Beira Lisboa (Venezuela, 1982)
Beira Lisboa
El peine del tiempo
Años, cabellos, peines.
Aún conservo el primero: delgado, gris y con cerdas flexibles. Me lo regaló Facundo en nuestro primer aniversario. Le gustaba verme el cabello largo, ordenado y lacio.
A veces recuerdo a mamá jugando con mis rizos; buscaba tesoros escondidos y viejos piratas en él. Luego yo me convertía en una leona y la amenazaba con comérmela, entonces ella se tiraba en el piso e imploraba piedad. Al rato, dormíamos entre risas.
Cuando me casé todo cambió. La estupidez quedó enterrada junto a mi madre, como decía Facundo.
Cada día compraba un peine diferente en busca de efectividad. Tenía de todos los colores y tamaños. En la tienda me conocían. Solo pasaba a recogerlos.
Cuatro de la mañana. Sonaba el reloj.
A las cinco Facundo despertaba. Con la práctica una hora era suficiente para bañarme, maquillarme y, con detalle, peinarme el cabello. Preparaba el desayuno y lo despertaba con un beso cálido. Él estiraba su cuerpo, murmuraba frases que nunca alcancé a entender, daba media vuelta y seguía durmiendo. Al rato se sentaba y pedía el desayuno.
Llegó nuestro décimo aniversario.
Tres de la mañana. A las cinco despertaría Facundo. En dos horas estaría lista para él. En cuatro horas él estaría listo para mí.
Me bañé, me puse maquillaje y peiné con detalle el cabello. En minutos el desayuno estaba, completamente, listo.
Lo desperté con un beso tibio. Se estiró, murmuraba, dio media vuelta, continuó durmiendo. Se sentó y pidió el desayuno.
Siete de la mañana. Llegó la ambulancia.
Día siguiente; cuatro de la mañana. Me levanté, tomé diez peines al azar y, lentamente, los deslicé por su cabello.
Murmuré una frase, cerré la urna y pedí el desayuno.
©Beira Lisboa
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