Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Rainer María Rilke



CARTA A UN JOVEN POETA



París, 17 de febrero de 1903
Muy estimado señor:
Su carta llegó a mí hace apenas algunos días. Quiero agradecerle su gran y afectuosa confianza. Apenas puedo hacer más. No puedo profundizar en el carácter de sus versos, cualquier observación crítica está muy lejos de mí. Con nada puede uno tocar tan poco una obra de arte como con palabras de críticas: con ello se llega siempre a mayores o menos malentendidos. Las cosas no son tan tangibles ni tan susceptibles de ser habladas como nos lo quieren hacer creer casi siempre. La mayoría de los sucesos no son susceptibles de ser hablados; se llevan a cabo en un espacio en el que nunca ha entrado las palabras. Y menos susceptibles de ser habladas que cualquier otra cosa son las obras de arte, existencias llenas de secretos, cuyas vidas, frente a la nuestra, perecedera, perduran.
Cuando envíe esta nota sólo debo decirle que sus versos no tienen carácter propio, pero sí referencias silenciosas y ocultas a lo personal. En donde siento esto más claramente es en el último poema: Mi alma. Ahí algo propio quiere convertirse en palabra y forma. Y en el hermoso poema A Leopardi crece tal vez algún tipo de parentesco con este gigante solitario. Sin embargo, los poemas no son aún nada en sí mismo, nada independiente, ni el último, ni el escrito a Leopardi. La bondadosa carta que acompaña a sus versos no se equivoca al explicarme algunas carencias que sentí, sin poder mencionar, durante la lectura de sus versos.
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me pregunta a mí. Antes ya le había preguntado a otros. Los manda a revistas. Los compara con otras poesías y se inquieta si ciertos editores rechazan sus intentos. Bueno (ya que me he permitido que le aconseje), le pido que renuncie a todo eso. Entre a usted mismo. Explore la causa de su deseo de escribir; pruebe si ella extiende sus raíces en lo más profundo de su corazión, admita si usted moriría si se le prohibiera escribir. Estoante todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir? Excave en sí mismo en busca de una respuesta profunda. Y si oyese un asentimiento, si se encontrara  con un fuerte y simple "debo", construya su vida según esa necesidad; su vida hasta dentro de su más indiferente e insignificante hora debe convertirse en señal y testimonio de ese afán. Después acérquese a la naturaleza. Luego intente, como un primer hombre, contar lo que vey presencia, ama y pierde. No escriba poemas de amor. Evite en un principio aquellas formas demasiado habituales y comunes: esas son las más difíciles, pues es necesaria una fuerza grande y madura para producir algo propio allí donde se acumula una multitud de tradiciones buenas y en parte brillantes. Por eso, sálvese de los temas generales, diríjase a aquellos que le ofrece su cotidianidad; describa su tristeza y sus deseos, los pensamientos pasajeros y su fe en cualquier belleza. Refiera todo esto con sinceridad profunda, silenciosa, humilde, y utilice para expresarse las cosas de su entorno, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos. Si su cotidianidad le parece pobre, cúlpese de sí mismo, dígase que no es lo suficientemente poeta para hacer que sus riquezas vengan; pues para los creadores no hay pobreza ni lugares pobres, comunes. Incluso si estuviera en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar los ruidos del mundo hasta sus sentidos, ¿no tendría usted aún su niñez, esa deliciosa, magnifica posesión que son los recuerdos? Vuelva hacia allá su atención, intente recuperar las sensaciones hundidas de ese amplio pasado; su personalidad se consolidará, su soledad se ampliará y se convertirá en una habitación a media luz frente a la cual pasa, a lo lejos, el ruido de los demás. Y si de este giro hacia su interior, de este sumergirse en el mundo propio, salen versos, usted no pensará en preguntar si se trata de buenos versos. Tampoco hará el intento de interesar a las revistas  en estos trabajos; usted verá en ellos su posesión querida y natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena si nace de la necesidad. En esta característica de su origen está el criterio para su juicio: no hay ningún otro. Por esto, estimado señor, no sabría darle sino este consejo: entrar en usted mismo y examinar las profundidades de las que brota su vida; en esa fuente encontrará la respuesta a la pregunta de sí debe crear. Admítala como suene, sin interpretarla. Tan vez se demuestre que usted ha sido llamado a ser artista. Entonces asuma su destino y sopórtelo, con su peso y su magnitud, sin pedir jamás una recompensa que pudiera venir del exterior. Pues quien crea debe constituir un mundo para sí mismo y encontrarlo todo en sí mismo y en la naturaleza a la que se ha integrado. 
Sin embargo, tal vez deba usted también, después de este descenso en sí y en su soledad, renunciar a ser un poeta (es suficiente, como lo he dicho, sentir que sin escribir sería posible vivir para no deber hacerlo en absoluto). Pero, incluso si esto sucede, esta introspección que le pido no habrá sido en vano. De cualquier forma, su vida encontrará, desde ese momento, caminos propios. Y le deseo, más de lo que puedo decir, que esos caminos sean buenos, ricos y amplios.
¿Qué más debo decirle? Todo me parece puesto en su lugar. Finalmente, sólo quisiera aconsejarle crecer seria y silenciosamente a través de su desa­rrollo, pues no hay forma más violenta de alterarlo que mirando hacia afuera y esperando de afuera respuestas a preguntas que sólo puede contestar, tal vez, su más íntimo sentir en su más silenciosa hora.
Fue una alegría para mí encontrar en su carta el nombre del profesor Horaceck; guardo para este querido maestro una gran admiración y un agrade­cimiento que ha perdurado a través de los años. Hágale saber, por favor, de este sentimiento mío. Es muy bondadoso al recordarme todavía y yo sé apre­ciar su bondad.
Los versos que usted amistosamente me ha con­fiado se los envío de vuelta. Y agradezco de nuevo la magnitud y la cordialidad de su confianza, de la que he intentado hacerme un poco más merecedor de lo que en realidad soy, como un extraño, a través de esta sincera respuesta, dada según mi mejor saber.
 Con toda sumisión e interés,

Rainer María Rilke

VIAREGGIO, CERCA A PISA (ITALIA), ABRIL 5 DE I903
 
Debe usted perdonarme, querido y estimado señor, que sólo hasta hoy recuerde agradecido su carta del veinticuatro de febrero: estuve indispuesto todo el tiempo. No precisamente enfermo, pero afectado por una debilidad gripal que me incapacitaba para cualquier cosa. Y finalmente, en vista de que no quería ceder, vine a este mar sureño cuya benevo­lencia ya me ayudó una vez. Pero todavía no estoy sano, me cuesta trabajo escribir y por eso debe us­ted tomar estas escasas líneas como si fueran más.
Naturalmente debe usted saber que me alegraré con cada nueva carta y debe ser indulgente frente a la respuesta, que tal vez con frecuencia lo deje con las manos vacías; porque en el fondo, y precisamen­te en las cosas más profundas e importantes, esta­mos indeciblemente solos. Y para que nos podamos aconsejar o, por mucho ayudar, muchas cosas deben ocurrir, muchas resultar, una constelación completa de eventos debe coincidir para lograrlo por una vez.
(...) Hoy quería decirle sólo dos cosas más: la ironía. No se deje dominar por ella, especialmente en los momentos no creativos. En los momentos creativos úsela como un medio más para aprehender la vida. Usada puramente, es también pura. Y no debe ser motivo de vergüenza. Si su trato con ella es muy cercano, tema la creciente confianza que le brinda: y diríjase hacia los temas grandes y serios frente a los cuales se vuelve pequeña e indefensa. Busque la profundidad de las cosas: hasta allá nunca llega la ironía: y cuando usted se acerque así al borde de lo grande, pruebe simultáneamente si esta forma de interpretación surge de una necesidad de su ser. Pues bajo la influencia de las cosas serias ella le sobrará (si es algo accidental) o. de lo contrario, (si en realidad le pertenece intrínsecamente) tomará fuerza como una herramienta seria y se alistará en la fila de los medios con los cuales usted deberá dar forma a su arte.
Y lo segundo que quería contarle hoy es esto: De todos mis libros, sólo unos pocos me son im­prescindibles y dos están incluso siempre con mis cosas, donde también estoy yo. También están aquí alrededor mío: la Biblia y los libros del gran poeta danés Jens Peter Jacobsen. Se me ocurre preguntar­me si usted conoce su trabajo. Lo puede conseguir fácilmente, ya que una parte de él fue publicada en Reclams Universal-Bibliothek en una buena traduc­ción. Consígase el librito Seis Novelas de J. P. Jacobsen y su novela Niels Lyhne y empiece la novela llamada Mogens, la primera del primer volumen. Un mundo vendrá a usted: la dicha, la riqueza, la gran­deza incomprensible de un mundo. Viva durante un tiempo en estos libros, aprenda de ellos lo que le parezca digno de ser aprendido, pero, sobre todo, ámelos. Ese amor le será correspondido mil y mil veces y, de cualquier forma en que se dé su vida, él marchará a través del tejido de su ser como uno de los hilos más importantes entre todos los hilos de sus experiencias, desengaños y alegrías.
Si debo decir de quién he aprendido algo acerca de la esencia del crear, acerca de su profundidad y eternidad, sólo puedo mencionar dos nombres: el de Jacobsen, el gran, gran poeta, y el de Auguste Rodin, el escultor, que no tiene igual entre todos los artistas que hoy viven.
¡Y todo el éxito para sus caminos! ¡Y todo el éxito para sus proyectos! Suyo,

                                                                                                                         Rainer María Rilke

VIAREGGIO, CERCA DE PISA (ITALIA), 23 DE ABRIL DE I9O3

Usted querido y estimado señor, me ha proporcionado gran alegría con su carta de Pascua: ella decía cosas buenas de usted, y la forma en que habló acerca del arte grande y amado de Jacobsen me mostró que no fallé al guiar su vida y sus múltiples preguntas hacia esa plenitud.
Pues bien, ahora se abrirá a usted Niels Lyhne, un libro de las glorias y de las profundidades: cuanto más uno lo lee, más parece contenerlo todo, desde el aroma sutil de la vida hasta el sabor lleno, grande, de sus más pesados frutos. Allí no hay nada que no haya sido entendido, (...) y el destino mismo es como una trama milagrosa y amplia en la que cada hilo es conducido y colocado junto a otro por una mano infinitamente tierna, y sostenido y llevado por cientos de hilos más.
Usted experimentará una gran alegría al leer este libro por primera vez y pasará a través de sus incontables sorpresas como en un nuevo sueño. Y le puedo decir que más tarde también, una y otra vez, uno recorre esos libros como el mismo sorprendido de antes y que ellos no pierden nada de su maravilloso poder ni abandonan nada de la fantasía con que cubre  al lector la primera vez.
 Uno solamente los goza cada vez más, está cada más agradecido con ellos, y se vuelve de alguna manera mejor y más sencillo al observar; más profundo en su fe en la vida, y en la vida más feliz y más grande.
Y luego debe usted leer el maravilloso libro del destino y de los deseos de Marie Grubbe y las cartas de Jacobsen, sus diarios y sus fragmentos y, finalmente, sus versos los cuales, a pesar de estar traducidos mediocremente, viven en infinitos tonos. Al respecto le aconsejaría comprar, eventualmente, la hermosa publicación de las obras completas de Jacobsen, que contiene todo esto. Apareció en tres tomos y bien traducida por Eugen Diederichs en Leipzig y. hasta donde sé. cada tomo cuesta sólo cinco o seis marcos.
En su opinión acerca de Aquí debería haber rosas... (obra de incomparable finura y forma) tiene usted razón de manera inviolable al estar en contra de quien escribió la introducción. Y hágase aquí el ruego: lea usted tan pocos escritos de crítica estética como le sea posible – son, bien sea, consideraciones de partido que se han anquilosado y han perdido sentido en su dureza inerte, o hábiles juegos de palabras, según los cuales gana hoy un punto de vista y mañana el opuesto-. Las obras de arte son de una soledad infinita y no hay nada que se acerque menos a ellas que la crítica. Sólo el amor puede aprehenderlas y retenerlas y ser justo frente a ellas. Dé siempre la razón a usted mismo y a su sentimiento frente a cualquiera de tales explicaciones, discusiones o introducciones. Si usted no tuviera razón, el crecimiento natural de su vida interior lo conducirá lentamente y con el tiempo, a otros juicios. Permita que sus juicios se desarrollen de manera propia, tranquilos e inalterados. Este desarrollo, como cualquier progres.  debe venir de lo profundo y no puede ser acosado ni acelerado por nada. Todo se trata de gestar y después parir. Dejar que cada impresión y cada germen de un sentimiento maduren en la oscuridad, en lo indecible, en lo desconocido, en lo inalcanzable para el propio entendimiento, y aguardar con profunda humildad y paciencia la hora del parto de una nueva lucidez: sólo esto significa vivir artísticamente, tanto en el intelecto como en la acción creadora.
Aquí no existe el medir con el tiempo, aquí no cuentan los años y diez años son nada. Ser artista significa no calcular ni contar; madurar como el árbol, que no empuja su savia y permanece confiado bajo las tormentas de la primavera sin miedo a no ver un verano más. El verano sí llega. Pero sólo para los pacientes que están ahí como si la eternidad estuviera frente a ellos, así de despreocupadamente plácidos y amplios. Eso lo aprendo día a día, lo aprendo con dolor al cual agradezco (y con el dolor estoy agradecido): ¡la paciencia lo es todo!
Richard Dehmel: Me pasa con sus libros (y dicho sea de paso, también con las personas que conozco superficialmente) que cuando encuentro una de sus páginas hermosas, me asusta pensar en la siguiente, que puede alterarlo todo de nuevo y convertir lo encantador en indigno. Usted lo ha caracterizado bien con la frase "vivir y componer en celo". Y, efectivamente, la vivencia artística se encuentra tan increíblemente cerca de lo sexual, de su dolor y de su placer, que en realidad los dos fenómenos son solo diferentes formas de una misma ansiedad y dicha. Y si en vez de celo se pudiera decir sexo, sexo en el sentido grande, amplio, puro, no sospechoso por causa de errores eclesiásticos, su arte sería muy grande e infinitamente importante. Su fuerza poética es grande y, como un instinto primitivo, fuerte; tiene ritmos propios y desconsiderados y brota de él como de las montañas.
Pero parece que esta fuerza no siempre es totalmente sincera y sin afectación. (¡Esa es también una de las pruebas más difíciles para el que cree: debe ser siempre ignorante, inconsciente de sus mejores virtudes, si no quiere quitarles su ingenuidad y su virginidad!). Y entonces, cuando ella, estruendosa por entre su ser, llega hasta lo sexual, no encuentra a un hombre tan puro como lo necesitaría. No hay allí un mundo sexual totalmente maduro y genuino, hay un mundo sexual que es insuficientemente humano, que es solamente masculino, que es celo, embriaguez y perturbación, y que está cargado con todos los viejos prejuicios y orgullos con los que el hombre ha desfigurado y llenado al amor. Porque ama sólo como hombre, no como ser humano, por eso su percepción de lo sexual es algo estrecha, aparentemente salvaje, hostil, temporal, perecedera, que reduce su arte y lo hace ambiguo y dudoso. Éste no es inmaculado, lo trazan el tiempo y la pasión, y poco de él durará y subsistirá. (¡Sin embargo, la mayoría del arte es así!). Pero, a pesar de esto, uno puede alegrarse profundamente gracias a aquello que le es grande, sólo que es necesario no perderse en él y no volverse seguidor de aquel mundo Dehmelsiano infinitamente temeroso, lleno de adulterio y confusión, alejado de los verdaderos destinos que hacen sufrir más que estas turbiedades temporales, pero que dan más oportunidad para la grandeza y más valor para la eternidad.
Con respecto a mis libros, preferiría mandarle todos aquellos que lo puedan alegrar. Pero soy muy pobre y desde el momento en que aparecen publicados ya no me pertenecen. Yo mismo no los puedo comprar -ni darlos, como con frecuencia quiero hacerlo, a quien les prodigaría afecto-.
Por eso he copiado para usted en una hoja los (y editoriales) de mis últimos libros (de los más recientes: en total he publicado ya doce o trece), y debo dejarle a usted, querido señor, la tarea de encargar eventualmente algunos de ellos.
Sé que mis libros están a gusto con usted. ; Viva plenamente!

Rainer María Rilke




ACTUALMENTE EN WORPSWEDE, CERCA A BREMEN, l6 DE JULIO DE I903

Hace cerca de diez días dejé París, verdaderamente adolorido y cansado, y vine a una gran planicie nór­dica, cuya amplitud y sosiego y cielo deben reponer­me. Pero llegué con una larga lluvia que sólo hasta hoy quiere descorrerse sobre la tierra intranquila y ondulada; y hago uso de este primer instante de cla­ridad para saludarlo, querido señor.
Muy querido señor Kappus: dejé una carta suya sin respuesta durante mucho tiempo, no por haberla olvidado; al contrario; era de esa clase de cartas que uno vuelve a leer cuando la encuentra entre las demás, y lo reconocí a usted en ella como desde muy cerca. Era la carta del dos de mayo y usted, segura­mente, se acuerda de ella. Cuando la leo, como aho­ra, en el gran silencio de esta lejanía, me conmueve su hermosa preocupación por la vida, más aún por­que yo ya la sentí en París, donde todo resuena y se desvanece de manera diferente por el excesivo ruido que hace temblar las cosas. Aquí, rodeado por una tierra impetuosa por donde pasan los vientos mari­nos, aquí siento que ningún hombre puede respon­der a las preguntas y sentimientos que tienen vida propia en lo profundo de su ser, pues los mejores en las palabras también se equivocan cuando quieren dar a entender lo más sutil y casi indecible. Creo, sin embargo, que esas preguntas no han de quedar sin solución si usted se mantiene cercano a cosas simila­res a aquéllas sobre las que mis ojos reposan ahora. Si usted se apoya en la naturaleza, en lo simple en ella, en lo pequeño, en lo escasamente visible, que puede convertirse de repente en grande e incon­mensurable; si usted tiene ese amor hacia lo insig­nificante y de la forma más sencilla busca, como un sirviente, ganar la confianza de aquello que parece pobre, entonces todo le será más fácil, unitario y de alguna manera más conciliador; tal vez no para el intelecto, que se detiene, sorprendido, pero sí para la más íntima conciencia, para la vigilia y para el conocimiento. Usted es tan joven, está tan lejos de cualquier comienzo, y yo quiero pedirle, tanto como me sea posible, que tenga paciencia frente a todo lo no resuelto en su corazón y que intente querer a las preguntas mismas como a habitaciones cerradas y a libros escritos en un idioma muy extraño. No busque ahora las respuestas, que no le pueden ser dadas porque no las podría vivir. Y se trata de vivirlo todo. Ahora viva usted las preguntas. Tal vez viva la res­puesta más tarde, por fin, sin darse cuenta, en un día lejano. Tal vez lleve usted consigo la posibilidad de formar y moldear como una manera especialmente espiritual y pura de vivir; edúquese para eso – pero asuma con gran confianza aquello que llegue, y si viene sólo de su voluntad, de alguna necesidad de su interior, tómelo sobre sí y no odie nada-. El sexo es difícil; sí. Pero es lo difícil lo que nos ha sido en­cargado, casi todo lo importante es difícil, y todo es importante. Si reconoce sólo eso y llega a conquis­tar, desde usted, desde su talento y a su manera, a partir de su experiencia e infancia y fuerza, un com­portamiento totalmente propio hacia el sexo (no influido por la convención ni por la tradición), no debe temer más perderse ni volverse indigno de su mejor posesión.
la tierra, sin la concertación mil veces ocurrida de los animales y las cosas – y su gozo es tan indescriptiblemente bello y rico porque está lleno de El placer corporal es una vivencia sensorial no diferente del simple observar o de la simple sensación con la que la lengua percibe una fruta bella; es una experiencia grande, infinita, que nos es dada, un conocimiento del mundo, la fuente y el brillo de todo conocimiento. Y que lo acojamos no es malo; malo es que casi todos abusan de esa experiencia y la desperdician y la ponen como estímulo en las horas cansadas de sus vidas, como dispersión en vez de recogimiento hacia puntos culminantes. La hu­manidad también ha transformado la comida: la ne­cesidad de un lado, el exceso del otro, han enlodado la claridad de este recurso, y de la misma manera se han vuelto turbias todas las profundas y sencillas necesidades básicas en las que la vida se renueva. Pero el individuo puede aclararlas para sí y vivirlas claramente (y si no el individuo, que es demasiado dependiente, sí el solitario). Él puede recordar que toda la belleza en los animales y en las plantas es una forma tranquila y duradera del amor y del deseo, y puede verlos, pacientes y solícitos juntándose y reproduciéndose y creciendo – no por placer físico, no por sufrimiento físico -, inclinándose ante necesi­dades que son más grandes que el placer y más poderosas que la voluntad y la resistencia. Oh, si el hombre recibiera más humildemente, cargara con más seriedad, tolerara, sintiera el peso de este mis­terio del que está lleno el mundo hasta en su más pequeña cosa, en vez de tomarlo a la ligera. Si fuera respetuoso con su fertilidad, que es sólo una, así pa­rezca espiritual o corporal; pues también la creación espiritual se origina en lo físico, es un ser con ello y es sólo como una repetición más silenciosa, más encantadora y más eterna de la voluptuosidad cor­poral. "La idea de ser creador, de fecundar, de for­mar", no es nada sin la gran ratificación y realización que la precedió en recuerdos heredados de fecundaciones y engendramientos de millones – En el pensamiento de un creador reviven miles de noches de amor olvidadas y lo satisfacen con grandeza y altura. Y los que se encuentran y se entrelazan en las noches, en un placer que arrulla, hacen un trabajo importante y coleccionan dulzuras, profundidad y fuerza para la canción de algún poeta venidero que se levantará para hablar de placeres inefables. Y de esta forma llaman al futuro; y si yerran y se abrazan a tientas, el futuro también llega, una nueva persona se alza y sobre el fundamento del azar, que aquí parece realizado, despierta la ley con la que un espermatozoide capaz de enfrentar la resistencia, fuerte, se abre camino hacia el óvulo, que lo atrae abiertamen­te. No se deje usted confundir por lo superficial; en las profundidades todo se vuelve ley. Y quienes viven el misterio mal y falsamente (y son muchos), lo pierden sólo para sí mismos y lo siguen pasando como una carta cerrada, sin saberlo. Y no se extra­víe en la multiplicidad de los nombres y en la com­plejidad de los casos. Tal vez hay en todos una maternidad como deseo común. La belleza de una virgen, de un ser que (como usted tan bellamente dice) "aún no ha producido nada", es la maternidad que se presiente y se prepara, teme y anhela. Y la belleza de la madre es maternidad que sirve, y en la anciana es un gran recuerdo. Y también en el hombre hay maternidad, me parece, corporal y espiritual; su fecundar es, también, una forma de engendrar, y de engendrar se trata cuando él crea desde su caudal interior. Y tal vez los sexos están más emparentados de lo que uno cree, y la gran re­novación del mundo consistirá tal vez en que el hombre y la mujer, liberados de todos los sentimien­tos errados y de los rechazos, no se busquen como opuestos sino como hermanos y vecinos, y se unan como personas para, sencilla, seria y pacientemente, cargar juntos con el pesado sexo que les ha sido im­puesto.
Pero todo lo que tal vez algún día les sea posible a muchos, puede prepararlo y construirlo ya el solitario con sus manos, que se equivocan menos. Por eso, querido señor, ame su soledad y cargue con el dolor que ella le causa con sonoras recriminaciones. Pues quienes están cerca de usted están lejos, dice usted, y eso muestra que empieza a haber amplitud alrededor suyo. Y si su cercanía está lejos, su lejanía está ya bajo las estrellas y es muy grande; alégrese de su crecimiento, en el que no puede llevar a nadie consigo, y sea bondadoso con aquellos que se que­dan atrás, y esté seguro y tranquilo frente a ellos, y no los moleste con sus dudas y no los asuste con su confianza ni con su alegría, la cual no podrían com­prender. Búsquese para con ellos una compañía simple y fiel que no debe cambiar necesariamente si usted mismo cambia y cambia; ame en ellos a la vida en una forma extraña y sea tolerante con las personas que envejecen, que temen a esa soledad en la que usted confía. Evite aportar más materia al drama que está siempre tendido entre padres e hi­jos; en eso se gasta mucha fuerza de los hijos y se consume el amor de los viejos, que hace efecto y da calor, incluso sin comprender. No exija consejos de ellos y no cuente con su comprensión; ¡pero crea en un amor que es conservado para usted como una he­rencia y confíe en que en este amor hay una fuerza y una bendición de los que usted no necesita salirse para ir muy lejos!
Es bueno que usted desemboque en primer lugar en un trabajo que lo haga independiente y que lo ubique por completo en usted mismo en todos los sentidos. Aguarde pacientemente para ver si su vida interior se siente limitada por la forma de este traba­jo. Yo lo considero muy difícil y exigente ya que está cargado de grandes convenciones y no deja espacio para una interpretación personal de sus tareas. Pero su soledad le será, también en medio de circunstan­cias muy extrañas, apoyo y patria, y a partir de ella encontrará usted todos sus caminos.
Todos mis deseos están dispuestos a acompañarlo y mi confianza está con usted.

Suyo

Rainer María Rilke

2 comentarios:

  1. Bien por publicar esta célebre carta de Rilke, y en general por el resto del blog, que voy a hacer de mis favoritos. Saludos.

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    Respuestas
    1. Hola Esteban. Gracias por acercárte al blog y en espaecial a Rilke. Mis saludos fraternos desde Los Teques, Venezuela. Por estas cosas vale la pena continuar trabajando en él, y que bueno que este espacio sea parte de tu interés. Mis saludos fraternos.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”