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Alexandra Alba (Venezuela) |
Mi juego favorito
de: Alexandra Alba
La felicidad es el anhelo por la repetición
Milan Kundera
Estaban los cuatro en un zephir del 78 color vino tinto y atravesaban carreteras que surcaban el llano impasible. En el asiento de adelante una mujer y un hombre, ambos de mediana edad, él conducía, ella callaba; atrás un niño de, tal vez, doce años, moreno y de cabello ondulado corto. Al lado del niño una muchacha que aún no cumplía los treinta años, nada memorable, sin atributos. Surcaban la sabana y el viento aleteaba entre las ventanas a medio bajar y sabían, conocían muy bien su destino.
Casi al legar al Vigía habría una colisión entre ellos y un camión Ford 350 que los llevaría a una muerte ineludible.
Abrió la puerta trasera del auto y entró, como la primera vez se acomodó en el asiento y saludó a sus acompañantes de viaje. Sonaba en la radio una canción de finales de los noventa de The Cardigans que rezaba I´m losing my baby… Losing my favourite game. La canción hacia un maridaje perfecto con las líneas que la velocidad dejaba trazadas en las ventanas. La muchacha preguntó, como la primera vez, si llegarían a tiempo a Mérida. Ella tenía que estar a las 3:00 en punto, tenía que llegar sí o sí.
El niño le contestó con impaciencia que no llegarían ¿por qué volvía sobre el mismo tema cada día? La muchacha sin atributos recordó y dijo ¿y no podemos hacer algo para evitarlo?
Ya lo hemos intentado todo y siempre sucede lo mismo a las 12:15. Ya lo sabe. ¿Por qué lo vuelve a decir, otra y otra vez, cada vez que se sube en el mismo maldito lugar? Dijo el niño. Ella no dijo nada, solo se quedó contemplando el rostro del niño, niño eterno, eterno niño que ya estaba harto de la misma escena. A fuerza de repetirse había perdido la lucidez propia de la infancia ¿si ya no era un infante, podría decirse que también en la eternidad pasaba el tiempo? ¿Aunque su cuerpo y su rostro fuesen el mismo siempre? ¿Es la eternidad un aro de tiempo estancado?
La mujer sin atributos no parecía tener memoria. Una memoria infiel, se puede decir, la hacía concebir esperanzas cada día. La hacía olvidar su destino. Sí, existe el destino y es una llaga que supura hasta el día que se cumple.
Las praderas salpicadas con vacas flacas y pacientes coronaban cada flanco del viejo auto, mientras la mujer sin atributos trataba de comprender como salir del auto. Se dirigió al conductor, quien alguna vez había sido su padre y le dijo:
—Déjeme aquí, por favor, no quiero seguir.
Impasible el hombre al volante la miro por el retrovisor y detuvo el auto. Ella se bajó, ahí en medio de la nada. Otra vez.
©Alexandra Alba
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