Franz Kafka (Praga 1883 - Austria 1924) |
Estoy sentado en mi
habitación, el cuartel general del ruido de toda la vivienda. Oigo golpear
todas las puertas, gracias a su ruido me ahorro sólo los pasos de los que
andan entre ellas, oigo incluso el golpe que cierra la puerta del horno en la
cocina. Mi padre acomete las puertas de mi habitación y la atraviesa en una
bata que le arrastra; en el cuarto de al lado raspan la ceniza, Valli, gritando
palabra por palabra a través del vestíbulo, pregunta si ya han cepillado el
sombrero de padre, una voz entre dientes, que quiere ser mi amiga, aumenta aún
más el grito de una voz que responde. Alguien manipula el cerrojo de la puerta
de la vivienda y se produce un ruido como el de una garganta acatarrada, luego
ésta se abre con el canturreo de una voz de mujer y se cierra por fin con un
tirón ronco y masculino que es el que suena con más desconsideración. El padre
se ha ido, ahora comienza el ruido más delicado, más distraído, más
desesperanzado, encabezado por las voces de dos canarios. Ya antes lo había pensado, al hilo de los
canarios se me vuelve a ocurrir si no debería abrir un poquito la puerta,
arrastrarme como una serpiente hasta la habitación de al lado y así, en el
suelo, pedir a mis hermanas y a su señorita que guarden silencio.
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