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Sor Juana Inés de la Cruz |
Tomado de: Periódico de Poesía, No. 87 / Marzo 2016
A Ottmar
Ette,
summa de lo mejor de Germania.
summa de lo mejor de Germania.
1. El redescubrimiento de la obra y la figura de
sor Juana Inés de la Cruz, en el siglo XX, dio pie a diversas interpretaciones
de ambas. La silva conocida como Primero sueño ha merecido siempre una
atención más amplia y persistente, como corresponde a una de las más
altas cumbres a las que llegó la potencia creadora de la “Décima Musa”.
En la copiosa discursividad que ha generado el
examen del que puede considerarse como más importante poema de sor Juana,
revisten innegable importancia las exégesis de carácter netamente comprensivo.
Éste es el territorio ocupado por Alfonso Méndez Plancarte, Karl Vossler, José
Gaos, José Pascual Buxó, Sergio Fernández, Antonio Alatorre, Elías Trabulse,
Jorge Alcázar, entre otros. Junto a esta tendencia de los estudios sorjuanianos,
está la de quienes han fijado su atención en las cifras modernizantes y
contestatarias de la silva sorjuaniana, con Octavio Paz a la cabeza, a partir
de la elaboración y consiguiente publicación de Sor Juana Inés de la Cruz o
las trampas de la fe, en 1986. Aquí, junto al nombre del poeta mexicano,
cabe incluir los de Dolores Bravo Arriaga, Margo Glantz, Georgina Sabat, Sara
Poot, Asunción Lavrin, Marie Cécile Benassy y varios más.
Lo que sigue es el registro sintético de un intento
de caracterizar el Sueño sorjuaniano como obra inscrita en la dinámica de una
forma de vida específica.
2. Los datos conocidos hasta el presente, autorizan
a hablar de una sor Juana en estado de rebeldía contra preceptos y valores
opresivos, en detrimento de las mujeres de su tiempo. Sin embargo, esa
beligerancia en pro de lo que hoy podría caracterizarse como “dignidad de
género” no parece haber sido óbice para que la autora de Primero sueño
asumiera, con sincera fe y honradez, los dogmas del catolicismo, junto con la
regla de la orden de san Jerónimo y los votos que ello implicaba.
3. Primero sueño es una obra en la que la
presencia de contenidos eruditos y filosofemas —dato a tono con el espíritu
barroco— se muestra con gran consistencia. Esto ha inducido a muchos exégetas a
ver el texto poco menos que como un pequeño sistema doctrinal. Por escritos
como esa mirífica silva, es válido considerar a sor Juana como una filósofa,
aunque no al modo en que se entiende esta palabra a partir de la Modernidad
occidental. Ya José Gaos había resumido la cauda de saberes que aflora en el
poema:
[El sueño] es: astronómico, en los pasajes relativos a la noche y
el día; físico, en la referencia a la linterna mágica; fisiológico y
psicológico, en las descripciones del dormir, el despertar y el sueño;
humanístico clásico y bíblico, y clásico, mitológico e histórico, en detalles
esparcidos por todo el poema; jurídico y político, como en la reflexión sobre
los efectos de la publicación de los castigos y en alguna observación más incidental,
así en los referentes a los deberes de vigilancia de los monarcas y a la
consiguiente pesadumbre de la corona; filosóficos, por último, en la narración
del sueño. (Gaos 1960: 57)
En lo que hace a filosofía, es evidente la impronta
mayor o menor de Platón y los neoplatónicos, Aristóteles, Demócrito,
Lucrecio... en el poema sorjuaniano. Pero, sobre todo, de un escepticismo a la
postre conveniente a los intereses ideológicos de la Contrarreforma. Octavio
Paz atisbó en sor Juana a una adelantada del espíritu moderno, en virtud de que
su Sueño estaría dando cuenta de una “revelación de la no–revelación” (Cf. Paz
1982: 500). No hacía falta que la poeta fuese una mujer posilustrada para ir
más allá incluso de lo que reconoce Paz, pues lo que, en último término muestra
en su silva es la supuesta incapacidad raigal de acceder a las verdades
fundamentales —desde luego, las de la teología católica— por parte de la mente
humana.
Sor Juana encarna una insaciable voluntad de saber,
que incluye lo mismo investigar leyendo que experimentando y pensando con
cabeza propia, pero también asume la conciencia de un límite para dicho
impulso, afín al escepticismo fenomenista representado por Sexto Empírico.
En su fecunda “Carta a sor Filotea de la Cruz”, la
poeta se escuda en la opinión del “venerable doctor Arce”, en el sentido de
que, para una monja, “el estudiar, escribir y enseñar privadamente, no sólo es
lícito, pero muy provechoso y útil”. Con ello, sustenta los afanes de una
vertiente de su voluntad de saber. En otro pasaje de su misiva a la impostada
monja, por ejemplo, justifica así el cauce experimental de sus desvelos por
conocer:
...no hay criatura, por baja que sea, en que no se conozca el me fecit
Deus, no hay alguna que no pasme el entendimiento, si se considera como se
debe. [...] Si veía una figura, estaba combinando la proporción de sus líneas y
mediándola con el entendimiento y reduciéndola a otras diferentes. Paséabame
algunas veces en el testero de un dormitorio nuestro [...] y estaba observando
que siendo las líneas de sus dos lados paralelas y su techo a nivel, la vista
fingía que sus líneas se inclinaban una a otra y que su techo estaba más bajo
en lo distante que en lo próximo: de donde infería que las líneas visuales
corren rectas, pero no paralelas, sino que van a formar una figura piramidal. Y
discurría si sería ésta la razón que obligó a los antiguos a dudar si el mundo
era esférico o no. (Sor J. I. de la Cruz 2004b: 92)
Junto a esa vertiente empírica en el uso de la
razón, la propia sor Juana reconoce, en otro pasaje del mismo texto, la fuerza
que en ella ha adquirido la estrictamente teorética:
Y prosiguiendo en mi modo de cogitaciones, digo que esto [lo de pensar]
es tan continuo en mí que no necesito de libros y, en una ocasión que por un
grave accidente de estómago me prohibieron los médicos el estudio, pasé así
algunos días y luego les propuse que era menos dañoso el concedérmelos, porque
eran tan fuertes y vehementes mis cogitaciones que consumían mis espíritus en
un cuarto de hora más que el estudio de los libros en cuatro días... (Sor J. I.
de la Cruz 2004b: 93-94)
Ahora bien, lo que más claramente hace Primero
sueño es poetizar lo ilusorio de las pretensiones de la razón humana y los
límites de la voluntad de saber. De acuerdo con el poema, el alma humana,
liberada por el dormir del cuerpo, se coloca en la atalaya más alta para
acceder por medio de la intuición a la verdad —vista siempre, aquí, como
experiencia unitiva—, pero el intento desemboca en fracaso: “En cuya casi
elevación inmensa,/ gozosa más suspensa,/ suspensa pero ufana/ y atónita aunque
ufana, la suprema/ de lo sublunar Reina soberana,/ la vista perspicaz, libre de
anteojos,/ de sus intelectuales bellos ojos/ (sin que distancia tema/ ni de
obstáculo opaco se recele/ de que interpuesto algún objeto calle)/ libre tendió
por todo lo criado:/ cuyo inmenso agregado,/ cúmulo incomprehensible,/ aunque a
la vista quiso manifiesto/ dar señas de posible,/ a la comprehensión no, que
—entorpecida/ con la sobra de objetos y excedida/ de la grandeza de ellos su
potencia—/ retrocedió cobarde…” (Versos 436-454).
De acuerdo con el relato sorjuaniano, el alma
insiste en unirse a lo verdadero según la vía discursiva, la ruta dianoética,
echando mano del aparato categorial aristotélico, sin que logre otra cosa que
una derrota análoga. Sin embargo, lejos de arredrarse por ello, la limitada y
necia razón humana perseverará en el error, negándose a la verdad de sus propios
límites, de modo parecido al insensato Faetón, quien pretendiendo dirigir el
carruaje cósmico de su padre, el dios Helios, causó enormes desastres y tuvo un
final trágico.
En último término, Primero sueño ostende la
paradoja de una vasta erudición científica, filosófica y teológica, que debe
operar como una lección de humildad ético–religiosa, expuesta con un
virtuosismo poético insuperable: una manera de avenirse con los ideales de la
Contrarreforma, valiéndose de los poderes lenitivos del mejor arte. Y es que,
como la propia monja—artista se encarga de precisar, “ciencia que no alumbra
para salvarse, Dios, que todo lo sabe, la califica de necedad” (Sor J. I. de la
Cruz 2004b: 97), por lo que no será ella quien, al menos a conciencia, se
preste, ni como poeta ni como pensadora, a fomentar nada superfluo ni que se
desvíe de la ortodoxia católica.
4. Pero el sentido último de Primero sueño no estriba en las metas de la propaganda fidei. Los compromisos de sor Juana con la dogmática católica corren por cauces más profundos y dignos que la mera promoción de consignas ideológicas o la contribución oportuna a la siempre inconclusa evangelización, recurriendo para ello a las potencialidades de la poesía popular. Gran parte de los escritos de la poeta respondieron a tales fines. Su condición de miembro de una orden monacal le imponía esa clase de tareas. Pero el Sueño resalta sobre esa gruesa capa de escritura de circunstancia, justo porque es su cara opuesta: el fruto de un genuino impulso de realización espiritual adecuadamente combinado con una voluntad de forma, de arte.
4. Pero el sentido último de Primero sueño no estriba en las metas de la propaganda fidei. Los compromisos de sor Juana con la dogmática católica corren por cauces más profundos y dignos que la mera promoción de consignas ideológicas o la contribución oportuna a la siempre inconclusa evangelización, recurriendo para ello a las potencialidades de la poesía popular. Gran parte de los escritos de la poeta respondieron a tales fines. Su condición de miembro de una orden monacal le imponía esa clase de tareas. Pero el Sueño resalta sobre esa gruesa capa de escritura de circunstancia, justo porque es su cara opuesta: el fruto de un genuino impulso de realización espiritual adecuadamente combinado con una voluntad de forma, de arte.
Mientras la vertiente pragmática de la escritura
sorjuaniana es asumida como una imposición rutinaria, en el seno de la
comunidad monacal y, cuando es el caso, de cara a la feligresía, la composición
de Primero sueño responde a una urgencia íntima que se despliega en el plano de
una visión acerca del sentido de lo humano en el mundo y en el de las
potencialidades expresivas y estéticas de la poesía barroca, todo ello, en las
coordenadas de una forma de vida. En suma: elaboración poética de una
conciliación realizadora, plenificante, con la dimensión cósmica (espiritual),
humana (científico-filosófica) y poética (artística) del mundo–de–la–vida.
Hay que entender la mejor escritura de sor Juana
como la victoria de una voluntad de realización espiritual, en medio de un
campo de constantes tensiones. En realidad, la condición de poeta de sor Juana
es literalmente trágica. Por un lado, se las tiene que ver con un ímpetu
vocacional innato: en el poema titulado “Debió la Austeridad de acusarla tal
vez el metro y satisfacer con el poco tiempo que empleaba a la señora virreina
las Pascuas” deja sentado: “sé que nací tan poeta/ que azotada, como Ovidio,/
suenan en metro mis quejas.” (Sor J. I. de la Cruz 2009: 224). Por otro,
necesita dejar constancia de que “yo nunca he escrito sino violentada y forzada
y sólo por dar gusto a otros, no sólo sin complacencia sino con positiva
repugnancia, porque nunca he juzgado de mí que tenga el caudal de letras e ingenio
que pide la obligación de quien escribe.” (Sor J. I. de la Cruz 2004b: 76) Esas
declaraciones le permiten adquirir mayor relieve a esta otra, en virtud de la
cual se abre paso la comprensión del sentido de la escritura sorjuaniana:
“[...] no me acuerdo haber escrito por mi gusto si no es un papelillo que
llaman El Sueño.”(Sor J. I. de la Cruz 2004b: 105).
Al margen de la maniobra retórica implícita en la
reducción de su extraordinaria silva a un simple “papelillo”, las palabras
anteriores ponen de manifiesto la inserción de la escritura poética en un plan
personal e íntimo de realización espiritual. A fin de cuentas, Primero sueño se
manifiesta como el resultado de un esfuerzo dirigido a llegar a Dios —epítome
de lo real absoluto, en la visión del mundo compartida por sor Juana— por medio
de la escritura poética, es decir, de la palabra con vocación de verdad y de
arte. Acaso sucede que, como advertía Karl Vossler, “la religión de sor Juana
no es excesivamente mística”. (K. Vossler 1936: 12) Pero, más allá de todo
juicio de cariz cuantitativo sobre algo de índole cualitativa, lo que el Sueño sorjuaniano
ofrece al lector sensible y comprensivo es la relación de una esmerada puesta
en acción de todas las fuerzas de un espíritu fecundo en pos de su conciliación
con lo que ha asumido como absolutamente real. De ese modo, si bien el alma
liberada tras el sueño del cuerpo no logra tan suprema meta, la composición
misma del gran poema, en tanto que ejercicio espiritual, permite alcanzar al
menos un grado apreciable de satisfacción anímica. Hecho, éste, de alcance
suficiente como para conferirle un sentido pleno al poema en sí y a los afanes
de vida de su autora.
Según lo que se ha adelantado de manera sumaria, en las líneas
precedentes, puede afirmarse que Primero
sueño no es un poema de sistematización y pedagogía doctrinal, como podría
ser, por ejemplo, el caso de De rerum
natura, de Lucrecio. La suprema silva sorjuaniana resulta de múltiples
conjunciones: conciencia individual y vocación unitiva, autognosis y erudición
filosófico—teológica, impetuosa voluntad de saber y conciencia de los límites
de la razón, apertura a la ciencia del mundo y asunción de la dogmática
católica... También parece derivar de una intención diversa a la que
caracteriza a los grandes poemas teórico–pedagógicos de la tradición antigua:
conocerse a sí mismo, para conciliarse consigo y con todo lo otro. Se trataría,
pues, de una composición estética de autognosis y comunión, expresión por tanto
de un estado de “participación del alto Ser”, para decirlo con los propios
sintagmas del Sueño, en su verso 295. Por ello, se trata de un texto religioso,
no porque divulgue o poetice contenidos ideológicos o téticos, sino porque
irradia una posibilidad plural de religación subjetiva y objetiva y, de ese
modo, termina siendo la realización de los “empeños de una fe”, sin menoscabo
de todo el colorido y la mundanidad que la palabra poética ha plasmado en él.
5. Primero
sueño es como es, no solo por obra de la acción creadora de su autora, sino
también por haber sido compuesto en un orden de la vida y como parte de una
forma normalizada de vida. Desde esta perspectiva, resulta pertinente estipular
la posibilidad de que estemos ante una idea de la poesía —entendida esta
palabra al modo griego: como todo el ámbito de la acción con sentido estético—
como manera de vivir.
Por “forma de vida” se entiende aquí un modus
operandi existencial estable y una estrategia–del–vivir: una sapiencia
congruente con unos valores firmemente asumidos y comprometida con una idea de
“sentido pleno de la vida” (un anhelo de redención), que se expresa como cierto
curso específico de la existencia personal y, así, un “estilo de vivir”. En el
caso de sor Juana, se trata de una forma de vida encuadrada en las lindes del
régimen monacal católico del siglo XVII, aunque relativamente morigerado por
efecto, tanto de su propio carisma como, sobre todo, por la intervenciones de
poderosos protectores y mecenas, dentro y fuera del ámbito eclesial. No es
posible detallar aquí las características de la vida de las monjas, en los
monasterios católicos novohispanos, en los tiempos del Barroco. Lo que importa
es fijar, hasta donde lo permitan los límites de este escrito, los términos del
despliegue de la bios de sor Juana.
Habrá que conformarse, entonces, con una cuantas pinceladas plásticas, como las
de Asunción Lavrin, cuando da cuenta de que “escribir con soltura sobre
asuntos teológicos, componer versos y comedias, sacar cuentas y llevar el
manejo del convento, tocar instrumentos, componer música y cantar con buena
voz, eran talentos que le eran permitidos [a sor Juana] y en los cuales podía
exceder con ventaja los 'límites de la mujer'. Así, el claustro tenía que ser
[...] el espacio de sor Juana [...] porque sólo en el claustro podía desplegarse
su genio.” (A. Lavrin 1995: 90)
Por razones que sería excesivo considerar aquí, sor
Juana convierte su propio modus vivendi y el espacio que logra ocupar en el
claustro de las monjas jerónimas de la capital novohispana, en una suerte de
escenario permanente de su existencia y en el que toma cuerpo y adquiere
sentido toda su rica labor artística. Ahí es donde opera efectivamente toda una
poesía —toda una actividad estética—religiosa— como forma de vida. Sería, pues,
harto difícil comprender con fundamento una obra como Primero sueño, si no es como un ejercicio espiritual íntimo y
profundo, sustentado en una manera de vivir, en una apuesta singular por un
modo de la existencia humana.
Pero por el hecho mismo de resultar de una manera
de vivir, Primero sueño se presenta
también como una opción de vida: la poesía entendida como ejercicio espiritual,
no necesariamente al típico estilo de la mística tradicional católica —aunque
no tendría por qué cerrarse a esa posibilidad— sino algo más afín a
antecedentes como las meditaciones estoicas o, sobre todo, la actividad
intelectual—espiritual al modo de San Jerónimo.
Esas dos posibilidades: el modo de vivir como
fuente de una poética en constante dinamismo y la acción artística como opción
de vida y fundamento de la existencia personal pueden asumirse como referencias
válidas, para su tratamiento conforme con la propuesta de una filología y una
teoría literaria entendidas como “ciencias” o “saberes” del vivir (Lebenswissenschaften),
presentada por Ottmar Ette, como Programschrift, en 2007. Ciertamente, en
Literaturwissenschaft als Lebenswissenschaft, Ette propugna una opción concreta
de cara a la necesidad de que el discurso literario sustente un conocimiento
sobre lo que es vivir en este mundo. La pertinencia del planteamiento se
evidencia con claridad, cuando se tiene en cuenta que el ser de los humanos
tiene un inocultable vínculo con lo que los griegos entendieron como logos:
pensamiento, razón e inevitablemente palabra: el verbo como algo literalmente
—y, en su momento, literariamente— in/corporado en el hecho mismo de ser
persona. En tanto que somos cuerpo—alma en movimiento vital, a la par de que
somos palabra sedimentada en los sistemas de lenguaje y palabra-en-vivo,
literatura que se nutre de esa condición óntico-antropológica, al tiempo que
recíprocamente sostiene y renueva constantemente a ésta, es dable y se
justifica una resignificación de los saberes literarios en términos de saberes
sobre el vivir. Un acercamiento riguroso a Primero
sueño, conforme con las premisas antepuestas por el programa teórico de
Ette, potenciaría un nivel de comprensión multidimensional de la magna silva
sorjuaniana nunca conocido hasta el presente.
Bibliografía
DE LA CRUZ, sor Juana Inés (2009): Obras completas, v. I, México: FCE, 2a. edic.
Bibliografía
DE LA CRUZ, sor Juana Inés (2009): Obras completas, v. I, México: FCE, 2a. edic.
DE LA CRUZ, sor Juana Inés (2004): El sueño, México:
UNAM (Coordinación de Humanidades).
DE LA CRUZ, sor Juana Inés (2004): “Carta a sor
Filotea de la Cruz”, en: Polémica, Caracas, Biblioteca Ayacucho, pp.
72-111.
Ottmar
Ette (2007): “Literaturwissenschaft als Lebenswissenschaft”, en: Lendemains
125, Tubinga: Gunter Narr, pp. 7-32.
GAOS, José (1960): “El sueño de un sueño”, en: Historia
Mexicana 1, pp. 47-61.
PAZ, Octavio (1982): Sor Juana Inés de la Cruz o
las trampas de la fe, México: FCE.
VOSSLER, Karl (1936): “La décima musa de México,
sor Juana Inés de la Cruz”, en: Revista de la Universidad de México 9,
pp. 15-27.
Comparto con vosotros un audiolibro de Primero sueño. Espero que ayude a aquellos que tengan dificultades para leer o por cualquier motivo no tengan acceso al libro.
ResponderEliminarhttps://audiolibrosencastellano.com/sor-juana-ines-cruz/primero-sueno
Un saludo :)