Autor: Alberto Salcedo Ramos
La historia me la contó Julián
Lineros, reportero gráfico que ha cubierto muchos sucesos del conflicto armado
en Colombia. A un pueblo del Putumayo llamado Piñufla Negra, reconocido fortín
del grupo guerrillero las FARC, llegaron en cierta ocasión varios convoyes de
soldados regulares con el propósito de erradicar a los insurgentes. Los
soldados, según Lineros, se apostaron en varios puntos estratégicos para
protegerse del fuego contrario. Los guerrilleros estaban escondidos y lo único
de ellos que se percibía en el pueblo era el tableteo de sus ametralladoras.
Los soldados demoraron cerca de dos horas disparando impetuosamente contra
aquel enemigo invisible. Poco a poco empezaron a notar que las balas de la
guerrilla se iban silenciando, hasta que se callaron del todo. «O los matamos» concluyó
el comandante, «o los hicimos huir».
Después de tomar las
precauciones del caso salieron de sus barricadas para otear el panorama. Lo que
descubrieron entonces los dejó pasmados: los guerrilleros habían estado en el
pueblo ese mismo día, pero se marcharon, al parecer, cuando sintieron llegar a
los soldados regulares. Eso sí: antes de irse colocaron en varios radiolas del
pueblo discos compactos que contenían disparos pregrabados
El Ejército, como es apenas
obvio, mantuvo en secreto aquella heroica batalla suya contra un escuadrón de
CD's. lo que confirma la sentencia de Manuel Alcántara, el poeta andaluz: «Lo curioso
no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra». Una función importante
de la crónica es impedir, justamente, que la borren o que pretendan escribirla
siempre en pergaminos atildados en los que no hay espacio ni para la derrota ni
para el ridículo.
Lo que me gusta de esta
historia no es su rareza circense, sino la promesa que me regala: la realidad
está llena de sucesos que merecen ser contados y, por tanto, voy a pasarla bien
mientras siga siendo cronista. Porque como bien lo dice Leila Guerriero, mi
admirada amiga y colega argentina, la realidad, vista por los ojos de los
buenos cronistas, «es tan fantástica como la ficción».
Mi Nirvana no empieza donde hay
una noticia sino una historia que me conmueve o me asombra. Una historia que,
por ejemplo, me permite narrar lo particular para interpretar lo universal. O
que me sirve para mostrar los conflictos del ser humano. Sigo al pie de la
letra un viejo consejo de Hemingway: «Escribe sobre lo que conoces». Eso quiere
decir, sobre lo que me habita, sobre lo que me pertenece. Aunque el tema
carezca de atractivo mediático, si creo en él lo asumo hasta sus últimas
consecuencias.
Me sentí especialmente
orgulloso de mi oficio el día que leí esta declaración del escritor rumano
Mircea Eliade: «En los campos de concentración rusos los prisioneros que tenían
la suerte de contar con un narrador de historias en su barracón han sobrevivido
en mayor número. Escuchar historias les ayudó a atravesar el infierno».
Los contadores de historia
también buscamos, a nuestro modo, atravesar el infierno. Flaubert lo dijo
hermosamente en una de sus cartas: un escritor se aferra a su obra como a una
roca, para no desaparecer bajo las olas del mundo que lo rodea.
Texto publicado en el
periódico El Heraldo el 9 de marzo de 2010.
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