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Jorge Gordillo (San Cristóbal, Venezuela) |
La habitación alquilada
Entre los itinerarios y repeticiones de la soledad,
en el cruce de la correspondencia de los efímeros,
queda mi habitación alquilada,
una habitación de una casa escondida.
La habitación fue escogida,
el inquilino fue el habitado.
Tiene ventana que no abro:
por no mostrarme una playa.
Hay frío que calienta.
Baño y cocina que se esperan.
Puertas que siempre están abiertas.
Hay otros inquilinos:
los que sí pueden hacer ruido,
los que no pagan lo mismo.
No todo el tiempo están, pero cuando están,
se cortan el cuello y yo soy el que sangro.
Aquí las horas, las intenciones,
los intentos y las distracciones.
Las horas, las perdidas, parecen recuperables.
La noche, la inminente, llega y desconsuela.
Mis dedos al borde de la cama, y en el horizonte,
la ventana, la cerrada, que no tiene cristal, sino madera.
Me quiero en la casa escondida,
pero la casa no se cree casa
sino acera por la que otros pasan.
Quiero creer que las otras habitaciones me reclaman,
que las otras ventanas sí están abiertas.
Al final, o mientras tanto,
una casa escondida es cuestión de días,
y yo sé que soy siempre el que se queda:
el que se queda afuera,
el que se tiene que ir,
porque no es de aquí y dejó de ser de donde vino.
Lo que se va, allá se queda;
lo que se queda, luego se va.
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