Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Poemas de "Falsas Maniobras" de Rafael Cadenas

 

 

Rafael Cadenas (Venezuela, 1931)

POEMAS DE FALSAS MANIOBRAS

de

RAFAEL CADENAS

 

Hace algún tiempo solía dividirme en innumerables personas. Fui sucesivamente, y sin que una cosa estorbara a la otra, santo, viajero, equilibrista.

Para complacer a los otros y a mí, he conservado una imagen doble. He estado aquí y en otros lugares. He criado espectros enfermizos.

Cada vez que tenía un momento de reposo, me asaltaban las imágenes de mis transformaciones, llevándome al aislamiento. La multiplicidad se lanzaba contra mí. Yo la conjuraba.

Era el desfile de los habitantes desunidos, las sombras de ninguna región.

Ocurría al final que las cosas no eran lo que yo había creído.

Sobre todo, me ha faltado entre los fantasmas aquel que camina sin yo verlo.

Tal vez el secreto de lo apacible esté allí, entre líneas, como un resplandor innominado, y mi soberbia injustificada ceda el paso a una gran paz, una alegría sobria, una rectitud inmediata.

Hasta entonces.

 

Pasatiempo

 

Por la mañana exploro las paredes de mi cuarto en busca de nuevos agujeros.

Pongo en ellos cartón piedra, jirones de ropa inservible, trozos de periódicos.

Encima les pego pequeñas tarjetas con vehementes recados.

Son exhortaciones anotadas apresuradamente en letras gruesas.

 

El monstruo

 

El hombre sin piel se levanta tarde, evita los comunes tropiezos, rehúye toda relación.

Cualquier rozamiento, que en nosotros no pasa de producir cierta sensación de pérdida, a él se le puede transformar en un desarreglo prolongado. No es un hombre de una pieza sino una máquina al desnudo con todos sus engranajes, mecanismos, trucos descubiertos.

Como las sensaciones no le llegan atemperadas sino de lleno se puede decir concisamente que vive a boca de jarro.

Sin métodos, sin rodeos, sin etapas, tal como vienen las recibe.

Lo que él entrega también se produce así, sin más intermediario que el aire.

Ni siquiera el lenguaje mitigador, que desarma, que embota, que oculta, quitando poder a las cosas, le sirve para nada porque vive en significados.

No usa amortiguadores: habita en ondas drásticas que a nosotros nos parecerían devastadoras.

Sin embargo, este hombre incompleto puede servir y ha servido de medida probable para calibrar cualquier normalidad, someterla a juicio y decidir si es suficientemente cruel, como para admitirla, aunque los fallos pecan de exigentes.

 

Sin él darse cuenta suele enredarse, sufre malentendidos hasta jocosos, es víctima de equívocos en situaciones corrientes.

Este hombre complica, complica.

Si se le entrega un pequeño laberinto, un laberinto de juguete con pocas vueltas, con un número razonable de trampas, con sorpresas a las que sea fácil adelantarse, en pocos días lo convierte en un enrevesado órgano de tortura.

Nadie se explica cómo pudo vivir, crecer y desarrollarse, pero que existe es un hecho cumplido.

¡Si hasta crea problemas!

(Uno de ellos es el de revelar los horrores del sitio donde vive, mostrando las marcas que le deja.)

En suma, se mantiene, hace lo que todo el mundo aunque parezca un milagro y hasta hay ocasiones en que luce más resistente, menos ambiguo, más recto que nosotros los hombres rematados.

Acostumbra lamentarse, pero se ignora el momento en que le da por ahí. Así como tampoco se conoce el día en que siente más el tormento.

Él sabe que este hábito maligno vuelve más penosa su deficiencia.

Los hombres completos no advierten a la primera mirada su déficit. Muchas veces les lleva días descubrirlo, pero una especie de irresolución del desollado los pone en la pista. De pronto notan que es desusadamente sensible. Comienzan a llamarlo poeta, aunque está lejos de eso, pues es sólo un hombre desabrigado. La confusión podría continuar, pero como él no hace ninguna demostración, gritan: “Fraude. Ni siquiera habla”. Un día se le pesca, es descubierto, queda desenmascarado. “No es tal artista, anuncian, simplemente le falta algo. Tomamos por arte una simple falla biológica. Es un impostor; se impone un desagravio a los verdaderos creadores.” Entonces lo arrojan a un pozo, al pozo en que siempre ha estado, donde es de esperar que pueda, ya que no criar piel, educar una costra que haga sus veces.

 

Se puede decir que así como carece de piel tampoco tiene moral, o que ésta es sumamente laxa, sustituible, vacante. La reemplaza con una especie de vaguedad que le sirve malamente de soporte.

Es que no puede permitirse, no puede darse el lujo de tener moral. Si su filosofía es frágil, su memoria es fuerte. En sus pliegues complicados los hechos se estancan. A este hombre no le está permitido olvidar.

Periodos hay en que toma su falla por signo de distinción. Cuando alguien no se la advierte, él se apresura a señalarla con alguna frase primitiva.

No deja pasar mucho tiempo sin aludir a esta marca de nacimiento.

 

Si se le reprocha su falta de agresividad, el casi hombre no encuentra una explicación satisfactoria. La ira, la ira compacta es en él fatalmente un asunto interno.

 

Sin embargo, tiene compensaciones. El malestar de la infranqueable separación, la molestia de mantenerse “en forma”, los inconvenientes que proceden de tener un nombre, las ambiciones jerárquicas, la defensa del orden, son problemas que le tienen sin cuidado.

 

Por exceso de cautela y de perplejidad, sin saberlo o adrede, es un ser desalmado que oscila entre cálculos falaces e imprevisiones esmeradas. Su falta de veracidad es un escollo que no puede vencer.

Vivir textualmente, conforme al curso de las cosas, está fuera de su alcance.

Le gusta hacerse el duro. Como en su caso el sufrimiento no es una mala costumbre sino una rutina, ya no le llama mucho la atención, y es poco dado a hablar de eso.

Este hombre inconcluso se desenvuelve con cierta soltura. Resulta difícil reconocerlo a simple vista.

Es conmovedoramente común.

Le falta la piel, la piel adiestrada, la piel enseñada en los duros textos, lo que le da una cualidad ilímite, pero lo hace fácilmente expugnable.

Aunque tiene acceso a lugares donde sólo se llega desguarnecido, es fácil presa de todas las invasiones, está hecho para recibir de frente la inseguridad, y tiende a lacerarse más de lo que acepta la poesía.

 

Combate

 

Estoy frente a mi adversario.

Lo miro, cuento la distancia entre él y yo, doy un salto. Con mi mano abierta a modo de sable lo cruzo, lo corto, lo derribo, rápidamente. Veo su traje en el suelo, las manchas de sangre, la huella de las caídas; él no está por ninguna parte y yo me desespero.

 

Mi pequeño gimnasio

 

Consta de una almohadilla que golpeo con acompañamiento musical.

Un saco de arena donde descargo todo el peso de la calle.

Una esterilla para hacer contorsiones que producen olvido.

Un hueco en triángulo donde me oculto para no ver.

Una cuerda donde me castigo por toda la prudencia del día.

Un artefacto en forma de O en el que me doblo para evitar los reclamos de mi conciencia.

Una barra horizontal sobre la cual me río de mis intenciones.

Una tabla donde doy golpes innecesarios que podrían estar mejor dirigidos.

Un pequeño extensor de idiota que me estira por todos los frutos que no tomé, los actos que no hice, las palabras que no me atreví a decir.

Una soga donde extorsiono mi brazo derecho por todas mis indecisiones, olvidos, cambios.

El resto lo compone el ajuar ordinario de todo deportista. Los ejercicios son efectuados en la oscuridad. Por vergüenza no admito espectadores. (El descontento sordo, por otra parte, ahogaría al que osara entrar.)

Soy de todas maneras un aprendiz. No he podido alcanzar mis rodillas con la frente, todavía me es imposible arquearme hacia atrás hasta tocar el suelo, tampoco logro pararme sobre las manos.

Algunas veces el exceso de pesadez me vuelve ridículo. (Me recuerdo en lamentables posiciones y siento dolor.) A pesar de mis esfuerzos sigo siendo carnal, rudo, indisciplinado.

En el fondo los ejercicios están enderezados a hacer de mí un hombre racional, que viva con precisión y burle los laberintos. En clave, persiguen mi transformación en Hombre Número Tal. Llanamente y en mi intimidad, espero con ellos dejar de ser absurdo.

 

Certamen

 

En una ciudad instalada sobre la prisa fue condenado por incurrir en retraso.

Aunque trató de acelerar para obtener un indulto, pronto se dio cuenta de su absoluta ineptitud para competir.

Salía disparado como se le indicaba, pero siempre terminó deteniéndose a ver pasar a los otros.

Si apretaba el paso para alcanzarlos, ya ellos estaban sumidos en la apatía de una nueva prisa, enredados en sus caballos de fuerza.

Los que iban a gran velocidad lo apremiaban desde sus propias inmovilidades.

Cuando creía aparejarse los otros estaban de regreso al punto de partida, de donde no habían salido.

Entonces volvía burlado a su marcha, a su rapidez inocente.

(Yo lo he visto vagar por ferias de oxígeno, en fuertes atascos.)

Cansado de sus esfuerzos por igualar a los héroes del circuito, decidió situarse en un punto inmóvil donde se le puede ver de brazos cruzados, mirando la carrera y bostezando.

En realidad ni él ni ellos se mueven. Sólo se desplazan en el interior de un sueño para evitar que el silencio les hable.

Ellos siguen llegando a la raya con sus jadeos, sus marcas, sus disfraces, dormidos, orgullosos de sus progresos, tranquilizados, pues la velocidad se parece a la quietud, y él los mira con desprecio, vergüenza y envidia.

 

Imago

 

Cuando un rostro se vuelve amenazante, lo desdibujo pacientemente.

Empiezo por sus líneas, después me dedico a las sombras y dejo para el final sus sutiles celadas. Sólo trato de desarmar la figura.

Hay que impedir que mire desde su centro dinámico, quitarle ese halo de imán que desquicia, volverlo una mancha.

De noche practico esta cautela. Me acerco al rostro, recuerdo todos los incidentes, tomo un trapo húmedo, ordinario, maligno con el que deshago suavemente el dibujo.

Cuando el cielo vuelve a ser blanco ya no queda nada.

En realidad no destruyo el rostro; lo suavizo y me pliego. Aprendo a convivir con él.

Es el recurso basto de quien exagera todas las líneas.

No es un trabajo fácil. Requiere un gran desasimiento. El apego, el apego es el enemigo. Con sus gomas alocadas da qué hacer. Produce anexiones, pueriles violencias, enrarecimientos del aire.

Uso un procedimiento rudimentario, el que está a mi alcance, pues soy tosco.

Tuve que idear este método, extraño a mi ser, en una difícil época. Fue al término de una crisis.

Acababa de dejar la cáscara. La imaginación se había agotado. Sólo quedaban los objetos, los firmes objetos.

 

Aprendiz de cónyuge

 

Mi primera mujer notó que su esposo no regresaría a ella de un viaje, emprendido con desgana. Me estuvo llamando muchos días desde un acantilado. La segunda un día no pudo encontrarlo aunque me buscó entre las ropas, los estantes, los baúles, las embarcaciones, los celajes, los patios, las camas (yo sentía que era mirado en todos esos sitios) y se consoló poniendo canciones en un fonógrafo. Mi tercera mujer tuvo más suerte, pues se quedó con el cuerpo de su esposo mucho tiempo después de su caída, o iluminación, ya no recuerdo. La cuarta nunca tuvo el cuerpo ni el espíritu de este cónyuge obstinado. No lo conoció. Tales inconstancias, o jugadas de la suerte, animaron de un modo tan cruel la juventud de estas mujeres y de sus maridos que aún hablan de todo ello con encanto. Después hubo otras desposadas, pero menos firmes. Cada uno de sus consortes se le deshacía, no bien se habían prometido fundar un hogar. Lo curioso es que ellas son más o menos felices (quiero decir que han hecho sus arreglos), pero el esposo de todas vive perturbado por sus propias desapariciones, en constante estado de alarma, atisbando.

 

Old Kingdom

 

Entre sus memorias más preciadas, figura su paso por Boca de Serpiente.

¡Él ha conocido cielos salvajes! Su mirada sigue el vuelo de aves playeras.

 

Reino de pantanos.

Ventanales por donde entra la creación.

Casa de madera donde dos mujeres se insultan por un hombre.

 

Toda la inercia de la noche se reúne a sus pies, y nada le seduce ese amarillo del amanecer que escala por las paredes, hasta sus ojos.

 

Bungalow

 

Paisaje que me resguarda de un olvido necesario.

Palmeras, acacias, sauces a pico.

Sol que hace cantar los techos.

 

Recuerdo que nunca estuve más unido: más próximo a mí. Rostro duro de mi amante. Dibujo guardado.

 

Después, sólo admití situaciones; apenas he inventado trampas para huir.

 

Beloved country

 

Cuánto tuyo no se desenvuelve como música perdida en mí.

País al que regreso cada vez que me he empobrecido.

Sello, fasto, bóveda de los cofres.

 

Nunca me has negado tu leche de virgen.

 

Mi reflujo, mi fuente secreta, mi anverso real.

 

Ignoro el alcance de tu olor de especia, pero sé que has estado en todos mis puntos de partida, envolviéndome, Oriente solícito, como una ceremonia.

 

País a donde van las líneas de mi mano, lugar donde soy otro, mi anillo de bodas. Seguramente estás cerca del centro.

 

Desolado

 

De tanto imaginarte, sonreírte, esperarte, me canso. Te veo y pregunto ¿eres tú?

Respiro tu llegada; ya sin creer.

 

No me pidas explicaciones.

No me quites la idea que tengo, tan vaga.

No me pruebes, por favor, en terreno firme (me harías a un lado).

 

Algunas veces de ti no queda nada, una pequeña lámina.

Si llegas, te aproximas, te parece bien, sencillamente será otra cosa, otra cosa, cosa de delirio.

Tendrás magnitud y calor.

 

Eres el otro lado del botín.

¿Comprendes?

 

Nombres

 

Te llamas hoja húmeda, noche de apartamento solo, vicisitud, campana, tersura y lascivia, ingenuidad, lisura de la piel, luna llena, crisis

oh mi cueva, mi anillo de Saturno, mi loto de mil pétalos

Éufrates y Tigris, erizo de mar, guirnalda, Jano, vasija, tórtola, S. y trébol

ovípara

uva, vellocino y petrificación

podrías llamarte…

pero tu nombres es

lecho, lavamanos, dentífrico, café, primer cigarrillo,

luego sol de taxis, acacia, también te llamas acacia y six pi emem— o half past six o seven,

cerveza y Shakespeare

y vuelves a llamarte hoja húmeda, noche de apartamento solo

día tras día,

sí, tienes tantos nombres

y no te puedo llamar

todo tan absurdo como esas mañanas sin amor que el espejo de los baños recoge y protege

todo tan desoladamente inabordable

todo tan causa perdida

 

Frente al tiempo

 

 

Eres tú el amor antiguo.

 

(Por buscarte, me recogí, dejé, suprimí, me abstuve, aplacé.

Guárdate de la esperanza.)

Amor, detenido en el aire como una mano por otra mano.

 

Una mañana descubierta, pero perdida

—cae su luz donde los labios no están preparados.

 

Auge fantasma,

A ningún ave deslumbra este brillo.

 

Los rayos de tu beso obligo a devolverse.

 

Los dos inútiles

 

El que he sido gesticula para que lo reciba en este instante.

Abandonado, casi irreconocible, cedido a una voracidad, lucha por reconquistar el terreno perdido.

He decidido dejarlo fuera con una palabra tajante.

Me limito a esperar en silencio al que vendrá.

Al que he buscado con un hachón en la casa sin construir.

Al que apenas oí cuchichear una mañana en el dormitorio.

Al que más se alimenta con la sangre del momento.

Colmo oscuro, extremo de monólogo, mórbido visitante.

Mi perturbador puntual, siempre frente a mí con su enjambre de reticencias, huyéndome en susurros.

Mi magna pérdida.

 

Reconocimiento

 

Me veo frente a este paisaje parecido al que protejo.

No soy el mismo. Debo comprenderlo de una vez.

He de encajar en mi molde.

 

He acechado la aceptación súbita de mi realidad.

 

Despedí la poesía que se cuelga de los brazos.

Incendié los testimonios falaces.

Adopté la forma directa.

 

Una convergencia prospera en mí.

 

Abandono mi caminar intrincado. Me dilato en vastedades blancas. Sirvo en silencio a un solo rey.

 

Con huesos de ave violento los espacios cerrados.

 

He sentido ráfagas de otra región sin culpa.

 

Me hago a la lentitud, al gesto consciente, al rumor del desierto.

 

Vacío

 

Amanezco liviano, como salido de los fregaderos.

Esta mañana el despertador llamó a una pluma.

Ese peso que crece sin uno darse cuenta ya no está.

Solamente llevo lo que me he quitado.

Soy un hueco florido.

Las cargas vacilantes al fin cayeron.

Mi cuerpo ha sido bañado, eximido de sus lastres, devuelto a su dueño ausente.

 

Limpios los dos como un desierto.

 

Máquina lavada, seca, respuesta. Un arreglo necesario.

 

Mirar

 

Veo otra ruta, la ruta del instante, la ruta de la atención, despierta, incisiva, ¡sagitaria!, pico de víscera, diamante extremo, halcón, ruta relámpago, ruta de mil ojos, ruta de magnificencia, ruta de línea que va al sol, reflejo del rayo vigilancia, del rayo ahora, del rayo esto, ruta real con su legión de frutos vivos cuyo remate es ese lugar en todas partes y ninguna

 

Satori

 

Boguemos.

 

Hay trirremes, nubes de insectos, una playa con un loro, cerca.

El tesoro no nos aguarda.

Ha de ser en este instante.

Ya.

Relámpago.

 

Boguemos.

 

Bajo cualquier conjunción, doblados sobre la borda o dormidos.

De repente un día ¡el día!

Un viraje, un golpe seco, un lamido de brillante ola nos lanza

a donde es.

 

Boguemos.

 

¿Llegamos o no llegamos?

Olores, olores de tierra escondida, pintura fresca, tuétano.

Un impulso más

¡Up, up!

 

Boguemos.

 

¿Dónde está la botella, la botella con el mensaje?

Ahí, ahí va.

Atracar ahora, amarrar ahora.

En cualquier punto (pero que sea un punto).

Una orilla inventada.

Una gran oreja.

 

Fracaso

 

Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.

 

Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.

 

Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los triunfos.

Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme.

Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas.

Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo.

De puro amor por mí has manejado el vacío que tantas noches me ha hecho hablar afiebrado a una ausente.

Por protegerme cediste el paso a otros, has hecho que una mujer prefiera a alguien más resuelto, me desplazaste de oficios suicidas.

 

Tú siempre has venido al quite.

 

Sí, tu cuerpo llagado, escupido, odioso, me ha recibido en mi más pura forma para entregarme a la nitidez del desierto.

Por locura te maldije, te he maltratado, blasfemé contra ti.

 

Tú no existes.

Has sido inventado por la delirante soberbia.

¡Cuánto te debo!

Me levantaste a un nuevo rango limpiándome con una esponja áspera, lanzándome a mi verdadero campo de batalla, cediéndome las armas que el triunfo abandona.

Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja.

Por ti yo no conozco la angustia de representar un papel, mantenerme a la fuerza en un escalón, trepar con esfuerzos propios, reñir por jerarquías, inflarme hasta reventar.

Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.

Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejado ser. Por no darme otra vida. Por haberme ceñido.

 

Me has brindado sólo desnudez.

 

Cierto que me enseñaste con dureza ¡y tú mismo traías el cauterio!, pero también me diste la alegría de no temerte.

 

Gracias por quitarme espesor a cambio de una letra gruesa.

Gracias a ti que me has privado de hinchazones.

Gracias por la riqueza a que me has obligado.

Gracias por construir con barro mi morada.

Gracias por apartarme.

Gracias.

 

Rutina

 

Me fustigo.

Me abro la carne.

Me exhibo sobre un escenario.

Allí no ofrezco el número decisivo.

Devorarme ¡mi gran milicia!, pero soy también un armador tenaz.

Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje.

Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas.

A golpes junto las piezas.

Siempre regreso a mi tamaño natural.

Me deshago, me suprimo, displicente, me borro de un plumazo y vuelvo a montar, montar al carafresca.

(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, sino de devolverle a alguien las proporciones.)

Planto mi casa en medio de la locuacidad.

Me reconstruyo con un plano inefable.

Calma. Ya está. Entro a la horma.

 

 

El que es

 

Si alguien me toca, sólo me toca a mí, a ese mí orgulloso, ese mí que no deja franquear su claustro, y no a ese otro alguien, informe, vasto, neutro, que hace gestiones en la oscuridad.

Herirás al que puedes herir, al que no importa defender, al que no es nada.

No lastimarás a nadie, lastimarás a ese nadie que me cierra el paso.

No temas. Sufre mi guardián. El que debe desprenderse como fruto que he cultivado, usé y abandono.

El otro, oscuro, humilde y quieto, no necesita protección.

No será tocado ni herido. Ni padece ni se queja.

No será destruido.

 

En última instancia no eres indispensable.

Bajel mío tan azotado, ¿me lanzarás a esa playa un día, un día cualquiera, un día impensado pero tembloroso como un pájaro mosca?

 

Dame la clave, la clave orgánica, fogosa, primaria.

 

Aplacado como un reflejo, llegaré a ese filo.

 

1965

 

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”