Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Primero Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz

 
Sor Juana Inés de la Cruz por Miguel Cabreras (1750) (Castillo de Chapultepec)

PRIMERO SUEÑO 


Que así intituló y compuso la madre Juana Inés de la Cruz imitando a Góngora 


Piramidal, funesta, de la tierra  
nacida sombra, al Cielo encaminaba  
de vanos obeliscos punta altiva,  
escalar pretendiendo las Estrellas; 
si bien sus luces bellas, 
exentas siempres, siempre rutilantes,  
la tenebrosa guerra  
que con negros vapores le intimaba  
la pavorosa sombra fugitiva, 
burlaban tan distantes,  
que su atezado ceño  
al superior convexo aún no llegaba  
del Orbe de la Diosa  
que tres veces hermosa  
con tres hermosos rostros ser ostenta,  
quedando sólo dueño  
del aire que empañaba  
con el aliento denso que exhalaba;  
y en la quietud contenta  
de imperio silencioso, 
sumisas sólo voces consentía 
de las nocturnas Aves, 
tan oscuras, tan graves, 
que aún el silencio no se interrumpía. 
Con tardo vuelo y canto, del oído  
mal, y aun peor del ánimo admitido,  
la avergonzada Nictimene acecha  
de las sagradas puertas los resquicios,  
o de las claraboyas eminentes 
los huecos más propicios 
que capaz a su intento le abren brecha,  
y sacrílega llega a los lucientes  
Paroles Sacros de perenne llama  
que extingue, si no infama, 
en licor claro la materia crasa 
consumiendo, que el árbol de Minerva  
de su fruto, de prensas agravado,  
congojoso sudó y rindió forzado. 
Y aquellas que su casa 
campo vieron volver, sus telas hierba,  
a la Deidad de Saco inobedientes,  
ya no historias contando diferentes,  
en forma sí afrentosa transformadas,  
segunda forman niebla, 
ser vistas aun temiendo en la tiniebla,  
Aves sin pluma aladas 
aquellas tres oficiosas, digo,  
atrevidas Hermanas,  
que el tremendo castigo  
de desnudas les dio pardas membranas,  
alas tan mal dispuestas,  
que escarnio son aún de las más funestas;  
éstas, con el parlero 
ministro de Plutón un tiempo, ahora  
supersticioso indicio al agorero,  
solos la no canora  
componían capilla pavorosa 
máximas negras, longas entonando, 
y pausas más que voces, esperando  
a la torpe mensura perezosa  
de mayor proporción tal vez, que el viento  
con flemático echaba movimiento  
de tan tardo compás, tan detenido,  
que en medio se quedó tal vez dormido. 
Este, pues, triste son intercadente  
de la asombrada turba temerosa,  
menos a la atención solicitaba  
que al sueño persuadía;  
antes sí, lentamente, 
su obtusa consonancia espaciosa  
al sosiego inducía 
y al reposo los miembros convidaba,  
el silencio intimando a los vivientes,  
uno y otro sellando labio oscuro  
con indicante dedo,  
Harpócrates, la noche, silencioso 
a cuyo, aunque no duro,  
si bien imperioso 
precepto, todos fueron obedientes:  
el viento sosegado, el can dormido,  
éste yace, aquél quedo  
los átomos no mueve,  
con el susurro hacer temiendo leve,  
aunque poco, sacrílego ruido,  
violador del silencio sosegado;  
el Mar, no ya alterado,  
ni aun la instable mecía  
cerúlea cuna donde el Sol dormía,  
y los dormidos siempre mudos peces,  
en los lechos lamosos 
de sus oscuros senos cavernosos,  
mudos eran dos veces;  
y entre ellos la engañosa Encantadora  
Alcione, a los que antes  
en peces transformó, simples amantes,  
transformada también, vengaba ahora.  
En los del monte senos escondidos,  
cóncavos de peñascos mal formados,  
de su aspereza menos defendidos  
que de su oscuridad asegurados,  
cuya mansión sombría  
ser puede noche en la mitad del día,  
incógnita aún al cierto  
montaraz pie del cazador experto, 
depuesta la fiereza 
de unos, y de otros el temor depuesto,  
yacía el vulgo bruto,  
a la Naturaleza 
el de su potestad pagando impuesto, 
universal tributo. 
Y el Rey, que vigilancias afectaba,  
aun con abiertos ojos no velaba, 
El de sus mismos perros acosado, 
Monarca en otro tiempo esclarecido, 
tímido ya Venado 
con vigilante oído,  
del sosegado ambiente  
al menor perceptible movimiento  
que los átomos muda, 
la oreja alterna aguda  
y el leve rumor siente  
que aún le altera dormido. 
Y en la quietud del nido,  
que de brozas y lodo instable hamaca  
formó en la más opaca 
parte del árbol, duerme recogida  
la leve turba, descansando el viento  
del que le corta alado movimiento. 
De Júpiter el Ave generosa, 
(como al fin Reina) por no darse entera  
al descanso, que vicio considera  
si de preciso pasa, cuidadosa  
de no incurrir de omisa en el exceso,  
a un solo pie librada fía el peso, 
y en otro guarda el cálculo pequeño,  
despertador Reloj del leve sueño;  
porque, si necesario fue admitido,  
no pueda dilatarse continuado,  
antes interrumpido  
del Regio sea, pastoral cuidado. 
¡Oh, de la Majestad pensión gravosa,  
que aun al menor descuido no perdona!  
Causa quizá que ha hecho, misteriosa,  
circular denotando la Corona, 
en círculo dorado,  
que el afán es no menos continuado. 
El sueño todo, en fin, lo poseía,  
todo, en fin, el silencio lo ocupaba;  
aún el Ladrón dormía, 
aun el amante no se desvelaba.  
El conticinio casi ya pasando  
iba y la sombra dimidiaba, cuando  
de las diurnas tareas fatigados,  
y no sólo oprimidos  
del afán ponderoso  
del corporal trabajo, mas cansados  
del deleite también; que también cansa  objeto continuado a los sentidos,  
aun siendo deleitoso: 
que la Naturaleza siempre alterna  
ya una, ya otra balanza,  
distribuyendo varios ejercicios,  
ya al ocio, ya al trabajo destinados,  
en el fiel infiel con que gobierna  
la aparatosa máquina del Mundo;  
así, pues, de profundo 
sueño dulce los miembros ocupados,  
quedaron los sentidos  
del que ejercicio tienen ordinario  
(trabajo, en fin, pero trabajo amado,  
si hay amable trabajo)  
si privados no, al menos suspendidos;  
y cediendo al retrato del contrario  
de la vida, que, lentamente, armado, 
cobarde embiste y vence perezoso  
con armas soñolientas,  
desde el Cayado humilde al Cetro altivo,  
sin que haya distintivo que  
el Cayal de la Púrpura discierna: 
pues su nivel, en todo poderoso,  
gradúa por exentas  
a ningunas personas, 
desde la de a quien tres formas Coronas, 
soberana Tiara, 
hasta la que pajiza vive choza; 
desde la que el Danubio undoso dora,  
a la que junco humilde, humilde mora;  
y con siempre igual vara  
(como, en efecto, imagen poderosa  
de la muerte) Morfeo  
el sayal mide igual con el brocado. 
El Alma, pues, suspensa  
del exterior gobierno, en que ocupada  
en material empleo, 
o bien o mal da el día por gastado,  
solamente dispensa  
remota, si del todo separada 
no, a los de muerte temporal opresos,  
lánguidos miembros, sosegados huesos,  
los gajes del calor vegetativo, 
el cuerpo siendo, en sosegada calma,  
un cadáver con alma,  
muerto a la vida y a la muerte vivo,  
de lo segundo dando tardar señas  
el de Reloj humano 
vital volante que, si no con mano, 
con arterial concierto, unas pequeñas  
muestras, pulsando, manifiesta lento  
de su bien regulado movimiento. 
Este, pues, miembro Rey y centro vivo  
de espíritus vitales, 
con su asociado, respirante fuelle,  
pulmón que imán del viento es atractivo,  
que en movimientos nunca desiguales, 
o comprimiendo ya, o ya dilatando, 
el musculoso, claro arcaduz blando 
hace que en él resuelle  
el que le circunscribe fresco ambiente  
que impele ya caliente, 
y él venga su expulsión haciendo activo  
pequeños robos al calor nativo 
algún tiempo llorados,  
nunca recuperados,  
si ahora no sentidos de su dueño, 
que, repetido, no hay robo pequeño.  
Estos, pues, de mayor (como ya digo)  
excepción, uno y otro fiel testigo,  
la vida aseguraban, 
mientras con mudas voces, impugnaban  
la información, callados, los sentidos,  
con no replicar sólo defendidos;  
y la lengua que, torpe, enmudecía,  
con no poder hablar, los desmentía;  
y aquella del calor más competente  
científica oficina,  
próvida de los miembros despensera,  
que avara nunca y siempre diligente,  
ni a la parte prefiere más vecina  
ni olvida a la remota, 
y en ajustado natural cuadrante,  
las cantidades nota  
que a cada cual tocarle considera  
del que alambicó quilo el incesante  
calor, en el manjar que, medianero  
piadoso, entre él y el húmedo interpuso  
su inocente sustancia  
pagando por entero  
la que, ya piedad sea o ya arrogancia,  
al contrario voraz, necio la expuso: 
merecido castigo (aunque se excuse)  
al que en pendencia ajena se introduce;  
ésta, pues, si no fragua de Vulcano, 
templada hoguera del calor humano,  
el cerebro enviaba 
húmedos, mas tan claros los vapores  
de los atemperados cuatro humores 
que con ellos no sólo no empañaba  
los Simulacros que la estimativa  
dio a la imaginativa, 
y aquésta, por custodia más segura,  
en forma ya más pura,  
entregó a la memoria que, oficiosa,  
grabó tenaz y guarda cuidadosa;  
sino que daban a la fantasía  
lugar de que formase 
imágenes diversas; y del modo  
que en tersa superficie, que de Faro,  
cristalino portento, asilo raro  
fue, en distancia longuísima se vían  
(sin que ésta le estorbase) 
del Reino casi de Neptuno todo,  
las que distantes le surcaban Naves,  
viéndose claramente  
en su azogada Luna  
el número, el tamaño y la fortuna 
que en la instable campaña transparente  
arresgadas tenían,  
mientras aguas y vientos dividían  
sus velas leves y sus quillas graves:  
así ella, sosegada, iba copiando  
las imágenes todas de las cosas, 
y el pincel invisible iba formando  
de mentales, sin luz, siempre vistosas,  
colores, las figuras  
no sólo ya de todas las criaturas 
sublunares, mas aun también de aquellas  
que intelectuales, claras son Estrellas 
y en el modo posible  
que concebirse puede lo invisible, 
en sí, mañosa, las representaba  
y al alma las mostraba;  
la cual, en tanto, toda convertida  
a su inmaterial ser y esencia bella,  
aquella contemplaba, 
participada de alto ser, centella  
que con similitud en si gozaba; 
y juzgándose casi dividida  
de aquella que impedida  
siempre la tiene, corporal cadena, 
que grosera embaraza y torpe impide  
el vuelo intelectual con que, ya mide  
la cantidad inmensa de la Esfera,  
ya el curso considera  
regular, con que giran desiguales  
los cuerpos celestiales:  
—culpa si grave, merecida pena, 
(torcedor del sosiego riguroso),  
de estudio vanamente judicioso 
puesta (a su parecer) en la eminente  
cumbre de un monte a quien el mismo Atlante 
que preside Gigante 
a los demás, Enano obedecía,  
y Olimpo, cuya sosegada frente 
nunca de aura agitada  
consintió ser violada,  
aun falda suya ser no merecía:  
pues las nubes, que opaca son Corona  
de la más elevada corpulencia,  
del Volcán más soberbio que en la tierra,  
Gigante erguido, intima al Cielo guerra,  
apenas densa Zona  
de su altiva eminencia,  
o a su vasta cintura 
cíngulo tosco son, que, mal ceñido,  
o el viento lo desata sacudido,  
o vecino el calor del Sol lo apura. 
A la región primera de su altura,  
íntima parte, digo, dividiendo  
en tres continuado cuerpo horrendo,  
el rápido no pudo, el veloz vuelo  
del Águila (que puntas hace al Cielo, 
y al Sol bebe los rayos, pretendiendo  
entre sus luces colocar su nido) 
llegar; bien que, esforzando  
más que nunca el impulso, ya batiendo  
las dos plumadas velas, ya peinando  
con las garras el aire, ha pretendido, 
tejiendo de los átomos escalas, 
su inmunidad rompan sus dos alas. 
Los Pirámides dos, ostentaciones  
de Menfis vano, y de la Arquitectura  
último esmero, si ya no pendones  
fijos no tremolantes, cuya altura, 
coronada de bárbaros trofeos, 
Tumba y Bandera fue a los Ptolomeos  
que el visito, que a las nubes publicaba,  
si ya también al Cielo no decía,  
de su grande, su siempre vencedora  
Ciudad, ya Cairo ahora, 
las porque a su copia enmudecía, 
la Fama no cantaba  
Gitanas glorias, Ménficas proezas, 
aun en el viento, aun en el Cielo impresas;  
éstas, que en nivelada simetría  
su estatura crecía 
con tal diminución, con arte tanto,  
que cuando más al Cielo caminaba,  
a la vista que Lince la miraba, 
entre los vientos se desparecía, 
sin permitir mirar la sutil punta  
que al primer Orbe finge que se junta  
hasta que, fatigada del espanto, 
no descendía, sino despeñada, 
se hallaba al pie de la espaciosa basa,  
tarde o mal recobrada 
del desvanecimiento  
que pena fue no escasa  
del visual alado atrevimiento;  
cuyos cuerpos opacos, 
no al Sol opuestos, antes avenidos  
con sus luces, si no confederados  
con él, como, en efecto, confinantes,  
tan del todo bañados  
de su resplandor eran, que, lucidos, 
nunca de calurosos caminantes 
al fatigado aliento, a los pies flacos  
ofrecieron alfombra 
aun de pequeña, aun de señal de sombra;  
éstas, que glorias ya sean Gitanas, 
o elaciones profanas, 
bárbaros jeroglíficos de ciego 
error, según el Griego, 
ciego también, dulcísimo poeta  
—si ya por las que escribe  
Aquileyas proezas 
o Marciales de Ulises sutilezas,  
la unión no le recibe  
de los historiadores, o le acepta,  
cuando entre su catálogo le cuente, 
que gloria más que número le aumente,  
de cuya dulce serie numerosa  
fuera más fácil cosa  
al temido Tonante  
el Rayo fulminante  
quitar, o la pesada 
a Alcides clava errada 
que un hemistiquio solo  
de los que le dictó propicio Apolo—;  
según de Homero, digo, la sentencia, 
las Pirámides fueron materiales  
tipos solos, señales exteriores  
de las que, dimensiones interiores,  
especies son del Alma intencionales 
que, como sube en piramidal punta  
al Cielo la ambiciosa llama ardiente  
así la humana mente  
su figura trasunta, 
y a la causa primera siempre aspira,  
céntrico punto donde recta tira  
la línea si ya no circunferencia, 
que contiene, infinita, toda esencia. 
Estos, pues, montes dos artificiales  
(bien maravillas, bien milagros sean), 
Y aun aquella blasfemia, altiva Torre, 
de quien hoy dolorosas son señales  
no en piedras, sino en lenguas desiguales,  
porque voraz el tiempo no las borre,  
los idiomas diversos que escasean  
el sociable trato de las gentes, 
haciendo que parezcan diferentes  
los que unos hizo la Naturaleza,  
de la lengua por sólo la extrañeza;  
si fueran comparados  
a la mental Pirámide elevada, 
donde sin saber cómo, colocada  
el alma se miró, tan atrasados  
se hallaran, que cualquiera  
graduara su cima por Esfera;  
pues su ambicioso anhelo,  
haciendo cumbre de su propio vuelo,  
en la más eminente  
la encumbró parte de su propia mente,  
de sí tan remontada, que creía  
que a otra nueva región de sí salía;  
en cuya casi elevación inmensa,  
gozosa mas suspensa, 
suspensa pero ufana 
y atónita aunque ufana, la suprema  
de lo sublunar Reina soberana  
la vista perspicaz, libre de antojos,  
de sus intelectuales, bellos ojos,  
sin que distancia tema,  
de que obstáculo opaco se recele,  
de que interpuesto algún objeto cele,  
libre tendió por todo lo criado;  
cuyo inmenso agregado, 
cúmulo incomprensible,  
aunque a la vista quiso manifiesto  
dar señas de posible  
a la comprensión no, que, entorpecida  
con la sobra de objetos, y excedida  
de la grandeza de ellos su potencia,  
retrocedió cobarde.  
Tanto no del osado presupuesto  
revocó la intención, arrepentida,  
la vista que intentó, descomedida,  
en vano hacer alarde  
contra objeto que excede en excelencia  
las líneas visuales; 
contra el Sol, digo, cuerpo luminoso,  
cuyos rayos castigo son fogoso,  
que fuerzas desiguales  
despreciando, castigan rayo a rayo,  
el confiado, antes atrevido  
y ya llorado ensayo, 
necia experiencia que costosa tanto  
fue, que Ícaro ya su propio llanto  
lo anegó enternecido,  
como el entendimiento, aquí vencido  
no menos de la inmensa muchedumbre  
de tanta maquinosa pesadumbre,  
de diversas especies conglobado  
esférico compuesto,  
que de las cualidades  
de cada cual cedió, tan asombrado,  
que, entre la copia puesto,  
pobre con ella en las neutralidades  
de un mar de asombros, la elección confusa,  
equívoco las ondas zozobraba; 
y por mirarlo todo, nada vía,  
ni discernir podía,  
bota la facultad intelectiva,  
en tanta, tan difusa,  
incomprensible especie que miraba  
desde el un eje en que librada estriba  
la máquina voluble de la Esfera,  
al contrapuesto Polo,  
las partes, ya no sólo  
que al Universo todo considera  
serle perfeccionantes, 
a su ornato no más pertenecientes; 
mas ni aun las que, ignorantes,  
miembros son de su cuerpo dilatado,  
proporcionadamente competentes. 
Mas como al que ha usurpado, 
diutuma oscuridad, de los objetos  
visibles los colores, 
si súbitos le asaltan resplandores, 
con la sobra de luz queda más ciego; 
que el exceso contrarios hace efectos 
en la torpe potencia que la lumbre 
del Sol admitir luego 
no puede por la falta de costumbre; 
y a la tiniebla misma que antes era 
tenebroso a la vista impedimento, 
de los agravios de la luz apela, 
y una vez y otra con la mano cela 
de los débiles ojos deslumbrados 
los rayos vacilantes, 
sirviendo ya, piadosa medianera, 
la sombra de instrumento 
para que, recobrados, 
por grados se habiliten, 
porque después, constantes, 
su operación más firmes ejerciten 
recurso natural, innata ciencia, 
que confirmada ya de la experiencia, 
maestro quizá mudo, 
retórico ejemplar, inducir pudo 
a uno y otro Galeno  
para que del mortífero veneno, 
en bien proporcionadas cantidades, 
escrupulosamente regulando 
las ocultas nocivas cualidades, 
ya por sobrado exceso 
de cálidas o frías, 
o ya por ignoradas simpatías 
o antipatías con que van obrando 
las causas naturales su progreso 
(a la admiración dando, suspendida, 
efecto cierto en causa no sabida, 
con prolijo desvelo y remirada 
empírica atención, examinada 
en la bruta experiencia, 
por menos peligrosa), 
la confección hicieron provechosa,  
último afán de la Apolínea ciencia 
de admirable triaca,  
que así del mal el bien tal vez se saca;  
no de otra suerte al Alma, que asombrada  
de la vista quedó de objeto tanto,  
la atención recogió que, derramada  
en diversidad tanta, aun no sabía  
recobrarse a sí misma del espanto,  
que portentoso había  
si discurso calmado 
permitiéndole apenas  
de un concepto confuso  
el informe embrión que, mal formado,  
inordinado caos retrataba  
de confusas especies que abrazaba,  
sin orden avenidas,  
sin orden separadas, 
que cuanto más se implican combinadas, 
tanto más se disuelven desunidas,  
de diversidad llenas;  
ciñendo con violencia lo difuso  
de objeto tanto a tan pequeño vaso,  
aun al más bajo, aun al menor, escaso.  
Las velas, en efecto, recogidas,  
que fió, inadvertidas,  
traidor al Mar, al viento ventilante,  
buscando, desatento,  
al Mar fidelidad, constancia al viento, 
mal le hizo de su grado  
en la mental orilla  
dar fondo, destrozado,  
al timón roto, a la quebrada entena 
besando arena a arena,  
de la playa el Bajel, astilla a astilla,  
donde, ya recobrado, el lugar usurpó de la carena,  
cuerda refleja, reportado aviso  
de dictamen remiso, 
que, en su operación misma reportado, 
más juzgó conveniente  
a singular asunto reducirse  
o, separadamente,  
una por una discurrir las cosas  
que vienen a ceñirse  
en las que artificiosas  
dos veces cinco son Categorías 
reducción metafísica que enseña,  
los Entes concibiendo generales  
en sólo unas mentales fantasías  
donde de la materia se desdeña  
el discurso abstraído,  
ciencia a formar de los universales 
reparando, advertido,  
con el arte el defecto  
de no poder con un intuitivo  
conocer acto todo lo criado,  
sino que, haciendo escala, de un concepto  
en otro va ascendiendo grado a grado 
y el de comprender orden relativo  
sigue necesitado  
de él, del entendimiento  
limitado vigor, que a sucesivo  
discurso fía su aprovechamiento; 
cuyas débiles fuerzas la doctrina,  
con doctos alimentos va esforzando,  
y el prolijo, si blando,  
continuo curso de la disciplina,  
robustos le va alientos infundiendo, 
con que más animoso  
al palio glorioso  
del empeño más arduo, altivo aspira,  
los altos escalones ascendiendo,  
en una ya, ya en otra cultivado  
facultad, hasta que insensiblemente  
la honrosa cumbre mira,  
término dulce de su afán pesado  
(de amarga siembra fruto al gusto grato,  
que aun a largas fatigas fue barato), 
y con planta valiente  
la cima huella de su altiva frente.  
De esta serie seguir mi entendimiento 
el método quería,  
o del ínfimo grado  
del ser inanimado,  
menos favorecido,  
si no más desvalido,  
de la segunda causa productiva 
pasar a la más noble Jerarquía  
que, en vegetable aliento, 
primogénito es, aunque grosero,  
de Temis, el primero  
que a sus fértiles pechos maternales,  
con virtud atractiva, 
los dulces apoyó manantiales 
de humor terrestre, que a su nutrimento  
natural es dulcísimo alimento;  
y de cuatro adornada operaciones  
de contrarias acciones, 
ya atrae, ya segrega diligente 
lo que no serle juzga conveniente,  
ya lo superfiuo expele y de la copia  
la sustancia más útil hace propia;  
y, ésta ya investigada, 
forma inculcar más bella 
de sentido adornada,  
y aun más que de sentido, de aprensiva  
fuerza imaginativa,  
que justa puede ocasionar querella, 
cuando afrenta no sea, 
de la que más lucida centellea  
inanimada Estrella, 
bien que soberbios brille resplandores,  
que hasta a los Astros puede superiores,  
aun la menor criatura, aun la más baja,  
ocasionar envidia, hacer ventaja;  
y de este corporal conocimiento  
haciendo, bien que escaso, fundamento,  
al supremo pasar maravilloso  
compuesto triplicado, 
de tres acordes líneas ordenado  
y de las formas todas inferiores  
compendio misterioso,  
bisagra engazadora 
de la que más se eleva entronizada  
Naturaleza pura,  
y de la que, criatura  
menos noble, se ve más abatida;  
no de las cinco solas adornada  
sensibles facultades 
mas de las interiores,  
que tres rectrices son, ennoblecida,  
que para ser señora  
de las demás, no en vano  
la adornó sabia, poderosa mano,  
fin de sus obras, círculo que cierra  
la Esfera con la tierra,  
última perfección de lo criado  
y último de su Eterno Autor agrado,  
en quien con satisfecha complacencia  
su inmensa descansó magnificencia;  
fábrica portentosa 
que, cuanto más altiva al Cielo toca,  
sella el polvo la boca; 
de quien ser pudo imagen misteriosa  
la que, Aguila Evangélica, Sagrada  
Visión en Patmos vio, que las Estrellas  
midió y el suelo con iguales huellas;  
o la Estatua eminente  
que del metal mostraba más preciado  
la rica, altiva frente,  
y en el más desechado  
material, flaco fundamento hacía,  
con que a leve vaivén se deshacía;  
el hombre, digo, en fin, mayor portento  
que discurre el humano entendimiento,  
compendio que absoluto  
parece al Ángel, a la planta, al bruto,  
cuya altiva bajeza  
toda participó Naturaleza.  
¿Por qué? Quizá porque más venturosa  
que todas, encumbrada  
a merced de amorosa  
unión sería. ¡Oh, aunque tan repetida  
nunca bastantemente bien sabida  
merced! Pues ignorada, 
en lo poco apreciada  
parece, o en lo mal correspondida.  
Estos, pues, grados discurrir quería  
unas veces, pero otras disentía,  
excesivo juzgando atrevimiento  
el discurrirlo todo,  
quien aun la más pequeña,  
aun la más fácil parte no entendía  
de los más manuales  
efectos naturales;  
quien de la fuente no alcanzó risueña  
el ignorado modo 
con que el curso dirige cristalino, 
deteniendo en ambajes su camino;  
los horrorosos senos  
de Plutón, las cavernas pavorosas  
del Abismo tremendo,  
las campañas hermosas, 
los Elíseos amenos,  
tálamo ya de su Triforme Esposa,  
clara pesquisidora registrando,  
útil curiosidad, aunque prolija,  
que de su no cobrada bella hija  
noticia cierta dio a la rubia Diosa,  
cuando montes y selvas trastornando,  
cuando prados y bosques inquiriendo,  
su vida iba buscando  
y del dolor su vida iba perdiendo; 
quien de la breve flor aún no sabía  
por qué ebúrnea figura  
circunscribe su frágil hermosura;  
mixtos por qué colores,  
confundiendo la grana en los albores,  
fragante le son gala;  
ámbares por qué exhala,  
y el leve, si más bello  
ropaje al viento explica  
que en una y otra fresca multiplica  
hija, formando pompa escarolada  
de dorados perfiles cairelada,  
que, roto del capullo el blanco sello,  
de dulce herida de la Cipria Diosa  
los despojos ostenta jactanciosa, 
si ya el que la colora 
candor al Alba, púrpura al Aurora, 
no le usurpó y, mezclado, 
purpúreo es ampo, rosicler nevado, 
tornasol que concita 
los que del prado aplausos solicita, 
preceptor quizá vano, 
si no ejemplo profano, 
de industria femenil que el más activo  
veneno hace dos veces ser nocivo 
en el velo aparente 
de la que finge tez resplandeciente. 
Pues si a un objeto solo (repetía 
tímido el pensamiento) 
huye el conocimiento 
y cobarde el discurso se desvía; 
si a especie segregada, 
como de las demás independiente, 
como sin relación considerada, 
da las espaldas el entendimiento 
y asombrado el discurso se espeluza 
del difícil certamen que rehúsa 
acometer valiente, 
porque teme, cobarde, 
comprenderlo o mal, o nunca, o tarde 
¿cómo en tan espantosa 
máquina inmensa discurrir pudiera? 
Cuyo terrible, incomportable peso, 
si ya en su centro mismo no estribara, 
de Atlante a las espaldas agobiara, 
u Alcides a las fuerzas excediera (88); 
y el que fue de la Esfera 
bastante contrapeso, 
cesada menos, menos ponderosa 
su máquina juzgara, que la empresa 
de investigar a la Naturaleza. 
leras, más esforzado, 
demasiada acusaba cobardía 
el Lauro antes ceder, que en la lid dura, 
haber siquiera entrado; 
y al ejemplar osado 
del claro Joven la atención volvía 
auriga altivo del ardiente Carro,  
y el, si infeliz, bizarro  
alto impulso el espíritu encendía, 
donde el ánimo baila,  
más que el temor ejemplos de escarmiento,  
abiertas sendas al atrevimiento  
que una ya vez trilladas, no hay castigo  
que intento toaste a renovar segundo;  
segunda ambición, digo;  
ni el Panteón profundo,  
cerúlea tumba s su infeliz ceniza,  
ni el vengativo rayo fulminante  
mueve, por más que avisa,  
al ánimo arrogante,  
que el vivir despreciando determina  
su nombre eternizar en su ruina;  
tipo es, antes, modelo,  
ejemplar pernicioso 
que alas engendra a repetido vuelo  
del ánimo ambicioso  
que, del mismo terror haciendo halago  
que al valor lisonjea,  
las glorias deletrea  
entre los caracteres del estrago.  
¡Oh, el castigo jamás se publicara  
porque nunca el delito se intentara!  
Político silencio antes rompiera  
los autos del proceso,  
circunspecto Estadista,  
o en fingida ignorancia simulara,  
o con secreta pena castigara  
el insolente exceso,  
sin que a popular vista  
el ejemplar nocivo propusiera,  
que del mayor delito la malicia  
peligra en la noticia,  
contagio dilatado trascendiendo,  
porque, singular culpa sólo siendo,  
dejara más remota a lo ignorado  
su ejecución, que no a lo escarmentado.  
Mas mientras entre escollos zozobraba, 
confusa la elección, Sirtes tocando  
de imposibles, en cuantos intentaba  
rumbos seguir, no hallando  
materia en qué cebarse  
el calor ya, pues su templada llama  
(llama al fin, aunque más templada sea)  
que, si su activa emplea  
operación, consume si no inflama,  
sin poder excusarse  
había lentamente  
el manjar transformado,  
propia sustancia de la ajena haciendo;  
y el que hervor resultaba bullicioso  
de la unión entre el húmedo y ardiente 
en el maravilloso  
natural vaso, había ya cesado  
(faltando el medio) y, consiguientemente, 
los que de él ascendiendo  
soporíferos, húmedos vapores 
el trono racional embarazaban  
desde donde a los miembros derramaban  
dulce entorpecimiento,  
a los suaves ardores  
del calor consumidos,  
las cadenas del sueño desataban,  
y la falta sintiendo de alimento  
los miembros extenuados,  
del descanso cansados,  
ni del todo despiertos ni dormidos,  
muestras de apetecer el movimiento  
con tardos esperezos  
ya daban, extendiendo  
los nervios, poco a poco, entumecidos  
y los cansados huesos,  
aun sin entero arbitrio de su dueño,  
volviendo al otro lado,  
a cobrar empezaron los sentidos,  
dulcemente impedidos  
del natural beleño,  
su operación, los ojos entreabriendo, 
Y del cerebro, ya desocupado,  
las fantasmas huyeron, 
y, como de vapor leve formadas,  
en fácil humo, en viento convertidas,  
su forma resolvieron.  
Así Linterna Mágica, pintadas  
representa fingidas  
en la blanca pared varias figuras,  
de la sombra no menos ayudada  
que de la luz; que en trémulos reflejos  
los competentes lejos  
guardando de la docta perspectiva,  
en sus ciertas mensuras,  
de varias experiencias aprobadas  
la sombra fugitiva  
que en el mismo esplendor se desvanece,  
cuerpo finge formado, 
de todas dimensiones adornado, 
cuando aún ser superficie no merece.  
En tanto, el Padre de la Luz ardiente 
de acercarse al Oriente  
ya el término prefijo conocía, 
y al Antípoda opuesto despedía  
con trasmontantes rayos;  
que de su luz en trémulos desmayos,  
en el punto hace mismo su Occidente,  
que nuestro Oriente ilustra luminoso.  
Pero de Venus, antes, el hermoso  
apacible Lutero  
rompió el albor primero,  
y del viejo Titán la bella Esposa, 
amazona de luces mil vestida,  
contra la noche armada,  
hermosa, si atrevida,  
valiente, aunque llorosa,  
su frente mostró hermosa,  
de matutinas luces coronada,  
aunque tierno preludio, ya animoso  
del Planeta fogoso  
que venía las tropas reclutando  
de bisoñas vislumbres,  
las más robustas, veteranas lumbres  
para la retaguardia reservando,  
contra la que, tirana usurpadora  
del Imperio del día,  
negro Laurel de sombras mil ceñía,  
y con nocturno Cetro pavoroso  
las sombras gobernaba,  
de quien aún ella misma se espantaba.  
Pero apenas la bella Precursora  
signífera del Sol, el luminoso  
en el Oriente tremoló Estandarte,  
tocando alarma todos los suaves,  
si bélicos clarines de las Aves,  
diestros, aunque sin arte,  
Trompetas sonorosos,  
cuando (como tirana al fin) cobarde,  
de recelos medrosos  
embarazada, bien que hacer alarde  
intentó de sus fuerzas, oponiendo  
de su funesta capa los reparos,  
breves en ella de los tajos claros  
heridas recibiendo,  
bien que mal satisfecho1 su denuedo,  
pretexto mal formado fue del miedo,  
su débil resistencia conociendo,  
a la fuga a casi cometiendo, 
más que a la fuerza, el medio de salvarse,  
ronca tocó bocina  
a recoger los negros escuadrones  
para poder en orden retirarse,  
cuando de más vecina  
plenitud de reflejos fue asaltada,  
que la punta rayó más encumbrada  
de los del Mundo erguidos Torreones.  
Llegó, en efecto, el Sol cerrando el giro  
que esculpió de oro sobre azul zafiro;  
de mil multiplicados  
mil veces puntos, flujos mil dorados,  
líneas, digo, de luz clara salían  
de su circunferencia luminosa,  
pautando al Cielo la cerúlea Plana 
y a la que antes funesta fue tirana  
de su Imperio, atropadas embestían,  
que sin concierto huyendo presurosa,  
en sus mismos horrores tropezando,  
su sombra iba pisando,  
y llegar al Ocaso pretendía,  
con el, sin orden ya, desbaratado  
ejército de sombras, acosado  
de la luz que el alcance le seguía.  
Consiguió, al fin, la vista del Ocaso  
el fugitivo paso,  
y, en su mismo despeño recobrada, 
esforzando el aliento en la ruina,  
en la mitad del globo que ha dejado  
el Sol desamparado,  
segunda vez, rebelde, determina  
mirarse coronada,  
mientras nuestro Hemisferio la dorada  
ilustraba del Sol madeja hermosa,  
que con luz judiciosa  
de orden distributivo, repartiendo  
a las cosas visibles sus colores  
iba, y restituyendo  
entera a los sentidos exteriores  
su operación, quedando a luz más cierta  
el Mundo iluminado y yo despierta.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”