De Poemas póstumos
Píos
deseos al empezar el año
Pasada
ya la cumbre de la vida,
justo
del otro lado, yo contemplo
un
paisaje no exento de belleza
en
los días de sol, pero en invierno inhóspito.
Aquí
sería dulce levantar la casa
que
en otros climas no necesité,
aprendiendo
a ser casto y a estar solo.
Un
orden de vivir, es la sabiduría.
Y qué
estremecimiento,
purificado,
me recorrería
mientras
que atiendo al mundo
de
otro modo mejor, menos intenso,
y
medito a las horas tranquilas de la noche,
cuando
el tiempo convida a los estudios nobles,
el
severo discurso de las ideologías
—o la
advertencia de las constelaciones
en la
bóveda azul...
Aunque
el placer del pensamiento abstracto
es lo
mismo que todos los placeres:
reino
de juventud.
Contra Jaime Gil de Biedman
De qué sirve, quisiera yo saber,
cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido
con mis trajes,
zángano de colmena, inútil,
cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar
la casa?
Te acompañan las barras de los
bares
últimos de la noche, los chulos,
las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con
ojos todavía violentos
que
no quieres cerrar. Y si te increpo,
te
ríes, me recuerdas el pasado
y
dices que envejezco.
Podría
recordarte que ya no tienes gracia.
Que
tu estilo casual y que tu desenfado
resultan
truculentos
cuando
se tienen más de treinta años,
y que
tu encantadora
sonrisa
de muchacho soñoliento
—seguro
de gustar— es un resto penoso,
un
intento patético.
Mientras
que tú me miras con tus ojos
de
verdadero huérfano, y me lloras
y me
prometes ya no hacerlo.
Si no
fueses tan puta!
Y si
yo no supiese, hace ya tiempo,
que
tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que
eres débil cuando me enfurezco...
De
tus regresos guardo una impresión confusa
de
pánico, de pena y descontento,
y la
desesperanza
y la
impaciencia y el resentimiento
de
volver a sufrir, otra vez más,
la
humillación imperdonable
de la
excesiva intimidad.
A
duras penas te llevaré a la cama,
como
quien va al infierno
para
dormir contigo.
Muriendo
a cada paso de impotencia,
tropezando
con muebles
a
tientas, cruzaremos el piso
torpemente
abrazados, vacilando
de
alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh
innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la
más innoble
que
es amarse a sí mismo!
Nostalgie de la boue
Nuevas
disposiciones de la noche,
sórdidos
ejercicios al dictado, lecciones del deseo
que
yo aprendí, pirata,
oh
joven pirata de los ojos azules.
En
calles resonantes la oscuridad tenía
todavía
la misma espesura total
que
recuerdo en mi infancia.
Y
dramáticas sombras, revestidas
con
el prestigio de la prostitución,
a mi
lado venían de un infierno
grasiento
y sofocante como un cuarto de máquinas.
¡Largas
últimas horas,
en
mundos amueblados
con deslustrada
loza sanitaria
y
cortinas manchadas de permanganato!
Como
un operario que pule una pieza,
como
un afilador,
fornicar
poco a poco mordiéndome los labios.
Y
sentirme morir por cada pelo
de
gusto, y hacer daño.
La
luz amarillenta, la escalera
estremecida
toda de susurros, mis pasos,
eran
aún una prolongación
que
me exaltaba,
lo
mismo que el olor en las manos
---o
"que al salir el frío de la madrugada, intenso
como
el recuerdo de una sensación.
No volveré a ser joven
Que la
vida iba en serio
uno
lo empieza a comprender más tarde
—como
todos los jóvenes, yo vine
a
llevarme la vida por delante.
Dejar
huella quería
y
marcharme entre aplausos
—envejecer,
morir, eran tan sólo
las
dimensiones del teatro.
Pero
ha pasado el tiempo
y la
verdad desagradable asoma:
envejecer,
morir,
es el
único argumento de la obra.
Himno a la juventud
Heu! quantum per se candida forma valet!
Propercio, II, 29, 30
A qué
vienes ahora,
juventud,
encanto
descarado de la vida?
Qué
te trae a la playa?
Estábamos
tranquilos los mayores
y tú
vienes a herirnos, reviviendo
los
más temibles sueños imposibles,
tú
vienes para hurgarnos las imaginaciones.
De
las ondas surgida,
toda
brillos, fulgor, sensación pura
y
ondulaciones de animal latente,
hacia
la orilla avanzas
con
sonrosados pechos diminutos,
con
nalgas maliciosas lo mismo que sonrisas,
oh
diosa esbelta de tobillos gruesos,
y con
la insinuación
(tan
propiamente tuya)
del
vientre dando paso al nacimiento
de
los muslos: belleza delicada,
precisa
e indecisa,
donde
posar la frente derramando lágrimas.
Y te
vemos llegar: figuración
de un
fabuloso espacio ribereño
con
toros, caracolas y delfines,
sobre
la arena blanda, entre la mar y el cielo,
aún
trémula de gotas,
deslumbrada
de sol y sonriendo.
Nos
anuncias el reino de la vida,
el
sueño de otra vida, más intensa y más libre,
sin
deseo enconado como un remordimiento
—sin
deseo de ti, sofisticada
bestezuela
infantil, en quien coinciden
la
directa belleza de la starlet
y la
graciosa timidez del príncipe.
Aunque
de pronto frunzas
la
frente que atormenta un pensamiento
conmovedor
y obtuso,
y
volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla
entre
mojadas mechas rubias
la
expresión melancólica de Antínoos,
oh
bella indiferente,
por
la playa camines como si no supieses
que
te siguen los hombres y los perros,
los
dioses y los ángeles
y los
arcángeles,
los
tronos, las abominaciones...
La calle Pandrossou
Bienamadas
imágenes de Atenas.
En el
barrio de Plaka,
junto
a Monastiraki,
una
calle vulgar con muchas tiendas.
Si
alguno que me quiere
alguna
vez va a Grecia
y
pasa por allí, sobre todo en verano,
que
me encomiende a ella.
Era
un lunes de agosto
después
de un año atroz, recién llegado.
Me
acuerdo que de pronto amé la vida,
porque
la calle olía
a
cocina y a cuero de zapatos.
A través del espejo
ln memoriam Gabriel Ferrater
Como
enanos y monos en la orla
de
una tapicería en la que tú campabas
borracho,
persiguiendo jovencitas...
O
como fieles, asistentes
—mientras
nos encantabas-
al
santo sacrificio de la fama
de tu
exceso de ser inteligente,
éramos
todos para ti. Trabajos
de
seducción perdidos fue tu vida.
Y tus
buenos poemas, añagazas
de
fin de fiesta, para retenernos.
Para Gustavo, en sus sesenta años
Algo
de tu pasado, me dijiste
que
yo te devolvía.
Horas
alegres de los años veinte,
conversaciones,
risas
que
en tu memoria son la juventud,
la
camaradería
—músicos
y poetas— de tu generación,
por
la guerra esparcida.
Yo
dije que lo bueno entre los dos
y lo
raro —tú ya te divertías
antes
de yo nacer—, es que aprendimos
la
historia de la vida
en
distinto ejemplar de un solo libro.
Y que
hemos hecho guardia en la misma garita.
De
viva voz, entonces,
no me
atreví a decir que en ti veía
algo
de mi futuro,
por
miedo a una respuesta demasiado íntima.
Hoy
—desde lejos— ya puedo ser sincero
y
egoísta,
añadiendo:
goza por muchos años,
sé
feliz todavía.
Después de la muerte de Jaime Gil de
Biedma
En el
jardín, leyendo,
la
sombra de la casa me oscurece las páginas
y el
frío repentino de final de agosto
hace
que piense en ti.
El
jardín y la casa cercana
donde
pían los pájaros en las enredaderas,
una
tarde de agosto, cuando va a oscurecer
y se
tiene aún el libro en la mano,
eran,
me acuerdo, símbolo tuyo de la muerte.
Ojalá
en el infierno
de
tus últimos días te diera esta visión
un
poco de dulzura, aunque no lo creo.
En
paz al fin conmigo,
puedo
ya recordarte
no en
las horas horribles, sino aquí
en el
verano del año pasado,
cuando
agolpadamente
—tantos
meses borradas—
regresan
las imágenes felices
traídas
por tu imagen de la muerte...
Agosto
en el jardín, a pleno día.
Vasos
de vino blanco
dejados
en la hierba, cerca de la piscina,
calor
bajo los árboles. Y voces
que
gritan nombres.
Ángel,
Juan,
María Rosa, Marcelino, Joaquina
—Joaquina
de pechitos de manzana.
Tú
volvías riendo del teléfono
anunciando
más gente que venía:
te
recuerdo correr,
la
apagada explosión de tu cuerpo en el agua.
Y las
noches también de libertad completa
en la
casa espaciosa, toda para nosotros
lo
mismo que un convento abandonado,
y la
nostalgia de puertas secretas,
aquel
correr por las habitaciones,
buscar
en los armarios
y divertirse
en la alternancia
de
desnudo y disfraz, desempolvando
batines,
botas altas y calzones,
arbitrarias
escenas,
viejos
sueños eróticos de nuestra adolescencia,
muchacho
solitario.
Te acuerdas de Carmina,
de la
gorda Carmina subiendo la escalera
con el
culo en pompa
y
llevando en la mano un candelabro?
Fue
un verano feliz.
...El último verano
de
nuestra juventud, dijiste
a Juan
en
Barcelona al regresar
nostálgicos,
y
tenías razón. Luego vino el invierno,
el
infierno de meses
y
meses de agonía
y la
noche final de pastillas y alcohol
y
vómito en la alfombra.
Yo me salvé escribiendo
después
de la muerte de Jaime Gil de Biedma.
De
los dos, eras tú quien mejor escribía.
Ahora
sé hasta qué punto tuyos eran
el
deseo de ensueño y la ironía,
la
sordina romántica que late en los poemas
míos
que yo prefiero, por ejemplo en Pandémica...
A
veces me pregunto
cómo
será sin ti mi poesía.
Aunque
acaso fui yo quien te enseñó.
Quien
te enseñó a vengarte de mis sueños,
por
cobardía, corrompiéndolos.
De vita beata
En un
viejo país ineficiente,
algo
así como España entre dos guerras
civiles,
en un pueblo junto al mar,
poseer
una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no
sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre
las ruinas de mi inteligencia.
Antes de ser
maduro
A José Antonio
Todavía
la vieja tentación
de
los cuerpos felices y de la juventud
tiene
atractivo para mí,
no me
deja dormir
y
esta noche me excita»
Porque
alguien contó historias
de
pescadores en la playa,
cuando
vuelven: la raya del amanecer
marcando,
lívida, el límite del mar,
y
asan sardinas frescas
en
espetones, sobre la arena. ,
Lo
imagino en seguida.
Y me
coge un deseo de vivir
y ver
amanecer, acostándome tarde,
que
no está en proporción con la edad que ya tengo.
Aunque
quizás alivie despertarse
a
otro ritmo, mañana.
Liberado
de
las exaltaciones de esta noche,
de
sus fantasmas en blue
jeans.
Como
libros leídos han pasado los años
que
van quedando lejos, ya sin razón de ser
—obras
de otro momento.
Y el ansia de llorar
y el
roce de la sábana, que me tenía inquieto
en
las odiosas noches de verano,
el
lujo de impaciencia y el don de la elegía
y el
don de disciplina aplicada al ensueño,
mi fe
en la gran historia...
Soldado
de la guerra perdida de la vida,
mataron
mi caballo, casi no lo recuerdo.
Hasta
que me estremece
un
ramalazo de sensualidad.
Envejecer
tiene su gracia.
Es
igual que de joven
aprender
a bailar, plegarse a un ritmo
más
insistente que nuestra inexperiencia.
Y
procura también cierto instintivo
placer
curioso,
una
segunda naturaleza.
De
senectute
Y nada temí más que mis
cuidados.
góngora
No es
el mío, este tiempo.
Y
aunque tan mío sea ese latir de pájaros
afuera
en el jardín,
su
profusión en hojas pequeñas, removiéndome
igual
que intimaciones,
no dice ya lo mismo.
Me
despierto
como
quien oye una respiración
obscena.
Es que amanece.
Amanece
otro día en que no estaré invitado
ni a
un instante feliz. Ni a un arrepentimiento
que,
por no ser antiguo
—ah}
Seigneur, donnez tnoi la forcé et le courage!—
invite
de verdad a arrepentirme
con
algún resto de sinceridad.
Ya
nada temo más que mis cuidados.
De la
vida me acuerdo, pero dónde está.
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