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Antonio Machado (Sevilla - España, 1875 - Colliure, Francia, 1939) |
CXXXVI
I
Nunca
perseguí la gloria
ni
dejar en la memoria
de
los hombres mi canción;
yo
amo los mundos sutiles,
ingrávidos
y gentiles
como
pompas de jabón.
Me
gusta verlos pintarse
de
sol y grana, volar
bajo
el cielo azul, temblar
súbitamente
y quebrarse.
II
¿Para
qué llamar caminos
a
los surcos del azar?...
Todo
el que camina anda,
como
Jesús, sobre el mar.
III
A
quien nos justifica nuestra desconfianza
llamamos
enemigo, ladrón de una esperanza.
Jamás
perdona el necio si ve la nuez vacía
que
dio a cascar al diente de la sabiduría.
IV
Nuestras
horas son minutos
cuando
esperamos saber,
y
siglos cuando sabemos
lo
que se puede aprender.
V
Ni
vale nada el fruto
cogido
sin sazón...
Ni
aunque te elogie un bruto
ha
de tener razón.
VI
De
lo que llaman los hombres
virtud,
justicia y bondad,
una
mitad es envidia,
y
la otra no es caridad.
VII
Yo
he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco
grajos mélicos y líricos marranos...
El
más truhán se lleva la mano al corazón,
y
el bruto más espeso se carga de razón.
VIII
En
preguntar lo que sabes
el
tiempo no has de perder...
Y
a preguntas sin respuesta
¿quién
te podrá responder?
IX
El
hombre, a quien el hambre de la rapiña acucia,
de
ingénita malicia y natural astucia,
formó
la inteligencia y acaparó la tierra.
¡Y
aún la verdad proclama I ¡Supremo ardid de guerra!
X
La
envidia de la virtud
hizo
a Caín criminal.
¡Gloria
a Caín! Hoy el vicio
es
lo que se envidia más.
XI
La
mano del piadoso nos quita siempre honor;
mas
nunca ofende al darnos su mano el lidiador.
Virtud
es fortaleza, ser bueno es ser valiente;
escudo,
espada y maza llevar bajo la frente;
porque
el valor honrado de todas armas viste:
no
sólo para, hiere, y más que aguarda, embiste.
Que
la piqueta arruine y el látigo flagele;
la
fragua ablande el hierro, la lima pula y gaste,
y
que el buril burile, y que el cincel cincele,
la
espada punce y hienda y el gran martillo aplaste.
XII
¡Ojos
que a la luz se abrieron
un
día para, después,
ciegos
tornar a la tierra,
hartos
de mirar sin ver!
XIII
Es
el mejor de los buenos
quien
sabe que en esta vida
todo
es cuestión de medida:
un
poco más, algo menos...
XIV
Virtud
es la alegría que alivia el corazón
más
grave y desarruga el ceño de Catón.
El
bueno es el que guarda, cual venta del camino,
para
el sediento el agua, para el borracho el vino.
XV
Cantad
conmigo en coro: Saber, nada sabemos,
de
arcano mar vinimos, a ignota mar iremos...
Y
entre los dos misterios está el enigma grave:
tres
arcas cierra una desconocida llave.
La
luz nada ilumina y el sabio nada enseña.
¿Qué
dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?
XVI
El
hombre es por natura la bestia paradójica,
un
animal absurdo que necesita lógica.
Creó
de nada un mundo y, su obra terminada,
“Ya
estoy en el secreto —se dijo—, todo es nada.
XVII
El
hombre sólo es rico en hipocresía.
En
sus diez mil disfraces para engañar confía;
y
con la doble llave que guarda su mansión
para
la ajena hace ganzúa de ladrón.
XVIII
¡Ah,
cuando yo era niño
soñaba
con los héroes de la Ilíada!
Áyax
era más fuerte que Diomedes.
Héctor,
más fuerte que Áyax,
y
Aquiles el más fuerte; porque era
el
más fuerte... ¡Inocencias de la infancia!
¡Ah,
cuando yo era niño
soñaba
con los héroes de la Ilíada!
XIX
El
casca-nueces-vacías,
Colón
de cien vanidades,
vive
de supercherías
que
vende como verdades.
XX
¡Teresa,
alma de fuego,
Juan
de la Cruz, espíritu de llama,
por
aquí hay mucho frío, padres, nuestros
corazoncitos
de Jesús se apagan!
XXI
Ayer
soñé que veía
a
Dios y que a Dios hablaba;
y
soñé que Dios me oía...
Después
soñé que soñaba.
XXII
Cosas
de hombres y mujeres,
los
amoríos de ayer,
casi
los tengo olvidados,
si
fueron alguna vez.
XXIII
No
extrañéis, dulces amigos,
que
esté mi frente arrugada:
yo
vivo en paz con los hombres
y
en guerra con mis entrañas.
XXIV
De
diez cabezas, nueve
embisten
y una piensa.
Nunca
extrañéis que un bruto
se
descuerne luchando por la idea.
XXV
Las
abejas de las flores
sacan
miel, y melodía
del
amor, los ruiseñores:
Dante
y yo —perdón, señores—,
trocamos
-perdón. Lucía-,
el
amor en Teología.
XXVI
Poned
sobre los campos
un
carbonero, un sabio y un poeta.
Veréis
cómo el poeta admira y calla,
el
sabio mira y piensa...
Seguramente,
el carbonero busca
las
moras o las setas.
Llevadlos
al teatro
y
sólo el carbonero no bosteza.
Quien
prefiere lo vivo a lo pintado
es
el hombre que piensa, canta o sueña.
El
carbonero tiene
llena
de fantasías la cabeza.
XXVII
¿Dónde
está la utilidad
de
nuestras utilidades ?
Volvamos
a la verdad:
vanidad
de vanidades.
XXVIII
Todo
hombre tiene dos
batallas
que pelear:
en
sueños lucha con Dios;
y
despierto, con el mar.
XXIX
Caminante,
son tus huellas
el
camino, y nada más;
caminante,
no hay camino.
se
hace camino al andar.
Al
andar se hace camino,
y
al volver la vista atrás
se
ve la senda que nunca
se
ha de volver a pisar.
Caminante,
no hay camino,
sino
estelas en la mar.
XXX
El
que espera desespera,
dice
la voz popular.
(Qué
verdad tan verdadera!
La
verdad es lo que es.
y
sigue siendo verdad
aunque
se piense al revés.
XXXI
Corazón,
ayer sonoro,
¿ya
no suena
tu
monedilla de oro?
Tu
alcancía,
antes
que el tiempo la rompa,
¿se
irá quedando vacía?
Confiemos
en
que no será verdad
nada
de lo que sabemos.
XXXII
¡Oh
fe del meditabundo!
¡Oh
fe después del pensar!
Sólo
si viene un corazón al mundo
rebosa
el vaso humano y se hincha el mar.
XXXIII
Soñé
a Dios como una fragua
de
fuego, que ablanda el hierro,
como
un forjador de espadas,
como
un bruñidor de aceros,
que
iba firmando en las hojas
de
luz: Libertad. - Imperio.
XXXIV
Yo
amo a Jesús, que nos dijo:
Cielo
y tierra pasarán.
Cuando
cielo y tierra pasen
mi
palabra quedará.
¿Cuál
fue, Jesús, tu palabra?
¿Amor?
¿Perdón? ¿Caridad?
Todas
tus palabras fueron
una
palabra: Velad.
XXXV
Hay
dos modos de conciencia:
una
es luz, y otra, paciencia.
Una
estriba en alumbrar
un
poquito el hondo mar;
otra,
en hacer penitencia
con
caña o red, y esperar
el
pez, como pescador.
Dime
tú: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia
de visionario
que
mira en el hondo acuario
peces
vivos,
fugitivos,
que
no se pueden pescar,
o
esa maldita faena
de
ir arrojando a la arena,
muertos,
los peces del mar?
XXXVI
Fe
empirista. Ni somos ni seremos.
Todo
nuestro vivir es emprestado.
Nada
trajimos; nada llevaremos.
XXXVII
¿Dices
que nada se crea?
No
te importe, con el barro
de
la tierra, haz una copa
para
que beba tu hermano.
XXXVIII
¿Dices
que nada se crea?
Alfarero,
a tus cacharros.
Haz
tu copa y no te importe
si
no puedes hacer barro.
XXXIX
Dicen
que el ave divina,
trocada
en pobre gallina,
por
obra de las tijeras
de
aquel sabio profesor
(fue
Kant un esquilador
de
las aves altaneras;
toda
su filosofía,
un
sport de cetrería),
dicen
que quiere saltar
las
tapias del corralón,
y
volar
otra
vez, hacia Platón.
¡Hurral
¡Sea!
¡Feliz
será quien lo vea!
XL
Sí,
cada uno y todos sobre la tierra iguales:
el
ómnibus que arrastran dos pencos matalones,
por
el camino, a tumbos, hacia las estaciones,
el
ómnibus completo de viajeros banales,
y
en medio un hombre mudo, hipocondriaco, austero,
a
quien se cuentan cosas y a quien se ofrece vino...
Y
allá, cuando se llegue, ¿descenderá un viajero
no
más ? ¿O habránse todos quedado en el camino?
XLI
Bueno
es saber que los vasos
nos
sirven para beber;
lo
malo es que no sabemos
para
qué sirve la sed.
XLII
¿Dices
que nada se pierde?
Si
esta copa de cristal
se
me rompe, nunca en ella
beberé,
nunca jamás.
XLIII
Dices
que nada se pierde
y
acaso dices verdad,
pero
todo lo perdemos
y
todo nos perderá.
XLIV
Todo
pasa y todo queda,
pero
lo nuestro es pasar,
pasar
haciendo caminos,
caminos
sobre la mar.
XLV
Morir...
¿Caer como gota
de
mar en el mar inmenso?
¿O
ser lo que nunca he sido:
uno,
sin sombra y sin sueño,
un
solitario que avanza
sin
camino y sin espejo ?
XLVI
Anoche
soñé que oía
a
Dios, gritándome: ¡Alerta!
Luego
era Dios quien dormía,
y
yo gritaba: ¡Despierta!
XLVII
Cuatro
cosas tiene el hombre
que
no sirven en la mar:
ancla,
gobernalle y remos,
y
miedo de naufragar.
XLVIII
Mirando
mi calavera
un
nuevo Hamlet dirá:
He
aquí un lindo fósil de una
careta
de carnaval.
XLIX
Ya
noto, al paso que me torno viejo,
que
en el inmenso espejo,
donde
orgulloso me miraba un día,
era
el azogue lo que yo ponía.
Al
espejo del fondo de mi casa
una
mano fatal
va
rayendo el azogue, y todo pasa
por
él como la luz por el cristal.
L
—Nuestro
español bosteza.
¿Es
hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
Doctor,
¿tendrá el estómago vacío?
-El
vacío es más bien en la cabeza.
LI
Luz
del alma, luz divina,
faro,
antorcha, estrella, sol...
Un
hombre a tientas camina;
lleva
a la espalda un farol.
LII
Discutiendo
están dos mozos
si
a la fiesta del lugar
irán
por la carretera
o
campo traviesa irán.
Discutiendo
y disputando
empiezan
a pelear.
Ya
con las trancas de pino
furiosos
golpes se dan;
ya
se tiran de las barbas,
ya
se las quieren pelar.
Ha
pasado un carretero,
que
va cantando un cantar:
“Romero,
para ir a Roma,
lo
que importa es caminar;
a
Roma por todas partes,
por
todas partes se va.”
LIII
Ya
hay un español que quiere
vivir
y a vivir empieza,
entre
una España que muere
y
otra España que bosteza.
Españolito
que vienes
al
mundo, te guarde Dios.
Una
de las dos Españas
ha
de helarte el corazón.
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