Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Eli Tolaretxipi (Edgar)

Eli Tolaretxipi




MORELLA

Morella's erudition was profound. As I hope to live,
her talents were of no common order—her powers of mind were gigantic.

La erudición de Morela era profunda. Tan cierto como que estoy vivo, sé que sus aptitudes no eran de índole común; el poder de su espíritu era gigantesco.

Edgar Allan Poe
Traductor: Julio Cortázar

El movimiento del brazo dibuja círculos, espirales,
signos de infinito, de interrogación,
interceptado por un rayo de luz espectral
colado en el sótano del museo
como si fuera el fondo del mar.
Su reflejo la vuelve abisal,
confiere a sus labios un tono morado,
perfila la nariz recta,
la frente despejada,
la expresión de una mujer
viene de otra época,
que regresa con sus pensamientos brutos
a atormentar al poeta,
a agitarlo en su sueño narcótico,
ordenarle otra historia,
dictarle otro final.
Edgar, esto no es la morgue,
es el almacén de un museo,
y Morella, a la que no encontraste
en la tumba cuando fuiste a enterrar a tu hija,
es la mujer con la luz
en el vientre de este buque
en el fondo de las aguas,
la mujer con la maleta llena de zapatos
y el vestido abigarrado.
Edgar, Morella nunca yació en su tumba
ni dio a luz a la niña Morella. Despierta.
Es la mujer con la blusa de hojas y algas,
la que deja un rastro de carmín en el borde de las tazas,
la que con los dientes
te ha marcado la lengua.






DEFINICIONES I

Define el amor: un balcón con el suelo blando, un suelo que se dobla,
                              los pliegues del suelo blandos,
                              elásticos.

El deseo:             mi deseo se estrella contra el fondo de
                              una piscina vacía.
                              Lo que aprieta las sienes.
                              El humo me hace rasgar los ojos.
                              Las lágrimas.
                              El sueño del beso más largo.
                              El deseo del deseo, lento,
                              interminable.
                              Aquel sueño. Agitar las
                              aguas del lago de la
                              indiferencia. Romper las aguas
                              encenagadas. La mirada
                              se fija en un objeto. En otro objeto.
                             El objeto cambia de lugar. La mirada no se cansa.
                             La mujer altera su rostro.
                             La mano en el cuello. La espalda
                             encorvada sobre el papel.
                             El filamento incandescente de
                             la bombilla tiembla después
                             de un golpe y no se apaga.
                             Intuyo tu centro. Pero es improbable.


DECEPCIÓN

Sin entusiasmo.
Se filtra entre los resquicios
— en suspense, como el tiempo—
choca contra la mirada,
el choque produce emoción.
Languidece.


LÍMITE

Ella dice:

«El marinero está borracho.
No te distraigas.
Ayúdame a desembarcar».
Temo perder pie.
Pero nada zozobra.
El mar se ha coagulado.
Me hace abrir boquetes.
Quiere que lleguemos al límite.
Pero qué límite.


SUEÑO


Fuego, luz
que cambia
de manos.
No necesito entender las palabras,
ya no hay idiomas.
No hay después.
La figura es oscura,
el rostro muy blanco.
No hay miedo ni angustia.
Duermo dentro del sueño
con la cabeza entre manos
que crecen.


EL INVERNADERO


Escozor de la luz.
Sequedad de la nariz.
El calor no hace sudar.
Las pupilas
poco acostumbradas
a la intensidad.
Ventanas sucias. Casi translúcidas.
Cierto olor de las plantas
que viven sobre la gravilla
deshidratada.
Un lugar para escribir.
Un lugar donde está pasando algo.
Fuera
la sombra de un almacén
o de un depósito, siluetas
que se deslizan por la pantalla silenciosa.
En el techo,
cielo azul entre el polvo,
ruidos secos de alas,
patas, hojas
que resbalan por el cristal.
Bajo la armadura y los nervios de hierro
una red que amortiguaría la caída del techo
si cediera bajo el viento,
el peso de árboles o cuerpos.

El calor no hace sudar.
La luz ilumina mucho
las pupilas poco acostumbradas

Dos botánicos
con su sangre,
su aliento,
su agua,
respiran,
y las plantas
los atraen a sus pelos
a sus espinas.


CÁMARA OSCURA


Los pájaros y su rastro
de aceite sobre las
hojas sucias al sol,
ajadas. El encierro.
Ácidos.
La piel muy transparente.
Trata de imaginar el tormento,
él con las botas de pescar
hasta las ingles, aquel gorro.
Tierno.
Annabel Lee, como Miller,
resbaladiza,
encerrada en su cámara oscura
o recostada sobre almohadones
—la vida es espesa—
inhala el aire mefítico
del cuarto.
Escucho su respiración,
el ladrido del perro,
la lluvia como
correr y descorrer de
cortinas, batir de
hojas alborotadas.

Aquí o ahí,
en el sueño, en el libro,
en las fotografías.
Muy tensa. Contenida.
Como el aire en los frascos.
Salen las sombras
y se vuelven cosas, rostros
en el papel, como
la sal después que el agua
se evapora, como lo explica en el sueño.


DEFINICIONES II


Pienso: ¿qué es el colmo de la libertad?
Y la impresión es tan fuerte como ahora, como entonces,
la madrugada en que se fueron de la casa,
el colmo de la libertad, esta impresión, el llanto,
aislar a la mujer que come
entre familias silenciosas,
la mujer que desayuna huevos, sola
en la pensión de las montañas
o en un bar del centro.
La libertad, y tanta belleza,
el colmo de la libertad,
el desgarro, la niña con los labios
tan finos como la línea de sus ojos,
la separación, ni un lazo, pero
no logro nada si aislo a la mujer
que es libertad en este frío tan serio
del encuentro, mejor que el choque,
—seria estridente, confuso—.
De color verde seco su belleza
y la libertad adulta del silencio.


BERENICE


Edgar, la he visto.
Se está componiendo.
Le vibra la luz en los dedos.
Los dientes, uno a uno, en su sitio,
mojados.
En un sueño que dura una décima de segundo
le he dicho: «No te vayas»
y se ha vuelto al teclado
como loca, el pelo por los ojos.
Se aparta los mechones con las manos
que no llegaste a ver cuando la llevabas
de la mano como a un anillo,
y ahora escribe durante horas, mueve
la cabeza de lado a lado,
entre las dos ventanas,
los dos mundos.


DOLOR

Pain has an element of blank...

Tiene el dolor un elemento en blanco

Emily Dickinson
Traductor: Margarita Ardanaz

Lo primero que pierdo al caer
en el pozo es la sintaxis.
Solo palabras sueltas
como dolor o visión de herida,
magulladura, arañazo, imposibilidad de
saber si antes, o
si la marca es el recuerdo
de algo. La hinchazón
oculta por el pelo podría
parecer irrisoria, patética, evitable.
Y qué me dices del ruido.
Será que el agua hierve o son aplausos, el agua o
un piano que imita los músculos
del mar, sus hombros, los brazos,
las manos que apartan la densidad.


NO DOLOR


La mano abierta
presiona el muro,
detiene la hemorragia.
Una luz la oscurece,
le quema los bordes.
El destino se pierde
en las rayas asimétricas,
en la disposición desigual
dé las manchas.
Hay cierta fluidez
parecida a la felicidad.
Un magnetismo distante como
una cura de deseo que se resiste.


LENGUAJE


La incomunicación es grandiosa,
absoluta, muy superior al silencio.
El discurso fluye como un río lento,
caudaloso, oscuro. No se ve lo que
pasa por debajo. A flote, nada que
consuele. Alguna rama de árbol de
otra historia. La turbiedad sirve
para ignorar el movimiento de
alcohol, de dinero. Se mencionan
el paisaje, el clima, lo que da de sí
el viento.


MENSAJE EN UNA BOTELLA


En el agua,
éntre las olas rotas,
la botella con detalles, palabras,
el gesto del brazo,
la mano abierta
sobre el vacío del océano.


COMPOSICIÓN I


Amor como solución.
Líquido espeso.
Fragancia.
Vigor de músculos.
Pómulo incrustado.
Costillas incrustadas en caja torácica.
Escribir mientras tanto.
Cadera.
Hueso pélvico.
Clavícula.
Dientes.
Escribir mientras tanto.


COMPOSICIÓN II


La función de los objetos
es la espera en la oscuridad.
Una luz remota los encuentra.
La ceniza revolotea como un bicho
bajo el ventilador.
No veo que la cuerda gire
pero parece como si el cordón
cortara las aspas.
Le quito los zapatos llenos de agua.
Flotan papeles escritos.
Papeles escritos pegados
a la planta de los pies.


COMPOSICIÓN III


Viguetas y entramado.
Palo de borracho y caña amarga.
Desvarío, como si se desdoblara.
Una sigue sentada frente a mí.
La otra quiere secarse.
Busca una toalla,
luego sábanas blancas.
Regresa a su funda.
Gira y la crisálida la envuelve.


DIARIO I


¿Cómo es el cadáver de un vacío?
¿Una trampa? ¿Un caparazón? ¿Un ánfora?
¿Puede durar, morir, etc., lo que no existe?
Es el vacío oceánico.
Es el lago de la indiferencia.
Me pregunto cómo se baja a lo concreto,
dónde está la tierra firme,
si existe lo cierto.
Las palabras son abstractas, enigmáticas.
Las formas alteran el sistema nervioso.
Bajo los pies, las manos, un complicado ramaje,
huecos y aire, como cajas que contienen nada,
que apenas respiran.
Esta es la única lengua.
Esta es la única expresión que conozco.


TU AFONÍA


Extraña transformación.
Bajaste del coche
y ella siguió conduciendo
sin tocar el volante,
con las manos sobre las piernas,
transfigurada.
El instante fue eterno.
La voz se debilitó.
Supe lo que quería.
Tenía un deseo remoto.
Ahora estás desnuda,
afónica, y las dos,
encubiertas, guarecidas.
Eres la materia
sumergida en la luz.
Eres un sólido transparente.
Tu palidez no tiene volumen.


BOCA


Un palo clavado en la arena
como reloj de sol.
Pasa una hora.
Luego otra.
Tengo menos miedo.
La boca de mi estómago
es la boca que da al mar.
Abro la boca. Respiro. Trago.
Las piedras se mueven,
se frotan entre sí.
Al principio el placer es de piedra,
sólido, seco, rugoso, cada vez más
poroso, más vegetal, luego
como el techo, enramado,
encañamado.
Me vuelvo un eje que gira,
un cordón tenso, el centro
de la estrella de las aspas del ventilador.
Imagino la espuma,
la nube de salitre que nos envuelve
y se mezcla con los otros olores.
Se aclaran las cicatrices.
La sombra llega hasta el libro.
Adjetivos como «limpio» y «refinado»
sirven para este rayo en la boca del estómago
y los ecos de la primera palpitación.


DETALLE (BACON)


Nos separamos en la página 46.
Elijo cualquier banco
frente al ventanal.
No distingo la tierra del cielo.
La siento sobre mí, abovedada,
con los brazos arqueados
como cables de alta tensión,
las ingles de acero,
los tendones de cristal,
el aliento que suena
como un rugido.
Delicada en la caída,
sujeta, fuerte, suelta,
abrazo de plumas,
plomo alrededor
de los riñones.


CARNE FASCINADA (RAFAEL CADENAS)


La superficie está encrespada.
Una ola la revuelca y
desaparece entre manchas blancas.
Por un momento no sé dónde está.
Se produce una explosión.
Raíces de árboles,
animales vivos y muertos,
hojas, ramas, patas, caparazones
le brotan por la nariz con el agua.

Desde las piedras,
entre libros, máscaras, aletas,
un bulto alisado por la luz,
con las capas humedecidas,
a punto de ser electrocutado,
fascinado por la carne y
por los huesos que llegan del mar.


EL BESO


La oscuridad hace posible
la fuerza de las bocas,
el asalto.
Ilumina las manos,
la parte de la cara que no tapa
la otra cara.
El parpadeo de la pantalla
se refleja en los lentes,
que ya no están sobre los ojos,
que suben por la frente
a contrapelo.
¡Alfa Romeo»,
«Habibi».
Alguien se revuelve en su asiento,
no puede dejar de mirar
la contorsión, la atracción,
la carne que se aprieta
entre los brazos,
y solo ve una de las espaldas
que Shakespeare vio.
En la oscuridad no hay colores,
en la oscuridad hay silencio,
o acaso los jadeos del asalto
o las partículas de polvo que se mueven
por el aire y el calor.
El beso deja marcas de pómulos
en los pómulos.
Se abre y se cierra el pozo
cerrado, abierto.
El beso es largo como los dedos,
las piernas, las pestañas,
la espera, la promesa.


S/T


Aquí no dejo que salga el dolor.
Las cosas demasiado ocultas se tapan.
El deseo del deseo me lleva
a otra parte.
El gas azul, la llama anaranjada
del cielo, la turbiedad
de sus ojos acuosos.
No hay brusquedad en la caída.
Acaso un desmayo oportuno y pasajero.


S/T


Atraviesa el túnel
que separa los mundos.
Abandona el gran caparazón,
la oreja recostada,
el pabellón del despojo y del ruido.
Revienta la puerta,
cruza,
borra la línea,
abre el hueco,
mira la extensión.


SUBCONSCIENTE


La laguna duerme descuidada,
olvidada de sí misma,
con la belleza estrangulada
por las raíces de los manglares
que no paran de crecer
en el agua negra,
en el aire envenenado.
Se abandona al llanto,
al bramido, a la tristeza,
a la ausencia de todo,
a la pérdida
tan vieja como la baba,
como las sombras que se reproducen
a sí mismas.-
Agotada de amar
tal vez exista
porque a través de ella
una llega a la extensión esencial,
al lugar donde se calman los nervios.


PLENILUNIO


Deambulo hasta llegar a la terraza
y sentarme en la grada
iluminada por una luna que asusta,
una luna cerca,
el agua lejos,
unas pocas voces
amortiguadas por la ausencia de viento
y cortinas de salitre.
Ella, deformada,
con los ojos irritados
y los pómulos caídos,
parece más vieja que otras veces,
más encogida detrás de su rostro inflamado.
Pronuncia mi nombre,
me llama y me llama.
La miro desde mi sueño-crisálida.
Me ofrece claridad y una calma cerebral,
una vía plateada y ondulada
que se refleja en el agua.
Sale de mí,
se dirige a otra parte.


REGRESO


No me recuerda a nada.
Tal vez al estado que evitaba:
sereno, plácido, en calma.
Llega ahora con deseo,
misterio, soliloquio.
Coinciden la risa y la tos.
Las palabras se rompen en cascada,
caen en carcajada.
La mirada lejana, escrutadora, presente.
Los dientes afilados
van marcando los labios.
Lo que he olvidado decir.
Lo que he olvidado dar.
El tiempo la trae.
Vuelve a regresarme.


BISHOP/POE


El nadador parece un juguete eléctrico
dirigido por una mano alejada de la bahía.
Su placer es mecánico.
Ella tiene las manos frías
y se las calienta en el pecho, bajo el brazo.
Siente el corazón.
No sé si el latido es automático
o lo produce el contacto.
Se le enciende una luz roja en los ojos
como un pequeño foco:
recorrido horizontal de luciérnaga
que se ilumina a sí misma,
que dice, estoy «aquí», «aquí», «aquí».
¿Es previsible el placer?
Bishop dijo que el placer era mecánico
y que la caída del amor hacia la tierra
era inevitable.
Hay una extensión líquida de tiempo,
clara, turbia, tibia
en constante transformación.
Hay cortinas, vaho, huellas,
sedimentos más delgados cada vez,
y lo elevado, lo que flota en el aire,
lo que aletea y nada
entre el fondo y la superficie.


S/T


Busca la palabra que lo deformó
que lo dejó fuera de
la mancha que habla y hace ruido.
Busca la resistencia para no resbalar
y caer como mancha.
El terror útil.
El miedo que está en el libro
que la madre no le leyó.
El que ahora escribe.
La esencia que se perdió,
que aquí rebusca, rebota, resuena,
en la escritura:
ese pavor de asfixia,
lo que se va enturbiando
con los detalles
porque los pies no encuentran firmeza
y baten el agua,
manos tiran desde abajo
los nudos que no se ven en la superficie.
Vivir como un bello ejemplar, fundiéndose con la nada,
pudriéndose,
derritiéndose al otro lado.
Cómo va a mostrarse débil, inútil.
Pero ella sí lo afrontó
y le clavó la pluma en el corazón.
Rebasa. Desplaza. Despedaza.


LA CASA ORGÁNICA


En la casa orgánica
hay un orden por acumulación
entre lo vivo y lo supuestamente muerto
pero animado por la imaginación.
Animales que fingen posturas y lenguaje humanos,
vestimentas, gestos.
Amenaza indiferente de los objetos.
Acechante, entre capas,
lo perecedero, lo contrario a lo prematuro,
permanente, pero no indeleble,
sujeto a sucesivas transformaciones,
posturas manipuladas por el artista ausente,
diluido, simulacro de río, mar, selva.
El lugar es el observatorio de la sequedad,
el registro de la humedad,
la casa del tiempo, de la composición y
de la materia, con su polvo
y sus sonidos de vida.


S/T


Tal vez la descripción sea inválida
y haya que decir que se trata del gabinete
de un destripador que arma muñecos,
que dispone de los objetos
en un orden sin semántica,
inesperado,
el ojo que trata de cercar
la angustia, el pez transparente
que se mueve a sacudidas
con su única raya en medio,
que dice: «Yo también soy»,
en este espacio que retrasa la agonía,
el único que conoce, repetido
en todos sus trasplantes, mudanzas,
como la plata, vivo,
persistente, como la sed extraordinaria
o el dolor exquisito.


MANIQUÍ


El vestido es el animal,
la carne verdadera.
La mujer es la membrana,
la estructura ósea
que regresa como idea
o espíritu después de la disolución,
después de haber sido borrada,
filtrada, enterrada entre cascotes y escombros.
Febril, fértil vibra,
martillea el cráneo,
hormiguea en el cerebro,
tiembla como cuerdas medievales en el corazón,
sale como capa no del todo descolorida, secándose,
el semblante gastado.


RETRATO


Los pliegues alrededor de los ojos
palpitan crispados.
Está aterrada por los pies.
La boca se le ha agrandado, estirado.
Los labios se le han cosido
como si ya no fuera a moverlos
para decir nada.
Las palabras están en su cabeza.
Casi todas prescindibles.
Hay tensión en las mandíbulas,
los dientes apretadísimos,
los ojos como si plegaran lo que ven,
lo guardaran.
Ella es parte de una acumulación
que no ha dejado que se pegue a su cuerpo,
salvo en la cara,
como una crema enmohecida,
con sus cercos oscuros, rojizos,
una luz parecida al fuego.


MADELEINE USHER


Su desaparición es simultánea
a su aparición.
Un desvelo sobrecogedor,
explicable solo por el efecto.
Inexplicables, sin embargo,
su origen, su disolución,
algo fugaz pero permanente,
intermitente, incontrolable.
Un recuerdo muy fuerte de
niños jugando en la cama,
adolescente sosteniéndola debajo del agua,
dos cabezas que miran por encima de las olas.
Nada lo haría sospechar.
Hasta que cuerpos disparan sensaciones,
un brote hace estragos en la memoria.
Una niña no juega a eso.
No se dejan señales.
No se dice nada.
Pero de algún lugar llega esto,
con su tendencia acuática a instalarse
impregnar, empapar.


PROTECCIÓN


La voz se ha quedado metida en el oído.
Transcurre un tiempo en forma de laberinto.
El teléfono entre las manos ahuecadas.
La colcha está tapizada de hojas,
igual que el suelo
con las flores mojadas.
Apoyada en los codos,
se cubre el hombro con una mano,
cruza las piernas,
ladea la cabeza.
Suena el latido del insomnio,
el día interrumpe la noche con brusquedad
y la luna deja huecos en el agua,
con la luz descompuesta en rayos, ramas, radios.
El vestido, en algún lugar apartado de la vista.
Los labios, oscuros, concentrados en lo que aún no ha llegado.


AGUJAS


Como si se frotara
contraías alfombras
de todos los umbrales
se estira,
concentrada en un
deseo a contrapelo,
en contra de la secuencia
natural de las cosas.
En contra de la corriente
endurece los músculos
para conseguir
esa sensación filosa y puntiaguda,
afilada y lisa.
Calentar el corazón,
refrescar los pulmones
expresan lo mismo:
cierta claridad,
cierta aspereza
cerca de esa cavidad
que contiene la sangre,
la tinta, las lágrimas.


OBTURADOR


La vista se abre y florece.
A través del retrovisor
las manos tapan la cara
que el cigarrillo ilumina.
El túnel azul se estrecha.
El cielo y sus costillas
cada vez más marcadas.
Aparecen las curvas abultadas
en el transcurso de algo que necesito tocar.
La vista se cierra al fondo.



ELEANOR


Para Arantxa Lacruz, in memoriam

La noche que supe de su muerte
me despertó mi propia carcajada.
La habitación apareció cubierta
por un papel pintado
con ojos desplegados por las paredes
como mariposas del color de sus aguas,
con ojos que en sus cavernas veteadas
llevaban las marcas de sus pies,
de sus muslos, de sus costillas contentas
sobre la arena, como si fuera Egipto
y me mirara por los huecos de la espuma
que me ofrecía desde
su dimensión plana y dinámica.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”