Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

William Wordsworth (Poemas, Odas y Sonetos)


 
William Wordsworth (Cockermouth, Reino Unido 1770 - Rydal Mount, Reino Unido 1850)


LUCY

Entre apartadas sendas habitaba,
junto al nacer del Dove, una doncella
de ninguno alabada, y a quien pocos
amaban; tal violeta

que una piedra con musgo medio esconde;
¡única a la mirada cual la estrella
si una sola relumbra en todo el cielo,
y hermosa como ella!

Ignorada vivía; casi nadie
supo de Lucy el fin de la existencia;
pero ahora está en su tumba, y, ¡ay!, mi pecho
sabe la diferencia.

…………………………………………………………..

Selló un sueño mi espíritu; no tuve
temor humano; ¡cual si cosa fuera
que el toque de los años terrenales
nunca sentir pudiera!

Ni fuerza tiene ya, ni movimiento;
ni oye, ni mira ya: despacio rueda,
en cotidiana rotación terrestre,
con árbol, roca y piedras.

[L. P.]

Al CUCO

¡Ledo huésped reciente! Tu eco escucho
de nuevo, y me alborozo.
¡Oh cuco! ¿He de llamarte también pájaro,
o errante voz tan sólo?

Mientras tendido estoy sobre la hierba,
tu doble grito oigo,
de colina en colina resbalando,
cerca a un tiempo y remoto.

Aunque es tu charla nada más al valle,
y a las flores y al sol,
a mí me trae una leyenda de horas
en mágica visión.

¡Tres veces bien venido, vernal príncipe!
¡Mas, para mí, tú no
eres ave: invisible cosa eres,
un misterio, una voz!

... La misma que en mis días escolares
escuchaba; ¡aquel grito
que me hizo aquí y allá tornar los ojos
por fronda, cielo, espino!

Vagué a menudo, atravesé en tu busca
bosques y praderíos;
mas tú eras siempre una esperanza, un sueño
deseado, nunca visto...

Y aún escucharte puedo, y acostarme
sobre el llano, y oír,
oírte hasta crear de nuevo aquella
dorada edad en mí.

¡Oh ave santa! ¡La tierra que pisamos
nuevamente es así
obra de un hada, inmaterial paraje,
hogar propio de ti!

[L. P.]




LOS DAFODELOS

Erraba en soledad por valle y cumbre,
como flota la nube por los cielos,
cuando vi de repente en muchedumbre
un tropel de dorados dafodelos,
bajo la fronda, junto al agua lisa
del lago azul, bailando entre la brisa.

Continuos cual los astros que en la vía
láctea titilan y arden hondamente,
su indefinida línea se extendía
por la margen de un abra transparente;
mi mirada diez mil de un golpe alcanza,
cabeceando en jubilosa danza.

Cerca el lago danzaba; mas al gozo
del agua el de las flores excedía.
¿Cómo no recibir con alborozo
un poeta tan jocunda compañía?
Miré y miré; mas sin tener conciencia
del gozo atesorado en su presencia.

Pues a menudo, si en mi lecho pierdo
el tiempo en ocio y vida imaginaria,
en íntima visión se abre al recuerdo
la beatitud del alma solitaria,
y de júbilo llenan y de vuelos
de danza, al corazón, los dafodelos.

[L. P.]


Mi corazón da un brinco cuando observo
el iris en el cielo:
así fue, igual, al empezar mi vida,
así es ahora cuando soy un hombre,
así será cuando me vuelva un viejo,
¡o dejadme morir!
El Niño es padre del Hombre: ojalá
mis días estuvieran vinculados
por natural piedad unos con otros.

[Soneto]

No perturba a las monjas la estrechez del convento;
contentos con sus celdas están los ermitaños,
y con su pensativo castillo el estudiante;
la muchacha en su rueca, en su telar quien teje,

están en paz sentados; las abejas que suben
buscando el polen hasta la cumbre en Furnes – fells,
murmuran horas y horas dentro de las campánulas;
la cárcel que nosotros mismos nos imponemos

no es cárcel: así, en muchos humores diferentes,
me ha sido un pasatiempo quedar encadenado
en la escasa parcela de tierra del soneto;

satisfecho si algunos (pues los tiene que haber),
para quienes la mucha libertad fue una carga,
encuentran aquí breve solaz, tal como yo.

[Soneto]

Creí ver los peldaños de un trono que a mis ojos
ocultaba un sudario de nieblas y vapores,
sin dejarme ver quién estaba en él sentado,
pero en suelo y peldaños en torno se veían

las formas más penosas que la carne y los huesos
asumieron jamás: una multitud mísera,
enferma, sana, vieja, joven, gritando al trono:
«¡Muerte, en nosotros reinas; a ti van nuestras quejas!»

Subí esos escalones: las nieblas se me abrieron
suaves y pude ver un rostro femenino
durmiendo a solas dentro de una cueva musgosa,

vuelto de cara al cielo, pareciendo guardar
placentero recuerdo de una idea pretérita:
¡una Belleza a solas en una tumba estiva!


[Soneto]


Así santificaba para mí una Visión
el poder de la Muerte, antes de que mis ojos
vieran tu rostro —el trance en calma de tu rostro—
cuando tú, hermana amada, desposaste a la Muerte:

ni un resto de dolor ni enfermedad dejaba
ese cambio —la edad se borraba en tu rostro—:
tu frío rostro ahora podía desplegar
un esplendor negado a la juventud viva.

Ah sí en mí la esperanza algún día declina,
y la luz de la fe ¡oh Amiga! en mí se apaga,
que esa sonrisa entonces, revelación del cielo,

como clara promesa, vuelva visiblemente:
y se alegre mi espíritu en tal poder divino,
lo mismo que por él dejó de tener luto.


[Soneto]


Es un hermoso ocaso, tranquilo y libre; el tiempo,
sagrado, está callado lo mismo que una monja
que adora sin aliento: el ancho sol desciende
en su tranquilidad: la suavidad del cielo

se cierne sobre el mar como en meditación.
¡Escucha! el poderoso Ser está en vela y hace
con su gran movimiento eterno a modo de un sonido
de trueno, para siempre. ¡Querida Niña mía,

que andas aquí conmigo!, aunque no te parezca
tocar ni un pensamiento solemne, no por eso
es tu naturaleza menos divina: estás

todo el año en el seno de Abraham, y das culto,
metida en el sagrario más íntimo del Templo,
estando Dios contigo aunque no lo sepamos.


[Soneto]


El mundo es demasiado para nosotros: siempre
recibiendo y gastando, disipamos las fuerzas;
en la naturaleza vemos muy poco que sea nuestro,
y hemos cedido nuestros míseros corazones.

Esta mar que desnuda su seno hacia la luna,
estos vientos que aullando pasan a todas horas
y ahora se amontonan como flores dormidas:
para eso, y para todo, no estamos entonados,

no nos mueve. ¡Gran Dios!, preferiría ser
un pagano crecido en una fe gastada,
para poder, erguido en estos prados suaves,

ver algo que me hiciera menos desamparado:
observar a Proteo saliendo de los mares,
oír su enguirnaldado cuerno al viejo Tritón.


[Soneto]


¡Oh clara juventud! Bastante era dorar
con soles obedientes toda lluvia extraviada,
y si una inesperada nube bajaba, pronto,
sobre ella construir un arco iris, para

la Fantasía errante, mezclando, de los campos
a medio labrar, hierbas con flor de adormidera;
te coronaban tus Favoritos, cantando
tu poder, sin censura ni compasión del sabio.

Ah, muestra qué más dignos honores se te deben,
clara juventud; mueve lo hondo del corazón:
confirma a tu glorioso Espíritu a que emprenda

un sendero de abrupta subida y alta meta;
y si hay una alegría que mengüe lo que pide
recuerdo agradecido, haz irse a esa alegría.


[Soneto]


Mucho llevo observando, con tristeza en silencio,
el lucero que se hunde despacio — ¡inmortal Padre,
se diría, de todo el coro refulgente!
Aún le rodea el éter azul, aún; pero ya

llega a la balaustrada pétrea del horizonte,
donde, dejando atrás su brillante ropaje,
se quema, transmutándose en un fuego sombrío;
y paga al fin, sumiso, la deuda convenida

al fugitivo instante, y no se le ve más.
¡Dioses y ángeles! Vamos luchando con el hado
mientras fuerza, salud, gloria, desde su cima

decaen y se apagan; mas, perdido lucero,
qué diferente en eso nuestro rango del tuyo:
ningún mañana puede restaurar nuestros rayos.


[Soneto]


Mira los concentrados avellanos que ciñen
esa vieja y gris piedra, guardada del fulgor
del sol de mediodía —aun los rayos que juegan
y atisban, mientras sopla el libre y rudo viento,

rara vez tocar pueden el musgo que recubre
ese techo, a la sombra de la cúpula verde,
que parece formar la imagen de una tumba
donde yace un antiguo Jefe, entre las montañas

solitario. ¡Vivid, árboles! Tú, gris Piedra,
guarda la pensativa imagen de una oscura
cámara donde duermen los Poderosos: algo

más que la Fantasía se pliega a la influencia
si la Naturaleza solitaria se aviene
a imitar la perdida humanidad del Tiempo.


[Soneto]


COMPUESTO TRAS UN VIAJE
POR HAMBLETON HILLS, YORKSHIRE

Caían, más oscuras, las sombras del ocaso;
se alcanzó el deseado punto: mas a una hora
en que poco podía ganarse en la riqueza
de perspectiva, tan celebrada por muchos.

Pero el oeste ardiente, con poder asombroso
nos saludaba: había allí una ciudadela
india, un templo de Grecia, un monasterio irguiendo
su torre, ¡un sitio corno para que una campana

sonase, o un reloj! Y había muchas islas
tentadoras, con cuevas no imaginadas, firmes
en alta mar, objetos de éxtasis silencioso

para los ojos: pero sentíamos, a un tiempo,
que olvidarlos debíamos: son tan sólo del cielo
y de nuestra memoria terrenal se disipan.


[Soneto]


Esas palabras dije cuando, en cavilación,
nos volvimos, dejando esa visión solemne:
un reproche y contraste para el goce grosero,
el placer sin espíritu que buscamos a diario.

Pero ahora no puedo meditar esa idea:
es inestable como un sueño de la noche,
ni elogiaré una nube, por brillante que sea,
en mengua de los dones del Hombre y su sustento.

Cuevas, islas o cúpulas formadas en el cielo,
aun vestidas de puros colores, no hallarán
en el alma del hombre un lugar natural:

el Alma inmortal busca objetos que perduren:
éstos se aferran a ella: no puede desviarse
de ellos, ni ellos de aquélla: es fiel su compañía.


[Soneto]

COMPUESTO EN EL PUENTE DE WESTMINSTER
(3 DE SEPTIEMBRE DE 1802)


La tierra no nos puede mostrar nada más bello:
sordo sería de alma quien pasase de largo
una visión que tanto conmueve en majestad:
esta ciudad ahora lleva, como un vestido,

la belleza que trae la salida del sol;
barcos, cúpulas, torres, teatros, templos quedan
abiertos a los campos y al cielo: refulgentes,
en el aire sin humo, todos en claridad.

Nunca un sol ascendió más bello a su esplendor
prístino por un valle, unas rocas, un monte;
¡nunca vi ni sentí una calma más honda!

El río se desliza por su dulce querer:
¡oh Dios! hasta las casas se dirían dormidas
y todo ese potente corazón yace en calma.


[Soneto]

EN LA ABADÍA DE FURNESS

A mediodía aquí vienen a descansar
estos trabajadores ferroviarios. Se sientan,
pasean por las ruinas, pero no se oyen charlas
vanas: han adoptado todos un aire serio,

y, a una voz, suena un Himno vibrante que consagra
una vez más el Coro, tanto tiempo olvidado,
y en torno hace vibrar la vieja tierra fúnebre.
Otros miran arriba y admiran largamente

el ancho arco, pensando cómo se levantó,
para elevar tan alto allá su fuerza y gracia:
parecen notar todos el alma del lugar,

y, con común respeto, es alabado Dios:
saqueadores profanos, ¿no os sentís reprobados
mientras éstos, de espíritu sencillo, se conmueven?

ODA

INSINUACIONES DE INMORTALIDAD
POR RECUERDOS DE LA TEMPRANA NIÑEZ

[Compuesto entre 1803-1806 y publicado en 1807]

I

Hubo un tiempo en que prados, bosquecillos, arroyos,
la tierra, y toda vista acostumbrada,
me parecían ser, en luz celeste
adornados, la gloria, la frescura de un sueño.
Hoy ya no es como fue,
me vuelva a donde quiera,
de día o por la noche:
las cosas que veía no puedo verlas ya.

II

El Arco Iris sale y se retira,
deliciosa es la Rosa,
la Luna, con deleite,
mira en torno si el cielo está sin nubes;
en la noche estrellada, el agua corre
hermosa y deliciosa;
el Sol brilla en glorioso nacimiento,
pero, por donde vaya,
sé que se fue una gloria de la Tierra.

III

Hoy que las aves cantan un canto alegre, así,
y brincan los borregos como al son del tambor,
me vino, en soledad, una doliente idea:
y oportunas palabras aliviaron mi mente
y otra vez tengo fuerzas: desde el borde
del precipicio suenan trompetas de cascadas;
no ofenderá otro agravio mío a la primavera:
oigo por las montañas los ecos en tropel,
llegan a mí los vientos de los campos del sueño,
la Tierra está gozosa:
al regocijo: todo
animal, con el ánimo de mayo,
hace su vacación:
¡hijo de la Alegría,
grita en torno de mí, déjame oír tus gritos,
tú, feliz pastorcillo!

IV

Criaturas benditas, escuché la llamada
que os hacéis unas a otras; y veo con vosotras
a los cielos reír en vuestro jubileo:
en vuestro festival entra mi corazón,
mi cabeza se ciñe de guirnalda,
la plenitud de vuestra dicha siento: lo siento todo.
Oh mal día, si estuviera ceñudo
mientras la misma tierra se ha adornado
esta dulce mañana de mayo, cuando están
los Niños recogiendo,
por todas partes, frescas
flores, en tantos valles a lo lejos,
mientras brilla el sol tibio,
y el Niñito pequeño salta en brazos
de la Madre: yo escucho, ¡con alegría escucho!
Pero hay un Árbol, entre muchos, uno,
un cierto Campo que he mirado tanto,
y ambos me dicen de algo que se fue:
ante mis pies, la flor del pensamiento
repite un cuento siempre:
¿a dónde huyó aquel brillo visionario?
¿dónde están hoy las glorias y los sueños?

V

Nuestro nacer es sólo un dormir y olvidar:
el Alma que se eleva con nosotros, la Estrella
de nuestra vida, tuvo su ocaso en otro sitio,
y llega de muy lejos:
no en un entero olvido,
no del todo desnudos,
sino arrastrando nubes de gloria hemos llegado
de Dios, que es nuestro hogar;
¡en torno nuestro hay Cielo en nuestra infancia!
Sombras de la prisión se empiezan a cerrar
sobre el Niño que crece,
pero él mira la luz y de dónde le afluye,
en su gozo lo ve;
el Joven, aunque a diario debe andar alejándose
del Este, es sacerdote de la Naturaleza
todavía, y su espléndida visión
le sigue, acompañando su camino;
al fin, el Hombre nota cómo muere
y se extingue en la luz del común día.

VI

La Tierra, de placeres suyos llena el regazo,
siente afán de su propia especie natural,
y aun con algo del ánimo
de una Madre, con digna pretensión, familiar
Ama, hace cuanto puede para lograr que a su Hijo
Adoptivo, el Hombre, se le olviden
las glorias que ya había conocido,
y el palacio imperial de donde vino.

VII

En su dicha recién nacida, ved al Niño,
¡el querido pigmeo de seis años!
Vedle tendido en medio de lo que hacen sus manos,
mientras le asaltan ráfagas de besos de su madre,
con la
luz de los ojos de su padre sobre él.
Ved, a sus pies, algún pequeño plano o mapa,
un trozo de su sueño de vida humana, que él
por sí mismo formó con recién aprendido
arte; quizá una boda, un festival,
un funeral, un luto; y eso ahora
tiene su corazón
y a ello ajusta su canto;
luego acomodará su lengua a diálogos
de negocios, de amor o de disputa;
pero no tardará
eso en quedar a un lado,
y con nueva alegría y nuevo orgullo
ese pequeño Actor formará un papel nuevo:
v ocupará su «escena de humores», alternando
todos los personajes, hasta la paralítica
Vejez, que trae la vida consigo en su reserva:
como si su completa vocación
fuera la imitación interminable.

VIII

Tú, que desmientes en tu aspecto externo
la inmensidad de tu alma,
filósofo mejor, que aún conservas
tu herencia, y eres Ojo entre los ciegos;
que, sordo y en silencio, lees la eterna hondura
siempre acosado por la mente eterna,
¡poderoso Profeta! ¡venturoso Vidente!;
en quien descansan todas las verdades
que pasamos la vida buscando con fatiga,
perdidos en lo oscuro, lo oscuro de la tumba;
con tu Inmortalidad, como el Día, cerniéndote
sobre ti, como un Amo sobre un Siervo,
una Presencia que no es posible eludir;
para quien es la tumba un lecho solitario
sin sensación ni imagen del día o la luz cálida,
lugar de pensamiento donde esperar yaciendo;
tú, Niño, todavía glorioso en el poder
de libertad celeste en lo alto de tu cima
¿por qué con tal empeño fatigoso provocas
los años a traer el yugo inevitable,
luchando ciegamente así contra tu dicha?
Pronto tu ala tendrá su carga terrenal
y pondrá la costumbre un peso sobre ti,
pesado como el hielo, hondo como la vida.

IX


¡Oh gozo! en nuestras ascuas
hay algo que está vivo,
que la naturaleza recuerda todavía
cómo fue tan fugaz.
Pensar en nuestros años pasados en mí engendra
perpetua bendición: no ciertamente
por lo más digno de ser bendecido;
deleite y libertad, el simple credo
de la Infancia, en reposo o atareada,
con esperanza nueva aleteando en el pecho;
no por ello levanto
el canto de alabanza agradecida;
sino por las preguntas obstinadas
del sentido y las cosas exteriores;
algo que de nosotros cae y se desvanece,
sospechas sin perfil de una Criatura
que se mueve por mundos sin realizar, instintos
altos, ante los cuales nuestra naturaleza
mortal tembló, así un Ser culpable sorprendido;
sino por las primeras afecciones,
esos vagos recuerdos,
que, sean lo que sean,
son la fuente de luz de todo nuestro día,
son la luz dominante en todo nuestro ver;
nos sostienen y abrigan, con poder para hacer
que estos años ruidosos parezcan sólo instantes
en el ser del eterno Silencio: las verdades
que despiertan a nunca perecer:
que ni desatención, ni esfuerzo loco,
ni el Hombre, ni el Muchacho,
ni todo lo enemigo de la dicha
pueden borrar del todo o destruir.
Por eso, en estación de tiempo claro,
aunque estemos muy tierra adentro, nuestras
Almas llenen visiones de ese mar inmortal
que nos trajo hasta aquí;
y hasta allí pueden ir en un momento
para ver a los Niños que juegan en la orilla
y oír las poderosas aguas siempre dar vueltas.

X

Así pues, cantad, Pájaros, ¡cantad un canto alegre!
|Y salten los borregos
como al son del tambor!
En nuestros pensamientos iremos agolpados
con vosotros, flautistas, vosotros que jugáis,
los que sentís en vuestro corazón
la alegría de mayo.
Aunque el fulgor que fue tan claro en otro tiempo
se quite para siempre de mi vista,
aunque nada me pueda devolver esas horas
de esplendor en la hierba, de gloria entre las flores,
no me voy a afligir, sino más bien a hallar
fuerza en lo que atrás queda:
en esa simpatía primigenia
que, habiendo sido, debe siempre ser;
en los suavizadores pensamientos que brotan
del sufrimiento humano;
en la fe que contempla a través de la muerte,
en los años que traen la mente filosófica.

XI

¡Vosotros, Fuentes, Prados, Colinas, Bosquecillos,
no presagiéis que se separen nunca
nuestros amores! Siento en el corazón, hondo
vuestro poder: tan sólo he perdido un deleite,
el vivir bajo vuestro más habitual dominio.
Al Arroyo que baja, ruidoso, lo amo ahora
más que cuando, ligero como él, me tropezaba;
el fulgor inocente de otro día que nace
me sigue siendo amable;
las nubes que se juntan en torno al sol poniente,
toman su colorido sobrio de una mirada
que ha velado la humana mortalidad: ha habido
otra carrera, y otras palmas se han conquistado.
Gracias al corazón que nos hace vivir,
gracias a su ternura, sus gozos, sus temores,
la menor flor me puede ofrecer pensamientos
a veces demasiado hondos para las lágrimas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Inquietud

Verano

Pescadores en una tarde de verano de Michael Peter Ancher (Dinamarca, 1849 - 1927) Gilberto Aranguren Peraza  Verano   Nunca había sentido ...

Entradas Inquietantes

Poesía Inquietante

Itinerario. LIbro de Poesía. De: Gilberto Aranguren Peraza

Itinerario. LIbro de Poesía. De: Gilberto Aranguren Peraza
En nuestro día a día, perdemos de vista las cosas sencillas de la vida, el autor Gilberto Aranguren, a través del género poético, construye imágenes que conforman la interioridad de su mundo, le da importancia a cada aspecto de su vida y elige con cuidado aquello que le parece valioso y que pueda marcar totalmente la diferencia, él sabe que hay un mundo en su interior invisible para los demás y que cada evento exterior representa una ventana a su interior, ¡sus poemas son su reflejo!

LIBRO ITINERARIO

Si deseas acceder a la compra del Libro ITINERARIO, ya sea en papel o en e-Pub puedes hacerlo haciendo uso del siguiente link:

Libro: Los ruidos de la Casa

Libro: Los ruidos de la Casa
La casa es un tejido de ruidos

Los ruidos de la casa

LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”