Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Tres Nocturnos de Vicente Gerbasi

Vicente Gerbasi (Canoabo, Estado Carabobo - Venezuela 1913 - Caracas, 1992)

(1970)


Ante la puerta antigua de la noche

 

Horas de pesados almendros, de oscuros olivos,

necesito para hablarte, oh, tibia puerta de la noche.

Te golpean los muertos detrás de los relámpagos

que iluminan el plato, la sartén y la botella.

 

Un niño te mira detrás de una morada cortina de damasco.

 

¡Luz del poniente, lejana coronación de un rey antiguo,

mancha los cielos con la sangre de mi nostalgia,

reúne las ovejas en mi penumbrosa comarca de avellanos!

 

Te devuelvo anillos violetas en los estanques,

ramajes oscurecidos por los truenos,

charcas con garzas degolladas, trompetas de cazadores.

La soledad eleva tu cántico de hoguera en la memoria,

como entre viejos campanarios de piedra,

con hondas campanadas de sombras difuntas y azahares.

 

Luz de mi andanza y de mi frente en el tiempo,

luz de las cumbres y de las islas,

enrolla los gruesos cordeles de los navíos,

lanza los cabellos blancos a las marejadas,

hunde las lumbres en el ondulante aceite de los puertos.

 

Sólo silbos y opacos abejorros siento pasar entre los muros;

sólo papeles viejos, cartas, que arrastran lentas ráfagas,

veo en las desiertas calles.

 

Conviertes mi ser en un aposento oscuro,

en una sábana abandonada, en una abeja,

mientras te hundes, oh, transitoria doncella,

con un ramo de astromelia en los espejos.

 

Aquella voz mía que iba por las colinas,

entre novias que recogían flores de atardecer,

ya pertenece a tu morada de cárdenos tapices, con pasos,

y salones con retratos de parientes y amigos perdidos,

con muebles que sostienen sus brillos de soledad y de rumores.

 

Como la corona de los héroes en los bronces,

así son tus reflejos en mi frente;

como el rumor de casas pobres que se derrumban,

así es tu lejanía en mi corazón.

 

Recuerdo muchas de mis huellas, más aún veo puertas selladas,

aldabas y goznes oxidados, verjas que detienen grupos de mendigos.

 

Oh, luz postrera del día, colmena resonante de tristeza,

recíbeme en tus funerarias vendimias

y entrégame a la danza espectral de los insomnes.

 

Nostalgia nocturna

 

Entre las soledades que inclinadas cultivan

violetas en la sombra del rocío,

pertenezco a la noche detenida

por negros abedules,

la noche que en la altura nueve nevados huertos

y abre los portales de la melancolía.

 

Estoy aquí en la tierra como una fiel costumbre,

como un galgo que lame una estatua mojada,

como el que va en la sombra llamando sus parientes,

como el gesto inocente de los espantapájaros

bajo el húmedo viento.

 

Coros lejanos, bíblicos, de aldeanos celestes

que suben las montañas azules de la noche,

me devuelven al tiempo de floridos almendros,

a la aldea remota que guarda, entre pastores,

hijas de molineros y torres de penumbra,

las huellas de mi infancia.

 

¿Me recuerda la escuela con sus manchados mapas,

con la ventana abierta hacia los ondulantes

trigales vespertinos?

 

¿Estoy allí, de noche,

con los amigos muertos?

 

¿Quién lanza serpentinas de luz a los abismos?

¿Quién tritura avellanas?

 

Pasa un viento de oscuros palomares,

con un rumor de plaza,

de puerta de convento,

y un perfume estrellado de azahares.

 

Tristeza tengo de mis pasos, y alegría

de ver la tierra, aquí,

con mis hijos que duermen viajando hacia los bosques,

con blancos animales que se agrupan

bajo los eucaliptos,

con el recuerdo apenas

de mi propia leyenda

a orilla de los mares.

 

Mientras los niños duermen


La noche sobre el césped

me lleva por sus árboles redondos.

La noche como un aire de ciruelas

y su caballo blanco.

 

Un camino de sombra y tulipanes,

de luz azul de olivos y colmenas,

sube en antiguas curvas a la aldea,

donde duermen los niños, mientras miran,

entre juncos de música en la brisa,

una lunar comarca de elefantes.

 

Cascadas de cristal iluminan las rocas.

 

Luciérnagas de frío

abren livianas grutas de campánulas,

y seres de otro tiempo,

de rojas capas sueltas a los aires,

transitan por el bosque

de lenta sombra verde y lentejuelas.

 

Huyen por el follaje plateados reflejos,

soplos brunos de leves mariposas,

vagos ríos dorados de polca transparente.

 

Silencioso el rocío ilumina las flores,

las arañas extienden sus redes siderales,

y al fondo, entre la bruma,

los árboles se esfuman en suave melodía.

Arpas de las Edades,

de sombra y luz y vuelos y ramajes,

que el viento tañe allá en el corazón,

colinas temblorosas de heliotropos,

riberas taciturnas de los sauces,

celestes primaveras de cerezos,

por vuestro encanto pasa el sueño de los niños,

como una brisa tibia de atónitos venados,

mientras aquí en las hondas soledades nocturnas

yo soy la sombra misma que fluye entre las hojas.

 

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”