Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Alfonsina Storni. Selección Poética

 

 

 

Alfonsina Storni (Suiza, 1892 - Argentina, 1938)


ALFONSINA STORNI

Selección Poética  
 

Al oído ... 

  

Si quieres besarme.....besa 

-yo comparto tus antojos-. 

Mas no hagas mi boca presa. 

bésame quedo en los ojos. 

No me hables de los hechizos 

de tus besos en el cuello... 

están celosos mis rizos, 

acaríciame el cabello. 

Para tu mimo oportuno, 

si tus ojos son palabras, 

me darán, uno por uno, 

los pensamientos que labras. 

Pon tu mano entre las mías... 

temblarán como un canario 

y oiremos las sinfonías 

de algún amor milenario. 

Esta es una noche muerta 

bajo la techumbre astral. 

Está callada la huerta 

como en un sueño letal. 

Tiene un matiz de alabastro 

y un misterio de pagoda. 

¡Mira la luz de aquel astro! 

¡la tengo en el alma toda! 

Silencio...silencio...¡calla!  

Hasta el agua corre apenas, 

bajo su verde pantalla 

se aquieta casi la arena... 

¡Oh! ¡qué perfume tan fino! 

¡No beses mis labios rojos! 

En la noche de platino 

bésame quedo en los ojos... 

  

Alma desnuda  

  

Soy un alma desnuda en estos versos, 

Alma desnuda que angustiada y sola 

Va dejando sus pétalos dispersos. 

  

Alma que puede ser una amapola, 

Que puede ser un lirio, una violeta, 

Un peñasco, una selva y una ola. 

  

Alma que como el viento vaga inquieta 

Y ruge cuando está sobre los mares, 

Y duerme dulcemente en una grieta. 

  

Alma que adora sobre sus altares, 

Dioses que no se bajan a cegarla; 

Alma que no conoce valladares. 

  

Alma que fuera fácil dominarla 

Con sólo un corazón que se partiera 

Para en su sangre cálida regarla. 

  

Alma que cuando está en la primavera 

Dice al invierno que demora: vuelve, 

Caiga tu nieve sobre la pradera. 

  

Alma que cuando nieva se disuelve 

En tristezas, clamando por las rosas 

Con que la primavera nos envuelve. 

  

Alma que a ratos suelta mariposas 

A campo abierto, sin fijar distancia, 

Y les dice libad sobre las cosas. 

  

Alma que ha de morir de una fragancia, 

De un suspiro, de un verso en que se ruega, 

Sin perder, a poderlo, su elegancia. 

  

Alma que nada sabe y todo niega 

Y negando lo bueno el bien propicia 

Porque es negando como más se entrega, 

  

Alma que suele haber como delicia 

Palpar las almas, despreciar la huella, 

Y sentir en la mano una caricia. 

Alma que siempre disconforme de ella, 

Como los vientos vaga, corre y gira; 

Alma que sangra y sin cesar delira 

Por ser el buque en marcha de la estrella. 

 

Así 

 

Hice el libro así: 

Gimiendo, llorando, soñando, ay de mí. 

  

Mariposa triste, leona cruel, 

Di luces y sombra todo en una vez. 

Cuando fui leona nunca recordé 

Cómo pude un día mariposa ser. 

Cuando mariposa jamás me pensé 

Que pudiera un día zarpar o morder. 

  

Encogida a ratos y a saltos después 

Sangraron mi vida y a sangre maté. 

Sé que, ya paloma, pesado ciprés. 

O mata florida, lloré y más lloré. 

Ya probando sales, ya probando miel, 

Los ojos lloraron a más no poder. 

Da entonces lo mismo, que lo he visto bien, 

Ser rosa o espina, ser néctar o hiel. 

  

Así voy a curvas con mi mala sed 

Podando jardines de todo jaez. 

 

¡Ay! 

 

Seré en tus manos una copa fina 

pronta a sonar cuando vibrarla quieras... 

Destilarán en ella primaveras, 

reflejará la luz que te ilumina. 

  

Seré en tus manos una copa fina. 

Habrás en ella una bebida suave, 

nunca más dulce, pues piedad le dona; 

licor que no hace mal y el mal perdona, 

dulce licor que de las cosas sabe... 

  

Habrás en ella una bebida suave. 

Un día oscuro, entre tus dedos largos 

será oprimido su cristal fulgente 

y caerá en pedazos buenamente 

la fina copa que te dio letargos; 

¡un día oscuro, entre tus dedos largos! 

  

Cristal informe sobre el duro suelo 

no ha de ser turbio porque está quebrado: 

reflejará la beatitud del cielo; 

pobre cristal sobre tus pies tirado; 

cristal informe sobre el duro suelo. 

Daño tan grande Dios te lo perdone: 

manos benditas las que así lo quiebren,  

rosas y lirios para nunca enhebren, 

dulzura eterna su impiedad le abone. 

Daño tan grande Dios te lo perdone... 

 

¡Aymé! 

 

Y sabías amar, y eras prudente, 

y era la primavera y eras bueno, 

y estaba el cielo azul, resplandeciente. 

  

Y besabas mis manos con dulzura, 

y mirabas mis ojos con tus ojos, 

que mordían a veces de amargura. 

  

Y yo pasaba como el mismo hielo... 

Yo pasaba sin ver en dónde estaba 

ni el cruel infierno ni el amable cielo. 

  

Yo no sentía nada... En el vacío 

vagaba con el alma condenada 

a mi dolor satánico y sombrío. 

  

Y te dejé marchar calladamente, 

a ti, que amar sabías y eras bueno, 

y eras dulce, magnánimo y prudente. 

  

Toda palabra en ruego te fue poca, 

pero el dolor cerraba mis oídos... 

Ah, estaba el alma como dura roca. 

 

Aspecto 

 

Vivo dentro de cuatro paredes matemáticas 

alineadas a metro. Me rodean apáticas 

almillas que no saben ni un ápice siquiera 

de esta fiebre azulada que nutre mi quimera. 

  

Uso una piel postiza que me la rayo en gris. 

Cuervo que bajo el ala guarda una flor de lis. 

Me causa cierta risa mi pico fiero y torvo 

que yo misma me creo pura farsa y estorbo. 

 

Buenos Aires 

 

Buenos Aires es un hombre 

Que tiene grandes las piernas, 

Grandes los pies y las manos 

Y pequeña la cabeza. 

  

(Gigante que está sentado 

Con un río a su derecha, 

Los pies monstruosos movibles 

Y la mirada en pereza.) 

  

En sus dos ojos, mosaicos 

De colores, se reflejan 

Las cúpulas y las luces 

De ciudades europeas. 

  

Bajo sus pies, todavía 

Están calientes las huellas 

De los viejos querandíes 

De boleadoras y flechas. 

  

Por eso cuando los nervios 

Se le ponen en tormenta 

Siente que los muertos indios 

Se le suben por las piernas. 

  

Choca este soplo que sube 

Por sus pies, desde la tierra, 

Con el mosaico europeo 

Que en los grandes ojos lleva. 

  

Entonces sus duras manos 

Se crispan, vacilan, tiemblan, 

¡A igual distancia tendidas 

De los pies y la cabeza! 

  

Sorda esta lucha por dentro 

Le está restando sus fuerzas, 

Por eso sus ojos miran 

Todavía con pereza. 

  

Pero tras ellos, velados, 

Rasguña la inteligencia 

Y ya se le agranda el cráneo 

Pujando de adentro afuera. 

  

Como de mujer encinta 

No fíes en la indolencia 

De este hombre que está sentado 

Con el Plata a su derecha. 

  

Mira que tiene en la boca 

Una sonrisa traviesa,  

Y abarca en dos golpes de ojo 

Toda la costa de América. 

  

Ponle muy cerca el oído: 

Golpeando están sus arterias: 

¡Ay, si algún día le crece 

Como los pies, la cabeza! 

 

Calle 

 

Un callejón abierto 

entre altos paredones grises. 

A cada momento 

la boca oscura de las puertas, 

los tubos de los zaguanes, 

trampas conductoras 

a las catacumbas humanas. 

¿No hay un calosfrío 

en los zaguanes? 

¿Un poco de terror 

en la blancura ascendente 

de una escalera? 

Paso con premura. 

Todo ojo que me mira 

me multiplica y dispersa. 

Un bosque de piernas, 

un torbellino de círculos 

rodantes, 

una nube de gritos y ruidos, 

me separan la cabeza del tronco, 

las manos de los brazos, 

el corazón del pecho, 

los pies del cuerpo, 

la voluntad de su engarce. 

Arriba;  

el cielo azul 

aquieta su agua transparente; 

Ciudades de oro 

lo navegan. 

 

Capricho 2 

 

Escrútame los ojos sorpréndeme la boca, 

sujeta entre tus manos esta cabeza loca; 

dame a beber veneno, el malvado veneno 

que moja los labios a pesar de ser bueno. 

  

Pero no me preguntes, no me preguntes nada 

de por qué lloré tanto en la noche pasada; 

las mujeres lloramos sin saber, porque sí. 

Es esto de los llantos pasaje baladí. 

  

Bien se ve que tenemos adentro un mar oculto, 

un mar un poco torpe, ligeramente oculto, 

que se asoma a los ojos con bastante frecuencia 

y hasta lo manejamos con una dúctil ciencia. 

  

No preguntes amado, lo debes sospechar: 

en la noche pasada no estaba quieto el mar. 

Nada más. Tempestades que las trae y las lleva 

un viento que nos marca cada vez costa nueva. 

  

Sí, vanas mariposas sobre jardín de Enero,  

nuestro interior es todo sin equilibrio y huero. 

Luz de cristalería, fruto de carnaval 

decorado en escamas de serpientes del mal. 

  

Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta: 

deseamos y gustamos la miel en cada copa 

y en el cerebro habemos un poquito de estopa. 

  

Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer, 

capricho, amado mío, capricho debe ser. 

Oh, déjame que ría. ¿No ves que tarde hermosa? 

Espínate las manos y córtame una rosa. 

 

Carta lírica a otra mujer 

 

Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro 

conozco yo, y os imagino blanca, 

débil como los brotes iniciales, 

pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina, 

en vuestros ojos, placidez de lago 

que se abandona al sol y dulcemente 

le absorbe su oro mientras todo calla. 

  

Y vuestras manos, finas, como aqueste 

dolor, el mío, que se alarga, se alarga, 

y luego se me muere y se concluye 

así, como lo veis, en algún verso. 

  

Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca 

tenéis un rumoroso colmenero, 

si las orejas vuestras son a modo 

de pétalos de rosa ahuecados... 

Decidme si lloráis, humildemente, 

mirando las estrellas tan lejanas 

y si en las manos tibias se os duermen 

palomas blancas y canarios de oro. 

Porque todo eso y más, vos sois, sin duda 

vos, que tenéis al hombre que adoraba 

entre las manos dulces, vos la bella 

que habéis matado, sin saberlo acaso,  

toda esperanza en mí... Vos, su criatura. 

Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma 

estáis gustando del amor secreto 

que guardé silencioso... Dios lo sabe 

por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo. 

Os lo confieso que una vez estuvo 

tan cerca de mi brazo, que a extenderlo 

acaso mía aquella dicha vuestra 

me fuera ahora... ¡Sí!, acaso mía... 

Mas ved, estaba el alma tan gastada 

que el brazo mío no alcanzó a extenderse: 

la sed divina, contenida entonces, 

me pulió el alma....¡Y él ha sido vuestro! 

¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos 

él se estremece y le decís palabras 

pequeñas y menudas que semejan 

pétalos volanderos y muy blancos. 

Acaso un niño rubio vendrá luego 

a copiar en los ojos inocentes 

los ojos vuestros y los de él unidos 

en un espejo azul y cristalino... 

¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia! 

Arrancaban tan firmes los cabellos 

a grandes ondas, que a tenerla cerca, 

no hiciera yo otra cosa que ceñirla! 

 

Contra voz 

 

Entierra la pluma 

antes de atarte a los puños 

como una llama 

el dolor de servir 

a cosas estultas. 

 
 

Por su punta, 

como por los canales 

que desagotan el río, 

tu agua se desparrama 

y muere en el llano. 

 
 

La palabra arrastra limos, 

pule piedras, 

y corta selvas imaginarias. 

 
 

Piden los hombres 

tu lengua, 

tu cuerpo, 

tu vida: 

Tírate a una hoguera, 

florece en la boca 

de un cañón. 

 
 

Una punta de cielo 

rozará 

la casa humana. 

 

Cuadrados y ángulos 

 

Casas enfiladas, casas enfiladas, 

casas enfiladas. 

Cuadrados, cuadrados, cuadrados. 

Casas enfiladas. 

Las gentes ya tienen el alma cuadrada, 

ideas en fila 

y ángulo en la espalda. 

Yo misma he vertido ayer una lágrima, 

Dios mío, cuadrada. 

 

Date a volar 

 

Anda, date a volar, hazte una abeja, 

En el jardín florecen amapolas, 

Y el néctar fino colma las corolas; 

Mañana el alma tuya estará vieja. 

 
 

Anda, suelta a volar, hazte paloma, 

Recorre el bosque y picotea granos, 

Come migajas en distintas manos 

La pulpa muerde de fragante poma. 

 
 

Anda, date a volar, sé golondrina, 

Busca la playa de los soles de oro, 

Gusta la primavera y su tesoro, 

La primavera es única y divina. 

 
 

Mueres de sed: no he de oprimirte tanto... 

Anda, camina por el mundo, sabe; 

Dispuesta sobre el mar está tu nave: 

Date a bogar hacia el mejor encanto. 

 
 

Corre, camina más, es poco aquéllo... 

Aún quedan cosas que tu mano anhela, 

Corre, camina, gira, sube y vuela: 

Gústalo todo porque todo es bello. 

 
 

Echa a volar... mi amor no te detiene, 

¡Cómo te entiendo, Bien, cómo te entiendo! 

Llore mi vida... el corazón se apene... 

Date a volar, Amor, yo te comprendo. 

 
 

Callada el alma... el corazón partido, 

Suelto tus alas... ve... pero te espero. 

¿Cómo traerás el corazón, viajero? 

Tendré piedad de un corazón vencido. 

 
 

Para que tanta sed bebiendo cures 

Hay numerosas sendas para tí... 

Pero se hace la noche; no te apures... 

Todas traen a mí... 

 

Dientes de flores,  
cofia de rocío... 

Último poema antes de suicidarse. 

 
 

Dientes de flores, cofia de rocío, 

manos de hierbas, tú, nodriza fina, 

tenme prestas las sábanas terrosas 

y el edredón de musgos escardados. 

 

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. 

Ponme una lámpara en la cabecera; 

una constelación, la que te guste; 

todas son buenas, bájala un poquito. 

 

Déjame sola; oyes romper los brotes... 

te acuna un pie celeste desde arriba 

y un pájaro te traza unos compases 

 
para que olvides... Gracias... Ah, un encargo: 

si él llama nuevamente por teléfono 

le dices que no insista, que he salido. 

 

Dolor 

 

Quisiera esta tarde divina de octubre 

Pasear por la orilla lejana del mar; 

 

Que la arena de oro, y las aguas verdes, 

Y los cielos puros me vieran pasar. 

 

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera, 

Como una romana, para concordar 

 

Con las grandes olas, y las rocas muertas 

Y las anchas playas que ciñen el mar. 

 

Con el paso lento, y los ojos fríos 

Y la boca muda, dejarme llevar; 

 

Ver cómo se rompen las olas azules 

Contra los granitos y no parpadear 

 

Ver cómo las aves rapaces se comen 

Los peces pequeños y no despertar; 

 

Pensar que pudieran las frágiles barcas 

Hundirse en las aguas y no suspirar; 

 

Ver que se adelanta, la garganta al aire,  

El hombre más bello; no desear amar... 

 

Perder la mirada, distraídamente, 

Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar; 

 

Y, figura erguida, entre cielo y playa, 

Sentirme el olvido perenne del mar. 

 

Dos palabras 

 

Esta noche al oído me has dicho dos palabras 

Comunes. Dos palabras cansadas 

De ser dichas. Palabras 

Que de viejas son nuevas. 

 
 

Dos palabras tan dulces, que la luna que andaba 

Filtrando entre las ramas 

Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras 

Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento 

Moverme para echarla. 

 
 

Tan dulces dos palabras 

-Que digo sin quererlo -oh qué bella, la vida- 

Tan dulces y tan mansas 

Que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman. 

 
 

Tan dulces y tan bellas 

Que nerviosos mis dedos, 

Se mueven hacia el cielo imitando tijeras. 

Oh, mis dedos quisieran cortar estrellas. 

 

Dulce tortura 

 

Polvo de oro en tus manos fue mi melancolía 

Sobre tus manos largas desparramé mi vida; 

Mis dulzuras quedaron a tus manos prendidas; 

Ahora soy un ánfora de perfumes vacía. 

 
 

Cuánta dulce tortura quietamente sufrida 

Cuando, picada el alma de tristeza sombría, 

Sabedora de engaños, me pasaba los días 

¡Besando las dos manos que me ajaban la vida! 

 

Dulce y sombrío 

 

Dónde estarás ahora? Eras tan dulce, niño 

de los cabellos rubios y los ojos de acero... 

Niño que a pesar mío fuiste mi prisionero, 

¡Oh, mi pálido niño! 

Tan humilde era el beso que besaba mis plantas, 

con tan honda delicia, con tan límpida queja, 

que a medida que el tiempo va pasando y se aleja 

lo desean mis plantas. 

Te quedabas callado en las tardes de oro 

cuando un libro en las manos nos ponía tristeza, 

y luego en mis rodillas caía tu cabeza 

como un copo de oro. 

Entonces de tu alma ascendían perfumes 

hasta el alma cansada que agobiaba mi pecho... 

¡Oh, tu alma... tan fresca como rama de helecho! 

Ascendía en perfumes. 

Niño que yo adoraba... Oh tus lágrimas blancas 

que regaban copiosas la palabra imposible, 

fui tu hermana discreta, niño triste y sensible  

de las lágrimas blancas. 

Como a ti no amé a nadie, niño dulce y sombrío 

que lloraste en mis brazos mi desvío prudente. 

Te amará mi recuerdo inacabablemente, 

niño dulce y sombrío. 

Vamos hacia los árboles... El sueño 

se hará en nosotros por virtud celeste. 

Vamos hacia los árboles; la noche 

nos será blanda, la tristeza leve. 

Vamos hacia los árboles, el alma 

adormecida de perfume agreste, 

pero calla, no hables, sé piadoso; 

no despiertes los pájaros que duermen. 

 

El canal 

 

En la dulce fragancia 

De la dulce San Juan, 

Recuerdos de mi infancia 

Enredados están. 

 

Mi casa hacia los fondos 

Tendía su vergel; 

Allí canales hondos 

Entre abejas y miel. 

 

De enrojecidas ondas 

Y pequeño caudal 

Era el mío, entre frondas, 

Predilecto canal. 

 

Vagas melancolías 

Llevábanme a buscar 

En los oscuros días 

Aquel dulce lugar. 

 

Barquitos trabajaba 

En nevado papel 

Y en el agua soltaba 

Tan menudo bajel. 

 

Y navegaban hasta 

Que un recodo fugaz 

Se interponía: ¡basta! 

No los veía más. 

 

Y al perder mi barquito 

Solíanme embargar 

Ideas de infinito 

Y rompía a llorar. 

 

Niña: ya presentías 

Lo que ocurrir debió: 

Todo, por otras vías, 

Se ha ido y no volvió. 

 

El clamor 

 

Alguna vez, andando por la vida, 

por piedad, por amor, 

como se da una fuente, sin reservas, 

yo di mi corazón. 

 

Y dije al que pasaba, sin malicia, 

y quizá con fervor: 

-Obedezco a la ley que nos gobierna: 

He dado el corazón. 

 

Y tan pronto lo dije, como un eco 

ya se corrió la voz: 

-Ved la mala mujer esa que pasa: 

Ha dado el corazón. 

 

De boca en boca, sobre los tejados, 

rodaba este clamor: 

-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara; 

ha dado el corazón! 

 

Ya está sangrando, sí, la cara mía, 

pero no de rubor, 

que me vuelvo a los hombres y repito: 

¡He dado el corazón! 

 

El cisne enfermo 

 

Hay un cisne que muere cercado en un palacio. 

Un cisne misterioso de ropaje de seda 

que en vez de deslizarse en la corriente leda 

se estanca fatigado de mirar el espacio. 

 

El cisne es un enfermo que adora al dios de oro; 

el sol, padre de razas, fecunda su agonía. 

por eso su tristeza es una sinfonía 

de flores que se entreabren en las sombras del lloro. 

 

Tiene el pecho cruzado por un loco puñal, 

gota a gota su sangre se diluye en el lago 

y las aguas azules se encantarán bajo el mago 

poder de los rubíes que destila su mal. 

 

El alma de este cisne es una sensitiva... 

no levantéis la voz al lado del estanque 

si no queréis que el cisne con el pico se arranque 

el puñal que sostiene su existencia furtiva. 

 

Cuentan viejas leyendas que está enfermo de amor. 

Que el corazón enorme se le ha centuplicado 

y que tiene en la entraña como El Crucificado 

un dolor que cobija todo humano dolor. 

 

Y cuentan las leyendas que es un cisne - poeta... 

Que la magia del ritmo le ha ungido la garganta 

y canta porque sí, como el arroyo canta 

la rima cristalina de su corriente inquieta. 

 

............................................. 

 

Yo he soñado una noche que el viejo palacio 

era el cisne cansado de mirar el espacio. 

 

El divino amor 

 

Te ando buscando, amor que nunca llegas, 

Te ando buscando, amor que te mezquinas, 

Me aguzo por saber si me adivinas, 

Me doblo por saber si te me entregas. 

 

Las tempestades mías, andariegas, 

Se han aquietado sobre un haz de espinas; 

Sangran mis carnes gotas purpurinas 

Porque a salvarte, oh niño, te me niegas. 

 

Mira que estoy de pie sobre los leños, 

Que a veces bastan unos pocos sueños 

Para encender la llama que me pierde. 

 

Sálvame, amor, y con tus manos puras 

Trueca este fuego en límpidas dulzuras 

y haz de mis leños una rama verde. 

 

El hijo de un avaro 

 

Ya la avaricia te imprimió su huella 

Sobre las carnes: la materia escasa 

Recubre apenas tu armazón exiguo 

De hombros estrechos. 

 

Cabellos tienes desteñidos; mira 

Cómo tu piel no brilla. Se repite 

En tí el milagro de tu padre, el hombre 

De ojos agudos. 

 
 

¿Recuerdas tú? Cuando eras niño apenas 

Medio dormido entre la sombra, oías 

Caer monedas, lenta, lentamente... 

Una por una. 

 

Como tu padre, a medianoche anduvo 

También tu abuelo en subterráneo, y antes, 

El padre de su padre ya ambulaba 

Bajo la tierra. 

 

Mira tus dedos deprimidos, mira. 

Mira la curva del pulgar derecho, 

Menguado está como tu alma; ¡mira!... 

¿Miedo no sientes? 

 

Ni los esclavos te aman.. . ¡Ah, no sabes 

Cuán fácil aman los esclavos! Muestra 

La bolsa tuya y llegarán cantando 

Tus alabanzas. 

 

Odias el sol pues te parece el oro 

Que no pudiste conseguir. Te encierras 

Por no mirarlo, cuando sale a darse 

Sencillamente. 

 

Cuando tus manos van a tus bolsillos 

Temblor las mueve, que tu raza toda 

Pesa en los dedos con que, apenas, tiendes 

Su vil moneda. 

 

Oh las mujeres que a tu lado pasan 

Sienten el hielo de tus ojos y huyen 

En sueños dulces a lejanos bosques 

Primaverales. 

 

Hijo de avaro, ven a mis rodillas, 

Piedad me sobra..., recogí en los ojos 

El cielo azul, y el mar, que es movimiento, 

Filtró por ellos. 

 

¡Hijo de avaro, recubrirte ansío 

Con mis dos brazos y en los ojos grises 

Mirarte fijo!... ¡Como un soplo ardiente 

Te daré el alma! 

 

Te sentirás crecer: los hombros tuyos 

Han de agrandarse; tus cabellos secos 

Tomarán brillo y el pulgar menguado 

La curva mía. 

 

Hijo de avaro, ven a mis rodillas; 

¡Nadie te amó! Encogido, tembloroso, 

Nunca entendiste el bien de los humanos; 

Único: darse. 

 

A ricos de alma le ofrecí mi alma 

Toda, temblando de alegría; llega, 

No tengas miedo, buitre, no se acaba 

El pozo mío. 

 

Que nadie es pobre como tú, el enjuto 

De pecho y alma, el de los ojos grises, 

El de los dedos comprimidos, secos... 

¡Hijo de avaro! 

 

El parque 

 

En el aire reseco, flota miel diluida, 

De los árboles bajan zumos de primavera, 

La sangre de los troncos su subida acelera. 

La abeja soberana va a quitar una vida. 

 

Por el urbano parque de rojizos senderos, 

Afeitadas gramillas y artificiales fuentes, 

Paseo. Las estatuas tienen tristes las frentes, 

Pero a sus pies las flores saltan de los canteros. 

 

Bosquecillos de acacias, puestos de trecho en trecho, 

Calan el horizonte, al dibujo sensible. 

Zumba un oro ligero, más sin cuerpo visible. 

Hay arriba un zafiro ahuecado por techo. 

 

En el verdoso lago, donde el pétalo ambula, 

Señoriales, los cisnes, enarcados, navegan; 

Finas columnas blancas se reflejan y juegan 

A encontrarse en el agua, que las tuerce y ondula. 

 

Como hace miles de años flota un áspero aliento 

De mediodía, y bajo mi planta destructora 

La gramilla aplastada no se duele ni llora; 

Pugna por levantarse sobre el brazo del viento. 

 

Como hace miles de años sube de las corola, 

Un venenoso, dulce y profundo llamado: 

Paréceme que algo va a serme revelado. 

Retrocedo en el tiempo. Queman las amapolas. 

 

¿Dónde he visto estos cisnes, esta hiedra, hace mucho? 

¿Estas blancas columnas y este sol deslumbrante? 

No tenía estas ropas grises de caminante: 

Yo nadaba en un lago y escuché lo que escucho. 

 

Una nota asustada, suelta mi pecho magro. 

¿Siento mi voz acaso como por vez primera?... 

Ah, el corazón disuelto de tanta primavera 

Está fuera del tiempo y anticipa un milagro. 

 

Está fuera del tiempo, porque vuelvo la vista  

Al tupido boscaje de espinosas retamas 

Y presiento que acechan las pupilas en llamas 

De algún sátiro joven que el asalto se alista. 

 

Va la tierra a prensarse bajo el casco de uña, 

Y a su rito salvaje, veré alzarse las aves 

De sus nidos ocultos, y los céspedes suaves 

Encogerse al amago de la dura pezuña. 

Algo de otras edades, de una extraña grandeza, 

Sorprenderá a los cisnes blancos del siglo xx, 

Sonreirán las bocas de mármol de la fuente 

Al amor desusado de una fiera simpleza. 

 

Por mirar cómo escapan las mujeres rosadas, 

Las mujeres de piedra darán vuelta sus bustos, 

Y en la sombra discreta de los negros arbustos 

Habrá una fuga fina de blancas carcajadas. 

 

Pero es grave el contraste: bajo mis ojos cae 

Saliendo del boscaje, una cara pulida: 

Es de mi siglo: un joven; por la boca sin vida 

Pasa un cansancio lento que a lo real me trae.  

 

Hacia mí se encamina con un paso que ondula 

Su piel amarillenta le da una muerta gracia, 

Ojeras prematuras sellan su aristocracia; 

Pasa a mi lado, mira, me pesa y me calcula... 

 

Galantería fácil, frase de primavera, 

Irrumpe de su boca, tenue mancha lavada; 

Miro sus manos pulcras y su barba afeitada; 

Y se anima en sus ojos una llama ligera. 

 
... Pero se aleja a paso reposado y tranquilo, 

Algún cisne lo mira sin sorpresa en el lago, 

sigue cantando el ave su canto fino y vago, 

La araña no ha cesado de tejer con su hilo. 

 

El sol, sobre su cuerpo, cobra la indiferencia 

De un filósofo triste que contemplara escombros; 

Cada vez más se alejan los rellenados hombros 

Y a su paso las cosas se cargan de paciencia. 

 

No han girado sus bustos las mujeres de piedra;  

Sigue el agua goteando con idéntico canto; 

En el bosque no hay risas ni carreras de espanto; 

Mana un negro silencio, y está quieta la hiedra... 

 

Allá lejos se pierde la figura del hombre; 

Recuerdo su mirada, turbia y domesticada. 

¡Oh suspicaz, moderna y pequeña mirada, 

El corazón me llenas de una angustia sin nombre! 

 

El racimo inocente 

 

Así, como jugando, te acerqué el corazón 

Hace ya mucho tiempo, en una primavera... 

Pero tú, indiferente, pasaste por mi vera... 

Hace ya mucho tiempo. 

 

Sabio de toda cosa, no sabías acaso 

Ese juego de niña que cubría discreto 

Con risas inocentes el tremendo secreto, 

Sabio de toda cosa... 

 

Hoy, de vuelta a mi lado, ya mujer, tú me pides 

El corazón aquél que en silencio fue tuyo, 

Y con torpes palabras negativas arguyo 

Hoy, de vuelta a mi lado. 

 

Oh, cuando te ofrecí el corazón en aquella 

Primavera, era un dulce racimo no tocado 

El corazón... Ya otros los granos han probado 

Del racimo inocente... 

 

El silencio 

 

¿Nunca habéis inquirido 

Por qué, mundo tras mundo, 

Por el cielo profundo 

Van pasando sin ruido? 

 

Ellos, los que traspiran 

Las cosas absolutas, 

Por sus azules rutas 

Siempre callados giran. 

 

Sólo el hombre, pequeño, 

Cuyo humano latido 

En la tierra, es un sueño, 

¡Sólo el hombre hace ruido! 

 

El sueño 

 

Yo vi dos soles rojos dominando el espacio 

Perlaban en sus rayos las luces de topacio 

y tendí mis dos manos hambrientas de infinito 

para estrujar en ellas un inefable mito. 

 

Las dos pupilas rojas como rosas del cielo 

cegaron mis pupilas, soberbias en su anhelo 

de mirar cara a cara los toques de diamantes. 

 

Después, como un crujido de nudos que se quiebran... 

Tempestades soberbias que en los mares se enhebran; 

parto de los dioses... Un quejido de dios... 

¡Y bocas que se muerden en un supremo adiós! 

 

Más tarde una sonata más dulce que la miel; 

agonía de lirios en el jardín aquel. 

palacio de oro y oro donde habita una maga 

que ha dormido cien años por maldición aciaga. 

 

Y después manos blancas desparramando rosas 

sobre el alma escondida y serena de las cosas... 

Y un silencio de muerte cansado y sepulcral 

donde se prende el lotus venenoso del mal. 

 

Y después la mañana que llega a los cristales 

del cuarto miserable donde muerdo mis males... 

Y después otro día que se esboza en el lloro 

de mis días sin sol, de mis soles sin oro!... 

 

Esta tarde 

 

Ahora quiero amar algo lejano... 

Algún hombre divino 

Que sea como un ave por lo dulce, 

Que haya habido mujeres infinitas 

Y sepa de otras tierras, y florezca 

La palabra en sus labios, perfumada: 

Suerte de selva virgen bajo el viento... 

 

Y quiero amarlo ahora. Está la tarde 

Blanda y tranquila como espeso musgo, 

Tiembla mi boca y mis dedos finos, 

Se deshacen mis trenzas poco a poco. 

 

Siento un vago rumor... Toda la tierra 

Está cantando dulcemente... Lejos 

Los bosques se han cargado de corolas, 

Desbordan los arroyos de sus cauces 

Y las aguas se filtran en la tierra 

Así como mis ojos en los ojos 

Que estoy soñando embelesada... 

 

Pero 

Ya está bajando el sol de los montes, 

Las aves se acurrucan en sus nidos, 

La tarde ha de morir y él está lejos...  

Lejos como este sol que para nunca 

Se marcha y me abandona, con las manos 

Hundidas en las trenzas, con la boca 

Húmeda y temblorosa, con el alma 

Sutilizada, ardida en la esperanza 

De este amor infinito que me vuelve 

Dulce y hermosa... 

 

Este libro 

 

Me vienen estas cosas del fondo de la vida: 

Acumulado estaba, yo me vuelvo reflejo... 

Agua continuamente cambiada y removida; 

Así como las cosas, es mudable el espejo. 

 

Momentos de la vida aprisionó mi pluma, 

Momentos de la vida que se fugaron luego, 

Momentos que tuvieron la violencia del fuego 

O fueron más livianos que los copos de espuma. 

 

En todos los momentos donde mi ser estuvo, 

En todo esto que cambia, en todo esto que muda, 

En toda la sustancia que el espejo retuvo, 

Sin ropajes, el alma está limpia y desnuda. 

 

Yo no estoy y estoy siempre en mis versos, viajero, 

Pero puedes hallarme si por el libro avanzas 

Dejando en los umbrales tus fieles y balanzas: 

Requieren mis jardines piedad de jardinero. 

 

Esto es amor 

 

Esto es amor, esto es amor, yo siento... 

Esto es amor, esto es amor, yo siento 

en todo átomo vivo un pensamiento. 

Yo soy una y soy mil, todas las vidas 

pasan por mí, me muerden sus heridas. 

Y no puedo ya más, en cada gota 

de mi sangre hay un grito y una nota. 

Y me doblo, me doblo bajo el peso 

de un beso enorme, de un enorme beso. 

 

Espera 

 

He de darte las manos, espera, todavía 

está llena la tierra del murmullo del día. 

La bóveda celeste no deja ver ninguna 

de sus estrellas... duerme en los cielos la luna. 

 

He de darte las manos, pero aguarda, que ahora 

todo piensa y trabaja -la vida es previsora- 

Pero el corazón mío se esconde solitario, 

desconsolado y triste por el bullicio diario. 

 

Hace falta que todo lo que se mueve cobre 

una vaga pereza, que el esfuerzo zozobre, 

que caiga sobre el mundo un tranquilo descanso, 

un medio todo dulce, consolador y manso. 

 

Espera... dulcemente, balsámica de calma, 

se llegará la noche, yo te daré las manos, 

pero ahora lo impiden esos ruidos mundanos; 

hay luz en demasía, no puedo verte el alma. 

 

Frase 

 

Fuera de ley, mi corazón 

A saltos va en su desazón. 

 

Ya muerde acá, sucumbe allí, 

Cazando allá, cazando aquí. 

 

Donde lo intento yo dejar 

Mi corazón no se ha de estar. 

 

Donde lo deba yo poner 

Mi corazón no ha de querer. 

 

Cuando le diga yo que sí, 

Dirá que no, contrario a mí. 

 

Bravo león, mi corazón 

Tiene apetitos, no razón. 

 

Fiero amor 

 

Oh, fiero amor, llegaste como la mariposa. 

Cuando comienza Octubre se aproxima a la rosa; 

era silencio todo, era silencio abierto 

a sombras misteriosas como el ojo de un muerto. 

 

Yo era la misma sombra, yo era menos, yo era 

una cosa durmiente que ni sueña ni espera, 

cuando el vuelo de aquella mariposa celeste 

me hizo gorjear de pronto como un pájaro agreste. 

 

Oh, cien soles se alzaron por el lado de oriente, 

oh, cien ríos corrieron por la misma pendiente, 

oh, cien lunas de plata brillaron en el cielo 

y cien altas montañas emprendieron el vuelo. 

 

Abrí los brazos: tuve la divina locura 

de tocar con mis dedos las cosas de la altura. 

Abrí los ojos: tuve la divina tristeza 

de beber con los ojos la celeste belleza.  

 

Lloré, lloré sin tregua; grité: Corazón mío, 

detente en el camino que lleva al desvarío; 

pero el corazón mío fue una gota de cera... 

Dios, ¿qué pudo esa gota contra la primavera?... 

 

Fiero amor: en tus manos yo he soltado mi vida; 

acógela: Paloma que se posa rendida 

en las garras sangrientas, ya no bate las alas: 

muere de lo que vive; vive de lo que exhalas. 

 

Bien sé que no hay cien soles que nazcan en oriente, 

bien sé que no hay cien ríos por la misma pendiente, 

bien sé que no hay cien lunas que brillen en el cielo, 

bien sé que no hay montañas que se alarguen al vuelo. 

 

Bien sé que las palomas ciegan sus ojos, dejan 

en el nido las plumas, las auroras se alejan, 

caen las hojas, viene el otoño, la muerte,  

y se agrisan los días, y se agrisa la suerte. 

 

Pero soy una esclava del dolor y lo adoro 

como adora el avaro el sonido del oro: 

oh, terrible tormenta de relámpago y rayo, 

en tu fuego revivo, en tu fuego desmayo. 

 

Fiero amor: soy pequeña como un copo de nieve, 

fiero amor: soy pequeña como un pájaro breve, 

triste como el gemido de un niño moribundo, 

fiero amor, no hallarías mejor presa en el mundo. 

 

Ninguna moriría más ligero en tus garras, 

ninguna moriría más pronto en tus amarras. 

Alumbra, sol naciente... Naturaleza, crece: 

sobre la vida oscura la muerte resplandece. 

 

Frente al mar 

 

Oh Mar, enorme mar, corazón fiero 

de ritmo desigual, corazón malo, 

yo soy más blanda que ese pobre palo 

que se pudre en tus ondas prisionero. 

 

Oh mar, dame tu cólera tremenda, 

yo me pasé la vida perdonando, 

porque entendía, mar, yo me fui dando: 

"Piedad, piedad para el que más ofenda". 

 

Vulgaridad, vulgaridad me acosa. 

Ah, me han comprado la ciudad y el hombre. 

Hazme tener tu cólera sin nombre: 

Ya me fatiga esta misión de rosa. 

 

¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena, 

me falta el aire y donde falta quedo, 

quisiera no entender, pero no puedo: 

es la vulgaridad que me envenena. 

 

Me empobrecí porque entender abruma, 

me empobrecí porque entender sofoca, 

¡Bendecida la fuerza de la roca! 

Yo tengo el corazón como la espuma. 

 

Mar, yo soñaba ser como tú eres, 

allá en las tardes que la vida mía 

bajo las horas cálidas se abría... 

Ah, yo soñaba ser como tú eres. 

 

Mírame aquí, pequeña, miserable, 

todo dolor me vence, todo sueño; 

mar, dame, dame el inefable empeño 

de tornarme soberbia, inalcanzable. 

 

Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza, 

¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo! 

Desdichada de mí, soy un abrojo, 

y muero, mar, sucumbo en mi pobreza. 

 

Y el alma mía es como el mar, es eso. 

Ah, la ciudad la pudre y equivoca 

pequeña vida que dolor provoca, 

¡Qué pueda libertarme de su peso! 

 

Vuele mi empeño, mi esperanza vuele... 

La vida mía debió ser horrible, 

debió ser una arteria incontenible 

y apenas es cicatriz que siempre duele. 

 

Hombre pequeñito,  
hombre pequeñito... 

 

Hombre pequeñito, hombre pequeñito, 

suelta a tu canario, que quiere volar... 

Yo soy el canario, hombre pequeñito, 

déjame saltar. 

 

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito, 

hombre pequeñito que jaula me das. 

Digo pequeñito porque no me entiendes, 

ni me entenderás. 

 

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto 

ábreme la jaula que quiero escapar; 

hombre pequeñito, te amé un cuarto de ala; 

no me pidas más. 

 

La inquietud del rosal 

 

El rosal en su inquieto modo de florecer 

va quemando la savia que alimenta su ser. 

¡Fijaos en las rosas que caen del rosal; 

tantas son que la planta morirá de este mal! 

El rosal no es adulto y su vida impaciente 

se consume al dar flores precipitadamente. 

 

La caricia perdida 

 

Se me va de los dedos la caricia sin causa, 

se me va de los dedos ... En el viento, al rodar, 

la caricia que vaga sin destino ni objeto, 

la caricia perdida, ¿quién la recogerá? 

 

Pude amar esta noche con piedad infinita, 

pude amar al primero que acertara a llegar. 

Nadie llega. Están solos los floridos senderos. 

La caricia perdida rodará... rodará... 

 

Si en los ojos te besan esta noche, viajero, 

si estremece las ramas un dulce suspirar, 

si te oprime los dedos una mano pequeña 

que te toma y te deja, que te logra y se va, 

 

si no ves esa mano ni la boca que besa, 

si es el aire quien teje la ilusión de llamar, 

oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos, 

en el viento fundida ¿me reconocerás? 

 

La invitación amable 

 

Acércate, poeta; mi alma es sobria, 

de amor no entiende -del amor terreno- 

su amor es más altivo y es más bueno. 

 

No pediré los besos de tus labios. 

No beberé en tu vaso de cristal, 

el vaso es frágil y ama lo inmortal. 

 
Acércate, poeta sin recelos... 

ofréndame la gracia de tus manos, 

no habrá en mi antojo pensamientos vanos. 

 

¿Quieres ir a los bosques con un libro, 

un libro suave de belleza lleno?... 

Leer podremos algún trozo ameno. 

 

Pondré en la voz la religión de tu alma, 

religión de piedad y de armonía 

que hermana en todo con la cuita mía. 

 

Te pediré me cuentes tus amores 

y alguna historia que por ser añeja 

nos dé el perfume de una rosa vieja. 

 

Yo no diré nada de mí misma 

porque no tengo flores perfumadas 

que pudieran así ser historiadas. 

 

El cofre y una urna de mis sueños idos 

no se ha de abrir, cesando su letargo, 

para mostrarte el contenido amargo. 

 

Todo lo haré buscando tu alegría 

y seré para ti tan bondadosa 

como el perfume de la vieja rosa. 

 

¿La invitación esta... sincera y noble. 

Quieres ser mi poeta buen amigo 

y sólo tu dolor partir conmigo? 

 

La mirada 

 

Mañana, bajo el peso de los años, 

Las buenas gentes me verán pasar, 

Mas bajo el peño oscuro y la piel mate 

Algo del muerto fuego asomará. 

 

Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora 

Pasa? Y alguna voz contestará: 

-Allá en sus buenos tiempos 

Hacía versos. Hace mucho ya. 

 
Y yo tendré mi cabellera blanca, 

Los ojos limpios, y en mi boca habrá 

Una gran placidez y mi sonrisa 

Oyendo aquello no se apagará. 

 

Seguiré mi camino lentamente, 

Mi mirada a los ojos mirará, 

Irá muy hondo la mirada mía, 

Y alguien, en el montón, comprenderá. 

 

La que comprende 

 

Con la cabeza negra caída hacia adelante 

Está la mujer bella, la de mediana edad, 

Postrada de rodillas, y un Cristo agonizante 

Desde su duro leño la mira con piedad. 

 

En los ojos la carga de una enorme tristeza, 

En el seno la carga del hijo por nacer, 

Al pie del blanco Cristo que está sangrando reza: 

-¡Señor, el hijo mío que no nazca mujer! 

 

Las grandes mujeres 

 

En las grandes mujeres reposó el universo. 

Las consumió el amor, como el fuego al estaño, 

a unas; reinas, otras, sangraron su rebaño. 

Beatriz y Lady Macbeth tienen genio diverso. 

De algunas, en el mármol, queda el seno perverso. 

Brillan las grandes madres de los grandes de antaño. 

Y es la carne perfecta, dadivosa del daño. 

Y son las exaltadas que entretejen el verso. 

 

De los libros las tomo como de un escenario 

fastuoso -¿Las envidias, corazón mercenario? 

Son gloriosas y grandes, y eres nada, te arguyo. 

 

-Ay, rastreando en sus alas, como en selvas las lobas, 

a mirarlas de cerca me bajé a sus alcobas 

y oí un bostezo enorme que se parece al tuyo. 

 

Llama 

 

Mi queja abre la pulpa 

del corazón divino 

y su estremecimiento 

aterciopela 

el musgo de la tierra. 

 

Un ámbar agridulce 

destilado de las 

flores cerúleas 

cae a mojar 

mi labios sedientos. 

 

Ríos de sangre 

bajan de mis manos 

a salpicar el rostro 

de los hombres. 

Sobre la cruz del tiempo 

clavada estoy. 

 

El rumor lejano 

del mundo, ráfaga cálida, 

evapora el sudor 

de mi frente. 

Mis ojos, faros de angustia, 

trazan señales misteriosas 

en los mares desiertos. 

 

Y eterna, 

la llama de mi corazón 

sube en espirales 

a iluminar el horizonte. 

 

Lo inacabable 

 

No tienes tú la culpa si en tus manos 

mi amor se deshojó como una rosa: 

Vendrá la primavera y habrá flores... 

el tronco seco dará nuevas hojas. 

Las lágrimas vertidas se harán perlas 

de un collar nuevo; romperá la sombra 

un sol precioso que dará a las venas 

la savia fresca, loca y bullidora. 

Tú seguirás tu ruta; yo la mía 

y ambos, libertos, como mariposas 

perderemos el polen de las alas 

y hallaremos más polen en la flora. 

Las palabras se secan como ríos 

y los besos se secan como rosas, 

pero por cada muerte siete vidas 

buscan los labios demandando aurora. 

Mas... ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera! 

¡Y toda primavera que se esboza 

es un cadáver más que adquiere vida 

y es un capullo más que se deshoja! 

 

Mañana gris 

 

Se abren bocas grises 

en la plancha 

redonda del mar. 

 

Tragan nubes grises 

las bocas 

silenciosas del mar. 

 

Dormidos los peces, 

en el fondo, 

están. 

 

Colocados en nichos, 

el cuerpo frío horizontal 

duermen todos los peces 

del mar. 

 

Uno, bajo una aleta, 

tiene un pequeño 

sol invernal. 

 

Su luz difusa 

asciende 

y abre una aurora pálida 

en cada boca gris del mar.  

 

Pasa el buque 

y los peces 

no se pueden despertar. 

 

Gaviotas trazan signos de acero 

sobre la inmensidad. 

 

Me atreveré a besarte 

 

Mírame aquí a tu lado tirada dulcemente; 

soy un lirio caído al pie de una montaña... 

Mírame aquí a tu lado...Esa luz que me baña 

me viene de tus ojos como de un sol naciente. 

Cómo envidio tus uñas insertas en tus dedos, 

y tus dedos insertos de tu mano en la palma, 

y tu ser todo inserto en el molde de mi alma! 

Cómo envidio tus uñas insertas en tus dedos. 

Acoge mi pedido: oye mi voz sumisa, 

vuélvete a donde quedo postrada y sin aliento. 

Celosa de tus penas, esclava de tu risa, 

sobra de tus anhelos y de tu pensamiento. 

Te miraré a los ojos cuando la tarde abroche 

tu boca bien amada que no he besado nunca... 

 

Melancolía 

 

Oh muerte, Yo te amo, pero te adoro, vida... 

Cuando vaya en mi caja para siempre dormida, 

Haz que por vez postrera 

Penetre mis pupilas el sol de primavera. 

 

Déjame algún momento bajo el calor del cielo, 

Deja que el sol fecundo se estremezca en mi hielo... 

Era tan bueno el astro que en la aurora salía 

A decirme: buen día. 

 

No me asusta el descanso, hace bien el reposo, 

Pero antes que me bese el viajero piadoso 

Que todas las mañanas, 

Alegre como un niño, llegaba a mis ventanas. 

 

Mi hermana 

 

Son las diez de la noche; en el cuarto en penumbra 

Mi hermana está dormida, las manos sobre el pecho; 

Es muy blanca su cara y es muy blanco su lecho, 

Como si comprendiera, la luz casi no alumbra. 

 

En el lecho se hunde a modo de los frutos 

Rosados, en el hondo colchón de suave pasto. 

Entra el aire a su pecho y levántalo casto 

Con su ritmo midiendo los fugaces minutos. 

 

La arropo dulcemente con las blancas cubiertas 

Y protejo del aire sus dos manos divinas; 

Caminando en puntillas cierro todas las puertas, 

Entorno los postigos y corro las cortinas. 

 

Hay mucho ruido afuera, ahoga tanto ruido. 

Los hombres se querellan, murmuran las mujeres, 

Suben palabras de odio, gritos de mercaderes:  

Oh, voces, deteneos. No entréis hasta su nido. 

 

Mi hermana está tejiendo como un hábil gusano 

Su capullo de seda: su capullo es un sueño. 

Ella con hilo de oro teje el copo sedeño: 

Primavera es su vida. Yo ya soy el verano. 

 

Cuenta sólo con quince octubres en los ojos, 

Y por eso los ojos son tan limpios y claros; 

Cree que las cigueñas, desde países raros, 

Bajan con rubios niños de piececitos rojos. 

 
¿Quién quiere entrar ahora? Oh ¿eres tú, buen viento? 

¿Quieres mirarla? Pasa. Pero antes, en mi frente 

Entíbiate un instante; no vayas de repente 

A enfriar el manso sueño que en la suya presiento. 

 

Como tú, bien quisieran entrar ellos y estarse 

Mirando esa blancura, esas pulcras mejillas, 

Esas finas ojeras, esas líneas sencillas. 

Tú los verías, viento, llorar y arrodillarse.  

 

Ah, si la amáis un día sed buenos, porque huye 

De la luz si la hiere. Cuidad vuestra palabra, 

Y la intención. Su alma, como cera se labra, 

Pero como a la cera el roce la destruye. 

 

Haced como esa estrella que de noche la mira 

Filtrando el ojo por un cristalino velo: 

Esa estrella le roza las pestañas y gira, 

Para no despertarla, silenciosa en el cielo. 

 

Volad si os es posible por su nevado huerto: 

¡Piedad para su alma! Ella es inmaculada. 

¡Piedad para su alma! Yo lo sé todo, es cierto. 

Pero ella es como el cielo: ella no sabe nada. 

 

Mundo de siete pozos 

 

Se balancea, 

arriba, sobre el cuello, 

el mundo de las siete puertas: 

la humana cabeza... 

 

Redonda, como dos planetas: 

arde en su centro 

el núcleo primero. 

Osea la corteza; 

sobre ella el limo dérmico 

sembrado 

del bosque espeso de la cabellera. 

 

Desde el núcleo 

en mareas 

absolutas y azules, 

asciende el agua de la mirada 

y abre las suaves puertas 

de los ojos como mares en la tierra. 

 

... tan quietas 

esas mansas aguas de Dios 

que sobre ellas 

mariposas e insectos de oro 

se balancean.  

 

Y las otras dos puertas: 

las antenas acurrucadas 

en las catacumbas que inician las orejas; 

pozos de sonidos, 

caracoles de nácar donde resuena 

la palabra expresada 

y la no expresa: 

tubos colocados a derecha e izquierda 

para que el mar no calle nunca. 

y el ala mecánica de los mundos 

rumorosa sea. 

Y la montaña alzada 

sobre la línea ecuatorial de la cabeza: 

la nariz de batientes de cera 

por donde comienza 

a callarse el color de vida; 

las dos puertas 

por donde adelanta 

-flores, ramas y frutas- 

la serpentina olorosa de la primavera. 

 

Y el cráter de la boca 

de bordes ardidos 

y paredes calcinadas y resecas; 

el cráter que arroja 

el azufre de las palabras violentas,  

el humo denso que viene 

del corazón y su tormenta; 

la puerta 

en corales labrada suntuosos 

por donde engulle, la bestia, 

y el ángel canta y sonríe 

y el volcán humano desconcierta. 

 

Se balancea, 

arriba, 

sobre el cuello, 

el mundo de los siete pozos: 

la humana cabeza. 

 

Y se abren praderas rosadas 

en sus valles de seda: 

las mejillas musgosas, 

 

Y riela 

sobre la comba de la frente, 

desierto blanco, 

la luz lejana de una muerta... 

 

Naturaleza mía 

 

Naturaleza mía, la que fuera 

Como pesada abeja en primavera, 

Ociosa y hecha para siestas de oro, 

Voraz, aletargable, mudadera. 

 
 

Bajo las tardes cálidas, dormida 

De amor, ya el nuevo amor te daba brida, 

Y tú arrastrabas un pesado cuerpo, 

Pesado por el zumo de la vida. 

 
 

¿Qué hice de tí? Para enfrentar tus males 

Sobre tus formas apreté sayales, 

Y en flagelarte puse empeño tanto 

Que hoy filosofas junto a los rosales. 

 
 

Disminuida, atáxica, robada, 

En tu pura pureza violada, 

Miras te baten palmas los sensatos 

Con tu ya blanca y última mirada. 

 

Odio 

 

Oh, primavera de las amapolas, 

Tú que floreces para bien mi casa, 

Luego que enjoyes las corolas, 

Pasa. 

 

Beso, la forma más voraz del fuego, 

Clava sin miedo tu endiablada espuela, 

Quema mi alma, pero luego, 

Vuela. 

 

Risa de oro que movible y loca 

Sueltas el alma, de las sombras, presa, 

En cuanto asomes a la boca, 

Cesa. 

 

Lástima blanda del error amante 

Que a cada paso el corazón diluye, 

Vuelca tus mieles y al instante, 

Huye. 

 

Odio tremendo, como nada fosco, 

Odio que truecas en puñal la seda, 

Odio que apenas te conozco, 

Queda. 

 

Oye 

 

Yo seré a tu lado, 

silencio, silencio, 

perfume, perfume, 

no sabré pensar, 

no tendré palabras, 

no tendré deseos, 

sólo sabré amar. 

 

Cuando el agua caiga monótona y triste 

buscaré tu pecho para acurrucar 

este peso enorme que llevo en el alma 

y no sé explicar. 

 

Te pediré entonces tu lástima, amado, 

para que mis ojos se den a llorar silenciosamente, 

como el agua cae sobre la ciudad. 

 
Y una noche triste, cuando no me quieras, 

secaré los ojos y me iré a bogar 

por los mares negros que tiene la muerte, 

para nunca más. 

 

*** 

 

Oye: yo era como un mar dormido... 

 

Oye: yo era como un mar dormido. 

Me despertaste y la tempestad ha estallado. 

Sacudo mis olas, hundo mis buques, 

subo al cielo y castigo estrellas, 

me avergüenzo y escondo entre mis pliegues, 

enloquezco y mato mis peces. 

No me mires con miedo. Tú lo has querido. 

 

Plaza en invierno 

 

Árboles desnudos 

corren una carrera 

por el rectángulo de la plaza. 

En sus epilépticos esqueletos 

de volcadas sombrillas 

se asientan, 

en bandada compacta, 

los amarillos 

focos luminosos. 

 

Bancos inhospitalarios, 

húmedos 

expulsan de su borde 

a los emigrantes soñolientos. 

Oyendo fáciles arengas ciudadanas, 

un prócer, 

inmóvil sobre su columna 

se hiela en su bronce. 

 

Parásitos 

 

Jamás pensé que Dios tuviera alguna forma. 

Absoluta su vida; y absoluta su norma. 

Ojos no tuvo nunca: mira con las estrellas. 

Manos no tuvo nunca: golpea con los mares. 

Lengua no tuvo nunca: habla con las centellas. 

Te diré, no te asombres; 

Sé que tiene parásitos: las cosas y los hombres. 

 

Paz 

 

Vamos hacia los árboles... El sueño 

Se hará en nosotros por virtud celeste. 

Vamos hacia los árboles; la noche 

Nos será blanda, la tristeza leve. 

 
Vamos hacia los árboles, el alma 

Adormecida de perfume agreste. 

Pero calla, no hables, sé piadoso; 

No despiertes los pájaros que duermen. 

 

Peso ancestral 

 

Tú me dijiste: no lloró mi padre; 

Tú me dijiste: no lloró mi abuelo; 

No han llorado los hombres de mi raza, 

Eran de acero. 

 

Así diciendo te brotó una lágrima 

Y me cayó en la boca... Más veneno 

Yo no he bebido nunca en otro vaso 

Así pequeño. 

 

Débil mujer, pobre mujer que entiende, 

Dolor de siglos conocí al beberlo; 

Oh, el alma mía soportar no puede 

Todo su peso. 

 

Piedra miserable 

 

Oh, piedra dura, miserable piedra, 

Yo te golpeo, te golpeo en vano, 

Y es inútil la fuerza de mi mano, 

Oh piedra dura, miserable piedra. 

 

Pero haces bien, oh miserable piedra, 

Deja que tiente un golpe sobrehumano, 

Deja golpear, deja golpear mi mano, 

Oh piedra dura, miserable piedra. 

 

No me des nada, miserable piedra, 

Guarda un silencio altivo y soberano, 

No te ablandes jamás entre mi mano; 

Oh piedra dura, miserable piedra. 

 

Con tu impiedad, oh miserable piedra, 

Recobro alientos y el deseo gano, 

No te dejes caer sobre mi mano, 

Mezquina, estulta, miserable piedra. 

 

Si un día torpe, miserable piedra, 

Te venciera la fuerza del verano 

Y cayeras a gotas en mi mano 

Yo te odiaría, miserable piedra... 

 

Presentimiento 

 

Tengo el presentimiento que he de vivir muy poco. 

Esta cabeza mía se parece al crisol, 

Purifica y consume. 

Pero sin una queja, sin asomo de horror, 

Para acabarme quiero que una tarde sin nubes, 

Bajo el límpido sol, 

Nazca de un gran jazmín una víbora blanca 

Que dulce, 

 

Queja 

 

Señor, mi queja es ésta, 

Tú me comprenderás: 

De amor me estoy muriendo, 

Pero no puedo amar. 

 

Persigo lo perfecto 

En mí y en los demás, 

Persigo lo perfecto 

Para poder amar. 

 

Me consumo en mi fuego, 

¡Señor, piedad, piedad! 

De amor me estoy muriendo, 

¡Pero no puedo amar! 

 

Regreso en sueños 

 

Boca perdida en el vaivén del tiempo; 

detrás de los paisajes escondida; 

boca hacia atrás huyente en el espacio; 

boca muerta que fuiste boca viva: 

 

Torbellinos de rostros te apagaron, 

tú, que eras rosa ya palidecida; 

bloques de casas, cielos circulantes, 

telones fueron a velarte esquiva. 

 

Alguna vez la punta de la llama 

pintó en el aire la ligera estría 

de tu boca atersada a finos verbos: 

seda en la seda, flor más florecida. 

 

O levanté la mano para asirte 

en la nube traslúcida que lucía 

acuchillada del cuchillo mismo 

que parte en dos la ya palidecida. 

 

Y a veces, en el fondo de otra boca, 

flor de agua pura aún más verdecida, 

hube de hallarte. Mas se abrió tu boca 

como la sal al viento en las salinas... 

 

Pero anoche, ¿de dónde regresaste? 

¿De tumbas de agua? ¿De raíz nutrida 

en anchos bosques? ¿De trasmundos malva? 

¿Qué cadenas de seres te fue guía? 

 

Cortaste los paisajes y los rostros, 

los circulantes cielos en huidas, 

bloques de casas, hojarasca de horas, 

y me hallaste no muerta, que dormida. 

 

Pájaro de aire, reposó la boca 

sobre la boca mía anochecida. 

Mas no era boca. A musgo, macerado 

en los soles de Dios, se parecía. 

 

Sábado 

 

Me levanté temprano y anduve descalza 

Por los corredores: bajé a los jardines 

Y besé las plantas 

Absorbí los vahos limpios de la tierra, 

Tirada en la grama; 

Me bañé en la fuente que verdes achiras 

Circundan. Más tarde, mojados de agua 

Peiné mis cabellos. Perfumé las manos 

Con zumo oloroso de diamelas. Garzas 

Quisquillosas, finas, 

De mi falda hurtaron doradas migajas. 

Luego puse traje de clarín más leve 

Que la misma gasa. 

De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo 

Mi sillón de paja. 

Fijos en la verja mis ojos quedaron, 

Fijos en la verja. 

El reloj me dijo: diez de la mañana. 

Adentro un sonido de loza y cristales: 

 

Comedor en sombra; manos que aprestaban 

Manteles. 

Afuera, sol como no he visto 

Sobre el mármol blanco de la escalinata. 

Fijos en la verja siguieron mis ojos,  

Fijos. Te esperaba. 

 

¿Sabéis algo? 

 

Subí, subí, subí. Ya estaba bien arriba 

Cuando sentí un murmullo. ¿Era reto, diatriba? 

Escuché: carcajadas, ironías, insultos. 

¿Que os parezco una simia? Oh mis buenos estultos: 

¿Sabéis de cosas bellas? 

Yo hace siglos que vivo trenza que trenza estrellas. 

 

Siesta 

 

Sobre la tierra seca 

EI sol quemando cae: 

Zumban los moscardones 

Y las grietas se abren... 

El viento no se mueve. 

Desde la tierra sale 

Un vaho como de horno; 

Se abochorna la tarde 

Y resopla cocida 

Bajo el plomo del aire... 

Ahogo, pesadez, 

Cielo blanco; ni un ave. 

 

Se oye un pequeño ruido: 

Entre las pajas mueve 

Su cuerpo amosaicado 

Una larga serpiente. 

Ondula con dulzura. 

Por las piedras calientes 

Se desliza, pesada, 

Después de su banquete 

De dulces y pequeños 

Pájaros aflautados 

Que le abultan el vientre. 

 

Se enrosca poco a poco, 

Muy pesada y muy blanda, 

Poco a poco se duerme 

Bajo la tarde blanca. 

¿Hasta cuándo su sueño? 

Ya no se escucha nada. 

Larga siesta de víbora 

Duerme también mi alma. 

 

Siete vidas 

A la Sra. María A. S. de Fontán 

 
Siete vidas tengo, tengo siete vidas. 

Siete vidas de oro; bellas y floridas. 

Cabeza cortada, cabeza repuesta: 

Mi espíritu-árbol retoña en la siesta. 

 

Dragón purpurado de garras floridas, 

siete vidas tengo, tengo siete vidas. 

Gigantes y enanos: cortad mis cabezas, 

crecerán porfiadas como las malezas. 

 

Siete vidas tengo, tengo siete vidas, 

siete vidas de oro bellas y floridas 

que hierros fatigan y mellan espadas, 

más serán un día por siempre taladas. 

 

Secará las siete cabezas floridas, 

príncipe que espero. Sin abracadabras, 

el dragón alado perderá las vidas 

bajo el tenue filo de dulces palabras. 

 

Silencio... silencio... silencio... 

 

Me besarás los ojos... estarás a mi lado... 

-Adiós, hasta mañana, hasta mañana amado. 

Y caerá en mis pupilas una luz bienhechora, 

la luz azul-celeste de la última hora. 

 

Una luz tamizada que bajando del cielo 

me pondrá en las pupilas la dulzura de un velo. 

Una luz tamizada que ha de cubrirme toda 

con su velo impalpable como un velo de boda. 

Oh, silencio, silencio... esta tarde es la tarde 

en que la sangre mía ya no corre ni arde. 

 

Oh, silencio, silencio... en torno de mi cama 

tu boca bien amada dulcemente me llama. 

 

Oh silencio, silencio que tus besos sin ecos 

se pierden en mi alma temblorosos y secos. 

 

Oh silencio, silencio que la tarde se alarga 

y pone sus tristezas en tu lágrima amarga. 

 

Oh silencio, silencio que se callan las aves, 

se adormecen las flores, se detienen las naves.  

 

Oh silencio, silencio que una estrella ha caído 

dulcemente a la tierra, dulcemente y sin ruido. 

 

Oh silencio, silencio que la noche se allega 

y en mi lecho se esconde, susurra, gime y ruega. 

 

Oh silencio, silencio... que el silencio me toca 

y me apaga los ojos, y me apaga la boca. 

 

Oh silencio, silencio... que la calma destilan 

mis manos cuyos dedos lentamente se afilan... 

 

Soy esa flor 

 

Tu vida es un gran río, va caudalosamente, 

A su orilla, invisible, yo broto dulcemente. 

Soy esa flor perdida entre juncos y achiras 

Que piadoso alimentas, pero acaso ni miras. 

 

Cuando creces me arrastras y me muero en tu seno, 

Cuando secas me muero poco a poco en el cieno; 

Pero de nuevo vuelvo a brotar dulcemente 

Cuando en los días bellos vas caudalosamente. 

 

Soy esa flor perdida que brota en tus riberas 

Humilde y silenciosa todas las primaveras. 

 

Tentación 

 

Afuera llueve; cae pesadamente el agua 

que las gentes esquivan bajo abierto paraguas. 

Al verlos enfilados se acaba mi sosiego, 

me pesan las paredes y me seduce el riego 

sobre la espalda libre. Mi antecesor, el hombre 

que habitaba cavernas desprovisto de nombre, 

se ha venido esta noche a tentarme sin duda, 

porque, casta y desnuda, 

me iría por los campos bajo la lluvia fina, 

la cabellera alada como una golondrina. 

 

Tú me quieres blanca 

 

Tú me quieres alba, 

Me quieres de espumas, 

Me quieres de nácar. 

Que sea azucena 

Sobre todas, casta. 

De perfume tenue. 

Corola cerrada 

 

Ni un rayo de luna 

Filtrado me haya. 

Ni una margarita 

Se diga mi hermana. 

Tú me quieres nívea, 

Tú me quieres blanca, 

Tú me quieres alba. 

 

Tú que hubiste todas 

Las copas a mano, 

De frutos y mieles 

Los labios morados. 

Tú que en el banquete 

Cubierto de pámpanos 

Dejaste las carnes 

Festejando a Baco. 

Tú que en los jardines 

Negros del Engaño 

Vestido de rojo 

Corriste al Estrago. 

 

Tú que el esqueleto 

Conservas intacto 

No sé todavía 

Por cuáles milagros, 

Me pretendes blanca 

(Dios te lo perdone), 

Me pretendes casta 

(Dios te lo perdone), 

¡Me pretendes alba! 

 

Huye hacia los bosques, 

Vete a la montaña; 

Límpiate la boca; 

Vive en las cabañas; 

Toca con las manos 

La tierra mojada; 

Alimenta el cuerpo 

Con raíz amarga; 

Bebe de las rocas; 

Duerme sobre escarcha; 

Renueva tejidos 

Con salitre y agua; 

Habla con los pájaros 

Y lévate al alba. 

Y cuando las carnes 

Te sean tornadas, 

Y cuando hayas puesto 

En ellas el alma 

Que por las alcobas 

Se quedó enredada, 

Entonces, buen hombre, 

Preténdeme blanca, 

Preténdeme nívea, 

Preténdeme casta. 

 

Un cementerio que mira al mar 

 

Decid, oh muertos, ¿quién os puso un día 

Así acostados junto al mar sonoro? 

¿Comprendía quien fuera que los muertos 

Se hastían ya del canto de las aves 

Y os han puesto muy cerca de las olas 

Porque sintáis del mar azul, el ronco 

Bramido que apavora? 

 

Os estáis junto al mar que no se calla 

Muy quietecitos, con el muerto oído 

Oyendo cómo crece la marea, 

Y aquel mar que se mueve a vuestro lado, 

Es la promesa no cumplida, de una 

Resurrección. 

 

En primavera, el viento, suavemente, 

Desde la barca que allá lejos pasa, 

Os trae risas de mujeres... Tibio 

Un beso viene con la risa, filtra 

La piedra fría, y se acurruca, sabio, 

En vuestra boca y os consuela un poco... 

Pero en noches tremendas, cuando aúlla 

El viento sobre el mar y allá a lo lejos 

Los hombres vivos que navegan tiemblan 

Sobre los cascos débiles, y el cielo  

Se vuelca sobre el mar en aluviones, 

Vosotros, los eternos contenidos, 

No podéis más, y con esfuerzo enorme 

Levantáis las cabezas de la tierra. 

 

Y en un lenguaje que ninguno entiende 

Gritáis: -Venid, olas del mar, rodando, 

Venid de golpe y envolvednos como 

Nos envolvieron, de pasión movidos, 

Brazos amantes. Estrujadnos, olas, 

Movednos de este lecho donde estamos 

Horizontales, viendo cómo pasan 

Los mundos por el cielo, noche a noche... 

Entrad por nuestros ojos consumidos, 

Buscad la lengua, la que habló, y movedla, 

¡Echadnos fuera del sepulcro a golpes! 

 

Y acaso el mar escuche, innumerable, 

Vuestro llamado, monte por la playa, 

¡Y os cubra al fin terriblemente hinchado! 

 

Entonces, como obreros que comprenden, 

Se detendrán las olas y leyendo 

Las lápidas inscriptas, poco a poco 

Las moverán a suaves golpes, hasta 

Que las desplacen, lentas, -y os liberten. 

¡Oh, qué hondo grito el que daréis, qué enorme  

Grito de muerto, cuando el mar os coja 

Entre sus brazos, y os arroje al seno 

Del grande abismo que se mueve siempre! 

 
Brazos cansados de guardar la misma 

Horizontal postura; tibias largas, 

Calaveras sonrientes: elegantes 

Fémures corvos, confundidos todos, 

Danzarán bajo el rayo de la luna 

La milagrosa danza de las aguas. 

Y algunas desprendidas cabelleras. 

 

Rubias acaso, como el sol que baje 

Curioso a veros, islas delicadas 

Formarán sobre el mar y acaso atraigan 

A los pequeños pájaros viajeros. 

 

Un día 

 

Andas por esos mundos como yo; no me digas 

Que no existes, existes, nos hemos de encontrar; 

No nos conoceremos, disfrazados y torpes, 

Por los anchos caminos echaremos a andar. 

 

No nos conoceremos, distantes uno de otro 

Sentirás mis suspiros y te oiré suspirar. 

¿Dónde estará la boca, la boca que suspira? 

Diremos, el camino volviendo a desandar. 

 

Quizá nos encontremos frente a frente algún día, 

Quizá nuestros disfraces nos logremos quitar. 

Y ahora me pregunto... Cuando ocurra, si ocurre, 

¿Sabré yo de suspiros, sabrás tú suspirar? 

 

Un sol 

 

Mi corazón es como un dios sin lengua, 

Mudo se está a la espera del milagro, 

He amado mucho, todo amor fue magro, 

Que todo amor lo conocí con mengua. 

 

He amado hasta llorar, hasta morirme. 

Amé hasta odiar, amé hasta la locura, 

Pero yo espero algún amor natura 

Capaz de renovarme y redimirme. 

 

Amor que fructifique mi desierto 

Y me haga brotar ramas sensitivas, 

Soy una selva de raíces vivas, 

Sólo el follaje suele estarse muerto. 

 

¿En dónde está quien mi deseo alienta? 

¿Me empobreció a sus ojos el ramaje? 

Vulgar estorbo, pálido follaje 

Distinto al tronco fiel que lo alimenta. 

 

¿En dónde está el espíritu sombrío 

De cuya opacidad brote la llama? 

Ah, sí mis mundos con su amor inflama 

Yo seré incontenible como un río. 

 

¿En dónde está el que con su amor me envuelva? 

Ha de traer su gran verdad sabida... 

Hielo y más hielo recogí en la vida: 

Yo necesito un sol que me disuelva. 

 

Veinte siglos 

 

Para decirte, amor, que te deseo, 

sin los rubores falsos del instinto. 

Estuve atada como Prometeo, 

pero una tarde me salí del cinto. 

Son veinte siglos que movió mi mano 

para poder decirte sin rubores: 

"Que la luz edifique mis amores". 

¡Son veinte siglos los que alzo mi mano! 

 

Pasan las flechas sobre mis cabellos, 

pasan las flechas, aguzados dardos... 

¡Son veinte siglos de terribles fardos! 

Sentí su peso al libertarme de ellos. 

 

Viaje finido 

 

¿Qué hacen tus ojos largos de mirarme? 

¿Qué hace tu lengua, de llamarme, larga? 

¿Qué hacen tus manos largas de tenderse 

hasta mis llamas? 

 

¿Qué hace tu sombra larga tras mi sombra? 

¿Por qué rondas mi casa? 

En el beso de ayer hice mi viaje. 

Conozco tu alma. 

 

¿Para qué más? He terminado el viaje. 

Tus catacumbas inundadas de aguas 

muertas, oscuras, cenagosas, fueron 

con mis manos palpadas. 

 
Tus manos ni se acerquen a las mías, 

apártame tus ojos, tus palabras... 

los mohos de tus zócalos secaron 

raíces de mis plantas. 

 

Odio tus ojos largos. 

Odio tus manos largas. 

Odio tus catacumbas 

llenas de agua. 

 

Voluntad 

 

Mariposa ebria, 

la tarde, 

giraba sobre nuestras cabezas 

estrechando sus círculos 

de nubes blancas 

hacia el vértice áspero 

de tu boca 

que se abría frente al mar. 

 

Cielo y tierra 

morían 

en la música verde de las aguas 

que no conocían caminos. 

 

Retrocedía, 

ahuecada, 

la pared del horizonte 

e iban a echarse a danzar 

las rocas negras. 

 

Me desnivelaban ya 

los círculos de arriba 

empujándome hacia ti 

como hacia raíz lejana 

de la que brotara.  

 

Pero sólo la tarde 

bebió, lenta, 

la cicuta 

de tu boca. 

 

Voz 

 

Te ataré 

a los puños 

como una llama, 

dolor de servir 

a cosas estultas. 

Echaré a correr 

con los puños en alto 

por entre las casas 

de los hombres. 

 
Hemos dormido, todos, 

demasiado. 

 

Dormido 

a plena luz 

como las estrellas 

a pleno día. 

 

Dormido, 

con las lámparas 

a medio encender; 

enfriados 

en el ardimiento solar; 

contando el número 

de nuestros cabellos,  

viendo crecer 

nuestras veinte 

uñas. 

 

¿Cuándo 

los jardines del cielo 

echarán raíces 

en la carne de los hombres, 

en la vida de los hombres, 

en la casa de los hombres? 

 

No hay que dormir, 

hasta entonces. 

Abiertos los párpados; 

separados con los dedos, 

si quieren ceder, 

hasta enrojecerlos 

por el cansancio, 

 

como los círculos 

lunares, 

cuando la tormenta 

quiere 

desmembrar 

el universo. 

 

¿Y tú? 

 

Sí, yo me muevo, vivo, me equivoco; 

Agua que corre y se entremezcla, siento 

El vértigo feroz del movimiento: 

Huelo las selvas, tierra nueva toco. 

 

Sí, yo me muevo, voy buscando acaso 

Soles, auroras, tempestad y olvido. 

¿Qué haces allí misérrimo y pulido? 

Eres la piedra a cuyo lado paso. 

 

Sonetos 

A Eros 

 

He aquí que te cacé por el pescuezo 

a la orilla del mar, mientras movías 

las flechas de tu aljaba para herirme 

y vi en el suelo tu floreal corona. 

 

Como a un muñeco destripé tu vientre 

y examiné sus ruedas engañosas 

y muy envuelta en sus poleas de oro 

hallé una trampa que decía: sexo. 

 

Sobre la playa, ya un guiñapo triste, 

te mostré al sol, buscón de tus hazañas, 

ante un corro asustado de sirenas. 

 

Iba subiendo por la cuesta albina 

tu madrina de engaños, Doña Luna, 

y te arrojé a la boca de las olas. 

 

A Madona 

 

Aquí a tus pies lanzada, pecadora, 

contra tu tierra azul, mi cara oscura, 

tú, virgen entre ejércitos de palmas 

que no encanecen como los humanos. 

 

No me atrevo a mirar tus ojos puros 

ni a tocarte la mano milagrosa; 

miro hacia atrás y un río de lujurias 

me ladra contra ti, sin Culpa Alzada. 

 

Una pequeña rama verdecida 

en tu orla pongo con humilde intento 

de pecar menos, por tu fina gracia, 

 

ya que vivir cortada de tu sombra 

posible no me fue, que me cegaste 

cuando nacida con tus hierros bravos. 

 

Amor 

 

Baja del cielo la endiablada punta 

con que carne mortal hieres y engañas. 

Untada viene de divinas mañas 

y cielo y tierra su veneno junta. 

 

La sangre de hombre que en la herida apunta 

florece en selvas: sus crecidas cañas 

de sombras de oro, hienden las entrañas 

del cielo prieto, y su ascender pregunta. 

 

En su vano aguardar de la respuesta 

las cañas doblan la empinada testa. 

Flamea el cielo sus azules gasas. 

 

Vientos negros, detrás de los cristales 

de las estrellas, mueven grandes asas 

de mundos muertos, por sus arrabales. 

 

Bajo tus miradas 

 

Es bajo tus miradas donde nunca zozobro; 

es bajo tus miradas tranquilas donde cobro 

propiedades de agua; donde río, parlera, 

cubriéndome de flores como la enredadera. 

 

Es bajo tus miradas azules donde sobro 

para el duelo; despierto sueños nuevos y obro 

con tales esperanzas, que parece me hubiera 

un deseo exquisito dictado Primavera: 

 

Tener el alma fresca, limpia; ser como el lino 

que es blanco y huele a hierbas. Poseer el divino 

secreto de la risa; que la boca bermeja 

 

persista hasta el silencio postrero, bella, fuerte, 

¡y libe en la corola suprema de la Muerte 

con su última abeja! 

 

Canción de la mujer astuta 

 

Cada rítmica luna que pasa soy llamada, 

por los números graves de Dios, a dar mi vida 

en otra vida: mezcla de tinta azul teñida; 

la misma extraña mezcla con que ha sido amasada. 

 

Y a través de mi carne, miserable y cansada, 

filtra un cálido viento de tierra prometida, 

y bebe, dulce aroma, mi nariz dilatada 

a la selva exultante y a la rama nutrida. 

 

Un engañoso canto de sirena me cantas, 

¡naturaleza astuta! Me atraes y me encantas 

para cargarme luego de alguna humana fruta. 

 

Engaño por engaño: mi belleza se esquiva 

al llamado solemne; de esta fiebre viva, 

algún amor estéril y de paso, disfruta. 

 

Capricho 

 

Sábado fue, y capricho el beso dado, 

capricho de varón, audaz y fino, 

más fue dulce el capricho masculino 

a este mi corazón, lobezno alado. 

No es que crea, no creo, si inclinado 

sobre mis manos te sentí divino, 

y me embriagué. Comprendo que este vino 

no es para mí, más juega y rueda el dado. 

Yo soy esa mujer que vive alerta, 

tú el tremendo varón que se despierta 

en un torrente que se ensancha en río, 

y más se encrespa mientras corre y poda. 

Ah, me resisto, más me tiene toda, 

tú, que nunca serás del todo mío. 

 

Cara copiada 

 

Es la cara de un niño transparente, azulosa, 

Como si entre los músculos y la piel de la cara 

Una napa de leche lentamente rodara. 

En ella solamente la boca es una rosa. 

 

Y detrás de ese cutis de lavada azucena 

Otra cara se esconde, fuertemente esculpida; 

Es aquella del hombre que le ha dado la vida 

Y se mueve en sus rasgos y los gestos le ordena: 

 

Mira con inocencia y es dura su mirada. 

Su sonrisa es tranquila y en el fondo es taimada: 

Hay huellas en la fresca ternura de su pulpa. 

 

Ya en la boca se pinta la blandura redonda 

Que dan los besos largos y en su nariz la honda 

Codicia de la especie. ¡Y carece de culpa! 

 

Duerme tranquilo 

 

Dijiste la palabra que enamora 

A mis oídos. Ya olvidaste. Bueno. 

Duerme tranquilo. Debe estar sereno 

Y hermoso el rostro tuyo a toda hora. 

 

Cuando encanta la boca seductora 

Debe ser fresca, su decir ameno; 

Para tu oficio de amador no es bueno 

El rostro ardido del que mucho llora. 

 

Te reclaman destinos más gloriosos 

Que el de llevar, entre los negros pozos 

De las ojeras, la mirada en duelo. 

 

¡Cubre de bellas víctimas el suelo! 

Más daño al mundo hizo la espada fatua 

De algún bárbaro rey Y tiene estatua. 

 

El engaño 

 

Soy tuya, Dios lo sabe por qué, ya que comprendo 

que habrás de abandonarme, fríamente, mañana, 

y que bajo el encanto de mis ojos, te gana 

otro encanto el deseo, pero no me defiendo. 

Espero que esto un día cualquiera se concluya, 

pues intuyo, al instante, lo que piensas o quieres. 

Con voz indiferente te hablo de otras mujeres 

y hasta ensayo el elogio de alguna que fue tuya. 

Pero tú sabes menos que yo, y algo orgulloso 

de que te pertenezca, en tu juego engañoso 

persistes, con un aire de actor del papel dueño. 

 

Yo te miro callada con mi dulce sonrisa, 

y cuando te entusiasmas, pienso: no te des prisa. 

No eres tú el que me engaña; quien me engaña es mi sueño. 

 

El hijo 

 

Se inicia y abre en tí, pero estás ciega 

para ampararlo y si camina ignoras 

por flores de mujer o espada de hombre, 

ni qué alma prende en él, ni cómo mira. 

 

Lo acunas balanceando, rama de aire, 

y se deshace en pétalos tu boca 

porque tu carne ya no es carne, es tibio 

plumón de llanto que sonríe y alza. 

 

Sombra en tu vientre apenas te estremece 

y sientes ya que morirás un día 

por aquél sin piedad que te deforma. 

 

Una frase brutal te corta el paso 

y aún rezas y no sabes si el que empuja 

te arrolla sierpe o ángel se despliega. 

 

El hombre 

 

 

No sabe cómo: un día se aparece en el orbe, 

hecho ser; nace ciego; en la sombra revuelve 

los acerados ojos. Una mano lo envuelve. 

Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe. 

 

Más tarde su pupila la tiniebla deslíe 

y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente. 

Mira jugar los músculos de la cara a su frente 

y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe. 

 

Da una larga corrida sobre la tierra luego. 

Instinto, sueño y alma trenza en lazos de fuego, 

los suelta a sus espaldas, a los vientos. Y canta. 

 

Kilómetros en alto la mirada le crece 

y ve el astro, se turba, se exalta, lo apetece: 

una Mano le corta la mano que levanta. 

 

El hombre sombrío 

 

Altivo ése que pasa, miradlo al hombre mío. 

En sus manos se advierten orígenes preclaros. 

No le miréis la boca porque podéis quemaros, 

no le miréis los ojos, pues moriréis de frío. 

 

Cuando va por los llanos tiembla el cauce del río, 

las sombras de los bosques se convierten en claros, 

y al cruzarlos, soberbio, jugueteando a disparos, 

las fieras se acurrucan bajo su aire sombrío. 

 

Ama a muchas mujeres, no domina su suerte, 

en una primavera lo alcanzará la muerte 

coronado de pámpanos, entre vinos y fruta. 

 

Mas mi mano de amiga, que destrona sus galas, 

donde aceros tenía le mueve un brote de alas 

y llora como el niño que ha extraviado la ruta.  

 

El ruego 

 

Señor, Señor, hace ya tiempo, un día 

soñé un amor como jamás pudiera 

soñarlo nadie, algún amor que fuera 

la vida toda, toda la poesía. 

 

Y pasaba el invierno y no venía, 

y pasaba también la primavera, 

y el verano de nuevo persistía, 

y el otoño me hallaba con mi espera. 

 

Señor, Señor; mi espalda está desnuda, 

¡haz estallar allí, con mano ruda 

el látigo que sangra a los perversos! 

 

Que está la tarde ya sobre mi vida, 

y esta pasión ardiente y desmedida 

la he perdido, ¡Señor, haciendo versos! 

 

El sueño 

 

Máscara tibia de otra más helada 

sobre tu cara cae y si te borra 

naces para un paisaje de neblina 

en que tus muertos crecen, la flor corre. 

 

Allí el mito despliega sus arañas; 

y enflora la sospecha; y se deshace 

la cólera de ayer y el iris luce; 

y alguien que ya no es más besa tu boca; 

 

Que un no ser, que es un más ser, doblado, 

prendido estás aquí y estás ausente 

por praderas de magias y de olvido. 

 

¿Qué alentador sagaz, tras el reposo, 

creó este renacer de la mañana 

que es juventud del día volvedora? 

 

Encuentro 

 

Lo encontré en una esquina de la calle Florida 

Más pálido que nunca, distraído como antes, 

Dos largos años hubo poseído mi vida... 

Lo miré sin sorpresa, jugando con mis guantes. 

 

Y una pregunta mía, estúpida, ligera, 

De un reproche tranquilo llenó sus transparentes 

Ojos, ya que le dije de liviana manera: 

-¿Por qué tienes ahora amarillos los dientes? 

 

Me abandonó. De prisa le vi cruzar la calle 

Y con su manga oscura rozar el blanco talle 

De alguna vagabunda que andaba por la vía. 

 

Perseguí por un rato su sombrero que huía... 

Después fue, ya lejana, una mancha de herrumbre. 

Y lo engulló de nuevo la espesa muchedumbre. 

 

Fiesta 

 

Junto a la playa, núbiles criaturas, 

Dulces y bellas, danzan, las cinturas 

Abandonadas en el brazo amigo. 

Y las estrellas sirven de testigo. 

 

Visten de azul, de blanco, plata, verde... 

Y la mano pequeña, que se pierde 

Entre la grande, espera. Y la fingida, 

Vaga frase amorosa, ya es creída. 

 

Hay quien dice feliz: -La vida es bella. 

Hay quien tiende su mano hacia una estrella 

Y la espera con dulce arrobamiento. 

 

Yo me vuelvo de espaldas. Desde un quiosco 

Contemplo el mar lejano, negro y fosco, 

Irónica la boca. Ruge el viento. 

 

Humildad 

 

Yo he sido aquélla que paseó orgullosa 

El oro falso de unas cuantas rimas 

Sobre su espalda, y creyó gloriosa, 

De cosechas opimas. 

 
Ten paciencia, mujer que eres oscura: 

Algún día, la Forma Destructora 

Que todo lo devora, 

Borrará mi figura. 

 

Se bajará a mis libros, ya amarillos, 

Y alzándola en sus dedos, los carrillos 

Ligeramente inflados, con un modo 

 

De gran señor a quien lo aburre todo, 

De un cansado soplido 

Me aventará al olvido. 

 

La vía láctea 

 

Blanco polen de mundos, dulce leche del cielo 

¡Quién fuera una gigante mariposa divina 

Para hundir la cabeza en aquella tu harina 

Impalpable y libarte como a cosa del suelo! 

 

Ya de nuevo en los ojos quema la primavera, 

Mas mi pasión humana yace, roto el peciolo, 

Y agotada mi alma está el mundo tan solo 

Que camino y retumban mis pasos en la esfera. 

 

Y en las noches nevadas, cuando a pesar de quietos 

Siento moverse arriba los blancos esqueletos 

De las estrellas muertas, me acomete como un 

 

Deseo de los cielos, y no sé qué ofreciera 

Porque sobre mi frente miserable cayera 

Una gota tan sólo te la leche de Juno. 

 

Miedo 

 

Aquí, sobre tu pecho, tengo miedo de todo; 

estréchame en tus brazos como una golondrina 

y dime la palabra, la palabra divina 

que encuentre en mis oídos dulcísimo acomodo. 

 

Háblame de amor, arrúllame, dame el mejor apodo, 

besa mis pobres manos, acaricia la fina 

mata de mis cabellos, y olvidaré, mezquina, 

que soy, ¡oh cielo eterno!, sólo un poco de lodo. 

 

¡Es tan mala la vida! ¡Andan sueltas las fieras...! 

Oh, no he tenido nunca las bellas primaveras 

que tienen las mujeres cuando todo lo ignoran. 

 

En tus brazos, amado, quiero soñar en ellos, 

mientras tus manos blancas suavizan mis cabellos, 

mientras mis labios besan, mientras mis ojos lloran.  

 

Moderna 

 

Yo danzaré en alfombra de verdura, 

ten pronto el vino en el cristal sonoro, 

nos beberemos el licor de oro 

celebrando la noche y su frescura. 

 

Yo danzaré como la tierra pura, 

como la tierra yo seré un tesoro, 

y en darme pura no hallaré desdoro, 

Que darse es una forma de la altura. 

 

Yo danzaré para que todo olvides 

y habré de darte la embriaguez que pides 

hasta que Venus pase por los cielos. 

 

Mas algo acaso te será escondido, 

que pagana de un siglo empobrecido 

no dejaré caer todos los velos. 

 

Noche divina 

 

Este jardín nos cede su delicia, 

nos cede el árbol de manzanas lleno. 

fuente de dioses a la sed propicia, 

pan del instinto, para el hambre, bueno. 

 

Mas blanco mármol sin igual pudicia 

fija en nosotros su mirar sereno: 

muslo desnudo, vigoroso el seno, 

puro, como la luz que lo acaricia. 

 

Se hacen tus ojos demasiado azules, 

cubren tus manos impalpables tules 

y algo divino te levanta en vuelo. 

 

No cortemos la fruta deleitosa 

y mira el alma en una nube rosa, 

cómo es de azul la beatitud del cielo. 

 

Olvido 

 

Lidia Rosa: hoy es martes y hace frío. En tu casa, 

De piedra gris, tú duermes tu sueño en un costado 

De la ciudad. ¿Aún guardas tu pecho enamorado, 

Ya que de amor moriste? Te diré lo que pasa: 

 

El hombre que adorabas, de grises ojos crueles, 

En la tarde de otoño fuma su cigarrillo. 

Detrás de los cristales mira el cielo amarillo 

Y la calle en que vuelan desteñidos papeles. 

 

Toma un libro, se acerca a la apagada estufa, 

En el tomacorriente al sentarse la enchufa 

Y sólo se oye un ruido de papel desgarrado. 

 

Las cinco. Tú caías a esta hora en su pecho, 

Y acaso te recuerda... Pero su blando lecho 

Ya tiene el hueco tibio de otro cuerpo rosado. 

 

Palabras a mi madre 

 

No las grandes verdades yo te pregunto, que 

No las contestarías; solamente investigo 

Si, cuando me gestaste, fue la luna testigo, 

Por los oscuros patios en flor, paseándose. 

 

Y si, cuando en tu seno de fervores latinos 

Yo escuchando dormía, un ronco mar sonoro 

Te adormeció las noches, y miraste, en el oro 

Del crepúsculo, hundirse los pájaros marinos. 

 

Porque mi alma es toda fantástica, viajera, 

Y la envuelve una nube de locura ligera 

Cuando la luna nueva sube al cielo azulino. 

 

Y gusta, si el mar abre sus fuertes pebeteros. 

Arrullada en un claro cantar de marineros 

Mirar las grandes aves que pasan sin destino. 

 

Pasión 

 

Unos besan las sienes, otros besan las manos, 

otros besan los ojos, otros besan la boca. 

Pero de aquél a éste la diferencia es poca. 

No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos. 

 

Pero, encontrar un día el espíritu sumo, 

la condición divina en el pecho de un fuerte, 

el hombre en cuya llama quisieras deshacerte 

¡como al golpe de viento las columnas de humo! 

 

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda, 

haga noble tu pecho, generosa tu falda, 

y más hondos los surcos creadores de tus sesos. 

 

¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine 

te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine 

hasta el seco ramaje de los pálidos huesos! 

 

Pudiera ser 

 

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido 

No fuera más que aquello que nunca pudo ser, 

No fuera más que algo vedado y reprimido 

De familia en familia, de mujer en mujer. 

 

Dicen que en los solares de mi gente, 

medido estaba todo aquello que se debía hacer... 

Dicen que silenciosas las mujeres han sido 

De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser... 

 

A veces en mi madre apuntaron antojos 

De liberarse, pero se le subió a los ojos 

Una honda amargura, y en la sombra lloró. 

 

Y todo eso mordiente, vencido, mutilado, 

Todo eso que se hallaba en su alma encerrado, 

Pienso que sin quererlo lo he libertado yo 

 

Queja 

 

Señor, Señor, hace ya tiempo, un día 

soñé un amor como jamás pudiera 

soñarlo nadie, algún amor que fuera 

la vida toda, la poesía. 

Y pasaba el invierno y no venía, 

y pasaba también la primavera, 

y el verano de nuevo persistía, 

y el otoño me hallaba con mi espera. 

Señor, Señor: mi espalda está desnuda: 

haz restallar allí, con mano ruda 

el látigo que sangra a los perversos. 

Que está la tarde ya sobre mi vida, 

y a esta pasión ardiente y desmedida 

la he perdido, Señor, haciendo versos. 

 

Ruego a Prometeo 

 

Agrándame tu roca, Prometeo; 

entrégala al dentado de la muela 

que tritura los astros de la noche 

y hazme rodar en ella, encadenada. 

 

Vuelve a encender las furias vengadoras 

de Zeus y dame látigo de rayos 

contra la boca rota, más guardando 

su ramo de verdad entre los dientes. 

 

Cubre el rostro de Zeus con las gorgonas; 

a sus perros azuza y los hocicos 

eriza en sus sombríos hipogeos: 

 

He aquí a mi cuerpo como un joven potro 

piafante y con la espuma reventada 

salpicando las barbas del Olimpo. 

 

Soy 

 

Soy suave y triste si idolatro, puedo 

Bajar el cielo hasta mi mano cuando 

El alma de otro al alma mía enredo. 

Plumón alguno no hallarás más blando. 

 

Ninguna como yo las manos besa, 

Ni se acurruca tanto en un ensueño, 

Ni cupo en otro cuerpo, así pequeño, 

Un alma humana de mayor terneza. 

 

Muero sobre los ojos, si los siento 

Como pájaros vivos, un momento, 

Aletear bajo mis dedos blancos. 

 

Sé la frase que encanta y que comprende 

Y sé callar cuando la luna asciende 

Enorme y roja sobre los barrancos. 

 

Subconciencia 

 

Has hablado, has hablado y me he dormido. 

Pero duermo y no duermo, porque siento 

que estoy bajo el supremo pensamiento: 

vivo, viviré siempre y he vivido. 

 

Has hablado, has hablado y he caído 

en un marasmo... cede hasta el aliento. 

Tiempo atrás, en las sombras, me he perdido: 

estoy ciega. No tengo sentimiento. 

 

Como el espacio soy, como el vacío. 

Es una sombra todo el cuerpo mío 

y puedo como el humo levantarme: 

 

Oigo soplos etéreos... sobrehumanos... 

Sujétame a la tierra con tus manos, 

que si el viento se mueve ha de llevarme. 

 

Sugestión de una cuna vacía 

 

Un pájaro de luna hasta la tierra 

la trajo. Inhabitada. Pero un nimbo... 

Y se veía alzar desde su fondo 

una ranilla humana al rosal abriendo. 

 

Con los párpados bajos del ocaso 

los barrotes doblaban sus rigores 

y se agitaba la ranilla rosa 

en cárcel presa ya y aún no nacida. 

 

A la luz de noche, franjas estelares 

le dibujaban triángulos y cruces 

de sombras y fulgor en nudo triste. 

 

Y se acunaba sola, dulcemente, 

como si arriba una celeste mano 

le diera viento mecedor de flores. 

 

Tanta dulzura alcánzame  
tu mano... 

 

Tanta dulzura alcánzame tu mano 

que pienso si las frutas te engendraron, 

si abejas con su miel te amamantaron 

y si eres nieto excelso del verano. 

Tanta dulzura no es de rango humano: 

los dioses tus pañales perfumaron, 

sobre tu sangre roja destilaron 

ojos de niños, lasitud de llano. 

Tanta dulzura, que cayendo al alma 

mueve esperanzas, le procura calma 

y todo anhelo de virtud corona. 

Tanta dulzura, para bien sentida, 

que digo al mal que me consume: olvida. 

y al fuerte daño que me dan: perdona. 

 

¿Te acuerdas? 

 

Mi boca con un ósculo travieso 

buscó a tus golondrinas, traicioneras, 

y sentí tus pestañas prisioneras 

palpitando en las combas de mi beso. 

Me libró la materia de su peso... 

pasó por mí un fulgor de primaveras 

y el alma anestesiada de quimeras 

conoció la fruición del embeleso. 

Fue un momento de paz tan exquisito 

que yo sorbí la luz del infinito 

y me asaltó el deseo de llorar. 

¿Te acuerdas que la tarde se moría 

y mientras susurrabas: "¡Mía! ¡Mía!" 

como un niño me puse a sollozar?.... 

 

Transfusión 

 

La vida tuya sangre mía abona 

y te amo a muerte, te amo; si pudiera 

bajo los cielos negros te comiera 

el corazón con dientes de leona. 

 

Antes de conocerte era ladrona 

y ahora soy menguada prisionera. 

¡Cómo luce de bien mi primavera! 

¡Cómo brilla en tu frente mi corona! 

 

Sangre que es mía en tus pupilas arde 

y entre tus labios pone cada tarde 

las uvas dulces con que pan convida. 

 

Y en tanto; flor sin aire, flor en gruta, 

me exprimo toda en ti como una fruta 

y entre tus manos se me va la vida. 

 

Tu dulzura 

 

Camino lentamente por la senda de acacias, 

me perfuman las manos sus pétalos de nieve, 

mis cabellos se inquietan bajo céfiro leve 

y el alma es como espuma de las aristocracias. 

Genio bueno: este día conmigo te congracias, 

apenas un suspiro me torna eterna y breve... 

¿Voy a volar acaso, ya que el alma se mueve? 

En mis pies cobran alas y danzan las tres Gracias. 

Es que anoche tus manos en mis manos de fuego, 

dieron tantas dulzuras a mi sangre, que luego 

llenóseme la boca de mieles perfumadas, 

 
 

tan frescas, que en la limpia madrugada de estío, 

mucho temo volverme al caserío, 

prendidas en los labios mariposas doradas. 

 

Tú que nunca serás... 

 

Sábado fue y capricho el beso dado, 

capricho de varón, audaz y fino, 

más fue dulce el capricho masculino 

a este mi corazón, lobezno alado. 

 

No es que crea, no creo; si inclinado 

sobre mis manos te sentí divino 

y me embriagué, comprendo que este vino 

no es para mí, más juego y rueda el dado... 

 

Yo soy esa mujer que vive alerta; 

tú, el tremendo varón que se despierta 

y es un torrente que se ensancha en río 

 

y más se encrespa mientras corre y poda. 

¡Ah, me resisto, más me tienes toda, 

tú, que nunca serás del todo mío! 

 

Una 

 

Es alta y es perfecta, de radiadas pupilas 

azules, donde acecha, perezosa una Eva. 

Su piel es piel de fruta. Su blanca carne nieva 

y sus trenzas se tuercen como gruesas anguilas. 

Un bosque de oro crece en sus blancas axilas. 

De los árboles rompe la yema fina y nueva. 

Su boca es de la muerte la tenebrosa cueva. 

su risa daña el pecho de las aves tranquilas. 

Pasó ayer a mi lado, las caderas redondas, 

los duros muslos tensos soliviando las blondas, 

los labios purpurados, y miedo tuve al verla, 

pues de tal modo es ella, ya, la predestinada 

que, se comprende, al verla, camina, abandonada 

hacia el hombre primero que debe poseerla. 

 

Una vez más 

 

Es una boca más la que he besado. 

¿Qué hallé en el fondo de tan dulce boca? 

¿Que nada hay nuevo bajo el sol y es poca 

la miel de un beso para haberlo dado? 

Heme otra vez aquí, pomo vaciado. 

Bajo este sol que mis espaldas toca 

a la cordura vanamente, invoca 

mi triste corazón desorbitado. 

¿Una vez más?... Mi carne se estremece 

y un gran terror entre mis manos crece, 

pues alguien da mi nombre a los caminos 

y es su voz de hombre, cálida y temida. 

Ay, quiero estarme quieta y soy movida 

hacia la sombra verde de los pinos. 

 

Una mirada 

 

La perdí de mi vida; en vano en los plurales 

rostros, el fulgor busco de su fluido divino; 

no hay copias de sus ojos; tan sólo un hombre vino 

con ellas a la tierra; no hay pupilas iguales: 

 

Redondo el globo blanco, mundo que anda despacio; 

y la pupila aguda, cazadora y ceñida; 

y la cuenca de sombras por rayos recorrida. 

(Pretextos de que nazca la llama y logre espacio.) 

 

No más bellas que tantas otras bellas pupilas. 

Tantas. Si las prendieran en desusadas filas, 

como collar del mundo, serían su atavío. 

 

Pero lo que adoraba no es lo mejor: yo busco 

un modo de asomarse; el luminoso y fusco 

resplandor de dos únicos orbes: lo que era mío. 

 

Vida 

 

Mis nervios están locos, en las venas 

la sangre hierve, líquido de fuego 

salta de mis labios donde finge luego 

la alegría de todas las verbenas. 

 

Tengo deseos de reír; las penas, 

que de domar a voluntad no alego, 

hoy conmigo no juegan y yo juego 

con la tristeza azul de que están llenas. 

 

El mundo late; toda su armonía 

la siento tan vibrante que hago mía 

cuanto escancio en su trova de hechicera. 

 

¡Es que abrí la ventana hace un momento 

y en las alas finísimas del viento 

me ha traído su sol la primavera! 

 

Voy a dormir 

 

Dientes de flores, cofia de rocío, 

manos de hierbas, tú, nodriza fina, 

tenme prestas las sábanas terrosas 

y el edredón de musgos escardados. 

 

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. 

Ponme una lámpara a la cabecera; 

una constelación, la que te guste; 

todas son buenas: bájala un poquito. 

 

Déjame sola: oyes romper los brotes... 

te acuna un pie celeste desde arriba 

y un pájaro te traza unos compases 

 

para que olvides... Gracias. Ah, un encargo: 

si él llama nuevamente por teléfono 

le dices que no insista, que he salido... 

 

 

 

 

 

 




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En nuestro día a día, perdemos de vista las cosas sencillas de la vida, el autor Gilberto Aranguren, a través del género poético, construye imágenes que conforman la interioridad de su mundo, le da importancia a cada aspecto de su vida y elige con cuidado aquello que le parece valioso y que pueda marcar totalmente la diferencia, él sabe que hay un mundo en su interior invisible para los demás y que cada evento exterior representa una ventana a su interior, ¡sus poemas son su reflejo!

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”