Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Juan Sánchez Peláez (Animal de Costumbre)



 
Juan Sanchéz Peláez en Altamira, Caracas - Venezuela
 
ANIMAL DE COSTUMBRE
(1959)

a Suzanne Martin


I

En la noche dúctil con un gladiolo en tu casa
En la noche, escucha,
Oh frágil vanidad en los brazos,
Y tu sueño pesa viviente como ráfaga del río.

Más allá en los vergeles
Prueba, verifica mi debilidad y mi fuerza.
Mi camino que ignoro hasta encontrar tu paso, tu huella
Tibia en la tierra,
El nacimiento del nuevo día.

II

No estás conmigo. Ignoro tu imagen. No pueblo tu gran
   olvido.
Pasarán los años. Un rapto sin control como la dicha
   habrá en el sur.
Con la riqueza mágica del encuentro, vuelve hasta mí,
   sube tu silencioso fervor,
tu súplica por los viajes,
tu noche y tu mediodía.

Apareces.

Tu órbita desafía toda distancia.

Entonces, para iluminar el presente, tú y yo acariciamos
  la llaga de nuestro antiguo amor.

III

Por salir con el silbo de la serpiente y las aves
  del paraíso,

Al paso de las tardes,
Tú entregas un racimo de uvas al asesino.

Yo me pongo una máscara
Y me muestro distraído.

Y todos en fin bailamos la danza nupcial,
Contentos del tilo en la comida y del reposo junto a la radio.

Con lo más íntimo de mí, te he dicho:
- La tierra es una azucena mordida en vísperas
                          de un viaje;

De hijo a padre o bisabuelo,
En bellos recreos,

Ejercitando el arco y la flecha,
Yo transformo la historia más simple,
Confiado al amor.

¿Escuché esa frase:
«De hijo a padre o bisabuelo»?

¿La escuché adentro o fuera de mí?

¿Enarbolo tardíamente el arco y la flecha?

Estoy inerme ante vocales
Y vocablos;
Del cuerpo malo que de allí deriva y la consiguiente
  soledad.

Escucho el privilegio de continuar en niño.
No me señalan crecer, como antes decían:
«Una pulgada más grande».

Ahora me reconocen,
De una a varias pulgadas más pequeño.

IV

Por salir con el silbo de la serpiente y las
  aves del paraíso
Al paso de las tardes
El trapecio milagroso de tu deseo es la vida
Y el diamante en mi amante
Y a través de la púrpura roja (en el sueño) las
  blancas ventanas en mi vigilia
Y cuando me aman olvido mi propia presencia
Cuando me escuchan olvido mi propia audiencia
Cuando me llaman hombre soy un caballo negro por
  la nostalgia
Y si me salvo no será por piedad
Si muero no será por suicidio
Si renazco no será en la resurrección de la carne
Salgo a escena inerme ante vocales y vocablos
  con vaivenes rápidos circulares de fulgor paralelo
  con el pez vivo en la red y la interrogación sin
  sentido.

V

Cuando subes a las alturas,
Te grito al oído:
Estamos mezclados al gran mal de la tierra.
Siempre me siento extraño.
Apenas
Sobrevivo
Al pánico de las noches.

Loba dentro de mí, desconocida,
Somos huéspedes en la colina del ensueño,

El sitio amado por los pobres;

Ellos
Han descendido con la aparición
Del sol,

Hasta humedecerme con muchas rosas,

Y yo he conquistado el ridículo
  Con mi ternura,
Escuchando al corazón.

VI

Elena es alga de la tierra
Ola del mar.
Existe porque posee la nostalgia
De estos elementos,
Pero Ella lo sabe,
Sueña,
Y confía,

De pie sobre la roca y el coral de los abismos.

En realidad, Elena
Conoce las cosas simples,
Porque antes de ser doncella
Fue Sirena y Ondina,
Y antes de ser
Sirena y Ondina,
Nadó en el torbellino, en el número, en el fuego.

Yo debí caer en la calzada, y rememorar,
Oh huésped delirante;
Allí donde apacigua la tarde y el crepúsculo,
A mí me separaron.

Tuve otro amor,
Puro como el éxtasis,

Frágil como la fantasía,
Absoluto como mi otro amor.

Oí una trompeta de bruma en el desierto
Mis halcones salieron del follaje.

En todas las estaciones
En el otoño o en la primavera
Elena es alga de la tierra
Ola del mar.


VII

En nuestras veladas
En nuestros talleres
En nuestras fiestas sombrías
Un día cualquiera
Canta
El bello cisne
Petrificado
Del arcoíris
Con su lengua radiante de martín pescador.

Un día cualquiera
Yo temía por ti
En diversos flancos del poblado
En medio de los escombros

Pero tú me decías:
  Nunca será consumida en llama
  La carne ciega de mi edad.

Y la vejez de entornadas pupilas, señalando maliciosamente
Una hoguera, Una esfinge

Me decía
A manera de réplica:
  En llama será consumida
  Tiene los signos equívocos del otro reino.
Luego no había más que comenzar:

Humo
Sándalo
Azufre de los infiernos,
Me abruma tanto tiempo perdido
Y la nostalgia de mi primer viaje
Y algunas aves negras
Que pasan por el cielo
Cuando echo las cartas.

Escúchame:

¿Han cesado de girar mis grandes artífices?
¿Muevo sus brazos dominantes?
¿Las tentaciones, como
Panteras sonámbulas
Detrás de la noche?

Lámparas, cimas inaccesibles e insomnios de
La vida real.

Fuera de sitio, fuera del bullicio, sin habla
Como un padre púdico.

VIII

Mi padre partió una tarde a España.
Antes de partir, me dijo:
Hijo mío, sigue la vía recta,
Tú tienes títulos.
En esta época tan cruel
No padecerás.

Por dicha experiencia de años anteriores
Van y vienen voces ligadas a ti,
Padre.
Y me basta ahora y siempre
El salvoconducto de tu sangre
Mi partida de nacimiento con las inscripciones dúctiles
Del otro reino.

Ahora te digo:
No tengo títulos
Tiemblo cada vez que me abrazan
Aún
No cuelgo en la carnicería.

Y ésta es mi réplica
(Para ti):
Un sentimiento diáfano de amor
Una hermosa carta que no envío.
        
IX

Menos torpe
Pero
Sin nostalgia,
Sin recuerdos,
Sin un latido,

Sin mi respiración, mi grito
La astilla de mi ausencia,

Debo desollarme
En el quicio de las ventanas,

Equivocarme de espectro, y olvidarlo.
Pasar el agua
Que se esparce como en una fuente
A manos de la muda.

Con toda vanidad y amor,
Balbuceo, descalzo en el pórtico.
Negándome el fin del ser
La nada
La bahía azul
La blancura del precipicio.

X

8000 demonios ocultos
Nos gritan que el insomnio
Es tierra de exilio, sin leopardos ni ríos.

El conductor (de la grey humana)
Debe sobrevivir con lo que queda aún
Entre el rocío de las pupilas matinales del mundo.

Por eso no mira ni la brújula ni la mesa de juego
Que ocupan los pasajeros.

Debe escrutar la línea famélica de los árboles
En las arterias de la isla.

Por nuestros huesos náufragos, por lo que flota
Sobre la llama del agua
O en el completo olvido.

XI

Hubiera bastado que me quedara tranquilo, saciarme con
nada, no invocar una leyenda dentro o fuera de mi país,
en la Sabana donde el Salto es del Ángel.

No formulé súplicas ni deseos. No extendí la mirada
más allá de mi cubil.

Ahora me hacen muecas horribles
El esclavo y la bestia que desprecié.

            Ahora, para franquear la orilla de mi casa,
            estoy obligado a pedir perdón.

XII

Yo me identifico, a menudo, con otra persona que no me revela su nombre ni sus facciones. Entre dicha persona y yo, ambos extrañamente rencorosos, reina la beatitud y la crueldad. Nos ama¬mos y nos degollamos. Somos dolientes y pequeños. En nuestros lechos hay una iguana, una rosa mustia (para los días de lluvia) y gatos sonámbulos que antaño pasaron sobre los tejados.

Nosotros, que no rebasamos las fronteras, nos quedamos en el umbral, en nuestras alcobas, siempre esperando un tiempo mejor.

El ojo perspicaz descubre en este semejante mi propia ignoran¬cia, mi ausencia de rasgos frente a cualquier espejo.

Ahora camino, desnudo en el desierto. Camino en el desierto con las manos.


XIII

Hesnor:

   A cien metros
   Exactos
   De profundidad
   La botella no es siempre tortuga de mar.

Ramón:

   Tú llamas vientres a los polluelos
   Y crees que son dioses a altas horas
   De la noche.

Susana reposa debajo de un árbol para conjurar
  los maleficios.

XIV

Mi madre me decía:

Hay que rezar por el Ánima Sola
Hay que rezarle a San Marcos de León.

Yo me quedaba confuso.
San Marcos de León era un guerrero
Que nos defendía en el cielo,
Con lanzas y escudos.

Y ella, mi madre,
Podía huir
Hacia esa gran isla de las alturas
Misteriosamente protegida.

XV


Ahora, cuando vamos a reposar de nuestra ilusión y de
  nuestras máscaras,

Pido al Ángel y al Desconocido

Noche y día

Que sólo ocupe mi sitio

Tu llama única

Que tú no me abandones.

                                                         XVI

Mi hermano Abel sacudía a los espantapájaros.
Mi madre charlaba en los largos vestíbulos,
Y       paseaba en el aire
Un navío de plata.

A su alrededor
Y       más allá de los balcones,
Había un extenso círculo
Con hermosos caballos.

Yo quiero que Juan trasponga sus límites, y juegue como los otros niños -dice mi madre; y con mi hermano salgo a la calle; voy a París en velocípedo y a París en la cola de un papagayo, y no provoco ningún incendio, y me siento lleno de vida.

Libre alguna vez de mi tristeza.
Libre de este sordo caracol.

XVII

No quiero hincharme con palabras.
Pienso en los indios y en los barcos de vela
Y miro el ramo de magnolias
Que cae en el agua de la cascada.

Una balada tan nostálgica que ya no tiene significado
Se escucha en la otra orilla.

Veo, danzando entre las hojas verdes y la hoguera,
  Al antiguo guerrero,

Libre de riesgo, como en colina de recreo.

Cuando el Océano es infranqueable,
Cuando la limitación humana es grande, y
corremos en busca de perdices, maíz y el
somnoliento fósforo como la lluvia,
Vuelvo a hablarle al antiguo guerrero.

El huésped invisible, adornado con bellas plumas,
Me detiene en el umbral de su casa,
Con un gesto
Ciego
De amor.

                                                           XVIII

Mi animal de costumbre me observa y me vigila.
Mueve su larga cola. Viene hasta mí
A una hora imprecisa.

Me devora todos los días, a cada segundo.

Cuando voy a la oficina, me pregunta:
  «¿Por qué trabajas
  Justamente
  Aquí?»

Y yo le respondo, muy bajo, casi al oído:
  Por nada, por nada.
Y como soy supersticioso, toco madera
De repente,
Para que desaparezca.

Estoy ilógicamente desamparado:
De las rodillas para arriba
A lo largo de esta primavera que se inicia
Mi animal de costumbre me roba el sol
Y la claridad fugaz de los transeúntes.

Yo nunca he sido fiel a la luna ni a la lluvia ni a los
  guijarros de la playa.

Mi animal de costumbre me toma por las muñecas, me
  seca las lágrimas.

A una hora imprecisa
Baja del cielo.

A una hora imprecisa
Sorbe el humo de mi pobre sopa.

A una hora imprecisa
En que expío mi sed
Pasa con jarras de vino.

A una hora imprecisa
Me matará, recogerá mis huesos
Y ya mis huesos metidos en un gran saco, hará de mí
Un pequeño barco,
Una diminuta burbuja sobre la playa.

Entonces sí
Seré fiel
A la luna
La lluvia
El sol
Y los guijarros de la playa.

Entonces,
Persistirá un extraño rumor
En torno al árbol y la víctima;

Persistirá...
     Barriendo para siempre
     Las rosas,
     Las hojas dúctiles
     Y el viento.

                                                             XIX
a mi aya

Es inútil la queja
Mejor sería hablar de esta región tan pintoresca;

Debo servirme de mí
Como si tuviera revelaciones que comunicar.

Es inútil la queja
Querida Felipa,
Pero
En este hotel donde ahora vivo
No hay siquiera un loro menudito.

El sol golpea en los muros, pero
Adentro
No se encienden tulipanes,

No se enciende nunca una lámpara.

                                                           XX

Por paradójico que así sea... (decía mi maestra)
Luego cabalgaría sin darse cuenta
A través de pupilas enigmáticas,

Uniendo las cifras del ábaco,
Las breves islas
Ilusorias de nuestro mundo.

Hoy puedo subir
Hacia la alta colina verde
Donde la cascada resplandece.

Sin embargo, no me considero feliz.
No regresaré nunca hasta mi ábaco de madera.

Ya no tengo la inocencia de mis primeros años.

Una lámpara se tambalea en el tiempo.
El vagabundo también grita de un bosque a otro
Y conoce
Más a fondo
El olvido.

                                                                XXI

He recibido medios lícitos y orejas
De aquellos a quienes nada podía dar;

No sé por qué nociones de falso orgullo
Cuento mayoría de edad.

Mi edad con migajas húmedas,
35 soldaditos de plomo que caen boca abajo en la
chimenea.

                                                             XXII

Mi madre tiene ante sí
Su cachorro sano, brillante, como la espuma del paraíso;

Mi padre contempla una arboleda
En el hueco del jardín.

Al aproximarme a ellos
Bajo hasta el lecho que ocupan,

Les cuento azares e infortunios de guerra
En que estuve mezclado,
Y ellos hacen
Guiños con los ojos
En honor de mi persona.
Más tarde, el ungido de amor
Baja de nuevo hasta la sala grande;

Y erguida la cabeza, rodeado de solicitud,

Permanece el tiempo justo

Dibujando signos y cábalas misteriosas
Arriba de un lecho extrañamente vacío.

XXIII
TRINIDAD
Cuando todos cavilan, me arrulla
Me arrulla mi melodía pueril.

Luego, me voy de súbito a una isla,
Y allí las tiendas, la pesca de ranas, la obsequiosidad de
una muchacha negra,
Me hacen formular vigilias felices;

Soplo una gran bujía:
Es el adiós sollozando en mi corazón.

El ancla que pesa al fondo del mar.

                                                             XXIV

Cuando tú sueñas, holgazán de quince primaveras,
No te das cuenta de la vida.
Y ríes con bella risa intrínsecamente tuya, en el leve vaivén
  de tu lecho.

Holgazán de quince primaveras,
Huyes ahora a la bahía de otro confín.
Aparece la luna.
Bajan de su pedestal
Los dioses infranqueables.
Para qué hablarte entonces de las carabelas, de mis
  recuerdos de los indios y el gran río.

Madel ha dicho que una leyenda nos cubre con lanzas y
  carruajes de tinta china,

Que la tinta china es sangre de los indios
Y que los indios existen todavía.

No pases por alto algunos valles en tu sueño,

A un lado, caminos; caminos que separan.
Y aquí mi corazón, Madel. En mi provincia de oro,
  tus quince primaveras.

                                                               XXV

Las nimias causas humanas, Esas que en lo íntimo
Sugieren: «Yo era muy despabilado. No era iluso»,

Me tuercen la oreja.

Debajo de mi almohada,
Encima de lo que debo hacer,
A trote de bestia,
Lívido,
Cuando cae la noche,
Me dejo arrullar por putas y negociantes de mi barrio.

Después, en las mañanas,
Me sobrecoge una gran humildad, una humildad mayor.
Ruego de rodillas. Me doblo en el suelo.
Hablo de mi oficio que me obliga a estar recluido
Días y días;
Que me obliga a olvidarme de mí,
A mirar distantes islas
Y peces fuera del agua.

Es así, refiero. Es así.

¡Y verdaderamente hubiera bastado tan poco!
Prorrumpir en aullidos,
Torcerme yo también la oreja a modo de muchas caricias.

                                                              XXVI

La Extraña mueve el fulgor de mi sien.
Oh donna, Oh madonna, I love you.

Y ella responde:

«Yo no soy hija de mis padres ni
Madre de mis hijas.
Yo viajo porque siempre me veo obligada a viajar.
Yo viajo porque siempre me veo obligada.
Yo viajo porque siempre me... agrada».

Parece que fue ayer. Veo de nuevo el puerto. Amigos que
  extienden el índice, y grandes abanicos, como una lluvia
  desde las terrazas.

Extraña, ¿mandarías mi alma, mi ánima sin cántico,
  al diablo?

Me postro de hinojos. Bajo la cerviz. Me auguro, bullicioso,
  la resurrección de la carne.

Y la vida perdurable. Amén.

Grito, a ver si oye el diablo.
Grito; me voy de bruces.
Me voy al hoyo. Miro los cabizbajos zamuros.

Detengo a la Extraña en la penumbra del zaguán: Váyase
con lo que usted quiera.
Llévese lo que usted quiera,
Yo no le debo nada.

Voy hacia la clara imagen, con mi deseo.

(Vela, ruiseñor mío.
No me ignores en la altura de Tu Follaje Morado.)


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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”