Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Adalber Salas Hernández (Poemas de Extranjero)


Adalber Salas Hernández (Caracas, 1987)


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No era yo de esta tierra
no era mío su cielo
ese espejo hundido en sí mismo
que aguarda el instante de
romperse

ni me pertenecía su deseo
hora insepulta                          arcilla doliente
con su gramática de soles

ni tampoco su ley
que decreta precipicios bajo el sueño

no
yo llegué aquí
el día que empecé a pronunciar mi cuerpo

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Mi cuerpo

esta condena del aquí

donde llegan los minutos arrepentidos
a hacer acto de contrición

donde las palabras se ahondan
                                                    y esperan

algo
que las haga filo y resplandor

algo
que las salve

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Padre,
de madrugada en madrugada
voy arrastrando tu cadáver,

tu grito sedimentado,
tu hora imposible en todos los relojes,

el signo hostil que me dejaste
y que ahora reclama ser devuelto a la ceniza:

tu cuerpo,
todo mordaza y pasos perdidos,

en el que se filtró la noche
para hacerse irremediable.

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Mi cuerpo

sutura

salmo de espinas

catedral amarga       erguida

sobre la tensa piel del vacío

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A ti   que nada te toca   porque no has nacido todavía
a ti   arrodillado a la sombra de tu antiguo nombre
oyendo cómo la lluvia murmura el olvido del mundo   a
ti   que cada nuevo día te vistes con los ritos de la niebla
incapaz de hallar   un ángel que te dibuje un rostro
irrevocable   a ti   ignorante de esa letanía   que escribe
su pulso crepitante bajo tus sienes   a ti   apenas umbral
apenas espejo arrepentido   te será impuesta la errancia:
en tus entrañas hierve   arcano penitente   fiesta de
clavos   la fiebre

  el semen de la noche.

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Nuestro único pecado
fue dejar al tiempo
encharcarse en nuestra boca

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No quiero cruzar la próxima esquina

sé que ahí
                                                    a unos pasos
en una espera sin tiempo
me aguarda eso que es más mío
en lugares como éste
                                                 que no tocan las palabras

esa luz dura
esa nitidez imposible
                                                 que nos salva de lo turbio
                                                 y nos fulmina

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¿Quién dejó crecer
esta quietud vegetal bajo tus uñas?

¿quién abrió
una flor de arena en tu garganta?

¿quién te hizo
ese horizonte salvaje en el pecho

donde aún retumba,
sin sueño,
una jauría de palabras desiertas?

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Giro la llave de la ducha
e inclino la frente

aguardo
              quieto
el tacto líquido del olvido

para que devuelva sus límites
a mi anatomía

                          para que calme estas manos
                          que no saben su herencia
y me permita orar
                         así
        sin pedir nada

sólo
con el agua

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Por haber dado de comer a los muertos   deberás
abandonar tu casa   por haber saciado su hambre   con
el fruto sangriento de la espera   por haber velado ante
sus tumbas   en esa hora en la que la mañana se vuelve
apenas huella de ceniza   por haber espiado el sonido
de sus dedos náufragos
            acariciando
                                  rasgando la costura desigual de los siglos
por haber sembrado de nuevo la flor del vértigo en sus
cuencas vacías
               por haber asentido   por haber rendido tu frente
y tomado la corona de polvo
                                                                 que te ofrecían.

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Intemperie

es esta boca

esta oquedad fósil

este pacto
con lo que no ha sido todavía

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Afuera
          en la calle
sólo un árbol sostiene la noche

y si ese árbol cede
              ¿se quebrará la noche
                                                      en la noche?

             ¿qué queda del hombre
                            cuya sombra
              se derrumba sobre sí misma?

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No sé qué es esto
que te pronuncia en el azar de mis venas,

esto que descubre tu caligrafía
marcando las paredes de mi respiración,

esto que me llama a hurgar
bajo la blanca ceguera que te cubre.

Padre,
no sé qué es esto
que sorprende en mis manos
las ruinas impares de tu sombra.

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Leo
buscando entre las líneas
una luz

que borre mis ojos.

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Padre,
arden todavía las piedras de tu nombre,

aquí,
sobre mis párpados cerrados.

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No busco la redención de mi cuerpo

busco que mi cuerpo me redima

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Pero queríamos una música más alta,
tú lo sabes.

Nada más que un puñado de notas
capaces de redimir
lo que anochece en nuestros gestos,

un acorde, un puñal sonámbulo
con el que tallar
la urgencia de nuestro rostro.

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Me rompo los dientes
con la oración hambrienta de las piedras

me lleno la boca de pájaros ciegos
              de cielos sin cauce

para abrir
en ella
una luz salvaje que la quiebre

y pronunciar
así

ese trozo del primer día de la creación
que todos llevamos en la lengua

………………………………………………………………………..

Padre,
estoy siempre sentado aquí,
a orillas de tu noche,

intentando que aprenda los gestos familiares,
que recuerde tardes que no ha visto
y viajes que nunca ha hecho,

que sepa llevar los largos paseos
y las conversaciones espirales.

No me engaño:

todo esto se habrá perdido mañana,
lo sé.

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Tal vez no debo encontrar nada
             
              sólo sostenerme aquí
                       en la búsqueda

que el fulgor no se apiade
de la indigencia de mis ojos

que eso que calla
alumbre su cal en mis labios

y que las palabras   las verdaderas
sigan abrasando el fondo de la página

      como un destierro

………………………………………………………………………..
Intemperie

es ir a donde el viento
erosiona los rasgos   hasta borrarlos
hacia el temblor inicial
intacto de oraciones
como tajos

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Pero no,
Padre.
No vinimos a domesticar el silencio.

Vinimos a consumarlo.
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Hablo de la sed
que dio origen al mundo

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Y es que todo
quiere perderse en la celebración

de una sintaxis vitrificada,
transparente.

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Vengo
a desmigajar entre los labios
un mismo versículo de sal

a sentir cómo mi garganta se puebla
con estos pájaros de nunca

porque a través de esta blancura
transita un solo verbo insepulto
un solo cansancio encandilado

aquí ya no puedo más

    y me doblo
y me quiebro

en la espera de esa otra transparencia

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Con el pecho lleno de caminos tu pies deletreando
lentamente su asfixia   sin una mano dispuesta   a lavar
la   fatiga de tus piernas   y recordarle a tu boca cómo
sostener el tiempo   descubrirás que tu cuerpo   en su
tránsito   palpa el brillo convexo   del nunca
                                         que hablar   es aprender a
renunciar   al habla   al aliento
                                                      y traspasar esas regiones
donde el horizonte   es como un pájaro ciego
como la propia muerte   escrita en otro idioma.

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Y a amanece

ya la madrugada termina de coser
sus miembros dispersos
                                        ya finaliza el rito
                  que dará forma al murmullo      al barro
                             y lo hará huesos       tensa geometría del aire
ya germina ojos
intactos del último frío

     no hay fisuras en esta hora
que mantiene su difícil equilibrio
entre el día y una claridad que desconoce

sólo queda una sílaba
temblorosa de tanta noche
               genuflexa en la boca
que no se atreve a ser piedra
arrasada por el fulgor

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Entonces la verás
allí
cuerpo lejano sumido en la
última nitidez del día   los pasos de su trote tejidos como
presagio de incendio   recorriendo los límites de tu
mirada   casi hecha bruma   casi perdida como ruego
lanzado hacia ninguna parte
atisbarás su lomo subir
bajar
estremecido
de distancia y cielo abierto   y sabrás que esa respiración
guarda   la oscura geometría de los bosques recorridos
los ríos atravesados   las montañas juzgadas y absueltas
por la piedad atroz de la nieve
llevará en su hocico una
ley antigua   que cifrará cada uno de sus amaneceres


y será tu deber
arrebatársela   te lo dirá un sabor a final en la boca   un
pulso de cristales rotos en las venas

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La alcanzarás   tras correr por horas la alcanzarás
                          te aferrarás a ella sentirás temblar entre
las manos el dolor ronco de sus huesos   y hundirás en su
nuca una piedra afilada por el vértigo   hundirás en ella
una y otra vez tu grito oxidado   tu desamparo vertical
tu cansancio sin memoria   una y otra vez   con espuma
en los labios   ahí  en la herida que se abre como
relámpago   fundando grietas luminosas   fracturas
donde canta el hambre una y otra vez
  hasta oír cómo 
se derrumba un sol bajo su frente   cómo revienta en su
carne la pulpa del silencio
                                                               hasta que golpee el suelo
encogida   derrotada   toda ella un solo jadeo que se
muerde la cola

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Que el poema
sea la zarza


esa calma desposeída
que resquebraja el horizonte


esa renuncia que también es acuerdo
con lo que hay de irreversible en su sombra


la zarza
que eleva sus ramas
         y nada espera

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Arrodillado en la frontera   en la última ceguera de
lo vivo   deberás expiar la culpa que desde antes   ya
te había sido decretada   por ello abrirás su vientre con
dedos lluviosos   para arrancar su entraña todavía cálida
todavía tiempo   todavía orfandad bajo las nubes
                                                                                                    en
sus vísceras   en el azar de lo que callan  descifrarás un
augurio de tu rostro
                      la descuartizarás   sepultarás sus huesos
como quien se consagra al mandato    de restituir las
ruinas de un templo   al polvo que lo concibió
                                              sembrarás su carne en la tierra
santa tierra estéril   que estira su aullido pálido   rogando
por un fruto   una promesa de olvido


                                                                 dejarás allí enterrado
el enigma que fuiste   para sólo llevar contigo el enigma
que serás
                           con su sangre   dibujarás precipicios en tu
piel      tatuajes de sed      signos que te den forma   y un
nombre insobornable
                                    entonces partirás de nuevo    aunque tu
sendero se haya ahogado tras el imperio de lo blanco
                como el que ha descubierto ojos bajo sus ojos
manos bajo sus manos    y pájaros sin historia encerrados
en su frente
          y con las ramas nudosas de la madrugada    ardiendo
sobre tu cabeza      te impondrás esa vigilia que llamas
cuerpo

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Padre,
hay un poema que pone fin a la noche,

una insólita geometría verbal
que recita nuestra sangre
sin decirnos.

Buscaré esos vocablos:

sé que con ellos sembraste
la tristeza fugitiva de mis pasos

y diste forma a los pájaros
que encienden sus ojos bajo mi lengua.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”