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Louise Glück (Nueva York, 1943) |
EL IRIS SALVAJE
Traducción: Eduardo Chirinos
EL IRIS SALVAJE
Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.
Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.
Terrible sobrevivir
como conciencia
sepultada en tierra oscura.
Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.
Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podrías volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:
del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celestes aguamarina.
MAITINES
El sol brilla; al lado del buzón las hojas
de un partido abedul, dobladas como aletas.
Debajo, los tallos huecos de los narcisos blancos.
Alas de Hielo, Cantatriz; oscuras
hojas de la violeta salvaje. Dice Noah
los depresivos odian la primavera, el desajuste
entre el mundo interior y el exterior.
Yo presento otro caso. Ser depresiva, si,
pero en un sentido pasional, ligada al árbol vivo,
mi cuerpo
plenamente enroscado en su tronco, casi en paz,
bajo la lluvia vespertina,
casi capaz de sentir
el ascenso espumoso de su savia: dice Noah
ése es el error de los depresivos, identificarse
con un árbol mientras el corazón alegre
vaga por el jardín como una hoja que cae, como una
imagen de la parte, no de la totalidad.
MAITINES
Inalcanzable, padre, cuando fuimos expulsados
por primera vez del paraíso, construiste
una réplica, un lugar en cierto modo
diferente, destinado a ofrecer
una lección; por lo demás
era el mismo: belleza en ambos lados,
belleza sin alternativa. Salvo que nunca
supimos cuál era esa lección. Abandonados,
nos hartamos unos de otros. Siguieron
años de tinieblas; nos turnamos
para trabajar en el jardín, las primeras
lágrimas colmaron nuestros ojos
como la tierra nublada con pétalos, algunos
de un rojo muy oscuro, algunos color carne.
Nunca pensamos en ti
a quien todos aprendimos a adorar. Simplemente
supimos que no es propio de la naturaleza humana
amar sólo aquello que nos devuelve amor.
TRILLIUM
Cuando me desperté me hallaba en un bosque. Lo oscuro
parecía natural, el cielo a través de los pinos
colmado de tantas luces.
No sabía nada; nada podía hacer sino mirar.
Y mientras miraba, todas las luces del cielo
se desvanecieron hasta ser una sola cosa, una llama
que ardía entre abetos helados.
Después fue imposible mirar el cielo
sin ser destruida.
¿Hay almas que necesitan la presencia
de la muerte, como yo de protección?
Pienso que si hablo suficiente
podré contestar esa pregunta. Y veré
lo que ellos ven: una escalera
alzándose entre los abetos, cualquier cosa
que los llame a intercambiar sus vidas.
Creo entenderlo.
Desperté ignorante en un bosque;
hace apenas un momento desconocía mi voz,
si me dieran alguna
estaría tan llena de dolor, mis frases
se ensartarían todas juntas, como gritos.
Ni siquiera supe si sentí dolor
hasta que vino la palabra, hasta
que sentí la lluvia
fluyendo desde mí.
LAMIUM
Así se vive cuando tienes un corazón helado.
Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,
bajo las copas inmensas de los arces.
El sol apenas me alcanza.
A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo
lejos.
Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.
Siento su brillo entre las hojas, vacilante,
como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.
No todos necesitan de la luz
en igual medida. Algunos
creamos nuestra propia luz: una hoja plateada
como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata
poco profundo bajo la oscuridad de los arces.
Pero esto ya lo sabes.
Tú y aquellos que piensan
que viven por la verdad, y en consecuencia,
aman todo lo que es frío.
CAMPANILLA DE INVIERNO
¿Sabéis quién era yo, cómo vivía? Sabéis
de la desesperanza, el invierno
debería tener significado para vosotros.
No esperaba sobrevivir,
la tierra me asfixiaba. Jamás esperé
despertar de nuevo, sentir
en la húmeda tierra mi cuerpo
capaz de responder otra vez, recordando
después de tanto tiempo cómo abrirme
de nuevo en la fría luz
de la temprana primavera:
asustada, sí, pero de nuevo entre vosotros;
llorando, sí, me arriesgo a la alegría
en el áspero viento del nuevo mundo.
MAÑANA CLARA
Os he mirado suficiente,
ahora puedo hablaros como quiera.
Me he sometido a vuestros deseos, observando
con paciencia lo que amáis, hablando
a través de otras vías, en detalles
terrestres, como lo preferís vosotros;
zarcillos
de la enredadera azul, el brillo
del temprano atardecer.
Jamás aceptaréis una voz
como la mía, indiferente a los objetos
que tan prestamente reclaman
vuestras bocas,
pequeños círculos de miedo.
Todo este tiempo
disculpé vuestras limitaciones, pensando
que tarde o temprano las dejaríais de lado, pensando
que la materia no absorbería jamás vuestra mirada:
estorbo de la enredadera que dibuja
flores azules en la ventana del portal.
No puedo continuar
limitándome a imágenes
porque os creáis con derecho
a discutir mis intenciones:
ahora estoy preparada
para imponer claridad sobre vosotros.
NIEVE DE PRIMAVERA
Mira el cielo nocturno:
en mi poseo dos personas, dos clases de poder.
Estoy aquí contigo, en la ventana,
observando tu reacción. Ayer
la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.
Hoy la tierra brilla igual que la luna,
como materia muerta, encontrada de luz.
Ahora puedes ya cerrar los ojos.
He escuchado tus llantos, también
los llantos anteriores a los tuyos,
y he sido sensible a sus demandas.
Te mostré lo que querías:
no la convicción sino el sometimiento
a la autoridad, que descansa en la violencia.
FINAL DE INVIERNO
Sobre el mundo quieto, un ave llama,
solitaria despierta en el negro ramaje.
Quisisteis nacer; os dejé nacer.
¿Cuándo se ha interpuesto mi dolor
en el camino de vuestro placer?
Hudiéndoos más allá
en la oscuridad y la luz al mismo tiempo
ávido de sensaciones
queriendo expresaros
como si fueseis algo nuevo,
todo fulgor, todo vivacidad
sin pensar nunca
que nada de esto os costaría,
sin imaginar nunca el sonido de mi voz
como algo que no fuera parte de vosotros;
en el otro mundo jamás lo escucharéis,
con claridad alguna,
ni en la llamada del ave ni en el humano frito,
nunca el sonido claro, solo
un eco persistente
en cualquier sonido que signifique adiós, adiós;
la única línea continua
que nos mantiene atados.
MAITINES
Perdóname si digo que te amo: a los poderosos
se les engaña siempre, los débiles
son siempre manejados por el miedo. No puedo amar
lo que no puedo concebir, y tú no revelas
virtualmente nada: ¿acaso te asemejas al espino,
siempre la misma cosa en el mismo lugar,
o a la dedalera inconsciente, que brota primero
como espiga rosada en la ladera, junto a las margaritas,
y al año siguiente es púrpura en el rosedal? Ya ves
lo inútil que es este silencio que promueve en nosotros
la creencia
en que tú puedes ser todas las cosas , la dedalera y el
espino, la vulnerable
rosa, la terca margarita; nada nos queda sino pensar
que no podrías existir . ¿Es eso lo que quieres
que pensemos?, ¿lo que explica el silencio esta mañana,
los grillos cuyas alas no se frotan, los gatos
que en el patio no pelean?
MAITINES
Octubre contigo que eres como los abedules:
no debo hablarte
de modo personal. Muchas
cosas han pasado entre nosotros. ¿O
sólo me ocurrieron a mí? Me
siento culpable, culpable, te pedí
humanidad; no soy más menesterosa
que los otros. Pero la ausencia
de todo sentimiento, de la menor
preocupación por mí… También podría
dirigirme a los abedules
como en mi vida anterior: dejemos
que lo hagan del peor modo, déjale
que me entierren con los románticos,
que sus hojas amarillas y afiladas
caigan sobre mí
y me cubran.
ESCILA
No yo, tonta, no yo sino nosotras, nosotras: olas
azules y celestes como
una crítica al cielo: ¿por qué
atesoras tu voz
si ser algo es lo que sigue
a no ser nada?
¿por qué alzas los ojos?, ¿para oír
algo así como un eco de la voz
de dios? Sois todos iguales:
solitarios, de pie sobre nosotras, planificando
vuestra vidas absurdas: vais
donde se os manda, como todas las cosas,
donde el viento os plante, unos y otros
mirando siempre
hacia abajo, viendo alguna imagen
del agua y escuchando qué: olas,
y sobre las olas, pájaros cantando.
VIENTO EN RETIRADA
Cuando os hice os amé.
Ahora me dais lástima.
Os di todo aquello que necesitabais:
lechos de tierra, mantas de aire azul;
Cuanto más me alejo de vosotros
más claramente os veo.
Vuestras almas deberían ser inmensas,
no lo que son ahora,
pequeñas cosas parlantes.
Os concedí todos los dones,
el azul matinal de primavera,
tiempo que no supisteis usar;
pero queríais más, el único don
reservado para el resto de las criaturas.
Aunque lo anhelaseis,
no os hallaríais jamás en el jardín,
entre las plantas que crecen.
Vuestras vidas no son como las suyas, circulares:
vuestras vidas son como el vuelo del ave
que comienza y termina en la quietud;
que comienza y termina como un eco
de este arco que va desde el blanco abedul
al manzano.
EL JARDÍN
No puedo hacerlo nuevamente,
difícilmente soportaría verlo;
bajo la tenue lluvia del jardín
la joven pareja siembra
un surco de guisantes, como si
nadie lo hubiese hecho nunca:
los grandes problemas todavía
no han sido enfrentados ni resueltos.
Ellos no pueden verse,
en el polvo fresco aún, empezar
sin ninguna perspectiva,
con las colinas al fondo, verdes y pálidas, nubladas
de flores.
Ella desea detenerse;
él desea llegar hasta el fin,
permanecer en las cosas.
Mírala a ella tocar su mejilla,
pedirle una tregua, los dedos
ateridos por la lluvia primaveral;
en el pasto tierno estrellan rojos azafranes.
Aun aquí, aun en los comienzos del amor,
su mano al abandonar la cara
da una impresión de despedida,
y ellos se creen
capaces de ignorar
esta tristeza.
EL ESPINO
Al lado tuyo, pero no
de tu mano: así te miro
andar por el jardín
de verano: las cosas
que no pueden moverse
aprenden a mirar. No necesito
perseguirte a través
del jardín; en cualquier parte
los humanos dejan
señal de lo que sienten, flores
esparcidas en el polvo del camino, todas
blancas y doradas, algunas
levemente alzadas
por el viento de la tarde. No necesito
seguirte adonde estás ahora,
hundido en la ponzoña de este campo, para
saber la causa de tu huida, de tu hermana
pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa
dejarías caer todo aquello
que has acumulado?
AMOR BAJO LA LUZ DE LA LUZ
A veces un hombre o una mujer imponen su
desesperación
a otra persona, a eso lo llaman
alternativamente desnudar el corazón, o desnudar
el alma.
(Lo que significa que para entonces adquirieron
una.)
Afuera, la tarde de verano, todo un mundo
arrojado a la luna: grupos de formas plateadas
que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín
donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,
la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula
dorada del capitolio
transformada en aleación de luz de luna,
forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma
llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,
tomada de otra fuente, y brilla
unos instantes, como brilla la luna: piedra o no,
la luna sigue estando más que viva.
ABRIL
No hay desesperación como la mía –
No habrá lugar para ti en este jardín
si piensas esas cosas mientras haces
aburridas y frívolas señales; el hombre
deshierba acucioso un bosque entero,
cojea la mujer, rehúsa cambiarse de ropa,
lavarse el pelo.
¿Creéis que me importa
si os habláis?
Deberíais saber
que esperaba más de dos criaturas
a quienes les fue dado pensar: si no
os vais a cuidar realmente el uno al otro,
al menos podríais comprender
que el dolor se reparte
entre ambos,
entre aquellos que son como vosotros,
para que yo pueda conoceros, como el azul
profundo marca a la escila salvaje. Como el blanco
a la violeta del bosque.
VIOLETAS
Porque en nuestro mundo
hay siempre algo escondido,
algo pequeño y blanco,
pequeño y lo que se llama
puro, no nos afligimos
como te afliges tú, querido
y doloroso maestro; tú
no estás más extraviado
que nosotras, bajo
el espino, el espino que sostiene
equilibrados racimos de perlas: qué
te habrá puesto entre nosotras,
quién te habrá enseñado, aunque
te arrodilles y llores,
a juntar las manos poderosas
en todo tu esplendor, sabiduría
nula sobre el alma y su naturaleza,
que es nunca morir: pobre y triste dios,
acaso no tuviste una
o acaso nunca la perdiste.
MALAHIERBA
Algo
llega al mundo sin ser bienvenido
y se llama al desorden, al desorden.
Si tanto me odias
no te molestes en buscar
un nombre para mí: ¿necesitas
acaso un desdoro más
en tu lenguaje, otra
manera de culpar
a la tribu por todo?
Ambos lo sabemos,
si adoras a un dios, necesitas
sólo un enemigo.
Yo no soy el enemigo.
Solo soy una treta para ignorar
lo que ves que sucede
aquí mismo en esta cama,
un pequeño paradigma
del fracaso. Una de tus preciosas flores
muere aquí casi a diario
y no podrás descansar
hasta enfrentarte a la causa, es decir,
a todo lo que pueda,
a todo aquello que es más fuerte
que tu pasión personal.
No estaba escrito
permanecer para siempre en este mundo.
Pero por qué admitirlo, si puedes seguir
haciendo lo de siempre,
lamentándote y culpando,
las dos cosas a la vez.
No necesito que me alabes
para sobrevivir. Llegué aquí primero,
antes que tú, antes
de que sembraras un jardín.
Y estaré aquí cuando el sol y la luna
se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.
Y yo conformaré el campo.
VALERIANA AZUL
Atrapada en la tierra,
¿no querrías tú también
ir al cielo? Vivo
en el jardín de una dama. Perdóname, dama;
el anhelo ha robado mi gracia. No
soy aquello que querías. Pero
igual que los hombres y mujeres
parecen desearse unos a otros, yo también
deseo conocer el paraíso. Y tu lamento
ahora, un tallo desnudo
que asoma en la ventana del portal.
¿Y finalmente, qué? Una pequeña flor azul
como una estrella. ¡Y nunca
abandonar el mundo! ¿O no es eso
lo que dicen tus lágrimas?
MAITINES
¿Quieres saber cómo paso mi tiempo?
Camino por el prado de enfrente, fingiendo
deshierbar. Deberías saberlo,
jamás deshierbo de rodillas, ni arranco
manojos de tréboles: en realidad, espero
algo de coraje, alguna evidencia
de que mi vida cambiará, aunque
me lleve siglos buscar
en cada manojo la simbólica
hoja. Pronto acabará el verano, ya
las hojas empiezan a cambiar, las de los árboles
enfermos van primero, la muerte las transforma
en un brillante amarillo, y un puñado de aves oscuras
anuncian su toque de queda musical.
¿Quieres ver mis manos? Tan vacías
como en la nota primera.
¿O se trataba tan sólo de seguir adelante
siempre, sin ninguna señal?
MAITINES
¿Qué es mi corazón para ti
si debes romperlo una y otra vez
como el sembrador que pone a prueba
sus nuevas especies? Experimenta
algo más: cómo puedo vivir
en las colonias, como a ti te gusta, si me impones
una cuarentena de dolor, apartándome
de los miembros saludables de
mi propia tribu: eso no se hace
en un jardín, apartar
la rosa enferma; permítele ondear sus sociables
e infectadas hojas
de cara a las demás, que los minúsculos áfidos
brinquen de planta en planta, probando de nuevo
que soy la más inane de tus criaturas, la que sigue
al floreciente áfido y al rosal trepador. Padre,
como agente de mi soledad, alivia
al menos mi culpa, levanta
el estigma del aislamiento; a menos
que sea tu designio fortalecerme
otra vez, como fui
fuerte y plena en mi infancia equivocada,
bajo la leve luz
del corazón de mi madre,
o en el sueño,
el primer ser que nunca moriría.
CANCIÓN
Como un corazón protegido,
la flor rojo sangre de la rosa silvestre
se abre en la rama más baja,
sostenida por la enmarañada
masa de un enorme arbusto:
florece contra la oscuridad
que es el fondo constante
del corazón,
mientras las flores más altas
se pudren, se marchitan;
sobrevivir
a la adversidad solamente
acrecienta su color. Pero John
no lo cree, él piensa
que si éste fuera un jardín real
y no un poema, entonces
la rosa roja no tendría
por qué parecerse a nada,
ni a otra flor,
ni al corazón ensombrecido,
que late a ras de tierra
mitad marrón, mitad carmesí.
FLORES DEL CAMPO
¿Qué estás diciendo? ¿Qué quieres
la vida eterna? ¿Son tus pensamientos en verdad
tan apremiantes? Es cierto,
tu jamás nos miras, jamás nos escuchas,
en tu piel
manchas de sol, polvo
de amarillas copas de oro: te estoy hablando
a ti, que miras fijamente a través de los barrotes
de la alta hierba, agitando
tu pequeño cascabel. ¡Oh
el alma!, ¡el alma! ¿Es suficiente
con mirar al interior? Despreciar
por humanidad es una cosa, pero, ¿por qué
este desdén por la amplitud del campo?,
tus ojos se alzan por encima de las claras
copas de oro, ¿hacia qué? Tu pobre
idea del cielo: ausencia
de cambio. ¿Mejor que la tierra? ¿Y cómo
podrías saberlo si no estás ni aquí
ni allá, estando entre nosotras?
LA AMAPOLA ROJA
Gran cosa
carecer
de mente. Sentimientos:
oh sí; ellos
me gobiernan. Tengo
un señor en el cielo
llamado sol, y me abro
para él, le muestro
el fuego de mi propio corazón, fuego
igual que su presencia.
¿Qué podría ser tal gloria
sino un corazón? Oh hermanos y hermanas,
¿fuisteis como yo alguna vez, hace tiempo,
antes de ser humano? ¿Os permitisteis
abriros una sola vez, vosotros
que nunca volveríais a hacerlo? Porque en verdad
estoy hablando ahora
como lo hacéis vosotros. Hablo
porque estoy destrozada.
TRÉBOL
Lo que está disperso
entre nosotros, lo que llamas
señal de bendición
aunque sea, como nosotros,
una hoja de hierba, una cosa
arrancada de raíz;
¿de acuerdo con qué lógica
conservas
un simple zarcillo
de algo que quieres
ver muerto?
Si hay una presencia tan poderosa
entre nosotros ¿no debería
multiplicarse para servir
al jardín venerado?
Deberías hacerte
a ti mismo esas preguntas,
no dejarla
para tus víctimas. Deberías saber
que cuando tú presumes
escucho hablar dos veces:
una es tu espíritu, la otra
lo que hacen tus manos.
MAITINES
No solamente el sol, también la tierra
brilla, fuego blanco
que salta de los montes deslumbrantes,
del monótono camino,
y vibra en la mañana, muy temprano: ¿lo hace sólo
para nosotros, para inducir
una respuesta, o acaso tú
también te has conmovido, incapaz
de controlarte
ante la tierra? Me avergüenza
haberte creído tan distante
de nosotros, mirándonos
como a un experimento:
es muy amargo ser
animal desechable,
muy amargo. Querido amigo,
querido y tembloroso compañero, ¿qué
te sorprende más en tu sentir,
el resplandor de la tierra o tu propio deleite?
Para mí,
el deleite es siempre la sorpresa.
CIELO Y TIERRA
Donde uno termina la otra comienza.
Arriba, una franja azul; debajo
una franja verde y oro, verde y rosa profundo.
John, de pie en el horizonte: él quiere
las dos al mismo tiempo; quiere
todo al mismo tiempo.
Los extremos son fáciles. Sólo
el medio es un enigma. Pleno verano;
todo es posible.
Ahora lo sé: nunca más se acabará la vida.
Cómo puedo dejar a mi esposo
de pie en el jardín,
soñando esta clase de cosas,
sosteniendo el rastrillo, preparándose
para anunciar triunfalmente este hallazgo
como el fuego solar del verano
cuando en verdad se estanca
y se deja contener entero
por los arces que arden
al borde del jardín.
LA PUERTA
Quería quedarme como estaba, quieta
como jamás el mundo se está quieto,
no en mitad del verano, sino en el instante
previo al nacer de la flor, el instante
en que nada es pasado todavía;
no en mitad del verano, en la tardía
pero intoxicante primavera, con el césped
no muy crecido al borde del jardín, con los primeros
tulipanes empezando a abrirse;
como un niño que ronda la puerta y vigila a los otros,
a los que van primero, un amasijo
tenso de piernas y brazos, pendiente
del fracaso ajeno, de las debilidades públicas
con la feroz confianza del niño en su poder inminente,
preparándose para vencer
esas debilidades, para no sucumbir
ante nada, el tiempo justo
antes de florecer, la época de maestría
antes que el don se manifieste,
antes de poseerlo.
MEDIADOS DE VERANO
Cómo puedo ayudaros si cada uno
quiere algo distinto: sol y sombra;
húmeda oscuridad, ardor seco.
Escucharos a vosotros mismos rivalizar
unos con otros.
Y os preguntáis
por qué desespero,
pensáis que algo podría fundiros en un todo;
el aire quieto del verano
una maraña de mil voces
cada una reclamando
una necesidad, un absoluto,
y en su nombre os estranguláis
unos a otros
en el campo abierto.
¿Por qué? ¿Por aire y espacio?
¿Por el privilegio de ser únicos
a los ojos del cielo?
No os propusisteis
ser únicos. Fuisteis
mi encarnación, la diversidad misma,
no aquello que creíais ver
buscando el cielo radiante sobre el campo,
vuestras almas casuales
fijas como telescopios en alguna
imagen ampliada de vosotros mismos.
¿Por qué os hice si tenía la intención
de limitarme
al signo ascendente,
a la estrella, al fuego, a la furia?
VÍSPERAS
Una vez creí en ti; planté una higuera.
Aquí, en Vermont,
donde nunca hay verano. Fue una prueba: si lograba
vivir, demostraría tu existencia.
Y según esa lógica no existes. O existes
sólo en climas cálidos,
en la ferviente Sicilia, en México o en California,
donde crece el increíble
albaricoque, el frágil durazno. Tal vez
en Sicilia vean tu cara; aquí sólo vemos
el dobladillo de tu ropa. Debo organizarme
para compartir con John y Noah la cosecha de tomates.
Si hubiera justicia en otro mundo, aquellos
como yo, cuya naturaleza los empuja
a vivir en la frugalidad, deberían
obtener la parte del león de las cosas,
los motivos del hambre, la codicia,
que es alabanza de ti. Y nadie alaba
más intensamente que yo, con más
doloroso deseo, con más derecho
a sentarme a tu diestra, si es que existe, participando
del perecedero, inmortal higo
que nunca viaja.
VÍSPERAS
En tu prolongada ausencia, me permites
hacer uso de la tierra, esperando
algún reembolso. Debo informar
del fracaso de mi tarea, sobre todo
en lo que toca a las plantas del tomate.
Creo que no debería ser animada
a cuidar de los tomates. O, si lo fuera, no deberías
permitir los aguaceros, las heladas noches
que abundan por aquí, mientras otras regiones
disfrutan doce semanas de verano. Todo esto
te pertenece: yo en cambio
sembré las semillas, observé los primeros brotes
como alas desgarrando el suelo, y fue mi corazón
roto por la plaga, la mancha negra que tan rápidamente
se multiplica entre los surcos. Dudo
que tengas corazón, tal como entendemos
la palabra. Tú, que nos distingues la vida de la muerte,
que eres, en consecuencia, inmune a toda predicción,
nunca sabrás cuánto terror soportamos,
la hoja manchada, las hojas de arce que caen
incluso en agosto, cuando empieza a oscurecer: yo
soy responsable de esta viña.
VÍSPERAS
Mucho más que a mí, es posible que ames
a las bestias del campo,
incluso al campo mismo, salpicado en agosto
de achicorias salvajes y de asteres:
lo sé. Me comparé con las flores, con su rango
sentimental más modesto, sin consecuencia;
también con la oveja blanca, gris en realidad:
vestida he sido con mi ser
sólo para alabarte, ¿por qué, entonces,
me atormentas? Estudio la vellosilla,
la copa de oro, cuyo veneno la protege
del rebaño que pasta: es el dolor
el don que me hace consciente
de mi necesidad de ti,
como si tuviera necesidad de ti para adorarte,
o me hubiera abandonado
en favor del campo, de los corderos estoicos
que se vuelven de plata en el crepúsculo, de las ondas
de asteres
salvajes y achicorias que brillan y van
del pálido azul al azul más profundo; ya sabes,
más o menos como tus vestiduras.
MARGARITAS
Adelante: di lo que estás pensando. El jardín
no es el mundo real. Las máquinas
son el mundo real. Di con franqueza lo que cualquier
tonto
podría leer en tu cara: tiene sentido
evitarnos, resistir
a la nostalgia. No es
tan moderno el sonido del viento que conmueve
un prado de margaritas: la mente
no puede brillar al seguirlo. Y la mente
desea brillar con claridad, como
brillan las máquinas, y no crecer hacia lo hondo,
como las raíces, por ejemplo. Da lo mismo,
enternece tanto ver cómo te aproximas
con cautela a los límites del prado, de madrugada,
cuando nadie podría observarte. Cuanto más te detienes
en la orilla más nerviosa pareces. Nadie quiere escuchar
las impresiones del mundo natural: se reirían
otra vez; acumularían escarnio sobre ti.
Y sobre lo que estás escuchando
realmente esta mañana: piénsalo dos veces
antes de contarle a nadie qué fue dicho en este campo
ni por quién.
FINAL DE VERANO
Después de ocurrirme todo,
me ocurrió el vació.
Hay un límite
en el placer que obtuve de las formas;
en esto no soy como vosotros,
no necesito liberarme en otro cuerpo,
no necesito
protección fuera de mí.
Mis pobres e inspiradas
criaturas, sois
mi distracción, finalmente,
meras restricciones; sois
un poco como yo
demasiado pequeñas
para complacerme.
Y tan inflexibles;
queréis cobrar por adelantado
vuestra ausencia,
cobrar con alguna parte de la tierra,
algún recuerdo, del mismo modo que una vez
fuisteis premiadas por vuestras labor,
y el escriba recibió su pago
en plata y el pastor en cebada
aunque la tierra no dure
eternamente, ni estos minúsculos
trocitos de materia.
Si pudieseis tan sólo abrir los ojos
me veríais, veríais el vacío
del cielo reflejado en la tierra, los campos
desiertos, sin vida, cubiertos de nieve.
Luego la blanca luz
sin el disfraz de la materia.
VÍSPERAS
Ya nunca me pregunto dónde estás.
Estás en el jardín; estás donde está John,
abstraído, en el polvo, con su pala verde en la mano.
Así trabaja: quince minutos de intensa labor,
otros quince de contemplación extática. A veces
trabajo a su lado, en la tarea que me toca,
deshierbando, limpiando las lechugas; a veces
lo miro desde el portal de la parte alta del jardín
hasta el crepúsculo, que transforma en linternas
los primeros lirios: en todo ese tiempo
la paz no lo ha dejado. Por eso me recorre
no como el sustento de la flor, sino
como la luz brillante que atraviesa el árbol desnudo.
VÍSPERAS
Tal como apareciste ante Moisés, apareces
ante mí, porque te necesito,
aunque no siempre. Vivo esencialmente
en tinieblas. Quizás estés adiestrándome
en el arte de responder al más breve resplandor.
¿O te estimula la desesperación igual
que a los poetas?, ¿acaso es el dolor
lo que te impulsa a revelar tu naturaleza? Esta tarde
en el mundo físico, al que sueles contribuir
con tu silencio, trepé la pequeña colina
más allá de los arándanos silvestres, descendiendo
metafísicamente, como en todos mis paseos: ¿es que
habré
ido tan hondo en busca de piedad, como tú
te apiadabas de los que sufrían favoreciendo
a los que gozaban de dones teológicos? Tal como anticipaste,
no alcé la mirada. Y así llegaste a mí:
hasta mis pies, no como las hojas enceradas
del arándano silvestre, sino en tu ser más fiero,
una pradera incendiada, y más allá, el rojo
sol que ni se eleva ni se pone.
No era una niña. Podía aprovechar las ilusiones.
VÍSPERAS
Pensabas que no lo sabíamos. Pero una vez
lo supimos,
los niños saben esas cosas. No te vuelvas ahora:
habitamos
una mentira para apaciguarte. Recuerdo
un rayo de luz en la temprana primavera, terraplenes
enredados en el oscuro arrayán, me recuerdo
tendida en un bosque, tocando el cuerpo de mi hermano.
No te vuelvas ahora; negamos
la memoria para consolarte. A semejanza tuya
cantamos los términos de nuestro castigo. Algo recuerdo,
no todo: el engaño
empieza como olvido. Recuerdo pequeñas cosas, flores
creciendo bajo el espino, las campanas
de la escila silvestre. No todo, sólo lo necesario
para saber que existe: ¿quién más tendría razones
para crear
recelo entre hermano y hermana sino aquel
que obtuvo provecho, aquel a quien volvimos en
soledad?
¿Quién más envidiaría el lazo que entonces nos unía
como para decirnos que no era la tierra
lo que estábamos perdiendo, sino el cielo?
OSCURIDAD TEMPRANA
¿Cómo podéis decir
que la tierra debería alegrarme? Cada cosa
que nace es una carga para mí; no puedo
triunfar como vosotros.
Y a vosotros os gustaría gobernarme,
os gustaría decirme
quien entre vosotros vale más,
quién se parece más a mí.
Y exhibís, como ejemplo
de vida pura, el desprendimiento
que lucháis por obtener.
¿Cómo podéis entenderme
cuando no os entendéis a vosotros mismos?
Vuestra memoria no es
lo bastante poderosa, no
puede estirarse hacia atrás.
No olvidéis que sois mis hijos.
No sufrís por haberos tocado uno a otros
sino porque habéis nacido,
porque necesitáis una vida
separada de mí.
COSECHA
Me duele pensar en vosotros en el pasado.
Miraos, atados ciegamente a la tierra
como si fuera los viñedos del paraíso
mientras el campo arde a vuestro alrededor.
Ay, pequeños, sois tan poco sutiles:
ése es vuestro tormento y vuestro don.
Y si lo que teméis es la muerte,
su castigo está más allá de éste, no necesitáis
temerla:
cuántas veces debo destruir mi propia creación
para enseñaros
que vuestro castigo es éste:
un solo gesto me bastó para instalaros
en el tiempo y en el paraíso.
LA ROSA BLANCA
¿Ésta es la tierra? Entonces
no le pertenezco.
¿Quién eres tú en la ventana iluminada,
ensombrecida por las hojas inestables
del árbol pasajero?
¿Lograrás sobrevivir donde yo no he de durar
más allá del primer verano?
Toda la noche las tenues ramas del árbol
alternan y susurran en la ventana luminosa.
Explícame mi vida, tú, que no muestras signo alguno,
aunque te invoque de noche
no soy como tú, tengo por voz
solamente mi cuerpo; no puedo
desvanecerme en el silencio.
Y en las frías mañanas,
sobre la oscura superficie de la tierra
flotan los ecos de mi voz,
blancura que lo oscuro absorbe siempre
como si hicieras una señal, después de todo,
para convencerme de que tampoco tú podrías
sobrevivir aquí, o mostrarme
que no eres tú la luz que yo invoqué
sino la oscuridad que había detrás de ella.
CAMPANILLA
Cuál fue mi crimen en otra vida,
si en ésta mi crimen
es el dolor, para que no se me permita
ascender otra vez,
ni repetir jamás
mi propia vida;
herida en el espino, toda
belleza terrenal mi castigo
es como el vuestro:
fuente de mi sufrir,
por qué habéis extraído
de mí estas flores como el cielo
sino para marcarme
como una parte más de mi señor: soy
el color de su mano, mi carne
la forma de su gloria.
PRESQUE ISLE
En cada vida hay un momento o dos.
En cada vida, una habitación en algún lado, junto al mar
o en las montañas.
Sobre la mesa un plato de albaricoques. Huesos en un
cenicero blanco.
Como todas las imágenes, fueron éstas las condiciones
de un pacto:
un rayo de sol que tiembla en tu mejilla,
mi dedo que presiona tus labios.
Las paredes blanquiazules; la agrietada pintura
del modesto estudio.
Esa habitación existe aún, en el piso cuarto,
con su pequeño balcón, con sus vistas al mar.
Una habitación cuadrada y blanca, con la sábana
deshecha al borde de la cama.
No se ha disuelto en nada, no se ha vuelto real.
Por la ventana abierta el aire marino huele a yodo.
Por la mañana temprano, un hombre grita a un niño
que salga del agua. El niño tendría ahora veinte años.
Alrededor de tu rostro se agita el pelo húmedo, con vetas
de color castaño.
Muselina, un pesado jarrón, unas cuantas peonías,
un temblor plateado.
LUZ EN RETIRADA
Erais como niños muy pequeños,
siempre esperando una historia.
Y yo pasé por eso tantas veces;
estaba cansada de contar historias.
Por eso os di papel y lápiz.
Os di plumas de caña
que yo misma había recogido por las tardes
en los más densos prados.
Os dije, escribid vuestra propia historia.
Después de tantos años escuchándome
pensé que sabríais
lo que era una historia.
Pero todo lo que hicisteis fue llorar.
Queríais que os lo contara todo,
No pensar nada por vosotros mismos.
Entonces me di cuenta de que no podíais pensar
con auténtica audacia ni pasión;
carecíais aún de vuestras propias vidas,
vuestras propias tragedias.
Y os di vuestras vidas y vuestras tragedias,
porque al parecer las herramientas solas no bastaban.
Nunca sabréis cuán profundamente
me agrada veros sentados allí
como seres independientes,
soñando junto a la ventana abierta
sosteniendo los lápices que os di
hasta que la mañana de verano se desvanece en la
escritura.
La creación os ha traído
grandes emociones, lo sabía,
así ocurre siempre en los comienzos.
Y ahora soy libre de hacer lo que me plazca,
atender otros asuntos, con la certeza
de que nunca más necesitaréis de mí.
VÍSPERAS
Conozco aquello que planeabas, lo que te proponías
al enseñarme
a amar el mundo, a hacer imposible
que le diera la espalda, que lo apartara por completo
y para siempre.
Estas en todas partes; cuando cierro los ojos,
cuando cantan los pájaros, cuando huelo el perfume
de las lilas
en la temprana primavera, en el perfume de las rosas
de verano:
te has propuesto arrancarme cada flor, cada vínculo con
la tierra;
por qué querrías herirme, por qué
querrías mi desolación final, a menos que quisieras
verme
tan hambrienta de esperanza
como para negarme a ver que nada fue dejado para mí,
y creyera en cambio que después de todo
lo que se me dejaba sólo fuiste tú.
VÍSPERAS: PARUSÍA
Amor de mi vida,
estás perdido y yo
soy joven otra vez.
Han pasado unos años.
El aire se llena
con música de niñas;
en el jardín de enfrente
el manzano revienta
de botones en flor.
Intento hacer que vuelvas,
ésa es la razón
de mi escritura.
Pero te has ido para siempre,
como en las novelas rusas,
diciendo unas cuantas palabras
que ya no recuerdo.
Qué voluptuoso es el mundo,
lleno de cosas que no me pertenecen.
Contemplo el estallido de los brotes,
ya no son color de rosa
sino viejos, viejos, de un blanco amarillento;
los pétalos parecen
flotar en la hierba luminosa,
ligeramente alborotados.
Que poca cosa has debido de ser
para acabar tan pronto
convertido en imagen, en olor;
estás en todas partes. Fuente
de angustia y de sabiduría.
VÍSPERAS
Tu voz ya se ha ido; te escucho con dificultad.
Tu voz de estrellas, ahora ensombrecida,
y de nuevo la tierra se oscurece
con los grandes cambios de tu corazón.
De día el pasto se estropea
bajo la ancha sombra de los arces.
Por todas partes el silencio me habla
claramente lo dice: no tengo acceso a ti;
no existo para ti, con una tachadura
has suprimido mi nombre.
Con qué desprecio nos juzgas
para creer que sólo la pérdida
puede darte poder sobre nosotros.
Las primeras lluvias de otoño agitan los lirios.
Cuando te vayas, vete del todo,
descontando la vida visible de todas las cosas,
pero no toda la vida,
no sea que nos apartemos de ti.
VÍSPERAS
Finales de agosto. El calor
acampa con su tienda
sobre el jardín de John. Y algunas cosas
tienen la osadía de empezar,
racimos de tomates, azucenas
tardías. Optimismo
de grandes tallos, oro
y plata imperial: ¿pero por qué
empezar algo
cuando se acerca el final? Los tomates
no madurarán, las azucenas
morirán con el invierno. ¿O
acaso piensas
que he pasado mucho tiempo
mirando hacia delante, como
una mujer vieja
que se abriga en el verano?,
¿estás diciendo
que puedo florecer
sin esperanza
de durar? Ardor de una roja mejilla, gloria
de la garganta abierta, blanca,
con manchas de carmín.
PUESTA DE SOL
Para mí la felicidad
es el sonido de tu voz
cuando me llamas, aun cuando
está desesperada; mi dolor lo aceptas
como mío cuando no puedo
responderte con palabras.
No tienes fe en tu propio lenguaje.
Por eso otorgas
autoridad a los signos
que no puedes leer con precisión.
Y sin embargo tu voz siempre me alcanza.
Y yo constantemente le respondo,
y mi cólera pasa
como pasa el invierno. Mi ternura
te podría parecer evidente
entre la brisa de la tarde de verano
y las palabras que se vuelven
tu propia respuesta.
CANCIÓN DE CUNA
Es hora de dormir. Has tenido
suficientes emociones este día.
El crepúsculo, luego el atardecer.
En la habitación titilan las luciérnagas, por aquí
y por allá, por aquí y por allá. Y la honda
dulzura del verano inunda la ventana abierta.
No pienses más en eso. Escucha
mi respiración, tu propia respiración;
como las luciérnagas, cada pequeño respiro
es un fulgor donde aparece el mundo.
Ya he cantado para ti suficiente esta noche de verano.
Al final lograré convencerte; el mundo
no puede darte visión tan sostenida.
Debes aprender a amarte. Los seres humanos
deben aprender a amar
la oscuridad y el silencio.
EL LIRIO DE PLATA
De nuevo hace más frío por las noches, como al
comienzo
de la primavera, y hay silencio de nuevo. ¿Acaso
te perturban las palabras? Ahora
estamos solos; no hay razón para el silencio.
Mira, sobre el jardín, la luna llena está saliendo.
Yo no veré la siguiente.
Cuando salía la luna, en primavera, significaba
que el tiempo era infinito. Gotas de nieve
se abrían y cerraban, las semillas
de los arces caían en pálidas ondas.
Blanco sobre blanco, la luna se alzaba sobre el abedul.
Y en la torcedura, donde el árbol se divide,
las hojas de los primeros narcisos, bajo la suave
luz verdosa y plateada de la luna.
Hemos llegado juntos demasiado lejos como para temer
el final. En noches como ésta, ni siquiera sé qué significa
el final. Y tú, que has estado con un hombre
después de los primeros llantos, dime,
¿no emite la alegría, como el miedo, ningún sonido?
El CREPÚSCULO DE SEPTIEMBRE
Fui yo quien os juntó,
puedo prescindir de vosotros.
Estoy cansado de vosotros, caos
del mundo viviente.
Sólo yo puedo extenderme
por tanto tiempo en algo vivo.
Convoqué vuestra existencia,
al abrir mi boca, al levantar
mi meñique, el brillo
azul del áster
silvestre, la flor
del lirio, inmensa,
con venas doradas,
venís y os vais, con el tiempo
he olvidado vuestros nombres.
Venís y os vais, cada uno
maltrecho de algún modo,
de algún modo comprometido: valéis
lo que vale una vida, no más que eso.
Fui yo quien os juntó;
puedo ahora desecharos
como un borrador que se tira,
un ejercicio.
Porque he terminado con vosotros, visiones
del más profundo dolor.
EL LIRIO DORADO
Como siento
que estoy agonizando y sé
que no volveré a decir palabra, que no
sobreviviré a la tierra, que no seré
convocada de nuevo, que no soy flor aún,
sino una espina, y el áspero polvo
se instala en mis costados; yo te invoco,
padre y maestros: a mi alrededor
mis compañeros se marchitan, piensan
que no ves. ¿Cómo pueden
saber que ves
si no nos salva?
En el crepúsculo de verano ¿estás
lo bastante cerca para oír
el terror de tu criatura?, ¿o
no eres tú mi padre,
aquel que me cultivó?
LIRIOS BLANCOS
Igual que un hombre y una mujer
construyen entre ambos un jardín
como un lecho de estrellas,
se demoran ellos en la tarde de estío,
aquí, y la llenan de frío
con su terror: todo
podría terminar pues todo tiende
a la devastación. Todo, todo
puede perderse, a través del aire perfumado
donde inútiles columnas se levantan
y más allá se agita un mar
de amapolas.
Calla, amor mío. No me importa
cuántos veranos tenga que vivir para volver;
este verano hemos entrado en la eternidad.
Siento tus dos manos
enterrarme para liberar su esplendor.
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