Juan Liscano (Caracas, Venezuela 1915 - 2001) |
Lamento profundamente que razones personales de salud, me hayan obligado a ausentarme de Caracas, donde tenía una cita con Colombia: la de rendir homenaje en el centenario de su muerte a José Asunción Silva, una inmensa figura creadora de poesía y literatura, para toda América hispana.
El azar quiso que Silva viajara y conociera a Caracas como secretario de la Legación, donde tuvo trato con la gente de la revista Cosmópolis dirigida por Pedro Emilio Coll, en enero de 1885 –había llegado en agosto del año anterior–; regresó a Colombia con licencia. Aquí se sitúa un hecho biográfico que, sumado a una naturaleza de extremada sensibilidad, llevó a Silva al suicidio. El barco naufragó frente a las costas de Colombia, y si bien Silva pudo salvarse, perdió, según dijo él mismo, "lo mejor de su obra". Ya en Bogotá, el 23 de mayo de 1896, en conversación amigable con el médico Juan Evangelista Manrique, le pidió señalar el sitio exacto del corazón. Manrique accedió y trazó una señal en el sitio exacto del órgano vital. Esa misma noche, Silva se disparó un tiro mortal.
El naufragio, el fallecimiento de su hermana querida, los fracasos en reanimar los negocios del padre, motivaron esa determinación desesperada. Sus poemas y su prosa cuentan lo demás. Sin lugar a dudas, José Asunción Silva pertenecía a una minoría que padecía el desorden y la violencia ulterior a la Independencia lograda también con violencia suma. Su estadía en París y Londres y sus lecturas finiseculares no pudieron sino acrecentar las tendencias melancólicas del autor del "Crepúsculo " y del inagotable "Nocturno", el cual, sea dicho de paso, tuvo anteriores versiones al que conocemos. Ameritaría estudiar con cuidado, y seguramente ya se ha hecho, el proceso de formación de este gran poema fúnebre que, para mí, aprovechando circunstancias externas, intuía su propia muerte. Existe el gusto de la muerte. El sino de atracción hacia la parca sobrenatural. La muerte desde esa dimensión inconfesable del profundo desespero, es decir, renuncia a la esperanza, constituye una forma de amor de la otredad, el más allá. Silva era un positivista según sus lecturas, pero como sucede frecuentemente en una civilización de lo externo, como la nuestra, la procesión de la muerte, de la insatisfacción de la desdicha, iba por dentro. Y en algunos seres de excepción, como Silva, añorante de la infancia, las penas desconocidas, se mezclan a las de la ausencia y la muerte, en el "gran diálogo confuso / de las tumbas y los cielos". La gracia de "Los maderos de San Juan", cuando revive los juegos de la niñez, no puede opacar la melancolía abismal del poema "Medianoche de sueños", de "Triste" y de "Estrellas Fijas". El primer "Nocturno" de Silva, según sus exégetas, fue escrito siete años antes de la muerte de Elvira. Silva llevaba esa muerte en sí mismo, y era la suya propia. Hay muertes como auroras. El suicidio de Silva lo lanzó a la gloria de la poesía. Para ser, necesitaba su muerte, y cerrar el ciclo puesto bajo la advocación del amor terrenal, en aras de una proyección eternal. Las féminas mitológicas son las Grandes Madres dadoras de vida y muerte. La muerte siempre a su lado, pudo tomar la forma de Elvira, otro él mismo.
Lo cierto es que estamos aquí, celebrando a José Asunción Silva resurgente, presente, en este homenaje al cual falto sin quererlo.
Presento a Usted y a los asistentes, mi saludo cordial y mis respetos, reiterando que aunque ausente, participo del homenaje a José Asunción Silva, quien con su obra poética, breve pero densa y genuinamente respirada por él durante su corta vida, alimenta el sentimiento de quien la lea.
Con mis parabienes respetuosos, me despido.
Juan Liscano
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