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Francisco de Asís Fernández (Nicaragua, 1945) |
Nadie es mi alma
y está estropeada por la virtud.
Me metí en una novela equivocada
y quise cosas que no eran para mí.
Me vi en el espejo cuando mi rostro perdió el sentido
y miré el sentido cuando mi rostro perdió el espejo.
Me siento viejo y estafado
por las rosas inquietas de mis pensamientos.
Ya tengo el veneno de la vejez
y el rostro me lo veo cenizo, inexplicable y misterioso.
Hubo una tormenta en la tierra y hay un olor fresco en el cielo
y solo mis pensamientos arañan y torturan a las mariposas.
¿Lo que deseamos es lo que debemos ser?
¿Lo que debemos ser es lo que somos?
La vida es un lecho de rosas sangre.
Total: la poesía que viví no me hizo escalar el Kilimanjaro
ni me arrojó a los lugares secretos del mundo.
Me perdí a mí
y quiero perder la religión
que ve los atardeceres con los ojos cerrados.
Realmente Dios trabaja de manera misteriosa y hace maravillas:
te oculta todo o te revela todo frente a tus ojos:
aquí, los humanos se transforman en animales,
allá, ves que entre el hombre y el tigre vive el dragón,
allí, en medio de la noche, entre brumas y misterios,
nos acariciamos como lo hacen los caballos y las yeguas:
topándonos con las cabezas y mordiéndonos el cuello,
acullá, nos deshacemos de las mosquitas muertas
que hablan de cuerpos desnudos con palabras vestidas
porque queremos pezones púrpuras y sexo ardiente y sucio,
aquí, me rebelo cuando el matrimonio domestica lo salvaje,
y allá , por fin, nos damos cuenta que el corazón es sencillo
y que repararlo es lo complicado.
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