Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Belkys Arredondo Olivo (Poemas de: El llamado de los grillos)




 
Belkys Arredondo Olivo

Poemas  de: EL LLAMADO DE LOS GRILLOS









Siempre esperamos.

Miramos los objetos brillantes,

suspendemos la misión inacabada

y esperamos.



Salimos a los balcones

vemos el asfalto e imaginamos

los regresos de quien nunca partió.



Escribimos en el aire

en los ojos de la muñeca del viandante

en las cajas ausentes que rara vez tocamos.



Recorremos el pasillo de la unión

decimos no lo olvidaremos

y escribimos.









Las palabras de viajes sin asideros son crípticas.

Son piezas de mármol que no podemos espejear.



Es por la esperanza y prueba de lo posible

que amo el pájaro que no sabe volar

el que fue incubado sin los espacios.









Una sombra de hormigas cubre las hojas.

El cuaderno tropieza

rechina, se escurre, brilla

y curvo los días con escudo de plata

para que reverdezcan las palabras.









Para tenerla





una nervada nuez

verdes botas vaqueras

o un orificio

donde escarbar con un lápiz la pared.









En el partir

el ritmo no permite

en un viaje, ni en dos

asolarla los truenos.



Tres acciones para verla.

Estar sin miedo, callar.

Bocetar el deseo, callar.



Y ser en el esplendor callando.











Dónde la prenda de la entrega

la que testimonie.





En la otra esquina

el maniquí de arena inamovible





sabe.





Hago promesas en los espacios

y es el punto de fuga

el más blanco.











Atrapa una realidad en signos.

El vértigo del hundimiento es el amor

y están   los ojos   el cuerpo

como testigos.











Todo es desaparición.

Las palabras ofrecen banderillas y vidrios rotos.





Estás en la calle pena

la que no cree en hechizos





donde el olor perfora

y la hora cae en forma de moneda.











Internalizas un comienzo que se expande.

Una proyección iluminada.





Tomas la distancia entre la muerte y el nacer

y la senda son dos líneas que se derraman.









El nombre que te llevas

deja atrás la casa de fuego.





Las saetas que te hincan

te hacen invisible

en un atlas aprendido.









El deseo es la voz exfoliada de los peces

en el idioma de las cuevas.





Canta en el balanceo de las hierbas

y se encama entre ellas.





Sopla en los ruidos

y se sitúa en el silencio  vulnerable



Está hecho de un grito que no deja.











No me iré por el camino de la nada a traer palabras.

Extenderé el otro brazo a lo inasible

mientras el árbol me sostiene.





No sumergiré el pensamiento ciego

en un significado donde el sentir arrebuja

y parte los relojes para llevarnos.







¿Cuándo fue la última vez

que dejé el halo en el cristal

y con el índice descubrí la montaña,

el violeta de las calles

y sentí arrebujar

amor por la vida?









N o vayas ahora. Lo que hay de aire

forma oleaje de grillos que abren puertas.





Si las violetas te mantuvieran sola

tendrías la mesa de pétalos.





Tendrías la que no diste

y te quemó las manos.









La casa es de oro.

Es de cicatriz.



De agua   de viento

de corazón   de abismo

ecosistema de expresión.





Deslave.





Silba y me penetro

y el adentro es todo el universo.

Me come y bebe.





Extrañeza que me hace porosa

ausente.









Sin alas trasvasa el cielo.





Tiene paisajes por oídos

hombros intensos.





Sin ellas penetra espacios

y arde

y escampa.









Con esta pluma hago una guirnalda

para el día de la fiesta.

Estaremos todos. Veremos volar

el colibrí de Elizabeth,





nos acordaremos.





Manos de trigo, cuerpo de pan,

¿vendrá su voz? Vendrá.





Con esta pluma sostengo entre faroles

banderolas para el encuentro.











Turpial sin ojos

carretera imprecisa

los mismos olores

el mismo calor de retoño que huye

el mismo lugar donde bebe la luz

el sentido que se pronuncia.









En la ciudad tizne el lagarto ocelado

habitual de los callejones ciegos

asalta la distracción con huella intempestiva.





Muerde el costado de tu pensar

y afecta el pelaje blanco de tu silencio





Otra vez su fauce en él mismo te convierte.

Te arroja a sus ritmos, a sus atados

de oraciones y plumas. Se roe en tu piedra.





En la cópula una pequeña brasa se oscurece.









Despiertas tras el ojo cerrado.

Un tajo caliente te convierte en crisálida.





La constelación pinta en tu boca

los deseos de espacios.





Nocturna o crepuscular

cuando venga el hambre

cargarás tus prisiones y abrirás su follajes.









Todo grita.





Sin que ellos sepan

las calles están llenas de pájaros

grises y sin ojos

que tropiezan entre sí.









En los columpios del alba

no dejes que el agua caiga.





El viento barre la ciudad.

El vacío es una niña que sonríe.

Se abre de palmo,

se levanta.









He encontrado tras los vidrios, centinelas.

Hombres friccionados en la resistencia del asfalto.

Voluntades frenando angustia en las rodillas.

Cuerpos que avanzan al huracán.





Les abrirán el costado con la espuela

y nadie moverá nada.









Esconderse debajo de la mesa

piernas abrazadas.





Sin tocar el resplandor,

la laguna del piso.





Sin ofrecer un borde,

disfrutando un vacío.



Tomando la casa

quieta desprevenida.







Bochornoso rosado.

Rostro blanco de pecas desleídas.





Ridiculizas todo.





En tu memoria pálida

deformas los recuerdos

llevándolos a nada.











Augura el grillo.





Mientras canta la copa se llena

la gota del vino y el pájaro.





Ésta no es la última habitación.





Prendo calas blancas

y veo caer la tarde

en lo permanecido.











Callando rece quítame intemperie.

Quiero lumbre.

Un colchón para dormir,

un paño para envolverme.





Algo que parezca un cuarto.

Un espacio que me dé

la calidez a las dos de la tarde

cualquier día en casa de mamá.









Espántame de los cañaverales

los desiertos son más dulces.





Haz que corran los tordos

que no miren por mi hombro

que no sepan lo que amo.





Dame río, música clara

de mí no la escalera.







Los huecos negros

no tienen fondo,

cerca poseen atracción al vacío.





Repaso cada piedra,

cada manifestación,

donde se cante lo libre





para que no muera.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”