Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Federico García Lorca (Poemas del Divan del Tamarit)

Federico García Lorca (Granada, España 1898 - 1936)

Gacelas

Gacela del amor imprevisto

 

Nadie comprendía el perfume

de la oscura magnolia de tu vientre.

Nadie sabía que martirizabas

un colibrí de amor entre los dientes.

 

Mil caballitos persas se dormían

en la plaza con luna de tu frente,

mientras que yo enlazaba cuatro noches

tu cintura, enemiga de la nieve.

 

Entre yeso y jazmines, tu mirada

era un pálido ramo de simientes.

Yo busqué, para darte, por mi pecho

las letras de marfil que dicen siempre,

 

siempre, siempre: jardín de mi agonía,

tu cuerpo fugitivo para siempre,

la sangre de tus venas en mi boca,

tu boca ya sin luz para mi muerte.

 

Gacela de la terrible presencia

Yo quiero que el agua se quede sin cauce,

yo quiero que el viento se quede sin valles.

 

Quiero que la noche se quede sin ojos

y mi corazón sin flor del oro;

 

que los bueyes hablen con las grandes hojas

y que la lombriz se muera de sombra;

 

que brillen los dientes de la calavera

y los amarillos inunden la seda.

 

Puedo ver el duelo de la noche herida

luchando enroscada con el mediodía.

 

Resiste un ocaso de verde veneno

y los arcos rotos donde sufre el tiempo.

 

Pero no ilumines tu limpio desnudo

como un negro cactus abierto en los juncos.

 

Déjame en un ansia de oscuros planetas,

pero no me enseñes tu cintura fresca.

 

Gacela del amor desesperado

La noche no quiere venir

para que tú no vengas,

ni yo pueda ir.

 

Pero yo iré,

aunque un sol de alacranes me coma la sien.

 

Pero tú vendrás

con la lengua quemada por la lluvia de sal.

 

El día no quiere venir

para que tú no vengas,

ni yo pueda ir.

 

Pero yo iré

entregando a los sapos mi mordido clavel.

 

Pero tú vendrás

por las turbias cloacas de la oscuridad.

 

Ni la noche ni el día quieren venir

para que por ti muera

y tú mueras por mí.

Gacela del amor que no se deja ver

Solamente por oír

la campana de la Vela

te puse una corona de verbena.

 

Granada era una luna

ahogada entre las yedras.

 

Solamente por oír

la campana de la Vela

desgarré mi jardín de Cartagena.

 

Granada era una corza

rosa por las veletas.

 

Solamente por oír

la campana de la Vela

me abrasaba en tu cuerpo

sin saber de quién era.

Gacela del niño muerto

Todas las tardes en Granada,

todas las tardes se muere un niño.

Todas las tardes el agua se sienta

a conversar con sus amigos.

 

Los muertos llevan alas de musgo.

El viento nublado y el viento limpio

son dos faisanes que vuelan por las torres

y el día es un muchacho herido.

 

No quedaba en el aire ni una brizna de alondra

cuando yo te encontré por las grutas del

[vino

No quedaba en la tierra ni una miga

de nube cuando te ahogabas por el río.

Un gigante de agua cayó sobre los montes

y el valle fue rodando con perros y con

[lirios.

 

Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis

[manos, era,

muerto en la orilla, un arcángel de frío.

 

Gacela de la raíz amarga

Hay una raíz amarga

y un mundo de mil terrazas.

 

Ni la mano más pequeña

quiebra la puerta del agua.

 

¿Dónde vas, adónde, dónde?

Hay un cielo de mil ventanas

-batalla de abejas lívidas-

hay una raíz amarga.

 

Amarga.

 

Duele en la planta del pie

el interior de la cara,

y duele en el tronco fresco

de noche recién cortada.

 

¡Amor, enemigo mío,

muerde tu raíz amarga!

 

Gacela del recuerdo del amor

 

No te lleves tu recuerdo.

Déjalo solo en mi pecho,

 

temblor de blanco cerezo

en el martirio de enero.

 

Me separa de los muertos

un muro de malos sueños.

 

Doy pena de lirio fresco

para un corazón de yeso.

 

Toda la noche en el huerto

mis ojos, como dos perros.

 

Toda la noche, comiendo

los membrillos de veneno.

 

Algunas veces el viento

es un tulipán de miedo,

 

es un tulipán enfermo,

la madrugada de invierno.

 

Un muro de malos sueños

me separa de los muertos.

 

La niebla cubre en silencio

el valle gris de tu cuerpo.

 

Por el arco del encuentro

la cicuta está creciendo.

Gacela de la muerte oscura

Quiero dormir el sueño de las manzanas

alejarme del tumulto de los cementerios.

Quiero dormir el sueño de aquel niño

que quería cortarse el corazón en alta mar.

 

No quiero que me repitan que los muertos

[no pierden la sangre;

que la boca podrida sigue pidiendo agua.

No quiero enterarme de los martirios que

[da la hierba,

ni de la luna con boca de serpiente

que trabaja antes del amanecer.

 

Quiero dormir un rato,

un rato, un minuto, un siglo;

pero que todos sepan que no he muerto;

que haya un establo de oro en mis labios;

que soy un pequeño amigo del viento Oeste;

que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.

 

Cúbreme por la aurora con un velo,

porque me arrojará puñados de hormigas,

y moja con agua dura mis zapatos

para que resbale la pinza de su alacrán.

 

Porque quiero dormir el sueño de las manzanas para aprender

un llanto que me limpie de tierra;

porque quiero vivir con aquel niño oscuro

que quería cortarse el corazón en alta mar.

 

Gacela del amor maravilloso.

Con todo el yeso

de los malos campos,

eras junco de amor, jazmín mojado.

Con sur y llamas

de los malos cielos,

eres rumor de nieve por mi pecho.

 

Cielos y campos

anudaban cadenas en mis manos.

 

Campos y cielos

azotaban las llagas de mi cuerpo.

Gacela del recuerdo del amor

No te lleves tu recuerdo.

Déjalo solo en mi pecho,

temblor de blanco cerezo

en el martirio de enero.

Me separa de los muertos

un muro de malos sueños.

Doy pena de lirio fresco

para un corazón de yeso.

Toda la noche en el huerto

mis ojos, como dos perros.

Toda la noche, comiendo

los membrillos de veneno.

Algunas veces el viento

es un tulipán de miedo,

es un tulipán enfermo,

la madrugada de invierno.

Un muro de malos sueños

me separa de los muertos.

La niebla cubre en silencio

el valle gris de tu cuerpo.

 

Por el arco del encuentro

la cicuta está creciendo.

Pero deja tu recuerdo

déjalo sólo en mi pecho.

Gacela de la huida

Me he perdido muchas veces por el mar

con el oído lleno de flores recién cortadas,

con la lengua llena de amor y de agonía.

Muchas veces me he perdido por el mar,

como me pierdo en el corazón de algunos

[niños.

No hay noche que, al dar un beso,

no sienta la sonrisa de las gentes sin rostro,

ni hay nadie que, al tocar un recién nacido,

olvide las inmóviles calaveras de caballo.

 

Porque las rosas buscan en la frente

un duro paisaje de hueso

y las manos del hombre

no tienen más sentido

que imitar a las raíces bajo tierra.

 

Como me pierdo en el corazón

de algunos niños,

me he perdido muchas veces por el mar.

Ignorante del agua voy buscando

una suerte de luz que me consuma.

Gacela del mercado matutino

Por el arco de Elvira

quiero verte pasar,

para saber tu nombre

y ponerme a llorar.

¿Qué luna gris de las nueve

te desangró la mejilla?

¿Quién recoge tu semilla

de llamaradas en la nieve?

¿Qué alfiler de cactus breve

asesina tu cristal?

 

Por el arco de Elvira

voy a verte pasar,

para beber tus ojos

y ponerme a llorar.

¡Qué voz para mi castigo

levantas por el mercado!

¡Qué clavel enajenado

en los montones de trigo!

¡Qué lejos estoy contigo,

qué cerca cuando te vas!

 

Por el arco de Elvira

voy a verte pasar,

para sentir tus muslos

y ponerme a llorar.

Gacela del amor con cien años

Suben por la calle

los cuatro galanes,

 

ay, ay, ay, ay.

 

Por la calle abajo

van los tres galanes,

 

ay, ay, ay.

 

Se ciñen el talle

esos dos galanes,

 

ay, ay.

 

¡Cómo vuelve el rostro

un galán y el aire!

 

Ay.

Por los arrayanes

se pasea nadie.

Casidas

Casida del herido por el agua

Quiero bajar al pozo,

quiero subir los muros de Granada,

para mirar el corazón pasado

por el punzón oscuro de las aguas.

El niño herido gemía

con una corona de escarcha.

Estanques, aljibes y fuentes

levantaban al aire sus espadas.

¡Ay, qué furia de amor, qué hiriente filo,

qué nocturno rumor, qué muerte blanca!

¡Qué desiertos de luz iban hundiendo

los arenales de la madrugada!

El niño estaba solo

con la ciudad dormida en la garganta.

Un surtidor que viene de los sueños

lo defiende del hambre de las algas.

El niño y su agonía, frente a frente,

eran dos verdes lluvias enlazadas.

El niño se tendía por la tierra

y su agonía se curvaba.

 

Quiero bajar al pozo,

quiero morir mi muerte a bocanadas,

quiero llenar mi corazón de musgo,

para ver al herido por el agua.

Casida del llanto

He cerrado mi balcón

porque no quiero oír el llanto

pero por detrás de los grises muros

no se oye otra cosa que el llanto.

 

Hay muy pocos ángeles que canten,

hay muy pocos perros que ladren,

mil violines caben en la palma de mi mano.

 

Pero el llanto es un perro inmenso,

el llanto es un ángel inmenso,

el llanto es un violín inmenso,

las lágrimas amordazan al viento,

no se oye otra cosa que el llanto.

Casida de los ramos

Por las arboledas del Tamarit

han venido los perros de plomo

a esperar que se caigan los ramos,

a esperar que se quiebren ellos solos.

 

El Tamarit tiene un manzano

con una manzana de sollozos.

Un ruiseñor apaga los suspiros

y un faisán los ahuyenta por el polvo.

 

Pero los ramos son alegres,

los ramos son como nosotros.

No piensan en la lluvia y se han dormido,

como si fueran árboles, de pronto.

Sentados con el agua en las rodillas

dos valles esperaban al otoño.

La penumbra con paso de elefante

empujaba las ramas y los troncos.

 

Por las arboledas de Tamarit

hay muchos niños de velado rostro

a esperar que se caigan mis ramos,

a esperar que se quiebren ellos solos.

Casida de la mujer tendida

Verte desnuda es recordar la tierra.

La tierra lisa, limpia de caballos.

La tierra sin un junco, forma pura

cerrada al porvenir: confín de plata.

 

Verte desnuda es comprender el ansia

de la lluvia que busca débil talle,

o la fiebre del mar de inmenso rostro

sin encontrar la luz de su mejilla.

 

La sangre sonará por las alcobas

y vendrá con espada fulgurante,

pero tú no sabrás dónde se ocultan

el corazón de sapo o la violeta.

 

Tu vientre es una lucha de raíces,

tus labios son un alba sin contorno,

bajo las rosas tibias de la cama

los muertos gimen esperando turno.

Casida del sueño al aire libre

Flor de jazmín y toro degollado.

Pavimento infinito. Mapa. Sala. Arpa. Alba.

La niña finge un toro de jazmines

y el toro es un sangriento crepúsculo que

[brama.

 

Si el cielo fuera un niño pequeñito,

los jazmines tendrían mitad de noche

[oscura,

y el toro circo azul sin lidiadores

y un corazón al pie de una columna.

 

Pero el cielo es un elefante

y el jazmín es un agua sin sangre

y la niña es un ramo nocturno

por el inmenso pavimento oscuro.

Entre el jazmín y el toro

o garfios de marfil o gente dormida.

En el jazmín un elefante y nubes

y en el toro el esqueleto de la niña.

Casida de la mano imposible

Yo no quiero más que una mano,

una mano herida, si es posible.

Yo no quiero más que una mano,

aunque pase mil noches sin lecho.

 

Sería un pálido lirio de cal,

sería una paloma amarrada a mi corazón,

sería el guardián que en la noche de mi tránsito

prohibiera en absoluto la entrada a la luna.

 

Yo no quiero más que esa mano

para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía

Yo no quiero más que esa mano

para tener un ala de mi muerte.

 

Lo demás todo pasa.

Rubor sin nombre ya, astro perpetuo.

Lo demás es lo otro; viento triste,

mientras las hojas huyen en bandadas.

Casida de la rosa

La rosa

no buscaba la aurora:

casi eterna en su ramo,

buscaba otra cosa.

 

La rosa,

no buscaba ni ciencia ni sombra:

confín de carne y sueño,

buscaba otra cosa.

 

La rosa,

no buscaba la rosa.

Inmóvil por el cielo

buscaba otra cosa.

Casida de la muchacha dorada

La muchacha dorada

se bañaba en el agua

y el agua se doraba.

Las algas y las ramas

en sombra la asombraban

y el ruiseñor cantaba

por la muchacha blanca.

Vino la noche clara,

turbia de plata mala,

con peladas montañas,

bajo la brisa parda.

La muchacha mojada

era blanca en el agua

y el agua, llamarada.

Vino el alba sin mancha

con mil caras de vaca,

yerta y amortajada

con heladas guirnaldas.

La muchacha de lágrimas

se bañaba entre llamas,

y el ruiseñor lloraba

con las alas quemadas.

La muchacha dorada

era una blanca garza

y el agua la doraba.

Casida de las palomas oscuras

Por las ramas del laurel

van dos palomas oscuras.

La una era el sol,

la otra la luna.

"Vecinitas", les dije,

"¿dónde está mi sepultura?"

"En mi cola", dijo el sol.

"En mi garganta", dijo la luna.

Y yo que estaba caminando

con la tierra por la cintura

vi dos águilas de nieve

y una muchacha desnuda.

La una era la otra

y la muchacha era ninguna.

"Aguilitas", les dije,

"¿dónde está mi sepultura?"

"En mi cola", dijo el sol.

"En mi garganta", dijo la luna.

 

Por las ramas del laurel

vi dos palomas desnudas.

La una era la otra

y las dos eran ninguna.

 

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”