Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Fragmento de Proserpina



Autor: Armando Rojas Guardia

-Poséeme. Hazme tuya.
Hacer el amor en aquel sitio y en aquella hora me parecerá una insensatez, un desatino. Pero, debajo de esta comproba­ción racional, latirá en mi ánimo la perentoriedad de otro re­clamo, del que mi inteligencia no alcanzará a entender sino su naturaleza imperiosa, su mandato. Estará, por supuesto, el deseo, que la cercanía física de Proserpina avivará en mí en todo instante. Y, sin embargo, esta vez el deseo se confun­dirá con una necesidad ritual, como si la conversación soste­nida hasta hace unos momentos con mi amiga (¡qué palabra más falaz!) impusiera la urgencia de un acto litúrgico.
Serán las cuatro de la tarde. Abrazaré a Proserpina hasta hacerla retroceder hacia el follaje de un arbusto. Empezaré a desnudarla con cierta torpeza, pero ella respirando suavemente, se adelantará a hacer lo mismo conmigo. Pronto es­taremos acostados sobre la hierba, el polvo amarillento, y las hojas secas, mientras nuestra desnudez unánime rueda entre piedras minúsculas y carrizos desprendidos que hie­ren las espaldas y los muslos. Los sudores entremezclados olerán ya a tierra seca, transpiración agreste que embriaga­rá con su tacto prehistórico de barro. Cuando me incorpore para hundir el rostro en el cráter de su sexo, una brisa leve se levantará, rozando mis cabellos; solo entonces escucharé ri­sas de niños fusionadas con los balidos estridentes de unas cabras, mientras me trepará una gratitud orgánica, silves­tre, ante aquel cuerpo compacto, jadeante a quince metros de la pulsación acuática del Nilo, senos tibios, vientre espe­so, tan solar como el peso gigantesco y glorioso de la tarde sentida en cada poro. Mi miembro, al entreabrir la flora hú­meda de un sexo rotundamente anterior a las palabras, bus­cará solo el agua viva, la fuente primordial de una canícula donde Proserpina y yo nos despoblaremos de todo lo que no sea sed, agua de sed, Libia de ondas.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”