Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Cantar de los Cantares


El cantar de los cantares de Feernando Caballero Guimerá (España)


1
El Canto sublime, que es de Salomón

ELLA:

¡Que me bese
con los besos de su boca!
Tus amores son un vino exquisito,
suave es el olor de tus perfumes,
y tu nombre, ¡un bálsamo derramado!;
por eso, se enamoran de ti las jovencitas.
¡Llévame! Corramos tras de ti.
Llévame, oh Rey, a tu habitación
para que nos alegremos y regocijamos,
y celebremos, no el vino, sino tus caricias.
¿Cómo podrían no quererte?
Soy morena, pero bonita,
hijas de Jerusalén,
como las carpas de Quedar,
como las carpas de Salomón.
No se fijen en que estoy morena,
el sol fue el que me tostó.
Los hijos de mi madre, enojados contra mí,
me pusieron a cuidar las viñas.
Mi viña yo la había descuidado.
Dime, Amado de mi alma,
¿a dónde llevas a pastar tu rebaño,
dónde lo llevas a descansar a mediodía,
para que yo no ande como vagabunda
detrás de los rebaños de tus compañeros?

Coro:

¡Oh la más bella de las mujeres!,
si no estás consciente de quién eres,
sigue las huellas de las ovejas,
y lleva tus cabritas a pastar
junto a las tiendas de los pastores.

EL:

Como yegua uncida al carro de Faraón,
así eres a mis ojos, amada mía.
Tus mejillas se ven lindas con esos aros
y tu cuello entre los collares.
Te haremos aros de oro
con cuentas de plata.

EL y ELLA:

Mientras el Rey estaba en su aposento
se sentía el olor de mi perfume.
Mi amado es para mi bolsita de mirra
cuando reposa entre mis pechos.
Mi amado es para mí racimo de glicina
en las viñas de Engadí.
¡Oh mi amor, ¡qué bella eres.
qué bella eres con esos ojos de paloma!
Amado mío, ¡qué hermoso eres,
qué delicioso!
Nuestro lecho es sólo verdor.
Las vigas de nuestra casa son de cedro,
y su techo de ciprés.

2

Yo soy el narciso de Sarón
y el lirio de los valles.
Como lirio entre los cardos,
así es mi amada entre las jóvenes.
Como manzano entre los arbustos,
así es mi amado entre los jóvenes.
Estoy sentada a su sombra deseada
y su fruto me es dulce al paladar.
Me llevó a una bodega de vino:
su divisa de amor estaba encima de mí.
Pásenme pasteles de pasas.
Reanímenme con manzanas,
porque estoy enferma de amor.
Su izquierda se desliza bajo mi cabeza,
y su derecha me abraza.
Hijas de Jerusalén, yo les ruego
por las gacelas y las cabras del campo
que no despierten ni molesten al Amor
hasta cuando ella quiera.

ELLA:

¡La voz de mi amado!
Miren cómo viene saltando por los montes,
brincando por los cerros, mi amado,
como una gacela o un cabrito.
Ahora se detiene detrás de nuestra cerca,
y se pone a mirar por las ventanas,
a espiar por las rejas.
Mi amado empieza a hablar
y me dice:

EL:

Levántate, compañera mía,
hermosa mía,
y ven por acá, paloma mía.
Acaba de pasar el invierno,
y las lluvias ya han cesado y se han ido.
Han aparecido las flores en la tierra,
ha llegado el tiempo de las canciones,
se oye el arrullo de la tórtola
en nuestra tierra.
Las higueras echan sus brotes
y las viñas nuevas exhalan su olor.
Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven.
Paloma mía, que te escondes
en las grietas de las rocas,
en apartados riscos,
muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz,
porque tu voz es dulce
y amoroso tu semblante.

ELLA:

¡Que cacen a los zorros,
esos dañinos zorritos que destrozan las viñas,
pues las nuestras se encuentran en flor!
Mi amado es para mí,
y yo para mi amado;
lleva a su rebaño a pastar entre los lirios.
Antes que sople la brisa del día
y huyan las sombras,
amado mío, vuelve,
como la gacela o el cabrito,
por los montes de las balsameras.

ELLA:
3

Sobre mi lecho, por las noches,
yo buscaba al amado de mi alma.
Lo busqué y no lo hallé.
Me levantaré, pues,
y recorreré la ciudad.
Por las calles y las plazas
buscaré al amado de mi alma.
Lo busqué y no lo hallé.
Me encontraron los centinelas,
esos que andan de ronda por la ciudad.
¿Han visto a mi amado?
Apenas los había dejado
cuando encontré al amado de mi alma.
Lo abracé y no lo soltaré más
hasta que no lo haya hecho entrar
en la casa de mi madre,
en la pieza de la que me dio a luz.

EL:

Hijas de Jerusalén, yo les ruego,
por las gacelas y las cabras del campo,
que no despierten
y no se despierte el Amor
hasta cuando ella quiera.

Coro:

¿Quién es este que sube del desierto?
Parece ser una columna de humo
perfumado de mirra y de incienso
y de todos los aromas.
Es la litera de Salomón.
Sesenta guerreros la rodean,
los más valientes de Israel,
todos muy buenos para la espada,
hombres adiestrados para el combate.
Cada uno lleva su espada a la cintura
para que nadie los sorprenda de noche.
El rey Salomón se ha hecho una litera
de madera del Líbano.
Le hizo columnas de plata,
el enchapado de oro,
el asiento de púrpura;
el interior de ébano incrustado.
Salgan, hijas de Jerusalén.
y vean al rey Salomón con su corona,
con la corona que le colocó su madre
el día de sus bodas,
el día de su alegría.

EL:
4

¡Qué bella eres, amada mía,
qué bella eres!
Tus ojos son como palomas
detrás de tu velo.
Tus cabellos,
como un rebaño de cabras
que ondulan por las pendientes de Galaad.
Tus dientes, ovejas esquiladas
que acaban de bañarse,
cada una tiene su melliza
y ninguna la ha perdido.
Tus labios son una cinta roja,
y tu hablar es encantador.
Tus mejillas son las mitades de
una granada a través de tu velo.
Tu cuello es como la torre de David,
levantada para dominar;
de ella cuelgan mil escudos,
todos escudos de valientes.
Tus dos pechos, cervatillos coquetones,
mellizos de gacela.
Antes de que sople la brisa del día,
y se vayan las sombras,
me iré al monte de la mirra,
al cerro del incienso.
Eres toda hermosa, amada mía,
en ti no hay ningún defecto.
Ven del Líbano, novia mía,
ven hasta acá del Líbano,
deja lo alto del Amaná,
las cumbres del Samir y del Hermón,
moradas de leones,
guaridas de leopardos.
Me robaste el corazón,
hermana mía, novia mía,
me robaste el corazón
con una sola mirada tuya,
con una sola de las perlas de tu collar.
¡Qué amorosas son tus caricias,
hermana mía, novia mía!
¡Más delicioso es tu amor que el vino!
Y el olor de tus perfumes
supera a cualquier otro.
Los labios de mi novia
destilan pura miel;
debajo de tu lengua
se encuentra leche y miel,
y la fragancia de tus vestidos
es la de los bosques del Líbano.
Un jardín cercado es mi hermana,
mi novia, huerto cerrado
y manantial bien guardado,
Tu tierra regada da un jardín
de granadas
con abundancia de frutos exquisitos
y de hierbas aromáticas
nardo y azafrán,
clavo de olor y canela,
con todos los árboles de incienso,
mirra y áloe
con los mejores perfumes.
Fuente de los jardines,
manantial de aguas vivas,
corrientes que bajan del Líbano.


ELLA:

Soplen, vientos del norte
y del desierto,
soplen en mi huerto
para que se expandan sus aromas,
y así entre mi amado en su huerto
y coma de sus exquisitos frutos.


EL:
5


He entrado en mi huerto,
hermana mía, novia mía,
he tomado mi mirra con mi perfume,
he comido mi miel en su panal,
he bebido mi vino y mi leche.
Amigos, coman,
beban, compañeros, embriáguense.


ELLA:

Yo dormía,
pero mi corazón estaba despierto.
Oí la voz de mi amado que me llamaba:
«Ábreme, hermana mía, compañera mía,
paloma mía, preciosa mía;
que mi cabeza está cubierta de rocío,
y mis cabellos, de la humedad de la noche.»
Me quité la túnica,
¿tendré que ponérmela otra vez?
Me lavé los pies,
¿tendré que ensuciármelos de nuevo?
Mi amado metió la mano por la cerradura;
¡cómo se me estremeció el corazón!
Me levanté para abrir a mi amado,
y mis manos destilaron mirra,
corrió mirra de mis dedos
sobre el pestillo de la cerradura.
Abrí a mi amado,
pero mi amado ya se había ido.
¡Se me fue el alma tras de él!
Lo busqué y no lo hallé,
lo    llamé y no me respondió.
Me encontraron los centinelas
los que andan de ronda por la ciudad,
me golpearon y me hirieron.
Me quitaron mi chal,
los guardias de las murallas.
Hijas de Jerusalén, yo les ruego
por si encuentran a mi amado...
¿Qué le dirán?
Que estoy enferma de amor.


Coro:

Oh tú, la más bella de las mujeres,
¿qué distingue a tu amado de los otros?
¿Qué distingue a tu amado de los otros
para que así nos mandes?


ELLA:

Mi amado es vigorozo y buen mozo,
dintinguido entre mil.
Su cabeza brilla como el oro puro;
sus cabellos, como hojas de palma,
son negros como el cuervo.
Sus ojos, como palomas
junto a una fuente de agua,
que se bañan en leche,
posadas junto a un estanque;
sus mejillas,
plantaciones de balsameras,
cultivo de plantas olorosas.
Sus labios son lirios
que destilan mirra pura.
Sus manos son aros de oro
adornados con piedras de Tarsis.
Su vientre, marfil pulido,
cubierto de zafiros.
Sus piernas, columnas de mármol,
asentadas en basas de oro puro.
Su aspecto es como el Líbano,
majestuoso como los cedros.
Su hablar es lo más suave que hay
y toda su persona es un encanto.
Hijas de Jerusalén,
así es mi amado, así es mi amigo.


Coro:
6

¿Adónde se fue tu amado,
oh la más bella de las mujeres?
¿Adónde se dirigió tu amado,
para que lo busquemos contigo?


ELLA:

Mi amado bajó a su huerto,
donde se cultivan flores olorosas,
pastorea su rebaño en los jardines
y va a recoger lirios.
Yo soy para mi amado y él es para mí:
él pastorea entre los lirios.


EL:

Eres hermosa, amada mía, como Tirsá,
encantadora como Jerusalén,
imponente como tropas ordenadas.
Aparta de mí tus ojos,
porque me cautivan.
Tus cabellos son como rebaño de cabras
que ondulan por las pendientes de Galaad.
Tus dientes son como rebaño de ovejas
que acaban de bañarse,
cada una tiene su melliza
y ninguna y ninguna la ha perdido.
Tus mejillas,
son las mitades de una granada
detrás de tu velo.
Las reinas son sesenta,
ochenta las concubinas,
y las jóvenes son innumerables,
pero una sola es mi paloma,
mi toda perfecta.
Ella es la hija única de su madre,
la preferida de la que la engendró.
Las jóvenes que la ven la felicitan,
reinas y concubinas la alaban.


Coro:

¿Quién es esta que surge
como la aurora,
bella como la luna, brillante como el sol,
temible como un ejército?


EL:

Había bajado a los nogales
para ver las flores del valle,
por ver si la viña estaba brotando
y florecían los granados.
No sé cómo,
de repente se me ocurrió:
encabecé los carros de guerra
de mi pueblo.


Coro:
7

Vuelve, Sulamita, vuelve;
vuelve, vuelve para contemplarte.


EL:

¿Por qué miran a la Sulamita,
cuando entra con los coros en la danza?
Hija de príncipes,
qué graciosos son tus pasos
con esas sandalias.
La curva de tus caderas es un collar
hecho por manos de artistas.
Tu ombligo es un cántaro
donde no falta el vino con especias.
Tu vientre es como una pila de trigo,
tus dos pechos cervatillos coquetones
mellizos de gacela.
Tu cuello, como torre de marfil.
Tus ojos, las piscinas de Jesbón,
junto a la puerta de Bat-Rabím.
Tu nariz es la cumbre del Líbano,
centinela que mira hacia Damasco.
Tu cabeza se yergue: es el Carmelo,
tu cabellera tiene reflejos de púrpura;
un rey se halla preso en sus trenzas.
¡Qué bella eres, qué encantadora,
oh amor, en tus delicias!
Tu talle se parece a la palmera;
tus pechos, a los racimos.
Me dije: subiré a la palmera,
míos son esos racimos de dátiles.
¡Sean tus pechos como racimos de uvas
y tu aliento como perfume de manzanas!
¡Tus palabras sean
como vino generoso!


ELLA:

Vaya derecho hacia el amado
fluyendo de mis labios.
Yo soy para mi amado
y su deseo tiende hacia mí.
Amado mío, ven, salgamos al campo,
pasaremos la noche en los pueblos,
de mañana iremos a las viñas;
veremos si las parras han brotado,
si se abren las flores
y florecen los granados.
Allí te entregaré todo mi amor.
Las mandrágoras exhalan
su fragancia.
Mira a nuestras puertas
esos frutos exquisitos,
nuevos y añejos,
que guardaba para ti, amado mío.

ELLA:
8


¡Ah, si tú fueras hermano mío,
alimentado con el pecho de mi madre!
Te podría besar al encontrarte afuera
sin que me despreciaran.
Te llevaría a la casa de mi madre,
a la habitación de la que me concibió.
Te daría a beber vino fragante
y un licor hecho de granada.
Su izquierda se desliza bajo mi cabeza
y su derecha me abraza.


EL:

Hijas de Jerusalén, les ruego
que no despierten
ni se despierte el Amor
hasta que ella quiera.


Coro:

¿Quién es esa que sube del desierto
apoyada en su amado?


EL:

Debajo del manzano te desperté,
allí mismo donde te concibió tu madre,
donde te concibió la que te dio a luz.


ELLA:

Guárdame en tu corazón
como tu sello o tu joya,
siempre fija a tu muñeca.
porque es fuerte el amor como la muerte,
y la pasión, tenaz como el infierno;
sus flechas son dardos de fuego,
como llama de Yavé.
¿Quién apagará el amor?
No lo podrán las aguas embravecidas,
vengan los torrentes,
¡no lo ahogarán!
Si alguien quisiera comprar el amor
con todo lo que posee en su casa,
sólo conseguiría desprecio.
Tenemos una hermana pequeña,
todavía no tiene sus senos formados.
¿Qué haremos con nuestra hermana
cuando se trate de casarla?
Si es una muralla,
le construiremos defensas de plata;
si es una puerta,
la reforzaremos con barras de cedro.
Yo soy una muralla,
mis pechos son como torres.
Soy a sus ojos como quien ha hallado la paz.
Salomón tenía una viña en Baal-Amón,
la confió a unos cuidadores,
y cada uno le traía mil siclos de plata por sus frutos.
Mi viña es sólo para mí y yo no más la cuido.
Mil siclos para ti, Salomón,
doscientos para los guardianes.
¡Oh tú que habitas en los huertos!,
tus compañeros prestan oído a tu voz,
haz que yo también la pueda oír.
Huye, amado mío,
como gacela o como un cabrito
por los montes de las balsameras.

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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”