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Leonard Cohen (Canada, 1924 - USA, 2016) |
Poemas de
La caja de especias de la tierra
de Leonard Cohen
Traducción de Alberto Manzano
Una cometa es una víctima
Una cometa es una víctima, de ello estás seguro.
La amas porque tira
lo suficientemente suave como para llamarte amo,
lo suficientemente fuerte como para llamarte imbécil;
porque vive
como un desesperado halcón amaestrado
en el alto y dulce aire,
que tú siempre puedes bajar
para domar en tu cajón.
Una cometa es un pez que ya has cogido
en una charca a la que no llegan peces,
y así la agotas con cuidado largo tiempo,
con la esperanza de que no se rinda
ni de que el viento se extinga.
Una cometa es el último poema que has escrito,
y que entregas al viento,
pero que no dejas ir
hasta que alguien te encuentre
otra cosa que hacer.
Una cometa es un contrato de gloria
que se debe contraer con el sol,
así haces del campo
del río y del viento tus amigos,
y te pasas rezando toda la fría noche anterior,
bajo la luna viajera sin hilo,
para hacerte lírico, digno y puro.
Después de las oraciones del Sabbath
Después de las oraciones del Sabbath
La mariposa de Baal Shem
Colina abajo me siguió.
Ahora Baal Shem está muerto
Estos cientos de años
Y una mariposa acaba su vida
En tres días de bandera agitada
Sólo pudo ser un milagro,
Bailando durante todas estas guerras y treguas
Amarilla como una mariposa en su primer día,
Ni masacre ni tiempo
En su brillante aleteo.
Ahora las afiladas estrellas están en el cielo
Y yo como ayer noche estoy temblando,
Ya no es cálido el viento
Para la mariposa amarilla
Plegada en algún lugar sobre una hoja pegajosa
Moviéndose como la misma hoja.
Y cómo tanta grandeza
Un milagro es, que haya sido yo,
Quien esta mañana viera a la mariposa de Baal Shem
Ofreciendo su gloria en el sol,
Pasaré la noche en la oscuridad,
Las manos en los bolsillos moscas y frío.
Regalo
Me dices que el silencio
está más cerca de la paz que los poemas,
pero si como un regalo
yo te ofreciera el silencio
(porque yo sé lo que es el silencio)
tu dirías
«Esto no es el silencio
es otro poema»
y me lo devolverías.
Las flores que dejé en la tierra
Las flores que dejé en la tierra,
que no recogí para ti,
hoy las traigo todas,
para que crezcan eternamente,
no en mármol ni en poemas,
sino allí donde cayeron y se pudrieron.
Y los barcos en sus grandes establos,
enormes y transitorios como héroes,
barcos que no pude capitanear,
hoy los traigo
para que naveguen eternamente,
no en miniatura ni en balada,
sino allí donde naufragaron y se fueron a pique.
Y el chiquillo sobre cuyo hombros estoy,
cuyo anhelo purgué
con público, regia disciplina,
hoy lo traigo
para que languidezca eternamente,
no en confesión ni en biografía,
sino allí donde floreció,
creciendo pillo y peludo.
No es malicia lo que me arrastra,
lo que me arrastra a la renuncia, a la traición:
es aburrimiento, me voy por cansancio de ti.
Oro, marfil, carne, Dios, sangre, luna.
He llegado a ser el experto del catálogo.
Mi cuerpo en una ocasión tan familiar con la gloria,
mi cuerpo se ha convertido en un museo:
ésta parte porque recuerda la boca de alguien,
ésta una mano,
ésta humedad, ésta calor.
¿Quién es dueño de algo que no haya hecho?
De tu belleza me desentiendo
de los crines de los caballos y las cascadas.
Este es mi último catálogo.
Respiro sin aliento
«Te quiero, te quiero»,
y no dejes de moverte.
Si fuese primavera
Si fuese Primavera
y yo hubiera matado a un hombre,
lo convertiría en hojas
y lo colgaría de un árbol,
un árbol en una arboleda
al borde de una duna,
adonde pequeñas bestias llegaran
huyendo del sol.
El viento lo haría
parte de la canción,
y la lluvia se le adheriría
como pequeños mundos de cristal
sobre su rama
de cielos de verde de hoja,
y soportaría la danza
del frágil hueso,
roce de alas
contra sus mapas de arterias,
e izaría una bandera de estómago amarillo
para anunciar a la tormenta viajera.
Oh mi víctima,
harías crecer tu estación
como yo hice crecer la mía,
bajo el encanto del desarrollo,
un instrumento
del cielo azul,
un instrumento del sol,
una palmera sobre la oscuridad , esplendidos ojos.
¿Qué lengua oirá la ciudad
a causa de tu muerte?,
dolor explica,
tristeza alivia.
Por todas partes veo
al mundo esperándote,
las plumas levantadas, las paredes adornadas,
las manos suspendidas sobre cuerdas y teclas.
Y a la llegada del Otoño
hilaré una red
entre tu altura y la tierra
para sostener tus frágiles partes.
En los campos y huertos
la Primavera debe estar llegando,
mira los rostros
amontonados a mi alrededor.
Y oigo
el irrefutable argumento del hambre
susurrado, habitado, gritado,
pero nunca cantado.
Mataré a un hombre esta semana;
antes de que la semana acabe
lo colgaré de un árbol,
veré esta piedad cumplida.
Hay hombres
Hay hombres
que deberían tener montañas
para eternizar sus nombres en el tiempo.
Las lápidas de los sepulcros no son lo suficientemente
altas
ni verdes,
y los hijos se alejan
para perder el puño
que la mano de sus padres parecerá siempre.
Yo tuve un amigo:
vivió y murió en absoluto silencio
y con dignidad,
no dejó libro, ni hijo, ni una amante que le llorara.
Tampoco es esto una canción fúnebre,
sino sólo el nombre de esta montaña
sobre la que camino,
fragante, oscura y delicadamente blanca
bajo la pálida niebla.
A esta montaña le impongo su nombre.
Tú completamente de blanco
Cualesquiera que sean las ciudades abatidas,
yo siempre te traeré poemas,
y el fruto de los huertos
por los que paso.
Extranjeros en tu cama,
excluidos por nuestro dolor,
escuchando el susurro del sueño,
oirán su pasión maravillosamente expuesta,
y llorarán porque no podrán besar
tu distante rostro.
Amantes de mi amada,
mirad mis palabras sobre sus labios como vestidos,
cómo visten su cuerpo como un extraño chal.
La fruta en pirámide en el antepecho de la ventana,
las canciones agitándose contra el muro desaparecido.
El cielo de la ciudad
está lavado en el fuego
del oro y del cedro Libanés.
En humeantes jaulas de filigrana
los monos y los pavos reales se impacientan.
Ahora las jaulas ya no resisten,
en la ardiente calle hombre y animal
perece uno en brazos del otro,
los pavos reales se ahogan alrededor del trono fundido.
¿Es éste el rey
que junto a ti se acuesta atento?
¿Es éste Salomón o David
o el tartamudo Carlomagno?
¿Es ésa su corona
en la maleta junto a la cama?
Cuando nos volvamos a ver,
tú completamente de blanco,
yo oliendo a huertos,
cuando nos veamos.
Pero ahora te estás despertando,
y estás cansada de este sueño.
Gírate hacia el hombre de ojos tristes.
Estuvo junto a ti toda la noche.
Tienes algo
que decirle.
Me pregunto cuánta gente en esta ciudad
Me pregunto cuánta gente en esta ciudad
vive en habitaciones amuebladas.
Ya tarde por la noche cuando miro hacia los edificios
juro que veo un rostro en cada ventana
que me devuelve la mirada,
y cuando me retiro
me pregunto cuántos vuelven a sus escritorios
y escriben esto mismo.
Muy avanzada la tarde
Muy avanzada la tarde.
He puesto a Beethoven.
Es una estupidez atribuir el dolor
al intenso cielo,
pero eso es lo que he hecho.
Y culparé de la soledad
a la aparición de la luna.
Acaba de empezar la noche.
Abajo en la iluminada ciudad
las fastidiosas cazas han empezado.
Me he asegurado
de que no hay motivo de vergüenza.
No estoy avergonzado.
Pongo la música más alta.
Ahí está la luna
en la ventana de mi cuarto.
La balanceo en mi pulgar,
intento un capirotazo.
No da la vuelta,
pero tampoco mi pulgar
ha sido destrozado.
Abro la ventana.
Bajo la música.
Camino por Murray Hill.
La luna no necesita leyenda.
Proclama su interés
con el tiempo, en la noche inmediata.
Decido dejarla.
En mi habitación
gira la música
porque espero a un amigo.
Un huerto de árboles ribereños
Un huerto de árboles ribereños
afectado por el otoño
exactamente graba sus ramas
en el río de seda gris.
El filo del cielo
colmado de azul y fina arena
Una barcaza soportando luces
igual que los inclinados rostros
de inmóviles e inmortales marinos
arrastra detrás
un azote de nueve látigos
hechos de oscura cadena
castigando a la sedosa agua
Nosotros nunca vemos al río
correr rojo sangre.
El sol amarillo para siempre perdido (…)
Su leal cielo
desmigajándose
como un lento alud
en su espeso filo
de azul y fina arena (…)
La oscuridad hace
un hogar para el mundo
Las serpientes
Emergiendo como cisnes del agua
lanzan sus estrechas lenguas
contra los cascos de hierro
de barcos que amarrados sueñan
Si hay humanos abandonados como yo
a lo largo de esta natural ribera
que nadie ose gritar
Mi abrigo es del color
del cielo en ruinas
mis dedos
de azul y fina arena
Pasa junto a los arroyos
Pasa junto a los arroyos , amor,
Donde el pez mira con asombro,
Pasa junto a los arroyos,
Que allí estaré.
Pasa junto a los ríos,
Donde las anguilas forman un tropel,
Ríos, amor,
Que no tardaré.
Pasa junto a los océanos,
Que surcan las ballenas,
Océanos, amor,
Que no faltaré.
Antes de la historia
Lejos de la azotea,
el muchacho, Absalom,
atraviesa rabiando
las sombras del trono,
deteniéndose en la oscuridad
para alisarse su pelo escarlata.
Y nosotros estamos bajos los tronos tendidos…
Lejos de la azotea
el rey, David,
da comienzo el salmo inmemorial
que resuena en cuevas
y desgarra las telarañas
del rostro del durmiente.
Y nosotros estamos bajos las cuevas tendidos…
Lejos de la azotea,
la mujer
oh la muchacha, Bathsheba,
descubre su espalda goteada
en una habitación secreta
lejos de cualquier amante,
lejos de cualquier hombre.
Y nosotros estamos bajo los castillos tendidos…
Oh lejos de cualquier azotea,
estamos tendidos bajo los castillos,
entre profundas ramas de plata,
y la luna solitaria
vive en lo alto de todo el mundo,
y en su luz
nos sostiene, nos sostiene,
fría y espléndida,
en su vasta y clara noche.
Solos el señor y el esclavo abrazos
Solos el señor y el esclavo abrazados.
No se lo diré al banquero ni al doctor.
Mira, están observando la puesta de sol
tras una montaña sin dueño.
Ellos no saben nada de la alianza y el fénix.
Esta noche un sol desciende
maravilloso tras una montaña,
y mis dos hombres
soñarán esta escena muchas veces
y entre sueño y sueño
se castigarán mutuamente.
Canto de las doce
Sostenme intensa luz, suave luz sostenme,
Luz de la luna en tus montañas envuélveme,
Luz del sol en tus altas ondas escáldame,
Luz del hierro en tus alambres protégeme,
Luz de la muerte en tus tinieblas dirígeme.
En sacos de arpillera los banqueros me cosen,
En tierras lejanas los mercaderes me venden,
En cuevas de hielo los príncipes me arrojan,
En habitaciones doradas los médicos me castran,
En campos de batalla los cazadores me mandan.
Moriré de hambre hasta que los profetas me encuentren,
Sangraré hasta que los ángeles me vendan
Y aún con todo canto hasta que las iglesias me cieguen,
Y aún con todo amo hasta que los rodeznos me arrollen.
Sostenme intensa luz, suave luz sostenme,
Luz de la luna en tus montañas envuélveme,
Luz del sol en tus altas olas escáldame,
Luz del hierro en tus alambres protégeme,
Luz de la muerte en tus tinieblas dirígeme.
Para un maestro
Herido una vez y para siempre en silencio.
Un gran dolor termina sin una canción que lo pruebe.
¿Quién podía estar junto a ti tan cerca del Edén,
cuando hacías brillar en todo los ojos
la sostenida navaja en alto,
con la que temblaban moruecos e hijos?
Y ahora el silencioso manicomio,
donde las sombras viven en las vigas
como murciélagos cansados del día,
hasta que la mente dando vueltas, una señal de radar,
las atrae para exagerar en la medida de una montaña
sobre el muro de piedra blanca
tu insignificante cojera.
¿Cómo puedo dejarte en semejante casa?
¿Ya no quedan santos ni brujos
que elogien sus caminos con discípulos,
ni malvados que te atonten con el golpe
de una lengua roja y húmeda?
¿Confundiste al Mesías en un espejo
y descansaste porque al final llegó?
Déjame gritar junto a ti Socorro, Maestro.
He entrado bajo este oscuro techo
sin ningún temor como un hijo honrado
entra en la casa de su padre.
No me he entretenido en los monasterios europeos
No me he entretenido en los monasterios europeos
ni he descubierto entre altas hierbas
sepulcros de caballeros
caídos tan majestuosamente como cuentan sus baladas.
No he apartado la hierba
ni fue mi intención dejarlos bardados.
No he liberado mi mente para vagar y aguardar
en esas grandes distancias
entre montañas cubiertas de nieve y pescadores,
como una luna
o una concha bajo el agua en movimiento.
No he detenido mi aliento
para poder oír el de Dios,
no he domado el latido de mi corazón con un ejercicio
ni en pos de visiones he pasado hambre.
Aunque a menudo lo haya visto
no me he convertido en garza real,
dejando mi cuerpo en la orilla,
ni en la luminosa trucha,
abandonando mi cuerpo en el aire.
No he adorado llagas ni reliquias,
ni peines de hierro,
ni cuerpos abrasados y enrollados en pergaminos.
No he sido desgraciado en diez mil años.
Durante el día río y por la noche duermo.
Mis cocineros favoritos me preparan la comida,
mi cuerpo sana y se limpia él mismo,
y todo mi trabajo va bien.
Esto se balancea, Jocko
Esto se balancea, Jocko,
pero nosotros no queremos demasiada carne.
Hazlo como rezos del siglo quince,
amor sin clímax,
amor constante,
y pasión sin carne.
(Sácalos, Jocko,
como la larga serpiente del brazo de Moisés;
cómo tuvo que gritar
al ver salir de él una serpiente;
no es extraño que nunca se sintiera santo:
Nosotros queremos ese grito esta noche.)
Ligeramente, ligeramente,
quiero sentirme hambriento,
hambriento de comida,
de amor, de carne;
quiero que mis sueños sean de privación,
espinas doradas arrancadas de mis templos.
Si tengo hambre
me siento poderoso
y amo como el científico apasionado
que sabe que el cielo
sólo está hecho de longitudes de ondas.
Ahora si quieres levantarte,
levántate tranquilamente,
que nosotros tranquilamente marcharemos a la ciudad.
Estoy detrás de ti, hombre,
y las calles están sembradas de polluelos y palmeras,
blancas ramas y brazos de verano.
Iremos de puntillas,
como monjes ante la estatua de la Virgen.
Nosotros construimos la ciudad,
trajimos el agua
nos pasamos la vida en las pistas,
los bares, las salas de fiesta,
como los hombres de Breugel.
Hambriento, hambriento.
Vuelve, Jocko,
devuélvele todo eso a esta gente,
es tu oportunidad.
Credo
Una nube de langostas
se elevó del lugar donde nos amábamos
y pasó ante el sol.
Me pregunté qué granjas
devorarían,
qué esclavos gracias a ellas
encontrarían la libertad.
Pensé en pirámides volcadas,
el Faraón colgado de los pies,
su cuerpo tiznado.
Entonces mi amor me atrajo hacia ella
para terminar lo que yo había empezado.
Más tarde, manojos de helechos a un lado,
nos acostamos.
Una nube de langostas
pasó entre la luna y nosotros,
en dirección contraria,
hinchadas y en vuelo lento,
sin hambre por aquellas hojas y helechos
bajo los que descansábamos.
En el aire
el olor a ciudades ardiendo.
Batallones de desgraciados,
torturados con santas promesas,
no tardaron en pasar junto a nuestro lugar de descanso;
corriendo entre
hierbas y helechos.
Tuve dos pensamientos:
dejar a mi amor
y unirme a su vagar,
unirme a su santidad;
o llevar a mi amor
a la ciudad que ellos habían dejado.
Ese pobre mundo
de carne afligida en llaga
y campos putrefactos
no podía tentarnos.
Nuestra habitual codicia de la mañana
reclamó a mi cuerpo primero
y recobré la cordura.
No debo traicionar
al pequeño oasis donde nos acostamos,
ni por un solo momento.
Es bueno vivir entre
una casa de cautiverio en ruinas
y una tierra santa prometida.
Una nube de langostas
pondrá a otro Faraón patas arriba;
esclavos levantarán catedrales
para que otros esclavos las incendien.
Es bueno oír
el retumbar de las larvas bajo tierra,
es bueno saber
que los pies de humildes o fieros sacerdotes
pisotean el prado.
Canta al pez, abraza a la bestia
Canta al pez, abraza a la bestia,
Pero no salgas de la charca
Con medio cuerpo de caballo
Ni alas en el espinazo
Duerme como un hombre junto a lobos adormecidos
Sin anhelo por un cielo especial
Con el que oscurecer y recubrir tus manos.
Animales, no matéis por el corazón humano
Que bajo pechos de escamas o carne siempre llorará.
Oh golondrina, sé un corazón en el alto pecho del viento.
Con tu sangre cantante río de los miembros del cielo.
Los muertos están empezando a respirar:
Veo a mi padre salpicando luz como una joya
En el negro fango de un pantano.
Investigaciones sobre la naturaleza de la crueldad
Una polilla ahogada en mi orina,
al final su empolvado cuerpo raso.
Mis ojos brillaban en la porcelana
como pequeños crematorios bailando.
La historia está de mi parte, declaré,
como el desagüe arrastró círculos en sus alas.
(Si no hubiera estado bañada en orina
la habría rescatado para secarla al viento.)
Tienes los amantes
Tienes los amantes,
son desconocidos, sus historias sólo son de ellos,
y tienes la habitación, la cama y las ventanas.
Pretendes que sea un ritual.
Deshaz la cama, sepulta a los amantes,
tizna de negro las ventanas,
déjalos vivir en esa casa por una generación o dos.
Que nadie se atreva a molestarlos.
Las visitas en el pasillo de puntillas
junto a la puerta durante tanto tiempo cerrada,
pendientes de algún sonido, un quejido, una canción:
no se oye nada, ni siquiera la respiración.
Sabes que no están muertos,
puedes sentir la presencia de su intenso amor.
Tus hijos han crecido, se han ido,
convertidos en jinetes y soldados.
Tu compañero muerto tras una vida de servicio.
¿Quién te conoce? ¿Quién te recuerda?
Pero en tu casa un ritual progresa:
no ha terminado, necesita más gente.
Un día se abrió la puerta de la alcoba de los amantes.
La habitación se ha convertido en un denso jardín,
lleno de colores, perfumes, sonidos que tú nunca conociste.
La cama lisa como una oblea de luz del sol,
solitaria en medio del jardín.
En la cama los amantes, lentamente, deliberadamente
y en silencio
realizan el acto del amor.
Sus ojos cerrados,
herméticos como si tuvieran pesadas monedas
de carne sobre ellos.
Sus labios magullados con nuevos y viejos morados.
El pelo de ella y su barba desesperadamente enredados.
Cuando él llega con su boca a su espalda,
ella duda si es su espalda
la que da o recibe el beso.
Toda su carne es como una boca.
El lleva sus dedos por su cintura
y siente su propia cintura acariciada.
Ella lo acerca más y son los brazos de él
los que la rodean a ella.
Ella besa la mano junto a su boca.
Es la mano de él o de ella, apenas importa,
hay infinitos besos.
Estás junto a la cama, llorando de alegría,
con cuidado separas las sábanas
de los cuerpos en lento movimiento.
Tus ojos se llenan de lágrimas,
apenas distingues a los amantes.
Voceas mientras te desnudas, y tu voz es soberbia
porque piensas que es la primera voz humana
que se oye en la habitación.
La ropa que dejaste caer se transforma en parras.
Subes a la cama y recuperas la carne.
Cierras los ojos y dejas que cerrados se cosan.
Creas un abrazo y caes en él.
Sólo hay un momento de dolor o duda
cuando te preguntas cuántas multitudes
se están acostando junto a tu cuerpo,
pero una boca besa y una mano disipa ese momento.
Cuando descubrí tu cuerpo
Cuando descubrí tu cuerpo
pensé que las sombras caían engañosas,
animando recuerdos de perfecta rima.
Pensé poder ofrecer belleza
como una bendición y que tu semi - oscura carne
respondería a la oración.
Pensé entender tu rostro
porque lo había visto pintado dos
o cien veces, o haberlo besado
estando esculpido en piedra.
Con sólo un suspiro, una vaga vuelta,
descubriste las sombras
más hábilmente que mi carne,
y las reales y violentas proporciones de tu cuerpo
hicieron anticuados viejos tratados de excelencia,
medidas y poemas,
y con un sencillo desafío de personal belleza
que no podía ser ni alabado ni interpretado clamaron:
esto debe ser enfrentado.
Las adúlteras esposas de Salomón
Las adúlteras esposas de Salomón
Acostadas con jóvenes arqueros tras puertas de filigrana.
La música desde la cámara real, música de Negros
Y jóvenes educados, llena la noche,
Pasa puertas doradas, y llega hasta la alcobas
Donde los amantes nunca creyeron estar traicionando a su rey.
Cómo cantan, sus músicos,
Y nuestros amigos acostados desnudos,
Maravillados de la belleza de la corte,
Y sin embargo lo están traicionando,
Esos soldados, esas reinas,
Porque, son los Hombres del Rey, lo aman y respeten.
Oh Salomón, retira a tus espías,
Acuérdate de los ángeles en aquel jardín,
Después de que el hombre y la mujer fueran expulsados,
Acostados bajos los árboles sagrados mientras se consumían sus espaldas.
Y Eva a alguna ramas distante.
Llamando a su amante, retorciéndose de dolor.
La Bella Durmiente
«Eres valiente», le dije a la Bella Durmiente,
«al subir esos escalones hasta mi casa,
pero siento que tu hombre, el Príncipe Beso, se haya ido»
«Tú no entiendes del cuento que soy»,
dijo ella,
«los dos sabemos quién vive en el jardín».
Pero, a pesar de todas las noches siguientes,
nunca supo llamarme Bestia o Cisne.
Poseyéndolo todo
Por ti dije que alabaría a la luna,
conocería el color del río,
encontraría nuevas palabras para la agonía
y el éxtasis de las gaviotas.
Porque estás cerca
todo lo que el hombre hace, observa
o planta está cerca, es mío:
las gaviotas que lentamente se retuercen,
que lentamente cantan sobre las lanzas del viento;
la verja sobre el río;
el puente sosteniendo entre dedos de piedra
su brillante y frío collar de perlas.
Las ramas de árboles ribereños,
como temblorosos mapas de ríos,
piden la alianza de la luna
para reclamar sus afilados viajes
lejos del oscuro cielo,
pero en el cielo nada responde.
Las ramas sólo ofrecen un sonido
a millas del viento.
Con tu cuerpo y tu voz
has hablado por todo,
me robaste mi calidad de extranjero,
me hiciste uno
con la raíz, la gaviota y la piedra,
y porque duermo tan cerca de ti
no puedo abrazarlos
ni tener mi amor privado con ellos.
Te preocupa que te deje.
No lo haré.
Sólo los extranjeros viajan.
Poseyéndolo todo,
no tengo adonde ir.
Canción para tranquilizarme
Baja los párpados
sobre el agua
Une la noche
como los árboles
bajo los que descansas.
Cuántos grillos
Cuántas olas
una tras otra
por el único camino hacia la playa
Hay estrellas
de otro paisaje
y una luna
que arrastra algas
Nadie llama a los grillos vanos
en su tiempo,
en su tiempo.
Nadie te llamará holgazán
por agonizar con el sol
El sacerdote dice adiós
Amor mío, la canción aún no está cantada
cuando con tus labios la separas de mi lengua;
tampoco tú puedes alcanzar esta firme y erótica bendición
ni impedir que caiga en la vulgaridad.
Nadie que yo sepa puede lanzar el anzuelo
que fije la codicia en una mirada anhelante
allí donde podamos leer de vez en cuando
la danza absoluta que imitan nuestros cuerpos.
Harry no puede, su cara en la horcajadura de Sally,
tampoco Tom que sólo ama cuando miran sus vecinos,
uno confunde la danza con el gráfico,
uno espera que el chismorreo actúe como arte.
¿Y qué arte? Cuando la pasión muere,
la amistad ronda como moscas nuestra carne,
y llamamos maravilloso al perfume
que cadáveres y siemprevivas ofrecen.
Estudié ríos: las aguas impetuosas
como el fuego eterno en la mata de Moisés.
Algunas cosas viven con honor. Veré
a la codicia arder como fuego en un árbol santo.
No vengas conmigo. Cuando estoy solo
mi voz suena como si mi garganta no me perteneciera.
Abelardo demostró lo brillante que podía resultar
la cama entre la ermita y un convento de monjas.
Eres bonita. Cantaré junto
a los ríos en los que anhelosos Hebreos gritaron.
En distintos exilios podemos aprender
cómo arden los árboles del desierto y se queman las
ramas.
En algunas encrucijadas conquistaremos
la cosecha de nuestra disciplina.
Carne hinchada; mentes alimentadas en el desierto.
¡Oh qué llamarada de amor hostiga nuestros cuerpos!
Un poema para detenerme
Até a mis templos una caja de carne
llena de santas cartas y poemas capturados,
y seguramente estoy equivocado.
Con correas de tiempo
ato a tu cuerpo
el corazón de un hombre.
Me dirijo hacia otra orilla,
mis álbumes de recortes hinchados de asesinatos
y un alocado rumor de gloria
susurrando por los alambres de mi columna.
Dichoso Caín errante por un crimen
recibió una señal en la frente
que le revela en cada espejo
quién fue el asesino y quién el asesinado.
La sangre es todavía vocal,
la tierra un hogar,
pero ahora la voz acusa a muchos nombres
y yo no sé cuál es el mío.
Oh estarás esperando música
mientras yo conecto la saliva de una canción;
crecerá tu amor
mientras yo experimento dolor;
mientras otros se amputaban los miembros,
tú dominarás el paso de un baile
lejos de la voluntaria gangrena.
No creas nada de mí,
excepto que sentí tu belleza
más cerca que la mía.
No vi ciudades ardiendo,
no oí promesas de noche sin fin,
sentí tu belleza
más cerca que la mía.
Prométeme que volveré.
Ángeles
La jaula en la que comió y durmió
Estaba adornada con joyas y carne.
Así no se magullaría al caer
Ni su visión se haría sombría.
Los granates brillan más que los ángeles,
Cantó mientras escribía poemas.
Los granates brillan más que los ángeles,
Se aplastó los lomos mientras cantaba
Pero cómo amó las plumas doradas
Que revolotearon por la jaula;
Cómo amó las sombras doradas
cuando cubrieron su cara.
La canción cornuda
Aunque esto parezca un poema
quiero advertiros desde el principio
que no tenía ninguna intención de serlo.
No quiero convertir cualquier cosa en poesía.
Conozco muy bien su papel en este asunto,
pero eso ahora no me interesa.
Esto es entre tú y yo.
Personalmente me importa bien poco quién sedujo a
quién.
En realidad, me pregunto qué me importa a mí todo
esto.
Pero algo debe decir un hombre.
La verdad es que la cebaste con cinco cervezas Mac-
Kewan,
te la llevaste a la habitación,
pusiste la música adecuada ,
y en una hora o dos ya estaba hecho.
Sé todo lo relacionado con la pasión y el honor,
pero desgraciadamente eso poco tenía que ver con
vosotros:
oh había pasión, estoy seguro,
e incluso un poco de honor,
pero lo que realmente importaba era hacerle cuernos
a Leonard Cohen.
Demonios, quiero deciros esto de una vez:
no tengo tiempo para escribir otra cosa.
Debo decir mis oraciones.
Debo esperar en la ventana.
Lo repito: lo que realmente importaba era hacerle
cuernos a Leonard Cohen.
Me gusta esta línea porque está mi nombre escrito.
Lo que de verdad me enferma
es que todo siga igual.
De alguna manera aún soy un amigo,
aún soy un amante.
Pero no por mucho tiempo:
por eso os lo cuento a vosotros.
El caso es que me estoy convirtiendo en oro,
convirtiendo en oro.
Dicen que es un largo proceso,
que se alcanza poco a poco.
Es para informaros que ya me he convertido en barro.
Canción de la mañana
Soñó que llegaban los doctores
Y le cortaban las piernas por la rodilla.
Eso fue lo que soñó una mañana
Después de pasar la noche conmigo.
Y aunque yo no aparecía en el sueño
Ni tampoco el grito de la amputada,
Eso fue lo que me contó una mañana
Después de pasar la noche conmigo.
Los tapices del unicornio
Estás en la arboleda
Al acecho del unicornio.
Yo no sé lo que los cazadores dieron,
Pero toda la riqueza del sol
Cayendo entre las sombras de tu rostro
En moneda amarilla,
No podría borrar con su soborno el desprecio
Que cierra tu boca.
¿Para quién esos duros labios?
¿Para los cazadores que se arrastran por el prado
Junto a sus perros con collares de hierro,
O para esa descollante cabeza que no tardará
En cerrar los ojos
Entre tus faldas?
Y cuando el animal sea atado
Al granado,
No vengas a mi celda,
Cantando victoria,
Ni seduzcas a los guardianes para liberarme de las
cadenas
A las que fui condenado antes de la caza,
Cuando gritaba que era un hombre.
Estás en la arboleda
Al acecho del unicornio.
Y después de vagar hasta el arroyo envenenado
Que el unicornio nunca purificará,
Saludas a las buenas bestias allí sedientas,
Y persigues por cavernas y cuevas
A los animales envenenados,
Conviviendo en cada cubil.
Yo no sé lo que los cazadores dieron,
Pero toda la riqueza del sol
Cayendo entre las sombras de tu rostro
En moneda amarilla,
No podría borrar con su soborno el desprecio
Que cierra tu boca.
La belleza del muchacho
Para Betty
Te concedí la belleza del muchacho
Intacto y sano alegremente lo consagré
a que comprobara la fe en depravados cisnes,
las fastidiosas teorías del asalto celestial.
Si hubieras tenido los muslos estremecidos,
los pezones debidamente endurecidos,
yo no habría ordenado la mutilación de su rostro,
la fría disección de su gloria.
Pero para nuestro consuelo honraste con besos
el denso cuello de tu marido,
y bajo la mesa maniobraste
sus dedos salchichas bajo tu vestido.
Ahora te incluimos en todas nuestras fantasías,
seguimos teniendo absoluta fe en tus legendarios
costados.
Nuestros barcos desde el medio del océano
son guiados por el brillo del sol en tu barriga,
reanudan su comercio entre tus colosales rodillas
y un millar de destartalados poetas
acuestan sus cabezas heridas sobre tus pechos para
cantar.
El juguete chica
Una vez el orfebre del rey aprendió a trabajar
la carne y le hizo a su señor
un juguete más apreciado que sus famosos
pájaros dorados.
Dentro del palacio el rey permanecía con ella.
Siervos, príncipes murieron de hambre o se fueron.
Los invitados de antaño llegaron hasta el jardín
del banquete una o dos veces,
donde ahora la mala hierba cubría árboles
y estatuas martilleadas, y nunca más volvieron.
Dentro del palacio el rey permanecía con ella.
No le importaba si a veces saboreaba oro en su boca
o se cortaba sus viejos labios con un ojo de joya.
Amor mío, amor mío, cantaba.
Durante años jugaron dentro y fuera de arcos
y mobiliario dorado,
él obeso y viejo,
ella adorable como un péndulo
Y cuando él cayó, lloró y vomitó sangre,
sobre su gran abdomen ella acostó su cabeza,
y cerrando sus párpados como perfectas máquinas,
quiso susurrar o cantar una balada de su banquete
nupcial.
Canción fúnebre
Mientras descansaba muerto
En mi cama empapada de amor,
Llegaron los ángeles para besar mi cabeza.
Agarré a uno crecido
Que forcé abajo
Para que fuera mi chica en la ciudad de la muerte.
No escapará
Prometió morir.
¡Qué hábil cadáver soy!
Llámate Hierba
Llámate hierba,
llámate débil hierba doblada por el viento
Di que estás llena de gracia
y que has crecido junto al río.
Di qué pueblo,
di qué río,
di qué color.
Cuenta dónde está el reloj
en el rostro de la rosa,
cuenta dónde están las manos alanceadas
doblando las vallas.
Llámate amante en cualquier habitación,
en huertos sobre mares,
sin saber a quién dejas,
a quién pasas,
quién alarga la mano.
Llámate caída ante una extraña arca,
rosario y cinta de boda hechos pedazos,
sin saber quién mira y se duele
tras sus alas de gloria.
Reclama ahora tu derecho
a la sangre, el reino, el amor.
Habla del colapsado vientre de María,
habla de los miembros tan tristemente colgados.
Reclama tu derecho.
Reclámalo en nombre de mi padre.
Llámate hierba.
Mi dama puede dormir
Mi dama puede dormir
Sobre un pañuelo,
O si fuera Otoño
Sobre una hoja caída.
He visto a los cazadores
Arrodillados ante su dobladillo
Incluso en su sueño
Se aparta de ellos.
El único regalo que le ofrecen
Es su eterno dolor.
Saco de mis bolsillos
Una hoja o un pañuelo.
Viaje
Amándote, carne a carne, a menudo me imaginé
Viajando sin dinero hacia algún lugar trono de barro
Donde un maestro me enseñara cómo trazar
Mi vida lejos del dolor, amar solitario
En el abrazo ileso de piedra y lago.
Perdido en los campos de tu pelo
Nunca lo suficiente perdido
Como para perder un camino que debía tomar;
Sin aliento junto a tu cuerpo no podía consumir
La voluntad que me prohíbe comprometerme, jurar,
O hacer una promesa, y a menudo mientras dormías
Miré con respeto más allá de tu belleza.
Ahora
Sé por qué muchos hombres se detuvieron y lloraron
A mitad de camino entre
Los amores que habían dejado anhelado,
Preguntándose si el viaje les llevaría a alguna parte.
Horizontes protegen la suave línea de tu mejilla,
El cielo expuesto al viento un guardapelo para tu pelo.
Tengo dos pastillas de jabón
Tengo dos pastillas de jabón,
fragancia de almendra,
una para ti y la otra para mí.
Prepara el baño,
nos lavaremos el uno al otro.
No tengo dinero,
asesiné al farmacéutico.
Y hay una jarra de aceite,
igual que en la Biblia.
Acuéstate en mis brazos,
haré que brille tu carne.
No tengo dinero,
asesiné al perfumero.
Mira por la ventana
la gente y las tiendas.
Dime cuál es tu deseo,
será tuyo en una hora.
No tengo dinero.
No tengo dinero.
Más brillante que nuestro sol
Más brillante que nuestro sol,
Brillante como la ventana más allá de la muerte,
La luz en el universo
Limpia los ojos para ser piedras.
Rezaron por vidas sin visiones,
Libres de visiones, pero no ciegos
Sólo pudieron holgazanear la oración,
No pudieron registrarla.
Y las ventanas persistieron,
Y los ojos se convirtieron en piedras.
Todos sus rostros como estatuas Griegas,
Mármol y calma.
¿Y qué ocurrió con el amor
En el resplandeciente universo?
Se heló en el corazón de Dios
Helado sobre una lanza de luz.
Celebración
Cuando te arrodillas ante mí
y en tus manos
sostienes mi virilidad como un cetro.
Cuando con tu lengua envuelves
la joya ámbar
y animas mi bendición.
Entiendo a aquellas muchachas Romanas
bailando alrededor de una columna de piedra
que besaban hasta que estuvieran caliente.
Arrodíllate, amor, mil pies ante mí,
tan lejos que apenas puedo distinguir tu boca y tus
manos
realizando la ceremonia,
Arrodíllate hasta que caiga con un gemido
sobre tus espaldas, como aquellos dioses en el techo
que Sansón derribó.
Como la niebla no deja ninguna señal
Como la niebla no deja ninguna señal
Sobre la oscura y verde colina,
Así mi cuerpo no deja ninguna señal
Sobre ti, ni lo hará nunca.
Cuando el viento y el halcón se encuentran,
¿Qué es lo que queda?
Así tú y yo nos encontramos,
Entonces volvamos, caigamos adormecidos.
Como muchas noches resisten
Sin una luna ni una estrella,
Así resistiremos nosotros
Cuando uno se marche y lejos.
Bajo mis manos
Bajo mis manos
tus pequeños senos
son los vientres vueltos
de gorriones caídos y suspirantes.
Cuando te mueves
oigo los sonidos de alas cerrándose
de alas caídas.
Permanezco mudo
porque has caído junto a mí,
porque tus pestañas
son las espinas de pequeños y frágiles animales.
Temo el momento
en que tu boca
empiece a llamarme cazador.
Cuando me llamas cerca
para decirme
que tu cuerpo no es hermoso
quisiera convocar
los ojos y ocultas bocas
de piedra, luz y agua
para que atestiguaran en tu contra.
Quisiera
que te entregaran
la temblorosa rima de tu rostro,
de sus profundos cofrecillos.
Cuando me llamas cerca
para decirme
que tu cuerpo no es hermoso
quisiera que mi cuerpo y mis manos
fueran estanques
para tu mirada y tu risa.
Anhelo alcanzar alguna dama
Anhelo alcanzar alguna dama,
Porque mi amor está tan lejos,
Y no vendrá mañana
Ni estuvo aquí hoy.
No hay otra carne tan perfecta
Como la del hueso de mi dama,
Pero la siento tan lejana
Cuando me encuentro tan solo:
Como si fuera una obra maestra
En una ciudad fortificada,
A la que peregrinos llegan para visitar
Y sacerdotes para copiarla.
¡Ay!, yo no puedo viajar
Hacia un amor que llevo tan adentro
Ni dormir demasiado cerca
De un amor que quiero guardar.
Pero anhelo alcanzar alguna dama,
porque la carne es dulce y cálida.
Fríos esqueletos desfilan
Todas las noches junto a mis pies.
El momento del sueño
Bajo la colcha remendada de su abuela }
a vista de pájaro un calicó
de cultivos y fronteras
que nombran confusamente las regiones de su cuerpo
duerme mi Annie como una perfecta dama.
Como épocas de ligeras nieves
sobre diminutos océanos colmados de luz
sus párpados encierran profundamente
un árbol sombreado de velas de cumpleaños
una cada mañana
hasta el momento del sueño.
El pequeño estandarte de sangre
guardado e izado por el Hermano Viento
mucho después de que el pájaro atravesado cayera
es como su roja boca
entre los chillidos de la almohada.
Portadores de maligna imaginación
de oscura intención y estilo corrompido
que lleguen para rasgar la colcha
arar los ojos y varar la boca
se las verán con poderosa Mama Ganso
Granjero Brown y todas las buenas historias
de invencible creencia
que rodean su sueño
como el dorado clima de una aureola.
Los que tengan buenos deseos y su verdadero amante
pueden quedarse a ver a mi Annie
durmiendo como una perfecta dama
bajo la colcha remendada de su abuela
pero deben prometer hablar muy bajo
y desaparecer por la mañana
todos menos su verdadero amante.
Canción
Cuando sufro el azote de la codicia
Entonces acudo a mis libros
Y leo lo que los hombres han escrito
Sobre la carne prohibida pero bella.
Pero en esas santas historias
De pecho y muslo brillante
De santidad y sus glorias
¡Ay! Yo no encuentro la paz.
En cada cuerpo extraño
Que desprecia el hombre santo
Yo me detengo oh Dios me detengo
Mi corazón está lleno de manchas.
Y derribando los santos volúmenes
Dirijo mis ojos hacia
Las desnudas muchachas que con peines de plata
Peinan su pelo.
Entonces cada pena que los ermitaños cantan
Sale disparada como un chispazo
Vivo con el anillo mortal
De la carne sobre la carne en la oscuridad.
Canción
Casi me acosté
sin recordar
las cuatro violetas blancas
que puse en el ojal
de tu suéter verde
y cómo te besé entonces
y cómo me besaste tú
tímida como si yo
nunca hubiera sido tu amante.
Para Anne
Con Annie lejos,
¿Qué ojos comparar
Con el sol de la mañana?
No es que antes los comparase
Pero los comparo ahora,
Ahora que ya se ha ido.
Último baile en los cuatro peniques
Layton, cuando nosotros bailamos nuestro freilach
bajo el pañuelo espiritual,
los milagrosos rabinos de Praga y Vilna
recuperan sus tronos de serrín,
y ángeles y hombres, durante tanto tiempo dormidos
en los fríos palacios de la incredulidad,
se reúnen en cocinas con salchichas colgando
para debatir y discutir deliciosamente
los sonidos del Inefable Nombre.
Layton, mi amigo Lazarovitch,
ningún Judío se ha perdido
mientras nosotros dos bailamos alegremente
en esta provincia Francesa,
frío y océanos al oeste del templo,
la nieve encañonada sobre las ramas
como maná prohibido del Sabbath;
digo que ningún Judío se ha perdido
mientras nosotros dos tejemos y ondulamos el pañuelo
en una nube ardiente,
midiendo de punta a punta el paraíso
con nuestros pulgares cosiendo.
¡Reb Israel Lazarovitch,
mal Rumano, tienes razón!
¿A quién le importa
si el Mesías es o no un Litvak?
En cuanto a los cínicos,
tal como nosotros lo fuimos ayer,
dejemos que se vengan con nosotros o que se pudran
en sus lógicas mortajas.
Nosotros hemos alzado un estandarte blanco y
brillante
y aquí está la copa de vino de nuestros magullados
padres,
y ahora hay música
hasta que la mañana y las oraciones de la mañana
nos acuesten de nuevo.
Nosotros que bailamos tan maravillosamente,
aunque sepamos que los freilachs tienen un fin.
Canción para Abraham Klein
Cansado el salmista se detuvo
Su instrumento al lado.
Lejos estaba el Sabbath
Y la novia del Sabbath.
La mesa estaba carcomida,
Las velas frías y negras.
El pan al que tan maravillosamente cantó.
Ese pan estaba enmohecido.
Se volvió hacia su laúd
Temblando en la noche.
Pensó no conocer música alguna
Para enderezar la mañana.
Abandonada estaba la Ley,
Abandonado el Rey.
De pronto cogió su instrumento
Su costumbre era cantar.
Cantó y nada cambió,
Aunque muchos escucharon la canción.
Pero pronto su rostro se hizo hermoso
Y sus piernas fuertes.
Buenos hermanos
Vincent y Theo
bailaré con cualquiera
sobre vuestras soleadas tumbas.
Viviré en maizales
bajo maremotos
de cielo manchado de cuervos.
Proferiré frenéticos sonidos
para mantener a los cuervos alejados.
A aquellos que lloren por vosotros
que cuenten historias de arte trágico
aplastaré
con mandíbulas de sólida luz.
¿Quién no ofrecería su dinero
o un lóbulo de carne
por seis buenos años de sol?
Yo me cortaría la mente
por la mitad de la suerte.
Oh buenos hermanos
vuestras tumbas reculan como cañones
desde las rodillas
de lúgubres peregrinos.
Bañistas de sol
es lo que necesitáis
aficionados a las tormentas
pero no al refugio.
(Puedan vuestros esqueletos amarillos
ser para siempre felices
comiendo pipas.)
Haiku de verano
Para Frank y Marian Scott
Silencio
y un silencio más profundo
cuando los grillos
dudan.
Sacerdotes 1957
Junto a la fábrica de cobre mi tío anda triste,
despidiendo a hombres para combatir las crisis.
Está preocupado por la grandeza
y quizás escriba un libro.
Mi padre murió entre viejas máquinas de coser,
el eco de puentes y agua en su mano.
Ahora tengo sus libros de piel
y me sorprendo ante cada página sin abrir.
Mis primos no son felices en la fábrica.
El ajuste es difícil, les han dicho.
Uno es consolado con un nuevo Pontiac,
el otro huye con Bach y cantantes de folk.
¿Debemos encontrar todo el trabajo prosaico
porque nuestro abuelo levantara una antigua sinagoga?
Lejos de la tierra del Paraíso
Para Marc Chagall
Lejos de la tierra del paraíso
Desciende el cálido sol del Sabbath
Y entra en la caja de especias de la tierra.
La Reina hará a todo Judío su amante.
En una bata de seda blanca
Baila calle arriba nuestro rabino,
Llevando nuestro césped como un verde chal de oraciones,
Blandiendo casas como estandartes plata.
Tras el bailan sus pupilos,
Pero no tan alto.
Y cantan la oración del rabino,
Pero no tan dulce,
Y quien lo espera
En un Trono al final de la calle
Sino la Reina del Sabbath.
Ahora mete sus manos
En la caja de especias de la tierra,
Y ahí encuentra al fragante sol
Como anillo nupcial
Que desliza en su dedo de novia.
Ahora calle abajo,
Saltando por encima de los estandartes de plata.
Sus pupilos también han encontrado esposas,
Y todos cantan la canción del rabino
Y saltan alto en el aire perfumado.
¿Quién lo llama Rabino?
Los caballos de carro y los perros lo llaman Rabino,
Y él les dice:
La Reina hace a todo Judío su amante.
Y reunido sobre su verde césped
El pueblo lo llama Rabino,
Llenando sus bocas de buen pan
y su feliz canción.
Absurda oración
Desprecio el dolor de Dios.
Los hombres gobiernan suficiente pena.
Me abrazaré a mi tumba
Aunque el Mesías llegue.
Aunque llame a todos los muertos
A apretujarse en el Trono final.
Un gentío permanecerá
Inmóvil como piedras.
Los restos de hombres y mujeres
Recuperan su pelo y su piel
Y rápidos hacia los escalones del altar
En tembloroso horror corren.
Revolcándose en Su Gloria,
Peleándose por su Dobladillo,
Esos cuerpos se alzaron del Paraíso,
Pero se arrodillan en el Último Juicio.
Hienas esperan al otro lado.
Las veo desde este agujero.
Su apetito está abierto,
Se alimentan de almas podridas.
Oración de mi bravo abuelo
Dios, Dios , Dios alguien de mi familia
odió tu amor con tanta habilidad que tú cantaste
para él, tu privada voz violando
su tímpano como una abeja perdida tras el polen
en el cerebro. Él te ofreció sus hijos
extendidos sobre una mesa, y aunque un carnero
amblaba por el jardín, nada de ello mencionaste
ni detuviste su asesina mano.
No sorprende campos y gobiernos podridos,
porque pronto tú le ofreciste todos tus dominios,
todo tu amor impulsado a través de aquel aguijón
en su cerebro.
Nada puede florecer en tu ausencia,
excepto nuestra fe, que por medio de él comprobaste
que tenía la mente trastornada y apanalada.
Isaías
(«Para G.C.S.»)
Entre las montañas de especias,
las ciudades levantan cúpulas de perlas y agujas de
filigrana.
Nunca fue antes Jerusalén tan hermosa.
En el templo esculpido, ¿cuántos peregrinos,
perdidos en los compases de la lira y la pandereta,
arrodillados ante la gloria del ritual?
Educadas en gracia las hijas de Sión se movían,
no menos espléndidas que las estatuas doradas,
el valor de los adornos alrededor de sus pies
perfumados.
Se gobernaba en los palacios.
Los Jueces hallaban sus fortunas en la ley,
acostados y cosmopolitas, alababan la razón.
Como un poderoso jardín silvestre
el comercio florecía en la calle.
Las monedas brillaban, la cresta era precisa,
las nuevas parecían casi húmedas.
¿Por qué rabiaba y gritaba Isaías,
Jerusalén está en ruinas,
vuestras ciudades son pasto de las llamas?
¿Cuándo en las fragantes colinas de Gilboa
tuvieron los pastores tanta paz,
los corderos mejor alimentados, la blanca lana más
blanca?
Habían higueras, cedros, huertos
donde los hombres trabajaban entre perfumes todo
el día.
Las nuevas minas eran tan frescas como las granadas.
Los ladrones habían dejado los senderos,
los caminos eran rectos.
Eran años de trigo contra el hambre.
¿Enemigos? ¿Quién ha oído hablar de un pueblo justo
que no los tenga?,
pero los jóvenes eran fuertes, los arqueros astutos,
sus dardos certeros.
¿Por qué entonces ese loco de Isaías
que olía vagamente a desierto,
por qué gritaba:
Vuestro pueblo está desolado?
Ahora quiero cantarle a mi amado
una canción de mi amada tocándose el pelo
que es puro metal negro
que ningún príncipe rebelde puede transformar
en escoria,
de mi amada tocándose el cuerpo
que ningún consejero desleal puede inflamar,
de mi amada tocándose la mente
que ningún consejero desleal puede inflamar,
de mi amada tocando las montañas de especias
haciéndolas bellas en lugar de quemarlas.
Ahora sumergido en un amor inexplicable
vaga Isaías, elegido, tropezando
contra los muros esculpidos que en su abrazo
consumen su íntegra edad, reducidos a polvo
a su paso. Se tambalea al otro lado
de la polvareda de agujas y cúpulas cayendo,
el ritual destruido: el Nombre Santo a medio pronunciar,
perdido en la lengua del cantor,
sus páginas estériles, congregaciones atónitas,
agonizantes, sin habla.
En los giros de su viaje
gruesos árboles bajo los que descansa
son vencidos por la carbonilla y se desmigajan:
huertos enteros se unen al viento
como remontadas bandadas de cuervos.
Las rocas vuelven al agua, el agua al desierto.
Y mientras Isaías susurra dulcemente un sonido
que declara incondenable al pueblo culpable,
todos los hombres, verdaderamente desolados y
solos,
como presenciando un milagro,
se miran entre si contemplado la belleza de sus
rostros.
El genio
Por ti
seré un judío de un ghetto
bailaré
me pondré medias blancas
en mis piernas torcidas
y envenenaré los pozos
de toda la ciudad.
Por ti
seré un judío apóstata
y le hablaré al cura Español
del voto de sangre
en el Talmud
y del lugar donde están escondidos
los huesos del chiquillo.
Por ti
seré un banquero judío
y llevaré a la ruina
a un viejo cazador y orgulloso rey
acabando con su linaje.
Por ti
seré un judío de Broadway
y llamaré a gritos a mi madre
en los teatros
y venderé barajitas
bajo el mostrador.
Por ti
seré un doctor judío
y buscaré
prepucios
en todos los cubos de basura
para coserlos de nuevo.
Por ti
seré un judío de Dachau
y me hundiré en cal
con las piernas torcidas
y un hinchado dolor
que nadie puede entender.
Líneas del diario de mi abuelo
Yo soy uno de esos que podrían hablar de cada palabra que el alfiler atravesó. Página tras página podría imaginar la cicatriz en un millar de letras coronadas…
La pista de baile del alfiler está privada de ángeles. Los Cristianos ya no quieren discutir. Los Judíos han olvidado los mejores argumentos. De haber deletreado los Principios de Fe estaría ladrando en la luna.
Nunca me veré libre de esta vieja tiranía: «Creo con absoluta fe…».
¿Por qué sembrar la discordia? Es mejor tartamudear que cantar. Ser como el lejano Moisés: sin sueños de Faraón. Ser como Abraham sin sueños por un nombre más largo. Ser como una débil Raquel: reconfortada, no desconsolada…
Tenía la promesa de un arco iris, un pacto después de que un diluvio acabara con todos mis amigos, inundara todos los campos: los que sembramos de alimentos y los que dejamos baldíos.
¿Quién cumple las promesas excepto en los negocios? Nos negaron tierra en Rusia. ¿Quién la desea en alguna parte? Me detengo mudo ante los árboles. Árboles de Montreal, árboles de Nueva York, árboles de Kovno. Nunca deseé poseer uno. Me río de los eruditos en bienes raíces…
Soldados en cerrada formación. Tropas aerotransportadas en una blanca calle de Tel Aviv. ¿Quién se atreve a responder con desdén a los hornillos? Ninguna respuesta.
No me gustó ver a los jóvenes jorobados en el ghetto Polaco. No eran hermosas sus curvadas espaldas. Lo siento, pero no me origina ningún placer verlos uniformados. No me emociono ante batallones de Judíos.
Sólo hay una salida entre los ghettos y las tropas, entre los látigos y las más firme arrogancia patriótica…
Quise conservar mi cuerpo libre como cuando se despertaba en el Edén. Lo mantuve fuerte. Hay mandamientos.
Borra de mi carne las marcas de mi propio látigo. Cura las cuchilladas de la navaja en mi brazo y garganta. Líbrame de las grapas de metal que unen mis dedos. Rehaz los huesos que aplasté en la puerta. No me dejes caer junto a arañas. No permitas que aliente insectos contra mis ojos. Impide que haga mi nido con gusanos y que recurra al peine de hierro contra mi estómago. No permitas que ate mis genitales a una cuerda.
Es curioso que incluso ahora la oración sea mi lenguaje natural…
Noche, mi vieja noche. La misma en cualquier ciudad, junto a cualquier lago. Acecha a un matorral de tordos. Se alimenta de casas y de campos. Devora mis diarios de poemas.
El negro, la merma del sol: me horroriza. Siempre acercándome una nueva prueba. Mi diario está lleno de combinaciones. Ajusto oraciones como cuentas de ábaco.
Tú. Penetra en la viña de arterias de mi corazón. Come el fruto de la ignorancia y comparte conmigo el velo y la fragancia del moribundo.
Tú. Tu puño en mi pecho es más pesado que cualquier luto, más pesado que el Edén, más pesado que el pergamino del Torá…
El idioma en el que fui educado: habla en desesperación del sacerdocio.
Esto no fue pensado para púlpito, ni para que los hombres se lo cantaran o contaran a sus hijos. No es lo suficientemente hermoso.
Pero tal vez pueda sugerir una pasión. Quizás esa pasión fuera brillante y aclarara, hiciera más radiante, la Ley eterna.
Dejad a los jueces desesperar secretamente de justicia: sus veredictos serán más agudos. Dejad a los generales desesperar secretamente de triunfo: la matanza será difamada. Dejad a los sacerdotes desesperar secretamente de fe: sus compasiones serán verdad. Esta es la tensión…
Mis poemas y diccionarios fueron escritos en mi escritorio o en la cama. Dejadlos llorar estrepitosamente y que así vivan en tu mano. Dejad que sea purificado por su creación. Desafiadme con pureza.
Oh abate esos muros con música. Purga de mi carne la necesidad de dormir. Dame ojos para tu oscuridad.
Dame piernas para tu montaña. Déjame llegar hasta tu rostro con mi argumento. Y si no estuviese preparado, si fuera impuro, llévame primero a los desiertos llenos de chacales y lobos donde aprendiera que la gloria o la humildad sólo la arena las puede enseñar, y de las bestias la dirección de mi maldad.
No fue mi propósito deshonrar los pergaminos con mi lógica, ni a David con mis canciones. En mi trabajo pretendí amarte, pero mi voz se disipó en algún lugar ante tus infinitos dominios. Y cuando contemplaba asombrado tus ojos, las erizadas colinas de Judea intervinieron.
Jugué con la idea de que yo era el Mesías…
Vi a un hombre vaciar su ojo,
guardarlo en su puño
hasta que el cielo lactante
creció a su alrededor como un inmenso y amoroso
rostro.
Con rayos de luz
lo vi minar su muñeca
hasta que la sangre ocupó el resto del espacio
y se posó suavemente sobre el mundo
como la niebla de la mañana.
¿Quién resistiría semejantes fuegos artificiales?
Luché infatigable en Galilea.
En las ruinas de pirámides
y ladrillos sin paja
acabé con mi noble enemigo.
Destrocé su capa de estrellas.
Era un insulto para nuestra carne humana,
peor que las cicatrices.
Aunque pudimos haber hecho frente a su obra, someterla a una anotación…
Tú te rasgaste ante ellos
como los sueños de su viejo Dios.
Aplastaste tu cuerpo
como las tablas de la Ley.
Los arrojaste de los mostradores del templo.
Tu látigo en sus lomos
fue un principio de turbación.
Tus espinas en sus corazones
fue un fin para el amor.
Oh vuelve a nuestros libros.
Decora la Ley con comentario humano.
No invoques una muerte espectacular.
Hay tanto que explicar;
los milagros oscurecen tu belleza…
Dudando de todo lo que tuve que escribir. Mis diccionarios gimen de mentiras. De regreso al Génesis. Dudando del origen de cada palabra. ¿Qué santo varió un significado para ilustrar una parábola? Igual más allá del Génesis, hasta que dejé mi comunidad, como el hombre que daba demasiados pasos en Sabbath. Enfrentado a una desolación ni heroica ni bíblica, sin ninguna dramática bestia.
Los verdaderos desiertos están lejos de la tradición…
Las chimeneas humean. Las pequeñas sinagogas de madera están repletas de hombres. Quizás ellos tropiecen con mis libros de interpretación, útiles a cualquiera, pero no para mí.
El blanco mantel: más blanco cuando derramas el vino…
Desolación significa ningún ángel para luchar. Vi bailar a mis hermanos de Polonia. Ante el fuego final los oí cantar. No pude alejar mi ciencia ni mis experimentos con la blasfemia.
(En Praga su Golem dormía.)
Desolación significa ningún cuervo, ningún símbolo negro. El esqueleto de un perro corroñoso no puede hablar por ti. Los hornillos no tienen lengua. Las llamas golpeando los techos de piedra. Yo no puedo reclamar ese sonido.
Desolación significa ninguna comparación…
«Nuestras necesidades son tantas que no nos atrevemos a declararlas.»
Es doloroso recordar un intenso pasado, apreciar tu distancia desde lo alto de Belsen, hallar la paz con los números. Justamente levantarse cada mañana es conseguir un poco de paz.
Es algo por lo que abandonas distintas ciudades. Estoy contento de haber podido correr, de haber aprendido una docena de idiomas, de haberme librado del alistamiento con un engaño, de que las fronteras fueran sólo piedras en un camino vacío, de que conserve mi diario.
Dejadme rechazar soluciones, negarme a ser consolado…
Esta noche el cielo está resplandeciente. Caminos de nubes repitiéndose como las costillas de un enorme esqueleto.
Las lentas gaviotas parecen encarnar una condenada concepción de lo sublime mientras revolotean y se pierden en la oscuridad de la montaña. Dejando el corazón, abandonando el corazón hacia la Vía Láctea, brillante fila de borrachines hacia un dios físico…
A veces, cuando el cielo tiene este brillo, parece como si esforzándome pudiera detenerme fijamente en las negras colinas y regresar a las gaviotas. Parece como si nada estuviera perdido, nada olvidado. Los viejos tesoros brillantes todavía brillan en la arena bajo la almena desplomada; envuelto en un estandarte de estrellas un Dios - maestro flota por el firmamento como una cometa sin niño.
Nunca me veré libre de esta tiranía.
Una tradición se compone de fósiles de visiones. Debo resistir. Es como un río de basura a través de la ciudad: hermoso por el día y hermoso por la noche, pero inadecuado para el baño.
Había hermosas reglas: una manera de oír el trueno, alabar a un hombre sabio, mirar un arco iris, aprender la tragedia.
Todos en mi familia fueron sacerdotes, desde Aarón hasta mi padre. Fue un honor para mí cerrar los ojos de mi memorable maestro.
La oración hace de la palabra una ceremonia. Observar este ritual en ausencia de arcas, altares, un cielo atento: es una valiosa disciplina.
Me detengo mudo ante los árboles. Imagino la cicatriz en un millar de letras coronadas. Nunca me dejes hablar indiferente.
Inscripción para la caja de especias de la familia
Haz de mi cuerpo
un pomo para gusanos
y de mi alma
fragancia de clavos.
Deja que el podrido Sabbath
no legue perfume.
Guarda mi boca
de la palabra impura.
Lleva a tu sacerdote
de la tumba a la viña.
Acuéstalo
donde el aire sea dulce.
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