ALFONSINA STORNI
Al oído ...
Si quieres besarme.....besa
-yo comparto tus antojos-.
Mas no hagas mi boca presa.
bésame quedo en los ojos.
No me hables de los hechizos
de tus besos en el cuello...
están celosos mis rizos,
acaríciame el cabello.
Para tu mimo oportuno,
si tus ojos son palabras,
me darán, uno por uno,
los pensamientos que labras.
Pon tu mano entre las mías...
temblarán como un canario
y oiremos las sinfonías
de algún amor milenario.
Esta es una noche muerta
bajo la techumbre astral.
Está callada la huerta
como en un sueño letal.
Tiene un matiz de alabastro
y un misterio de pagoda.
¡Mira la luz de aquel astro!
¡la tengo en el alma toda!
Silencio...silencio...¡calla!
Hasta el agua corre apenas,
bajo su verde pantalla
se aquieta casi la arena...
¡Oh! ¡qué perfume tan fino!
¡No beses mis labios rojos!
En la noche de platino
bésame quedo en los ojos...
Alma desnuda
Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.
Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.
Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.
Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.
Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas
Con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia,
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega,
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Así
Hice el libro así:
Gimiendo, llorando, soñando, ay de mí.
Mariposa triste, leona cruel,
Di luces y sombra todo en una vez.
Cuando fui leona nunca recordé
Cómo pude un día mariposa ser.
Cuando mariposa jamás me pensé
Que pudiera un día zarpar o morder.
Encogida a ratos y a saltos después
Sangraron mi vida y a sangre maté.
Sé que, ya paloma, pesado ciprés.
O mata florida, lloré y más lloré.
Ya probando sales, ya probando miel,
Los ojos lloraron a más no poder.
Da entonces lo mismo, que lo he visto bien,
Ser rosa o espina, ser néctar o hiel.
Así voy a curvas con mi mala sed
Podando jardines de todo jaez.
¡Ay!
Seré en tus manos una copa fina
pronta a sonar cuando vibrarla quieras...
Destilarán en ella primaveras,
reflejará la luz que te ilumina.
Seré en tus manos una copa fina.
Habrás en ella una bebida suave,
nunca más dulce, pues piedad le dona;
licor que no hace mal y el mal perdona,
dulce licor que de las cosas sabe...
Habrás en ella una bebida suave.
Un día oscuro, entre tus dedos largos
será oprimido su cristal fulgente
y caerá en pedazos buenamente
la fina copa que te dio letargos;
¡un día oscuro, entre tus dedos largos!
Cristal informe sobre el duro suelo
no ha de ser turbio porque está quebrado:
reflejará la beatitud del cielo;
pobre cristal sobre tus pies tirado;
cristal informe sobre el duro suelo.
Daño tan grande Dios te lo perdone:
manos benditas las que así lo quiebren,
rosas y lirios para nunca enhebren,
dulzura eterna su impiedad le abone.
Daño tan grande Dios te lo perdone...
¡Aymé!
Y sabías amar, y eras prudente,
y era la primavera y eras bueno,
y estaba el cielo azul, resplandeciente.
Y besabas mis manos con dulzura,
y mirabas mis ojos con tus ojos,
que mordían a veces de amargura.
Y yo pasaba como el mismo hielo...
Yo pasaba sin ver en dónde estaba
ni el cruel infierno ni el amable cielo.
Yo no sentía nada... En el vacío
vagaba con el alma condenada
a mi dolor satánico y sombrío.
Y te dejé marchar calladamente,
a ti, que amar sabías y eras bueno,
y eras dulce, magnánimo y prudente.
Toda palabra en ruego te fue poca,
pero el dolor cerraba mis oídos...
Ah, estaba el alma como dura roca.
Aspecto
Vivo dentro de cuatro paredes matemáticas
alineadas a metro. Me rodean apáticas
almillas que no saben ni un ápice siquiera
de esta fiebre azulada que nutre mi quimera.
Uso una piel postiza que me la rayo en gris.
Cuervo que bajo el ala guarda una flor de lis.
Me causa cierta risa mi pico fiero y torvo
que yo misma me creo pura farsa y estorbo.
Buenos Aires
Buenos Aires es un hombre
Que tiene grandes las piernas,
Grandes los pies y las manos
Y pequeña la cabeza.
(Gigante que está sentado
Con un río a su derecha,
Los pies monstruosos movibles
Y la mirada en pereza.)
En sus dos ojos, mosaicos
De colores, se reflejan
Las cúpulas y las luces
De ciudades europeas.
Bajo sus pies, todavía
Están calientes las huellas
De los viejos querandíes
De boleadoras y flechas.
Por eso cuando los nervios
Se le ponen en tormenta
Siente que los muertos indios
Se le suben por las piernas.
Choca este soplo que sube
Por sus pies, desde la tierra,
Con el mosaico europeo
Que en los grandes ojos lleva.
Entonces sus duras manos
Se crispan, vacilan, tiemblan,
¡A igual distancia tendidas
De los pies y la cabeza!
Sorda esta lucha por dentro
Le está restando sus fuerzas,
Por eso sus ojos miran
Todavía con pereza.
Pero tras ellos, velados,
Rasguña la inteligencia
Y ya se le agranda el cráneo
Pujando de adentro afuera.
Como de mujer encinta
No fíes en la indolencia
De este hombre que está sentado
Con el Plata a su derecha.
Mira que tiene en la boca
Una sonrisa traviesa,
Y abarca en dos golpes de ojo
Toda la costa de América.
Ponle muy cerca el oído:
Golpeando están sus arterias:
¡Ay, si algún día le crece
Como los pies, la cabeza!
Calle
Un callejón abierto
entre altos paredones grises.
A cada momento
la boca oscura de las puertas,
los tubos de los zaguanes,
trampas conductoras
a las catacumbas humanas.
¿No hay un calosfrío
en los zaguanes?
¿Un poco de terror
en la blancura ascendente
de una escalera?
Paso con premura.
Todo ojo que me mira
me multiplica y dispersa.
Un bosque de piernas,
un torbellino de círculos
rodantes,
una nube de gritos y ruidos,
me separan la cabeza del tronco,
las manos de los brazos,
el corazón del pecho,
los pies del cuerpo,
la voluntad de su engarce.
Arriba;
el cielo azul
aquieta su agua transparente;
Ciudades de oro
lo navegan.
Capricho 2
Escrútame los ojos sorpréndeme la boca,
sujeta entre tus manos esta cabeza loca;
dame a beber veneno, el malvado veneno
que moja los labios a pesar de ser bueno.
Pero no me preguntes, no me preguntes nada
de por qué lloré tanto en la noche pasada;
las mujeres lloramos sin saber, porque sí.
Es esto de los llantos pasaje baladí.
Bien se ve que tenemos adentro un mar oculto,
un mar un poco torpe, ligeramente oculto,
que se asoma a los ojos con bastante frecuencia
y hasta lo manejamos con una dúctil ciencia.
No preguntes amado, lo debes sospechar:
en la noche pasada no estaba quieto el mar.
Nada más. Tempestades que las trae y las lleva
un viento que nos marca cada vez costa nueva.
Sí, vanas mariposas sobre jardín de Enero,
nuestro interior es todo sin equilibrio y huero.
Luz de cristalería, fruto de carnaval
decorado en escamas de serpientes del mal.
Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:
deseamos y gustamos la miel en cada copa
y en el cerebro habemos un poquito de estopa.
Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer,
capricho, amado mío, capricho debe ser.
Oh, déjame que ría. ¿No ves que tarde hermosa?
Espínate las manos y córtame una rosa.
Carta lírica a otra mujer
Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro
conozco yo, y os imagino blanca,
débil como los brotes iniciales,
pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina,
en vuestros ojos, placidez de lago
que se abandona al sol y dulcemente
le absorbe su oro mientras todo calla.
Y vuestras manos, finas, como aqueste
dolor, el mío, que se alarga, se alarga,
y luego se me muere y se concluye
así, como lo veis, en algún verso.
Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca
tenéis un rumoroso colmenero,
si las orejas vuestras son a modo
de pétalos de rosa ahuecados...
Decidme si lloráis, humildemente,
mirando las estrellas tan lejanas
y si en las manos tibias se os duermen
palomas blancas y canarios de oro.
Porque todo eso y más, vos sois, sin duda
vos, que tenéis al hombre que adoraba
entre las manos dulces, vos la bella
que habéis matado, sin saberlo acaso,
toda esperanza en mí... Vos, su criatura.
Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma
estáis gustando del amor secreto
que guardé silencioso... Dios lo sabe
por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.
Os lo confieso que una vez estuvo
tan cerca de mi brazo, que a extenderlo
acaso mía aquella dicha vuestra
me fuera ahora... ¡Sí!, acaso mía...
Mas ved, estaba el alma tan gastada
que el brazo mío no alcanzó a extenderse:
la sed divina, contenida entonces,
me pulió el alma....¡Y él ha sido vuestro!
¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos
él se estremece y le decís palabras
pequeñas y menudas que semejan
pétalos volanderos y muy blancos.
Acaso un niño rubio vendrá luego
a copiar en los ojos inocentes
los ojos vuestros y los de él unidos
en un espejo azul y cristalino...
¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia!
Arrancaban tan firmes los cabellos
a grandes ondas, que a tenerla cerca,
no hiciera yo otra cosa que ceñirla!
Contra voz
Entierra la pluma
antes de atarte a los puños
como una llama
el dolor de servir
a cosas estultas.
Por su punta,
como por los canales
que desagotan el río,
tu agua se desparrama
y muere en el llano.
La palabra arrastra limos,
pule piedras,
y corta selvas imaginarias.
Piden los hombres
tu lengua,
tu cuerpo,
tu vida:
Tírate a una hoguera,
florece en la boca
de un cañón.
Una punta de cielo
rozará
la casa humana.
Cuadrados y ángulos
Casas enfiladas, casas enfiladas,
casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes ya tienen el alma cuadrada,
ideas en fila
y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,
Dios mío, cuadrada.
Date a volar
Anda, date a volar, hazte una abeja,
En el jardín florecen amapolas,
Y el néctar fino colma las corolas;
Mañana el alma tuya estará vieja.
Anda, suelta a volar, hazte paloma,
Recorre el bosque y picotea granos,
Come migajas en distintas manos
La pulpa muerde de fragante poma.
Anda, date a volar, sé golondrina,
Busca la playa de los soles de oro,
Gusta la primavera y su tesoro,
La primavera es única y divina.
Mueres de sed: no he de oprimirte tanto...
Anda, camina por el mundo, sabe;
Dispuesta sobre el mar está tu nave:
Date a bogar hacia el mejor encanto.
Corre, camina más, es poco aquéllo...
Aún quedan cosas que tu mano anhela,
Corre, camina, gira, sube y vuela:
Gústalo todo porque todo es bello.
Echa a volar... mi amor no te detiene,
¡Cómo te entiendo, Bien, cómo te entiendo!
Llore mi vida... el corazón se apene...
Date a volar, Amor, yo te comprendo.
Callada el alma... el corazón partido,
Suelto tus alas... ve... pero te espero.
¿Cómo traerás el corazón, viajero?
Tendré piedad de un corazón vencido.
Para que tanta sed bebiendo cures
Hay numerosas sendas para tí...
Pero se hace la noche; no te apures...
Todas traen a mí...
Dientes de flores,
cofia de rocío...
Último poema antes de suicidarse.
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara en la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas, bájala un poquito.
Déjame sola; oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias...
Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido.
Dolor
Quisiera esta tarde divina de octubre
Pasear por la orilla lejana del mar;
Que la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar
Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;
Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear
Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;
Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;
Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello; no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;
Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.
Dos palabras
Esta noche al oído me has dicho dos palabras
Comunes. Dos palabras cansadas
De ser dichas. Palabras
Que de viejas son nuevas.
Dos palabras tan dulces, que la luna que andaba
Filtrando entre las ramas
Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento
Moverme para echarla.
Tan dulces dos palabras
-Que digo sin quererlo -oh qué bella, la vida-
Tan dulces y tan mansas
Que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.
Tan dulces y tan bellas
Que nerviosos mis dedos,
Se mueven hacia el cielo imitando tijeras.
Oh, mis dedos quisieran cortar estrellas.
Dulce tortura
Polvo de oro en tus manos fue mi melancolía
Sobre tus manos largas desparramé mi vida;
Mis dulzuras quedaron a tus manos prendidas;
Ahora soy un ánfora de perfumes vacía.
Cuánta dulce tortura quietamente sufrida
Cuando, picada el alma de tristeza sombría,
Sabedora de engaños, me pasaba los días
¡Besando las dos manos que me ajaban la vida!
Dulce y sombrío
Dónde estarás ahora? Eras tan dulce, niño
de los cabellos rubios y los ojos de acero...
Niño que a pesar mío fuiste mi prisionero,
¡Oh, mi pálido niño!
Tan humilde era el beso que besaba mis plantas,
con tan honda delicia, con tan límpida queja,
que a medida que el tiempo va pasando y se aleja
lo desean mis plantas.
Te quedabas callado en las tardes de oro
cuando un libro en las manos nos ponía tristeza,
y luego en mis rodillas caía tu cabeza
como un copo de oro.
Entonces de tu alma ascendían perfumes
hasta el alma cansada que agobiaba mi pecho...
¡Oh, tu alma... tan fresca como rama de helecho!
Ascendía en perfumes.
Niño que yo adoraba... Oh tus lágrimas blancas
que regaban copiosas la palabra imposible,
fui tu hermana discreta, niño triste y sensible
de las lágrimas blancas.
Como a ti no amé a nadie, niño dulce y sombrío
que lloraste en mis brazos mi desvío prudente.
Te amará mi recuerdo inacabablemente,
niño dulce y sombrío.
Vamos hacia los árboles... El sueño
se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
adormecida de perfume agreste,
pero calla, no hables, sé piadoso;
no despiertes los pájaros que duermen.
El canal
En la dulce fragancia
De la dulce San Juan,
Recuerdos de mi infancia
Enredados están.
Mi casa hacia los fondos
Tendía su vergel;
Allí canales hondos
Entre abejas y miel.
De enrojecidas ondas
Y pequeño caudal
Era el mío, entre frondas,
Predilecto canal.
Vagas melancolías
Llevábanme a buscar
En los oscuros días
Aquel dulce lugar.
Barquitos trabajaba
En nevado papel
Y en el agua soltaba
Tan menudo bajel.
Y navegaban hasta
Que un recodo fugaz
Se interponía: ¡basta!
No los veía más.
Y al perder mi barquito
Solíanme embargar
Ideas de infinito
Y rompía a llorar.
Niña: ya presentías
Lo que ocurrir debió:
Todo, por otras vías,
Se ha ido y no volvió.
El clamor
Alguna vez, andando por la vida,
por piedad, por amor,
como se da una fuente, sin reservas,
yo di mi corazón.
Y dije al que pasaba, sin malicia,
y quizá con fervor:
-Obedezco a la ley que nos gobierna:
He dado el corazón.
Y tan pronto lo dije, como un eco
ya se corrió la voz:
-Ved la mala mujer esa que pasa:
Ha dado el corazón.
De boca en boca, sobre los tejados,
rodaba este clamor:
-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara;
ha dado el corazón!
Ya está sangrando, sí, la cara mía,
pero no de rubor,
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡He dado el corazón!
El cisne enfermo
Hay un cisne que muere cercado en un palacio.
Un cisne misterioso de ropaje de seda
que en vez de deslizarse en la corriente leda
se estanca fatigado de mirar el espacio.
El cisne es un enfermo que adora al dios de oro;
el sol, padre de razas, fecunda su agonía.
por eso su tristeza es una sinfonía
de flores que se entreabren en las sombras del lloro.
Tiene el pecho cruzado por un loco puñal,
gota a gota su sangre se diluye en el lago
y las aguas azules se encantarán bajo el mago
poder de los rubíes que destila su mal.
El alma de este cisne es una sensitiva...
no levantéis la voz al lado del estanque
si no queréis que el cisne con el pico se arranque
el puñal que sostiene su existencia furtiva.
Cuentan viejas leyendas que está enfermo de amor.
Que el corazón enorme se le ha centuplicado
y que tiene en la entraña como El Crucificado
un dolor que cobija todo humano dolor.
Y cuentan las leyendas que es un cisne - poeta...
Que la magia del ritmo le ha ungido la garganta
y canta porque sí, como el arroyo canta
la rima cristalina de su corriente inquieta.
.............................................
Yo he soñado una noche que el viejo palacio
era el cisne cansado de mirar el espacio.
El divino amor
Te ando buscando, amor que nunca llegas,
Te ando buscando, amor que te mezquinas,
Me aguzo por saber si me adivinas,
Me doblo por saber si te me entregas.
Las tempestades mías, andariegas,
Se han aquietado sobre un haz de espinas;
Sangran mis carnes gotas purpurinas
Porque a salvarte, oh niño, te me niegas.
Mira que estoy de pie sobre los leños,
Que a veces bastan unos pocos sueños
Para encender la llama que me pierde.
Sálvame, amor, y con tus manos puras
Trueca este fuego en límpidas dulzuras
y haz de mis leños una rama verde.
El hijo de un avaro
Ya la avaricia te imprimió su huella
Sobre las carnes: la materia escasa
Recubre apenas tu armazón exiguo
De hombros estrechos.
Cabellos tienes desteñidos; mira
Cómo tu piel no brilla. Se repite
En tí el milagro de tu padre, el hombre
De ojos agudos.
¿Recuerdas tú? Cuando eras niño apenas
Medio dormido entre la sombra, oías
Caer monedas, lenta, lentamente...
Una por una.
Como tu padre, a medianoche anduvo
También tu abuelo en subterráneo, y antes,
El padre de su padre ya ambulaba
Bajo la tierra.
Mira tus dedos deprimidos, mira.
Mira la curva del pulgar derecho,
Menguado está como tu alma; ¡mira!...
¿Miedo no sientes?
Ni los esclavos te aman.. . ¡Ah, no sabes
Cuán fácil aman los esclavos! Muestra
La bolsa tuya y llegarán cantando
Tus alabanzas.
Odias el sol pues te parece el oro
Que no pudiste conseguir. Te encierras
Por no mirarlo, cuando sale a darse
Sencillamente.
Cuando tus manos van a tus bolsillos
Temblor las mueve, que tu raza toda
Pesa en los dedos con que, apenas, tiendes
Su vil moneda.
Oh las mujeres que a tu lado pasan
Sienten el hielo de tus ojos y huyen
En sueños dulces a lejanos bosques
Primaverales.
Hijo de avaro, ven a mis rodillas,
Piedad me sobra..., recogí en los ojos
El cielo azul, y el mar, que es movimiento,
Filtró por ellos.
¡Hijo de avaro, recubrirte ansío
Con mis dos brazos y en los ojos grises
Mirarte fijo!... ¡Como un soplo ardiente
Te daré el alma!
Te sentirás crecer: los hombros tuyos
Han de agrandarse; tus cabellos secos
Tomarán brillo y el pulgar menguado
La curva mía.
Hijo de avaro, ven a mis rodillas;
¡Nadie te amó! Encogido, tembloroso,
Nunca entendiste el bien de los humanos;
Único: darse.
A ricos de alma le ofrecí mi alma
Toda, temblando de alegría; llega,
No tengas miedo, buitre, no se acaba
El pozo mío.
Que nadie es pobre como tú, el enjuto
De pecho y alma, el de los ojos grises,
El de los dedos comprimidos, secos...
¡Hijo de avaro!
El parque
En el aire reseco, flota miel diluida,
De los árboles bajan zumos de primavera,
La sangre de los troncos su subida acelera.
La abeja soberana va a quitar una vida.
Por el urbano parque de rojizos senderos,
Afeitadas gramillas y artificiales fuentes,
Paseo. Las estatuas tienen tristes las frentes,
Pero a sus pies las flores saltan de los canteros.
Bosquecillos de acacias, puestos de trecho en trecho,
Calan el horizonte, al dibujo sensible.
Zumba un oro ligero, más sin cuerpo visible.
Hay arriba un zafiro ahuecado por techo.
En el verdoso lago, donde el pétalo ambula,
Señoriales, los cisnes, enarcados, navegan;
Finas columnas blancas se reflejan y juegan
A encontrarse en el agua, que las tuerce y ondula.
Como hace miles de años flota un áspero aliento
De mediodía, y bajo mi planta destructora
La gramilla aplastada no se duele ni llora;
Pugna por levantarse sobre el brazo del viento.
Como hace miles de años sube de las corola,
Un venenoso, dulce y profundo llamado:
Paréceme que algo va a serme revelado.
Retrocedo en el tiempo. Queman las amapolas.
¿Dónde he visto estos cisnes, esta hiedra, hace mucho?
¿Estas blancas columnas y este sol deslumbrante?
No tenía estas ropas grises de caminante:
Yo nadaba en un lago y escuché lo que escucho.
Una nota asustada, suelta mi pecho magro.
¿Siento mi voz acaso como por vez primera?...
Ah, el corazón disuelto de tanta primavera
Está fuera del tiempo y anticipa un milagro.
Está fuera del tiempo, porque vuelvo la vista
Al tupido boscaje de espinosas retamas
Y presiento que acechan las pupilas en llamas
De algún sátiro joven que el asalto se alista.
Va la tierra a prensarse bajo el casco de uña,
Y a su rito salvaje, veré alzarse las aves
De sus nidos ocultos, y los céspedes suaves
Encogerse al amago de la dura pezuña.
Algo de otras edades, de una extraña grandeza,
Sorprenderá a los cisnes blancos del siglo xx,
Sonreirán las bocas de mármol de la fuente
Al amor desusado de una fiera simpleza.
Por mirar cómo escapan las mujeres rosadas,
Las mujeres de piedra darán vuelta sus bustos,
Y en la sombra discreta de los negros arbustos
Habrá una fuga fina de blancas carcajadas.
Pero es grave el contraste: bajo mis ojos cae
Saliendo del boscaje, una cara pulida:
Es de mi siglo: un joven; por la boca sin vida
Pasa un cansancio lento que a lo real me trae.
Hacia mí se encamina con un paso que ondula
Su piel amarillenta le da una muerta gracia,
Ojeras prematuras sellan su aristocracia;
Pasa a mi lado, mira, me pesa y me calcula...
Galantería fácil, frase de primavera,
Irrumpe de su boca, tenue mancha lavada;
Miro sus manos pulcras y su barba afeitada;
Y se anima en sus ojos una llama ligera.
... Pero se aleja a paso
reposado y tranquilo,
Algún cisne lo mira sin sorpresa en el lago,
sigue cantando el ave su canto fino y vago,
La araña no ha cesado de tejer con su hilo.
El sol, sobre su cuerpo, cobra la indiferencia
De un filósofo triste que contemplara escombros;
Cada vez más se alejan los rellenados hombros
Y a su paso las cosas se cargan de paciencia.
No han girado sus bustos las mujeres de piedra;
Sigue el agua goteando con idéntico canto;
En el bosque no hay risas ni carreras de espanto;
Mana un negro silencio, y está quieta la hiedra...
Allá lejos se pierde la figura del hombre;
Recuerdo su mirada, turbia y domesticada.
¡Oh suspicaz, moderna y pequeña mirada,
El corazón me llenas de una angustia sin nombre!
El racimo inocente
Así, como jugando, te acerqué el corazón
Hace ya mucho tiempo, en una primavera...
Pero tú, indiferente, pasaste por mi vera...
Hace ya mucho tiempo.
Sabio de toda cosa, no sabías acaso
Ese juego de niña que cubría discreto
Con risas inocentes el tremendo secreto,
Sabio de toda cosa...
Hoy, de vuelta a mi lado, ya mujer, tú me pides
El corazón aquél que en silencio fue tuyo,
Y con torpes palabras negativas arguyo
Hoy, de vuelta a mi lado.
Oh, cuando te ofrecí el corazón en aquella
Primavera, era un dulce racimo no tocado
El corazón... Ya otros los granos han probado
Del racimo inocente...
El silencio
¿Nunca habéis inquirido
Por qué, mundo tras mundo,
Por el cielo profundo
Van pasando sin ruido?
Ellos, los que traspiran
Las cosas absolutas,
Por sus azules rutas
Siempre callados giran.
Sólo el hombre, pequeño,
Cuyo humano latido
En la tierra, es un sueño,
¡Sólo el hombre hace ruido!
El sueño
Yo vi dos soles rojos dominando el espacio
Perlaban en sus rayos las luces de topacio
y tendí mis dos manos hambrientas de infinito
para estrujar en ellas un inefable mito.
Las dos pupilas rojas como rosas del cielo
cegaron mis pupilas, soberbias en su anhelo
de mirar cara a cara los toques de diamantes.
Después, como un crujido de nudos que se quiebran...
Tempestades soberbias que en los mares se enhebran;
parto de los dioses... Un quejido de dios...
¡Y bocas que se muerden en un supremo adiós!
Más tarde una sonata más dulce que la miel;
agonía de lirios en el jardín aquel.
palacio de oro y oro donde habita una maga
que ha dormido cien años por maldición aciaga.
Y después manos blancas desparramando rosas
sobre el alma escondida y serena de las cosas...
Y un silencio de muerte cansado y sepulcral
donde se prende el lotus venenoso del mal.
Y después la mañana que llega a los cristales
del cuarto miserable donde muerdo mis males...
Y después otro día que se esboza en el lloro
de mis días sin sol, de mis soles sin oro!...
Esta tarde
Ahora quiero amar algo lejano...
Algún hombre divino
Que sea como un ave por lo dulce,
Que haya habido mujeres infinitas
Y sepa de otras tierras, y florezca
La palabra en sus labios, perfumada:
Suerte de selva virgen bajo el viento...
Y quiero amarlo ahora. Está la tarde
Blanda y tranquila como espeso musgo,
Tiembla mi boca y mis dedos finos,
Se deshacen mis trenzas poco a poco.
Siento un vago rumor... Toda la tierra
Está cantando dulcemente... Lejos
Los bosques se han cargado de corolas,
Desbordan los arroyos de sus cauces
Y las aguas se filtran en la tierra
Así como mis ojos en los ojos
Que estoy soñando embelesada...
Pero
Ya está bajando el sol de los montes,
Las aves se acurrucan en sus nidos,
La tarde ha de morir y él está lejos...
Lejos como este sol que para nunca
Se marcha y me abandona, con las manos
Hundidas en las trenzas, con la boca
Húmeda y temblorosa, con el alma
Sutilizada, ardida en la esperanza
De este amor infinito que me vuelve
Dulce y hermosa...
Este libro
Me vienen estas cosas del fondo de la vida:
Acumulado estaba, yo me vuelvo reflejo...
Agua continuamente cambiada y removida;
Así como las cosas, es mudable el espejo.
Momentos de la vida aprisionó mi pluma,
Momentos de la vida que se fugaron luego,
Momentos que tuvieron la violencia del fuego
O fueron más livianos que los copos de espuma.
En todos los momentos donde mi ser estuvo,
En todo esto que cambia, en todo esto que muda,
En toda la sustancia que el espejo retuvo,
Sin ropajes, el alma está limpia y desnuda.
Yo no estoy y estoy siempre en mis versos, viajero,
Pero puedes hallarme si por el libro avanzas
Dejando en los umbrales tus fieles y balanzas:
Requieren mis jardines piedad de jardinero.
Esto es amor
Esto es amor, esto es amor, yo siento...
Esto es amor, esto es amor, yo siento
en todo átomo vivo un pensamiento.
Yo soy una y soy mil, todas las vidas
pasan por mí, me muerden sus heridas.
Y no puedo ya más, en cada gota
de mi sangre hay un grito y una nota.
Y me doblo, me doblo bajo el peso
de un beso enorme, de un enorme beso.
Espera
He de darte las manos, espera, todavía
está llena la tierra del murmullo del día.
La bóveda celeste no deja ver ninguna
de sus estrellas... duerme en los cielos la luna.
He de darte las manos, pero aguarda, que ahora
todo piensa y trabaja -la vida es previsora-
Pero el corazón mío se esconde solitario,
desconsolado y triste por el bullicio diario.
Hace falta que todo lo que se mueve cobre
una vaga pereza, que el esfuerzo zozobre,
que caiga sobre el mundo un tranquilo descanso,
un medio todo dulce, consolador y manso.
Espera... dulcemente, balsámica de calma,
se llegará la noche, yo te daré las manos,
pero ahora lo impiden esos ruidos mundanos;
hay luz en demasía, no puedo verte el alma.
Frase
Fuera de ley, mi corazón
A saltos va en su desazón.
Ya muerde acá, sucumbe allí,
Cazando allá, cazando aquí.
Donde lo intento yo dejar
Mi corazón no se ha de estar.
Donde lo deba yo poner
Mi corazón no ha de querer.
Cuando le diga yo que sí,
Dirá que no, contrario a mí.
Bravo león, mi corazón
Tiene apetitos, no razón.
Fiero amor
Oh, fiero amor, llegaste como la mariposa.
Cuando comienza Octubre se aproxima a la rosa;
era silencio todo, era silencio abierto
a sombras misteriosas como el ojo de un muerto.
Yo era la misma sombra, yo era menos, yo era
una cosa durmiente que ni sueña ni espera,
cuando el vuelo de aquella mariposa celeste
me hizo gorjear de pronto como un pájaro agreste.
Oh, cien soles se alzaron por el lado de oriente,
oh, cien ríos corrieron por la misma pendiente,
oh, cien lunas de plata brillaron en el cielo
y cien altas montañas emprendieron el vuelo.
Abrí los brazos: tuve la divina locura
de tocar con mis dedos las cosas de la altura.
Abrí los ojos: tuve la divina tristeza
de beber con los ojos la celeste belleza.
Lloré, lloré sin tregua; grité: Corazón mío,
detente en el camino que lleva al desvarío;
pero el corazón mío fue una gota de cera...
Dios, ¿qué pudo esa gota contra la primavera?...
Fiero amor: en tus manos yo he soltado mi vida;
acógela: Paloma que se posa rendida
en las garras sangrientas, ya no bate las alas:
muere de lo que vive; vive de lo que exhalas.
Bien sé que no hay cien soles que nazcan en oriente,
bien sé que no hay cien ríos por la misma pendiente,
bien sé que no hay cien lunas que brillen en el cielo,
bien sé que no hay montañas que se alarguen al vuelo.
Bien sé que las palomas ciegan sus ojos, dejan
en el nido las plumas, las auroras se alejan,
caen las hojas, viene el otoño, la muerte,
y se agrisan los días, y se agrisa la suerte.
Pero soy una esclava del dolor y lo adoro
como adora el avaro el sonido del oro:
oh, terrible tormenta de relámpago y rayo,
en tu fuego revivo, en tu fuego desmayo.
Fiero amor: soy pequeña como un copo de nieve,
fiero amor: soy pequeña como un pájaro breve,
triste como el gemido de un niño moribundo,
fiero amor, no hallarías mejor presa en el mundo.
Ninguna moriría más ligero en tus garras,
ninguna moriría más pronto en tus amarras.
Alumbra, sol naciente... Naturaleza, crece:
sobre la vida oscura la muerte resplandece.
Frente al mar
Oh Mar, enorme mar, corazón fiero
de ritmo desigual, corazón malo,
yo soy más blanda que ese pobre palo
que se pudre en tus ondas prisionero.
Oh mar, dame tu cólera tremenda,
yo me pasé la vida perdonando,
porque entendía, mar, yo me fui dando:
"Piedad, piedad para el que más ofenda".
Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
Ya me fatiga esta misión de rosa.
¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
me falta el aire y donde falta quedo,
quisiera no entender, pero no puedo:
es la vulgaridad que me envenena.
Me empobrecí porque entender abruma,
me empobrecí porque entender sofoca,
¡Bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma.
Mar, yo soñaba ser como tú eres,
allá en las tardes que la vida mía
bajo las horas cálidas se abría...
Ah, yo soñaba ser como tú eres.
Mírame aquí, pequeña, miserable,
todo dolor me vence, todo sueño;
mar, dame, dame el inefable empeño
de tornarme soberbia, inalcanzable.
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza,
¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
Y el alma mía es como el mar, es eso.
Ah, la ciudad la pudre y equivoca
pequeña vida que dolor provoca,
¡Qué pueda libertarme de su peso!
Vuele mi empeño, mi esperanza vuele...
La vida mía debió ser horrible,
debió ser una arteria incontenible
y apenas es cicatriz que siempre duele.
Hombre pequeñito,
hombre pequeñito...
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario, que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé un cuarto de ala;
no me pidas más.
La inquietud del rosal
El rosal en su inquieto modo de florecer
va quemando la savia que alimenta su ser.
¡Fijaos en las rosas que caen del rosal;
tantas son que la planta morirá de este mal!
El rosal no es adulto y su vida impaciente
se consume al dar flores precipitadamente.
La caricia perdida
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos ... En el viento, al rodar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida, ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va,
si no ves esa mano ni la boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de llamar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida ¿me reconocerás?
La invitación amable
Acércate, poeta; mi alma es sobria,
de amor no entiende -del amor terreno-
su amor es más altivo y es más bueno.
No pediré los besos de tus labios.
No beberé en tu vaso de cristal,
el vaso es frágil y ama lo inmortal.
Acércate, poeta sin recelos...
ofréndame la gracia de tus manos,
no habrá en mi antojo pensamientos vanos.
¿Quieres ir a los bosques con un libro,
un libro suave de belleza lleno?...
Leer podremos algún trozo ameno.
Pondré en la voz la religión de tu alma,
religión de piedad y de armonía
que hermana en todo con la cuita mía.
Te pediré me cuentes tus amores
y alguna historia que por ser añeja
nos dé el perfume de una rosa vieja.
Yo no diré nada de mí misma
porque no tengo flores perfumadas
que pudieran así ser historiadas.
El cofre y una urna de mis sueños idos
no se ha de abrir, cesando su letargo,
para mostrarte el contenido amargo.
Todo lo haré buscando tu alegría
y seré para ti tan bondadosa
como el perfume de la vieja rosa.
¿La invitación esta... sincera y noble.
Quieres ser mi poeta buen amigo
y sólo tu dolor partir conmigo?
La mirada
Mañana, bajo el peso de los años,
Las buenas gentes me verán pasar,
Mas bajo el peño oscuro y la piel mate
Algo del muerto fuego asomará.
Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora
Pasa? Y alguna voz contestará:
-Allá en sus buenos tiempos
Hacía versos. Hace mucho ya.
Y yo tendré mi cabellera
blanca,
Los ojos limpios, y en mi boca habrá
Una gran placidez y mi sonrisa
Oyendo aquello no se apagará.
Seguiré mi camino lentamente,
Mi mirada a los ojos mirará,
Irá muy hondo la mirada mía,
Y alguien, en el montón, comprenderá.
La que comprende
Con la cabeza negra caída hacia adelante
Está la mujer bella, la de mediana edad,
Postrada de rodillas, y un Cristo agonizante
Desde su duro leño la mira con piedad.
En los ojos la carga de una enorme tristeza,
En el seno la carga del hijo por nacer,
Al pie del blanco Cristo que está sangrando reza:
-¡Señor, el hijo mío que no nazca mujer!
Las grandes mujeres
En las grandes mujeres reposó el universo.
Las consumió el amor, como el fuego al estaño,
a unas; reinas, otras, sangraron su rebaño.
Beatriz y Lady Macbeth tienen genio diverso.
De algunas, en el mármol, queda el seno perverso.
Brillan las grandes madres de los grandes de antaño.
Y es la carne perfecta, dadivosa del daño.
Y son las exaltadas que entretejen el verso.
De los libros las tomo como de un escenario
fastuoso -¿Las envidias, corazón mercenario?
Son gloriosas y grandes, y eres nada, te arguyo.
-Ay, rastreando en sus alas, como en selvas las lobas,
a mirarlas de cerca me bajé a sus alcobas
y oí un bostezo enorme que se parece al tuyo.
Llama
Mi queja abre la pulpa
del corazón divino
y su estremecimiento
aterciopela
el musgo de la tierra.
Un ámbar agridulce
destilado de las
flores cerúleas
cae a mojar
mi labios sedientos.
Ríos de sangre
bajan de mis manos
a salpicar el rostro
de los hombres.
Sobre la cruz del tiempo
clavada estoy.
El rumor lejano
del mundo, ráfaga cálida,
evapora el sudor
de mi frente.
Mis ojos, faros de angustia,
trazan señales misteriosas
en los mares desiertos.
Y eterna,
la llama de mi corazón
sube en espirales
a iluminar el horizonte.
Lo inacabable
No tienes tú la culpa si en tus manos
mi amor se deshojó como una rosa:
Vendrá la primavera y habrá flores...
el tronco seco dará nuevas hojas.
Las lágrimas vertidas se harán perlas
de un collar nuevo; romperá la sombra
un sol precioso que dará a las venas
la savia fresca, loca y bullidora.
Tú seguirás tu ruta; yo la mía
y ambos, libertos, como mariposas
perderemos el polen de las alas
y hallaremos más polen en la flora.
Las palabras se secan como ríos
y los besos se secan como rosas,
pero por cada muerte siete vidas
buscan los labios demandando aurora.
Mas... ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera!
¡Y toda primavera que se esboza
es un cadáver más que adquiere vida
y es un capullo más que se deshoja!
Mañana gris
Se abren bocas grises
en la plancha
redonda del mar.
Tragan nubes grises
las bocas
silenciosas del mar.
Dormidos los peces,
en el fondo,
están.
Colocados en nichos,
el cuerpo frío horizontal
duermen todos los peces
del mar.
Uno, bajo una aleta,
tiene un pequeño
sol invernal.
Su luz difusa
asciende
y abre una aurora pálida
en cada boca gris del mar.
Pasa el buque
y los peces
no se pueden despertar.
Gaviotas trazan signos de acero
sobre la inmensidad.
Me atreveré a besarte
Mírame aquí a tu lado tirada dulcemente;
soy un lirio caído al pie de una montaña...
Mírame aquí a tu lado...Esa luz que me baña
me viene de tus ojos como de un sol naciente.
Cómo envidio tus uñas insertas en tus dedos,
y tus dedos insertos de tu mano en la palma,
y tu ser todo inserto en el molde de mi alma!
Cómo envidio tus uñas insertas en tus dedos.
Acoge mi pedido: oye mi voz sumisa,
vuélvete a donde quedo postrada y sin aliento.
Celosa de tus penas, esclava de tu risa,
sobra de tus anhelos y de tu pensamiento.
Te miraré a los ojos cuando la tarde abroche
tu boca bien amada que no he besado nunca...
Melancolía
Oh muerte, Yo te amo, pero te adoro, vida...
Cuando vaya en mi caja para siempre dormida,
Haz que por vez postrera
Penetre mis pupilas el sol de primavera.
Déjame algún momento bajo el calor del cielo,
Deja que el sol fecundo se estremezca en mi hielo...
Era tan bueno el astro que en la aurora salía
A decirme: buen día.
No me asusta el descanso, hace bien el reposo,
Pero antes que me bese el viajero piadoso
Que todas las mañanas,
Alegre como un niño, llegaba a mis ventanas.
Mi hermana
Son las diez de la noche; en el cuarto en penumbra
Mi hermana está dormida, las manos sobre el pecho;
Es muy blanca su cara y es muy blanco su lecho,
Como si comprendiera, la luz casi no alumbra.
En el lecho se hunde a modo de los frutos
Rosados, en el hondo colchón de suave pasto.
Entra el aire a su pecho y levántalo casto
Con su ritmo midiendo los fugaces minutos.
La arropo dulcemente con las blancas cubiertas
Y protejo del aire sus dos manos divinas;
Caminando en puntillas cierro todas las puertas,
Entorno los postigos y corro las cortinas.
Hay mucho ruido afuera, ahoga tanto ruido.
Los hombres se querellan, murmuran las mujeres,
Suben palabras de odio, gritos de mercaderes:
Oh, voces, deteneos. No entréis hasta su nido.
Mi hermana está tejiendo como un hábil gusano
Su capullo de seda: su capullo es un sueño.
Ella con hilo de oro teje el copo sedeño:
Primavera es su vida. Yo ya soy el verano.
Cuenta sólo con quince octubres en los ojos,
Y por eso los ojos son tan limpios y claros;
Cree que las cigueñas, desde países raros,
Bajan con rubios niños de piececitos rojos.
¿Quién quiere entrar ahora? Oh
¿eres tú, buen viento?
¿Quieres mirarla? Pasa. Pero antes, en mi frente
Entíbiate un instante; no vayas de repente
A enfriar el manso sueño que en la suya presiento.
Como tú, bien quisieran entrar ellos y estarse
Mirando esa blancura, esas pulcras mejillas,
Esas finas ojeras, esas líneas sencillas.
Tú los verías, viento, llorar y arrodillarse.
Ah, si la amáis un día sed buenos, porque huye
De la luz si la hiere. Cuidad vuestra palabra,
Y la intención. Su alma, como cera se labra,
Pero como a la cera el roce la destruye.
Haced como esa estrella que de noche la mira
Filtrando el ojo por un cristalino velo:
Esa estrella le roza las pestañas y gira,
Para no despertarla, silenciosa en el cielo.
Volad si os es posible por su nevado huerto:
¡Piedad para su alma! Ella es inmaculada.
¡Piedad para su alma! Yo lo sé todo, es cierto.
Pero ella es como el cielo: ella no sabe nada.
Mundo de siete pozos
Se balancea,
arriba, sobre el cuello,
el mundo de las siete puertas:
la humana cabeza...
Redonda, como dos planetas:
arde en su centro
el núcleo primero.
Osea la corteza;
sobre ella el limo dérmico
sembrado
del bosque espeso de la cabellera.
Desde el núcleo
en mareas
absolutas y azules,
asciende el agua de la mirada
y abre las suaves puertas
de los ojos como mares en la tierra.
... tan quietas
esas mansas aguas de Dios
que sobre ellas
mariposas e insectos de oro
se balancean.
Y las otras dos puertas:
las antenas acurrucadas
en las catacumbas que inician las orejas;
pozos de sonidos,
caracoles de nácar donde resuena
la palabra expresada
y la no expresa:
tubos colocados a derecha e izquierda
para que el mar no calle nunca.
y el ala mecánica de los mundos
rumorosa sea.
Y la montaña alzada
sobre la línea ecuatorial de la cabeza:
la nariz de batientes de cera
por donde comienza
a callarse el color de vida;
las dos puertas
por donde adelanta
-flores, ramas y frutas-
la serpentina olorosa de la primavera.
Y el cráter de la boca
de bordes ardidos
y paredes calcinadas y resecas;
el cráter que arroja
el azufre de las palabras violentas,
el humo denso que viene
del corazón y su tormenta;
la puerta
en corales labrada suntuosos
por donde engulle, la bestia,
y el ángel canta y sonríe
y el volcán humano desconcierta.
Se balancea,
arriba,
sobre el cuello,
el mundo de los siete pozos:
la humana cabeza.
Y se abren praderas rosadas
en sus valles de seda:
las mejillas musgosas,
Y riela
sobre la comba de la frente,
desierto blanco,
la luz lejana de una muerta...
Naturaleza mía
Naturaleza mía, la que fuera
Como pesada abeja en primavera,
Ociosa y hecha para siestas de oro,
Voraz, aletargable, mudadera.
Bajo las tardes cálidas, dormida
De amor, ya el nuevo amor te daba brida,
Y tú arrastrabas un pesado cuerpo,
Pesado por el zumo de la vida.
¿Qué hice de tí? Para enfrentar tus males
Sobre tus formas apreté sayales,
Y en flagelarte puse empeño tanto
Que hoy filosofas junto a los rosales.
Disminuida, atáxica, robada,
En tu pura pureza violada,
Miras te baten palmas los sensatos
Con tu ya blanca y última mirada.
Odio
Oh, primavera de las amapolas,
Tú que floreces para bien mi casa,
Luego que enjoyes las corolas,
Pasa.
Beso, la forma más voraz del fuego,
Clava sin miedo tu endiablada espuela,
Quema mi alma, pero luego,
Vuela.
Risa de oro que movible y loca
Sueltas el alma, de las sombras, presa,
En cuanto asomes a la boca,
Cesa.
Lástima blanda del error amante
Que a cada paso el corazón diluye,
Vuelca tus mieles y al instante,
Huye.
Odio tremendo, como nada fosco,
Odio que truecas en puñal la seda,
Odio que apenas te conozco,
Queda.
Oye
Yo seré a tu lado,
silencio, silencio,
perfume, perfume,
no sabré pensar,
no tendré palabras,
no tendré deseos,
sólo sabré amar.
Cuando el agua caiga monótona y triste
buscaré tu pecho para acurrucar
este peso enorme que llevo en el alma
y no sé explicar.
Te pediré entonces tu lástima, amado,
para que mis ojos se den a llorar silenciosamente,
como el agua cae sobre la ciudad.
Y una noche triste, cuando no
me quieras,
secaré los ojos y me iré a bogar
por los mares negros que tiene la muerte,
para nunca más.
***
Oye: yo era como un mar dormido...
Oye: yo era como un mar dormido.
Me despertaste y la tempestad ha estallado.
Sacudo mis olas, hundo mis buques,
subo al cielo y castigo estrellas,
me avergüenzo y escondo entre mis pliegues,
enloquezco y mato mis peces.
No me mires con miedo. Tú lo has querido.
Plaza en invierno
Árboles desnudos
corren una carrera
por el rectángulo de la plaza.
En sus epilépticos esqueletos
de volcadas sombrillas
se asientan,
en bandada compacta,
los amarillos
focos luminosos.
Bancos inhospitalarios,
húmedos
expulsan de su borde
a los emigrantes soñolientos.
Oyendo fáciles arengas ciudadanas,
un prócer,
inmóvil sobre su columna
se hiela en su bronce.
Parásitos
Jamás pensé que Dios tuviera alguna forma.
Absoluta su vida; y absoluta su norma.
Ojos no tuvo nunca: mira con las estrellas.
Manos no tuvo nunca: golpea con los mares.
Lengua no tuvo nunca: habla con las centellas.
Te diré, no te asombres;
Sé que tiene parásitos: las cosas y los hombres.
Paz
Vamos hacia los árboles... El sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el
alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen.
Peso ancestral
Tú me dijiste: no lloró mi padre;
Tú me dijiste: no lloró mi abuelo;
No han llorado los hombres de mi raza,
Eran de acero.
Así diciendo te brotó una lágrima
Y me cayó en la boca... Más veneno
Yo no he bebido nunca en otro vaso
Así pequeño.
Débil mujer, pobre mujer que entiende,
Dolor de siglos conocí al beberlo;
Oh, el alma mía soportar no puede
Todo su peso.
Piedra miserable
Oh, piedra dura, miserable piedra,
Yo te golpeo, te golpeo en vano,
Y es inútil la fuerza de mi mano,
Oh piedra dura, miserable piedra.
Pero haces bien, oh miserable piedra,
Deja que tiente un golpe sobrehumano,
Deja golpear, deja golpear mi mano,
Oh piedra dura, miserable piedra.
No me des nada, miserable piedra,
Guarda un silencio altivo y soberano,
No te ablandes jamás entre mi mano;
Oh piedra dura, miserable piedra.
Con tu impiedad, oh miserable piedra,
Recobro alientos y el deseo gano,
No te dejes caer sobre mi mano,
Mezquina, estulta, miserable piedra.
Si un día torpe, miserable piedra,
Te venciera la fuerza del verano
Y cayeras a gotas en mi mano
Yo te odiaría, miserable piedra...
Presentimiento
Tengo el presentimiento que he de vivir muy poco.
Esta cabeza mía se parece al crisol,
Purifica y consume.
Pero sin una queja, sin asomo de horror,
Para acabarme quiero que una tarde sin nubes,
Bajo el límpido sol,
Nazca de un gran jazmín una víbora blanca
Que dulce,
Queja
Señor, mi queja es ésta,
Tú me comprenderás:
De amor me estoy muriendo,
Pero no puedo amar.
Persigo lo perfecto
En mí y en los demás,
Persigo lo perfecto
Para poder amar.
Me consumo en mi fuego,
¡Señor, piedad, piedad!
De amor me estoy muriendo,
¡Pero no puedo amar!
Regreso en sueños
Boca perdida en el vaivén del tiempo;
detrás de los paisajes escondida;
boca hacia atrás huyente en el espacio;
boca muerta que fuiste boca viva:
Torbellinos de rostros te apagaron,
tú, que eras rosa ya palidecida;
bloques de casas, cielos circulantes,
telones fueron a velarte esquiva.
Alguna vez la punta de la llama
pintó en el aire la ligera estría
de tu boca atersada a finos verbos:
seda en la seda, flor más florecida.
O levanté la mano para asirte
en la nube traslúcida que lucía
acuchillada del cuchillo mismo
que parte en dos la ya palidecida.
Y a veces, en el fondo de otra boca,
flor de agua pura aún más verdecida,
hube de hallarte. Mas se abrió tu boca
como la sal al viento en las salinas...
Pero anoche, ¿de dónde regresaste?
¿De tumbas de agua? ¿De raíz nutrida
en anchos bosques? ¿De trasmundos malva?
¿Qué cadenas de seres te fue guía?
Cortaste los paisajes y los rostros,
los circulantes cielos en huidas,
bloques de casas, hojarasca de horas,
y me hallaste no muerta, que dormida.
Pájaro de aire, reposó la boca
sobre la boca mía anochecida.
Mas no era boca. A musgo, macerado
en los soles de Dios, se parecía.
Sábado
Me levanté temprano y anduve descalza
Por los corredores: bajé a los jardines
Y besé las plantas
Absorbí los vahos limpios de la tierra,
Tirada en la grama;
Me bañé en la fuente que verdes achiras
Circundan. Más tarde, mojados de agua
Peiné mis cabellos. Perfumé las manos
Con zumo oloroso de diamelas. Garzas
Quisquillosas, finas,
De mi falda hurtaron doradas migajas.
Luego puse traje de clarín más leve
Que la misma gasa.
De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
Mi sillón de paja.
Fijos en la verja mis ojos quedaron,
Fijos en la verja.
El reloj me dijo: diez de la mañana.
Adentro un sonido de loza y cristales:
Comedor en sombra; manos que aprestaban
Manteles.
Afuera, sol como no he visto
Sobre el mármol blanco de la escalinata.
Fijos en la verja siguieron mis ojos,
Fijos. Te esperaba.
¿Sabéis algo?
Subí, subí, subí. Ya estaba bien arriba
Cuando sentí un murmullo. ¿Era reto, diatriba?
Escuché: carcajadas, ironías, insultos.
¿Que os parezco una simia? Oh mis buenos estultos:
¿Sabéis de cosas bellas?
Yo hace siglos que vivo trenza que trenza estrellas.
Siesta
Sobre la tierra seca
EI sol quemando cae:
Zumban los moscardones
Y las grietas se abren...
El viento no se mueve.
Desde la tierra sale
Un vaho como de horno;
Se abochorna la tarde
Y resopla cocida
Bajo el plomo del aire...
Ahogo, pesadez,
Cielo blanco; ni un ave.
Se oye un pequeño ruido:
Entre las pajas mueve
Su cuerpo amosaicado
Una larga serpiente.
Ondula con dulzura.
Por las piedras calientes
Se desliza, pesada,
Después de su banquete
De dulces y pequeños
Pájaros aflautados
Que le abultan el vientre.
Se enrosca poco a poco,
Muy pesada y muy blanda,
Poco a poco se duerme
Bajo la tarde blanca.
¿Hasta cuándo su sueño?
Ya no se escucha nada.
Larga siesta de víbora
Duerme también mi alma.
Siete vidas
A la Sra. María A. S. de Fontán
Siete vidas tengo, tengo siete
vidas.
Siete vidas de oro; bellas y floridas.
Cabeza cortada, cabeza repuesta:
Mi espíritu-árbol retoña en la siesta.
Dragón purpurado de garras floridas,
siete vidas tengo, tengo siete vidas.
Gigantes y enanos: cortad mis cabezas,
crecerán porfiadas como las malezas.
Siete vidas tengo, tengo siete vidas,
siete vidas de oro bellas y floridas
que hierros fatigan y mellan espadas,
más serán un día por siempre taladas.
Secará las siete cabezas floridas,
príncipe que espero. Sin abracadabras,
el dragón alado perderá las vidas
bajo el tenue filo de dulces palabras.
Silencio... silencio... silencio...
Me besarás los ojos... estarás a mi lado...
-Adiós, hasta mañana, hasta mañana amado.
Y caerá en mis pupilas una luz bienhechora,
la luz azul-celeste de la última hora.
Una luz tamizada que bajando del cielo
me pondrá en las pupilas la dulzura de un velo.
Una luz tamizada que ha de cubrirme toda
con su velo impalpable como un velo de boda.
Oh, silencio, silencio... esta tarde es la tarde
en que la sangre mía ya no corre ni arde.
Oh, silencio, silencio... en torno de mi cama
tu boca bien amada dulcemente me llama.
Oh silencio, silencio que tus besos sin ecos
se pierden en mi alma temblorosos y secos.
Oh silencio, silencio que la tarde se alarga
y pone sus tristezas en tu lágrima amarga.
Oh silencio, silencio que se callan las aves,
se adormecen las flores, se detienen las naves.
Oh silencio, silencio que una estrella ha caído
dulcemente a la tierra, dulcemente y sin ruido.
Oh silencio, silencio que la noche se allega
y en mi lecho se esconde, susurra, gime y ruega.
Oh silencio, silencio... que el silencio me toca
y me apaga los ojos, y me apaga la boca.
Oh silencio, silencio... que la calma destilan
mis manos cuyos dedos lentamente se afilan...
Soy esa flor
Tu vida es un gran río, va caudalosamente,
A su orilla, invisible, yo broto dulcemente.
Soy esa flor perdida entre juncos y achiras
Que piadoso alimentas, pero acaso ni miras.
Cuando creces me arrastras y me muero en tu seno,
Cuando secas me muero poco a poco en el cieno;
Pero de nuevo vuelvo a brotar dulcemente
Cuando en los días bellos vas caudalosamente.
Soy esa flor perdida que brota en tus riberas
Humilde y silenciosa todas las primaveras.
Tentación
Afuera llueve; cae pesadamente el agua
que las gentes esquivan bajo abierto paraguas.
Al verlos enfilados se acaba mi sosiego,
me pesan las paredes y me seduce el riego
sobre la espalda libre. Mi antecesor, el hombre
que habitaba cavernas desprovisto de nombre,
se ha venido esta noche a tentarme sin duda,
porque, casta y desnuda,
me iría por los campos bajo la lluvia fina,
la cabellera alada como una golondrina.
Tú me quieres blanca
Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada
Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.
Un cementerio que mira al mar
Decid, oh muertos, ¿quién os puso un día
Así acostados junto al mar sonoro?
¿Comprendía quien fuera que los muertos
Se hastían ya del canto de las aves
Y os han puesto muy cerca de las olas
Porque sintáis del mar azul, el ronco
Bramido que apavora?
Os estáis junto al mar que no se calla
Muy quietecitos, con el muerto oído
Oyendo cómo crece la marea,
Y aquel mar que se mueve a vuestro lado,
Es la promesa no cumplida, de una
Resurrección.
En primavera, el viento, suavemente,
Desde la barca que allá lejos pasa,
Os trae risas de mujeres... Tibio
Un beso viene con la risa, filtra
La piedra fría, y se acurruca, sabio,
En vuestra boca y os consuela un poco...
Pero en noches tremendas, cuando aúlla
El viento sobre el mar y allá a lo lejos
Los hombres vivos que navegan tiemblan
Sobre los cascos débiles, y el cielo
Se vuelca sobre el mar en aluviones,
Vosotros, los eternos contenidos,
No podéis más, y con esfuerzo enorme
Levantáis las cabezas de la tierra.
Y en un lenguaje que ninguno entiende
Gritáis: -Venid, olas del mar, rodando,
Venid de golpe y envolvednos como
Nos envolvieron, de pasión movidos,
Brazos amantes. Estrujadnos, olas,
Movednos de este lecho donde estamos
Horizontales, viendo cómo pasan
Los mundos por el cielo, noche a noche...
Entrad por nuestros ojos consumidos,
Buscad la lengua, la que habló, y movedla,
¡Echadnos fuera del sepulcro a golpes!
Y acaso el mar escuche, innumerable,
Vuestro llamado, monte por la playa,
¡Y os cubra al fin terriblemente hinchado!
Entonces, como obreros que comprenden,
Se detendrán las olas y leyendo
Las lápidas inscriptas, poco a poco
Las moverán a suaves golpes, hasta
Que las desplacen, lentas, -y os liberten.
¡Oh, qué hondo grito el que daréis, qué enorme
Grito de muerto, cuando el mar os coja
Entre sus brazos, y os arroje al seno
Del grande abismo que se mueve siempre!
Brazos cansados de guardar la
misma
Horizontal postura; tibias largas,
Calaveras sonrientes: elegantes
Fémures corvos, confundidos todos,
Danzarán bajo el rayo de la luna
La milagrosa danza de las aguas.
Y algunas desprendidas cabelleras.
Rubias acaso, como el sol que baje
Curioso a veros, islas delicadas
Formarán sobre el mar y acaso atraigan
A los pequeños pájaros viajeros.
Un día
Andas por esos mundos como yo; no me digas
Que no existes, existes, nos hemos de encontrar;
No nos conoceremos, disfrazados y torpes,
Por los anchos caminos echaremos a andar.
No nos conoceremos, distantes uno de otro
Sentirás mis suspiros y te oiré suspirar.
¿Dónde estará la boca, la boca que suspira?
Diremos, el camino volviendo a desandar.
Quizá nos encontremos frente a frente algún día,
Quizá nuestros disfraces nos logremos quitar.
Y ahora me pregunto... Cuando ocurra, si ocurre,
¿Sabré yo de suspiros, sabrás tú suspirar?
Un sol
Mi corazón es como un dios sin lengua,
Mudo se está a la espera del milagro,
He amado mucho, todo amor fue magro,
Que todo amor lo conocí con mengua.
He amado hasta llorar, hasta morirme.
Amé hasta odiar, amé hasta la locura,
Pero yo espero algún amor natura
Capaz de renovarme y redimirme.
Amor que fructifique mi desierto
Y me haga brotar ramas sensitivas,
Soy una selva de raíces vivas,
Sólo el follaje suele estarse muerto.
¿En dónde está quien mi deseo alienta?
¿Me empobreció a sus ojos el ramaje?
Vulgar estorbo, pálido follaje
Distinto al tronco fiel que lo alimenta.
¿En dónde está el espíritu sombrío
De cuya opacidad brote la llama?
Ah, sí mis mundos con su amor inflama
Yo seré incontenible como un río.
¿En dónde está el que con su amor me envuelva?
Ha de traer su gran verdad sabida...
Hielo y más hielo recogí en la vida:
Yo necesito un sol que me disuelva.
Veinte siglos
Para decirte, amor, que te deseo,
sin los rubores falsos del instinto.
Estuve atada como Prometeo,
pero una tarde me salí del cinto.
Son veinte siglos que movió mi mano
para poder decirte sin rubores:
"Que la luz edifique mis amores".
¡Son veinte siglos los que alzo mi mano!
Pasan las flechas sobre mis cabellos,
pasan las flechas, aguzados dardos...
¡Son veinte siglos de terribles fardos!
Sentí su peso al libertarme de ellos.
Viaje finido
¿Qué hacen tus ojos largos de mirarme?
¿Qué hace tu lengua, de llamarme, larga?
¿Qué hacen tus manos largas de tenderse
hasta mis llamas?
¿Qué hace tu sombra larga tras mi sombra?
¿Por qué rondas mi casa?
En el beso de ayer hice mi viaje.
Conozco tu alma.
¿Para qué más? He terminado el viaje.
Tus catacumbas inundadas de aguas
muertas, oscuras, cenagosas, fueron
con mis manos palpadas.
Tus manos ni se acerquen a las
mías,
apártame tus ojos, tus palabras...
los mohos de tus zócalos secaron
raíces de mis plantas.
Odio tus ojos largos.
Odio tus manos largas.
Odio tus catacumbas
llenas de agua.
Voluntad
Mariposa ebria,
la tarde,
giraba sobre nuestras cabezas
estrechando sus círculos
de nubes blancas
hacia el vértice áspero
de tu boca
que se abría frente al mar.
Cielo y tierra
morían
en la música verde de las aguas
que no conocían caminos.
Retrocedía,
ahuecada,
la pared del horizonte
e iban a echarse a danzar
las rocas negras.
Me desnivelaban ya
los círculos de arriba
empujándome hacia ti
como hacia raíz lejana
de la que brotara.
Pero sólo la tarde
bebió, lenta,
la cicuta
de tu boca.
Voz
Te ataré
a los puños
como una llama,
dolor de servir
a cosas estultas.
Echaré a correr
con los puños en alto
por entre las casas
de los hombres.
Hemos dormido, todos,
demasiado.
Dormido
a plena luz
como las estrellas
a pleno día.
Dormido,
con las lámparas
a medio encender;
enfriados
en el ardimiento solar;
contando el número
de nuestros cabellos,
viendo crecer
nuestras veinte
uñas.
¿Cuándo
los jardines del cielo
echarán raíces
en la carne de los hombres,
en la vida de los hombres,
en la casa de los hombres?
No hay que dormir,
hasta entonces.
Abiertos los párpados;
separados con los dedos,
si quieren ceder,
hasta enrojecerlos
por el cansancio,
como los círculos
lunares,
cuando la tormenta
quiere
desmembrar
el universo.
¿Y tú?
Sí, yo me muevo, vivo, me equivoco;
Agua que corre y se entremezcla, siento
El vértigo feroz del movimiento:
Huelo las selvas, tierra nueva toco.
Sí, yo me muevo, voy buscando acaso
Soles, auroras, tempestad y olvido.
¿Qué haces allí misérrimo y pulido?
Eres la piedra a cuyo lado paso.
Sonetos
A Eros
He aquí que te cacé por el pescuezo
a la orilla del mar, mientras movías
las flechas de tu aljaba para herirme
y vi en el suelo tu floreal corona.
Como a un muñeco destripé tu vientre
y examiné sus ruedas engañosas
y muy envuelta en sus poleas de oro
hallé una trampa que decía: sexo.
Sobre la playa, ya un guiñapo triste,
te mostré al sol, buscón de tus hazañas,
ante un corro asustado de sirenas.
Iba subiendo por la cuesta albina
tu madrina de engaños, Doña Luna,
y te arrojé a la boca de las olas.
A Madona
Aquí a tus pies lanzada, pecadora,
contra tu tierra azul, mi cara oscura,
tú, virgen entre ejércitos de palmas
que no encanecen como los humanos.
No me atrevo a mirar tus ojos puros
ni a tocarte la mano milagrosa;
miro hacia atrás y un río de lujurias
me ladra contra ti, sin Culpa Alzada.
Una pequeña rama verdecida
en tu orla pongo con humilde intento
de pecar menos, por tu fina gracia,
ya que vivir cortada de tu sombra
posible no me fue, que me cegaste
cuando nacida con tus hierros bravos.
Amor
Baja del cielo la endiablada punta
con que carne mortal hieres y engañas.
Untada viene de divinas mañas
y cielo y tierra su veneno junta.
La sangre de hombre que en la herida apunta
florece en selvas: sus crecidas cañas
de sombras de oro, hienden las entrañas
del cielo prieto, y su ascender pregunta.
En su vano aguardar de la respuesta
las cañas doblan la empinada testa.
Flamea el cielo sus azules gasas.
Vientos negros, detrás de los cristales
de las estrellas, mueven grandes asas
de mundos muertos, por sus arrabales.
Bajo tus miradas
Es bajo tus miradas donde nunca zozobro;
es bajo tus miradas tranquilas donde cobro
propiedades de agua; donde río, parlera,
cubriéndome de flores como la enredadera.
Es bajo tus miradas azules donde sobro
para el duelo; despierto sueños nuevos y obro
con tales esperanzas, que parece me hubiera
un deseo exquisito dictado Primavera:
Tener el alma fresca, limpia; ser como el lino
que es blanco y huele a hierbas. Poseer el divino
secreto de la risa; que la boca bermeja
persista hasta el silencio postrero, bella, fuerte,
¡y libe en la corola suprema de la Muerte
con su última abeja!
Canción de la mujer astuta
Cada rítmica luna que pasa soy llamada,
por los números graves de Dios, a dar mi vida
en otra vida: mezcla de tinta azul teñida;
la misma extraña mezcla con que ha sido amasada.
Y a través de mi carne, miserable y cansada,
filtra un cálido viento de tierra prometida,
y bebe, dulce aroma, mi nariz dilatada
a la selva exultante y a la rama nutrida.
Un engañoso canto de sirena me cantas,
¡naturaleza astuta! Me atraes y me encantas
para cargarme luego de alguna humana fruta.
Engaño por engaño: mi belleza se esquiva
al llamado solemne; de esta fiebre viva,
algún amor estéril y de paso, disfruta.
Capricho
Sábado fue, y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
más fue dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.
No es que crea, no creo, si inclinado
sobre mis manos te sentí divino,
y me embriagué. Comprendo que este vino
no es para mí, más juega y rueda el dado.
Yo soy esa mujer que vive alerta,
tú el tremendo varón que se despierta
en un torrente que se ensancha en río,
y más se encrespa mientras corre y poda.
Ah, me resisto, más me tiene toda,
tú, que nunca serás del todo mío.
Cara copiada
Es la cara de un niño transparente, azulosa,
Como si entre los músculos y la piel de la cara
Una napa de leche lentamente rodara.
En ella solamente la boca es una rosa.
Y detrás de ese cutis de lavada azucena
Otra cara se esconde, fuertemente esculpida;
Es aquella del hombre que le ha dado la vida
Y se mueve en sus rasgos y los gestos le ordena:
Mira con inocencia y es dura su mirada.
Su sonrisa es tranquila y en el fondo es taimada:
Hay huellas en la fresca ternura de su pulpa.
Ya en la boca se pinta la blandura redonda
Que dan los besos largos y en su nariz la honda
Codicia de la especie. ¡Y carece de culpa!
Duerme tranquilo
Dijiste la palabra que enamora
A mis oídos. Ya olvidaste. Bueno.
Duerme tranquilo. Debe estar sereno
Y hermoso el rostro tuyo a toda hora.
Cuando encanta la boca seductora
Debe ser fresca, su decir ameno;
Para tu oficio de amador no es bueno
El rostro ardido del que mucho llora.
Te reclaman destinos más gloriosos
Que el de llevar, entre los negros pozos
De las ojeras, la mirada en duelo.
¡Cubre de bellas víctimas el suelo!
Más daño al mundo hizo la espada fatua
De algún bárbaro rey Y tiene estatua.
El engaño
Soy tuya, Dios lo sabe por qué, ya que comprendo
que habrás de abandonarme, fríamente, mañana,
y que bajo el encanto de mis ojos, te gana
otro encanto el deseo, pero no me defiendo.
Espero que esto un día cualquiera se concluya,
pues intuyo, al instante, lo que piensas o quieres.
Con voz indiferente te hablo de otras mujeres
y hasta ensayo el elogio de alguna que fue tuya.
Pero tú sabes menos que yo, y algo orgulloso
de que te pertenezca, en tu juego engañoso
persistes, con un aire de actor del papel dueño.
Yo te miro callada con mi dulce sonrisa,
y cuando te entusiasmas, pienso: no te des prisa.
No eres tú el que me engaña; quien me engaña es mi sueño.
El hijo
Se inicia y abre en tí, pero estás ciega
para ampararlo y si camina ignoras
por flores de mujer o espada de hombre,
ni qué alma prende en él, ni cómo mira.
Lo acunas balanceando, rama de aire,
y se deshace en pétalos tu boca
porque tu carne ya no es carne, es tibio
plumón de llanto que sonríe y alza.
Sombra en tu vientre apenas te estremece
y sientes ya que morirás un día
por aquél sin piedad que te deforma.
Una frase brutal te corta el paso
y aún rezas y no sabes si el que empuja
te arrolla sierpe o ángel se despliega.
El hombre
No sabe cómo: un día se aparece en el orbe,
hecho ser; nace ciego; en la sombra revuelve
los acerados ojos. Una mano lo envuelve.
Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe.
Más tarde su pupila la tiniebla deslíe
y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente.
Mira jugar los músculos de la cara a su frente
y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe.
Da una larga corrida sobre la tierra luego.
Instinto, sueño y alma trenza en lazos de fuego,
los suelta a sus espaldas, a los vientos. Y canta.
Kilómetros en alto la mirada le crece
y ve el astro, se turba, se exalta, lo apetece:
una Mano le corta la mano que levanta.
El hombre sombrío
Altivo ése que pasa, miradlo al hombre mío.
En sus manos se advierten orígenes preclaros.
No le miréis la boca porque podéis quemaros,
no le miréis los ojos, pues moriréis de frío.
Cuando va por los llanos tiembla el cauce del río,
las sombras de los bosques se convierten en claros,
y al cruzarlos, soberbio, jugueteando a disparos,
las fieras se acurrucan bajo su aire sombrío.
Ama a muchas mujeres, no domina su suerte,
en una primavera lo alcanzará la muerte
coronado de pámpanos, entre vinos y fruta.
Mas mi mano de amiga, que destrona sus galas,
donde aceros tenía le mueve un brote de alas
y llora como el niño que ha extraviado la ruta.
El ruego
Señor, Señor, hace ya tiempo, un día
soñé un amor como jamás pudiera
soñarlo nadie, algún amor que fuera
la vida toda, toda la poesía.
Y pasaba el invierno y no venía,
y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía,
y el otoño me hallaba con mi espera.
Señor, Señor; mi espalda está desnuda,
¡haz estallar allí, con mano ruda
el látigo que sangra a los perversos!
Que está la tarde ya sobre mi vida,
y esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, ¡Señor, haciendo versos!
El sueño
Máscara tibia de otra más helada
sobre tu cara cae y si te borra
naces para un paisaje de neblina
en que tus muertos crecen, la flor corre.
Allí el mito despliega sus arañas;
y enflora la sospecha; y se deshace
la cólera de ayer y el iris luce;
y alguien que ya no es más besa tu boca;
Que un no ser, que es un más ser, doblado,
prendido estás aquí y estás ausente
por praderas de magias y de olvido.
¿Qué alentador sagaz, tras el reposo,
creó este renacer de la mañana
que es juventud del día volvedora?
Encuentro
Lo encontré en una esquina de la calle Florida
Más pálido que nunca, distraído como antes,
Dos largos años hubo poseído mi vida...
Lo miré sin sorpresa, jugando con mis guantes.
Y una pregunta mía, estúpida, ligera,
De un reproche tranquilo llenó sus transparentes
Ojos, ya que le dije de liviana manera:
-¿Por qué tienes ahora amarillos los dientes?
Me abandonó. De prisa le vi cruzar la calle
Y con su manga oscura rozar el blanco talle
De alguna vagabunda que andaba por la vía.
Perseguí por un rato su sombrero que huía...
Después fue, ya lejana, una mancha de herrumbre.
Y lo engulló de nuevo la espesa muchedumbre.
Fiesta
Junto a la playa, núbiles criaturas,
Dulces y bellas, danzan, las cinturas
Abandonadas en el brazo amigo.
Y las estrellas sirven de testigo.
Visten de azul, de blanco, plata, verde...
Y la mano pequeña, que se pierde
Entre la grande, espera. Y la fingida,
Vaga frase amorosa, ya es creída.
Hay quien dice feliz: -La vida es bella.
Hay quien tiende su mano hacia una estrella
Y la espera con dulce arrobamiento.
Yo me vuelvo de espaldas. Desde un quiosco
Contemplo el mar lejano, negro y fosco,
Irónica la boca. Ruge el viento.
Humildad
Yo he sido aquélla que paseó orgullosa
El oro falso de unas cuantas rimas
Sobre su espalda, y creyó gloriosa,
De cosechas opimas.
Ten paciencia, mujer que eres
oscura:
Algún día, la Forma Destructora
Que todo lo devora,
Borrará mi figura.
Se bajará a mis libros, ya amarillos,
Y alzándola en sus dedos, los carrillos
Ligeramente inflados, con un modo
De gran señor a quien lo aburre todo,
De un cansado soplido
Me aventará al olvido.
La vía láctea
Blanco polen de mundos, dulce leche del cielo
¡Quién fuera una gigante mariposa divina
Para hundir la cabeza en aquella tu harina
Impalpable y libarte como a cosa del suelo!
Ya de nuevo en los ojos quema la primavera,
Mas mi pasión humana yace, roto el peciolo,
Y agotada mi alma está el mundo tan solo
Que camino y retumban mis pasos en la esfera.
Y en las noches nevadas, cuando a pesar de quietos
Siento moverse arriba los blancos esqueletos
De las estrellas muertas, me acomete como un
Deseo de los cielos, y no sé qué ofreciera
Porque sobre mi frente miserable cayera
Una gota tan sólo te la leche de Juno.
Miedo
Aquí, sobre tu pecho, tengo miedo de todo;
estréchame en tus brazos como una golondrina
y dime la palabra, la palabra divina
que encuentre en mis oídos dulcísimo acomodo.
Háblame de amor, arrúllame, dame el mejor apodo,
besa mis pobres manos, acaricia la fina
mata de mis cabellos, y olvidaré, mezquina,
que soy, ¡oh cielo eterno!, sólo un poco de lodo.
¡Es tan mala la vida! ¡Andan sueltas las fieras...!
Oh, no he tenido nunca las bellas primaveras
que tienen las mujeres cuando todo lo ignoran.
En tus brazos, amado, quiero soñar en ellos,
mientras tus manos blancas suavizan mis cabellos,
mientras mis labios besan, mientras mis ojos lloran.
Moderna
Yo danzaré en alfombra de verdura,
ten pronto el vino en el cristal sonoro,
nos beberemos el licor de oro
celebrando la noche y su frescura.
Yo danzaré como la tierra pura,
como la tierra yo seré un tesoro,
y en darme pura no hallaré desdoro,
Que darse es una forma de la altura.
Yo danzaré para que todo olvides
y habré de darte la embriaguez que pides
hasta que Venus pase por los cielos.
Mas algo acaso te será escondido,
que pagana de un siglo empobrecido
no dejaré caer todos los velos.
Noche divina
Este jardín nos cede su delicia,
nos cede el árbol de manzanas lleno.
fuente de dioses a la sed propicia,
pan del instinto, para el hambre, bueno.
Mas blanco mármol sin igual pudicia
fija en nosotros su mirar sereno:
muslo desnudo, vigoroso el seno,
puro, como la luz que lo acaricia.
Se hacen tus ojos demasiado azules,
cubren tus manos impalpables tules
y algo divino te levanta en vuelo.
No cortemos la fruta deleitosa
y mira el alma en una nube rosa,
cómo es de azul la beatitud del cielo.
Olvido
Lidia Rosa: hoy es martes y hace frío. En tu casa,
De piedra gris, tú duermes tu sueño en un costado
De la ciudad. ¿Aún guardas tu pecho enamorado,
Ya que de amor moriste? Te diré lo que pasa:
El hombre que adorabas, de grises ojos crueles,
En la tarde de otoño fuma su cigarrillo.
Detrás de los cristales mira el cielo amarillo
Y la calle en que vuelan desteñidos papeles.
Toma un libro, se acerca a la apagada estufa,
En el tomacorriente al sentarse la enchufa
Y sólo se oye un ruido de papel desgarrado.
Las cinco. Tú caías a esta hora en su pecho,
Y acaso te recuerda... Pero su blando lecho
Ya tiene el hueco tibio de otro cuerpo rosado.
Palabras a mi madre
No las grandes verdades yo te pregunto, que
No las contestarías; solamente investigo
Si, cuando me gestaste, fue la luna testigo,
Por los oscuros patios en flor, paseándose.
Y si, cuando en tu seno de fervores latinos
Yo escuchando dormía, un ronco mar sonoro
Te adormeció las noches, y miraste, en el oro
Del crepúsculo, hundirse los pájaros marinos.
Porque mi alma es toda fantástica, viajera,
Y la envuelve una nube de locura ligera
Cuando la luna nueva sube al cielo azulino.
Y gusta, si el mar abre sus fuertes pebeteros.
Arrullada en un claro cantar de marineros
Mirar las grandes aves que pasan sin destino.
Pasión
Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.
Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
¡como al golpe de viento las columnas de humo!
La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus sesos.
¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!
Pudiera ser
Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo vedado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente,
medido estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...
A veces en mi madre apuntaron antojos
De liberarse, pero se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo eso mordiente, vencido, mutilado,
Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
Pienso que sin quererlo lo he libertado yo
Queja
Señor, Señor, hace ya tiempo, un día
soñé un amor como jamás pudiera
soñarlo nadie, algún amor que fuera
la vida toda, la poesía.
Y pasaba el invierno y no venía,
y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía,
y el otoño me hallaba con mi espera.
Señor, Señor: mi espalda está desnuda:
haz restallar allí, con mano ruda
el látigo que sangra a los perversos.
Que está la tarde ya sobre mi vida,
y a esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, Señor, haciendo versos.
Ruego a Prometeo
Agrándame tu roca, Prometeo;
entrégala al dentado de la muela
que tritura los astros de la noche
y hazme rodar en ella, encadenada.
Vuelve a encender las furias vengadoras
de Zeus y dame látigo de rayos
contra la boca rota, más guardando
su ramo de verdad entre los dientes.
Cubre el rostro de Zeus con las gorgonas;
a sus perros azuza y los hocicos
eriza en sus sombríos hipogeos:
He aquí a mi cuerpo como un joven potro
piafante y con la espuma reventada
salpicando las barbas del Olimpo.
Soy
Soy suave y triste si idolatro, puedo
Bajar el cielo hasta mi mano cuando
El alma de otro al alma mía enredo.
Plumón alguno no hallarás más blando.
Ninguna como yo las manos besa,
Ni se acurruca tanto en un ensueño,
Ni cupo en otro cuerpo, así pequeño,
Un alma humana de mayor terneza.
Muero sobre los ojos, si los siento
Como pájaros vivos, un momento,
Aletear bajo mis dedos blancos.
Sé la frase que encanta y que comprende
Y sé callar cuando la luna asciende
Enorme y roja sobre los barrancos.
Subconciencia
Has hablado, has hablado y me he dormido.
Pero duermo y no duermo, porque siento
que estoy bajo el supremo pensamiento:
vivo, viviré siempre y he vivido.
Has hablado, has hablado y he caído
en un marasmo... cede hasta el aliento.
Tiempo atrás, en las sombras, me he perdido:
estoy ciega. No tengo sentimiento.
Como el espacio soy, como el vacío.
Es una sombra todo el cuerpo mío
y puedo como el humo levantarme:
Oigo soplos etéreos... sobrehumanos...
Sujétame a la tierra con tus manos,
que si el viento se mueve ha de llevarme.
Sugestión de una cuna vacía
Un pájaro de luna hasta la tierra
la trajo. Inhabitada. Pero un nimbo...
Y se veía alzar desde su fondo
una ranilla humana al rosal abriendo.
Con los párpados bajos del ocaso
los barrotes doblaban sus rigores
y se agitaba la ranilla rosa
en cárcel presa ya y aún no nacida.
A la luz de noche, franjas estelares
le dibujaban triángulos y cruces
de sombras y fulgor en nudo triste.
Y se acunaba sola, dulcemente,
como si arriba una celeste mano
le diera viento mecedor de flores.
Tanta dulzura alcánzame
tu mano...
Tanta dulzura alcánzame tu mano
que pienso si las frutas te engendraron,
si abejas con su miel te amamantaron
y si eres nieto excelso del verano.
Tanta dulzura no es de rango humano:
los dioses tus pañales perfumaron,
sobre tu sangre roja destilaron
ojos de niños, lasitud de llano.
Tanta dulzura, que cayendo al alma
mueve esperanzas, le procura calma
y todo anhelo de virtud corona.
Tanta dulzura, para bien sentida,
que digo al mal que me consume: olvida.
y al fuerte daño que me dan: perdona.
¿Te acuerdas?
Mi boca con un ósculo travieso
buscó a tus golondrinas, traicioneras,
y sentí tus pestañas prisioneras
palpitando en las combas de mi beso.
Me libró la materia de su peso...
pasó por mí un fulgor de primaveras
y el alma anestesiada de quimeras
conoció la fruición del embeleso.
Fue un momento de paz tan exquisito
que yo sorbí la luz del infinito
y me asaltó el deseo de llorar.
¿Te acuerdas que la tarde se moría
y mientras susurrabas: "¡Mía! ¡Mía!"
como un niño me puse a sollozar?....
Transfusión
La vida tuya sangre mía abona
y te amo a muerte, te amo; si pudiera
bajo los cielos negros te comiera
el corazón con dientes de leona.
Antes de conocerte era ladrona
y ahora soy menguada prisionera.
¡Cómo luce de bien mi primavera!
¡Cómo brilla en tu frente mi corona!
Sangre que es mía en tus pupilas arde
y entre tus labios pone cada tarde
las uvas dulces con que pan convida.
Y en tanto; flor sin aire, flor en gruta,
me exprimo toda en ti como una fruta
y entre tus manos se me va la vida.
Tu dulzura
Camino lentamente por la senda de acacias,
me perfuman las manos sus pétalos de nieve,
mis cabellos se inquietan bajo céfiro leve
y el alma es como espuma de las aristocracias.
Genio bueno: este día conmigo te congracias,
apenas un suspiro me torna eterna y breve...
¿Voy a volar acaso, ya que el alma se mueve?
En mis pies cobran alas y danzan las tres Gracias.
Es que anoche tus manos en mis manos de fuego,
dieron tantas dulzuras a mi sangre, que luego
llenóseme la boca de mieles perfumadas,
tan frescas, que en la limpia madrugada de estío,
mucho temo volverme al caserío,
prendidas en los labios mariposas doradas.
Tú que nunca serás...
Sábado fue y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
más fue dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.
No es que crea, no creo; si inclinado
sobre mis manos te sentí divino
y me embriagué, comprendo que este vino
no es para mí, más juego y rueda el dado...
Yo soy esa mujer que vive alerta;
tú, el tremendo varón que se despierta
y es un torrente que se ensancha en río
y más se encrespa mientras corre y poda.
¡Ah, me resisto, más me tienes toda,
tú, que nunca serás del todo mío!
Una
Es alta y es perfecta, de radiadas pupilas
azules, donde acecha, perezosa una Eva.
Su piel es piel de fruta. Su blanca carne nieva
y sus trenzas se tuercen como gruesas anguilas.
Un bosque de oro crece en sus blancas axilas.
De los árboles rompe la yema fina y nueva.
Su boca es de la muerte la tenebrosa cueva.
su risa daña el pecho de las aves tranquilas.
Pasó ayer a mi lado, las caderas redondas,
los duros muslos tensos soliviando las blondas,
los labios purpurados, y miedo tuve al verla,
pues de tal modo es ella, ya, la predestinada
que, se comprende, al verla, camina, abandonada
hacia el hombre primero que debe poseerla.
Una vez más
Es una boca más la que he besado.
¿Qué hallé en el fondo de tan dulce boca?
¿Que nada hay nuevo bajo el sol y es poca
la miel de un beso para haberlo dado?
Heme otra vez aquí, pomo vaciado.
Bajo este sol que mis espaldas toca
a la cordura vanamente, invoca
mi triste corazón desorbitado.
¿Una vez más?... Mi carne se estremece
y un gran terror entre mis manos crece,
pues alguien da mi nombre a los caminos
y es su voz de hombre, cálida y temida.
Ay, quiero estarme quieta y soy movida
hacia la sombra verde de los pinos.
Una mirada
La perdí de mi vida; en vano en los plurales
rostros, el fulgor busco de su fluido divino;
no hay copias de sus ojos; tan sólo un hombre vino
con ellas a la tierra; no hay pupilas iguales:
Redondo el globo blanco, mundo que anda despacio;
y la pupila aguda, cazadora y ceñida;
y la cuenca de sombras por rayos recorrida.
(Pretextos de que nazca la llama y logre espacio.)
No más bellas que tantas otras bellas pupilas.
Tantas. Si las prendieran en desusadas filas,
como collar del mundo, serían su atavío.
Pero lo que adoraba no es lo mejor: yo busco
un modo de asomarse; el luminoso y fusco
resplandor de dos únicos orbes: lo que era mío.
Vida
Mis nervios están locos, en las venas
la sangre hierve, líquido de fuego
salta de mis labios donde finge luego
la alegría de todas las verbenas.
Tengo deseos de reír; las penas,
que de domar a voluntad no alego,
hoy conmigo no juegan y yo juego
con la tristeza azul de que están llenas.
El mundo late; toda su armonía
la siento tan vibrante que hago mía
cuanto escancio en su trova de hechicera.
¡Es que abrí la ventana hace un momento
y en las alas finísimas del viento
me ha traído su sol la primavera!
Voy a dormir
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas: bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
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