Tomado del cuento: "El último verano de Klingsor"
Klingsor a Edith
Querida estrella del cielo de verano:
¡Qué bien me has escrito y con cuánta razón!
Tu amor me llama con dolor, como una eterna pena,
como un eterno reproche. Pero vas por buen
camino si me confiesas a mí y a ti misma cada
sensación de tu corazón. ¡No califiques ningún
sentimiento de pequeño, de indigno! Todos son buenos,
muy buenos, incluso la envidia, incluso los celos, incluso la crueldad. Nosotros sólo vivimos de nuestros
pobres, bellos y magníficos sentimientos. Y cada vez que somos
injustos con algo, apagamos una estrella.
No sé si amo a Gina. Lo dudo. No haría ningún sacrificio por ella.
Después de todo no sé si puedo amar. Puedo
desear y puedo buscarme en las demás personas,
sondear en busca de eco, ansiar un espejo, puedo buscar placer, y todo ello puede parecer amor.
Nosotros dos, tú y yo, vamos por el mismo laberinto,
por el jardín de nuestros sentimientos, que, en este
desagradable mundo, se han quedado insatisfechos. Y cada uno a su manera nos vengamos de ello en el horrible mundo.
Pero queremos realizar alguno de los sueños, porque
sabemos cuán rojo y dulce sabe el vino del sueño.
Sólo ven claramente sus sentimientos y la «trascendencia» y
consecuencia de su actuación las personas buenas,
seguras, que creen en la vida y que no dan ningún
paso que no puedan seguir aprobando mañana y
pasado mañana. Yo no tengo la suerte de
contarme entre ellas. Siento y actúo como
alguien que no cree en el mañana y que considera cada día como el último.
Querida y esbelta mujer, intento sin fortuna expresar
mis pensamientos. ¡Son siempre tan muertos los pensamientos
que se expresan! ¡Dejémosles vivir! Noto profundamente, y te lo agradezco, que
me comprendes, que algo en ti me es afín. No
sé cómo se puede anotar esto en el libro de la vida, no sé si nuestros sentimientos: amor, voluptuosidad,
gratitud, compasión, son maternales o infantiles.
A veces considero a las mujeres como viejas
libertinas expertas, y otras veces como muchachuelas. A veces me seduce con más
fuerza la mujer más inocente, otras veces la
más lasciva. Todo lo que debo amar es bello, es sagrado,
es infinitamente bueno. No se puede medir el porqué,
cuánto tiempo, ni en qué medida.
No te quiero sólo a ti, tú lo sabes, ni tampoco quiero
sólo a Gina; mañana y pasado mañana querré otras imágenes,
pintaré otras imágenes. Pero no me arrepentiré de ningún amor que haya sentido, ni de ninguna sabiduría o
tontería que haya cometido por su causa. A ti te
quiero quizá porque te pareces a mí. A otras
las quiero porque son tan distintas de mí.
Es tarde, la luna está sobre el Salute. ¡Cómo ríe la
vida, cómo ríe la muerte! Arroja esta tonta
carta al fuego y arroja al fuego.
a tu Klingsor.
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