![]() |
(Madrid, 1590, Madrid 1661) |
Poetisa María de Zayas y Sotomayor
I
Como la madre a
quien falta
el tierno y amado
hijo,
así estoy cuando
no os veo,
dulcísimo dueño
mío.
Los ojos, en vuestra ausencia,
son dos caudalosos
ríos,
y el pensamiento,
sin vos,
un confuso
laberinto.
¿Adónde estáis,
que no os veo,
prendas que en el
alma estimo?
¿Qué oriente goza
esos rayos,
o qué venturosos
indios?
Si en los brazos
del Aurora
está el Sol alegre
y rico,
decid: siendo vos
aurora,
¿cómo no estáis en
los míos?
Salís, y os ponéis
sin mí,
ocaso triste me
pinto,
triste Noruega
parezco,
tormento en que
muero y vivo.
Amaros no es
culpa, no;
adoraros no es
delito;
si el amor dora
los yerros,
¡qué dorados son
los míos!
No viva yo, si ha
llegado
a los amorosos
quicios
de las puertas de
mi alma
pesar de haberos
querido.
Ahora que no me
oís,
habla mi amor
atrevido,
y cuando os veo,
enmudezco
sin poder mi amor
deciros.
Quisiera que
vuestros ojos
conocieran de los
míos
lo que no dice la
lengua,
que está, para
hablar, sin bríos.
Y luego que os
escondéis,
atormento los
sentidos,
por haber callado
tanto,
diciendo lo que os
estimo.
Mas porque no lo
ignoréis,
siempre vuestro me
eternizo;
siglos durará mi
amor,
pues para vuestro
he nacido.
II
Dueño querido: si
en el alma mía
alguna parte libre
se ha quedado,
hoy de nuevo a tu
imperio la he postrado,
rendida a tu
hermosura y gallardía.
Dichoso soy, desde
aquel dulce día,
que con tantos
favores quedé honrado;
instantes a mis
ojos he juzgado
las horas que gocé
tu compañía.
¡Oh! si fueran
verdad los fingimientos
de los encantos
que en la edad primera
han dado tanta
fuerza a los engaños,
ya se vieran
logrados mis intentos,
si de los dioses
merecer pudiera,
encanto, gozarte
muchos años.
III
«Cuando te mirare
Atandra,
no mires, ingrato
dueño,
los engaños de sus
ojos,
porque me matas
con celos.
No esfuerces sus
libertades,
que si ve en tus
ojos ceño,
tendrá los
livianos suyos
en los tuyos
escarmiento.
No desdores tu
valor
con tan civil
pensamiento,
que serás causa
que yo
me arrepienta de
mi empleo.
Dueño tiene, en él
se goce,
si no le salió a
contento,
reparara al
elegirle,
o su locura o su
acierto.
Oblíguete a no
admitir
sus livianos
devaneos
las lágrimas de
mis ojos,
de mi alma los
tormentos.
Que si procuro
sufrir
las congojas que
padezco,
si es posible a mi
valor,
no lo es a mi
sufrimiento.
¿De qué me sirven,
Salicio,
los cuidados con
que velo
sin sueño las
largas noches,
y los días sin
sosiego,
si tú gustas de
matarme,
dando a esa tirana
el premio,
que me cuesta
tantas penas,
que me cuesta
tanto sueño?
Hoy, al salir de
tu albergue,
mostró con rostro
risueño,
tirana de mis
favores,
cuánto se alegra
en tenerlos.
Si miraras que son
míos,
no se los dieras
tan presto
cometiste
estelionato,
porque vendiste lo
ajeno.
Si te viera
desabrido,
si te mirara
severo,
no te ofreciera,
atrevida,
señas de que yo te
ofendo.»
Esto cantó una
casada
a solas con su
instrumento,
viendo en Salicio
y Atandra
averiguados los
celos.
Buenas noches. Hermoso contenido. Muchas gracias.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
http://undeid.blogspot.com.ar/
http://undeidgif.blogspot.com.ar/
http://undeidayn.blogspot.com.ar/
Gracias Universo de ideas, por el detalle de acercárte a esta página. Mis saludos calurosos desde Los Teques - Venezuela.
Eliminar