Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Prosa: La amistad es un servicio de Sándor Márai

 

 

Sándor Márai (Eslovaquia - Hungría, 1900 - USA, 1989)

La amistad es un servicio

 

Sándor Márai

 

Estaría bien saber - prosigue el general, como si estuviera discutiendo consigo mismo - si de verdad existe la amistad. No me refiero al placer momentáneo que sienten dos personas que se encuentran por casualidad, a la alegría que les embarga porque en un momento dado de su vida comparten las mismas ideas acerca de ciertas cuestiones, o porque comparten sus gustos y sus aficiones. Eso todavía no es amistad. A veces pienso que la amistad es la relación más intensa de la vida… y que por eso se presenta en tan pocas ocasiones. ¿Qué se esconde detrás de la amistad? ¿Simpatía? Se trata de una palabra hueca, poco consistente, cuyo contenido no puede ser suficiente para que dos personas se mantengan unidas, incluso en las situaciones más adversas, ayudándose y apoyándose de por vida… ¿por pura simpatía? ¿O se trata quizás de otra cosa?... ¿Habrá tal vez cierto erotismo en el fondo de cada relación humana? Aquí, en mi soledad, en mis bosques, al tratar de comprender los múltiples aspectos de la vida, puesto que no tenía otra cosa que hacer, algunas veces lo he llegado a pensar. Naturalmente, la amistad es algo distinto, no tiene nada que ver con la atracción enfermiza de quienes buscan la satisfacción con personas de su propio sexo. Al erotismo de la amistad no le hace falta el cuerpo… no le es atractivo, resulta incluso inútil. Sin embargo, no deja de ser erotismo. En el fondo de todo amor, de todo cariño, de toda relación humana late el erotismo. ¿Sabes?, he estado leyendo mucho - apostilla, como para disculparse -. Hoy se escribe de todo esto con más libertad. También he releído muy a menudo a Platón, puesto que en la Academia no entendí nada de lo que quería decir. La amistad, así lo creo (aunque tú, que has recorrido medio mundo, sabrás de todo mucho más de lo que yo haya podido dilucidar aquí en mi soledad rural), la amistad es la relación más noble que pueda haber entre los seres humanos. Es curioso: los animales también la conocen. Existe la amistad entre los animales, el altruismo, la disposición para ayudar. Un conde ruso ha escrito sobre ello… no me acuerdo de su nombre. Existen leones y urogallos, y también otros animales de distinto género y procedencia, que intenta ayudar a los de su especie cuando se encuentran en apuros, incluso de salvar a animales de otras especies: lo he visto con mis propios ojos. ¿Has visto algo parecido en el extranjero?... Allí seguramente la amistad significa otra cosa, más desarrollada, más moderna que aquí, en este mundo nuestro tan atrasado. Los seres humanos organizan su ayuda común… aunque a veces les cuesta vencer los obstáculos que se presentan; siempre, en cada comunidad de seres vivos, hay personas fuertes y abnegadas. He visto cientos de casos en el mundo animal. Entre los hombres he visto menos. Para ser exactos, no he visto ninguno. Las relaciones basadas en la simpatía que he visto nacer y desarrollarse entre los seres humanos han terminado ahogándose invariablemente en los cenagales de la egolatría y de la vanidad. El compañerismo y la camaradería adquieren en ocasiones el aspecto de la amistad. Los intereses en común pueden producir situaciones humanas que se parecen a la amistad. También la soledad hace que las personas se refugien en relaciones más íntimas: al final se arrepienten, aunque al principio crean que esa intimidad es ya una forma de amistad. Claro, todo esto no tiene nada que ver con la verdadera amistad. Uno está convencido, y mi padre todavía lo entendía así, de que la amistad es un servicio. Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así, con todas sus consecuencias. Esto sería el ideal. Ahora hace falta saber si vale la pena vivir, si vale la pena ser hombre sin un ideal así. Y si un amigo nuestro se equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad, ¿podemos echarle la culpa por ello, por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué valor tiene una amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca una recompensa? ¿No sería obligatorio aceptar al amigo desleal de la misma manera que aceptamos al abnegado y fiel? ¿No sería justamente la abnegación la verdadera esencia de cada relación humana, una abnegación que no pretende nada, que no espera nada del otro? ¿una abnegación que cuando más da, menos espera a cambio? Y si uno entrega a alguien toda la confianza de su juventud, toda la disposición al sacrificio de su edad madura y finalmente le regala lo máximo que un ser humano puede dar a otro, si le regala toda su confianza ciega, sin condiciones, su confianza apasionada, y después se da cuenta de que el otro le es infiel y se comporta como un canalla, ¿tiene derecho a enfadarse, a exigir venganza? Y si se enfada y pide venganza, ¿ha sido un amigo él mismo, el engañado y abandonado? ¿Ves?, este tipo de cuestiones teóricas me han ocupado desde que me quedé solo. Por supuesto que la soledad no me ha dado la menor respuesta. Los libros tampoco me han dado la respuesta acertada. Ni los antiguos, los tratados de los pensadores chinos, hebreos o latinos, ni los modernos, que utilizan expresiones sin eufemismo, pero se quedan sólo en el nivel de las palabras y tampoco llegan a la verdad. Pero además… ¿alguien ha dicho o escrito alguna vez la verdad?... También he pensado en esto muchas veces desde que empecé a buscar en mi alma y en los libros. El tiempo iba pasando y la vida se volvía cada vez más confusa a mi alrededor. Los libros y los recuerdos se acumulaban y se volvían cada vez más coherente. Cada libro contenía una pizca de la verdad, y cada recuerdo me confirmaba que uno reconoce en vano la verdadera naturaleza de las relaciones humanas, y que tampoco se hace más sabio a fuerza de conocimientos. Por eso no tenemos ningún derecho a exigir ni la verdad ni la fidelidad de aquel a quien un día aceptamos como amigo, ni siquiera aunque los acontecimientos hayan demostrado que ese amigo ha sido infiel.     

 

Tomado de la novela "El último encuentro"            

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