kiosco estrecho, mi refugio, de piedra,
––mientras rutila en lo alto un anuncio de Ibkd––
pienso en cómo el invierno congelará la Hebra
del límpido murmurio que calma la ola humana
––y en el bronco aquilón que no respeta nada.
FRANÇOIS COPPÉE
A. RIMBAUD
2
A los libros de siempre, libros de arte sereno,
Obermánn y Genlis, el Vert-Vert y el Atril,
cansado de estas modas grises y estrafalarias,
espero, cuando llegue la senectud, por fin,
y haya olvidado el gusto de un público atontado,
añadir el tratado del doctor Venettí.
Gustaré el viejo encanto de dibujos forzosos:
grabador y escritor han dorado el ruin
mundo de lo venéreo ––¿no es algo muy cordial?:
Venettí, que escribió, Del Amor Conyugal.
F. COPPÉE
A. R.
3
Viajaba en un vagón de tercera; y un cura
viejo sacó su pipa y ofreció a la ventana,
hacia el aura, su frente, calma y de pelos pálidos.
Después, este cristiano, arrostrando las chanzas.
volviéndose hacia mí, me pidió, tristemente
y enérgico a la vez, tabaco ––que mascara
habiendo sido un día el capellán mayor
de un retoño real dos veces en la trápala––
para mascar el tedio de un túnel, negra vena,
que se ofrece al viajero, en Soissons, cabe al Aisna.
FRANÇOIS COPPÉE
A. R.
4
Prefiero en primavera, sin duda, el merendero
donde castaños de indias enanos brotan vástagos
en el estrecho prado comunal, en los días
de mayo. Chuchos jóvenes, que apartan a golpazos,
junto a los Bebedores, destrozan los jacintos
del jardín: y en la tarde de un rojo anaranjado,
por la mesa en la que, en mil setecientos veinte,
dejó, en latín, grabado su apodo algún diácono,
flaco como una prosa en vidriera de iglesia,
la tos, que nunca embriaga, de las negras botellas.
FRANÇOIS COPPÉE
R.
5
¿ASEDIO?
El infeliz cochero, bajo el dosel de chapa,
calentando un enorme sabañón, bajo el guante,
tras el ómnibus lento, por la margen izquierda,
aparta su talega de las ingles que le arden.
Y mientras ––suave sombra poblada por los guardias––
el honrado interior ve en el cielo insondable
la luna que se acuna en su guata verdosa,
a pesar del edicto y de que ya es muy tarde,
y de que llega el ómnibus al Odeón, impuro
el crapuloso gruñe en el crucero oscuro!
FRANÇOIS COPPÉE
A. R
6
RECORDANDO EL RECUERDO
El año en que nació el Príncipe imperial
me ha dejado el recuerdo inmensamente tierno
de un París limpio, lleno de ENES de oro y de nieve,
por las rejas del parque y el carrusel eterno,
que brillan, tricolormente enguimaldadas.
Y en la tarde agitada por ajados sombreros,
por chalecos con flores, por vetustas levitas
y el canto, en las cantinas, de los viejos obreros,
negro, el Emperador, sobre chales que alfombran
la calle, va, tan pulcro, con la Santa Española
FRANÇOIS COPPÉE
7
EL NIÑO que cogió las balas, Niño Púber,
en cuyas venas corre la sangre del Exilio
y de un Ilustre Padre, oye brotar su vida
esperando alcanzar, bello además de altivo,
cortinas que no sean de Trono o de Pesebres.
Y así, su fino busto no aspira a los portillos
del Porvenir!––Dejó el antiguo juguete.
¡Su dulce sueño! ¡Su hermoso Enguiano! Perdido,
su mirar en inmensas soledades se sume:
«¡Pobre joven, sin duda, ya tiene la Costumbre!»
FRANÇOIS COPPÉE
8
LA ESCOBA
Es una humilde escoba, de grama muy grosera
para una alcoba... incluso, para pintar un muro
Emplearla es tan triste: no nos riamos de ella.
Raíz cogida de una pradera, su peludo
mato se seca inerte; su mango ya está blanco,
como madera de isla que el verano iracundo
enrojece. La cuerda parece trenza rígida.
De este objeto me gusta su aroma triste y rudo:
¡quiero lavar con ella tu ancha playa de leche,
oh Luna, donde nuestras Hermanas muertas duermen!
F. C.
10
EXILIO
...........................................................................................................................
¡Ay, cuánto nos importa, mi querido Conneau!...
¡Más que el Tío Glorioso, el Parvo Ramponneau!...
¡Todo instinto honorable nace en el débil pueblo!...
¡Por su culpa sufrimos amargo desconsuelo!...
¡Cómo nos gustaría echarle ya el cerrojo
al Viento que los niños llaman Napi-Napojo.....
...........................................................................................................................
Fragmento de una epístola en verso de Napoleón III. 1871
11
HIPOTIPOSIS SATURNIANAS,
EX BELMONTET
¿Cuál es ese misterio impenetrable, oscuro?
¿Por qué, sin levantar su velamen tan puro
se hunde la joven barca real que ya han botado?
Invirtamos la pena de los lacrimatorios.
...........................................................................................................................
Amor quiere vivir a expensas de su hermana,
y la amistad a expensas de su hermano.
............................................................................................................................
¡El cetro que a penas reverenciamos
sólo es la cruz de un gran calvario
sobre el volcán de las naciones!
............................................................................................................................
¡Pero el honor chorrea por tu bigote macho!
BELMONTET
arquetipo parnasiano
12
LOS STUPRA
PRIMERO
Las bestias primitivas cubrían a galopa,
con glandes albardados en sangre y excremento.
Nuestros padres mostraban con orgullo su miembro,
el pliegue de la vaina y las bolsas rugosas.
En la edad media, a la hembra, ya fuera ángel o gocha,
le era preciso un mozo de sólido ornamento;
hasta al mismo Kleber, si el culote es sincero,
no han debido faltarle los recursos que te honran.
El humano al mamífero más altivo es igual;
el grandor de su miembro sin razón nos extraña;
pues sonó la hora estéril: el caballo fugaz
y el buey han embridado sus ardores; ya nada
ni nadie osa arbolar su orgullo genital
por boscajes que puebla una grotesca infancia.
SEGUNDO
Nuestros glúteos no son iguales a sus glúteos
He visto a gente en cueros, detrás de los vallados,
y a niños, cuando juegan libremente en el baño,
los planos y las huellas que ofrecen nuestros culos.
Más firmes, aunque a veces, con un color blancuzco,
y distintos niveles que entolda el emparrado
de los pelos. En ellas, sólo florece el raso
por su raja embrujada, raso largo y profuso.
Con una maestría que embriaga y maravilla
que sólo vi en los ángeles de las pinturas sacras
simulan un carrillo donde anida una risa.
¿Estar, así, desnudos, encontrar gozo y calma,
con la frente inclinada hacia su oronda dicha
y libres, los dos juntos, susurrar una lágrima?
Y TERCERO
Tan oscuro y fruncido como un clavel morado,
respira humildemente, entre el musgo, al abrigo,
húmedo aún de amor, con dulzura escurrido
entre las blancas nalgas hasta su centro orlado.
Hilillos semejantes a lagrimones lácteos
han llorado en el viento cruel, que al no admitirlos
los lanza entre los cuajos de unos lodos rojizos
hasta perderse donde han sido convocados.
Mi sueño se embocó, tenaz, a su ventosa;
mi espíritu, envidioso del coito material,
hizo de él lagrimal y nido de sus quejas.
Es la oliva convulsa, es la flauta mimosa,
el tubo por do baja la almendra celestial
Canaán femenino que la humedad apresa.
IV ÚLTIMOS VERSOS
1
MEMORIA
I
El agua clara, sal de lágrimas de la infancia,
el asalto al sol de cames de mujeres blancas
las sedas, en tropel, con el lis puro, oriflamas
por los muros que antaño la doncella amparara;
batir de ángeles; ––No... el río es oro en marcha:
mueve sus brazos, negros, graves, frescos, de yerba:
se hunde en el Cielo azul, su dosel, y se inventa
por cortinas la sombra del alcor y del arca.
II
La baldosa empapada tiende sus chorros límpidos.
El agua viste de oro hondo las camas listas.
Las prendas de las niñas, verdes, descoloridas,
hacen de sauces llenos de pájaros y brincos.
Más pura que una onza, párpado de oro cálido,
la centellas en el agua ––Tu fe nupcial, ¡qué Esposa!
envidia, a mediodía, desde su espejo opaco,
del calinoso cielo la Esfera amada y rosa.
III
La Señora resiste de pie, por la pradera
donde nievan los hilos del trabajo; sombrilla
en mano; por altiva, pisotea la ombela;
niños están leyendo en la yerba florida
libros de cuero rojo. Él, pesadumbre enorme,
cual mil ángeles blancos que en ruta se dispersan,
se va, tras la montaña. ¡Ella, gélida y negra
corre y corre! después de que se ha ido el hombre.
IV
¡Añoranza de hierba pura de espesos brazos!
¡Oro lunar de abril en el fondo del lecho!
¡Gozo de los cantales del río, abandonados,
en agosto, al brotar sus podridos desechos!
¡Que ahora llore al lamer los muros! El aliento
de los chopos, en lo alto, pertenece a la brisa.
Luego, se estancará, gris, sin luz, sin venero:
un viejo, que draga, en su barca inmóvil, se agita.
V
Juguete de este ojo de agua triste, no atinan
a coger, bote inmóvil, mis brazos a ninguna
de las dos flores: ni la jalde, allá, importuna,
ni la azul, cuyo oriente es de color ceniza.
¡Polvo de las salcedas que agita un ala inmensa!
¡Gladio de los gladiolos que el día ha devorado!
Mi bote, siempre quieto; anclada su cadena
en el fondo del ojo, sin bordes, ––¿en qué barros?
2
¿Qué nos importan, di, corazón, estos charcos
de sangre y brasa, mil crímenes y largos gritos
de rabia, estos sollozos de un infierno que arrasa
todo orden; y Aquilón triunfando en el derrubio;
y la venganza? ¡Nada!... ¡Pero sí, la queremos,
la queremos! Senados, príncipes, industriales:
¡reventad! Poderes, justicia, historia: ¡a muerte!
Tenemos derecho. ¡La sangre! ¡La llama de oro !
¡Conságrate a la guerra, la venganza, el terror,
alma mía! Volvamos al mordisco: ¡pasad,
repúblicas del mundo! ¡Basta de emperadores
de regimientos y colonos, basta de pueblos!.
¿Quién blandirá torbellinos de fuego furioso,
sino nosotros y los que creímos hermanos?
Nosotros, fantasiosos amigos: os agrada.
¡Nunca trabajaremos, oleadas de fuego !
Esfumaros, Europa, América y Asia.
¡Vengador, nuestro avance ha cercenado todo,
ciudades y campiñas! ¡Seremos aplastados!
¡Brincarán los volcanes! Y el Mar conmocionado...
¡Amigos! ––Corazón, sí, son nuestros hermanos––
y, si negros y anónimos fuéramos... ¡Vamos, vamos!
¡Ay de mí! ya me siento temblar, la vieja tierra,
sobre mí, cada vez más vuestra, se derrite.
¡No, no es nada! ¡Aquí sigo! Sigo, aún
3
MIGUEL Y CRISTINA
¡Coño, si el sol, entonces, abandona su orilla!
¡Huye, claro diluvio! Las sendas tienen sombras.
Por los sauces, primero, y por el patio de armas
la tormenta reparte sus anchísimas gotas.
¡Cien corderos, de estos idilios rubios soldados,
dejad los acueductos y los enjutos brezos!
¡Llanuras y desiertos, horizontes y prados
asisten al aseo rojo de la tormenta!
Negro can, pastor pardo cuya capa se hunde,
huye de la hora de los rayos superiores;
rubio rebaño, cuando nadan sombra y azufre
intenta descender a cobijos mejores.
En cuanto a mí, ¡Señor!, ved cómo mi Alma vuela
tras los cielos helados de rojo bajo los
nubarrones celestes que corren y que vuelan
sobre Soloñas largas como ferrocarriles.
Miles de lobos, miles de silvestres semillas
arrastra, tras amar la blanca correhuela,
esta piadosa tarde que en la tormenta brilla,
hacia la antigua Europa donde cien hordas velan.
Después, ¡claro de luna! sobre la inmensa landa;
y, rojos, con su frente en la noche, los guerreros
sus pálidos corceles encabalgan, ronceros,
mientras las piedras suenan bajo esta fiera banda.
––¿Veré el bosque amarillo y la clara vaguada?
La Esposa de ojo azul, el hombre rojo, ¡oh, Galia!
y el Cordero Pascual, blanco, a sus pies queridos,
––Miguel, Cristina, ––¡y Cristo!––
y se acabó el Idilio.
4
LÁGRIMA
Lejos de rebaños, pájaros, zagalas,
bebía en cuclillas al lado de un brezo,
junto a los retoños de un tierno avellano,
una tarde verde con cálida bruma.
¿Qué podía beber en el joven Oise,
olmos sin voz, hierba sin flor, cielo nublo,
qué líquido sacarle a mi calabaza?.
Algún licor de oro, ardiente e insulso.
Así, hubiera sido un reclamo inútil
de hostal. Luego borró el cielo la tormenta:
y nacieron campos negros, lagos, percas,
columnas, en la noche azul, estaciones.
El agua del bosque en la límpida arena
se hundía; al estanque el viento arrojaba
carámbanos... ¡Cómo, pescador de conchas
y de oros, iba yo a pensar en beber!
Mayo de 1872
5
EL ARROYO DE CASSIS
El arroyo de Cassis oculto corre
por valles mágicos:
voces de cien cuervos lo acompañan, voces
de ángeles buenos:
con el vaivén grandioso de los pinsapos
si se hunde el viento.
Todo rola con misterios inquietantes
de guerras de antes;
torres conocidas, importantes parques:
se oye en sus márgenes
pasiones muertas de caballero andante
¡Qué sano el aire!.
Que el caminante mire sus claras vías
e ira contento.
¡Soldados del bosque que el Señor envía,
amables cuervos,
echad de aquí al campesino y su avaricia
que sólo empina un cuero seco!.
Mayo de 1872
6
COMEDIA DE LA SED
1. LOS PARIENTES
Somos tus Antepasados
¡los ricachos!
Nos cubren fríos sudores
de lunas y de verdores.
¡Qué corazón, nuestros caldos!
Al sol, sin ser impostores
¿qué puede el hombre?: beber.
YO ––¡En los ríos más salvajes perecer!
Somos tus Antepasados,
los del campo
Agua en los mimbrales brota:
mira el curso de la fosa
que el castillo envuelve y moja.
Bajemos a la bodega,
y después, leche y cerveza.
YO ––¡A la charca con las vacas a beber!
Somos tus Antepasados
que te damos
licores de la alacena;
Te y Café, cosas ajenas,
que hierven en los pucheros.
Mira qué estampas, qué flores.
Volvemos del cementerio.
YO ––¡Y agotar todas las urnas!.
2. EL ESPIRITU
Eternas ondinas
dividid el agua fina.
Venus, del azul hermana,
conmueve las puras aguas.
Judío errante en Noruega,
dime, ¿cómo nieva?
Viejos exiliados tiernos,
contadme el océano.
Yo––. Nunca esas bebidas puras,
ni esa flores de florero,
ni leyendas, ni figuras,
saciarme pudieron.
Coplista, tu ahijada
es mi sed que se desboca,
hidra íntima sin bocas
que roe y devasta.
3. LOS AMIGOS
¡Ven, el vino va a la playa!
¡y las olas a millones!
¡y mira el Bitter que arrasa
rolar desde lo alto del monte!
Hasta las verdes pilastras
de la Absenta, peregrinos
prudentes, hay que llegar...
YO.–– Nunca volveré a esas patrias.
¿Y qué es la embriaguez, amigos?
Me gusta, prefiero,
pudrirme en el lago,
bajo el caldo espeso,
al lado del pecio
varado.
4. EL POBRE SUEÑO
Algún día ha de llegar
la Noche en la que sereno,
en una vieja ciudad,
beba... Moriré contento,
acostumbrado a esperar.
Si se aplaca mi desdicha,
con un poquito de oro,
al Norte me marcharía...
¿o hacia el País de las Viñas?
––¡Soñar no tiene decoro,
pues es un empeño vano!
Amigo, y si me volviera
aquel viajero de antaño...
Mas, ¡ay!, la verde taberna
no me estará nunca abierta.
5. CONCLUSIÓN
Las palomas que en el prado aletean,
la caza que de noche corre y vela,
las bestias de las aguas, las domésticas,
¡la postrer mariposa!... están sedientas.
Fundirme donde se funde, sin meta
la nube. ¡Al amparo del frescor!
Morirme en las mojadas violetas
que siembra en estos bosques el albor.
Mayo de 1872
7
BUEN PENSAMIENTO MATINAL
En verano, de madrugada
dura aún el sueño de amor
y el alba filtra por las ramas
la tarde en fiesta, con su olor.
Allá, en los inmensos talleres,
remangados los carpinteros
mirando el sol de las Hespérides,
se agitan, prestos.
En desiertos de musgo aprestan,
tranquilos, los artesonados
bajo los cuales la riqueza
reirá bajo cielos falsos.
Por estos Obreros galantes,
siervos del rey de Babilonia,
¡deja, Venus, a los Amantes
cuyas almas son cual coronas!
Reina de los Pastores
para que sus fuerzas se templen,
al forzado, dale aguardiente
en espera del baño de mar, a las doce.
Mayo de 1872
8
FIESTAS DE LA PACIENCIA
1. BANDERAS DE MAYO
En las ramas claras de los tilos
agoniza un tañido enfermizo.
Pero, coplas que son como almas
revolotean por las grosellas.
¡Que ría la sangre en nuestras venas:
pues los pámpanos ya se enmarañan
y el cielo está hermoso como un ángel!
El cielo azul y el agua se aúnan.
Me marcho. Si un resplandor me hiriera
sucumbiría por los musgales.
Que uno se aburra, siempre en espera,
es muy sencillo. ¡Fuera mis penas!
Quiero que un dramático verano
me monte en su carro improvisado.
Que del todo, en tus manos, Natura,
me muera ––¡no tan sólo y tan nulo!.
No como los Pastores, ¡que extraño!,
muriendo, casi, en manos del mundo
Quiero que las estaciones me usen.
De mi ser te hago entrega, oh Natura;
con toda mi sed y mi hambre toda:
si tu quieres, sacia y desaltera.
Ya nada de nada me ilusiona;
Reírle al sol es reírle al padre,
mas yo no quiero reírle a nada;
que quede, al fin, libre este infortunio.
Mayo de 1872
2. CANCIÓN DE LA MÁS ALTA TORRE
Juventud ociosa
siempre sometida,
por fragilidad
perdí hasta mi vida.
Que el tiempo no se demore
en que el alma se enamore!
Me dije: abandona,
que nadie te vea:
sin promesa ya
de dichas eternas.
¡Que nada pueda pararte,
y del retiro apartarte!
Tanto he esperado,
que ahora sólo olvido;
temores, dolores
al cielo se han ido.
Y una sed insana llena
y me oscurece las venas.
Así el verde prado
que el olvido engaña
crece con sus flores
de incienso y cizaña.
Al son de un sucio montón
de moscas ––hosco bordón.
¡Viudez que no pasa,
de alma miseriosa
que busca solaz
en Nuestra Señora!
¡Y quién reza en su agonía
a Santa María!
Juventud ociosa
siempre sometida,
por fragilidad
perdí hasta mi vida.
¡Que el tiempo no se demore
en que el alma se enamore!
Mayo de 1872
3. LA ETERNIDAD
La hemos encontrado.
¿Qué? ––La Eternidad.
Sol que se ha marchado
en el pos de la mar.
Alma centinela,
desvela el desvelo
de la noche nula
y del día en fuego.
Sufragios humanos,
ímpetus comunes,
allí te liberas
y vuelas según
Ya que de vosotras,
brasas de satén,
sólo el Deber brota,
sin que digan: ¿ves?
Ya no hay esperanza,
ni ningún oriétur.
Ciencia con paciencia,
seguro tormento.
La hemos encontrado.
¿Qué? ––La Eternidad.
Sol que se ha marchado
en pos de la mar.
Mayo de 1872
4. LA EDAD DE ORO
Una de esas voces,
angélica siempre,
––Soy yo, ¿me conoces?
se despacha, alegre:
Esas mil preguntas
que se ramifican
sólo dan al hombre
embriaguez, locura.
Reconoce el giro
tan alegre y fácil:
sólo es linfa y flora,
¡pero es tu familia!
Luego canta. O
tan fácil y alegre,
vista a simple vista...
––Y canto con ella,
Reconoce el giro
tan alegre y fácil,
sólo es linfa y flora,
¡pero es tu familia!... etc.
Y, luego una voz
––¡No es acaso angélica!––
no dudes, soy yo,
dice jaranera;
y alza su cantar,
hermana del viento,
de acento Alemán,
pero ardiente y lleno.
El mundo es perverso;
¡acaso te extraña!
Vive y echa al fuego
el negro infortunio.
¡Precioso castillo
que claro es tu sino!
¿De qué tiempos eres,
porte soberano
del mayor hermano? etc...
¡Y ahora canto yo:
múltiples hermanas,
voces, nada públicas!
Rodead mi voz
de una fama púdica... etc ..
Junio de 1872
9
LA JOVEN PAREJA
La alcoba está abierta al cielo azul turquino
no hay ni un sitio: ¡tanto cofre, tanta artesa!
y el muro que cubren las aristolaquias
donde las encías de los duendes tiemblan.
¡Todo este desorden y estos gastos vanos
sin duda son obra de los genios malos!
Pues, quien suministra mora y telaraña
es, por los rincones, el hada africana.
Algunos se meten, gruñosas madrinas,
cual panes de luz, en las alacenas,
quedándose allí, pues nada se limpia
cuando, a la ligera, se va la pareja.
Un viento tenaz engaña al marido,
de modo constante, cuando se halla ausente.
Incluso los genios del agua se meten
a vagar, malignos, por toda la alcoba.
De noche, una amiga, ¡la luna de miel!,
cogiendo sus risas los cielos recorre
con miles y miles cenefas de cobre...
¡Y luego a enfrentarse a la rata cruel!
––Si no llega un día, fatuo, un fuego loco,
igual que un disparo, cuando el día calla...
––¡Oh Santos Espectros blancos de Belén,
entre vuestro hechizo por su azul ventana!
27 de junio de 1872
10
BRUSELAS
Julio
Boulevart del Regente
Arriates de amarantos hasta
el palacio encantador de Júpiter.
––Ya sé que eres Tú quien, aquí, mezcla
tu Azul que es casi un azul Sáhara.
Y, como abeto y rosa del sol
––y liana–– aquí encierran sus juegos,
¡jaula de la viudita….!
¡Qué vuelos
de pájaros, oh, la io, la io!...
––¡Mansas mansiones, pasas pasiones!
Kiosco de la Loca de afecciones.
Tras las vergas del rosal, balcones
umbríos y bajos de Julieta.
––La Julieta evoca la Enriqueta,
en el monte, una estación preciosa,
como en medio de una huerta umbrosa,
do un vuelo azul de duendes se posa.
Banco en el que la blanca Irlandesa
hoscos cielos canta en su guitarra.
Después, en la sala guayanesa
parloteo de niños y jaulas.
Ventana ducal; con ella pienso
en venenos de boj y babosas
dormidos aquí, en el sol.
Silencio:
¡no puedo con tanta cosa hermosa!
––Bulevar sin comercio y sin pasos,
mudo, lleno de drama y comedia,
teatro de multitud de escenas,
en silencio te conozco y te amo.
11
¿Es almea?... al nacer las horas azuladas
morirá, como mueren las flores desfloradas...
¡Delante de la inmensa plaza donde se siente
la ciudad que respira y crece floreciente!
Demasiado hermoso, demasiado; y necesario
––para la Pescadora y la canción del Corsario––,
también, ya que las últimas máscaras creyeron
en las nocturnales que en el puro mar se hicieron
Julio de 1872
12
LAS FIESTAS DEL HAMBRE
Mi hambre, Ana, Ana,
en tu burro cabalga
Si algo me gusta... sólo siento
gusto por las piedras y el suelo.
¡Din! !Din! ¡Din! comamos el viento,
las rocas, el carbón y el hierro.
¡Gira, hambre mía, gira y pasta
los prados del sonido!
veneno alegre saca
de la flor blanca del camino
¡Comed!
Los cantos del picapedrero,
las piedras viejas de algún templo,
las guijas, hijas del diluvio,
panes en el valle grasiento.
Mis hambres, briznas de aire negro,
azul que canta,
––mi estómago que se desgarra
son la desgracia.
¡Las hojas se han caído al suelo!
carne de fruta en sazón busco.
Cosecho en el fondo del surco
la violeta y el helenio.
¡Mi hambre, Ana, Ana,
en tu burro cabalga!
13
Grita el lobo en el matorral
escupiendo las bellas plumas
de su comida de corral:
¡y como él yo me consumo!.
Las ensaladas y los frutos
tan sólo esperan la colecta;
pero la araña del cercado
se alimenta de violetas.
¡Que esté dormido! ¡o que bulla
sobre el altar de Salomón,
el borbollón la yerba arrulla
y se mezcla con el Cedrón!.
14
Oye cómo brama
en abril la pértiga
verde de la arveja
junto a las acacias.
En un vapor claro,
hacia Febe, observa
vibrar la cabeza
de los viejos santos...
Lejos de tejados,
y puros cantiles,
nuestros Viejos piden
aquel filtro aciago...
Mas, ni ferial
ni astral es la bruma
que exhala, fatal,
esta luz nocturna.
No obstante, se quedan
––Sicilia, Alemania––
en la bruma triste
y pálida, en justicia.
15
Oh castillos, oh estaciones
¿Qué alma no cae en errores?
Oh castillos, oh estaciones,
Cursé la mágica alquimia
del Gozo, que nadie evita.
Que siempre sea alabado
cuando canta el gallo galo!.
¡Hacia nada mi alma aspira,
él se ocupa de mi vida!
¡Este embrujo! que alma y cuerpo,
liberó de todo esfuerzo.
¿Y qué dicen mis palabras?
¡Por él huyen en volandas!.
¡Oh castillos, oh estaciones!
[Y si la pena me arrastra
me aseguro su desgracia.
Preciso es que su desdén
me entregue a la,––muerte. Amén.
¡Oh palacios, oh estaciones!].
16
DESHONRA
Mientras la hoja no haya
rebanado este cerebro,
esta masa grasa y glauca,
con vapores nunca nuevos;
(Pero, Él, cortar debería
su nariz, labios y orejas,
y su vientre, ¡oh maravilla!,
abandonando sus piernas).
en verdad creo que, mientras
la hoja para su cerebro,
para su riñón la piedra
para sus tripas el fuego,
no hayan actuado, el niño,
molesto, tan tonto y burro,
debe obrar con disimulo
como un traidor aguerrido,
cual gato de las Rocosas
que emponzoña las esferas.
¡Pero en su muerte, Dios, no importa
que una plegaria florezca!
V APÉNDICE-RESTO
1
DOS POEMAS
1
¡Si las campanas son de bronce
nuestra alma llena está de pena!
En junio del setenta y uno,
linchados por la bestia negra,
nos, Jean Baudry y Jean Balouche,
tras cumplir cuanto uno anhela,
aborreciendo a Desdouets
morimos, en torre suspecta.
2
VERSOS PARA LOS EXCUSADOS
De este asiento, tan mal hecho
que enmaraña nuestras tripas,
quienes el círculo hicieron
grandes canallas serían.
Cuando el famoso Tropmánn
asesinó a Enrique Kinko,
acababa de llegar
de sentarse en ese sitio;
pues los gilipollas de
Badingue y Enrique V,
se merecen, digo yo,
tan triste estado de sitio,
2
VERSOS AISLADOS
1
Al pie de negros muros, dándole a los flacos perros,
2
Por detrás se agitaba, con hipidos grotescos,
la rosa que la panza del portero tragara.
3
Morena, sólo tenía dieciséis, y la casaron.
.............................................................................................................................
Pues ama con amor puro a su hijo de diecisiete.
4
[LA QUEJA DEL VIEJO MONÁRQUICO AL SEÑOR HENRI
PERRIN, PERIODISTA REPUBLICANO]
¡Usted ha
mentido, por mi fémur! ¡sí, mentido, salvaje
apóstol! ¿Quiere usted, hacemos más famélicos?
¿Quiere usted trasquilar nuestra cabeza calva?
¡Pues yo tengo dos fémures torcidos y grabados!
¡Porque suelta, a diario, tanta grasa del cuello
que podrían hacerse con ella hasta buñuelos,
porque es como una máscara de dentista y caballo
depilado de feria, que babea en la tina,
cree que así me borra cuarenta años de asedio!.
¡Tengo mi fémur! !tengo mi fémur! ¡sí, mi fémur!
Lo retuerzo a diario, desde hace cuarenta años
al borde de la silla amada, en nogal duro;
La marca del madero en él dura y perdura;
¡y si algún día avisto, yo, su órgano impuro,
y a esos abonados, mierda, a tus abonados
que soban ese órgano, idiota, entre sus manos,
............................................................................................................................
Volveré a retocar, hasta el fin de los días
este fémur labrado desde hace cuarenta años!.
5
[LA QUEJA DE LOS TENDEROS]
Que entre en ultramarinos, cuando la luna hace
aguas en la azul ventana,
Que empuñe ante nosotros la achicoria enlatada
6
…………………………………………………………….¿Son, acaso,
………………………………(toneles)?...............que alguien revienta?
……………………………………………………………………..¡No!
Es un cocinero jefe que ronca como un trombón.
7
………………………………………….Entre oros, cuarzos y porcelanas
……………………………………………………………..anodmo orinal,
relicario indecente de viejas castellanas,
corva sus flancos púdicos sobre caoba real.
8
¡Oh! ¡las viñetas perennillas!
9
Ebrio, el poeta injuria, gritando, al Universo.
10
Llueve, dulcemente, sobre la ciudad.
11
¡Cuidado con ella, oh, mi vida ausente!.
12
La clara luna, al dar las doce el campanario ...
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