Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Edgar Jené y el sueño del sueño de Paul Celan

 

Paul Celan (Rumania, 1920 - Francia, 1970)

 Edgar Jené y el sueño del sueño de Paul Celan

Traducción de José Luis Reina Palazón

 

He de decir unas palabras que he oído en el mar profundo, donde tanto se calla y tanto acaece. Abrí una brecha en las paredes y en los reparos de la realidad y me encontré ante el espejo de la superficie del mar. Tuve que esperar un rato hasta que se rompió y pude entrar en el gran cristal del mundo interior. Con la gran estrella baja de los descubridores desconsolados sobre mí, seguí a Edgar Jené por sus cuadros.

Aunque ya sabía que se me reservaba un difícil recorrido me sentí sin embargo intimidado cuando tuve que entrar en una calle, solo y sin guía. ¡Una de las calles! Numerosas eran y cada una de ellas me invitaba a pasar, cada una de ellas me ofrecía un par de ojos distinto, para contemplar la hermosa selva en la otra parte, más profunda del ser. No es de extrañar que en el momento en que aún tenía para mirar mis propios ojos obstinados, hiciera comparaciones para poder elegir. Mi boca, sin embargo, situada más alta que mis ojos y más osada por haber hablado a menudo desde el sueño, se me adelantó y dijo burlándose de mí: «¡Viejo mercachifle de identidad! ¿Qué es lo que has visto y conocido, intrépido doctor en tautología? ¿Qué has conocido, di, al borde de esta nueva calle? Un también árbol, o casi-árbol, ¿verdad? Ahora seguro que rebuscas en tu latín para escribir una carta al viejo Linneo. Sácate mejor un par de ojos del fondo de tu alma y póntelos en el pecho: ¡entonces sabrás lo que aquí acontece!».

Pero yo soy alguien que gusta de palabras sencillas. Había comprendido antes de comenzar el viaje que aquel mundo que había abandonado era malo y falso, pero había creído que podía sacudir sus cimientos si nombraba las cosas por su verdadero nombre. Sabía que tal empresa suponía el retorno a una ingenuidad incondicional. Veía esa ingenuidad como una visión original purificada de la escoria de siglos de viejas mentiras de este mundo. A propósito recuerdo una conversación con un amigo basada en Teatro de marionetas de Klcist. ¿Cómo podría recuperarse aquella gracia original cuya existencia da nombre al último, o sea, muy posiblemente al más alto capítulo de la historia de la humanidad? Por el camino -así indicó mi amigo- de una purificación, según la razón, de nuestra inconsciente vida anímica podía recuperarse aquel estado original que había al principio y que también al final daría sentido a esta vida y la haría digna de ser vivida. En esta visión coincidían el principio y el fin y se manifestaba algo como una aflicción por el pecado original. Había que derrumbar el muro que separa el hoy del mañana y así el mañana sería de nuevo el ayer. ¿Qué había, entonces, que hacer en nuestro tiempo de hoy para alcanzar ese sin-tiempo, lo eterno, el mañanaayer? La razón debía regir, volver a dar su sentido propio (primigenio) a las palabras, a las cosas, a las criaturas y a los acontecimientos, lavándolos con el agua regia del entendimiento. Un árbol debía de nuevo ser un árbol, su rama, de la que se ha colgado a los rebeldes en cien guerras, debía ser una rama florida cuando llegara la primavera.

Aquí surgió la primera de mis objeciones que no era otra cosa que el reconocer que lo sucedido era algo más que una simple añadidura a lo dado, algo más que un atributo de lo genuino más o menos difícil de separar, sino algo modificador de ese estado genuino en su esencia, un fuerte precursor de la transformación ininterrumpida.

Mi amigo permanecía obstinado. Afirmaba que podía percibir la constante de la vida del alma en la corriente del desarrollo humano, reconocer los límites del subconsciente y que todo estaba hecho si la razón bajaba a lo profundo y elevaba el agua del negro pozo a la superficie. También este pozo tiene su fondo, a nuestro alcance, y cuando todo esté bien dispuesto en la superficie para acoger las aguas de lo profundo y luzca el sol de la justicia se habrá hecho todo el trabajo. ¿Cómo va a lograrse esto, decía, si tú y otros como tú nunca abandonáis lo profundo y continuáis dialogando con las fuentes tenebrosas?

Comprendí que esto era una objeción que se dirigía contra mi fidelidad a una posición que al reconocer al mundo con sus instituciones como cárcel del hombre y de su espíritu, quería hacer todo lo posible para derribar los muros de esa cárcel. Al mismo tiempo, sin embargo, reconocía también el camino que este conocimiento me prescribía. Tenía claro que el hombre no sólo se consumía en las cadenas de la vida exterior, sino que también estaba amordazado y no podía hablar - y cuando hablo del lenguaje me refiero a toda la esfera de los medios de expresión humanos- porque sus palabras (gestos y movimientos) gemían bajo el peso milenario de una rectitud falsa y deformada: ¡qué hay más falaz que la afirmación que las palabras, en el fondo, seguían siendo las mismas! ¡Así tuve también que reconocer que a lo que lucha por expresarse en lo más profundo de su interior desde tiempos inmemoriales también se había adherido la ceniza de su interpretación abrasada y no sólo ésta!

¿Cómo debía surgir entonces lo nuevo y al mismo tiempo puro? Que vengan de los más lejanos ámbitos del espíritu palabras y figuras, imágenes y gestos, como en sueños veladas y desveladas; y cuando se encuentran en su frenética carrera y nace la chispa de lo maravilloso, cuando lo extraño se enlaza con lo más extraño, miro a los ojos de la nueva claridad. Ella me mira un tanto curiosa, pues a pesar de que la he conjurado, vive más allá de las representaciones de mi pensar despierto, su luz no es la luz del día y está habitada de figuras que no reconozco sino que conozco en una visión primicial. Su peso tiene otra gravedad, su color habla a un par de ojos nuevos, con el que mis párpados cerrados se han regalado mutuamente, mi oído se ha desplazado a mi tacto, donde aprende a ver; mi corazón experimenta, ahora que habita en mi frente, las leyes de un nuevo movimiento, perpetuo y libre. Sigo mis sentidos viajeros por el nuevo mundo del espíritu y vivo la libertad. Aquí, donde soy libre, reconozco también el tremendo engaño del que fui objeto en el otro lado.

Ahora me he escuchado a mí mismo durante una última pausa del pensamiento, antes de aceptar los peligros del recorrido por el fondo del mar y de seguir a Edgar Jené por sus cuadros. Una vela abandona un ojo. ¿Una sola vela? No, veo dos. Pero la primera, que lleva aún los colores del ojo, no va a poder proseguir, sé que vuelve. Ese retorno parece ser muy difícil: como una cascada abrupta se derramaba el agua de este ojo, pero aquí abajo (allí arriba) corre el agua también a la montaña, trepa la vela aún la abrupta pendiente de este perfil blanco, que no posee otra cosa que este ojo sin pupila y que precisamente porque no posee más que eso, puede y sabe más que nosotros. Pues este perfil de una mujer, su cabello, un poco más azul que su boca dirigida hacia arriba (en un espejo invisible para nosotros, sesgado sobre ella esta boca se reconoce a sí misma, prueba su expresión y la estima adecuada), este perfil es un arrecife, un monumento de hielo en las entradas del mar interior, que también es un mar de lágrimas ondeantes. ¿Cómo será el otro lado de esta cara? ¿Gris, como aquella tierra que aún divisamos? Pero volvamos a nuestras velas. La primera volverá a la cuenca vacía y de mirada extraña. Tal vez va a continuar su periplo en dirección contraria, hacia el ojo que en el otro lado mira fijo a lo gris... Así se convierte este velero en un mensajero, pero su mensaje no promete mucho. ¿Y el segundo velero, cuya vela lleva un ojo encandecido, la pupila flameante en el campo negro de la certeza? Subimos a él durmiendo: así vemos lo que queda por soñar.

¿Cuántos son los que saben que el número de criaturas es infinito? ¿Que el creador de todas es el hombre? ¿Podemos comenzar a contarlas? Seguro que ya hay quienes saben que se puede regalar una flor a un ser humano. ¿Pero cuántos saben también que se puede regalar un ser humano a un clavel? ¿Y qué consideran más importante? Más de uno seguirá siendo incrédulo si se le habla del hijo de la aurora boreal.

Incrédulo incluso hoy cuando ya hace tanto que la Cabellera de Berenice cuelga entre las estrellas. Sin embargo, la aurora boreal tiene ahora un hijo, y Edgar Jené fue el primero que lo vio. Allí donde el hombre se hiela maniatado en los bosques de nieve de su desesperación, pasa él, grande. Los árboles no se lo impiden, pasa sobre ellos, los cubre también con su amplia capa, los hace sus compañeros, con él vendrán también ellos a las puertas de la ciudad, donde se espera al gran hermano. Que es a él a quien se espera se reconoce en sus ojos: han visto lo que todos han visto y más.

 

 

Lo que Edgar Jené posibilita que tome forma aquí por primera vez ¿tiene sólo aquí su ámbito? ¿no queríamos también reconocer mejor la pesadilla de la vieja realidad, no queríamos percibir el grito del hombre, nuestro propio grito, más fuerte que otras veces, más estridente? Mirad: Este espejo de abajo obliga a todo a mostrar su color: «El mar de sangre invade la tierra»: Despobladas y envejecidas están las colinas de la vida. Con pies desnudos el fantasma de la guerra atraviesa los países. ¡Garras tiene como las aves de presa o dedos en los pies como el hombre! Múltiple forma tiene, ¿y qué es ahora? Una carpa de sangre en ciernes. Cuando desciende habitamos entre paredes de sangre, entre harapos de sangre. Donde la sangre bosteza podemos remirar y ver otras figuras semejantes de vapores de sangre. También se nos alimenta: una de las garras ha horadado un pozo de sangre y allí dentro también podemos reflejarnos, nosotros, los perdidos. Sangre en espejo de sangre es vana belleza, se nos dice...

 

 

A menudo hemos prestado juramento como guardia: en ardiente sombra de banderas impacientes, al contraluz de la muerte ajena, en el altar mayor de nuestra santificada Razón. Y hemos mantenido nuestros juramentos al precio de nuestra vida íntima, pero cuando volvimos allí donde lo habíamos prestado, ¿qué tuvimos que ver? El color de la bandera era todavía el mismo, la sombra que proyectaba mayor que antes incluso. Y de nuevo se levantó la mano para jurar. ¿Pero a quién se prometía fidelidad ahora? Al otro, al que habíamos jurado odiar. ¿Y la muerte ajena? Tenía razón de actuar como si no hubiera necesitado en absoluto nuestros juramentos... Por fin en el altar mayor había un gallo y cantó...

Intentemos, pues, jurar en el sueño.

Somos una torre de cuya punta irrumpe nuestro rostro, nuestro pétreo rostro comprimido. Somos más altos que nosotros mismos, otra torre somos sobre la más alta de las torres y podemos mirar sobre nosotros. Por miles de pliegues subimos a nosotros mismos. ¡Qué posibilidad: reunimos allí arriba en multitudes para jurar, mil veces nosotros mismos, la gran superpotencia! Todavía no hemos llegado allí arriba, allí, donde nuestro rostro ya es el puño cerrado, un ojo-puño que jura. Pero el camino hasta allí podemos reconocerlo. Es abrupto, ese camino, pero quien quiera jurar lo que mañana también valdrá, va por tales caminos. ¡Y arriba! ¡Qué explanadas para pronunciar el juramento! ¡Qué subida a lo inferior! ¡Qué lejanía del sonido para la promesa que aún no conocemos!

 

He intentado informar de algo que se me apareció en el mar profundo de un alma.

Los cuadros de Edgar Jené saben más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Inquietud

Verano

Pescadores en una tarde de verano de Michael Peter Ancher (Dinamarca, 1849 - 1927) Gilberto Aranguren Peraza  Verano   Nunca había sentido ...

Entradas Inquietantes

Poesía Inquietante

Itinerario. LIbro de Poesía. De: Gilberto Aranguren Peraza

Itinerario. LIbro de Poesía. De: Gilberto Aranguren Peraza
En nuestro día a día, perdemos de vista las cosas sencillas de la vida, el autor Gilberto Aranguren, a través del género poético, construye imágenes que conforman la interioridad de su mundo, le da importancia a cada aspecto de su vida y elige con cuidado aquello que le parece valioso y que pueda marcar totalmente la diferencia, él sabe que hay un mundo en su interior invisible para los demás y que cada evento exterior representa una ventana a su interior, ¡sus poemas son su reflejo!

LIBRO ITINERARIO

Si deseas acceder a la compra del Libro ITINERARIO, ya sea en papel o en e-Pub puedes hacerlo haciendo uso del siguiente link:

Libro: Los ruidos de la Casa

Libro: Los ruidos de la Casa
La casa es un tejido de ruidos

Los ruidos de la casa

LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”