Xosé María Álvarez Cáccamo (España, 1950) |
Poemas de
Volví a entrar en casa. Tú te habías ido
a ocupar tu sitio en la aldea transparente.
En el despacho pervive un cuerpo en pie, de humo.
Las persianas no cierran. Nacen grietas
a través de las que vuelan, golpeándose, palomas.
Las maderas se dilatan, abren cráteres, se hinchan
sumidas por el mar que entró de noche. Escora
la casa transportando un peso de agua fósil.
Mamá teje un rumor de porosas espumas
ancladas en la niebla,
aprendiendo a sentirte fugitivo, de lejos.
A veces camina por las alfombras ahora oblicuas
y necesita ampararse tocando las partes verticales,
escuchando en los dedos el trabajo inquieto de algunas hormigas
que vienen de los geranios desde que tú no estás,
y va y viene por el pasillo como si hubiese dentro una avenida,
y habla por teléfono con números equivocados para dejar enigmas
en otras casas tal vez de exilio como esta,
o para recuperarnos llama desde las ventanas mi nombre
y se queda la tarde libre de motores.
Luego vuelve a calmarse. La casa paira,
dormido buque en ensenadas de mar calmo.
Tú, otra vez, permaneces o regresas
para afirmar las llaves del sosiego
y recobran los cuerpos su peso central.
Poema de: Os documentos da sombra
Mi madre en la playa, tarde turbia
de olas hirviendo.
Mi madre rota, juguete de latón
contra los muros del mar. Que no se entiende
la música del tiempo, dónde estaré
cuando mi hijo ponga en este verso
aquella tarde gruta, el viento oscuro
en el estupor de la luz cóncava. Los abuelos
cantaban por encima del murmullo
de la espuma. Mar adentro,
perdiéndose en un error de la memoria.
Mi madre sin ancla
regresa aquí setenta años después
y permanece trágica
frente a los muros del mar.
(Poema de: Vento de sal)
detenido tiempo largo
quiero
que la vida venga tibia
sueño
un barco blanco un tren
subo
por la montaña lenta
llego
a la paz de la vieja aldea
duermo
y regreso a la orilla
vuelvo
al lago de la niñez.
(Poema de: Vento de sal)
Sabios son los padres dentro de la cúpula de agosto. Cuando señalan por sus nombres las constelaciones de las estrellas quietas y las provincias zoomórficas de la luz y los sucesos arrítmicos de la noche, parecen venir de allí, pastores de alta cimas, sabios de la soberana cúpula de agosto.
Cogen las manos de los hijos y acarician sus cabellos mientras cantan una tristeza suave que parece placer y son certeros en la asignación de cifras para el curso de los sistemas inestables y relatan la historia de los satélites gemelos y la leyenda de las grandes piedras libres, llamadas fugaces, sabios porque nos hacen sentir una locura de fuerte inteligencia; estamos todos vivos mientras llega del abismo una luz que estalló cuando todo era nada.
(Poema de: Calendario perpetuo)
Para testimoniar la muerte de las algas contra los acantilados y sentir el temblor de los dominios del yodo, las máquinas químicas de la espuma entre las piedras, para alimentar los ojos con el asombro del horizonte,
llévanos padre, a recorrer las carreteras de tierra batida, muy lejos de toda población, por aquellos parajes montañosos que transitan los caballos salvajes en grupo fantástico, como una bestia única.
Llévanos, padre, muy de mañana, a los márgenes donde combate el vértigo con la paciencia, junto a la playa del fin de las materias.
(Poema de: Calendario perpetuo)
La madre es también una figura blanca. Se posa en el velador, debajo de un espejo. Lleva una falda larga, duros pechos desnudos. Tal vez vivió danzando y ahora está detenida en el último movimiento, en la condición de madre, perpetua imagen blanca que todos los días tocamos al pasar. Todos los hijos decimos: Esta es nuestra madre, tan joven, tan constante, para siempre invariable.
(Poema de: Calendario perpetuo)
Casa
La casa es siempre la misma. Construida
con sustancia de sombras,
por las habitaciones vagan las voces radicales,
en las sillas el perfil de los que comieron,
el sol en la altura exacta
y la madre diciendo a todos: Que no vuelva
nada a la cocina.
La casa siempre
regresa en cada casa.
Así viven conmigo los fundamentos
que son horas primeras: esas manos
del padre que aprieta las mías bajo el agua tibia
y resbalan como peces en el lodo del jabón.
Entra la noche en las casas. Arden lámparas
que van abriendo islas, tiñen telas
de suave color y voces
constantemente idénticas repiten
aquella voz: Es hora
de dormir.
Las casas todas
con los días van gastándose por dentro
y debajo de la cal
de las paredes descubren una sombra:
los ecos vagando por las habitaciones
de la casa interminable, siempre la misma
razón, ancla fiel.
(Poema de: Vocabulario das orixes)
Con árboles, con incesante
repetición de figuras arbóreas, blancas, con ciudades de cánticos sobre las altas frondas, así viniste y habitas
con inquietas formas acuáticas que se posan en el lago y significan tu leyenda migratoria. Con poso
de pétalos abiertos que dejan una arena de nervios sobre la página central,
con muchas cajas y juguetes mecánicos viniste para vivir aquí sintiendo
la irrepetible sucesión de las garzas, la majestad de su viento bravo pero también el rumor que traen de tu nombre en tránsito,
en figuración de las sombras de la madera, de todas las espiras del nácar, de los títulos de la tarde para nombrar nuestro tiempo en géneros y faunas, con representaciones de la vida viniste para abrir
las ventanas a la playa. Dime ahora
con voz de ciencia secular, con eco de paredes terrestres,
los nombres que busco para despertar contigo al alba mientras sube a las alcobas el salitre, dime
los números de las cosas que necesitamos para construir la memoria
de la vida que comienza.
(Poema de: O lume branco)
Dime los números de las cosas que necesitamos para construir la memoria de la vida que comienza y dime
con qué género de algas hacen el nido los peces blancos, como cantan
transformados en gorriones por la mañana detrás de tu alcoba y vuelve
a aconsejar a los niños que reparen en la escandalosa población de los pájaros, ahora, en estas fechas primitivas con nueva luz de polen,
pero no me digas
nada
de los alrededores de las heridas, de la venta ambulante en pasos suburbanos, del falso comercio en carros a través de la llanura muerta. Habla
con números simétricos de una memoria prevista para cuando hayamos aprendido la costumbre completa de esta plaza:
la dimensión de las figuras que pasan a lo lejos mintiendo un teatro de sombras,
el rumbo de los barcos, si obedecen al llamado de algún norte cuando doblan la Ponta do Cabalo y van a morir en lodo, de alas rotas,
o si vagan sin intención, movidos por el azar en ciclo de accidentes.
Cuéntame los pormenores de las faunas que traías en libros para que apareciesen luego aquí con ceremonia de muchas ropas festivas, batir de cánticos, imitación
de pasos de danzantes. Dime
los nombres de las semillas que el sur esparce sobre las hierbas con luna indefinida.
Sea memoria de una tarde dormida tu vivir mañana y nunca ayer, cuando era invierno la luz,
y como si estuviésemos dejando de nacer y amor fuese una ciencia de constante lección,
reparte tus ojos entre la hojarasca del monte para que puedan seguir la procesión de millares de hormigas rubias, pero también con lente abierta desde la altura de las almenaras la longitud de la historia, los panoramas.
Hay tardes en que pasa un caballo sin jinete por delante de las puertas. Yo, llamándote, digo: "Baja
para que veas correr esa locura negra". Hay albas
en que el sol invierte su destino y las raíces del fuego arden arriba, matando plumas de ave verde. Hay momentos del día, cuando escampa,
en que se acercan niños a preguntar por ti para entregarte hojas rotas
y yo meto cada tesoro en una caja de cristal y espero tu regreso.
Así, con procedimientos inocentes,
sin gramática de discurso fundamental, sin cálculo,
construimos la memoria de una casa en la que están apareciendo galerías, en la que entran los vecinos sorprendidos: "de dónde venía el viento que labró aquella leyenda en el tragaluz?
¿Cómo llegó a coincidir el final de tu siglo con ella?" Y yo digo: "Fue un amor de causas y accidentes, escrito bajo línea. Ella habló
con números de un tiempo que no tenía mes ni estación".
Luego los vecinos se van
a proteger los animales de la estrella fría, a preparar los barcos con estopa y brea,
y nosotros aquí, dormidos, soñamos con nuestra nación abierta al sur sobre la plaza del mar
y vamos aprendiendo los dos con la misma voz el tamaño de los colores, los idiomas de los perros desde la distancia,
la súbita alegría ritual de los andarríos. Esperamos
el tránsito y revelación de los cisnes por lo alto de la bahía, el salto del delfín desde la playa de Comboa, donde aquel viento,
navegando cerca de los buques grandes con banderas azules.
Para que marzo llegue
con multiplicados estambres amarillos, con lienzos blancos
para guardar los estambres de los fuertes líquidos que matan,
continúan hablando de la luminosa mutación natural, esa que enciende la risa de tus ojos
y construye la memoria de la vida que comienza.
(Poema de: O lume branco)
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