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Michael de Montaigne (Francia, 1533 - 1592) |
Amistad [1]
De la amistad se goza en la medida en que es deseada; surge, crece y se alimenta en el goce, porque es espiritual. Se afina con la práctica. Muy por debajo de esta amistad perfecta, afectos pasajeros han encontrado antes lugar en mí; no es preciso hablar de ellos (…). Esos dos tipos de sentimientos se han conocido en mí el uno al otro. Pero no hay comparación: mantuvo su camino el primero, con un vuelo alto y soberano, mirando desdeñosamente al otro, que volaba muy por debajo de él. (…)
Lo que llamamos de ordinario amigos y amistad no son las familiaridades y conocimientos surgidos en algunas circunstancias y comodidades, en las que se ocupan nuestras almas. En la amistad de la que hablo se mezclan y confunden un alma con otra, en una mezcla tan universal que borra y no encuentra más la costura que las ha unido. Si me obligan a decir por qué lo quería [a de la Boétie], siento que solo puedo responder esto: ‘Porque yo era él; porque él era yo’ (Parce que c’était lui; parce que c’était moi). (…) No hubo nunca un mejor ciudadano, ni nadie con más amor por la tranquilidad de su país, ni más enemigo de las revueltas y novedades de su tiempo. Habría más bien empleado sus capacidades en apagarlas, no en encenderlas. Su espíritu se acomodaba más al patrón de otros siglos que al de este. (I, 28)
En la verdadera amistad, de la que soy experto, me doy a mi amigo más de lo que lo atraigo hacia mí. No solo prefiero hacerle yo el bien a que él me lo haga a mí, sino incluso que él se lo haga a sí mismo más que a mí. Y si la ausencia le es placentera o útil, me es más dulce eso que su presencia; porque no hay propiamente ausencia cuando existen los medios para estar advertidos uno del otro. En tiempos supe sacar partido y provecho de nuestro alejamiento. Al separarnos, llenábamos y extendíamos mejor la posesión de la vida. Él vivía, gozaba, veía por mí, y yo por él tan plenamente como si estuviera presente. Cuando estábamos juntos, una parte permanecía sin hacer nada, nos confundíamos. La separación del lugar volvía más rica la conjunción de nuestras voluntades. El hambre insaciable de presencia corporal revela de alguna manera la debilidad en el goce de las almas. (III, 9)
Si supiera con certeza que alguien me es apropiado, ciertamente iría a buscarlo por lejano que estuviera. Porque, en mi opinión, no puede comprarse fácilmente la dulzura de una conveniente y agradable compañía. ¡Un amigo! Qué verdad es la antigua consideración de que el uso de la amistad es más necesario y más dulce que el de los elementos del agua y del fuego. (III, 9)
[1] La amistad de Michel de Montaigne con Étienne de la Boétie (1530-1563), autor, a los 18 años, de un sorprendente De la servidumbre voluntaria o Contra Uno, ha quedado en la historia como la proverbial de Orestes y Pílades o Virgilio y Horacio. Se conocieron en 1558, Étienne con 28 años y Michel con 25. La amistad duró apenas cinco años, hasta la muerte de la Boétie.
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