Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Poemas de "La caja de especias de la tierra" de Leonard Cohen

 

 

 

Leonard Cohen (Canada, 1924 - USA, 2016)

Poemas de

La caja de especias de la tierra

de Leonard Cohen

 

Traducción de Alberto Manzano

 

Una cometa es una víctima

 

Una cometa es una víctima, de ello estás seguro.

La amas porque tira

lo suficientemente suave como para llamarte amo,

lo suficientemente fuerte como para llamarte imbécil;

porque vive

como un desesperado halcón amaestrado

en el alto y dulce aire,

que tú siempre puedes bajar

para domar en tu cajón.

 

Una cometa es un pez que ya has cogido

en una charca a la que no llegan peces,

y así la agotas con cuidado largo tiempo,

con la esperanza de que no se rinda

ni de que el viento se extinga.

 

Una cometa es el último poema que has escrito,

y que entregas al viento,

pero que no dejas ir

hasta que alguien te encuentre

otra cosa que hacer.

 

Una cometa es un contrato de gloria

que se debe contraer con el sol,

así haces del campo

del río y del viento tus amigos,

y te pasas rezando toda la fría noche anterior,

bajo la luna viajera sin hilo,

para hacerte lírico, digno y puro.

 

Después de las oraciones del Sabbath

 

Después de las oraciones del Sabbath

La mariposa de Baal Shem

Colina abajo me siguió.

Ahora Baal Shem está muerto

Estos cientos de años

Y una mariposa acaba su vida

En tres días de bandera agitada

Sólo pudo ser un milagro,

Bailando durante todas estas guerras y treguas

Amarilla como una mariposa en su primer día,

Ni masacre ni tiempo

En su brillante aleteo.

 

Ahora las afiladas estrellas están en el cielo

Y yo como ayer noche estoy temblando,

Ya no es cálido el viento

Para la mariposa amarilla

Plegada en algún lugar sobre una hoja pegajosa

Moviéndose como la misma hoja.

Y cómo tanta grandeza

Un milagro es, que haya sido yo,

Quien esta mañana viera a la mariposa de Baal Shem

Ofreciendo su gloria en el sol,

Pasaré la noche en la oscuridad,

Las manos en los bolsillos moscas y frío.

 

Regalo

 

Me dices que el silencio

está más cerca de la paz que los poemas,

pero si como un regalo

yo te ofreciera el silencio

(porque yo sé lo que es el silencio)

tu dirías

«Esto no es el silencio

es otro poema»

y me lo devolverías.

 

Las flores que dejé en la tierra

 

Las flores que dejé en la tierra,

que no recogí para ti,

hoy las traigo todas,

para que crezcan eternamente,

no en mármol ni en poemas,

sino allí donde cayeron y se pudrieron.

 

Y los barcos en sus grandes establos,

enormes y transitorios como héroes,

barcos que no pude capitanear,

hoy los traigo

para que naveguen eternamente,

no en miniatura ni en balada,

sino allí donde naufragaron y se fueron a pique.

 

Y el chiquillo sobre cuyo hombros estoy,

cuyo anhelo purgué

con público, regia disciplina,

hoy lo traigo

para que languidezca eternamente,

no en confesión ni en biografía,

sino allí donde floreció,

creciendo pillo y peludo.

 

No es malicia lo que me arrastra,

lo que me arrastra a la renuncia, a la traición:

es aburrimiento, me voy por cansancio de ti.

Oro, marfil, carne, Dios, sangre, luna.

He llegado a ser el experto del catálogo.

 

Mi cuerpo en una ocasión tan familiar con la gloria,

mi cuerpo se ha convertido en un museo:

ésta parte porque recuerda la boca de alguien,

ésta una mano,

ésta humedad, ésta calor.

 

¿Quién es dueño de algo que no haya hecho?

De tu belleza me desentiendo

de los crines de los caballos y las cascadas.

Este es mi último catálogo.

Respiro sin aliento

«Te quiero, te quiero»,

y no dejes de moverte. 

 

Si fuese primavera

 

Si fuese Primavera

y yo hubiera matado a un hombre,

lo convertiría en hojas

y lo colgaría de un árbol,

 

un árbol en una arboleda

al borde de una duna,

adonde pequeñas bestias llegaran

huyendo del sol.

 

El viento lo haría

parte de la canción,

y la lluvia se le adheriría

como pequeños mundos de cristal

 

sobre su rama

de cielos de verde de hoja,

y soportaría la danza

del frágil hueso,

 

roce de alas

contra sus mapas de arterias,

e izaría una bandera de estómago amarillo

para anunciar a la tormenta viajera.

 

Oh mi víctima,

harías crecer tu estación

como yo hice crecer la mía,

bajo el encanto del desarrollo,

 

un instrumento

del cielo azul,

un instrumento del sol,

una palmera sobre la oscuridad , esplendidos ojos.

 

¿Qué lengua oirá la ciudad

a causa de tu muerte?,

dolor explica,

tristeza alivia.

 

Por todas partes veo

al mundo esperándote,

las plumas levantadas, las paredes adornadas,

las manos suspendidas sobre cuerdas y teclas.

 

Y a la llegada del Otoño

hilaré una red

entre tu altura y la tierra

para sostener tus frágiles partes.

 

En los campos y huertos

la Primavera debe estar llegando,

mira los rostros

amontonados a mi alrededor.

 

Y oigo

el irrefutable argumento del hambre

susurrado, habitado, gritado,

pero nunca cantado.

 

Mataré a un hombre esta semana;

antes de que la semana acabe

lo colgaré de un árbol,

veré esta piedad cumplida.      

 

Hay hombres

 

Hay hombres

que deberían tener montañas

para eternizar sus nombres en el tiempo.

 

Las lápidas de los sepulcros no son lo suficientemente

altas

ni verdes,

y los hijos se alejan

para perder el puño

que la mano de sus padres parecerá siempre.

 

Yo tuve un amigo:

vivió y murió en absoluto silencio

y con dignidad,

no dejó libro, ni hijo, ni una amante que le llorara.

 

Tampoco es esto una canción fúnebre,

sino sólo el nombre de esta montaña

sobre la que camino,

fragante, oscura y delicadamente blanca

bajo la pálida niebla.

A esta montaña le impongo su nombre.

 

Tú completamente de blanco

 

Cualesquiera que sean las ciudades abatidas,

yo siempre te traeré poemas,

y el fruto de los huertos

por los que paso.

 

Extranjeros en tu cama,

excluidos por nuestro dolor,

escuchando el susurro del sueño,

oirán su pasión maravillosamente expuesta,

y llorarán porque no podrán besar

tu distante rostro.

 

Amantes de mi amada,

mirad mis palabras sobre sus labios como vestidos,

cómo visten su cuerpo como un extraño chal.

La fruta en pirámide en el antepecho de la ventana,

las canciones agitándose contra el muro desaparecido.

 

El cielo de la ciudad

está lavado en el fuego

del oro y del cedro Libanés.

En humeantes jaulas de filigrana

los monos y los pavos reales se impacientan.

Ahora las jaulas ya no resisten,

en la ardiente calle hombre y animal

perece uno en brazos del otro,

los pavos reales se ahogan alrededor del trono fundido.

 

¿Es éste el rey

que junto a ti se acuesta atento?

¿Es éste Salomón o David

o el tartamudo Carlomagno?

¿Es ésa su corona

en la maleta junto a la cama?

 

Cuando nos volvamos a ver,

tú completamente de blanco,

yo oliendo a huertos,

cuando nos veamos.

 

Pero ahora te estás despertando,

y estás cansada de este sueño.

Gírate hacia el hombre de ojos tristes.

Estuvo junto a ti toda la noche.

Tienes algo

que decirle.

 

Me pregunto cuánta gente en esta ciudad

 

Me pregunto cuánta gente en esta ciudad

vive en habitaciones amuebladas.

Ya tarde por la noche cuando miro hacia los edificios

juro que veo un rostro en cada ventana

que me devuelve la mirada,

y cuando me retiro

me pregunto cuántos vuelven a sus escritorios

y escriben esto mismo.

 

Muy avanzada la tarde

 

Muy avanzada la tarde.

He puesto a Beethoven.

Es una estupidez atribuir el dolor

al intenso cielo,

pero eso es lo que he hecho.

Y culparé de la soledad

a la aparición de la luna.

 

Acaba de empezar la noche.

Abajo en la iluminada ciudad

las fastidiosas cazas han empezado.

Me he asegurado

de que no hay motivo de vergüenza.

No estoy avergonzado.

Pongo la música más alta.

 

Ahí está la luna

en la ventana de mi cuarto.

La balanceo en mi pulgar,

intento un capirotazo.

No da la vuelta,

pero tampoco mi pulgar

ha sido destrozado.

Abro la ventana.

Bajo la música. 

 

Camino por Murray Hill.

La luna no necesita leyenda.

Proclama su interés

con el tiempo, en la noche inmediata.

Decido dejarla.

En mi habitación

gira la música

porque espero a un amigo.

 

Un huerto de árboles ribereños

 

Un huerto de árboles ribereños

afectado por el otoño

exactamente graba sus ramas

en el río de seda gris.

 

El filo del cielo

colmado de azul y fina arena

 

Una barcaza soportando luces

igual que los inclinados rostros

de inmóviles e inmortales marinos

arrastra detrás

un azote de nueve látigos

hechos de oscura cadena

castigando a la sedosa agua

 

Nosotros nunca vemos al río

correr rojo sangre.

El sol amarillo para siempre perdido (…)

Su leal cielo

desmigajándose

como un lento alud

en su espeso filo

de azul y fina arena (…)

 

La oscuridad hace

un hogar para el mundo

Las serpientes

Emergiendo como cisnes del agua

lanzan sus estrechas lenguas

contra los cascos de hierro

de barcos que amarrados sueñan

 

Si hay humanos abandonados como yo

a lo largo de esta natural ribera

que nadie ose gritar

Mi abrigo es del color

del cielo en ruinas

mis dedos

de azul y fina arena    

 

Pasa junto a los arroyos

 

Pasa junto a los arroyos , amor,

Donde el pez mira con asombro,

Pasa junto a los arroyos,

Que allí estaré.

 

Pasa junto a los ríos,

Donde las anguilas forman un tropel,

Ríos, amor,

Que no tardaré.

 

Pasa junto a los océanos,

Que surcan las ballenas,

Océanos, amor,

Que no faltaré. 

 

Antes de la historia

 

Lejos de la azotea,

el muchacho, Absalom,

atraviesa rabiando

las sombras del trono,

deteniéndose en la oscuridad

para alisarse su pelo escarlata.

 

Y nosotros estamos bajos los tronos tendidos…

 

Lejos de la azotea

el rey, David,

da comienzo el salmo inmemorial

que resuena en cuevas

y desgarra las telarañas

del rostro del durmiente.

 

Y nosotros estamos bajos las cuevas tendidos…

 

Lejos de la azotea,

la mujer

oh la muchacha, Bathsheba,

descubre su espalda goteada

en una habitación secreta

lejos de cualquier amante,

lejos de cualquier hombre.

 

Y nosotros estamos bajo los castillos tendidos…

 

Oh lejos de cualquier azotea,

estamos tendidos bajo los castillos,

entre profundas ramas de plata,

y la luna solitaria

vive en lo alto de todo el mundo,

y en su luz

nos sostiene, nos sostiene,

fría y espléndida,

en su vasta y clara noche.

 

Solos el señor y el esclavo abrazos

 

Solos el señor y el esclavo abrazados.

No se lo diré al banquero ni al doctor.

Mira, están observando la puesta de sol

tras una montaña sin dueño.

Ellos no saben nada de la alianza y el fénix.

Esta noche un sol desciende

maravilloso tras una montaña,

y mis dos hombres

soñarán esta escena muchas veces

y entre sueño y sueño

se castigarán mutuamente.

 

Canto de las doce

 

Sostenme intensa luz, suave luz sostenme,

Luz de la luna en tus montañas envuélveme,

Luz del sol en tus altas ondas escáldame,

Luz del hierro en tus alambres protégeme,

Luz de la muerte en tus tinieblas dirígeme.

 

En sacos de arpillera los banqueros me cosen,

En tierras lejanas los mercaderes me venden,

En cuevas de hielo los príncipes me arrojan,

En habitaciones doradas los médicos me castran,

En campos de batalla los cazadores me mandan.

 

Moriré de hambre hasta que los profetas me encuentren,

Sangraré hasta que los ángeles me vendan

Y aún con todo canto hasta que las iglesias me cieguen,

Y aún con todo amo hasta que los rodeznos me arrollen.

 

Sostenme intensa luz, suave luz sostenme,

Luz de la luna en tus montañas envuélveme,

Luz del sol en tus altas olas escáldame,

Luz del hierro en tus alambres protégeme,

Luz de la muerte en tus tinieblas dirígeme.      

 

Para un maestro

 

Herido una vez y para siempre en silencio.

Un gran dolor termina sin una canción que lo pruebe.

 

¿Quién podía estar junto a ti tan cerca del Edén,

cuando hacías brillar en todo los ojos

la sostenida navaja en alto,

con la que temblaban moruecos e hijos?

 

Y ahora el silencioso manicomio,

donde las sombras viven en las vigas

como murciélagos cansados del día,

hasta que la mente dando vueltas, una señal de radar,

las atrae para exagerar en la medida de una montaña

sobre el muro de piedra blanca

tu insignificante cojera.

 

¿Cómo puedo dejarte en semejante casa?

¿Ya no quedan santos ni brujos

que elogien sus caminos con discípulos,

ni malvados que te atonten con el golpe

de una lengua roja y húmeda?

 

¿Confundiste al Mesías en un espejo

y descansaste porque al final llegó?

Déjame gritar junto a ti Socorro, Maestro.

He entrado bajo este oscuro techo

sin ningún temor como un hijo honrado

entra en la casa de su padre. 

 

No me he entretenido en los monasterios europeos

 

No me he entretenido en los monasterios europeos

ni he descubierto entre altas hierbas

sepulcros de caballeros

caídos tan majestuosamente como cuentan sus baladas.

No he apartado la hierba

ni fue mi intención dejarlos bardados.

 

No he liberado mi mente para vagar y aguardar

en esas grandes distancias

entre montañas cubiertas de nieve y pescadores,

como una luna

o una concha bajo el agua en movimiento.

 

No he detenido mi aliento

para poder oír el de Dios,

no he domado el latido de mi corazón con un ejercicio

ni en pos de visiones he pasado hambre.

Aunque a menudo lo haya visto

no me he convertido en garza real,

dejando mi cuerpo en la orilla,

ni en la luminosa trucha,

abandonando mi cuerpo en el aire.

 

No he adorado llagas ni reliquias,

ni peines de hierro,

ni cuerpos abrasados y enrollados en pergaminos.

 

No he sido desgraciado en diez mil años.

Durante el día río y por la noche duermo.

Mis cocineros favoritos me preparan la comida,

mi cuerpo sana y se limpia él mismo,

y todo mi trabajo va bien.    

 

Esto se balancea, Jocko

 

Esto se balancea, Jocko,

pero nosotros no queremos demasiada carne.

Hazlo como rezos del siglo quince,

amor sin clímax,

amor constante,

y pasión sin carne.

(Sácalos, Jocko,

como la larga serpiente del brazo de Moisés;

cómo tuvo que gritar

al ver salir de él una serpiente;

no es extraño que nunca se sintiera santo:

Nosotros queremos ese grito esta noche.)

Ligeramente, ligeramente,

quiero sentirme hambriento,

hambriento de comida,

de amor, de carne;

quiero que mis sueños sean de privación,

espinas doradas arrancadas de mis templos.

Si tengo hambre

me siento poderoso

y amo como el científico apasionado

que sabe que el cielo

sólo está hecho de longitudes de ondas.

Ahora si quieres levantarte,

levántate tranquilamente,

que nosotros tranquilamente marcharemos a la ciudad.

Estoy detrás de ti, hombre,

y las calles están sembradas de polluelos y palmeras,

blancas ramas y brazos de verano.

Iremos de puntillas,

como monjes ante la estatua de la Virgen.

Nosotros construimos la ciudad,

trajimos el agua

nos pasamos la vida en las pistas,

los bares, las salas de fiesta,

como los hombres de Breugel.

Hambriento, hambriento.

Vuelve, Jocko,

devuélvele todo eso a esta gente,

es tu oportunidad.       

 

Credo

 

Una nube de langostas

se elevó del lugar donde nos amábamos

y pasó ante el sol.

Me pregunté qué granjas

devorarían,

qué esclavos gracias a ellas

encontrarían la libertad.

Pensé en pirámides volcadas,

el Faraón colgado de los pies,

su cuerpo tiznado.

Entonces mi amor me atrajo hacia ella

para terminar lo que yo había empezado.

 

Más tarde, manojos de helechos a un lado,

nos acostamos.

Una nube de langostas

pasó entre la luna y nosotros,

en dirección contraria,

hinchadas y en vuelo lento,

sin hambre por aquellas hojas y helechos

bajo los que descansábamos.

En el aire

el olor a ciudades ardiendo.

 

Batallones de desgraciados,

torturados con santas promesas,

no tardaron en pasar junto a nuestro lugar de descanso;

corriendo entre

hierbas y helechos.

 

Tuve dos pensamientos:

dejar a mi amor

y unirme a su vagar,

unirme a su santidad;

o llevar a mi amor

a la ciudad que ellos habían dejado.

Ese pobre mundo

de carne afligida en llaga

y campos putrefactos

no podía tentarnos.

 

Nuestra habitual codicia de la mañana

reclamó a mi cuerpo primero

y recobré la cordura.

No debo traicionar

al pequeño oasis donde nos acostamos,

ni por un solo momento.

Es bueno vivir entre

una casa de cautiverio en ruinas

y una tierra santa prometida.

Una nube de langostas

pondrá a otro Faraón patas arriba;

esclavos levantarán catedrales

para que otros esclavos las incendien.

Es bueno oír

el retumbar de las larvas bajo tierra,

es bueno saber

que los pies de humildes o fieros sacerdotes

pisotean el prado.              

 

Canta al pez, abraza a la bestia

 

Canta al pez, abraza a la bestia,

Pero no salgas de la charca

Con medio cuerpo de caballo

Ni alas en el espinazo

Duerme como un hombre junto a lobos adormecidos

Sin anhelo por un cielo especial

Con el que oscurecer y recubrir tus manos.

Animales, no matéis por el corazón humano

Que bajo pechos de escamas o carne siempre llorará.

Oh golondrina, sé un corazón en el alto pecho del viento.

Con tu sangre cantante río de los miembros del cielo.

Los muertos están empezando a respirar:

Veo a mi padre salpicando luz como una joya

En el negro fango de un pantano. 

 

Investigaciones sobre la naturaleza de la crueldad

 

Una polilla ahogada en mi orina,

al final su empolvado cuerpo raso.

Mis ojos brillaban en la porcelana

como pequeños crematorios bailando.

 

La historia está de mi parte, declaré,

como el desagüe arrastró círculos en sus alas.

(Si no hubiera estado bañada en orina

la habría rescatado para secarla al viento.)  

 

Tienes los amantes

 

Tienes los amantes,

son desconocidos, sus historias sólo son de ellos,

y tienes la habitación, la cama y las ventanas.

Pretendes que sea un ritual.

Deshaz la cama, sepulta a los amantes,

tizna de negro las ventanas,

déjalos vivir en esa casa por una generación o dos.

Que nadie se atreva a molestarlos.

Las visitas en el pasillo de puntillas

junto a la puerta durante tanto tiempo cerrada,

pendientes de algún sonido, un quejido, una canción:

no se oye nada, ni siquiera la respiración.

Sabes que no están muertos,

puedes sentir la presencia de su intenso amor.

Tus hijos han crecido, se han ido,

convertidos en jinetes y soldados.

Tu compañero muerto tras una vida de servicio.

¿Quién te conoce? ¿Quién te recuerda?

Pero en tu casa un ritual progresa:

no ha terminado, necesita más gente.

Un día se abrió la puerta de la alcoba de los amantes.

La habitación se ha convertido en un denso jardín,

lleno de colores, perfumes, sonidos que tú nunca conociste.

La cama lisa como una oblea de luz del sol,

solitaria en medio del jardín.

En la cama los amantes, lentamente, deliberadamente

y en silencio

realizan el acto del amor.

Sus ojos cerrados,

herméticos como si tuvieran pesadas monedas

de carne sobre ellos.

Sus labios magullados con nuevos y viejos morados.

El pelo de ella y su barba desesperadamente enredados.

Cuando él llega con su boca a su espalda,

ella duda si es su espalda

la que da o recibe el beso.

Toda su carne es como una boca.

El lleva sus dedos por su cintura

y siente su propia cintura acariciada.

Ella lo acerca más y son los brazos de él

los que la rodean a ella.

Ella besa la mano junto a su boca.

Es la mano de él o de ella, apenas importa,

hay infinitos besos.

Estás junto a la cama, llorando de alegría,

con cuidado separas las sábanas

de los cuerpos en lento movimiento.

Tus ojos se llenan de lágrimas,

apenas distingues a los amantes.

Voceas mientras te desnudas, y tu voz es soberbia

porque piensas que es la primera voz humana

que se oye en la habitación.

La ropa que dejaste caer se transforma en parras.

Subes a la cama y recuperas la carne.

Cierras los ojos y dejas que cerrados se cosan.

Creas un abrazo y caes en él.

Sólo hay un momento de dolor o duda

cuando te preguntas cuántas multitudes

se están acostando junto a tu cuerpo,

pero una boca besa y una mano disipa ese momento.        

 

Cuando descubrí tu cuerpo

 

Cuando descubrí tu cuerpo

pensé que las sombras caían engañosas,

animando recuerdos de perfecta rima.

Pensé poder ofrecer belleza

como una bendición y que tu semi - oscura carne

respondería a la oración.

Pensé entender tu rostro

porque lo había visto pintado dos

o cien veces, o haberlo besado

estando esculpido en piedra.

 

Con sólo un suspiro, una vaga vuelta,

descubriste las sombras

más hábilmente que mi carne,

y las reales y violentas proporciones de tu cuerpo

hicieron anticuados viejos tratados de excelencia,

medidas y poemas,

y con un sencillo desafío de personal belleza

que no podía ser ni alabado ni interpretado clamaron:

esto debe ser enfrentado.     

 

Las adúlteras esposas de Salomón

 

Las adúlteras esposas de Salomón

Acostadas con jóvenes arqueros tras puertas de filigrana.

La música desde la cámara real, música de Negros

Y jóvenes educados, llena la noche,

Pasa puertas doradas, y llega hasta la alcobas

Donde los amantes nunca creyeron estar traicionando a su rey.

 

Cómo cantan, sus músicos,

Y nuestros amigos acostados desnudos,

Maravillados de la belleza de la corte,

Y sin embargo lo están traicionando,

Esos soldados, esas reinas,

Porque, son los Hombres del Rey, lo aman y respeten.

 

Oh Salomón, retira a tus espías,

Acuérdate de los ángeles en aquel jardín,

Después de que el hombre y la mujer fueran expulsados,

Acostados bajos los árboles sagrados mientras se consumían sus espaldas.

Y Eva a alguna ramas distante.

Llamando a su amante, retorciéndose de dolor.

 

La Bella Durmiente

 

«Eres valiente», le dije a la Bella Durmiente,

«al subir esos escalones hasta mi casa,

pero siento que tu hombre, el Príncipe Beso, se haya ido»

«Tú no entiendes del cuento que soy»,

dijo ella,

«los dos sabemos quién vive en el jardín».

Pero, a pesar de todas las noches siguientes,

nunca supo llamarme Bestia o Cisne.  

 

Poseyéndolo todo

 

Por ti dije que alabaría a la luna,

conocería el color del río,

encontraría nuevas palabras para la agonía

y el éxtasis de las gaviotas.

 

Porque estás cerca

todo lo que el hombre hace, observa

o planta está cerca, es mío:

las gaviotas que lentamente se retuercen,

que lentamente cantan sobre las lanzas del viento;

la verja sobre el río;

el puente sosteniendo entre dedos de piedra

su brillante y frío collar de perlas.

 

Las ramas de árboles ribereños,

como temblorosos mapas de ríos,

piden la alianza de la luna

para reclamar sus afilados viajes

lejos del oscuro cielo,

pero en el cielo nada responde.

Las ramas sólo ofrecen un sonido

a millas del viento.

 

Con tu cuerpo y tu voz

has hablado por todo,

me robaste mi calidad de extranjero,

me hiciste uno

con la raíz, la gaviota y la piedra,

y porque duermo tan cerca de ti

no puedo abrazarlos

ni tener mi amor privado con ellos.

 

Te preocupa que te deje.

No lo haré.

Sólo los extranjeros viajan.

Poseyéndolo todo,

no tengo adonde ir.

 

Canción para tranquilizarme

 

Baja los párpados

sobre el agua

Une la noche

como los árboles

bajo los que descansas.

 

Cuántos grillos

Cuántas olas

una tras otra

por el único camino hacia la playa

 

Hay estrellas

de otro paisaje

y una luna

que arrastra algas

 

Nadie llama a los grillos vanos

en su tiempo,

en su tiempo.

Nadie te llamará holgazán

por agonizar con el sol 

 

El sacerdote dice adiós

 

Amor mío, la canción aún no está cantada

cuando con tus labios la separas de mi lengua;

tampoco tú puedes alcanzar esta firme y erótica bendición

ni impedir que caiga en la vulgaridad.

 

Nadie que yo sepa puede lanzar el anzuelo

que fije la codicia en una mirada anhelante

allí donde podamos leer de vez en cuando

la danza absoluta que imitan nuestros cuerpos.

 

Harry no puede, su cara en la horcajadura de Sally,

tampoco Tom que sólo ama cuando miran sus vecinos,

uno confunde la danza con el gráfico,

uno espera que el chismorreo actúe como arte.

 

¿Y qué arte? Cuando la pasión muere,

la amistad ronda como moscas nuestra carne,

y llamamos maravilloso al perfume

que cadáveres y siemprevivas ofrecen.

 

Estudié ríos: las aguas impetuosas

como el fuego eterno en la mata de Moisés.

Algunas cosas viven con honor. Veré

a la codicia arder como fuego en un árbol santo.

 

No vengas conmigo. Cuando estoy solo

mi voz suena como si mi garganta no me perteneciera.

Abelardo demostró lo brillante que podía resultar

la cama entre la ermita y un convento de monjas.

 

Eres bonita. Cantaré junto

a los ríos en los que anhelosos Hebreos gritaron.

En distintos exilios podemos aprender

cómo arden los árboles del desierto y se queman las

ramas.

 

En algunas encrucijadas conquistaremos

la cosecha de nuestra disciplina.

Carne hinchada; mentes alimentadas en el desierto.

¡Oh qué llamarada de amor hostiga nuestros cuerpos! 

 

Un poema para detenerme

 

Até a mis templos una caja de carne

llena de santas cartas y poemas capturados,

y seguramente  estoy equivocado.

 

Con correas de tiempo

ato a tu cuerpo

el corazón de un hombre.

 

Me dirijo hacia otra orilla,

mis álbumes de recortes hinchados de asesinatos

y un alocado rumor de gloria

susurrando por los alambres de mi columna.

 

Dichoso Caín errante por un crimen

recibió una señal en la frente

que le revela en cada espejo

quién fue el asesino y quién el asesinado.

La sangre es todavía vocal,

la tierra un hogar,

pero ahora la voz acusa a muchos nombres

y yo no sé cuál es el mío.

 

Oh estarás esperando música

mientras yo conecto la saliva de una canción;

crecerá tu amor

mientras yo experimento dolor;

mientras otros se amputaban los miembros,

tú dominarás el paso de un baile

lejos de la voluntaria gangrena.

 

No creas nada de mí,

excepto que sentí tu belleza

más cerca que la mía.

 

No vi ciudades ardiendo,

no oí promesas de noche sin fin,

sentí tu belleza

más cerca que la mía.

Prométeme que volveré.

 

Ángeles

 

La jaula en la que comió y durmió

Estaba adornada con joyas y carne.

Así no se magullaría al caer

Ni su visión se haría sombría.

 

Los granates brillan más que los ángeles,

Cantó mientras escribía poemas.

Los granates brillan más que los ángeles,

Se aplastó los lomos mientras cantaba

 

Pero cómo amó las plumas doradas

Que revolotearon por la jaula;

Cómo amó las sombras doradas

cuando cubrieron su cara.

 

La canción cornuda

 

Aunque esto parezca un poema

quiero advertiros desde el principio

que no tenía ninguna intención de serlo.

No quiero convertir cualquier cosa en poesía.

Conozco muy bien su papel en este asunto,

pero eso ahora no me interesa.

Esto es entre tú y yo.

Personalmente me importa bien poco quién sedujo a

quién.

En realidad, me pregunto qué me importa a mí todo

esto.

Pero algo debe decir un hombre.

La verdad es que la cebaste con cinco cervezas Mac-

Kewan,

te la llevaste a la habitación,

pusiste la música adecuada ,

y en una hora o dos ya estaba hecho.

Sé todo lo relacionado con la pasión y el honor,

pero desgraciadamente eso poco tenía que ver con

vosotros:

oh había pasión, estoy seguro,

e incluso un poco de honor,

pero lo que realmente importaba era hacerle cuernos

a Leonard Cohen.

Demonios, quiero deciros esto de una vez:

no tengo tiempo para escribir otra cosa.

Debo decir mis oraciones.

Debo esperar en la ventana.

Lo repito: lo que realmente importaba era hacerle

cuernos a Leonard Cohen.

Me gusta esta línea porque está mi nombre escrito.

Lo que de verdad me enferma

es que todo siga igual.

De alguna manera aún soy un amigo,

aún soy un amante.

Pero no por mucho tiempo:

por eso os lo cuento a vosotros.

El caso es que me estoy convirtiendo en oro,

convirtiendo en oro.

Dicen que es un largo proceso,

que se alcanza poco a poco.

Es para informaros que ya me he convertido en barro.       

 

Canción de la mañana

 

Soñó que llegaban los doctores

Y le cortaban las piernas por la rodilla.

Eso fue lo que soñó una mañana

Después de pasar la noche conmigo.

 

Y aunque yo no aparecía en el sueño

Ni tampoco el grito de la amputada,

Eso fue lo que me contó una mañana 

Después de pasar la noche conmigo. 

 

Los tapices del unicornio

 

Estás en la arboleda

Al acecho del unicornio.

Yo no sé lo que los cazadores dieron,

Pero toda la riqueza del sol

Cayendo entre las sombras de tu rostro

En moneda amarilla,

No podría borrar con su soborno el desprecio

Que cierra tu boca.

 

¿Para quién esos duros labios?

¿Para los cazadores que se arrastran por el prado

Junto a sus perros con collares de hierro,

O para esa descollante cabeza que no tardará

En cerrar los ojos

Entre tus faldas?

 

Y cuando el animal sea atado

Al granado,

No vengas a mi celda,

Cantando victoria,

Ni seduzcas a los guardianes para liberarme de las

cadenas

A las que fui condenado antes de la caza,

Cuando gritaba que era un hombre.

 

Estás en la arboleda 

Al acecho del unicornio.

Y después de vagar hasta el arroyo envenenado

Que el unicornio nunca purificará,

Saludas a las buenas bestias allí sedientas,

Y persigues por cavernas y cuevas

A los animales envenenados,

Conviviendo en cada cubil.

 

Yo no sé lo que los cazadores dieron,

Pero toda la riqueza del sol

Cayendo entre las sombras de tu rostro

En moneda amarilla,

No podría borrar con su soborno el desprecio

Que cierra tu boca.

 

La belleza del muchacho

Para Betty

 

Te concedí la belleza del muchacho 

Intacto y sano alegremente lo consagré

a que comprobara la fe en depravados cisnes,

las fastidiosas teorías del asalto celestial.

Si hubieras tenido los muslos estremecidos,

los pezones debidamente endurecidos,

yo no habría ordenado la mutilación de su rostro,

la fría disección de su gloria.

Pero para nuestro consuelo honraste con besos

el denso cuello de tu marido,

y bajo la mesa maniobraste

sus dedos salchichas bajo tu vestido.

 

Ahora te incluimos en todas nuestras fantasías,

seguimos teniendo absoluta fe en tus legendarios

costados.

Nuestros barcos desde el medio del océano

son guiados por el brillo del sol en tu barriga,

reanudan su comercio entre tus colosales rodillas

y un millar de destartalados poetas

acuestan sus cabezas heridas sobre tus pechos para

cantar.   

 

El juguete chica

 

Una vez el orfebre del rey aprendió a trabajar

la carne y le hizo a su señor

un juguete más apreciado que sus famosos

pájaros dorados.

Dentro del palacio el rey permanecía con ella.

Siervos, príncipes murieron de hambre o se fueron.

Los invitados de antaño llegaron hasta el jardín

del banquete una o dos veces,

donde ahora la mala hierba cubría árboles

y estatuas martilleadas, y nunca más volvieron.

Dentro del palacio el rey permanecía con ella.

No le importaba si a veces saboreaba oro en su boca

o se cortaba sus viejos labios con un ojo de joya.

Amor mío, amor mío, cantaba.

Durante años jugaron dentro y fuera de arcos

y mobiliario dorado,

él obeso y viejo,

ella adorable como un péndulo

Y cuando él cayó, lloró y vomitó sangre,

sobre su gran abdomen ella acostó su cabeza,

y cerrando sus párpados como perfectas máquinas,

quiso susurrar o cantar una balada de su banquete

nupcial.

 

Canción fúnebre

 

Mientras descansaba muerto

En mi cama empapada de amor,

Llegaron los ángeles para besar mi cabeza.

 

Agarré a uno crecido

Que forcé abajo 

Para que fuera mi chica en la ciudad de la muerte.

 

No escapará

Prometió morir.

¡Qué hábil cadáver soy!

   

Llámate Hierba

 

Llámate hierba,

llámate débil hierba doblada por el viento

Di que estás llena de gracia

y que has crecido junto al río.

Di qué pueblo,

di qué río,

di qué color.

Cuenta dónde está el reloj

en el rostro de la rosa,

cuenta dónde están las manos alanceadas

doblando las vallas.

Llámate amante en cualquier habitación,

en huertos sobre mares,

sin saber a quién dejas,

a quién pasas,

quién alarga la mano.

Llámate caída ante una extraña arca,

rosario y cinta de boda hechos pedazos,

sin saber quién mira y se duele

tras sus alas de gloria.

Reclama ahora tu derecho

a la sangre, el reino, el amor.

Habla del colapsado vientre de María,

habla de los miembros tan tristemente colgados.

Reclama tu derecho.

Reclámalo en nombre de mi padre.

Llámate hierba.    

 

Mi dama puede dormir

 

Mi dama puede dormir

Sobre un pañuelo,

O si fuera Otoño

Sobre una hoja caída.

 

He visto a los cazadores

Arrodillados ante su dobladillo

Incluso en su sueño

Se aparta de ellos.

 

El único regalo que le ofrecen

Es su eterno dolor.

Saco de mis bolsillos

Una hoja o un pañuelo.

 

Viaje

 

Amándote, carne a carne, a menudo me imaginé

Viajando sin dinero hacia algún lugar trono de barro

Donde un maestro me enseñara cómo trazar

Mi vida lejos del dolor, amar solitario

En el abrazo ileso de piedra y lago.

 

Perdido en los campos de tu pelo

Nunca lo suficiente perdido

Como para perder un camino que debía tomar;

Sin aliento junto a tu cuerpo no podía consumir

La voluntad que me prohíbe comprometerme, jurar,

O hacer una promesa, y a menudo mientras dormías

Miré con respeto más allá de tu belleza.

 

Ahora

Sé por qué muchos hombres se detuvieron y lloraron

A mitad de camino entre

Los amores que habían dejado anhelado,

Preguntándose si el viaje les llevaría a alguna parte.

Horizontes protegen la suave línea de tu mejilla,

El cielo expuesto al viento un guardapelo para tu pelo.

 

Tengo dos pastillas de jabón

 

Tengo dos pastillas de jabón,

fragancia de almendra,

una para ti y la otra para mí.

Prepara el baño,

nos lavaremos el uno al otro.

 

No tengo dinero,

asesiné al farmacéutico.

 

Y hay una jarra de aceite,

igual que en la Biblia.

Acuéstate en mis brazos,

haré que brille tu carne.

 

No tengo dinero,

asesiné al perfumero.

 

Mira por la ventana

la gente y las tiendas.

Dime cuál es tu deseo,

será tuyo en una hora.

 

No tengo dinero.

No tengo dinero.

 

Más brillante que nuestro sol

 

Más brillante que nuestro sol,

Brillante como la ventana más allá de la muerte,

La luz en el universo

Limpia los ojos para ser piedras.

 

Rezaron por vidas sin visiones,

Libres de visiones, pero no ciegos

Sólo pudieron holgazanear la oración,

No pudieron registrarla.

 

Y las ventanas persistieron,

Y los ojos se convirtieron en piedras.

Todos sus rostros como estatuas Griegas,

Mármol y calma.

 

¿Y qué ocurrió con el amor

En el resplandeciente universo?

Se heló en el corazón de Dios

Helado sobre una lanza de luz. 

 

Celebración

 

Cuando te arrodillas ante mí

y en tus manos

sostienes mi virilidad como un cetro.

 

Cuando con tu lengua envuelves

la joya ámbar

y animas mi bendición.

 

Entiendo a aquellas muchachas Romanas

bailando alrededor de una columna de piedra 

que besaban hasta que estuvieran caliente.

 

Arrodíllate, amor, mil pies ante mí,

tan lejos que apenas puedo distinguir tu boca y tus

manos

realizando la ceremonia,

 

Arrodíllate hasta que caiga con un gemido

sobre tus espaldas, como aquellos dioses en el techo

que Sansón derribó. 

 

Como la niebla no deja ninguna señal

 

Como la niebla no deja ninguna señal

Sobre la oscura y verde colina,

Así mi cuerpo no deja ninguna señal

Sobre ti, ni lo hará nunca.

 

Cuando el viento y el halcón se encuentran,

¿Qué es lo que queda?

Así tú y yo nos encontramos,

Entonces volvamos, caigamos adormecidos.

 

Como muchas noches resisten

Sin una luna ni una estrella,

Así resistiremos nosotros

Cuando uno se marche y lejos.

 

Bajo mis manos

 

Bajo mis manos

tus pequeños senos

son los vientres vueltos

de gorriones caídos y suspirantes.

 

Cuando te mueves

oigo los sonidos de alas cerrándose

de alas caídas.

 

Permanezco mudo

porque has caído junto a mí,

porque tus pestañas

son las espinas de pequeños y frágiles animales.

 

Temo el momento

en que tu boca

empiece a llamarme cazador.

 

Cuando me llamas cerca

para decirme

que tu cuerpo no es hermoso

quisiera convocar

los ojos y ocultas bocas

de piedra, luz y agua

para que atestiguaran en tu contra.

 

Quisiera

que te entregaran

la temblorosa rima de tu rostro,

de sus profundos cofrecillos.

 

Cuando me llamas cerca

para decirme

que tu cuerpo no es hermoso

quisiera que mi cuerpo y mis manos

fueran estanques

para tu mirada y tu risa.  

 

Anhelo alcanzar alguna dama

 

Anhelo alcanzar alguna dama,

Porque mi amor está tan lejos,

Y no vendrá mañana

Ni estuvo aquí hoy.

 

No hay otra carne tan perfecta

Como la del hueso de mi dama,

Pero la siento tan lejana

Cuando me encuentro tan solo:

 

Como si fuera una obra maestra

En una ciudad fortificada,

A la que peregrinos llegan para visitar

Y sacerdotes para copiarla.

 

¡Ay!, yo no puedo viajar

Hacia un amor que llevo tan adentro

Ni dormir demasiado cerca

De un amor que quiero guardar.

 

Pero anhelo alcanzar alguna dama,

porque la carne es dulce y cálida.

Fríos esqueletos desfilan

Todas las noches junto a mis pies.

 

El momento del sueño

 

Bajo la colcha remendada de su abuela }

a vista de pájaro un calicó

de cultivos y fronteras

que nombran confusamente las regiones de su cuerpo

duerme mi Annie como una perfecta dama.

 

Como épocas de ligeras nieves

sobre diminutos océanos colmados de luz

sus párpados encierran profundamente

un árbol sombreado de velas de cumpleaños

una cada mañana

hasta el momento del sueño.

 

El pequeño estandarte de sangre

guardado e izado por el Hermano Viento

mucho después de que el pájaro atravesado cayera

es como su roja boca

entre los chillidos de la almohada.

 

Portadores de maligna imaginación

de oscura intención y estilo corrompido

que lleguen para rasgar la colcha

arar los ojos y varar la boca

se las verán con poderosa Mama Ganso

Granjero Brown y todas las buenas historias

de invencible creencia

que rodean su sueño

como el dorado clima de una aureola.

 

Los que tengan buenos deseos y su verdadero amante

pueden quedarse a ver a mi Annie

durmiendo como una perfecta dama

bajo la colcha remendada de su abuela

pero deben prometer hablar muy bajo

y desaparecer por la mañana

todos menos su verdadero amante.   

 

Canción

 

Cuando sufro el azote de la codicia

Entonces acudo a mis libros

Y leo lo que los hombres han escrito

Sobre la carne prohibida pero bella.

 

Pero en esas santas historias

De pecho y muslo brillante

De santidad y sus glorias

¡Ay! Yo no encuentro la paz.

 

En cada cuerpo extraño

Que desprecia el hombre santo

Yo me detengo oh Dios me detengo

Mi corazón está lleno de manchas.

 

Y derribando los santos volúmenes

Dirijo mis ojos hacia

Las desnudas muchachas que con peines de plata

Peinan su pelo.

 

Entonces cada pena que los ermitaños cantan

Sale disparada como un chispazo

Vivo con el anillo mortal

De la carne sobre la carne en la oscuridad. 

 

Canción

 

Casi me acosté

sin recordar

las cuatro violetas blancas

que puse en el ojal

de tu suéter verde

 

y cómo te besé entonces

y cómo me besaste tú

tímida como si yo

nunca hubiera sido tu amante.

 

Para Anne

 

Con Annie lejos,

¿Qué ojos comparar

Con el sol de la mañana?

 

No es que antes los comparase

Pero los comparo ahora,

Ahora que ya se ha ido.

 

Último baile en los cuatro peniques

 

Layton, cuando nosotros bailamos nuestro freilach

bajo el pañuelo espiritual,

los milagrosos rabinos de Praga y Vilna

recuperan sus tronos de serrín,

y ángeles y hombres, durante tanto tiempo dormidos

en los fríos palacios de la incredulidad,

se reúnen en cocinas con salchichas colgando

para debatir y discutir deliciosamente

los sonidos del Inefable Nombre.

 

Layton, mi amigo Lazarovitch,

ningún Judío se ha perdido

mientras nosotros dos bailamos alegremente

en esta provincia Francesa,

frío y océanos al oeste del templo,

la nieve encañonada sobre las ramas

como maná prohibido del Sabbath;

digo que ningún Judío se ha perdido

mientras nosotros dos tejemos y ondulamos el pañuelo

en una nube ardiente,

midiendo de punta a punta el paraíso

con nuestros pulgares cosiendo.

 

¡Reb Israel Lazarovitch,

mal Rumano, tienes razón!

¿A quién le importa

si el Mesías es o no un Litvak?

 

En cuanto a los cínicos,

tal como nosotros lo fuimos ayer,

dejemos que se vengan con nosotros o que se pudran

en sus lógicas mortajas.

Nosotros hemos alzado un estandarte blanco y

brillante

y aquí está la copa de vino de nuestros magullados

padres,

y ahora hay música

hasta que la mañana y las oraciones de la mañana

nos acuesten de nuevo.

Nosotros que bailamos tan maravillosamente,

aunque sepamos que los freilachs tienen un fin.    

 

Canción para Abraham Klein

 

Cansado el salmista se detuvo

Su instrumento al lado.

Lejos estaba el Sabbath

Y la novia del Sabbath.

 

La mesa estaba carcomida,

Las velas frías y negras.

El pan al que tan maravillosamente cantó.

Ese pan estaba enmohecido.

 

Se volvió hacia su laúd

Temblando en la noche.

Pensó no conocer música alguna

Para enderezar la mañana.

 

Abandonada estaba la Ley,

Abandonado el Rey.

De pronto cogió su instrumento

Su costumbre era cantar.

 

Cantó y nada cambió,

Aunque muchos escucharon la canción.

Pero pronto su rostro se hizo hermoso

Y sus piernas fuertes.  

 

Buenos hermanos

 

Vincent y Theo

bailaré con cualquiera

sobre vuestras soleadas tumbas.

Viviré en maizales

bajo maremotos

de cielo manchado de cuervos.

Proferiré frenéticos sonidos

para mantener a los cuervos alejados.

 

A aquellos que lloren por vosotros

que cuenten historias de arte trágico

aplastaré

con mandíbulas de sólida luz.

¿Quién no ofrecería su dinero

o un lóbulo de carne

por seis buenos años de sol?

Yo me cortaría la mente

por la mitad de la suerte.

 

Oh buenos hermanos

vuestras tumbas reculan como cañones

desde las rodillas

de lúgubres peregrinos.

Bañistas de sol

es lo que necesitáis

aficionados a las tormentas

pero no al refugio.

(Puedan vuestros esqueletos amarillos

ser para siempre felices

comiendo pipas.)

 

Haiku de verano

Para Frank y Marian Scott

 

Silencio

 

 

 

 

y un silencio más profundo

 

 

 

 

cuando los grillos

 

 

 

 

dudan.

 

Sacerdotes 1957

 

Junto a la fábrica de cobre mi tío anda triste,

despidiendo a hombres para combatir las crisis.

Está preocupado por la grandeza

y quizás escriba un libro.

 

Mi padre murió entre viejas máquinas de coser,

el eco de puentes y agua en su mano.

Ahora tengo sus libros de piel

y me sorprendo ante cada página sin abrir.

 

Mis primos no son felices en la fábrica.

El ajuste es difícil, les han dicho.

Uno es consolado con un nuevo Pontiac,

el otro huye con Bach y cantantes de folk.

 

¿Debemos encontrar todo el trabajo prosaico

porque nuestro abuelo levantara una antigua sinagoga?    

 

Lejos de la tierra del Paraíso

 

Para Marc Chagall

 

Lejos de la tierra del paraíso

Desciende el cálido sol del Sabbath

Y entra en la caja de especias de la tierra.

La Reina hará a todo Judío su amante.

En una bata de seda blanca

Baila calle arriba nuestro rabino,

Llevando nuestro césped como un verde chal de oraciones,

Blandiendo casas como estandartes plata.

Tras el bailan sus pupilos,

Pero no tan alto.

Y cantan la oración del rabino,

Pero no tan dulce,

Y quien lo espera

En un Trono al final de la calle

Sino la Reina del Sabbath.

Ahora mete sus manos

En la caja de especias de la tierra,

Y ahí encuentra al fragante sol

Como anillo nupcial

Que desliza en su dedo de novia.

Ahora calle abajo,

Saltando por encima de los estandartes de plata.

Sus pupilos también han encontrado esposas,

Y todos cantan la canción del rabino

Y saltan alto en el aire perfumado.

¿Quién lo llama Rabino?

Los caballos de carro y los perros lo llaman Rabino,

Y él les dice:

La Reina hace a todo Judío su amante.

Y reunido sobre su verde césped

El pueblo lo llama Rabino,

Llenando sus bocas de buen pan

y su feliz canción.    

 

Absurda oración

 

Desprecio el dolor de Dios.

Los hombres gobiernan suficiente pena.

Me abrazaré a mi tumba

Aunque el Mesías llegue.

 

Aunque llame a todos los muertos

A apretujarse en el Trono final.

Un gentío permanecerá

Inmóvil como piedras.

 

Los restos de hombres y mujeres

Recuperan su pelo y su piel

Y rápidos hacia los escalones del altar

En tembloroso horror corren.

 

Revolcándose en Su Gloria,

Peleándose por su Dobladillo,

Esos cuerpos se alzaron del Paraíso,

Pero se arrodillan en el Último Juicio.

 

Hienas esperan al otro lado.

Las veo desde este agujero.

Su apetito está abierto,

Se alimentan de almas podridas.

 

Oración de mi bravo abuelo

 

Dios, Dios , Dios alguien de mi familia

odió tu amor con tanta habilidad que tú cantaste

para él, tu privada voz violando

su tímpano como una abeja perdida tras el polen

en el cerebro. Él te ofreció sus hijos

extendidos sobre una mesa, y aunque un carnero

amblaba por el jardín, nada de ello mencionaste

ni detuviste su asesina mano.

 

No sorprende campos y gobiernos podridos,

porque pronto tú le ofreciste todos tus dominios,

todo tu amor impulsado a través de aquel aguijón

en su cerebro.

 

Nada puede florecer en tu ausencia,

excepto nuestra fe, que por medio de él comprobaste

que tenía la mente trastornada y apanalada.

  

Isaías

(«Para G.C.S.»)

 

Entre las montañas de especias,

las ciudades levantan cúpulas de perlas y agujas de

filigrana.

Nunca fue antes Jerusalén tan hermosa.

En el templo esculpido, ¿cuántos peregrinos,

perdidos en los compases de la lira y la pandereta,

arrodillados ante la gloria del ritual?

Educadas en gracia las hijas de Sión se movían,

no menos espléndidas que las estatuas doradas,

el valor de los adornos alrededor de sus pies

perfumados.

Se gobernaba en los palacios.

Los Jueces hallaban sus fortunas en la ley,

acostados y cosmopolitas, alababan la razón.

Como un poderoso jardín silvestre

el comercio florecía en la calle.

Las monedas brillaban, la cresta era precisa,

las nuevas parecían casi húmedas.

 

¿Por qué rabiaba y gritaba Isaías,

Jerusalén está en ruinas,

vuestras ciudades son pasto de las llamas?

 

¿Cuándo en las fragantes colinas de Gilboa

tuvieron los pastores tanta paz,

los corderos mejor alimentados, la blanca lana más

blanca?

 

Habían higueras, cedros, huertos

donde los hombres trabajaban entre perfumes todo

el día.

Las nuevas minas eran tan frescas como las granadas.

Los ladrones habían dejado los senderos,

los caminos eran rectos.

Eran años de trigo contra el hambre.

¿Enemigos? ¿Quién ha oído hablar de un pueblo justo

que no los tenga?,

pero los jóvenes eran fuertes, los arqueros astutos,

sus dardos certeros.

 

¿Por qué entonces ese loco de Isaías

que olía vagamente a desierto,

por qué gritaba:

Vuestro pueblo está desolado?

 

Ahora quiero cantarle a mi amado

una canción de mi amada tocándose el pelo

que es puro metal negro

que ningún príncipe rebelde puede transformar

en escoria,

de mi amada tocándose el cuerpo

que ningún consejero desleal puede inflamar,

de mi amada tocándose la mente

que ningún consejero desleal puede inflamar,

de mi amada tocando las montañas de especias

haciéndolas bellas en lugar de quemarlas.

 

Ahora sumergido en un amor inexplicable

vaga Isaías, elegido, tropezando

contra los muros esculpidos que en su abrazo

consumen su íntegra edad, reducidos a polvo

a su paso. Se tambalea al otro lado

de la polvareda de agujas y cúpulas cayendo,

el ritual destruido: el Nombre Santo a medio pronunciar,

perdido en la lengua del cantor,

sus páginas estériles, congregaciones atónitas,

agonizantes, sin habla.

En los giros de su viaje

gruesos árboles bajo los que descansa

son vencidos por la carbonilla y se desmigajan:

huertos enteros se unen al viento

como remontadas bandadas de cuervos.

Las rocas vuelven al agua, el agua al desierto.

Y mientras Isaías susurra dulcemente un sonido

que declara incondenable al pueblo culpable,

todos los hombres, verdaderamente desolados y

solos,

como presenciando un milagro,

se miran entre si contemplado la belleza de sus

rostros.                  

 

El genio

 

Por ti

seré un judío de un ghetto

bailaré

me pondré medias blancas

en mis piernas torcidas

y envenenaré los pozos

de toda la ciudad.

 

Por ti

seré un judío apóstata

y le hablaré al cura Español

del voto de sangre

en el Talmud

y del lugar donde están escondidos

los huesos del chiquillo.

 

Por ti

seré un banquero judío

y llevaré a la ruina

a un viejo cazador y orgulloso rey

acabando con su linaje.

 

Por ti

seré un judío de Broadway

y llamaré a gritos a mi madre

en los teatros

y venderé barajitas

bajo el mostrador.

 

Por ti

seré un doctor judío

y buscaré

prepucios

en todos los cubos de basura

para coserlos de nuevo.

 

Por ti

seré un judío de Dachau

y me hundiré en cal

con las piernas torcidas

y un hinchado dolor

que nadie puede entender.  

 

Líneas del diario de mi abuelo

 

Yo soy uno de esos que podrían hablar de cada palabra que el alfiler atravesó. Página tras página podría imaginar la cicatriz en un millar de letras coronadas…

 

La pista de baile del alfiler está privada de ángeles. Los Cristianos ya no quieren discutir. Los Judíos han olvidado los mejores argumentos. De haber deletreado los Principios de Fe estaría ladrando en la luna.

 

Nunca me veré libre de esta vieja tiranía: «Creo con absoluta fe…».

 

¿Por qué sembrar la discordia? Es mejor tartamudear que cantar. Ser como el lejano Moisés: sin sueños de Faraón. Ser como Abraham sin sueños por un nombre más largo. Ser como una débil Raquel: reconfortada, no desconsolada…

 

Tenía la promesa de un arco iris, un pacto después de que un diluvio acabara con todos mis amigos, inundara todos los campos: los que sembramos de alimentos y los que dejamos baldíos.

 

¿Quién cumple las promesas excepto en los negocios? Nos negaron tierra en Rusia. ¿Quién la desea en alguna parte? Me detengo mudo ante los árboles. Árboles de Montreal, árboles de Nueva York, árboles de Kovno. Nunca deseé poseer uno. Me río de los eruditos en bienes raíces… 

 

Soldados en cerrada formación. Tropas aerotransportadas en una blanca calle de Tel Aviv. ¿Quién se atreve a responder con desdén a los hornillos? Ninguna respuesta.

 

No me gustó ver a los jóvenes jorobados en el ghetto Polaco. No eran hermosas sus curvadas espaldas. Lo siento, pero no me origina ningún placer verlos uniformados. No me emociono ante batallones de Judíos.

 

Sólo hay una salida entre los ghettos y las tropas, entre los látigos y las más firme arrogancia patriótica…

 

Quise conservar mi cuerpo libre como cuando se despertaba en el Edén. Lo mantuve fuerte. Hay mandamientos.

 

Borra de mi carne las marcas de mi propio látigo. Cura las cuchilladas de la navaja en mi brazo y garganta. Líbrame de las grapas de metal que unen mis dedos. Rehaz los huesos que aplasté en la puerta. No me dejes caer junto a arañas. No permitas que aliente insectos contra mis ojos. Impide que haga mi nido con gusanos y que recurra al peine de hierro contra mi estómago. No permitas que ate mis genitales a una cuerda.

 

Es curioso que incluso ahora la oración sea mi lenguaje natural…

Noche, mi vieja noche. La misma en cualquier ciudad, junto a cualquier lago. Acecha a un matorral de tordos. Se alimenta de casas y de campos. Devora mis diarios de poemas.

 

El negro, la merma del sol: me horroriza. Siempre acercándome una nueva prueba. Mi diario está lleno de combinaciones. Ajusto oraciones como cuentas de ábaco.

 

Tú. Penetra en la viña de arterias de mi corazón. Come el fruto de la ignorancia y comparte conmigo el velo y la fragancia del moribundo.  

 

Tú. Tu puño en mi pecho es más pesado que cualquier luto, más pesado que el Edén, más pesado que el pergamino del Torá…

 

El idioma en el que fui educado: habla en desesperación del sacerdocio.

 

Esto no fue pensado para púlpito, ni para que los hombres se lo cantaran o contaran a sus hijos. No es lo suficientemente hermoso.

 

Pero tal vez pueda sugerir una pasión. Quizás esa pasión fuera brillante y aclarara, hiciera más radiante, la Ley eterna.

 

Dejad a los jueces desesperar secretamente de justicia: sus veredictos serán más agudos. Dejad a los generales desesperar secretamente de triunfo: la matanza será difamada. Dejad a los sacerdotes desesperar secretamente de fe: sus compasiones serán verdad. Esta es la tensión…

 

Mis poemas y diccionarios fueron escritos en mi escritorio o en la cama. Dejadlos llorar estrepitosamente y que así vivan en tu mano. Dejad que sea purificado por su creación. Desafiadme con pureza.

 

Oh abate esos muros con música. Purga de mi carne la necesidad de dormir. Dame ojos para tu oscuridad.          

 

Dame piernas para tu montaña. Déjame llegar hasta tu rostro con mi argumento. Y si no estuviese preparado, si fuera impuro, llévame primero a los desiertos llenos de chacales y lobos donde aprendiera que la gloria o la humildad sólo la arena las puede enseñar, y de las bestias la dirección de mi maldad.

 

No fue mi propósito deshonrar los pergaminos con mi lógica, ni a David con mis canciones. En mi trabajo pretendí amarte, pero mi voz se disipó en algún lugar ante tus infinitos dominios. Y cuando contemplaba asombrado tus ojos, las erizadas colinas de Judea intervinieron.

 

Jugué con la idea de que yo era el Mesías…

 

Vi a un hombre vaciar su ojo,

guardarlo en su puño

hasta que el cielo lactante

creció a su alrededor como un inmenso y amoroso

rostro.

Con rayos de luz

lo vi minar su muñeca

hasta que la sangre ocupó el resto del espacio

y se posó suavemente sobre el mundo

como la niebla de la mañana.

 

¿Quién resistiría semejantes fuegos artificiales?

 

Luché infatigable en Galilea.

En las ruinas de pirámides

y ladrillos sin paja

acabé con mi noble enemigo.

Destrocé su capa de estrellas.

Era un insulto para nuestra carne humana,

peor que las cicatrices.   

 

Aunque pudimos haber hecho frente a su obra, someterla a una anotación…

 

Tú te rasgaste ante ellos

como los sueños de su viejo Dios.

Aplastaste tu cuerpo

como las tablas de la Ley.

Los arrojaste de los mostradores del templo.

Tu látigo en sus lomos

fue un principio de turbación.

Tus espinas en sus corazones

fue un fin para el amor.

 

Oh vuelve a nuestros libros.

Decora la Ley con comentario humano.

No invoques una muerte espectacular.

Hay tanto que explicar;

los milagros oscurecen tu belleza…

 

Dudando de todo lo que tuve que escribir. Mis diccionarios gimen de mentiras. De regreso al Génesis. Dudando del origen de cada palabra. ¿Qué santo varió un significado para ilustrar una parábola? Igual más allá del Génesis, hasta que dejé mi comunidad, como el hombre que daba demasiados pasos en Sabbath. Enfrentado a una desolación ni heroica ni bíblica, sin ninguna dramática bestia.

 

Los verdaderos desiertos están lejos de la tradición…

 

Las chimeneas humean. Las pequeñas sinagogas de madera están repletas de hombres. Quizás ellos tropiecen con mis libros de interpretación, útiles a cualquiera, pero no para mí.  

 

El blanco mantel: más blanco cuando derramas el vino…

 

Desolación significa ningún ángel para luchar. Vi bailar a mis hermanos de Polonia. Ante el fuego final los oí cantar. No pude alejar mi ciencia ni mis experimentos con la blasfemia.

 

(En Praga su Golem dormía.)

Desolación significa ningún cuervo, ningún símbolo negro. El esqueleto de un perro corroñoso no puede hablar por ti. Los hornillos no tienen lengua. Las llamas golpeando los techos de piedra. Yo no puedo reclamar ese sonido.

Desolación significa ninguna comparación…

 

«Nuestras necesidades son tantas que no nos atrevemos a declararlas.»

 

Es doloroso recordar un intenso pasado, apreciar tu distancia desde lo alto de Belsen, hallar la paz con los números. Justamente levantarse cada mañana es conseguir un poco de paz.

 

Es algo por lo que abandonas distintas ciudades. Estoy contento de haber podido correr, de haber aprendido una docena de idiomas, de haberme librado del alistamiento con un engaño, de que las fronteras fueran sólo piedras en un camino vacío, de que conserve mi diario.

 

Dejadme rechazar soluciones, negarme a ser consolado…

 

Esta noche el cielo está resplandeciente. Caminos de nubes repitiéndose como las costillas de un enorme esqueleto.

 

Las lentas gaviotas parecen encarnar una condenada concepción de lo sublime mientras revolotean y se pierden en la oscuridad de la montaña. Dejando el corazón, abandonando el corazón hacia la Vía Láctea, brillante fila de borrachines hacia un dios físico…

 

A veces, cuando el cielo tiene este brillo, parece como si esforzándome pudiera detenerme fijamente en las negras colinas y regresar a las gaviotas. Parece como si nada estuviera perdido, nada olvidado. Los viejos tesoros brillantes todavía brillan en la arena bajo la almena desplomada; envuelto en un estandarte de estrellas un Dios - maestro flota por el firmamento como una cometa sin niño.

 

Nunca me veré libre de esta tiranía.

 

Una tradición se compone de fósiles de visiones. Debo resistir. Es como un río de basura a través de la ciudad: hermoso por el día y hermoso por la noche, pero inadecuado para el baño.

 

Había hermosas reglas: una manera de oír el trueno, alabar a un hombre sabio, mirar un arco iris, aprender la tragedia.

 

Todos en mi familia fueron sacerdotes, desde Aarón hasta mi padre. Fue un honor para mí cerrar los ojos de mi memorable maestro.

 

La oración hace de la palabra una ceremonia. Observar este ritual en ausencia de arcas, altares, un cielo atento: es una valiosa disciplina.

 

Me detengo mudo ante los árboles. Imagino la cicatriz en un millar de letras coronadas. Nunca me dejes hablar indiferente.      

 

Inscripción para la caja de especias de la familia

 

Haz de mi cuerpo

un pomo para gusanos

y de mi alma

fragancia de clavos.

 

Deja que el podrido Sabbath

no legue perfume.

Guarda mi boca

de la palabra impura.

 

Lleva a tu sacerdote

de la tumba a la viña.

Acuéstalo

donde el aire sea dulce.

 

 

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”