Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

El Amor


 
Gonzalo Rojas (Chile, 1916 - 2011)
Poeta: Gonzalo Rojas 

I

De pronto sales tú con tu llama y tu voz
y eres blanca y flexible, y estás ahí mirándome,
y te quiero apartar, y estás ahí mirándome,
y somos inocentes, y la marea roja
me besa con tus labios, y es invierno, y estoy
en un puerto contigo, y es de noche.

Y no hay sábanas donde dormir, y no hay, y no hay
sol en ninguna parte, y no hay estrella alguna
que arrancar a los cielos, y perdidos
no sabemos qué pasa, por qué la desnudez
nos devora, por qué la tempestad
llora como una loca, aunque nadie la escucha.

Y ahora, justo ahora que eres clara —permite—,
que te deseo, que me seduce tu voz
con su filtro profundo, permíteme juntar
mi beso con tu beso, permíteme tocarte
como el sol, y morirme.

Tocarte, unirte al día que soy, arrebatarte
hasta los altos cielos del amor, a esas cumbres
donde un día fui rey, llevarte al viento libre de la aurora,
volar, volar diez mil, diez mil años contigo,
solamente un minuto, pero seguir volando.

II

Son las cuatro, y la Muerte —esta casa es la muerte—
ya sube por mis venas, la asfixia
golpea a mi ventana. Es la hora. Aquí estoy
esperándote en pie. Yo soy el caballero
que buscas. No vaciles. Es mi hora.

No tiemblo, aquí me tienes, pero dame un minuto
de gracia, déjame
que la aurora le lleve mi beso y, con mi beso,
una espina de sangre a su boca, el color
de mi alma a su hermosura
para que se alimente de mí, y esto que soy
purifique sus labios más que el carbón ardiendo
y pos sus labios salgan mis llamas cada día.

Mírala. Es cosa frágil pero yo la elegí
entre todas las hijas de mujer, como Dios
a su estrella más pura, para que arda en el viento
de mi gran desamparo. No parece dormir.
Ni respirar apenas. Ni estar triste.

Son las cuatro. Es la hora. Dile, oh Muerte, mi adiós.
Es la que amo: mi espiga delgada y olorosa.
Su pelo negro crece como un árbol. El mar
abre una playa entre sus pechos. Mira
lo que pasa debajo de sus ojos: el tren
la lleva por un bosque veloz. Está llorando,
porque no voy con ella.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”