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Fernando Charry Lara (Colombia, 1920 - 2004) |
Palabras de Vicente Aleixandre
No he visto nunca a Fernando Charry Lara. Vivo a millares de kilómetros de donde él reside. Hay que atravesar ríos y mares y continentes para alcanzar la bella tierra hospitalaria donde se desarrolla su actividad de poeta y de hombre. Algunas tardes, sin embargo, cuando la noche amenaza con su presencia o su amor, yo he paseado con él, con sus primeros versos, bajo la solemne bóveda del cielo común (¿qué cielo no será común?), sabiendo que si aquí la noche apuntaba, allí despuntaba el día, o a la inversa, porque la noche y el día no son sino afectuosos extremos de un mismo cielo que igualmente nos cubre con su perfecta unidad sin vacilación.
Escribo estas líneas para que aparezcan en la sentida Colombia, tan Pura, tan patente en su generación de poetas. La altitud lírica de su tierra no la he visto con los ojos mortales. Pero la he vivido de modo secreto y libre a través de la sucesión poética de su obra. Llamo su obra a sus poetas. Porque si los poetas son hijos de su tiempo, lo son por virtud de la tierra que los sustenta y del firmamento que los corona. Allá, lejanamente, José Asunción Silva, la noble sombra conmovedora, a quien algo deben tantos poetas que no lo saben. Más tarde Guillermo Valencia, si hoy, sin duda distante, menos impasible acaso de lo supuesto. Después el salvaje, el triste Porfirio Barba-Jacob, ardiente y luctuoso como un presentimiento del trópico en desorden. Luego los maestros más jóvenes, por fin los últimos nombres, que vienen como ondas a romper ininterrumpidamente desde el vasto océano que los envía. ¡El mar, el mar nunca se acaba!, pudiéramos exclamar sintiendo las frescas espumas que la total voz de Colombia sigue enviando.
Fernando Charry Lara es uno de esos nombres nuevos, nuevos para la general lengua, que no se conformaría con un remedo de lo anterior, sino que adelanta un eslabón distinto para la sucesión libre y encadenada que es la voz de los hombres, la voz de sus poetas, en el transcurso de las edades, hasta la triste consumación del tiempo.
Casi todo poeta sabe que es vana la obra de los hombres. ¿Pero quién será el poeta completo a quien esta sabiduría lleve a la aniquilación, al perfecto mutismo? Es conmovedor ver, ya desde alguna altitud del vivir, cómo cada generación repite el mismo ademán, como lo hace también el niño que nace, y ver que la contumacia es la reclamación de la vida. Vida y poesía no son, en algún sentido, distintas, y porque vivimos hacemos poesía, y, ay de los poetas que la hacen extremando un margen, una torre triste, una exangüe lámina de papel. Desde todas partes puede hacerse la poesía, a condición de que efectivamente lo sea. Pero siempre girará alrededor de la vida, o de su otro nombre, la muerte. Nunca como leyendo la poesía se comprende, quiérase o no, la unidad de destino.
Desde ese tronco esencial está hecha esta primera poesía de Charry Lara. Los temas eternos del hombre –el amor, la esperanza, la pena, el deseo, el sueño– trascendidos al mundo que le rodea, son el tema de esta poesía, que parece arrastrada en el vasto aliento de la noche tentable. Un verso, suelto generalmente, otras veces medido, a un tiempo justo y libre, como únicamente puede ser el signo fiel de la comunicación, expresa los anhelos de un corazón entero que no se siente del todo distinto del medio telúrico o cósmico que le sostiene o envuelve.
"Yo lo canto y sus nubes son el cielo perdido
Que vaga en mis palabras como luz soñadora."
Este aquí fino trazo, leve, a veces se amplifica hasta la majestad de los cielos oscuros, como en ese poema "Nocturno lejanía" que parece cifra de esa primera actitud de ciencia triste en el hombre ante el amor, el mundo y la noche propagadora, todo misteriosamente acordado como un eco de su vinculado corazón.
Son las fuerzas exploradoras, las fuerzas inquietadoras las que en este como en otros poetas jóvenes parecen mover sus versos, así como colorear el espíritu que los anima. Hay aquí, y esto es común a un lenguaje de un sector de la época, como una conciencia difusa del mundo desalentado. El entrañamiento del poeta no ve, si mira al cosmos, una luz al fondo; solamente registra la obsesión de la noche, los movimientos crueles o turbios que sin destino gobiernan el desnudo humano. La Naturaleza parece participar de esta agitación cercana al desorden, ese vaivén amante y triste en que los cuerpos buscan a los cuerpos como las olas buscan a las olas, "como las olas buscan otras y otras y otras olas".
Más suerte tienen otros poetas (más suerte para su paz personal, que no para su resultado poético, porque este por ello no se cualifica), a quienes mueven los instintos opuestos: el afán ordenador, el impulso conservador de fijación. Son los que se concretan, a veces dentro de un medio de incertidumbre, en esos aparentemente paradójicos movimientos neoclásicos, que cuando son de inspiración ilegítima no remedan al mármol, sino a su vaciado en escayola. Y que tan deprimentes resultan, en este último caso, para el apasionado contemplador de la sucesión poética.
Agitado, estrechado, asaltado, Charry Lara no se defiende: acepta valientemente la enorme verdad solitaria. El destino del hombre quiere latir en estos versos fraternalmente brindados al amor común que no se redime. Hay un estado del alma en que la ciencia misma es amor, y el ojo, iluminado por una luz sin origen, conoce, y acrecienta su amor en proporción a su sabiduría. Esta ciencia es fecunda y positivamente adelanta, por la vía de la intuición, hacia el inalcanzable amor absoluto.
En estos casos el poeta tantea, dice no saber, confiesa ignorar (Charry Lara lo manifiesta así, ante el velo enigmático: "Mas sólo se sabe que siempre poderosa / crecerá sobre el océano la noche"). Pero qué profundo consuelo da la aparente ignorancia de tales poetas, que al negar están afirmando, que al definir su desconocimiento están desvelando, alcanzando la única inefable ciencia posible. Sí, tocan con sus vastos brazos el remoto límite, que ellos llaman límite; pero al acercárnoslo, nos lo revelan. Y su súbita cercanía nos ilumina, en el alto y puro sentido de la palabra.
Junto a la pesadumbre grave, algunos versos de este libro tienen la pincelada fluida de la tristeza que se define joven. Bella y huidiza se manifiesta en el poema "Tristeza del Oeste", "de colores tan claros":
"Quisiera con mis brazos asir el bello Oeste,
Su fugitiva luz, su dorada tristeza".
Sabemos que ese son melodioso, cuando en un poeta joven se da, tiene la virtud de reponer la esperanza por el camino de la efusión. Juventud, bella y dulce tristeza entonces que más que a dolor mueve a amor. No he comprendido nunca que la representación del pensativo sea encarnada por la imagen de un viejo. El misterioso pensativo es como un joven absorto que apoya su rostro en su mano, con una tristeza sin edad, iluminado por una luz que le roza y en cuyo resplandor intacto van invisibles los soplos de la muerte. En ese rostro aparecerá entonces la verdadera tristeza metafísica.
Otra es la vía general de la tristeza en este libro. Vivido, hollado, surcado, la experiencia del autor da la medida de un camino humano, hecho, cumplido en un primer transcurso desde el que se eleva un modo general de conocimiento. La punzada dolorosa la puede dar ya el recuerdo: el bien perdido tiñe de significación el mundo, al que envuelve, revelándole, la obsesión de la noche.
No es perfilar en unas líneas a Fernando Charry Lara lo que aquí se pretende. Pero desde esta distancia es justo y alegre saludar el nacimiento completo de un poeta que, con perspectiva, contra el cielo de nuestra lengua se dibuja con su creciente, con su nítida personalidad. Y es un gozo saludar en él a una generación que viene a continuar con nuevos brillos una tradición de poesía ininterrumpida sobre las claras, limpias, propagadoras tierras colombianas.
Miraflores de la Sierra, agosto de 1948
¡Oh llama de
amor viva
Que tiernamente hieres
De mi alma en el más profundo centro!
San Juan de La Cruz
Nocturnos y otros sueños
1949
País extraño
1
Cielo de un día
Sólo nubes el día, sólo, blancas, las nubes.
Las nubes tan lejanas y el viento que las ciñe,
Las nubes y el estío que brilla en las praderas
Como dora la tarde, silenciosa, mi frente.
(Tanto fulgor despierta en la memoria el sueño
De un misterioso día que embriagó el corazón;
Amé yo un claro cielo de tristeza sedienta
Como la pesadumbre de los atardeceres;
¿Dónde estará, de qué país, de qué horizonte,
Como sol extraviado entre lentos crepúsculos?
Yo lo canto, y sus nubes son el cielo perdido
Que vaga en mis palabras como luz soñadora).
2
Adivina el verano
En las nieblas sedientas me embriagan lejanías
De países borrados en la luz lentamente.
Cielos, árboles, nubes, un sol entre los sueños,
Ciudades para hallar en el recuerdo un día.
Serán allí los pasos tal un abrazo lento
Hasta morir ceñidos bajo un pálido azul.
Me hundo en la comarca prodigiosa y distante
Como en el dulce cuerpo de la noche el amor.
Busco en la sombra estéril su tibia luz ausente.
Me ilumina de pronto, fulgor sólo del sueño,
La alegría remota del verano encendido,
Una ráfaga viva y un nocturno esplendor.
3
Al mar la sombra mía
Jamás mis vagos días encontrarán el mar
Ceñida su tristeza de perfiles lejanos.
El mar de orillas trémulas y praderas desiertas,
Húmedas como flores o noches sollozantes.
El mar, el mar me llama con su voz de amargura.
Mas en tardes calladas yo creo en la alegría
De sus lentas mujeres, yo creo en la alegría
Del mar, del mar inmenso sin nostalgia de costa.
Ceñida su tristeza de perfiles lejanos
O en la tarde sin lágrimas, nunca lo encontraré.
Pero como una estrella que busca su paisaje
Estaré yo una noche muerto y solo en el mar.
Blanca taciturna
Qué día de silencio enamorado
Vive en mi gesto vago y en mi frente.
Qué día de nostalgia suavemente
Solloza amor al corazón cansado.
Alta, dulce, distante, se ha callado
Tu nombre en mi voz fiel.
Pero presente
Su turbia luz mi soledad lo siente
En todo lo que existe y ha soñado.
En la tarde vagando, voluptuoso
De horizontes sin fin, la lejanía
Me envuelve en tu recuerdo silencioso:
Claros cabellos, cuerpo, ojos lejanos,
Pálidos hombros. Oh, si en este día
Tuviera yo tu mano entre mis manos.
Olvido
Los días, que uno tras otro son la vida...
Aurelio Arturo
La trémula sombra ya te cubre.
Sólo existe el olvido,
Desnudo,
Frío corazón deshabitado.
Y ya nada son en ti las horas,
Las taciturnas horas que son tu vida.
Ni siquiera como ceniza
Oculta que trajeran
Los transparentes
Silencios de un recuerdo.
Nada. Ni el crepúsculo te envuelve.
Ni la tarde te llena de viajes,
Ni la noche conmueve tu obstinada
Nostalgia del amor, cuando
Una tácita doncella surge de la sombra.
Oh corazón, cielo deshabitado de los sueños.
El verso llega de la noche
En la ciudad de bruma la fiesta
De las noches es un bosque
De cabelleras oscuras y de estrellas.
Turbándome con sus pálidos dedos de rocío
Como entre los amantes sorpresivas palabras,
Su silencio enloquece las plazas solitarias,
Las calles, los ámbitos callados
Por donde pasa el aire misterioso de siempre.
Es el rumor, las alas
Como al anochecer la sombra
De una cabellera en las manos.
Es el rumor vagando entre vientos,
Entre lúgubres vientos
En que sollozan luces
Y espejos de la ciudad nocturna.
Es el rumor, las sílabas
Que nacen y llevan una canción
Al corazón que sueña,
Una canción, las sílabas
Creciendo en medio de la niebla
O tal flor desnuda bajo lluvia.
(Nunca hemos amado tanto, nadie
Sabrá decir que hemos amado tanto
En una noche.
En nuestro corazón resuenan los horizontes
resuena también la vecindad de la tierra).
El verso silencioso fue en la noche,
El verso claro fue el instinto
Bajo ruda corteza o piel amarga.
El verso, palabras ceñían los cuerpos
Delgados de las mujeres,
Sus claros cuerpos bajo la luna
Suspendidos en la música,
Sílabas ceñían sus cuerpos
Como voces ardientes, como llamas.
En un árbol de lluvia que gime al viento
Sus canciones,
Sube la sangre en río sollozando ligera
Y soporto encendida la tristeza de un grito
largamente tendido en medio de la noche.
De la noche sedienta, de la innúmera noche,
De la noche que guarda
Los deseos como sombras,
De las dolorosas, mudas sombras amadas,
Sombras de los deseos,
Sombras de un antiguo amargo silencio.
Amargo, sí, errante silencio en que no queda
Sino el poema en la noche
Como recuerdo herido por el filo de un beso.
Soledades
1
Antes
Recordando a solas
Años y años idos,
El mar de las olas.
Las olas navíos,
Venían al cabo
De ocultas fatigas
Los pasos primeros
Del silencio amado.
Sólo era entonces Invisible forma
Que se presentía,
Callada, en el aire.
2
Adolescencia
Como flor, como caricia,
Entre la sombra, suspenso,
Inmóvil cuerpo vacila
En la penumbra del lecho.
Dulce llovizna al oído
Susurra el sueño, la calma.
Silencio vasto: desnudo
El cuerpo bajo las sábanas.
Y al claro insomnio se suman
Las maravillas inmensas.
3
Paseo nocturno
En la noche de la avenida,
Soledad, sombra y silencio
Atraen confusos
Los recuerdos y los presentimientos.
Ciudades, ríos y mares
Hermosos de estelar fulgor en la tiniebla.
Y vosotros, nombres y cuerpos lánguidos
Que vagáis en la memoria sin precisaros:
Os he alejado hasta el destierro,
Mas en la hora nocturna
Bajo vuestra luna secreta revive mi embeleso.
No importa que al final de los días
No os hayan apresado delirantes mis manos,
Dulces, íntimas, misteriosas criaturas,
Si a pesar de los hombres, sonámbulo, fui vuestro.
Como la ola
Con llegada de espuma hasta la playa triste,
Oscura ola de esplendor lunar extendido,
Tú cruzas, tú cruzas
Con remoto ardor despertando mi beso
En el mar delirante de la noche.
En fuga siempre, llena de reflejos,
Reconstruyendo a solas lo amargo y lo distante,
O recostada un poco a la luz de los crepúsculos,
Así mejor dibujo la melancolía de su retrato:
Junto al piano, a la ventana
De irrespirables sueños, a la música de súbito callada.
Esperando una voz que llega como el eco a las zonas
Desiertas.
Nocturna entonces,
Como la piel,
Como lo profundo de los besos,
Como la noche de los árboles.
Como el amor sería junto a su cabellera.
Luego, sin sonido,
Espuma silenciosa tras la sombra,
Entre el rumor apagado de los pasos,
Desnuda huyes, pálida ola,
no se te reconoce.
Las tardes
Oh pálido reflejo de las tardes
Suspensas en el aire, adormecidas
Con un vago color, con un temblor
Sobre el alma que sueña distraída.
Y revive en la atmósfera un perfume
Lánguido y lejano, destruido
Por una furia triste, por la lluvia
Que fluye de la desolación hacia el olvido.
Al corazón y al aire no preguntan,
Serenos al azul, iluminados,
Por qué en la tarde callan su delirio.
Nadie a su soledad se ha aproximado.
Sobre el rostro que calla pensativo.
Oh trémulo paisaje de las tardes.
Noche desierta
Ronda en la noche a veces un sordo rumor de bosques
de raudas sombras girantes y vientos fatigados.
¿Dónde oír, dónde oírte, delirante gavilla de sueños,
Sino en esta silenciosa, honda penumbra de la noche?
Rondan bosques, polvo de secas hojas y rumores, viejos caminos,
una canción, clamante luz que descendió a los labios,
Cruza de sones extraños y temores este sueño de piedra
De las formas dormidas. Un rudo viento y en el viento la canción.
Crece, crece el sonido de la sombra insistente.
Una brisa, una hoja resuenan en el alma con extendido eco,
aparece un recuerdo entre mil nombres, tal un aproximar
De mariposas en las horas que llegan de las distancias a la noche.
Esta es la noche, dócil mujer de quien quisiéramos rescatar
Un amor antiguo, una caricia, un deseo misterioso y ardiente.
Como mujer debiera tenderse eternamente al lado
Y serían de su cuerpo los perfumes nocturnos, los aromas lunares.
Algo hay sobre la tierra: olvido y esperanzas, la vida,
un sueño crece de lo perdido, de la infancia remota
Que avanza bella y lentamente, como con paso de mujer enferma,
Brotando vagas voces, palabras y siluetas de humo en la memoria.
Algo hay sobre la tierra: la vida, esperanzas y olvido.
Sobre la noche un hondo, sordo rumor de bosques
Que llega al corazón desierto con parajes recónditos
De maderas nocturnas, viejas ramas, aves desconocidas o siniestras.
Después todo es silencio. La noche, cerca del mar,
No dejará, contra las rocas, contra la playa, su dramático acento
De desbordantes aguas batir espuma blanca y soñolienta.
Pero lejos, entre ciudades sin orillas, un trémulo silencio arde sin fin.
Insomnios
1
Llegar en silencio
Despierto en la noche lleno de palabras
Como envuelta entre las llamas de la música
Se levanta una casa en la distancia.
Un perfume hay, un valle de silencio,
Un lento roce o beso se aproximan, callando,
Si llega el delirio, el fulgor solitario del insomnio.
Quiero entonces una silenciosa figura humana,
Quiero un rostro hasta mí llegar, quedarse lento.
Quiero unas manos, un pecho, unos devoradores labios,
Todo lo que un nocturno cuerpo nos entrega.
Hasta mi habitación podría llegar
Con un paso de ola o lenta nave,
Prolongando el deseo, espina de las noches.
Extendería entre los terciopelos húmedos de los besos
Sus cálidos brazos,
Hasta no ser sino un cuerpo
Abandonado calladamente sobre otro.
Hasta morir así, hasta juntar los labios, los pasos
Que con los pasos míos
Recorren, como también el viento de la noche,
Desiertos corredores donde se oye
Llorar el escondido amor entre las sombras.
2
Nadie sabe
Se vive en el olvido,
Digo que en el olvido
Se vive, ¿o es que acaso
Alguien soñó tener
Por sobre el pecho triste
La ilusión de estar vivo
Cuando sólo la sombra
Desnuda danza en medio
De los cuerpos, y cuando
Sólo el olvido cura
De la vida?
(Apenas sobre el pecho,
Desvelado,
Secreto,
El eco de otro sueño).
3
Entonces
A solas en la noche el habitante
Repetirá en su sueño esta elegía.
A solas con su amor y su derrota:
La varonil tristeza de los sueños.
Alguien también, entonces como ahora,
En un viaje nocturno y sin regreso.
Nocturno lejanía
Yo recuerdo el mar, apenas, una noche azul, de pie,
En que lentamente llegaba como en olas de música,
a solas, desde ventana, veía en su venir y perderse
La fatiga inagotable, el vano, el insaciable sollozar del mar.
El agua reflejaba la luna blanca sin cesar.
Luces distantes había, estrellas de la noche azul,
Y algunas voces lejanas, fatigadas, ya fatigadas, se oían, leves
Rumores perdidos entre las hondas aguas, y el innumerable
Ir y venir de las olas se oía, su congoja desierta, la dura identidad Que el corazón descubre entre su soledad y el mar.
Apenas lo recuerdo así, nocturno, aunque el sol
De las mañanas y las tardes repite en el alma su esplendor.
De sombras en la noche es su presencia, y cuando una tumultuosa música Dispersa su desbordante sueño entre mi pecho, Son latidos, olas, oscuros deseos.
La ventana silenciosa frente al mar.
Aquella luz, la mirada perdida más allá
Del océano, un gesto de soledad humana,
las olas que cansadas a la orilla llegaban
Después de leguas, horizontes, días.
Su vivir ignorado, fatigado.
¿Será así la vida inexpresable como el mar,
Los besos y las lágrimas espuma y sal serán,
el deseo se extenderá entre la belleza de los cuerpos,
así los cuerpos buscarán otros cuerpos
Como las olas buscan otras y otras y otras olas?
Recuerdo así el claro océano, sus desiertas, solitarias extensiones azules, Más claras cuando la luna, sumergida en las aguas con luz yerta.
Hace brillar el mar con un pálido resplandor de mármol frío,
Esa columna o lápida olvidada que fulge, silenciosa, en una noche ardiente de verano.
Estaba así el mar, fatigado ya un poco de su furia y lamento.
De pie, a la ventana, el más hermoso silencio,
El más puro misterio dominaba el descanso
De las extendidas, desoladas llanuras marinas,
En cuyo fondo un invisible trote de caballos avanza como la lluvia.
Hubiera también querido la tormenta, los naufragios,
Las desatadas aguas y los relámpagos,
Sólo por ver cómo la lluvia se confunde, se prolonga en el mar.
La calma a medianoche vertía raros aromas en el aire.
Llegaban las olas, lentamente en su sueño venían, y las ondulantes Azules aguas azotaban en apagado galope la playa.
Fulgía una luz trémula, la luna cansada de asistir a la fatiga estéril de los hombres, La luna, un resplandor como de olvido.
¿Para qué, para quién fue hecho ese silencio, esa actitud callada
De la noche?
Lejos, en algún sitio desierto del mar o de la tierra,
El tiempo, hermoso por lo eterno, acaso sería un poco lúgubre.
Lloverían finas lluvias, goteantes cayendo,
O tempestades habría.
Mas sólo se sabe que siempre poderosa
Crecerá sobre el océano la noche,
ocupará el mar en las sombras más espacios,
Inundando costas, tristes islas.
Litorales de insistente nostalgia,
Y el nocturno poeta preguntará por su hastío para renovar los sueños, Porque en el ocio nace su voz, su grito delirante.
Había en el corazón una lenta fatiga, como la de los rostros
Que lloran su extinguida belleza. Una fatiga en olas, en ternura, en lamento.
Sonaba, resonando la brisa con furia en la noche. En el hondo silencio Giraba el viento, el viento, suspiro moribundo hasta mi pecho.
Recuerdo entonces cómo palidecía la luna al resbalar sobre el mar, Cómo su dulce resplandor moría, anhelante sin fin, en movimiento frío.
Así se congelará la sangre un día, fatigada y callada, sobre mi corazón.
Tristeza del oeste
Qué triste es el Oeste, de colores tan claros,
Ausentes, al abrigo de todo lo perdido:
Es una tierra parda, sin forma y en silencio.
No se sabe si ríos la crucen soñolientos.
Tampoco si de valles, de cansados caminos.
Si de nubes, su cielo, esas blancas espumas.
No hay nada, sólo crecen los sueños del olvido
Sobre el impenetrable corazón del paisaje.
Quisiera con mis brazos asir el bello Oeste,
Su fugitiva luz, su dorada tristeza
Que resplandece, pura, en el aire vacío,
Con un fulgor monótono de llanura sedienta.
Los hombres del crepúsculo que sueñan horizontes
Mirando el encendido temblor de los ocasos,
Como un bosque de grandes sombras deshabitadas
Ven hundirse en la noche la tierra del Oeste.
Cuerpo solitario
He venido a cantar sobre la tierra las cosas
Que se olvidan o se sueñan,
He venido a buscar una respuesta con palabras
Que no recuerdan nada.
Apenas se oye la vida girar en torno de los seres.
Nadie contesta, vago entonces, camino.
Esperando unos labios tendidos al deseo, bocas
Que brillen en la oscuridad más radiantes,
O aguardando una hora para entrar
Con la frente encendida hasta las sombras.
Me paso el tiempo, vengo y voy,
Tiempo muerto o perdido. Qué unidad
De tardes, de noches, de agonías calladas,
Y en el atardecer de un día cualquiera
Encontrarte en el pecho solitario.
Deja, deja mi voz caer hasta tu vida, oh delgado cuerpo
Que nombro con las formas misteriosas del aire:
Brisa que entre mis labios suspira,
Silencio cerca de la nostalgia,
Abandonada luz hasta mi frente.
Deja también caer sobre tu pelo
La luna de esta noche y su perfume,
Para aclarar, para empalidecer
Los objetos bellos a tu alrededor.
Mi deseo de un cuerpo hacia ti me aproxima,
Hacia ti me conduce con pasos y preguntas.
Y sé que no eres más que mi sueño,
Pero aún eres un cuerpo.
Un pálido cuerpo que mi beso
Recorrería en silencio lentamente,
Un seno que el aire reconoce
Como una ardiente copa de sollozos,
Unas manos, unas pestañas largamente inmóviles.
Si yo creo que camino, eres tú
Quien me buscas, eres tú quien me hallas.
Reconóceme en el primer recuerdo de tu espera.
Tú vienes de una vida remota
Y descubres en mi mano el perdido horizonte.
Tú oyes mis palabras como encontrando el sueño, el cielo,
Un rostro en que te puedas mirar eternamente
Sin temor de que una agua helada de súbito lo calle.
¿Qué vienes a olvidar junto a este nombre mío,
En suplicantes noches, con ese resplandor violeta
De las lágrimas?
Háblame, háblame, hasta caer
La pensativa melena sobre mi hombro
Como con abandono de flor que el viento roza.
Dime mejor tu ira con violencia,
Con la desolación de tus ojeras,
Sal llorando a lo largo de una calle,
Sal hasta el aire, sal hasta la tierra,
Sal con tus dos piernas tristes a pisar esta nieve caída.
Puedes aún oír, escuchar el pasado tiempo en la sangre.
Ven, corre, llega a unos brazos desiertos, apóyate en mi gesto.
Huye de un recuerdo de monedas,
Huye de la sombra, del espejo que te refleja el nombre,
Huye de un día de viajes amargos y despedidas
En largas carrileras,
Hasta descansar en mí, hasta morir o renacer en mí.
Porque luego nada sino nadie junto de tu pecho,
Nadie ni con un eco débil a tus oídos pequeños.
Todo pasando sobre ti con fuego, aislándote
Del aire y los reflejos, todo
Queriendo encerrar tu corazón en lo oscuro, encadenar
Tus plantas a la noche y a esa casa que el viento
Recorre silencioso.
Vives en ti, pequeña flor olvidada de los hombres,
Alta en morena belleza taciturna.
Vives en ti y el misterio te rodea
Como el incendio alrededor de una estatua.
Ahora vienes, ahora comienzo a ser materia de tus ruinas.
La lluvia solitaria, los inviernos,
El tenaz día del agua pálidamente llega.
Todo en el cuerpo es un exterminio de jardines.
Como una devoradora uña, como una única
Uña en el centro del alma,
Así desgarra el amor por dentro.
Secreta vida
Oh , dime, dime, cuando la noche
Hace más pálida tu callada sonrisa,
Lo trémulo de la hora,
El pensamiento solitario,
Los vagos ruidos como lluvia
¿Reclinan tu cabeza en el silencio
Por mi olvidado nombre, entonces?
¿Buscas algo como innecesario
Recuerdo, surgen las fechas vagas,
Los semblantes,
Los dulces meses, los ensueños?
Entre la noche que calla
La fuga lánguida de las horas,
Un ruido, un ruido hasta apenas ser
Brisa sobre flor,
Fugitivo amante paso,
Débil sonido, sollozo,
Así calla en mi pecho
Tu blanco nombre, tu nombre amado.
Te pregunto ahora si en el silencio
De las noches, oh, dime, dime,
Llego como tú entre mares vienes del tiempo,
Atravesando calles, salas perdidas en la música
Tras una tempestad de lágrimas antiguas.
Oh forma esbelta del humo
Crepuscular, del cielo azul y la noche cercana.
Oh súbita presencia del olvido,
Oh desvanecida
Imagen del sueño y de la vida.
Te hubiera amado
Te hubiera amado,
Perfil solo, nube gris, nimbo del olvido.
Con el misterio de la mirada,
Bajo la tormenta oscura de las palabras,
En la tristeza o puñal de cada beso,
Hasta la ira y la melancolía,
Te hubiera amado.
Ay, cuerpo que al amor se resiste
No ofreciendo su nocturno abandono a unos labios.
Sobre su piel la luna inútilmente llama,
Llama inútil la noche
Y el sol, inútil llama, lame
Con una lengua sombría sus dos senos.
Te hubiera amado,
Rostro donde el día toma su luz hermosa.
Frío, dolor, nube gris de siempre,
Como un relámpago entre el sueño amanecías
Sonámbula y bella atravesando
Una aurora.
Tarde naval sobre el azul se extiende. En el sueño del horizonte todo se olvida.
Vive tú aún, secreta existencia,
Mía como el deseo que nunca se extingue.
Vive fuerte, relámpago que un día amanecías, Llama ahora de nieve.
Mírame aún, pero recuerda
Que se olvida.
Sin deseo
Al contemplar el día,
Al recordar (esa nube pasa
Ahora como ayer, lejana, con olvido).
Al suspirar, si acaricia, la brisa lenta como mano,
Como labio que roza el aire desfallecido del atardecer.
Si todo lo llena ahora un sol excesivo,
Un fulgor desmedido,
Un resplandor extraño que me abandona
En la llanura, tendida bajo los pies,
Como mano o luz
O esbelta furia encadenada.
En soledad, a solas.
Si al contemplar el día
El reino del olvido silencioso se cumple
En las rosas de sueño pálidas y extintas,
No recordar el campo, la soledad,
La amargura de la tierra
Entre el fatigado verdor tibio
Llamándome.
Así la vida será venir la muerte lentamente.
En invierno
Una tarde de invierno, la luz entre las lentas
Nubes, lívido el aire.
Desnudos los refugios, inmóviles los cuerpos
En el frío.
Así la ciudad que habito.
Y de pronto cae la noche con sus sombras heladas:
Desolación inmensa para un pecho
Que nada comprende.
Hay una desierta palidez en el aire
Translúcido como en una mañana de la infancia.
Recuerdo entonces pensativo
Callar ante la invasora soledad del invierno
Bajo la desesperada ira
Del agua y del relámpago.
Mi cielo, apagado horizonte sin fulgor,
El cielo mío, la obstinación de lo blanco,
El repetido caer de la lluvia sobre la región.
Un paraje que debiera tenderse en agonía,
Que debiera cruzar un ave triste,
Hundirse bajo el anochecer
O que debiera yo
Amar hasta morir u olvidar.
Hoy me pregunto y digo: las aéreas plumas
Oscuras llegaban con su frente morada. Mas ¿cómo
Aquella invasión de grandes nubes
Engendró la soledad de los cuerpos?
Los hombres que conozco, ausentes, sin testigos,
Sus rostros, la delatora presencia del hastío,
Aman únicamente la pesadumbre invernal.
Junto al extendido invierno
Una vez, sonámbulo,
Me perdí frente a un paisaje
De verdes ruinas alrededor de las casas.
La llanura crecía con el silbo del viento,
Perpetua luz tendida, color glacial de lo remoto,
Extensión solitaria como
Un desconocido mar en el atardecer.
Lleno de obstinación sombría quise
Recorrer una ciudad sin hombres hecha para la lluvia.
Las plazas vacías, sin la respiración
Del amor y del dolor.
El verdor creciendo entre la piedra de las calles,
La sollozante palpitación bajo los pasos.
Nada más en el imperio desolador de la blancura.
Sobre los blancos muros abandonados, ni el débil
Peso del aire, ni los reflejos sobre las ventanas.
Sólo un viento cruel de extremo a extremo como un grito.
Una ciudad así para encontrarte, imagen tuya,
Imagen rescatada de un antiguo tiempo secreto,
Sola habitante de una ciudad vencida por la lluvia.
De niño, absorto ante los grandes inviernos
En el balcón adonde llegaban
Las ciudades edificadas por los sueños,
Cuando ya el sol vencía lo denso de la atmósfera,
Entre las bahías de las nubes, ciudades.
En el esplendor de los veranos remotos,
Más allá de los mares y las islas,
Surgida de los países cálidos
O entre las avenidas sepultas en el aire,
Esperaba encontrarte un día,
Viva, con un relámpago de estío en los cabellos.
Mas sólo una noche de lluvia, al cruzar una esquina,
Voz como llanto única y sin término hasta el corazón,
Eco perdido en la calma espectral de mi memoria,
Te hallé, en la ciudad desierta,
Imagen sola, melancólico sueño,
Reflejo aún más hermoso que la vida,
En tu mudez, yerta, esquiva como la sombra.
Tendido en el lecho
El mundo a tus sueños rendido.
La noche, distante aurora de otra tierra,
El mar y su salvaje
Tristeza de animal insomne bajo la luna,
Las olas que avanzan, perseguidas
Como el amor indomable,
Vagan en una vibración errante entre los aires.
Tú sientes en el pecho esas secretas
Reminiscencias puras de la vida,
Lejanas a los brazos
Y en el sueño próximas,
Y próximas más en esta hora,
En el íntimo abrigo de una habitación Como al encuentro furtivo de dos amantes, Lívida ante la sola desnudez deslumbrante.
Tendido de fatiga aquí en el lecho,
De los países extraños amaste
La belleza remota del otoño
el obstinado anochecer en el invierno.
La ternura húmeda del paisaje,
Tus pasos mudos en la ciudad descubierta,
Tus pasos solitarios, el encuentro
De la adorable palidez como fantasma.
Con el movimiento triste de los dedos
No apartes esa música,
No despiertes a la vida:
Estas voces que el oído rozan como alas
Testigos han de ser del sueño a tus recuerdos.
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