Lu Sin (Shaoxing, RP China, 1881 - Shanghái, RP China 1936) |
Dos
hermanos, cuyos nombres me callaré, fueron mis amigos íntimos en el liceo, pero
después de una larga separación, perdí sus huellas. No hace mucho supe que uno
de ellos estaba gravemente enfermo y, como iba de viaje hacia mi aldea natal,
decidí hacer un rodeo para ir a verlo. Solo encontré en casa al primogénito,
quien me dijo que era su hermano menor el que había estado mal.
-Le estoy
muy agradecido de que haya venido a visitarlo -dijo-. Pero ya está sano desde
hace algún tiempo y se marchó a otra provincia, donde ocupa un puesto oficial.
Buscó dos
cuadernos que contenían el diario de su hermano y me lo mostró riendo. Me dijo
que a través de ellos era posible darse cuenta de los síntomas que había
presentado su enfermedad, y que él creía que no había ningún mal en que los
viera un amigo. Me llevé el diario y al leerlo comprendí que mi amigo había
estado atacado de “delirio de persecución”. El escrito, incoherente y confuso,
contenía relatos extravagantes. Además, no aparecía en él fecha alguna y solo
por el color de la tinta y las diferencias de la letra se podía comprender que
había sido redactado en diferentes sesiones. Copié parte de algunos pasajes no
demasiado incoherentes, pensando que podrían servir como elementos para
trabajos de investigación médica. No he cambiado una palabra a este diario,
salvo el nombre de los personajes, aunque se trate de campesinos completamente
ignorados del mundo. En cuanto al título, conservo intacto el que su autor le
dio después de su curación.
2 de abril
de 1918
I
Esta noche
hay luna muy hermosa.
Hacía más de
treinta años que no la veía, de modo que me siento extraordinariamente feliz.
Ahora comprendo que he pasado estos treinta últimos años en medio de la niebla.
Sin embargo, debo tener cuidado: de otra manera, ¿por qué el perro de la
familia Chao me iba a mirar dos veces?
Tengo mis
razones para temer.
II
Esta noche
no hay luna. Yo sé que esto va mal.
Esta mañana,
cuando me arriesgué a salir con precauciones, Chao Güi-weng me miró con un
fulgor extraño en los ojos: se habría dicho que me temía o que tenía deseos de
matarme. Había además siete u ocho personas que hablaban de mí en voz baja, con
las cabezas muy juntas: tenían miedo de que las viera. La más feroz de todas
mostró los dientes al reírse mientras me miraba, lo que me hizo estremecerme de
pies a cabeza, porque ahora sé que sus maquinaciones están a punto.
No obstante,
continué mi camino sin miedo. Ante mí había un grupo de niños que discutían
también sobre mi persona; sus miradas tenían el mismo fulgor que la de Chao
Güi-weng y en sus rostros había la misma palidez de acero. Me pregunté qué
clase de odio podían tener los niños contra mí para obrar también de esta
manera. No pudiendo contenerme, grité: “¡Díganmelo!”, pero ellos huyeron.
He
reflexionado. ¿Qué razones tienen Chao Güi-weng y los hombres de la calle para
detestarme? Hace veinte años di un pisotón por error en un viejo libro de
cuentas del señor Gu Chiu1, lo que le produjo gran contrariedad.
Aunque Chao Güi-weng no conoce al señor Gu, ha debido oír hablar de este asunto
y quiere sacar la cara por él; por ello se ha puesto de acuerdo contra mí con
los hombres de la calle. Pero ¿por qué los niños? Cuando ocurrió este incidente
ni siquiera habían nacido; entonces, ¿por qué me han mirado con ese aire
extraño que revelaba miedo o deseos de matar? Todo esto me espanta, me intriga
y me desconsuela.
¡Ahora
comprendo! Han sabido el asunto por sus padres.
III
En la noche
no consigo dormir. Para comprender las cosas, es preciso reflexionar sobre
ellas.
Estos
hombres han sido engrillados por el magistrado, abofeteados por el señor del
lugar, han visto a sus mujeres apresadas por los alguaciles de la Corte de
Justicia y a sus padres y madres suicidarse para escapar a los acreedores… pero
nunca mostraron rostros tan espantosos, tan feroces como los que les vi ayer.
Lo más
extraño de todo fue esa mujer que le pegaba a su hijo en plena calle,
gritándole: “¡Muchacho cochino! ¡Debería comerte unos cuantos pedazos para que
se me pasara la rabia!” Al decir esto me miraba a mí. Me sobresalté, incapaz de
dominar mi emoción, mientras la banda de rostros lívidos y colmillos aguzados
estallaba en risas. El viejo Chen llegó de prisa y me condujo por la fuerza a
la casa.
En casa, los
miembros de la familia fingieron no reconocerme; sus miradas eran semejantes a
las de la gente de la calle. Entré en el escritorio y ellos echaron el cerrojo,
igual que cuando se encierra en el gallinero a una gallina o un pato. Este
incidente es aún más inexplicable; verdaderamente no sé lo que pretenden.
Hace algunos
días, uno de nuestros arrendatarios de la aldea de los Lobos, al venir a
informar sobre la sequía que reina en el campo, contó a mi hermano mayor que
los campesinos habían dado muerte a un conocido malhechor del lugar. Luego
algunos hombres le arrancaron el corazón y el hígado, los frieron y se los
comieron, para criar valor. Los interrumpí con una palabra y mi hermano y el
labrador me lanzaron muchas miradas raras. Hoy comprendo que sus miradas eran
absolutamente iguales a las de los hombres de la calle.
Solo de
pensar en ello me estremezco de la cabeza a los pies.
Si comen
hombres, ¿por qué no habrían de comerme a mí?
Evidentemente
esa mujer que “quería comerse unos cuantos pedazos”, la risa del grupo de hombres
lívidos con colmillos aguzados, y la historia del arrendatario, son índices
secretos. Sus palabras están envenenadas, sus risas cortan como espadas y sus
dientes son hileras de resplandeciente blancura; sí, son dientes de comedores
de hombres.
Yo no creo
ser un mal sujeto, pero desde que me metí con el libro de cuentas de la familia
Gu, no estoy seguro de nada. Se diría que guardan algún secreto que yo no
acierto a adivinar. Por otra parte, cuando están contra alguien, no tienen
dificultad en declararlo malo. Recuerdo que cuando mi hermano me enseñaba a
disertar, por más perfecto que fuera el hombre sobre el cual tenía yo que
hablar, bastaba que expusiera algún argumento contra él para ganar un “bien”; y
cuando era capaz de encontrar excusas para un hombre malo, mi hermano decía:
“Además de originalidad, tienes un verdadero talento de litigante”. Entonces,
¿cómo puedo saber lo que piensan, sobre todo en el momento en que se proponen
devorar al hombre?
Para
comprender las cosas es preciso reflexionar sobre ellas. Creo que en la
antigüedad era frecuente que el hombre se comiera al hombre, pero no estoy muy
seguro de esta cuestión. He cogido un manual de historia para estudiar este
punto, pero el libro no contenía fecha alguna; en cambio, en todas las páginas,
escritas en todos sentidos, estaban las palabras “Humanitarismo”, “Justicia” y
“Virtud”. Como de todas maneras me era imposible dormir, me puse a leer
atentamente y en medio de la noche noté que había algo escrito entre líneas:
dos palabras llenaban todo el libro: ¡“devorar hombres”!
Los tipos
del libro, las palabras de nuestros arrendatarios, todos, sonreían fríamente,
mirándome de un modo extraño. ¡Yo también soy un hombre y quieren devorarme!
IV
Esta mañana
pasé un buen rato sentado tranquilamente. El viejo Chen me trajo mi comida: un
plato de legumbres y otro de pescado cocido al vapor. Los ojos del pescado eran
blancos y duros; tenía la boca entreabierta, igual que esa banda de comedores
de hombres. Después de probar algunos bocados de esa carne viscosa, no sabía ya
si estaba comiendo pescado o carne humana, de suerte que vomité con asco.
Dije:
-Mi viejo
Chen, anda a decirle a mi hermano que me ahogo aquí y que quisiera salir a
pasear por el jardín.
El viejo
Chen se alejó sin responder, pero un poco después volvió a abrirme la puerta.
No me moví,
preguntándome qué iban a hacer, porque sabía muy bien que no iban a dejarme
libre. Efectivamente, mi hermano se acercaba con un viejo que caminaba a pasos
lentos. Ese hombre tenía una mirada terrible, pero como temía que yo me diera
cuenta, bajaba la cabeza hacia el suelo y me miraba a hurtadillas, por encima
de sus anteojos.
-Tienes un
aspecto magnífico -me dijo mi hermano.
-Sí
-respondí.
-Le he
pedido al señor Jo que viniera a examinarte -siguió diciendo.
Respondí:
-¡Que lo
haga! -¡pero yo sabía muy bien que ese viejo no era otro que el verdugo
disfrazado!
So pretexto
de tomarme el pulso quería calcular mi grado de corpulencia y seguramente iban
a darle un pedazo de mi carne en pago de sus servicios. Yo no tenía miedo;
aunque no como carne humana, me creo más valiente que esos caníbales. Tendí
ambos puños y esperé lo que iba a seguir. El viejo se sentó, cerró los ojos, me
tomó largamente el pulso, permaneció un instante silencioso y luego, abriendo
los ojos diabólicos, dijo:
-No se deje
llevar por su imaginación. Algunos días de tranquilidad y reposo y se repondrá.
¡No dejarse
llevar por la imaginación! ¡Tranquilidad y reposo! Evidentemente, cuando yo
estuviera bien cebado, tendrían más que comer. Pero ¿qué ganaría yo? ¿Era eso
lo que iba a “reponerme”? A esos caníbales les gusta comer hombres, pero obran
en secreto, tratando de salvar las apariencias, y no se atreven a actuar
directamente. ¡Es para morirse de la risa! No pudiendo aguantarme, me eché a
reír a carcajadas, porque eso me divertía una enormidad. Yo sé que en mi risa
vibraban el valor y la justicia. El viejo y mi hermano palidecieron, aplastados
por el valor y la justicia de que yo hacía gala.
Pero
justamente porque soy valiente, tendrán aún más ganas de devorarme, para
adquirir parte de mi coraje. El viejo dejó mi habitación y apenas se habían
alejado un poco, dijo a mi hermano en voz baja: “Engullirlo en seguida”. Mi
hermano bajó la cabeza en señal de asentimiento. ¡Tú estás también en esto!
Este extraordinario descubrimiento, aunque imprevisto, no me asombró, sin
embargo, excesivamente: ¡mi hermano formaba parte de la banda de caníbales que
quería devorarme!
¡Mi hermano
es un comedor de hombres!
¡Soy hermano
de un comedor de hombres!
¡Podré ser
devorado por los hombres, pero no por eso dejo de ser hermano de un comedor de
hombres!
V
Estos días
he vuelto a mis reflexiones. Aunque ese viejo no fuera el verdugo disfrazado,
aun fuera verdaderamente un médico, no es por eso menos un comedor de hombres.
En el libro sobre las virtudes de las hierbas, escrito por uno de sus
predecesores, Li Shi-cheng, ¿no dice acaso con todas sus letras que la carne
humana puede comerse frita? Entonces, ¿cómo podría rechazar el título de
caníbal?
En cuanto a
mi hermano, también tengo mis razones para acusarlo. Cuando me enseñaba los
clásicos, yo lo oí decir con sus propios labios: “Cambiaban sus hijos para
comérselos”. Otra vez que se trataba de un hombre muy malo, dijo que merecía no
solo ser muerto, sino aun que “se comieran su carne y se acostaran sobre su
piel”. Yo era pequeño en esa época y al oír tal cosa mi corazón se puso a
saltar muy fuerte durante largo rato. Cuando anteayer el arrendatario de la
aldea de los lobos le contó que el corazón y el hígado de un hombre habían sido
comidos, mi hermano no manifestó ningún asombro, limitándose a aprobar con la
cabeza. Está claro que sus sentimientos no han cambiado. Si se admite que es
posible “cambiar sus hijos para comérselos”, ¿qué es lo que no se podría
cambiar entonces? ¿Y qué es lo que no se podría comer? Antes me había limitado
a escuchar esas explicaciones sin tratar de profundizarlas, pero ahora sé que
cuando me daba sus lecciones, en el borde de sus labios brillaba grasa humana y
que su corazón estaba lleno de sueños caníbales.
VI
Todo está
negro, no sé si es de día o de noche. De nuevo el perro de la familia Chao se
ha puesto a ladrar.
Tiene la
ferocidad del león, la cobardía de la liebre, la astucia del zorro…
VII
Conozco sus
maniobras: no quieren ni se atreven a matarme directamente por temor a las
consecuencias; por ello se las arreglan para tenderme lazos y llevarme al
suicidio. A juzgar por la actitud de los hombres y mujeres de la calle el otro
día, y la de mi hermano estos últimos días, la cosa es poco más o menos segura:
quieren que me saque el cinturón, lo amarre a un poste y me cuelgue. Nadie los
llamará asesinos y, sin embargo, verán colmados sus deseos secretos; esto los
llenará de contento y les provocará una especie de risa plañidera. O bien, me
dejarán morir de miedo y tristeza, y aunque este sistema hace enflaquecer, de
todos modos mi muerte los dejará satisfechos.
¡Solo comen
carne muerta! He leído en algún sitio que existe una fiera de mirada horrible y
aspecto espantoso llamada “hiena”. Esta bestia come carne muerta y es capaz de
triturar los huesos más grandes, que se engulle después de molerlos
minuciosamente. ¡De solo pensar en esto da terror! La hiena está emparentada
con el lobo, el lobo es de la familia de los perros. El hecho de que el perro
de la familia Chao me haya mirado muchas veces anteayer, demuestra que han
conseguido ponerlo de acuerdo con ellos y que forma parte del complot. En vano
ese viejo baja su mirada hacia el suelo, yo no me dejo embaucar.
Lo más
lastimoso es mi hermano. Él también es un hombre; ¿no tiene miedo tal vez? ¿Por
qué se ha unido a los que intentan devorarme? ¿Acaso porque esto se ha hecho
siempre, encuentra que no hay ningún mal en ello? ¿O pone oídos sordos a su
conciencia y hace deliberadamente algo que sabe que es malo?
Será el
primero de los comedores de hombres a quienes maldeciré; será también el
primero de los hombres a quienes trataré de curar del canibalismo.
VIII
En el fondo,
deberían saber esto desde hace tiempo…
De pronto
entró un hombre. Tenía unos veinte años y una cara muy sonriente, cuyos rasgos
no distinguí bien. Me saludó con la cabeza y vi que su sonrisa tenía un aire
falso. Le pregunté:
-¿Es justo
comer hombres?
Siempre
sonriendo, respondió:
-¿Por qué
comer hombres, cuando no se tiene hambre?
Comprendí de
inmediato que formaba parte del clan de los que aman la carne humana. Esto
azuzó mi coraje e insistí neto:
-¿Es justo?
-¡Para qué
hacer tales preguntas! Verdaderamente… a usted le gusta bromear… ¡Está muy
hermosa la noche!
Estaba muy hermosa
la noche, la luna estaba muy brillante, pero yo le pregunté:
-¿Es justo?
Tomó un aire
de desaprobación y, sin embargo, respondió con voz no muy clara:
-No…
-¿No?
Entonces, ¿por qué los comen?
-Eso no
puede ser…
-¿No puede
ser? Bueno, ¿acaso no los comen en la aldea de los Lobos? Además, está escrito
en todas partes en los libros, ¡es claro como el día!
Su faz
cambió de color, poniéndose pálido como un muerto. Con los ojos fuera de las
órbitas, dijo:
-Tal vez
tenga usted razón, esto se ha hecho siempre…
-¿Es por
ello justo?
-No quiero
discutir ese tema con usted. ¡Usted no debería hablar de esto, no tiene razón
para hacerlo!
Di un salto,
con ambos ojos muy abiertos, pero el hombre había desaparecido y yo estaba
completamente mojado con el sudor. Este hombre es mucho más joven que mi
hermano y ya forma parte de su clan. Seguramente se debe a la educación de sus
padres. Quizás ha enseñado ya esto a su hijo. Por lo cual hasta los niños
pequeños me miran con odio.
IX
Quieren
devorar a los otros y temen ser devorados a su vez; por esto se estudian
recíprocamente con miradas cargadas de sospechas…
Si
abandonaran estos pensamientos se sentirían a sus anchas en el trabajo, en el
paseo, en la comida, en el sueño. Para franquear este obstáculo solo hay que
dar un paso: pero el padre y el hijo, el hermano y el hermano, el marido y la
mujer, el amigo y el amigo, el profesor y el estudiante, el enemigo y el
enemigo, y hasta los desconocidos, forman un clan, se aconsejan y se retienen
mutuamente para que a ningún precio alguien dé este paso.
X
Temprano en
la mañana fui en busca de mi hermano, que miraba el cielo desde la puerta del
salón. Llegué por detrás, me situé en el alféizar de la puerta y le dije con
mucha calma y cortesía:
-Hermano,
tengo algo que decirte.
Se volvió
rápidamente y asintió con un movimiento de cabeza.
-Habla.
-Se trata
solo de algunas palabras, pero no sé cómo expresarlas. Hermano, es probable que
en los tiempos primitivos los salvajes hayan sido en general algo caníbales. Al
evolucionar sus sentimientos, algunos dejaron de devorar hombres, pugnaban por
progresar y se convirtieron en hombres, en verdaderos hombres. Sin embargo, aún
quedan devoradores de hombres… Es como entre los insectos; algunos han
evolucionado, se han transformado en peces, pájaros, monos y finalmente en
hombres. Ciertos insectos no han querido progresar y hasta hoy continúan en
estado de insectos. ¡Qué vergüenza para un caníbal si se compara con el hombre
que no come a sus semejantes! Su vergüenza debe ser muchísimo peor que la del
insecto frente al mono.
“Yi Ya2
cocinó a su hijo para dar de comer a los tiranos Chie y Chou; este hecho
pertenece a la historia antigua. ¿Quién habría dicho que después de la
separación del cielo y la tierra por Pan Gu3, los hombres se iban a
devorar entre ellos hasta el hijo de Yi Ya, y que desde el hijo de Yi Ya hasta
Sü Si-ling4 y desde Sü Si-ling hasta el malhechor arrestado en la
aldea de los Lobos el hombre se comería al hombre? El año pasado, cuando se
ejecutaba a los criminales en la ciudad, había un tuberculoso que iba a mojar
el pan en su sangre, para lamerla5.
“Quieren
comerme, y por cierto que solo no puedes nada contra ellos. Pero ¿por qué
unirte a ellos? Los devoradores de hombres son capaces de todo. Si son capaces
de comerme, también serán capaces de comerte. Hasta los miembros de un mismo
clan se devoran entre sí. Pero basta con dar un paso, basta con querer dejar
esta costumbre y todo el mundo quedará en paz. Aunque este estado de cosas dura
desde siempre, tú y yo podríamos empezar desde hoy a ser buenos y decir: ‘Esto
no es posible’. Yo creo que tú dirás que no es posible, hermano, puesto que
anteayer cuando nuestro arrendatario te pidió que le rebajaras el alquiler, tú
le respondiste que no era posible.”
Al comienzo
sonreía con frialdad, luego pasó por sus ojos un resplandor feroz y cuando puse
al desnudo sus pensamientos secretos, su rostro se tornó lívido. En el exterior
de la puerta que daba a la calle había un verdadero grupo; Chao Güi-weng se
hallaba allí con su perro y todos estiraban el cuello para ver mejor. Yo no
alcanzaba a distinguir los semblantes de algunos, pues se hubiera dicho que
estaban velados; los otros tenían siempre el mismo tinte lívido y esos
colmillos agudos y esos labios con una sonrisa afectada. Comprendí que
pertenecían todos al mismo clan, que todos eran devoradores de hombres. Sin
embargo, yo sabía también que existían sentimientos muy diferentes. Algunos
pensaban que el hombre debe devorar al hombre porque así se ha hecho siempre.
Otros sabían que el hombre no debe devorar al hombre, pero de todos modos lo
hacían, temerosos de que sus crímenes fueran denunciados; por eso al oírme se
llenaron de cólera, pero se limitaron a apretar los labios esbozando una
sonrisa cínica.
En ese
instante mi hermano adoptó un aspecto terrible y gritó con voz fuerte:
-¡Salgan
todos! ¡Para qué mirar a un loco!
Muy pronto
comprendí su nuevo juego. No solamente se negaban a convertirse, sino que
estaban preparados de antemano para abrumarme con el epíteto de loco. De este
modo, cuando me comieran, no solo no tendrían disgustos, sino que aun les
quedarían agradecidos. El arrendatario nos dijo que el hombre devorado por los
campesinos era un mal hombre; es exactamente el mismo sistema. ¡Siempre el
mismo estribillo!
El viejo
Chen entró también, muy encolerizado; pero ¿quién podría cerrarme la boca?
Tengo absoluta necesidad de hablar a esos hombres.
-¡Conviértanse,
conviértanse desde el fondo del corazón! ¡Sepan que en el futuro no se
permitirá vivir sobre la tierra a los devoradores de nombres! Si no se
convierten, todos ustedes serán devorados también. ¡Por más numerosos que sean
sus hijos, serán exterminados por los verdaderos hombres, como los lobos son
exterminados por los cazadores, como se extermina a los insectos!
El viejo
Chen hizo salir a todo el mundo y luego me rogó que volviera a mi habitación.
Mi hermano había desaparecido no sé dónde. El interior del cuarto estaba
completamente negro. Las vigas y maderas se pusieron a temblar sobre mi cabeza;
luego al cabo de un instante crecieron y se amontonaron sobre mí.
Pesaban
mucho, yo no podía moverme. Querían matarme, pero yo sabía que ese peso era
ficticio. Me debatí, pues, y me liberé, el cuerpo cubierto de sudor. Sin
embargo, deliberadamente repetí:
-¡Conviértanse
en seguida! ¡Conviértanse desde el fondo del corazón! ¡Sepan que en el futuro
no se permitirá que sobrevivan los devoradores de hombres!…
XI
El sol no
aparece más, la puerta solo se abre dos veces al día, cuando me traen mis
comidas.
Mientras
tomaba los palillos, volví a pensar en mi hermano mayor; ahora yo sé que fue él
el causante de la muerte de mi hermana pequeña. Tenía cinco años y era tan
linda que enternecía. Veo de nuevo a nuestra madre sollozando sin cesar y a mi
hermano consolándola. Tal vez sentía arrepentimiento porque era él quien se la
había comido. Si es todavía capaz de experimentar ese sentimiento.
Nuestra
hermana ha sido devorada por mi hermano; no sé si mi madre llegó a darse cuenta
de ello.
Pienso que
mi madre lo sabía; si en medio de sus lágrimas no dijo nada, probablemente fue
porque lo encontraba muy natural. Recuerdo que un día que me hallaba tomando el
fresco ante la puerta del salón -en esa época tendría unos cuatro o cinco años-
mi hermano me dijo que un hijo debe estar dispuesto a cortar un trozo de carne
de su cuerpo, echarlo a cocer y ofrecerlo a sus padres si estos caen enfermos,
pues es así como obra un hombre honesto. Mi madre no protestó. Si es posible
comer un trozo de carne humana, evidentemente es posible comerse a un hombre
entero. No obstante, cuando vuelvo a pensar en sus sollozos de entonces, no
puedo evitar que el corazón se me apriete. Qué extraña cosa…
XII
Ya no puedo
pensar más en ello.
Solamente
hoy me doy cuenta de que he vivido años en medio de un pueblo que desde hace cuatro
milenios se devora a sí mismo. Nuestra hermanita murió justamente en el momento
en que mi hermano se hacía cargo de la familia. ¿No habrá mezclado su carne con
nuestros alimentos para que la comiéramos sin saber que lo hacíamos?
¿Acaso sin
quererlo he comido carne de mi hermana? Y ahora me llega el turno…
Si tengo una
historia que cuenta cuatro mil años de canibalismo -al principio no me daba
cuenta de ello pero ahora lo sé-, ¡cómo podría esperar encontrar a un hombre
verdadero!
XIII
Tal vez existan
niños que aún no han comido carne de hombre.
¡Salven a
los niños!…
狂人日記 / 狂人日记, “Kuángrén Rìjì”, 1918
1.
Gu Chiu significa antigüedad.
Aquí el autor alude a la larga historia de la opresión feudal en China. (N. de
los T.)
2.
Cocinero célebre en la Antigüedad
por haber matado a su hijo para servirlo como manjar a un tirano. (N. de los
T.)
3.
El primer hombre, de quien se
dice separó el cielo de la tierra. (N. de los T.)
4.
Revolucionario que, hacia fines
de la dinastía Ching, asesinó al gobernador de Anjui. Fue cortado en pedazos y
su corazón y su hígado ofrecidos en holocausto al hombre que lo mató. (N. de
los T.)
5.
Se trata de una superstición
antigua existente en el pueblo: dice que la sangre humana es capaz de curar la
tisis; por esa razón se solían comprar a los verdugos panes mojados en sangre
cuando estos ejecutaban a un condenado. (N. de los T.)
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