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Paul Celan (Rumanía, 1920 - Francia, 1970) |
Poemas de AMAPOLA Y MEMORIA
de Paul Celan
(1952)
Traducción de José Luis Reina Palazón
LA ARENA DE LAS URNAS
UNA CANCION EN EL DESIERTO
Se trenzó una corona de negruzca fronda en la región de Acra:
allí revolví el caballo peceño y acometí hacia la muerte con la espada.
También bebí en cuencos de madera la ceniza de los pozos de Acra
y al encuentro partí de las ruinas del cielo con la visera bajada.
Pues muertos están los ángeles y ciego quedóse el Señor en la región de Acra,
y no hay ninguno que me cuide en el sueño a los que aquí entraron al reposo.
Molida a golpes quedó la luna, la florecilla de la región de Acra:
así florecen las que imitan a los espinos, las manos con anillos mohosos.
Así tengo pues que encorvarme al final para el beso cuando oran en Acra...
¡Oh, mala fue la malla de la noche, la sangre gotea a través de las hebillas!
Así llegué a ser para aquella su hermano risueño, el férreo querube de Acra.
Así pronuncio el nombre todavía y aún siento el incendio en las mejillas.
De noche, por la fiebre de Dios, tu cuerpo es moreno:
con mi boca sobre tus mejillas antorchas blando.
No sea mecido aquel a quien nana no cantaron.
Hacia ti he ido yo llena de nieve mi mano,
e indeciso, como tus ojos azules van siendo
en la ronda de las horas. (La luna de antaño era más redonda.)
En tiendas vacías el milagro su fin solloza,
el cántaro de los sueños está helado - ¿que nos atañe?
Piensa: del saúco colgaba negruzca una hoja -
el bello signo para la copa de sangre.
En vano pintas corazones en la ventana:
el duque del silencio,
abajo, en el patio del castillo, enrola soldados.
Su estandarte iza en el árbol - una hoja que se le vuelve azul cuando otoñea;
los tallos de la melancolía los reparte a la tropa y las flores del tiempo;
con pájaros en el cabello se dirige a deponer las espadas.
En vano pintas corazones en la ventana: hay un dios entre las huestes,
envuelto en el capote que antaño cayó de tus hombros, por la escalera, cuando era noche,
antaño cuando el castillo estaba en llamas, cuando tal los hombres dijiste: amada...
Él no conoce el capote y no invocó la estrella y sigue aquella hoja que va delante en vilo.
“Oh tallo”, cree oír, “oh flor del tiempo”.
MARIANNE
Sin lilas, tu cabello, tu cara, cristal de espejo.
De ojo en ojo pasa la nube, como Sodoma hacia Babel:
como fronda destroza la torre y brama en redor del zarzal de azufre.
Entonces te brinca un relámpago en torno a la boca - esa cañada con los restos del violín.
¡Con níveos dientes alguien mueve el arco: Oh más bellas se oyeron las cañas!
Amada, también tú eres la caña y nosotros la lluvia;
un vino sin par tu cuerpo y nosotros copeamos los diez;
una barca en el cereal tu corazón, la bogamos noche adelante;
un cantarito de cielo, así retozas ligera sobre nosotros que dormimos...
Delante de la tienda desfila la centuria y entre copas te llevamos al sepulcro.
Entonces tintinea sobre las losas del mundo el duro tálero de los sueños.
LUZ DE SEBO
Los monjes con dedos vellosos abrieron el libro: septiembre.
Jasón lanza ahora nieve sobre la siembra nacida.
Un collar de manos te dio el bosque, así avanzas muerta sobre la cuerda.
Un azul más oscuro se asigna a tu cabello y yo hablo de amor.
Conchas hablo y ligero nublado y una barca brota bajo la lluvia.
Un potro pequeño galopa sobre los dedos hojeadores -
Negro se abre el portal de pronto, yo canto:
¿Cómo vivíamos aquí?
La mano llena de horas, así viniste a mí - yo dije:
tu cabello no es castaño.
Así lo alzaste leve a la balanza de la pena, más pesado era entonces que yo...
Vienen en barcos a ti y lo cargan, lo ponen en venta en los mercados del placer –
tu me sonríes desde abajo, yo te lloro desde el platillo que queda leve.
Lloro: tu cabello no es castaño, ellos ofrecen el agua del mar y tú les das rizos...
Susurras: ¡ya llenan ellos el mundo conmigo y yo para ti sigo siendo una cañada en el corazón!
Dices: ¡pon junto a ti la fronda de los años - ya es hora de que vengas y me beses!
La fronda de los años es de color castaño, tu cabello no lo es.
MEDIA NOCHE
Media noche. Con los puñales de los sueños prendida en ojos chispeantes.
No grites de dolor: cual paños flamean las nubes.
Una alfombra de seda, así fue tendida entre nosotros, para que se dance de oscuro en oscuro.
La flauta negra nos la tallaron de viva madera, y ya llega la danzarina.
Dedos hilados de espuma de mar nos sume en los ojos:
¿Quiere aquí uno llorar todavía?
No, ninguno. Así girando se aleja feliz y fogoso resuena el timbal.
Anillos nos lanza, que al vuelo prendemos con los puñales.
¿Así nos desposa? Tal cascos resuena y ahora lo vuelvo a saber:
tú no moriste
la muerte color de malva.
TU CABELLO SOBRE EL MAR
También tu cabello vuela sobre el mar con el enebro dorado.
Con él se vuelve blanco, entonces lo tiño de azul-piedra:
el color de la ciudad donde al final fui arrastrado hacia el sur...
Con jarcias me amarraron y a cada una ataron una vela
y me escupieron con sus bozos brumosos y cantaron:
«¡Oh atraviesa la mar!».
Yo sin embargo pinté como una barca mis alas con púrpura
y con mi estertor dime brisa y antes que durmieran me hice a la mar.
Tus rizos, ahora, debía teñírtelos en rojo, pero me gustan azul-piedra:
¡Ay, ojos de la ciudad, donde caí y fui arrastrado hacia el sur!
Con el enebro dorado vuela también tu cabello sobre el mar
Álamo temblón, tu follaje es blanco en lo oscuro.
El cabello de mi madre nunca llegó a ser blanco.
Diente de león, tan verde es la Ucrania.
Mi rubia madre no volvió a casa.
Nube de lluvia, ¿te demoras en los pozos?
Mi dulce madre llora por todos.
Estrella redonda, tú enroscas la cola dorada.
El corazón de mi madre fue herido con plomo.
Puerta de roble, ¿quién te sacó de los goznes?
Mi tierna madre no puede venir.
CINERARIA
Venablo, ave de paso, ha tiempo que el muro fue sobrevolado,
la rama sobre el corazón ya es blanca y la mar sobre nosotros,
la loma del abismo frondosa está de estrellas del mediodía -
un verde sin veneno como del ojo que ella abrió en la muerte...
Ahuecamos las manos para recoger el reguero del torrente:
el agua del lugar donde oscurece y a nadie se le alcanza el puñal.
Tú entonaste también una canción y nosotros trenzamos una reja con la niebla:
tal vez venga aún un verdugo y nos vuelva a latir un corazón;
tal voz una torre ruede sobre nosotros y alcen una horca entre el júbilo;
tal vez una barba nos desfigure y enrojezca su pelo rubio...
La rama sobre el corazón ya es blanca, el mar sobre nosotros.
EL SECRETO DE LOS HELECHOS
En la bóveda de las espadas se mira el corazón verdefrondoso de las sombras.
Relucientes son las hojas: (quien con la muerte no demoraría ante los espejos?
También se escancia aquí con jarros la viva melancolía:
con flor que sube entenebrece, antes de que beban, como si no fuera agua,
como si fuera aquí una margarita, preguntada por más oscuro amor,
por una almohada más negra para el lecho, por una más grave cabellera...
Aquí sin embargo sólo se teme por el brillo el relumbre del hierro,
y si destella una cosa aquí todavía, sea pues una espada.
Vaciamos el jarro de la mesa sólo porque somos huéspedes de los espejos:
¡que uno salte en dos, donde somos verdes como fronda!
LA ARENA DE LAS URNAS
Verde de moho es la casa del olvido.
Ante cada una de las puertas al viento azulea tu juglar decapitado.
Él te toca el tambor de musgo y amargo vello de pubis;
con supurante dedo del pie pinta tu ceja en la arena.
Más larga la dibuja que ella era, y el rojo de tu labio.
Tú llenas aquí las urnas y nutres tu corazón.
LA ÚLTIMA BANDERA
Cazan un venado color de agua en las marcas al crepúsculo.
Así pues átate la máscara y píntate de verde las pestañas.
El cuenco con los plomos soñolientos lo pasan sobre mesas de ébano:
de primavera en primavera espuma aquí el vino, tan corto es el año,
tan flamante el premio de estos tiradores - la rosa de la extranjería:
tu barba en extravío, la vana bandera del troncón.
¡Nublado y ladridos! ¡Cabalgan el delirio a los helechos!
¡Tal pescadores echan las redes tras fuegos fatuos y aliento!
¡Rodean de una cuerda las coronas e invitan a la danza!
Y lavan los cuernos en el manantial - así aprenden el reclamo.
¿Es tupido lo que elegiste de capote y oculta el fulgor?
Ellos rondan como sueño en torno a los troncos, tal si ofreciesen soñar.
Lanzan al cielo los corazones, las bolas musgosas del delirio:
¡Oh vellocino color de agua, nuestro estandarte en la torre!
Un crujir de férreos zapatos en el cerezo.
Desde yelmos te espuma el estío. El negruzco cuco
con diamantino espolón pinta su imagen en las puertas del cielo.
Destocado se destaca de la fronda el caballero.
En el escudo lleva tu sonrisa en crepúsculo,
clavada en el acerado sudario del enemigo.
El jardín de los soñadores le fue prometido,
y lanzas tiene prestas para que la rosa trepe...
Descalzo sin embargo viene por el aire el que más te asemeja:
férreos zapatos abrochados a las frágiles manos,
pasa durmiendo batalla y estío. Para él sangra la cereza.
EL FESTÍN
Apurada sea la noche de las botellas en el alto maderamen de la tentación,
el umbral arado con dientes, antes de la mañana la cólera sembrada:
nos despunta sin duda un musgo todavía, antes de que lleguen aquí los del molino
a encontrar en lo nuestro un cereal silente para su lenta rueda...
Bajo los cielos venenosos hay otras espigas sin duda más pálidas,
el sueño todavía viene acuñado de otra forma que aquí, donde nos jugamos a los dados el placer,
que aquí donde en la oscuridad se trueca olvido y portento,
donde todo vale sólo por una hora y disipadamente es escupido por nosotros,
al agua ávida de las ventanas lanzado en cofres lucientes-:
¡Estalla en la ruta de los hombres, para gloria de las nubes!
Así pues envolveos en los capotes y subid conmigo a las mesas:
(cómo si no de pie ha de dormirse, en medio de las copas?
¿Por quién brindamos sueños todavía, sino por la lenta rueda?
OJO OSCURO EN SEPTIEMBRE
Tiempo: celada de piedra. Y más copiosos se derraman
los bucles del dolor en torno al rostro de la tierra,
la ebria manzana, bronceada por el aliento
de un proverbio perverso: precioso y reacio al juego,
al que se libran en el maligno
reflejo de su futuro.
Por segunda vez florece el castaño:
un signo de la míseramente encendida
esperanza del pronto
retorno de Orión: de los ciegos
amigos del cielo el fervor de claras estrellas
lo llama a la altura.
No celado a las puertas del sueño
combate un ojo solitario.
Lo que a diario sucede,
le basta saber:
en la ventana oriental
se le aparece de noche la enjuta
figura andante del sentimiento.
En la humedad de su ojo hundes tú la espada.
LA PIEDRA DEL MAR
El corazón blanco de nuestro mundo, perdido lo hemos hoy sin combate a la hora de la hoja de maíz amarillenta:
un ovillo redondo, así fácil rodó de nuestras manos.
Así nos quedó por hilar la nueva, la roja lana del sopor con la arenosa sepultura del soñar:
un corazón ya no era, pero sí la cabellera de la piedra del fondo,
el pobre adorno de su frente, que medita sobre concha y ola.
Tal vez a las puertas de aquella ciudad al aire lo eleve un ímpetu nocturno,
sobre la casa con que yacemos un ojo oriental le abra
la negrura del mar con redor de la boca y los tulipanes de Holanda con el cabello.
Lo llevan, lanzas delante, así nosotros antaño llevamos los sueños, así se nos fue rodando el blanco
corazón de nuestro mundo. Así se le formó la rizada hilaza sobre
su cabeza: una lana extraña, bella
con lugar del corazón.
¡Oh latir que vino y se fue! En lo finito ondean los velos.
RECUERDO DE FRANCIA
Piensa conmigo: el cielo de París, el gran cólquico otoñal...
Compramos corazones a las floristas:
eran azules y se abrían en el agua.
Comenzó a llover en nuestra habitación
y nuestro vecino llegó, Monsieur Le Songe, un hombrecillo enjuto.
Jugamos a las cartas, perdí mis pupilas;
me prestaste tu cabello, lo perdí, él nos abatió.
Salió por la puerta, seguido por la lluvia.
Estábamos muertos y podíamos respirar.
CANCIÓN DE UNA DAMA EN LA SOMBRA
Cuando la taciturna llega y decapita los tulipanes:
¿Quién gana?
¿Quién pierde?
¿Quién sale a la ventana?
¿Quién pronuncia primero el nombre de ella?
Es uno que lleva mi cabello.
Lo lleva en las manos como se llevan los muertos.
Lo lleva como el cielo llevó mi cabello el año en que amé.
Lo lleva así por vanidad.
Ése gana.
Ése no pierde.
Ése no sale a la ventana.
Ése no pronuncia el nombre de ella.
Es uno que tiene mis ojos.
Los tiene desde que se cierran las puertas.
Los lleva en el dedo como anillos.
Los lleva como trozos de placer y zafiro:
ya era mi hermano en el otoño;
ya cuenta los días y las noches.
Ése gana.
Ese no pierde.
Ese no sale a la ventana.
Ese pronuncia por último el nombre de ella.
Es uno que tiene lo que he dicho.
Lo lleva bajo el brazo como un hatillo.
Lo lleva como el reloj su peor hora.
Lo lleva de umbral en umbral, no lo tira.
Ese no gana.
Ese pierde.
Ése sale a la ventana.
Ése pronuncia primero el nombre de ella.
Ése será decapitado con los tulipanes.
RAYO DE NOCHE
Más luciente que ninguno ardió el cabello de mi amada de la tarde:
a ella le envío el ataúd de la más liviana madera.
Está mecido por las olas como la cama de nuestros sueños en Roma;
lleva una peluca blanca como yo y habla ronco:
habla como yo, cuando dejo entrar a los corazones.
Sabe una copla de amor francesa que yo cantaba en otoño,
cuando lustraba por el país de la tarde y escribía cartas a la mañana.
Una hermosa barca es el ataúd, tallado en la madera de los sentimientos.
También yo bogué sangre abajo con él, cuando yo era más joven que tu ojo.
Ahora eres tú joven como un pájaro muerto en la nieve de marzo,
ahora llega hasta ti y canta su copla francesa.
Vosotros sois livianos: dormís hasta el final mi primavera.
Yo soy más liviano:
yo canto ante extraños.
LOS AÑOS DE TI A MÍ
De nuevo se ondula tu cabello cuando lloro. Con el azul de tus ojos
cubres la mesa de nuestro amor: un lecho entre verano y otoño.
Bebemos lo criado por alguien que no era yo, ni tú, ni un tercero:
saboreamos algo vacío y último.
Nos vemos en los espejos del mar profundo y nos pasamos más deprisa las viandas:
la noche es la noche, comienza con la mañana,
me tiende junto a ti.
ELOGIO DE LA LEJANÍA
En la fuente de tus ojos
viven las redes de los pescadores de la mar del extravío.
En la fuente de tus ojos
el mar cumple su promesa.
Aquí arrojo yo,
un corazón que se detuvo entre los hombres,
mi ropa y el esplendor de un juramento:
Más negro en lo negro, más desnudo voy.
Sólo infidente soy fiel.
Yo soy tú si yo soy yo.
En la fuente de tus ojos
desvarar suelo y sueño un rapto.
Una red prendió una red:
nos separamos enlazados.
En la fuente de tus ojos
un ahorcado estrangula la soga.
TODA LA VIDA
Los soles del sueño ligero son azules como tu cabello una hora antes del amanecer.
También ellos crecen rápido como la hierba sobre la tumba de un pájaro.
También los cautiva el juego que jugamos como ensueño en los barcos del placer.
En las rocas calcáreas del tiempo también los encuentran los puñales.
Los soles del sueño profundo son más azules: así fue tu cabellera sólo una vez:
Yo, viento nocturno, demoraba en el seno venal de tu hermana;
tu cabello colgaba en el árbol sobre nosotros, pero tú allí no estabas.
Nosotros éramos el mundo y tú eras un zarzal ante las puertas.
Los soles de la muerte son blancos como el cabello de nuestro hijo:
se elevó de las aguas cuando armaste una tienda en la duna.
Alzó sobre nosotros el cuchillo de la dicha con ojos apagados.
TARDÍO Y PROFUNDO
Malvada como arenga de oro comienza esta noche.
Comemos las manzanas de los mudos.
Hacemos una obra que de buen grado se confía a su estrella;
nos tenemos en el otoño de nuestros tilos como un rojo de bandera pensativo,
como ardientes huéspedes del sur.
Juramos por Cristo el Nuevo desposar el polvo con el polvo,
los pájaros con el zapato caminero,
nuestro corazón con una escalera en el agua.
Prestamos ante el mundo los sagrados juramentos de la arena,
los juramos de buen grado;
los juramos en voz alta desde los techos del sueño sin sueños
y agitamos la blanca cabellera del tiempo...
Ellos gritan: ¡Vosotros blasfemáis!
Tiempo ha que lo sabemos.
Tiempo ha que lo sabemos, ¿pero qué importa?
Vosotros moléis en los molinos de la muerte la blanca harina de la promesa,
vosotros la ofrecéis a nuestros hermanos y hermanas -
Nosotros agitamos la blanca cabellera del tiempo.
Vosotros nos amonestáis: ¡Blasfemáis!
Bien lo sabemos,
que venga la culpa sobre nosotros.
¡Que venga la culpa sobre todos nuestros signos premonitorios,
que venga la mar gorgogeante,
la ráfaga acorazada de la conversión,
el día de medianoche,
¡que venga lo nunca sido!
¡Que venga un hombre de la tumba!
CORONA
En mi mano come el otoño su hoja: somos amigos.
Descascaramos el tiempo de las nueces y le enseñamos a andar:
El tiempo retorna a la cascara.
En el espejo es domingo,
en el soñar se duerme,
la boca dice verdad.
Mi ojo desciende al sexo de la amada:
nos miramos,
nos decimos lo oscuro,
nos amamos uno al otro como amapola y memoria,
dormimos como vino en las conchas,
como la mar en el rayo de sangre de la luna.
Estamos abrazados en la ventana, nos miran desde la calle:
¡Ya es tiempo de que se sepa!
Ya es tiempo de que la piedra se avenga a florecer,
que a la inquietud le palpite un corazón.
Ya es tiempo de que sea tiempo.
Ya es tiempo.
FUGA DE LA MUERTE
Negra leche del alba la bebemos de tarde
la bebemos a mediodía de mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una fosa en los aires no se yace allí estrecho
Vive un hombre en la casa que juega con las serpientes que escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
silba a sus judíos hace cavar una fosa en la tierra
nos ordena tocad a danzar
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana a mediodía te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Vive un hombre en la casa que juega con las serpientes que escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete
Tu pelo de ceniza Sulamit cavamos una fosa en los aires no se yace allí estrecho
Grita hincad los unos más hondo en la tierra los otros cantad y tocad
agarra el hierro del cinto lo blande son sus ojos azules
hincad los unos más hondo las palas los otros seguid tocando a danzar
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía de mañana te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
vive un hombre en la casa tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamit juega con las serpientes
Grita que suene más dulce la muerte la muerte es un Maestro Alemán
grita más oscuro el tañido de los violines así subiréis como humo en el aire
así tendréis una fosa en las nubes no se yace allí estrecho
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía la muerte es un Maestro Alemán
te bebemos de tarde y mañana bebemos y bebemos
la muerte es un Maestro Alemán su ojo es azul
él te alcanza con bala de plomo su blanco eres tú
vive un hombre en la casa tu pelo de oro Margarete
azuza sus mastines a nosotros nos regala una fosa en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un Maestro Alemán
tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamit
CONTRALUZ
DE VIAJE
Hay una hora que hace del polvo tu escolta,
de tu casa en París, lugar de sacrificio de tus manos,
de tu ojo negro, el más negro ojo.
Hay una estancia donde un tiro de caballos se detiene para tu corazón.
Tu cabello quisiera ondear en el viento cuando te vas - eso le está prohibido.
Los que se quedan y hacen signos de adiós no lo saben.
EN EGIPTO
Tú debes decir al ojo de la extranjera: sé el agua.
Tú debes buscar en el ojo de la extranjera a las que sabes en el agua.
Tú debes llamarlas, que salgan del agua: ¡Rut! ¡Noemí! ¡Miriam!
Tú debes adornarlas cuando yaces con la extranjera.
Tú debes adornarlas con el cabello de nubes de la extranjera.
Tú debes decir a Rut, a Miriam y a Noemí:
¡Mirad, yo duermo con ella!
Tú debes adornar a la extranjera que está contigo mejor que a ninguna.
Tú debes adornarla con el dolor por Rut, por Miriam y Noemí.
Tú debes decir a la extranjera:
¡Mira, yo dormí con ellas!
EN LA BOCINA DE NIEBLA
Boca en el espejo escondido,
rodilla ante la columna del orgullo,
mano con el barrote de la reja:
ofreceos la oscuridad,
pronunciad mi nombre,
llevadme ante él.
Del azul que aún busca su ojo bebo el primero.
Bebo de la huella de tu pie y veo:
ruedas entre mis dedos, perla, ¡y creces!
creces como todos los que están olvidados.
Ruedas: el negro granizo de la melancolía
cae en un pañuelo, todo blanco de decir adiós.
Quien como tú y todas las palomas día y noche bebe de la oscuridad,
pica la pupila de mis ojos antes de que destelle,
arranca el césped de mis cejas antes de que sea blanco,
da un portazo en las nubes antes de que yo caiga.
Quien como tú y todos los claveles usa la sangre por moneda y la muerte por vino,
sopla el vidrio para su cáliz de mis manos,
le da color con la palabra que no dije, rojo,
lo hace añicos con la piedra de la lágrima lejana.
ESTIGMA
No dormimos más, pues yacíamos en el árbol de ruedas del reloj de la melancolía
y arqueábamos las agujas como vergas,
y volvían disparadas y fustigaban el tiempo hasta sangrarlo,
y tú hablabas un crepúsculo creciente,
y doce veces dije tú a la noche de tus palabras,
y ella se abrió y quedó desplegada,
y le puse un ojo en el seno y te trencé el otro en el pelo
y enlacé entre ambos la mecha, la vena abierta -
y un joven rayo llegó nadando.
Quien su corazón del pecho arranca de noche, ése intenta asir la rosa.
Suya es su hoja y su espina,
a él le pone la luz en el plato,
a él le llena los vasos de aliento,
para ése susurran las sombras del amor.
Quien su corazón del pecho arranca de noche y lo arroja a lo alto:
ése no yerra el blanco,
ése apedrea a la piedra,
a ése le pulsa su sangre el reloj,
a ése su hora le bate el tiempo de la mano:
él puede jugar con bolas más bellas
y hablar de ti y de mí.
CRISTAL
No busques en mis labios tu boca,
ni ante la puerta al forastero,
ni en el ojo la lágrima.
Siete noches más alto pasa lo rojo a lo rojo,
siete corazones más hondo bate la mano en la puerta,
siete rosas más tarde murmura la fuente.
MORTAJA
Lo que tejiste de lo más leve
lo llevo en honor de la piedra.
Cuando en lo oscuro los gritos
despierto, aquello los ondea.
A menudo, si tengo que barbotar,
hace olvidados pliegues
y el que yo soy perdona
a aquel que yo fui.
Pero el dios de las laderas
toca su más sordo tambor
y así que el pliegue se pliega
frunce el Lúgubre la frente.
EN ALTA MAR
París, el barquito, está anclado en el cristal:
así comparto contigo la mesa, bebo en tu honor.
Bebo hasta que te reluce oscuro para ti mi corazón,
hasta que París navega en su lágrima,
hasta que toma rumbo hacia el lejano velo
que nos oculta el mundo donde cada tú es una rama
de la que cuelgo como una hoja suspendida y silente.
Estoy solo, coloco la flor de ceniza
en el vaso lleno de negrura en sazón. Hermana boca,
tú dices una palabra que sobrevive ante las ventanas,
y silente trepa por mí lo que soñé.
Mi florecer se da en la hora marchita
y reservo una resina para un pájaro tardío:
lleva el copo de nieve en su pluma rojo-vida;
el grano de hielo en el pico, atraviesa el verano.
LOS JARROS
Para Klaus Demus
En las largas mesas del tiempo
trincan los jarros de Dios.
Dejan vacíos los ojos de los videntes y los ojos de los ciegos,
los corazones de las sombras que imperan,
la hundida mejilla de la tarde.
Son los más poderosos bebedores:
llevan a la boca lo vacío y lo lleno
y no derraman la espuma como tú o yo.
De noche, cuando el péndulo del amor oscila
entre siempre y nunca,
tu palabra bate en las lunas del corazón
y tu ojo azul de tormenta
alcanza a la tierra el cielo.
Desde la lejana floresta, de soñar
ennegrecida, nos llega lo exhalado,
y lo extraviado ronda, grande como los espectros del futuro.
Lo que ahora se hunde y se alza
incumbe a lo escondido en lo más íntimo:
ciego, como la mirada que cruzamos,
besa al tiempo en la boca.
Duerme pues y mi ojo quedará abierto.
La lluvia llenó el cántaro, nosotros lo vaciamos.
La noche hará brotar un corazón y el corazón un tallito -
para segar, segadora, es muy tarde sin embargo.
¡Tan blanco de nieve son, viento nocturno, tus cabellos!
¡Blanco lo que me queda y blanco lo que he perdido!
Ella cuenta las horas y yo los años cuento.
Nosotros bebimos lluvia. Lluvia bebimos.
Así pues te has vuelto
como nunca pude verte:
tu corazón late abierto
por todo un país de fuentes,
donde ninguna boca bebe,
ni figura las sombras bordea,
el agua no brota, lo parece,
y el parecer tal agua espumea.
En toda fuente estás dentro,
por cada apariencia has volado.
Has imaginado un juego
que quiere ser olvidado.
LA FORTALEZA
Sé de la más vespertina de todas las casas: un
ojo más profundo que el tuyo es allí el vigía.
En el frontón flamea la gran bandera de la pena:
su paño verde - tú no sabes que lo tejiste.
Y vuela tan alto como si tú no lo hubieras tejido.
La palabra a la que dijiste adiós te da la bienvenida en la puerta,
y lo que aquí te ha rozado, tallo, corazón y flor,
ha tiempo es allí huésped y nunca más te roza.
Pero si en aquella casa te pones ante el espejo
entonces te miran tres, te miran flor, corazón y tallo.
Y aquel ojo más profundo bebe tu profundo ojo.
La paloma más blanca levantó el vuelo: ¡puedo amarte!
En la ventana suave oscila la puerta suave.
El árbol en calma entró en la sala en calma.
Estás tan cerca como si aquí no demoraras.
De mi mano tomas la gran flor:
no es blanca, ni roja, ni azul - pero la tomas.
Donde nunca estuvo se quedará siempre.
Nosotros nunca estuvimos, por eso nos quedamos donde ella.
TALLOS DE LA NOCHE
SUEÑO Y SUSTENTO
El aliento de la noche es tu sábana, la tiniebla se echa a tu lado.
Te roza tobillo y sien, te despierta a la vida y al sueño,
te ventea la palabra, en el deseo, en el pensamiento,
duerme con cada uno de ellos, a su encanto sales.
Te peina la sal de las pestañas y la sirve en tu mesa,
escruta la arena de tus horas y te la ofrece.
Y lo que ella tenía de rosa, sombra y agua,
te lo escancia.
EL COMPAÑERO DE VIAJE
El alma de tu madre va en vilo delante.
El alma de tu madre ayuda a capear la noche, escollo a escollo.
El alma de tu madre fustiga a los tiburones delante de ti.
Este vocablo es pupilo de tu madre.
El pupilo de tu madre comparte tu lecho, piedra a piedra.
El pupilo de tu madre se inclina sobre la migaja de luz.
Ojos:
brillantes por la lluvia a cántaros,
cuando Dios me ordenó beber.
Ojos:
oro que la noche en mis manos contó,
cuando recogí ortigas
y roturé las sombras de los proverbios.
Ojos:
tarde que sobre mí se encandeció cuando abrí de golpe la puerta
e invernado por el hielo de mis sienes
a través de los caseríos de la eternidad galopaba.
LA ETERNIDAD
Corteza del árbol de la noche, cuchillos nacidos del moho
te susurran los nombres, el tiempo y los corazones.
Una palabra que dormía cuando la oímos
se desliza bajo la fronda:
elocuente será el otoño,
más elocuente la mano que lo recoja,
fresca como la amapola del olvido la boca que la besa.
MAR ROMPIENTE
Tú, hora, aleteas por las dunas.
El tiempo, fina arena, canta en mis brazos:
yazgo a su lado, un cuchillo en la diestra.
¡Encréspate, ola! ¡Pez, atrévete a salir!
Donde hay agua se puede vivir otra vez,
otra vez invocar al mundo al cantar a coro con la muerte,
otra vez gritar desde el desfiladero: mirad,
estamos al abrigo,
mirad, la tierra era nuestra, mirad,
¡cómo cortamos el camino a la estrella!
De corazones y cerebros
brotan los tallos de la noche,
y una palabra, por guadañas pronunciada,
los inclina a la vida.
Mudos como ellos
vamos en vilo hacia el mundo:
nuestras miradas,
cruzándose para el consuelo,
avanzan a tientas,
nos hacen signos sombríos.
Sin mirada
se silencia ahora tu ojo en mi ojo,
caminando
alzo tu corazón a los labios,
alzas mi corazón a los tuyos:
lo que bebemos ahora
sacia la sed de las horas;
lo que ahora somos
lo escancian las horas al tiempo.
¿Le somos de buena boca?
Ningún sonido, ninguna luz
se desliza entre nosotros para decirlo.
Oh tallos, vosotros, tallos.
Vosotros, tallos de la noche.
Corazón inquieto, al que la landa la ciudad construye
en medio de los cirios y las horas,
tú subes
con los chopos hacia los estanques:
allí en lo nocturno talla
la flauta ni amigo de su silencio
y lo enseña a las aguas.
Por la orilla
va embozado el pensamiento y escucha:
pues nada
aparece en su propia figura,
y la palabra que sobre ti reluce
cree en el escarabajo del helecho.
Ella peina su pelo como se le peina a los muertos:
ella lleva el añico azul debajo del camisón.
Ella lleva el añico mundo en un cordón.
Ella sabe las palabras pero sólo sonríe.
Ella mezcla su sonrisa en el vaso de vino:
tú tienes que beberlo para estar en el mundo.
Tú eres la imagen que el añico le muestra,
cuando pensativa sobre la vida se inclina.
Pues deslumbrado de palabras
sacas de la noche
al árbol cuya sombra antes le florece:
vuela hacia él el párpado de ceniza; debajo el ojo de la hermana
rehiló nieve en pensamiento –
Ahora es la fronda suficiente
para adivinar brisa y proverbio,
y las estrellas, amontonadas,
se tienen ahora en el espejo del tiempo.
Posa tu pie en la hondonada, arma la tienda:
ella, la hermana, te sigue hasta allí,
y la muerte, saliendo de la hendidura del párpado,
os parte el pan de la bienvenida,
alcanza la copa como vosotros.
Y vosotros aderezáis su vino.
PAISAJE
Altos chopos - ¡hombres de esta tierra!
Negros estanques de la dicha - ¡los espejeáis a muerte!
Te vi alzada, hermana, en este esplendor.
¡SILENCIO!
¡Silencio! Hinco la espina en tu corazón,
pues la rosa, la rosa
se tiene con las sombras en el espejo, ¡sangra!
Ya sangraba cuando mezclamos el sí y el no,
cuando lo sorbimos,
porque un vaso que cayó de la mesa, tintineó:
anunciaba una noche que se entenebreció más tiempo que nosotros.
Bebimos con bocas ansiosas:
sabía a hiel,
pero espumaba como vino -
Seguí el rayo de tus ojos,
y la lengua nos balbuceó dulzura...
(Así balbucea, así balbucea todavía.)
¡Silencio! La espina se te ahonda más en el corazón:
está aliada con la rosa.
AGUA Y FUEGO
Así pues te arrojé a la torre y dije una palabra a los tejos,
de allí salió una llama que te hizo un traje a tu medida, tu traje de novia:
¡Clara es la noche,
clara es la noche que nos inventó corazones,
clara es la noche!
Ella alumbra lejos sobre el mar,
despierta las lunas en el estrecho y las alza sobre mesas espumantes
ella me las deja limpias de tiempo:
¡plata muerta, revive, sé cuenco y escudilla como la concha!
La mesa oscila hora arriba, hora abajo,
el viento llena las copas,
el mar arroja la vianda:
el ojo vagabundo, el oído tormentoso,
el pez y la serpiente –
¡La mesa oscila noche afuera y noche adentro,
y sobre mí ondean las banderas de los pueblos,
y junto a mí bogan los hombres los ataúdes a tierra,
y debajo de mí es el cielo y estrella como en casa por San Juan!
Y yo alzo la vista hacia ti,
soleada de fuego:
recuerda el tiempo cuando la noche con nosotros subió a la montaña,
recuerda el tiempo,
recuerda que yo era lo que soy:
un maestro de mazmorras y de torres,
un aire en los tejos, un bebedor en el mar,
una palabra a la que tú ardiendo desciendes.
Cuenta las almendras,
cuenta lo que era amargo y te mantuvo en vela,
cuéntame con ellas:
Yo busqué tu ojo cuando lo abriste y nadie te miraba,
hilé aquel hilo secreto
por el que el rocío que pensaste
resbaló hasta los cántaros
que protege un proverbio que de nadie encontró el corazón.
Sólo allí entraste enteramente en ese nombre que es el tuyo,
avanzaste con píe firme hasta ti,
libres batieron los mazos en la cabeza de campana de tu silencio,
llegó a tu encuentro lo bien oído,
también lo muerto ciñó con su brazo,
y los tres os fuisteis a través de la tarde.
Hazme amargo.
Cuéntame con las almendras.
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