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Louise Gluck (Estados Unidos, 1943) |
Poemas de
EL RELATO DE UN DÍA
Autora:
Louise Glück
I
Cuando esta mañana como de costumbre me despertaron
las delgadas rayas de luz que se colaban por la persiana
lo primero que pensé fue que la naturaleza de la luz
era su carácter incompleto…
Me imaginé la luz tal y como existía antes de toparse con
la persiana…
lo frustrada que debía estar, como una mente
embotada por demasiados fármacos.
II
Al poco me encontraba
sentada a la estrecha mesa; a mi diestra,
los restos de un pequeño tentempié.
El lenguaje me llenaba la cabeza, una euforia desenfrenada
alternada con una profunda desesperación…
Pero si la esencia misma del tiempo es el cambio,
¿cómo puede algo convertirse en nada?
Esta era la pregunta que me hacía.
III
Bien entrada la noche seguía sentada, pensativa, a la mesa,
hasta que sentí la cabeza tan pesada y vacía
que me dieron ganas de acostarme.
Pero no me acosté. En cambio, apoyé la cabeza sobre los
brazos
que había cruzado frente a mí en la madera desnuda.
Como un polluelo en un nido, la cabeza
descansaba sobre los brazos.
Era época de sequía.
Escuché al reloj dar las tres, luego las cuatro…
En ese momento me puse a pasear por la habitación
y poco después fuera de ella, por las calles
cuyas vueltas y revueltas me eran tan familiares
en noches como esta. Dando vueltas y vueltas caminé,
imitando instintivamente las agujas del reloj.
Mis zapatos, cuando bajé la vista, estaba cubiertos de
polvo.
Para entonces la luna y las estrellas habían desaparecido.
Pero el reloj seguía brillando en la torre de la iglesia…
IV
Así que regresé a casa.
Me quedé un buen rato
en la entrada, donde acababan las escaleras,
negándome a abrir la puerta.
Salía el sol.
El aire se había enrarecido,
no porque tuviera más sustancia
sino porque no quedaba ya nada que respirar.
Cerré los ojos.
Me debatía entre una estructura de oposiciones
y una estructura narrativa…
V
La habitación estaba tal y como la dejé.
La cama en el rincón.
La mesa bajo la ventana.
Y la luz que se batía contra ella
hasta que levanté la persiana,
momento en el que se redistribuyó
como un parpadeo entre la sombra de los árboles.
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