![]() |
João Guimarães Rosa (Minas Gerais, 1908 - Río de Janeiro 1967) |
Había una
vez una aldea en algún lugar, ni mayor ni menor, con viejos y viejas que
viejaban, hombres y mujeres que esperaban, y chicos y chicas que nacían y
crecían.
Todos con
juicio suficiente, menos -por el momento- una nenita.
Un día, ella
salió de la aldea con una cinta verde imaginada en el cabello.
Su madre la
mandaba con una cesta y un frasco, a ver a la abuela -que la amaba- a otra
aldea vecina casi igualita.
Cinta Verde
partió, enseguida, ella la linda, todo érase una vez. El frasco contenía un
dulce en almíbar y la cesta estaba vacía, para llenarla con frambuesas.
De ahí que,
al atravesar el bosque, vio solo los leñadores, que por allá leñaban; pero
ningún lobo, desconocido ni peludo. Pues los leñadores habían exterminado al
lobo.
Entonces,
ella misma se decía:
-Voy a ver a
abuelita, con cesta y frasco, y cinta verde en el cabello, como mandó mamita.
La aldea y
la casa esperándola allá, después de aquel molino, que la gente piensa que ve,
y de las horas, que la gente no ve que no son.
Y ella misma
resolvió escoger tomar ese camino de acá, loco y largo, y no el otro, corto.
Salió, detrás de sus alas ligeras, su sombra también le venía corriendo detrás.
Se divertía
con ver que las avellanas del piso no volaran, con no alcanzar esas mariposas
nunca, ni en buquet ni en pimpollo, y con ignorar si las flores -plebeyitas y
princesitas a la vez- estaban cada una en su lugar al pasar a su lado.
Venía
soberanamente.
Tardó, para
dar con la abuela en casa, que así le respondió, cuando ella, toc, toc, golpeó:
-¿Quién es?
-Soy yo… -y
Cinta Verde descansó la voz-. Soy su linda nietita, con cesta y frasco, con la
cinta verde en el cabello, que la mamita me mandó.
Ahí, con
dificultad, la abuela dijo:
-Empuja el
cerrojo de madera de la puerta, entra y abre. Dios te bendiga.
Cinta Verde
así lo hizo y entró y miró.
La abuela
estaba en la cama, triste y sola. Por su modo de hablar tartamudo y débil y
ronco, debía haber agarrado una mala enfermedad. Diciendo:
-Deja el
frasco y la cesta en el arcón y ven cerca de mí, mientras hay tiempo.
Pero ahora
Cinta Verde se espantaba, más allá de entristecerse al ver que había perdido en
el camino su gran cinta verde atada en el cabello; y estaba sudada, con mucha
hambre de almuerzo. Ella preguntó:
-Abuelita,
¡qué brazos tan flacos los suyos, y qué manos temblorosas!
-Es porque
no voy a poder nunca más abrazarte, mi nieta…. -la abuela murmuró.
-Abuelita,
pero qué labios tan violáceos.
-Es porque
nunca más voy a poderte besar, mi nieta…. -la abuela suspiró.
-Abuelita, y
qué ojos tan profundos y quietos en este rostro ahuecado y pálido.
-Es porque
ya no te estoy viendo, nunca más, mi nietita… -la abuela aún gimió.
Cinta Verde
más se asustó, como si fuese a tener juicio por primera vez. Gritó:
-¡Abuelita,
tengo miedo del Lobo!
Pero la
abuela no estaba más allá, estaba demasiado ausente, a no ser por su frío,
triste y tan repentino cuerpo.
FIN
“Fita verde no cabelo”
No hay comentarios:
Publicar un comentario