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Federico García Lorca (1898, Fuente Vaquero, España - 1936 Granada, España) |
¡Cuántas
veces nos han hablado del patriotismo...! Siempre hemos entendido desde niños
al patriotismo por un sentimiento que tiene por espíritu a un trapo de colores,
por voz una corneta desafinada y por fin defender las tumbas, las casas etc.,
etc., de nuestras familias. Los encargados de danzar ante el sacro fuego de sus
ideas son unos señores muy ordinarios con bigotes tiesos y voces campanudas que
nos hacen a los jóvenes besar una cruz infame formada por la bandera y una
espada; es decir la cruz de las tinieblas y de la fuerza. Hay que pensar para
qué sirve toda esa multitud de muñecos grotescos que son sacerdotes del
patriotismo y que van arrollando a la dulzura y al amor. No se puede concebir
por qué todo un pueblo se lanza contra otro únicamente por esta pasión... En
España nos la damos de muy patriotas. En la escuela nos dicen: «España es nuestra segunda madre y el Rey su
representante», es decir, su maniquí... Y nosotros mirábamos al maestro
que, encendido el pecho de entusiasmo, nos decía: «Es nuestra segunda madre. Vosotros como buenos hijos debéis dar hasta
la última gota de vuestra sangre» (ésta es la frase de cajón...).
Paseábamos por la calle y al fondo de ella aparecía el ejército brioso,
marcial, marchando elegante al son de una sinfonía bélica... y nos daban
escalofríos, auto-sugestionados por el medio ambiente y nos descubríamos ante
la bandera con un no sé qué. Indudablemente los tramoyistas de la vida nacional
preparan admirablemente los efectos. Producen emociones involuntarias valiéndose
del aparato y de la música. Hay que confesar que la fastuosidad y la etiqueta
mezclada con sones apabullantes de músicas produce en las muchedumbres el
vértigo. Primero el gran aparato de las armas les produce el miedo y el asombro
y luego las músicas les sugieren los sentimientos amables... porque nada como
la música comprendida por muchas almas a la vez para formar una sola en una
sola voluntad. Es el efecto que recibe la multitud sin darse cuenta. Hay que ir
contra esas exhibiciones llenas de lástima y con los oídos del alma tapados
como Ulises se tapó los suyos para no caer en la tentación de las hadas del
mar... ¿De qué se valen las congregaciones religiosas sino de la fastuosidad y
de la riqueza para atraer a la multitud? Saben muy bien que la masa es muy
impresionable y le hacen postrarse ante el brillo del oro. Y se da el caso raro
de gentes que comprendiendo lo ridículo e imbécil de dichos actos asisten a
ellos para recrearse en su solemnidad y teatralidad. En la idea de patriotismo
se supeditan las pasiones, el amor, la caridad y la dulzura a la flor áspera y
punzante del deber... Es la idea fin del patriotismo convertir muchas almas en
cuerpos... Las creencias individuales, sus apasionamientos, sus amores quedan
supeditados a la voz de un hombre que grita muy grave: «Ordeno y mando», y lanza los cuerpos unos contra otros porque las
almas volaron al comenzar la tragedia. Es necesario, preciso que las multitudes
se despierten llenas de amor y caridad. Es preciso acabar con lo inútil de las
ideas patrióticas. El patriotismo es uno de los grandes crímenes de la
humanidad porque de sus senos podridos por el mal surgen los monstruos de la
guerra. Por patriotismo los hombres han caído en las negruras de la muerte. Por
patriotismo la verdadera patria fue deshecha y escarnecida. Por patriotismo
nacieron los males de la tierra. Por patriotismo fueron los hombres odiosos y
crueles... Las banderas son los símbolos de la oscuridad y de la negación de
Dios... Al hallarse los hombres divididos pusieron el ideal de su bienestar [?]
sobre esos trapos de colores que flotan como orgullos con forma sobre todo el
mundo. Desde la escuela, en vez de enseñarnos a amarnos y ayudarnos en nuestras
miserias, nos enseñan la deplorable historia de nuestros países salpicados de
sangres, de odios, y nos dicen: «Aprended
a matar a vuestros enemigos. Mirad. ¿Veis este retrato? Pues es Felipe II, que
quemó 8.000 herejes. ¡Admirad este otro! Es el Cid Campeador, que luchó contra
la cruel morisma y que en Valencia asesinó a muchos hombres... Y éste es
Santiago, patrón de España, que luchó contra los moros y los exterminó».
Las almas de los niños se educan en ese ambiente de fuerza y de crueldad y
llegan a considerar muy afligidos, aunque sin darse cuenta, al Dios de las
batallas... «Ya lo sabéis, niños -exclama
el maestro-. Dios crió a los hombres para amparar exclusivamente a nosotros, a
los cristianos...» Y todos los niños se acostumbran a ver en las demás
razas una humanidad inferior y digna de ser exterminada. En las escuelas en vez
de enseñar el triunfo de la verdad sobre la fuerza enseñan el apoteosis de la
crueldad y la razón espantosa de la fuerza... Todas las historias de los
pueblos tan llenas de horrores sirven de guía a la juventud en vez de ampararse
en la inefable luminosidad del Evangelio de Jesús. Desde nuestros primeros años
nos predican la guerra como cosa necesaria para la gloria de la patria. El
patriotismo borró de la historia a los espíritus débiles pero llenos de amor...
Cuando en la historia nos quieren hablar de Dios, aparece la espantosa
Inquisición. Cuando de formas de pedir misericordia, aparece aquel formidable
espíritu del mal llamado Domingo de Guzmán. Cuando nos hablan de la fe en el
más allá, nos enseñan la execrable figura del rey Carlos, el encantado por Barrabás.
El maestro se levanta y dice: «¡Amar a
España! En sus dominios no se ponía nunca el sol». ¡Ay, nuestras gloriosas
tradiciones! Todas incubadas en la maldad y amparadas cobardemente a la sombra
augusta de la cruz... España tomó para encubrir sus maldades a Cristo
crucificado. Por eso aún vemos su ultrajada imagen por todos los rincones. Con
el nombre de Jesús se tostaban hombres. En el nombre de Jesús se consumó el
gran crimen de la Inquisición. Con el nombre de Jesús se echó a la ciencia de
nuestro suelo. Con el nombre de Jesús ampararon infamias de la guerra. Con el
nombre de Jesús inventaron la leyenda de Santiago guerrero. Toman la luz y la
hacen oscuridad. Toman la paz y la hacen luchas. Toman la gloria del amor
eterno y crean la fuerza para amordazar conciencias. Éstos son crímenes de lo
que llaman patriotismo. Éstas son aureolas de la bandera española. Todas las
banderas de todas las naciones están nimbadas de sangre mártir que no dio la
fuerza que según los reyes debió dar. ¡Ay Dios mío! ¿Hasta cuándo hemos de
invocar a nuestras tradiciones...? Porque aquí en España pocas veces se nombran
en las escuelas aquellos hombres suaves y plácidos que predicaron la paz por
las mesetas castellanas y no los mientan por considerarlos malos españoles
indignos de pertenecer a este desventurado país. Nuestra tradición guerrera no
significa nada, puesto que el presente no dio su utilidad. ¿A qué oscurecer la
conciencia con los recuerdos de sangre? Debemos de formar en las escuelas
ciudadanos amantes de la paz y conocedores del Evangelio. Debemos de crear
hombres que no sepan que existió el desdichado Fernando el santo ni Isabel la
fanática ni Carlos el inflexible ni Pedros ni Felipes ni Alfonsos ni Ramiros.
Debemos de resucitar las almas niñas contándoles que España fue la cuna de
Teresa la admirable, de Juan el maravilloso, de Don Quijote divino y de todos
nuestros poetas y cantores. Ocultar a los niños que tuvimos reyes fratricidas y
sanguinarios. Borrar de las conciencias el admirado Gran Capitán y echar el
velo del olvido sobre el pasado. Que en las escuelas en vez de decir cantando «A Felipe I sucedió Felipe II», que
griten los niños «y nació Cervantes y
Fray Luis». Inculcar el amor a toda la humanidad en los niños y el odio a
las espadas y a los escudos... y que una mañana, mañana con arreboles de sol
glorioso y perfumes de verdad y justicia, vayan todos los niños en procesión a
los campos con las manos llenas de rosas y claveles y que se detengan frente a
un gran monte de libros de nuestra historia que esté ardiendo con gran furia...
y los niños cantarán el amor de la humanidad. Luego que sea el monte ceniza,
que arrojen sobre él las flores y de ellas surgirá el milagro. Un evangelio
gigante se abrirá y los niños leerán el consuelo para la vida... y del
horizonte brotará la aurora de una paz infinita. Hay que arrancar las nefastas
ideas patrióticas de la juventud como hay que arrancar a los patrioteros por
honor a nuestras madres el concepto de la patria madre. ¡Nunca puede ser madre
nuestra la que según decís tenemos que dar la última gota de nuestra sangre por
ella! Ella nos lo manda y eso no lo ordena ninguna madre. Vosotros los que
empuñáis eternamente las armas en vez de empuñar el arado o alguna cosa santa y
útil no sabéis lo que es una madre. Las vuestras al permitir que fuerais
fratricidas ya dieron prueba de que no os sintieron en sus entrañas. ¡No,
señores luchadores de oficio! ¡No! ¡No! y ¡No! Las madres que poseemos son la
que nos dio el ser y la de todos los hombres. La Humanidad. ¡No, caballeros del
bufido y la espuela! La madre es el amor gigante, la piedad, el sacrificio. El
único amor verdadero que poseemos en la vida. La madre es la compasión, la luz,
el beso de Dios. La madre es el cuerpo del cual somos alma y corazón. ¡No,
patriotas oscuros, la patria no es nuestra segunda madre! En todo caso una
madrastra como la de Cenicienta. Lo que nos envía a matar hombres contra la
razón no puede ser madre. Hay que ser hijos de la verdadera patria. La patria
del amor y de la igualdad..
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