POEMAS DE
QUEBRADA DE LA VIRGEN
DE: ARMANDO
ROJAS GUARDIA
“Puede haber momentos de absoluta gratuidad en los que
el hombre no se interroga: sabe que Dios actuó en su vida. Esta, muestra su
transparencia; a pesar de los conflictos insuperables, irrumpe una armonía, una
plena quietud interior, una unidad de todas las cosas ligadas a una única raíz
de la cual viven, existen y subsisten. Pueden acontecer momentos así en la vida
de un hombre. Tal vez después de un largo proceso catártico; después de penosas
crisis; quizás en el corazón de una vida alienada y pecaminosa. Dios puede surgir
no sólo como pregunta o como respuesta al cuestionamiento inquieto del corazón,
sino como diafanidad y evidencia”.
Leonardo Boff
“He pasado de la conciencia de la
poesía
a la poesía de la conciencia, porque
estoy, a no dudarlo, entre la espada
y la pared”.
a la poesía de la conciencia, porque
estoy, a no dudarlo, entre la espada
y la pared”.
Cintio Vittier
“Quebrada de la Virgen” es un punto casi anónimo en el mapa. Una pequeña
zona cercana a Los Teques, poblada de bosques, riachuelos y algunos sembradíos.
Allí, bajo cielos mudos surcados a veces por el relámpago negro del gavilán,
está situada una amplia casa de retiro en la que empezó la aventura espiritual
que estos poemas transcriben y -así lo creo y quiero- relatan. Aquella
experiencia interior se prolongó después en las calles de Caracas; pero su
pulpa recóndita pertenece íntegramente a la geografía serena de “Quebrada de la
Virgen”. Por eso este libro, escrito en gran medida cuando mi cuerpo ya no
estaba allí, lleva en su título el nombre de aquel sitio, donde tuve la brusca
sensación de ser diáfanamente feliz.
1
Fray Angélico pintaba
a Jesús y a
la Madona
de rodillas.
¿Qué daría
yo,
minúsculo
monje laico,
fraile menor
de alguna
Orden extinta
por
prosternarme ahora
que intento
describir
este olor
inocente de la tierra,
la redonda
castidad
que perfuma
hoy este mundo
donde hasta
el ruido torpe del camión,
el canto
lejanísimo del gallo
e incluso el
sudor, feliz,
de mis
axilas
se confunden
en un aroma
hímnico, en la antífona solar
que entona
el aire virgen?
2
“…el cantus firmus, la melodía central
en torno a la cual cantan las otras voces
en torno a la cual cantan las otras voces
de la vida”
Dietrich Bonhoeffer
Adoré antes
cada dádiva de Eros
Ahora sé que
en todos mis deseos
ardes Tú
-invicto y detergente-
como la luz,
delfín pulquérrimo,
nada y salta
en los colores
sin
mancharse con ellos
3
Lezama, hoy
voy a orar contigo:
todo es
metáfora de todo.
Las cosas,
mirándose las unas en las otras,
son espejos
en el reino de la imagen.
Por ejemplo,
aquella acacia sola,
como si en
verdad me adivinara,
enseña
ahora, bajo el silencio cóncavo del cielo,
el
tiritante,
el
retorcido,
el exacto
crucifijo de dos ramas
que ya no
ampara el follaje.
Pero un poco
más allá, un eje calmo
en la
corriente clara del arroyo
me revela de
pronto la naturaleza
del tiempo (y
la resurrección):
no arrastra
a la piedra el agua ávida,
¡sólo la
pule!
4
Lugar común
desinfectado,
hoy
resplandece lo humilde
de tan
obvio:
sólo en
silencio
descubro
que Suenas
que Suenas
5
“Belleza....santa
perra”
Juan Sánchez Peláez
Juan Sánchez Peláez
Lo aprendo
aquí, sobre estos cerros,
bajo estas
nubes buenas: ahora existe
una fiesta
celebrándose en la carne
de la
intemperie triste de las cosas
(¿dónde
duele ese picotazo de la luz,
cuándo vibra
esa cadencia de las formas?)
Momentos al
garete en que la yerta,
insultada
materia se vuelve ceremonia,
liturgia
móvil de líneas y volúmenes
incendiándote
los ojos que no aguantan,
que no
soportan ya tanto ladrido
de la perra
feliz, incandescente,
llamando
enamorada a su Señor,
a la ebria
presencia de su Amo.
6
“Treinta
años hace que no te invocaba”
Dámaso Alonso
Dámaso Alonso
Aunque poeta
menor, no soy el inocente
Berceo que conversaba
contigo sobre el pan
cotidiano y
moreno de los pobres.
Apenas soy
un Epulón, que ya presiente
el fasto
final de su miseria: la mirada
de Lázaro
colmada.
Tú sabes
que el
camello, gordo y de buen precio,
mira con
horror la puerta estrecha
del ojo de
la aguja.
Torre de Marfil, con la que
mido
mi risible
Babel de biblioteca, puntual mesa,
neón
oficinista, limpia cama
(¿quién
podrá aherrojar el Arca de la Alianza
donde nace
el Pacto con los últimos,
humillados
y proscritos,
y proscritos,
Mater
Páuperum?
¿no
está ya la Rosa
Mística
plantada
para siempre en “Nazareth” -así se llama
la
escuelita de un barrio de Caracas-?)
Pero
quizá no es tarde, todavía:
frente
al Dios masacrado que arrullaste,
olvidado
de sí el rostro de Narciso
contempla
en el agua de las lágrimas
el
Espejo de Justicia,
tu
óvalo
perfecto
7
“… elEspíritu de Dios aleteaba
sobre la superficie de las aguas”
Génesis 1,2
sobre la superficie de las aguas”
Génesis 1,2
“… a
menos que uno nazca del agua
y el Espíritu, no puede entrar en
el Reino”
Juan 3,5
y el Espíritu, no puede entrar en
el Reino”
Juan 3,5
En
la capilla,
fuente
y estanque
(bautismo
terso
sobre
mi mente
esta
mañana)
Junto
al sonido
del
glugluteo
arrodillada
habla la aurora:
habla la aurora:
en
el principio
sólo
había agua
(únicamente
sorbía
el Espíritu
el
centro núbil
de
aquel rubor
en
la garganta)
De
esta manera
para
volver
al
ser intacto
de
ese comienzo
cuando
Dios mismo
gustaba
en ella
su
propia higiene
originaria,
hay que nacer
hay que nacer
sí,
del Espíritu,
pero
también
del
elemento
que
en su sabor
guarda
el principio:
el
que de pronto
nos
sabe a Todo
¡igual que a Nada!
8
Me
despierta Tu olor entre las sábanas.
Vengo
junto a Ti, que te me expandes
en
la carne agradecida, con ímpetu solar.
Digo
Junto a ti. Vuelvo a decirlo.
Y
para algunos, poquísimos amigos
es
hoy este rubor confidencial:
nadie sabe
que,
a Tu sombra, gusto vivo,
el
ápice frutal de mi deseo sabe intacto,
anterior
al paladar de su lenguaje,
como
aquella manzana de Cezanne
exacta
sobre el fondo. Sin gusano.
9
Me
recuerdo
a
expensas de las ráfagas de música
mientras
aquel terco, helado espejo
devolvía
mi rostro iluminado
donde
el alcohol ya empezaba a dibujar
la
náusea de caer, harto de mí,
en
cualquier cuerpo, como en mi propia tumba.
Como
entonces, apronta Tú mañana y siempre
aquella
flor menuda junto al piano
-imposible
loto zen en el bazar-,
la
flor que nadie mira, erguida sólo
para
arrasar de lágrimas mis ojos
con
el estupor feliz, con la vergüenza.
10
El
sabor del agua después de gustar la picadura
holandesa
de mi pipa.
El
rojo asoleado del capó de un automóvil
donde
canta la salud del siglo XX.
La
terca, muda, compacta verticalidad de la pared
sacramento
de la paciencia de las cosas
soportando,
día tras día, el desorden de mi cuarto.
Los
tristísimos ojos de Charles Baudelaire
-fotografiados
ahí, sobre la mesa-
mendigos
aún de la hermosura.
La
silueta del gato visto anoche
jadeante
y sigilosa como la luna de Edith Piaf.
La
torpeza de aquel piano -tres apartamentos más abajo-
donde
las manos de alguna pálida vecina
ensayaban a Chopin
(bendito
seas, Señor, en esta tarde cargada de misiles,
porque
resuenan fragantes todavía la tos almidonada
y
el frac y el malabar y la lavanda musical de Federico).
Aquel
epicúreo rectángulo de sombra bajo el porche.
El
color de la trinitaria en el crepúsculo
recordándome
otra tarde en Nicaragua
en que bebí morado líquido (un
jugo casual de pitahaya)
La
risa de Miguel, para saber que existe el Paraíso
en
la franja tropical de la memoria.
Haría
falta también nombrar el cuento múltiple
de
lo que me hace más sabio a su contacto:
el
3er. movimiento de la 9a. de Beethoven,
el
cósmico juguete que son los dedos de Thelonius
tocando
“Round Midnigth”, un solo lentísimo de Parker
-por
ejemplo, “Lover Man”- en la mañana
cuando
el abrazo se demora, insiste, recomienza
aquel
poema de Ezra Pound, el que termina:
“…la
aurora entra en el cuarto,
con
pasitos menudos,
como
una dorada Pavlova…”,
ciertas
páginas calientes de Lezama
en
que huele a malecón, las olas rompen
e
incluso el mar tiene un color de daikirí,
aquella
última secuencia de la película de Chaplin
(la
ex-ciega y el mendigo se consuelan
de
su imposible amor, con la mirada).
Enumeraría
igualmente esos instantes
inocentes,
su gloriosa mansedumbre
que
no vistió, desde luego, a Salomón:
el
momento más justo del acorde,
la
simetría sedante del paisaje,
la
esbeltez japonesa de la curva,
la
gravidez sonora del volumen,
la
santa promiscuidad de los colores:
me
refiero a Tus poemas menudos dibujando
la
infinita secuencia de la anécdota
que
le cuenta a mi muerte Scherezada
en
la penúltima, horrenda, bella noche.
(A
Miguel Martínez)
11
Aquí,
en esta casa,
donde
cada palabra, cada gesto
son
sólo los dóciles ecos de la luz
inmaculada,
vertical,
inapelablemente
última,
añoro
para ella
(la
cháchara mujeril de la poesía
con
sus técnicos chismes de ocasión
tan
fotogénicos -whisky en mano-
sobre
la página social
de
algún Suplemento Literario),
le
añoro, digo, algo de la casta
doncellez
de la madera
recibiendo
la
frugalidad silenciosa de una cena,
de
la última cena.
12
“Todavía
-dijo el niño- luchas con El”
Nikos Kazantzakis
Nikos Kazantzakis
“…máteme tu vista y hermosura”
San Juan de la Cruz
San Juan de la Cruz
Rasante,
en el sol pleno de las doce.
Reconozco
la cólera del vuelo.
Había
olvidado ya
que
para merecer la epifanía
mortal
del gavilán
en
picada fugaz sobre la presa
(la
sangre feliz entre sus garras)
era
necesaria esta canícula
precaria
de la espera,
el
sudor convalesciente
aguardando
el ojo clínico del ave,
las
dos alas batientes gobernándote,
el
pico alegre y fúlgido
desgarrando
la carne bienherida
víctima
al fin de la salud,
curada
por la muerte.
13
“Vino
un huracán violento, que
descuajaba los montes (...) pero
el Señor no estaba en él
(...) Después se oyó una brisa
tenue, y al sentirla, Elías se
tapó el rostro (ante Su presencia)…”
descuajaba los montes (...) pero
el Señor no estaba en él
(...) Después se oyó una brisa
tenue, y al sentirla, Elías se
tapó el rostro (ante Su presencia)…”
1 Reyes
19,13
¿Dónde
podría encontrarte ahora
sino
en la respiración de su sueño
junto
a mí:
adánica,
uniforme, bajo el alba?
14
“Oyeron
al Señor Dios, que se paseaba por
el
jardín a la caída de la tarde. El hombre
y la
mujer se escondieron (...) Pero el
Señor
Dios llamó al hombre: -¿Dónde estás?
Él
contestó: -Te oí en el jardín , me entró
miedo
porque estaba desnudo”
Génesis 3,8-10
Hay
otro tiempo.
Sé
que hay otro, sugiriéndose
allí,
en pleno centro
de
esta anárquica orquesta de relojes
dando
la hora para nadie,
porque
es siempre el minuto en que no estoy,
en
que me fui.
Sé
que hay otro,
ingrávida
cadencia que no registra el télex
ni
el fonógrafo: ella sola
es
el pentagrama oculto de los hechos
componiendo
aquel acorde,
el
pianísimo blanco del instante
(el
del anhelo, el único central, el extraviado)
en
que se oyen, tan leves, Tus pisadas
bajo
el miedo, la música invisible
de
Tu danza en el jardín, que me pregunta
por
aquella memoria de quietud,
desnuda siempre,
que
cubrió la velocidad de mi vergüenza,
esta
prisa amnésica olvidando
la
puntualidad del Paraíso.
(A
Esdras Parra)
15
Los
ojos de la monja me sonríen
al
servir, discretísima, mi cena
como
si ejercitara con los dedos
-con
el alma entre los dedos, mejor dicho-
algún
arte sagrado. En este instante,
para
ella soy un extraño solamente
y
por eso su lenta cortesía:
a
sus ojos soy alguien, alguien sólo,
una
santa demanda colocada, como un don,
en
las afueras de su Yo. Para acogerla,
para
recibir ese regalo inmerecido,
hay
que salir al extramuro, autoexilándose
en
la intemperie ética, que inclina
a
recoger las migas de mi plato,
las
sobras del simple transeúnte
un
comensal anónimo, el Otro vivo
con
quien se comparte el pan inexorable;
el
hecho de habitar sobre la tierra.
16
“…llegó
con un frasco de perfume; se
colocó detrás de él, junto a sus pies,
llorando, y empezó a regarle los pies
con sus lágrimas (...) Y El, volviéndose
colocó detrás de él, junto a sus pies,
llorando, y empezó a regarle los pies
con sus lágrimas (...) Y El, volviéndose
a la
mujer, dijo a Simón: “…se le
perdonan sus pecados, porque amó mucho”
perdonan sus pecados, porque amó mucho”
Lucas 7, 38, 47
Sobre
la cubierta de aquel ferry,
frente
al ardor matutino del mar calmo,
yo
sé que una mirada, cualquier gesto,
habrían
delatado mi ansiedad,
ese
anhelo de demorar un tacto leve,
simplemente
amistoso, sobre el hombro,
y
la necesidad de prolongar lo suficiente
la
caricia discreta de los ojos
para
que al fin él lo supiera,
lo
comprendiera todo de repente.
Hoy
he vuelto al sentir, frente a la noche,
la
misma delicia de aquel miedo,
esta
añoranza, súbitamente impostergable,
de
confesar sin estridencia
mi amor silencioso,
tan
íntimo que sangra
con
la más invisible de las sangres:
la
que no puede fluir, porque está hecha
del
heroísmo último del alma, del martirio
que
se ha tragado la muerte solitaria
para
que el otro sea dichoso.
Dame
siquiera el saber que he amado mucho,
el
perfume caliente de mis lágrimas
enjugando
las Tuyas, que también
ardieron
calladas, sin reproche,
por
él, sonriente y esbelto sobre el ferry,
desde
luego por mí,
por
la indiferencia sólida del mundo.
17
Manando
sangre negra, Tu costado
vierte
hoy la tinta del poema:
para
llegar al centro
de
la indecible comunión,
no
te apresures
multiplicando
abrazos a destiempo.
Quédate
ahí, en la intemperie
exacta
de tu cuarto (ni siquiera monacal:
fijado
por sus paredes habituales)
abriéndote
al minuto de silencio
-llegará,
te lo aseguro,
entre
las grietas del ser, inconfesadas -
en
que empieza a resonar
aquel
llanto penúltimo, el gemido
suplicante
de la madre al estallar
la
cólera paterna, ese sollozo
rogando
por el miedo que has de oír
en
el ruido insomne de los otros
construyendo
el amor, el desamparo.
18
“Iam lucis orto sidere
Deum precemur supplices,
Ut in diurnis actibus
Nos servet a nocentibus”
Deum precemur supplices,
Ut in diurnis actibus
Nos servet a nocentibus”
Breviario
romano, Hora prima
Señor,
¿será
la madurez esta mirada
que
saluda sin engaño al día naciente?
Sé
que está aquí la aurora whitmaniana
tanteando
mis músculos con gozo:
aspiro
en lo hondo su salud
regalándome
la fruta para el labio,
el
estribillo aquel para el oído,
la
cósmica quietud tras el orgasmo;
pero
con qué dulce ironía ahora compruebo
cómo
asciende, disfrazada por la luz,
la
sombra quevediana que también
amanece
con el alba:
mis
treinta y cinco
años
gustando lo que prueban
varios
puestos vacíos en la mesa,
teléfonos
repicando en el olvido,
insaciables
bocanadas de cigarro
(el
deseo que, inútil, recomienza).
Señor,
que
envejezca conmigo la esperanza
hasta
la videncia virgen de la muerte
donde
Whitman y Quevedo me parezcan
cara
y sello de la única moneda:
el
relámpago total de la mañana.
19
“… el
momento más duro para un ateo
es aquel en que se siente agradecido
y no sabe a quién dar las gracias”.
es aquel en que se siente agradecido
y no sabe a quién dar las gracias”.
G.K.
Chesterton
No
buscados, hoy amanecen
el
pan sin el soporte de la mesa,
el
agua regia sin el vaso,
el
árbol sin las letras que lo escriben o pronuncian,
el
pájaro puntual en la ciudad dormida.
La
lluvia pisa la grama y resucita
vírgenes
perfumes. La cal nueva
fulge
en la pared del campanario
donde
el domingo me convoca.
Ese
trozo de musgo en el asfalto
me
recuerda que el Mundo, subversivo,
derrota
a la Historia finalmente. Y con él,
vence
este día, cabal e impronunciado,
redimiendo
en su fasto la basura
acumulada
ayer sobre la acera.
Hay
asueto en la entraña del silencio
y
hasta las motocicletas braman hoy
en
el vacío festivo, como un circo
de
animales prehistóricos jugando
en
la infancia silvestre del oído.
La
calle de siempre es otra calle:
una
estampa escrita por detrás
en
la caligrafía primera de la luz.
No
hay mariposas, pero en cambio
los
ojos de aquel perro, bajo el porche,
agradecen,
acuosos, el sol tibio.
Me
miran ignorando su dulzura
en
la extática plegaria del instinto.
¿Cómo
cristalizó el mito de esta hora
en
el ateísmo líquido del tiempo?
Alguien
dibuja el día por nosotros.
Alguien
me ama hoy, secretamente.
(A
Alberto Barrera)
20
“Estábame
allí… con El”
Santa Teresa
El
abismo en el fondo tiene rostro.
Allí,
siempre detrás, aguarda el Tú.
No
el Mundo (él, crudo en el labio,
inteligible
en fracciones de segundo
bajo
la luz genésica, se expande
como
un hogar vacío,
resplandeciente,
sí, pero al fin Nadie,
porque
no puede hablarme enterneciéndose).
No
soy Yo mismo quien me espera (yo,
ahíto
de mí, ¿cómo es que haría
para
lograr ese abrazo total, totalizante,
que
no alimenta vanidad, sino fulmina
consolando
sin jamás compadecerse,
al
que no puedo huir, pero que salva
acompañando
mi soledad reconciliada?)
No,
no son los Otros los atentos
(¡los
Otros!: ¿podrían ellos,
mis
espejos o disfraces al quererme,
enajenándome
repletos de su amor
que
me sosiega defraudando o de mi afecto
que
no logra cubrirlos al sedarlos,
podrían
ellos ser el Otro, la absoluta
Alteridad
donde naufragan
afectos,
amores y deseos
en
la horrenda comunión, en la gloriosa
Presencia
que no devuelve mis imágenes
o
siluetas de cuerpos añorados
sino
que es única y voraz, Ternura íngrima
reclamándome
sin embargo en pleno centro
de
los ojos del padre, la madre, los hermanos,
el
amante, los amigos?)
Sí,
detrás, en lo preciso
donde
el espesor compacto desfallece
y
se esfuman ingrávidas las líneas,
espera
el Tú,
Allí
con El,
tan
sólo.
21
… sal
corriendo a las plazas y calles
de la ciudad y traéte a los pobres, a
los lisiados, a los ciegos y a los cojos”
de la ciudad y traéte a los pobres, a
los lisiados, a los ciegos y a los cojos”
Lucas
14,21
¿Y
si fuera verdad que la poesía
debe
partir su pan especialmente
con
el último invitado inoportuno,
bostezador
profesional, mártir del sueño,
el
que arrastra los pies, el eructante,
el
que tira la lata en la avenida,
el
que acaba tal vez de masturbarse,
el
gordo, el ruin, el feo, el tartamudo,
aquel
Pérez escueto sin un nombre
o
ese simple Juan sin apellido
que
llora estornudando en el zaguán
su
carta en la hoja de cuaderno,
su
solicitud de empleo, su estampilla,
su
foto de domingo junto al árbol
donde
un adolescente con acné
dibujó
un corazón a navajazos?
¿y
si ese corazón fuera la síntesis
de
lo que quiero decir con estos versos
escritos
por cualquiera, un poeta sólo
silbando
su poema, como todos?
(A
Rafael Castillo Zapata)
22
El
mismo cristofué
de
la niñez
surca
mi ventana
mientras
pienso:
¿cómo
decir
ahora
que
Tú y yo nos amamos?
¿qué
palabra
aterida
aún por el misterio,
livianísima,
extraviada
quizás
en el olvido,
haría
falta pronunciar
para
aludir, sin cháchara,
a
la herida
-tatuada
en la carne de los dos-
cuya
sangre tiene el nombre de mi vida?
Acaso
exista esa palabra
aleteando
sobre el tráfago
sordo
del lenguaje: este trinar
de
un simple cristofué
en
la mañana indigna de los ruidos,
intacto
como el último,
primer
pájaro.
23
Para
saber de Ti, para escucharte,
haría
falta hundirse en ese tiempo
que
duerme en la memoria, como el álbum
familiar
espera al fondo
de
la última gaveta. Basta entonces
unas
manos otra vez ávidas de infancia
para
que rostros, miradas y sonrisas,
hablándonos
para siempre en esas fotos,
reconstruyan,
como balsa de naufragio,
una
presencia acompañante: la raíz
oculta
de la propia vida:
nuestra
historia, dibujada en las páginas
del
álbum, regresa al húmedo desván
donde
nos aguarda aquella fábula, ese cuento
de
hadas narrado acaso por la madre
en
una noche íngrima, solemne,
donde
éramos únicos, hermosos, sempiternos
porque
nos sabíamos amados (así,
sencillamente
buenos por queridos)
y
la razón solar de nuestra vida
era
aquel árbol sagrado en cuya copa
la
aventura se llamaba mundo todavía,
se
llamaba sexo, se llamaba enamorarse,
trabajo
se llamaba la tarea
consistía
apenas en ser héroes, porque todos
lo
eran ya, hasta los animales y la luna)
y
bullía, sacramental, la mesa del almuerzo
y
el viaje imaginaba cualquier isla
y
el juego celebraba cada piedra.
Haría
falta, Señor, ser anacrónicos
hasta
no sé qué paz de la memoria
-marchita
como una flor ya fósil
que
aún perfuma las manos al rozarla-
para
devolvernos hacia el fondo,
hacia
esa viva, secreta arqueología
que
oculta nuestra saga, la verdad
épica
que entrevió la adolescencia
en
el relato total del universo:
somos
el mito que nos cuentas
y
los recuerdos del niño saben ya
que
Tú eres el pasado del futuro.
Nos
bastará morir para vivirte.
24
Uno
quisiera decirle a los amigos
que
Te buscan sin saberlo:
“El
está aquí, éste es Su rostro”.
Pero
Tú surges oblicuo, tangencial,
entre
dos horas que parecen
más
vivas que Tu vida,
entre
dos espacios tan espesos
que
le roban densidad a Tu lugar,
como
si esas dos mitades de existencia
no
supieran de la paz que las divide
irrigándolas
discreta en pleno centro,
porque
Tu puntualidad inubicable
es
un aire de atrás, viento de espaldas
golpeándonos
el rostro: no aprehendemos
su
oxígeno invisible, aun respirándolo,
que
silente llamea en los pulmones
y
amamanta nuestros glóbulos vitales
con
un hálito que no podemos atrapar
o
medir, pero que está -patrimonio común-
en
cualquier parte, oreándonos la vida,
disponiéndola
a un ingrávido silencio
-como
aquel en que danza el astronauta
bajo
la piedad muda de los astros-
al
que accedemos, de pronto, sin notarlo,
en
cualquier calle, en cualquier autobús,
como
a una fiesta.
25
Así
como a veces desearíamos
que
Karl Marx y Arthur Rimbaud
se
hubiesen conocido en una mesa
de
algún Café de Londres,
mientras
en el agua sórdida del Támesis
-ahíta
de grumos aceitosos
que
flotan entre botellas y colillas
y
ropa gris de gente ahogada-
espera
el Barco Ebrio, ya sin anclas,
a
que el fantasma que recorre Europa
suba
también, para zarpar
(Karl,
vestido con blue jeans marineros
se
despide de Engels en el muelle
y
Arthur hace lo propio con Verlaine
-los
sueños insolentes ahora enfundados
en
la gorra que usó él mismo en la Comuna);
así
como, a estas alturas, quisiéramos
que
Hegel, apeado del estrado de su cátedra,
hubiese
visitado a Hölderlin un día
en
su manicomio oculto de la torre
para
escuchar cómo el demente
-sin
reconocerlo tal vez en su delirio-
le
habla de un viejo amigo de Tubinga
con
quien, en mitad de una fiesta adolescente,
bailó
una mañana, junto a un árbol
por
ellos mismos levantado
(“Libertad”,
lo llamarían),
tan
fieros y felices como niños orinándose,
con
el impudor de los puros, frente al rey
(en
la siesta monocorde del verano,
recordando
novias suavísimas de Heildeberg,
los
dos compañeros se confiesan:
la
razón debe pedirle a la locura
su
danza irreductible, la inocencia
con
que el loco Hiperión, desde su torre,
enseña
al profesor que la luz blanca,
la
rosa de los vientos del Espíritu,
no
termina en el Estado de los Césares,
se
burla de las Prusias de los káiseres);
así
querría yo hoy que a William Blake
lo
hubiesen dejado predicar un solo día
sobre
el púlpito labrado de una iglesia
-la
catedral de Westminster, por ejemplo-
en
presencia de arzobispos y presbíteros
y
de una multitud de feligreses
harta,
como todas, de sermones.
Imagino
el viento sagrado resonando,
por
primera vez, junto a los mármoles,
mientras
los cuerpos, desnudados por fin
como
a la hora del agua o del amor,
se
erizan con el paso del Dios vivo
y
tiemblan ante el olor de Cristo el Tigre
devorando
las ingles de las almas,
ahora
tan intactas, tan ebrias y tan vírgenes
como
la de aquel niño canoso viendo ángeles
a
la hora en que arde Venus sobre Lambeth
y
hasta las prostitutas de Soho profetizan.
26
Te
agradezco ahora el tierno, iridiscente mundo.
Si
tuviera hoy que resumirlo
en
una sola y brusca imagen,
Tú
sabes que escogería, entre todas, el crepúsculo
en
que llegué hasta ella, fatigado
de
un trayecto feliz desde Friburgo.
Sí,
este ocre, este oro viejo
bajo
el sol tumefacto de las cinco,
me
la recuerdan hoy, ebria de aguas.
Pesada
de esplendor, sobre las márgenes
ondulantes
y suavísimas de junio,
ofreciéndose
con una obscenidad primaveral
(bullicio
de las flores en las plazas
donde
albean los mármoles desnudos)
ella
flotaba apenas como un cuerpo que se esparce
en
un tibio olor de pan y en una música
de
fuentes y en un clamor geométrico
de
palomas vespertinas:
Roma
allí, por fin,
como
la meta natural de un viaje en tren
que
empezó nomás con nuestra infancia,
abriéndose
hasta esa pulpa joven
que
es caminar descalzo sobre el suelo
embaldosado
de la calle y preguntar
si
es verdad que aquella página dorada
reescrita
por la luz, la piedra insomne, el agua terca,
anuncia
la emoción meridana de mi vida,
mi
pasmo adulto ante el inmóvil
huracán
de gestos y muslos y caídas
y
espasmos y torsos y miradas genuflexas
-los
cuerpos desnudados por el viento atroz de la justicia-
que
un hombre tuerto y medio ciego
lanzó
sobro nosotros
desde
todos los escombros
del
mundo parturiento .
(A
Rafael Arráiz I.ucca)
27
Anochece.
Hacia Costa Rica, los
volcanes
evaporados en la niebla.
¡Y el Lago, impalpable,
hecho de aire!
Extensión de aceite helado
a ratos gris (¿pero qué
gris, qué ámbar?),
a ratos ¿rojo? (horizontal y
líquido crepúsculo),
colores no nombrados
todavía,
casi fucsia -malva ígneo -
metal u ópalo.
Y bosques, unánimes bosques
aplaudiendo
-rumor denso del viento
entre las hojas
donde aletea el cormorán y
chilla el mono
y los grillos empiezan a
arrullar
el chapoteo isócrono del
remo,
nuestro bote flotando entre
las islas.
La
memoria
arde
aún en el taller, hacia las once,
cuando
el Lago es sólo lámina de zinc:
mis
manos, a esa hora
con
torpeza descubren el cemento
la
piedra
la
madera
Le
aprendo el color a la vinílica, el rastro acre
al
kerosene, su luz propia a cada tarro de pintura
Matemática
del trazo (“que quede parejito”,
ordena
Oscar)
tan
seria como la Filosofía
Y
no hay libros: sólo manos (las de Oscar)
sucias,
minuciosas, inquietantes
La
ciencia exacta de la carne,
del
impulso inteligente hecho de dedos
para
estas nupcias íntimas: mis manos
desposándose
aquí con la materia
en
bodas sudorosas y ampolladas
cuando
el cuerpo huele a ron y sabe a fruta
de
puro entresacar forma del barro,
mientras
el sol, ¡ay sol del hambre!,
calibra,
inapelable, cada hueso
El
arte verdadero empieza aquí -y no después-
y la poesía:
épica
digital o tacto lírico,
mi
estética bregante a ras de tierra,
gobernante
del volumen y la línea (¿qué poema
pudo
tener jamás el útero nocturno de este vaso,
la
curva dócil de este cenicero,
el
fru-fru gentil de este collar al ser tocado,
el
ojo invicto de este pez que pinté ayer?)
También
comienza aquí la conversión
-
“¿..pues no es éste el hijo del
carpintero?”
(Mc 3, 4)
y
“trabajen con sus manos
como
les hemos enseñado” (1Ts 4,11)
El trabajo manual como protesta
y
comunión y desagravio
“Se
dedicaba luego a la rueca, hasta haber
hilado
cierto número de madeja. A veces se le
encontraba
absorto examinando
los
detalles de los últimos modelos
de
‘charkhas’ y dando instrucciones al
diseñador”
(Uno
de los biógrafos de Gandhi)
Yo,
en mi agenda de neo-paria
(cotona,
blue jeans, botas de hule),
anoto
el día que me espera:
cada
resistencia del metal,
las
hazañas del pincel y de la acrilica,
la
aventura de una raya:
el
sentido de mis manos
(las
reinvento)
hasta
el resposo dulce, hasta el silencio
Sol y Lago, Nuestro bote.
Parsimonia
de una danza remante bajo el
drama
cromático del cielo. Vibra
el aire.
Resplandecen las aguas.
Fosforecen.
Sólo el grito de alarma del pocoyo
en los manglares lóbregos
del alma.
Atracar será las risas de la
cena
y la cólleman insomne,
convocándonos.
Anochece.
28
“La
imagen como un absoluto (...), la
imagen como la última de las historias
imagen como la última de las historias
posibles”
Lo
recuerdo con redonda precisión:
Laura,
esbelta ante la tumba,
como
otro ciprés del cementerio;
yo
no aparto los ojos de la cruz
escueta
y limpia, bajo el sol.
Se
me quiebra la voz (Laura me mira)
pero
el cielo está ahí, luz estridente,
gravitando
puntual para esta cita.
Balbuceo
el Padrenuestro, mientras pienso:
haría
falta encontrar una metáfora
que
discierna la verdad de este minuto
en
que el grifo solar del mediodía
abre
voces y risas de la calle
cuando
arde luminoso incluso el polvo
que
blanquea el silencio de su lápida
donde
las letras fulgen, invencibles.
Haría
falta aquí y ahora que el poema
(uno
de los suyos, por supuesto)
viniera
a declarar este prodigio
que
Laura y yo, temblando, contemplamos:
el
resplandor voraz incendia afuera
el
hervor insurrecto de la historia
con
la misma luz intacta que en el mármol
quema
el verso de su nombre, tres palabras
JOSÉ
LEZAMA LIMA
anunciando
una sola incandescencia
calle
y tumba abrasadas en la imagen.
(A
Laura Antillano)
29
A
veces Te me niegas.
Sólo
rozo tu aspereza, la costra
de
esta nostalgia que Te busca.
Secuestrado
por una atmósfera compacta
no
hay una sola, brusca grieta
por
la que pueda tocarte mi deseo.
Mi
impotencia y mi fatiga.
zumban
ante Ti, calientes, transpiradas,
como
dos insectos que no pueden
posarse
al fin en esa lumbre
que
sin embargo los atrae.
De
pronto, mi insistencia
alargándose
total hasta aquel ápice
donde
el contacto vibra, centelleando,
encuentra
un flujo de abandono.
Con
qué pasmo ígneo de ternura
-si
la ternura puede colindar con el espanto-
gozo
ese minuto en que llamas,
volviendo
de repente ya porosa,
tan
dúctil y maleable que sonrío,
la
materia pesada de mi cuerpo.
Resucita,
entonces, la mirada
a
la que suben, impúdicas, las lágrimas.
Te
respiro otra vez, como los pájaros
olfatean
el alba desde lejos,
cuando
me trepa la agolpada gratitud
de
que cedas sin lucha y sin medida.
(A
Antonia Palacios)
30
“…creo
que no existe nada más bello, más
profundo, más atractivo, más viril y más
perfecto que Cristo; y me digo a mi mismo,
con celoso amor, que no existe ni puede existir.
profundo, más atractivo, más viril y más
perfecto que Cristo; y me digo a mi mismo,
con celoso amor, que no existe ni puede existir.
Más
aún: si alguien me demuestra que
Cristo está fuera de la verdad, y que ésta
no se halla en él, prefiero quedarme con Cristo
antes que con la verdad”
Cristo está fuera de la verdad, y que ésta
no se halla en él, prefiero quedarme con Cristo
antes que con la verdad”
Fedor
Dostoiewsky
Cuando
Mahalia Jackson dice Lord,
reservándole
a esa nítida palabra
la
nota más pura de la voz,
yo
enseguida lo comprendo: sé que allí,
en
la negrura abismal de su garganta,
sangra
la única carne que me importa,
el
cuerpo amado hasta dolerme,
mi
hijo ajusticiado, hermano íngrimo,
padre
a quien engendra mi ternura,
mi
Señor que apaleo, último amigo
al
filo de la noche, en plena duda,
por
debajo del asco y la vergüenza
y
más allá del estruendo de la dicha,
porque
no hay otro amor, otra, respuesta:
apenas
sus dos ojos que me otean,
sus
oídos que me auscultan,
ese
tacto inasible despertándome
a
la pulpa redonda de mí mismo
cuando
nada me importa, excepto El
arrinconado
allá (desván o sótano)
junto
al soldado de goma y la muñeca,
payaso
en el circo de los locos,
camarada
del poeta y de la puta,
príncipe
de flores y leprosos,
majestad
harapienta, Dios proscrito
a
quien unos cuantos, negra tribu,
llamamos
con ronquísima dulzura
compañero.
Excelente ,me encantó navegar por esta isla inquieta de aguas cristalinas que engalanan el mar de la literatura
ResponderEliminarGracias por su visita a esta Isla Inquieta, desde aquí se procura brindar material de calidad. Gracias. Muchas gracias.
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