Concibo el taller de poesía como
un espacio comunitario ocupado por 1) el trabajo artesanal, 2) el estudio, y 3)
el diálogo permanente.
1) Es ante todo, como
su mismo nombre lo indica, una actividad orientada no precisamente a la teoría
del acto creador sino a su práctica. Se diferencia de un aula académica por el
hecho de que, dentro de él, la poesía no resulta encarada primordialmente desde
el punto de vista teorético; su especificidad radica en la capacitación
instrumental que busca producir. Se trata de ubicar al tallerista, sin demoras,
ante el trabajo creador, tratando de que mediante el esfuerzo sostenido en
torno al poema pueda resolver los problemas inmediatos que son inherentes a su
confección. Estos problemas suelen ser sobre todo de dos tipos;
a) Los de orden cognoscitivo: El poema, que es el
producto al cual tiende espontáneamente toda la actividad mental del poeta, requiere- aparte de toda vocación subjetiva en
el que lo realiza- una preparación que engloba la vida consciente e
inconsciente del creador .Dicha reparación supone a su vez una atención cada vez más afinada ante el
fenómeno estético, tal como éste se vincula a las palabras. El poeta –quien,
como sujeto de su específico acto creativo posee una determinada dirección de la inteligencia y sensibilidad –debe
cultivar, psíquica, espiritual y aun corporalmente, una actitud ante el hecho verbal, los objetos y las experiencias, que
lo faculte para hacerse, ante todo, privilegiado de la epifanía del poema, de
la aparición del fenómeno creador cuyo resultante final es el texto. Su percepción
del orbe semántico/sonoro que conforman las palabras de su lengua debe
obviamente desarrollarse, junto con la del mundo “objetivo” y “subjetivo” -en complicación dinámica – como materia
estética verbalizable poéticamente.
Me parece que la
primera preocupación del coordinador del taller ha de ser, no sólo la colocar
al tallerista ante las fuentes ancestrales del conocimiento lírico del mundo,
sino también la de propiciar un clima espiritual en el seno del taller, dentro
del cual el acto creativo se comprenda y comparta como el centro de la
subjetividad de quien emprende; centro que convoca al espíritu, a la psique y a
la misma sensorialidad del sujeto creador;
b) los de orden instrumental: El poema es un organismo
de palabras dotado de estructura y ritmo. Desde la cédula básica que lo
constituye –el verbo o la frase, reducibles a las sílabas, a fonemas y
morfemas- hasta la arquitectura final que da la medida de su acabamiento
estético, el poema implica la solución de dificultades formales que le son propias,
las cuales pueden ser resumidas en éstas dos: música y combinación. Por música entiendo, en este contexto, el
arte que nos sensibiliza ante la masa sonora, la coloratura y el timbre de las
palabras, empezando por sus letras mismas, cuya eufonía o disonancia eventuales
dentro de una determinada dinámica textual debe ser objeto de estudio,
reflexión y ejercicio por parte del tallerista. Y comprendo bajo la palabra
combinación la facultad de organizar las palabras en el vivaz, sonoro
ordenamiento sintáctico, que es, no solamente arquitectura de amplias
magnitudes de sentidos, sino cuerpo
concreto, orgánico, nutrido por el aliento –que es siempre rítmico- La lectura
de los poemas de los talleristas, lectura estudiosa y compartidas, debe
facilitar para la comprensión del texto
2) El taller, decíamos,
constituye también un espacio comunitario de estudio. Este no debe
autonomizarse de la actividad artesanal;
por el contrario, debe ser para ésta un permanente alimento y desafío.
Estimo que son tres las principales áreas que engloba esta teoría vinculada
intensamente a la praxis;
a) la que está
constituida por el análisis y la interpretación de algunos grandes poemas en
lengua castellana (propongo Primera Egloga de Garcilazo, el Cántico Espiritual
de San Juan de la Cruz,
la Soledad Primera
Góngora, varios sonetos de Quevedo). Taller supone que el tallerista adolezca
de las fallas intelectuales que genera nuestro bachillerato con respecto al
conocimiento, y sobre todo al disfrute,
de la poesía del idioma, tanto española como hispanoamericana. Estas fallas
pueden y deben ser subsanadas en alguna buena medida mediante el estudio, en el
taller, de ciertos poemas concretos, dentro de los cuales el tallerista ha de
observar la manera en que fueron solucionados los mismos problemas que a ello
retan a elaborar su propia obra. Estimo
de particular importancia sensibilizar al integrante del taller ante las
particularidades y riquezas del castellano. De igual modo, resulta claro que
debe hacerse hincapié en la tradición hispanoamericana y venezolana a la cual
pertenece el tallerista como sujeto
cultural. Algunos poemas de nuestros autores, verbigracia Altazor de
Huidobro, Piedra del Sol de Octavio Paz, (la Muerte de Narciso
de Lezama Lima y otros textos pertenecientes a distintas corrientes estéticas
de la poesía continental (piénsese en la diferencia, pedagógicamente
ilustrativa, que existe, por ejemplo, entre Muerte sin Fin de
Gorostiza y Fracaso de Rafael Cadenas) pueden servir de idóneo marco de
referencia;
b) el área de la poesía
moderna: Consideramos que el participante en el taller debe estudiar al menos
tres de los grandes poemas de la modernidad (El Barco Ebrio, Golpe de Dados,
La tierra Baldía). Como es de sobre conocido, la poesía moderna
implica una ruptura sustantiva frente a la tradición poética occidental, y el
integrante del taller- ubicado como productor de cultura en una época
inmediatamente posterior a la de esa ruptura- ha de interiorizar críticamente
algunos de sus principales procedimientos y premisas;
c) el área de los
estudios simbólicos, en los cuales el participante al menos ha de ser iniciado.
La poesía no es conceptual, pero sí ideativa, porque trabaja con símbolos y
procrea. Así, pues, me parece que el taller debe conformar también un
espacio de sensibilización ante la dimensión simbólica de la espiritualidad
humana, matriz de todo trabajo estético. Ayudado por las investigaciones y
reflexiones de estudiosos como Eliade, Jung, Bachelard, Durand, el tallerista
autopercibirse como productor de símbolos, captar el poder cognoscitivo y
eventualmente patológico o curativo de las imágenes con las que trabaja, saber
que su más obvia vinculación con la sociedad es de naturaleza simbólica. Su
trabajo artístico remueve mitos y arquetipos de la cultura a la cual pertenece.
Deseo
hacer una advertencia: mi propia experiencia como coordinador de taller y otras
similares- inclusive las que he podido observar en el extranjero- me invitan a
comprobar que la combinación del aspecto artesanal con el teórico y estudio constituye
un verdadero desafío, acaso el mayor que enfrenta el taller como conjunto. He
esbozado en estas páginas lo que considero una especie de ideal, de
desiderátum, (pensando siempre en un año, por lo menos, como duración mínima
del taller); pero no se me escapa que éste debe ser moralizado de acuerdo a las
especificidades de cada grupo humano. Será la percepción que se tenga tanto del
grupo como de los casos individuales la que determine el nivel en que ha de
ubicarse aquella “ars combinatoria” entre praxis y teoría.
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