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Elizabeth Bishop (USA, 1911 - 1979) |
POEMAS DE "UNA FRÍA PRIMAVERA"
De. Elizabeth Bishop
(1955)
(Traducción: D. Sam Abrams - Joan Margarit - Ulalume González de León)
UNA FRÍA PRIMAVERA
Para Jane Dewey, Maryland
Nada es tan bello como la primavera.-Hopkins
Una fría primavera:
la violeta era una imperfección en el césped.
A lo largo de dos o más semanas vacilaron los árboles:
las pequeñas hojas esperaban,
apuntando con cuidado sus características.
Finalmente, un grave polvo verde
se posó en tus grandes colinas anodinas.
Un día, en una fría, blanca explosión de sol,
en la ladera de una de ellas nació un ternero.
La madre se detuvo entre mugidos
y pasó, tras el parto, largo tiempo comiendo la placenta,
un miserable forraje, pero el ternero, rápido, se alzó
y parecía inclinado a sentirse contento.
El día siguiente
fue más cálido.
Por todas partes en el bosque surgieron arbustos de un blanco verdoso,
cada pétalo quemado, en apariencia, por la punta de un cigarrillo,
y el borroso y rojo capullo estaba tieso,
sin moverse a su lado, pero más como un movimiento
que como algún color reconocible.
Cuatro ciervos practicaban el salto sobre tus vallas.
Las infantiles hojas se mecían en el enjuto roble.
Los cantos de los gorriones tenían cuerda hasta el verano,
y en el arce se incorporaba el cardenal,
chasqueaba un látigo, y aquello que dormía despertaba
extendiendo miles de verdes ramas desde el sur.
Blanqueaban en su cápsula las lilas,
y caía un día como nieve.
Ahora, al atardecer,
viene una luna nueva.
Las colinas se vuelven más suaves.
Manojos de hierbas muestran
donde hubo una bosta de vaca.
Se oye la rana gigante,
fuertes pulgares rascando flojas cuerdas.
Bajo la luz, contra tu blanca puerta frontal,
las más pequeñas mariposas nocturnas, como abanicos chinos,
se agarran entre ellas, plata y plata dorada
sobre el pálido amarillo, naranja o gris.
Ahora, desde la espesa hierba, las luciérnagas comienzas a elevarse:
hacia arriba, hacia abajo después, después de nuevo arriba:
iluminando el ascendente vuelo,
amontonándose a la vez a la misma altura,
igual que las burbujas del champagne.
Más tarde llegarán a su punto más alto.
Y tu sombrío pasto ofrecerá
estos particulares, brillantes tributos
cada anochecer a lo largo del verano.
UN SUEÑO DE VERANO
Al hundido embarcadero
pocos barcos podían llegar.
La población se componía
de dos gigantes, un idiota, una enana,
un amable tendero
soñoliento detrás de su mostrador,
y nuestra amable patronazgo-la enana era su modista.
Al idiota podía seducírsele
cogiendo unas moras,
pero después las tiraba.
La encogida costurera sonreía.
Junto al mar,
azul igual que una caballa,
nuestra casa de huéspedes estaba manchada
como si hubiese estado llorando.
Extraordinarios geranios
tapaban las ventanas,
los suelos brillaban
con variados linóleums.
Cada noche esperábamos oír
la lechuza cornuda.
Iluminado por la llama en forma de cuerno de lámpara,
el papel que cubría las paredes brillaba.
El gigante tartamudo
que era el hijo de la patrona
refunfuñaba en los peldaños
sobre una vieja gramática.
Estaba malhumorado,
pero ella era alegre.
El dormitorio estaba frío,
la cama de plumas cerca.
Nos despertó en la oscuridad
el sonámbulo arroyo
junto al mar,
y el sueño era audible todavía.
EN LOS ALMACENES DE PESCADO
Aun siendo un frío ocaso,
allá abajo, en una de las piscifactorías,
un viejo estaba sentado, cosiendo su red
con su usada y pulida lanzadora
en la luz crepuscular, casi invisible,
de un oscuro castaño violáceo.
Hay en el aire un olor tan fuerte a bacalao
que hace moquear y lagrimear.
Los cinco almacenes de pescado tienen tejados puntiagudos y pendientes
y estrechas y rugosas pasarelas para que no resbalen,
al subir y bajar, las carretillas de los desvanes bajo la cubierta.
Todo es de plata: la pesada superficie del mar,
hinchándose con lentitud como si pensara desbordarse,
es opaca, pero la plata de los bancos,
de las nansas para las langostas y de los mástiles, todo ello extendido
entre las salvajes y afiladas rocas,
tiene un aspecto aparentemente traslúcido,
como las bajas, viejas construcciones con un musgo esmeralda
que ha crecido en los muros del lado de la orilla.
Los grandes cubos de pescado están completamente recubiertos
de capas de hermosas escamas de arenques,
y las carretillas tienen un enlucido semejante
hecho con esta cremosa, iridiscente cota de malla
con pequeñas, iridiscentes moscas arrastrándose por encima.
Sobre la leve cuesta detrás de las casas,
puesto en una escasa y luminosa extensión de hierba
hay un antiguo cabrestante de madera agrietada,
con las dos manivelas despintadas
y manchas melancólicas, como de sangre seca,
allí donde el hierro se ha oxidado.
El viejo acepta un Lucky Strike.
Fue amigo de mi abuelo.
Hablamos del declinar de la población,
del bacalao y del arenque,
mientras espera la llegada del bote del arenque.
Hay lentejuelas en su pulgar y en su chaleco.
Ha raspado la principal belleza, las escamas
de innumerables peces con este viejo y negro cuchillo
cuyo filo está gastado casi por completo.
Abajo, junto al agua, en el lugar
donde se hallan las barcas, sobre la larga rampa
que desciende hasta el agua, los delgados y plateados
troncos están puestos horizontales
al través de la piedra gris,
pendiente abajo, a intervalos de cuatro o cinco pies.
Fría y profunda oscuridad, absolutamente clara,
un elemento no soportable por mortal alguno,
ni siquiera por los peces o las focas... Una foca, una en particular,
la he visto aquí tarde tras tarde.
Sentía curiosidad por mí. Estaba interesada en la música:
como yo, creía en la inmersión total,
tanto que yo solía cantarle himnos baptistas.
También le cantaba
“Mi Dios es una poderosa fortaleza”.
Estaba sobre el agua y no dejaba de mirarme
moviendo un poco su cabeza.
Más tarde desaparecía, y de pronto emergía,
casi en el mismo sitio, con una especie de alzamiento de hombros,
como si lo que ocurría fuese en contra de su mayor sensatez.
Fría, profunda, oscura y absolutamente clara,
el agua clara, helada y gris... Detrás, a nuestra espalda,
comienzan los solemnes abetos.
Azulados, unidos a sus sombras,
un millón de árboles de Navidad están esperando
a que llegue la Navidad. El agua parece suspendida
sobre las redondeadas piedras grises, de un gris azulado.
Yo había visto, una y otra vez, el mismo mar, el mismo,
balanceándose ligeramente con indiferencia sobre las piedras,
gélidamente libre sobre las piedras,
sobre las piedras y también sobre el mundo.
Si sumergieras dentro de él tu mano,
inmediatamente te dolería la muñeca,
empezarían a dolerte los huesos, y la mano te quemaría
como si el agua se transmutase en fuego
que se alimentara de piedras consumiéndose con una llama gris oscuro.
Si lo probaras, primero te sabría amargo,
después como salmuera, y al final quemaría tu lengua.
Es como imaginamos que es el conocimiento:
oscuro, salado, claro, móvil, completamente libre,
sorbido de la fría, dura boca
del mundo, derivado para siempre de su pecho rocoso
entrando y retirándose, y, puesto que
nuestro conocimiento es histórico, entrando y fluyendo.
VISTA DEL CAPITOLIO
DESDE LA BIBLIOTECA DEL CONGRESO
Moviéndose desde la izquierda hacia la izquierda,
la luz en la Cúpula es pesada y vulgar.
Una pequeña luneta la vuelve hacia un lado
y mira en blanco con fijeza hacia ese lado,
como un gran caballo viejo y tuerto.
En las escaleras del este la Banda de la Fuerza Aérea,
en azules uniformes de la Fuerza Aérea,
está tocando fuerte y ruidoso, pero -es extraño-
no alcanza a llegar toda la música.
Viene a golpes, débil primero, entusiasta después,
y después muda, y no hay brisa todavía.
Los gigantes árboles se interponen.
Pienso que los árboles deben tener algo que ver,
cogiendo entre sus hojas a la música
como polvo de oro, hasta que cada una de las grandes hojas cede.
Sin cesar, las pequeñas banderas
dan a comer al aire sus flojas rayas,
y los esfuerzos de la banda se desvanecen.
Grandes sombras se retiran a un lado
para dejar espacio a la música.
Todos a la vez, los metales quieren hacer
el bum – bum.
La luna, en el espejo del tocador,
mira a un millón de millas
(y tal vez, con orgullo, hacia sí misma,
pero nunca, nunca sonríe)
de distancia, más allá del sueño, o
tal vez duerma de día.
Por el Universo desertado
le diría ella que se fuera al infierno,
y encontraría un cuerpo de agua
o un espejo en el cual habitar.
Envuelve entonces tu inquietud en telarañas
y arrójala al pozo
a ese mundo invertido
donde la izquierda es siempre la derecha,
donde las sombras son realmente el cuerpo,
donde pasamos en vela las noches
y los cielos son tan poco profundos
como profundo es ahora
el mar, y tú me amas.
CALLE VARICK
De noche las fábricas
luchan despiertas:
miserables, preocupados edificios
con tuberías por venas
intentan hacer su trabajo.
Prueban a respirar,
las extendidas ventanas de la nariz
con púas por pelos
despiden, sin embargo, tantos hedores.
Y yo debo venderte, venderte,
venderte desde luego, querida, y tú me venderás a mí.
Sobre ciertos suelos,
ciertas sorpresas.
Pálida, sucia luz,
algún iceberg capturado
al que se le impide derretirse.
Mira las lunas mecánicas,
enfermas, hechas
para crecer y menguar
por instigación de alguien.
Y yo debo venderte, venderte,
venderte desde luego, querida, y tú me venderás a mí.
La música amorosa de las luces
continúa trabajando. Las prensas
imprimen calendarios,
supongo; las lunas hacen medicinas
o dulces. Nuestra cama
elude el hollín,
y los desgraciados olores
nos mantienen cerca.
Y yo debo venderte, venderte,
venderte desde luego, querida, y tú me venderás a mí.
DISCUSIÓN
Días que no pueden acercarte,
o que no quieren,
Distancia
intentando aparecer
algo más que obstinada,
discutir discutir discutir conmigo
interminablemente
sin que resultes ni menos deseada ni menos amada.
Distancia:
¿recordar toda aquella tierra
bajo el avión;
aquella línea de la costa,
de anchas playas de arena con poca luz
alargándose sin poderlas distinguir
todo el trayecto,
todo el trayecto hacia donde terminan mis razones?
Días: y pienso
en todo este discordante montón de instrumentos,
uno por cada hecho,
una experiencia cancelando a otra;
cuánto se parecían
a algún horrible calendario
”Saludos de Nunca & Para Siempre, S.A.”.
El son intimidatorio
de estas voces
que hemos de descubrir por separado
puede y debe ser vencido:
Días y Distancia desconcertados de nuevo
y que ya han huido
para siempre desde el amable campo de batalla.
INVITACIÓN A MIS MARIANNE MOORE
Desde Brooklyn, por encima del puente
de Brooklyn, en la mañana espléndida,
….por favor ven volando.
En una nube de substancias químicas,
ardientes y pálidas,
….por favor ven volando
Al rápido redoble de miles de tambores
pequeños, azules,
que bajan desde el cielo aborregado
por las graderías resplandecientes
de las aguas del puerto,
….por favor ven volando.
Silbatos, gallardetes y humo estallan. Las naves
se hacen señales cordiales con multitud de banderas
que se elevan y se abaten sobre la bahía como pájaros.
Entran en escena dos ríos: graciosamente,
portan diáfanas, pequeñas, innumerables aguamares
en centros de cristal de roca sobrecargados de cadenas de plata.
Será un vuelo seguro. Que haya buen tiempo
es asunto arreglado. Las olas
corren en verso esta espléndida mañana.
….Por favor ven volando.
Ven: con zapatos negros que despidan
por las puntas, afiladas un destello de zafiro;
con una capa negra de alas de mariposas
y de ocurrencias; con sabe Dios
cuántos ángeles montados en la negra
y ancha ala de tu sombrero.
….Por favor ven volando.
Trae contigo un ábaco, musical, inaudible,
y un ligeramente reprobatorio entrecejo
y unas cintas azules.
….Por favor ven volando.
Hechos y rascacielos relumbran en la marea;
Manhattan, esta espléndida mañana,
está empapada en buenos principios. Entonces,
….por favor ven volando.
Montada en el cielo con innato heroísmo,
por encima de los accidentes y las películas inmorales,
por encima de los taxis y las injusticias de toda especie,
mientras soplan los cuernos en tus lindos oídos
que simultáneamente escuchan una suave,
no inventada música apta para almizcleros,
….por favor ven volando.
Tú, por quien se comportan los más rígidos museos
con igual cortesía que el gasta-reverencias
ave-macho; a quien esperan los afables
leones que descansan sobre la escalinata
de la Biblioteca Pública, ansiosos
por saltar y seguirte puertas adentro
hasta la sala de lectura,
….por favor ven volando.
Con dinastías de construcciones en negativo
que se vayan tornando ininteligibles
y caigan muertas a tu alrededor;
con una gramática que de improviso vire y brille
como el plumón de las aguanieves en pleno vuelo,
….por favor ven volando.
Ven como una luz por el cielo blanco
y aborregado, como un diurno
cometa provisto de una larga,
no nebulosa cola de palabras;
desde Brooklyn, por encima del Puente
de Brooklyn, en la mañana espléndida
….por favor ven volando.
EL LAVADO
Las sosegadas explosiones sobre las rocas,
los líquenes,
crecen extendiéndose en grises conmociones concéntricas.
Se han organizado
para coincidir con los anillos en torno de la luna,
aunque en nuestras memorias no han cambiado.
Desde que sabemos que los cielos nos atenderán
durante tanto tiempo,
has sido, amada amiga,
precipitada y pragmática;
y mira lo que ocurre. Para el Tiempo
nada es si no es adaptable.
Las estrellas fugaces ¿han acudido
en brillante formación a tus negros cabellos negros,
tan lacios, tan temprano?
–Ven, déjame lavártelos
en esta gran palangana de latón
batida y clara como la luna.
Por favor, quisiera conocer el título de un poema de E B. que comienza "Sobre rojas calles arenosas, por hileras de arces de azúcar"
ResponderEliminarEstimado, gracias por acercarte a este rincón. Revisando mis archivos de textos, encontré este poema, titulado el Alce, es de una gran belleza el texto ya que presenta a una Elizabeth Bishop en una ficción como toda su poesía. Ella tenía esa magia: La ficción. Aquí te dejo el link del poema para que lo disfrutes, hasta la vista. https://gilberap.blogspot.com/p/poema-el-alce-de-elizabeth-bishop.html
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