Fotografía

Fotografía: Marisol Zurita Aguilera. Isla de Chiloé. Chile.

Poemas de El iris salvaje de Louise Glück

 

 


 

Louise Glück (Nueva York, 1943)


EL IRIS SALVAJE

Traducción: Eduardo Chirinos

 

EL IRIS SALVAJE

 

Al final del sufrimiento

me esperaba una puerta.

 

Escúchame bien: lo que llamas muerte

lo recuerdo.

 

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.

Y luego nada. El débil sol

temblando sobre la seca superficie.

 

Terrible sobrevivir

como conciencia

sepultada en tierra oscura.

 

Luego todo se acaba: aquello que temías,

ser un alma y no poder hablar,

termina abruptamente. La tierra rígida

se inclina un poco, y lo que tomé por aves

se hunde como flechas en bajos arbustos.

 

Tú que no recuerdas

el paso de otro mundo, te digo

podrías volver a hablar: lo que vuelve

del olvido vuelve

para encontrar una voz:

del centro de mi vida brotó

un fresco manantial, sombras azules

y profundas en celestes aguamarina. 

 

MAITINES

 

El sol brilla; al lado del buzón las hojas

de un partido abedul, dobladas como aletas.

Debajo, los tallos huecos de los narcisos blancos.

             Alas de Hielo, Cantatriz; oscuras

hojas de la violeta salvaje. Dice Noah

los depresivos odian la primavera, el desajuste

entre el mundo interior y el exterior.

Yo presento otro caso. Ser depresiva, si,

pero en un sentido pasional, ligada al árbol vivo,

             mi cuerpo

plenamente enroscado en su tronco, casi en paz,

             bajo la lluvia vespertina,

casi capaz de sentir

el ascenso espumoso de su savia: dice Noah

ése es el error de los depresivos, identificarse

con un árbol mientras el corazón alegre

vaga por el jardín como una hoja que cae, como una

imagen de la parte, no de la totalidad. 

 

MAITINES

 

Inalcanzable, padre, cuando fuimos expulsados

por primera vez del paraíso, construiste

una réplica, un lugar en cierto modo

diferente, destinado a ofrecer

una lección; por lo demás

era el mismo: belleza en ambos lados,

belleza sin alternativa. Salvo que nunca

supimos cuál era esa lección. Abandonados,

nos hartamos unos de otros. Siguieron

años de tinieblas; nos turnamos

para trabajar en el jardín, las primeras

lágrimas colmaron nuestros ojos

como la tierra nublada con pétalos, algunos

de un rojo muy oscuro, algunos color carne.

Nunca pensamos en ti

a quien todos aprendimos a adorar. Simplemente

supimos que no es propio de la naturaleza humana

amar sólo aquello que nos devuelve amor.

 

TRILLIUM  

 

Cuando me desperté me hallaba en un bosque. Lo oscuro

parecía natural, el cielo a través de los pinos

colmado de tantas luces.

 

No sabía nada; nada podía hacer sino mirar.

Y mientras miraba, todas las luces del cielo

se desvanecieron hasta ser una sola cosa, una llama

que ardía entre abetos helados.

Después fue imposible mirar el cielo

sin ser destruida.

 

¿Hay almas que necesitan la presencia

de la muerte, como yo de protección?

Pienso que si hablo suficiente

podré contestar esa pregunta. Y veré

lo que ellos ven: una escalera

alzándose entre los abetos, cualquier cosa

que los llame a intercambiar sus vidas.

 

Creo entenderlo.

Desperté ignorante en un bosque;

hace apenas un momento desconocía mi voz,

si me dieran alguna

estaría tan llena de dolor, mis frases

se ensartarían todas juntas, como gritos.

Ni siquiera supe si sentí dolor

hasta que vino la palabra, hasta

que sentí la lluvia

fluyendo desde mí.   

 

LAMIUM

 

Así se vive cuando tienes un corazón helado.

Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,

bajo las copas inmensas de los arces.

 

El sol apenas me alcanza.

A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo

      lejos.

Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.

Siento su brillo entre las hojas, vacilante,

como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.

 

No todos necesitan de la luz

en igual medida. Algunos 

creamos nuestra propia luz: una hoja plateada

como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata

poco profundo bajo la oscuridad de los arces.

 

Pero esto ya lo sabes.

Tú y aquellos que piensan

que viven por la verdad, y en consecuencia,

aman todo lo que es frío.

 

CAMPANILLA DE INVIERNO

 

¿Sabéis quién era yo, cómo vivía? Sabéis

de la desesperanza, el invierno

debería tener significado para vosotros.

 

No esperaba sobrevivir,

la tierra me asfixiaba. Jamás esperé

despertar de nuevo, sentir

en la húmeda tierra mi cuerpo

capaz de responder otra vez, recordando

después de tanto tiempo cómo abrirme

de nuevo en la fría luz

de la temprana primavera:

 

asustada, sí, pero de nuevo entre vosotros;

llorando, sí, me arriesgo a la alegría

 

en el áspero viento del nuevo mundo.

 

MAÑANA CLARA

 

Os he mirado suficiente,

ahora puedo hablaros como quiera.

 

Me he sometido a vuestros deseos, observando

con paciencia lo que amáis, hablando

 

a través de otras vías, en detalles

terrestres, como lo preferís vosotros;

 

zarcillos

de la enredadera azul, el brillo

 

del temprano atardecer.

Jamás aceptaréis una voz

 

como la mía, indiferente a los objetos

que tan prestamente reclaman

 

vuestras bocas,

pequeños círculos de miedo.

 

Todo este tiempo

disculpé vuestras limitaciones, pensando

 

que tarde o temprano las dejaríais de lado, pensando

que la materia no absorbería jamás vuestra mirada:

 

estorbo de la enredadera que dibuja

flores azules en la ventana del portal.

 

No puedo continuar

limitándome a imágenes

 

porque os creáis con derecho

a discutir mis intenciones:

 

ahora estoy preparada

para imponer claridad sobre vosotros.    

 

NIEVE DE PRIMAVERA

 

Mira el cielo nocturno:

en mi poseo dos personas, dos clases de poder.

 

Estoy aquí contigo, en la ventana,

observando tu reacción. Ayer

la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.

Hoy la tierra brilla igual que la luna,

como materia muerta, encontrada de luz.

 

Ahora puedes ya cerrar los ojos.

He escuchado tus llantos, también

los llantos anteriores a los tuyos,

y he sido sensible a sus demandas.

Te mostré lo que querías:

no la convicción sino el sometimiento

a la autoridad, que descansa en la violencia.   

 

FINAL DE INVIERNO

 

Sobre el mundo quieto, un ave llama,

solitaria despierta en el negro ramaje.

 

Quisisteis nacer; os dejé nacer.

¿Cuándo se ha interpuesto mi dolor

en el camino de vuestro placer?

 

Hudiéndoos más allá

en la oscuridad y la luz al mismo tiempo

ávido de sensaciones

 

queriendo expresaros

como si fueseis algo nuevo,

 

todo fulgor, todo vivacidad

 

sin pensar nunca

que nada de esto os costaría,

sin imaginar nunca el sonido de mi voz

como algo que no fuera parte de vosotros;

 

en el otro mundo jamás lo escucharéis,

con claridad alguna,

ni en la llamada del ave ni en el humano frito,

 

nunca el sonido claro, solo

un eco persistente

en cualquier sonido que signifique adiós, adiós;

 

la única línea continua

que nos mantiene atados.

 

MAITINES

 

Perdóname si digo que te amo: a los poderosos

se les engaña siempre, los débiles

son siempre manejados por el miedo. No puedo amar

lo que no puedo concebir, y tú no revelas

virtualmente nada: ¿acaso te asemejas al espino,

siempre la misma cosa en el mismo lugar,

o a la dedalera inconsciente, que brota primero

como espiga rosada en la ladera, junto a las margaritas,

y al año siguiente es púrpura en el rosedal? Ya ves

lo inútil que es este silencio que promueve en nosotros

              la creencia

en que tú puedes ser todas las cosas , la dedalera y el

              espino, la vulnerable

rosa, la terca margarita; nada nos queda sino pensar

que no podrías existir . ¿Es eso lo que quieres

que pensemos?, ¿lo que explica el silencio esta mañana,

los grillos cuyas alas no se frotan, los gatos

que en el patio no pelean?

 

MAITINES

 

Octubre contigo que eres como los abedules:

no debo hablarte

de modo personal. Muchas

cosas han pasado entre nosotros. ¿O

sólo me ocurrieron a mí? Me

siento culpable, culpable, te pedí

humanidad; no soy más menesterosa

que los otros. Pero la ausencia

de todo sentimiento, de la menor

preocupación por mí… También podría

dirigirme a los abedules

como en mi vida anterior: dejemos

que lo hagan del peor modo, déjale

que me entierren con los románticos,

que sus hojas amarillas y afiladas

caigan sobre mí

y me cubran.

 

ESCILA

 

No yo, tonta, no yo sino nosotras, nosotras: olas

azules y celestes como

una crítica al cielo: ¿por qué

atesoras tu voz

si ser algo es lo que sigue

a no ser nada?

¿por qué alzas los ojos?, ¿para oír

algo así como un eco de la voz

de dios? Sois todos iguales:

solitarios, de pie sobre nosotras, planificando

vuestra vidas absurdas: vais

donde se os manda, como todas las cosas,

donde el viento os plante, unos y otros

mirando siempre

hacia abajo, viendo alguna imagen

del agua y escuchando qué: olas,

y sobre las olas, pájaros cantando. 

 

VIENTO EN RETIRADA

 

Cuando os hice os amé.

Ahora me dais lástima.

 

Os di todo aquello que necesitabais:

lechos de tierra, mantas de aire azul;

 

Cuanto más me alejo de vosotros

más claramente os veo.

Vuestras almas deberían ser inmensas,

no lo que son ahora,

pequeñas cosas parlantes.

 

Os concedí todos los dones,

el azul matinal de primavera,

tiempo que no supisteis usar;

pero queríais más, el único don

reservado para el resto de las criaturas.

 

Aunque lo anhelaseis,

no os hallaríais jamás en el jardín,

entre las plantas que crecen.

Vuestras vidas no son como las suyas, circulares:

 

vuestras vidas son como el vuelo del ave

que comienza y termina en la quietud;

 

que comienza y termina como un eco

de este arco que va desde el blanco abedul

al manzano.

 

EL JARDÍN

 

No puedo hacerlo nuevamente,

difícilmente soportaría verlo;

 

bajo la tenue lluvia del jardín

la joven pareja siembra

un surco de guisantes, como si

nadie lo hubiese hecho nunca:

los grandes problemas todavía

no han sido enfrentados ni resueltos.

 

Ellos no pueden verse,

en el polvo fresco aún, empezar

sin ninguna perspectiva,

con las colinas al fondo, verdes y pálidas, nubladas

         de flores.

 

Ella desea detenerse;

él desea llegar hasta el fin,

permanecer en las cosas.

 

Mírala a ella tocar su mejilla,

pedirle una tregua, los dedos

ateridos por la lluvia primaveral;

en el pasto tierno estrellan rojos azafranes.

 

Aun aquí, aun en los comienzos del amor,

su mano al abandonar la cara

da una impresión de despedida,

 

y ellos se creen

capaces de ignorar

esta tristeza.

 

EL ESPINO

 

Al lado tuyo, pero no

de tu mano: así te miro

andar por el jardín

de verano: las cosas

que no pueden moverse

aprenden a mirar. No necesito

perseguirte a través

del jardín; en cualquier parte

los humanos dejan

señal de lo que sienten, flores

esparcidas en el polvo del camino, todas

blancas y doradas, algunas

levemente alzadas

por el viento de la tarde. No necesito

seguirte adonde estás ahora,

hundido en la ponzoña de este campo, para

saber la causa de tu huida, de tu hermana

pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa

dejarías caer todo aquello

que has acumulado? 

 

AMOR BAJO LA LUZ DE LA LUZ

 

A veces un hombre o una mujer imponen su

    desesperación

a otra persona, a eso lo llaman

alternativamente desnudar el corazón, o desnudar

     el alma.

(Lo que significa que para entonces adquirieron

    una.)

Afuera, la tarde de verano, todo un mundo

arrojado a la luna: grupos de formas plateadas

que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín

donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,

la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula

           dorada del capitolio

transformada en aleación de luz de luna,

forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma

llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,

tomada de otra fuente, y brilla

unos instantes, como brilla la luna: piedra o no,

la luna sigue estando más que viva.   

 

ABRIL

 

No hay desesperación como la mía –

 

No habrá lugar para ti en este jardín

si piensas esas cosas mientras haces

aburridas y frívolas señales; el hombre

deshierba acucioso un bosque entero,

cojea la mujer, rehúsa cambiarse de ropa,

lavarse el pelo.

 

¿Creéis que me importa

si os habláis?

Deberíais saber

que esperaba más de dos criaturas

a quienes les fue dado pensar: si no

os vais a cuidar realmente el uno al otro,

al menos podríais comprender

que el dolor se reparte

entre ambos,

entre aquellos que son como vosotros,

para que yo pueda conoceros, como el azul

profundo marca a la escila salvaje. Como el blanco

a la violeta del bosque.

 

VIOLETAS

 

Porque en nuestro mundo

hay siempre algo escondido,

algo pequeño y blanco,

pequeño y lo que se llama

puro, no nos afligimos

como te afliges tú, querido

y doloroso maestro; tú

no estás más extraviado

que nosotras, bajo

el espino, el espino que sostiene

equilibrados racimos de perlas: qué

te habrá puesto entre nosotras,

quién te habrá enseñado, aunque

te arrodilles y llores,

a juntar las manos poderosas

en todo tu esplendor, sabiduría

nula sobre el alma y su naturaleza,

que es nunca morir: pobre y triste dios,

acaso no tuviste una

o acaso nunca la perdiste.

 

MALAHIERBA

 

Algo

llega al mundo sin ser bienvenido

y se llama al desorden, al desorden.

 

Si tanto me odias

no te molestes en buscar

un nombre para mí: ¿necesitas

acaso un desdoro más

en tu lenguaje, otra

manera de culpar

a la tribu por todo?

 

Ambos lo sabemos,

si adoras a un dios, necesitas

sólo un enemigo.

 

Yo no soy el enemigo.

Solo soy una treta para ignorar

lo que ves que sucede

aquí mismo en esta cama,

un pequeño paradigma

del fracaso. Una de tus preciosas flores

muere aquí casi a diario

y no podrás descansar

hasta enfrentarte a la causa, es decir,

a todo lo que pueda,

a todo aquello que es más fuerte

que tu pasión personal.

 

No estaba escrito

permanecer para siempre en este mundo.

Pero por qué admitirlo, si puedes seguir

haciendo lo de siempre,

lamentándote y culpando,

las dos cosas a la vez.

 

No necesito que me alabes

para sobrevivir. Llegué aquí primero,

antes que tú, antes

de que sembraras un jardín.

Y estaré aquí cuando el sol y la luna

se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.

 

Y yo conformaré el campo.  

 

VALERIANA AZUL

 

Atrapada en la tierra,

¿no querrías tú también

ir al cielo? Vivo

en el jardín de una dama. Perdóname, dama;

el anhelo ha robado mi gracia. No

soy aquello que querías. Pero

igual que los hombres y mujeres

parecen desearse unos a otros, yo también

deseo conocer el paraíso. Y tu lamento

ahora, un tallo desnudo

que asoma en la ventana del portal.

¿Y finalmente, qué? Una pequeña flor azul

como una estrella. ¡Y nunca

abandonar el mundo! ¿O no es eso

lo que dicen tus lágrimas?  

  

MAITINES

 

¿Quieres saber cómo paso mi tiempo?

Camino por el prado de enfrente, fingiendo

deshierbar. Deberías saberlo,

jamás deshierbo de rodillas, ni arranco

manojos de tréboles: en realidad, espero

algo de coraje, alguna evidencia

de que mi vida cambiará, aunque

me lleve siglos buscar

en cada manojo la simbólica

hoja. Pronto acabará el verano, ya

las hojas empiezan a cambiar, las de los árboles

enfermos van primero, la muerte las transforma

en un brillante amarillo, y un puñado de aves oscuras

anuncian su toque de queda musical.

¿Quieres ver mis manos? Tan vacías

como en la nota primera.

¿O se trataba tan sólo de seguir adelante

siempre, sin ninguna señal?

     

MAITINES

 

¿Qué es mi corazón para ti

si debes romperlo una y otra vez

como el sembrador que pone a prueba

sus nuevas especies? Experimenta

algo más: cómo puedo vivir

en las colonias, como a ti te gusta, si me impones

una cuarentena de dolor, apartándome

de los miembros saludables de

mi propia tribu: eso no se hace

en un jardín, apartar

la rosa enferma; permítele ondear sus sociables

e infectadas hojas

de cara a las demás, que los minúsculos áfidos

brinquen de planta en planta, probando de nuevo

que soy la más inane de tus criaturas, la que sigue

al floreciente áfido y al rosal trepador. Padre,

como agente de mi soledad, alivia

al menos mi culpa, levanta

el estigma del aislamiento; a menos

que sea tu designio fortalecerme

otra vez, como fui

fuerte y plena en mi infancia equivocada,

bajo la leve luz

del corazón de mi madre,

o en el sueño,

el primer ser que nunca moriría.  

 

CANCIÓN

 

Como un corazón protegido,

la flor rojo sangre de la rosa silvestre

se abre en la rama más baja,

sostenida por la enmarañada

masa de un enorme arbusto:

florece contra la oscuridad

que es el fondo constante

del corazón,

mientras las flores más altas

se pudren, se marchitan;

sobrevivir

a la adversidad solamente

acrecienta su color. Pero John

no lo cree, él piensa

que si éste fuera un jardín real

y no un poema, entonces

la rosa roja no tendría

por qué parecerse a nada,

ni a otra flor,

ni al corazón ensombrecido,

que late a ras de tierra

mitad marrón, mitad carmesí.

 

FLORES DEL CAMPO

 

¿Qué estás diciendo? ¿Qué quieres

la vida eterna? ¿Son tus pensamientos en verdad

tan apremiantes? Es cierto,

tu jamás nos miras, jamás nos escuchas,

en tu piel

manchas de sol, polvo

de amarillas copas de oro: te estoy hablando

a ti, que miras fijamente a través de los barrotes

de la alta hierba, agitando

tu pequeño cascabel. ¡Oh

el alma!, ¡el alma! ¿Es suficiente

con mirar al interior? Despreciar

por humanidad es una cosa, pero, ¿por qué

este desdén por la amplitud del campo?,

tus ojos se alzan por encima de las claras

copas de oro, ¿hacia qué? Tu pobre

idea del cielo: ausencia

de cambio. ¿Mejor que la tierra? ¿Y cómo

podrías saberlo si no estás ni aquí

ni allá, estando entre nosotras? 

 

LA AMAPOLA ROJA

 

Gran cosa

carecer

de mente. Sentimientos:

oh sí; ellos

me gobiernan. Tengo

un señor en el cielo

llamado sol, y me abro

para él, le muestro

el fuego de mi propio corazón, fuego

igual que su presencia.

¿Qué podría ser tal gloria

sino un corazón? Oh hermanos y hermanas,

¿fuisteis como yo alguna vez, hace tiempo,

antes de ser humano? ¿Os permitisteis

abriros una sola vez, vosotros

que nunca volveríais a hacerlo? Porque en verdad

estoy hablando ahora

como lo hacéis vosotros. Hablo

porque estoy destrozada.

 

TRÉBOL

 

Lo que está disperso

entre nosotros, lo que llamas

señal de bendición

aunque sea, como nosotros,

una hoja de hierba, una cosa

arrancada de raíz;

 

¿de acuerdo con qué lógica

conservas

un simple zarcillo

de algo que quieres

ver muerto?

 

Si hay una presencia tan poderosa

entre nosotros ¿no debería

multiplicarse para servir

al jardín venerado?

 

Deberías hacerte

a ti mismo esas preguntas,

no dejarla

para tus víctimas. Deberías saber

que cuando tú presumes 

escucho hablar dos veces:

una es tu espíritu, la otra

lo que hacen tus manos.    

 

MAITINES

 

No solamente el sol, también la tierra

brilla, fuego blanco

que salta de los montes deslumbrantes,

del monótono camino,

y vibra en la mañana, muy temprano: ¿lo hace sólo

para nosotros, para inducir

una respuesta, o acaso tú

también te has conmovido, incapaz

de controlarte

ante la tierra? Me avergüenza

haberte creído tan distante

de nosotros, mirándonos

como a un experimento:

es muy amargo ser

animal desechable,

muy amargo. Querido amigo,

querido y tembloroso compañero, ¿qué

te sorprende más en tu sentir,

el resplandor de la tierra o tu propio deleite?

Para mí,

el deleite es siempre la sorpresa.

 

CIELO Y TIERRA

 

Donde uno termina la otra comienza.

Arriba, una franja azul; debajo

una franja verde y oro, verde y rosa profundo.

 

John, de pie en el horizonte: él quiere

las dos al mismo tiempo; quiere

todo al mismo tiempo.

 

Los extremos son fáciles. Sólo

el medio es un enigma. Pleno verano;

todo es posible.

 

Ahora lo sé: nunca más se acabará la vida.

 

Cómo puedo dejar a mi esposo

de pie en el jardín,

soñando esta clase de cosas,

sosteniendo el rastrillo, preparándose

para anunciar triunfalmente este hallazgo

 

como el fuego solar del verano

cuando en verdad se estanca

y se deja contener entero

por los arces que arden

al borde del jardín.

 

LA PUERTA

 

Quería quedarme como estaba, quieta

como jamás el mundo se está quieto,

no en mitad del verano, sino en el instante

previo al nacer de la flor, el instante

en que nada es pasado todavía;

 

no en mitad del verano, en la tardía

pero intoxicante primavera, con el césped

no muy crecido al borde del jardín, con los primeros

tulipanes empezando a abrirse;

 

como un niño que ronda la puerta y vigila a los otros,

a los que van primero, un amasijo

tenso de piernas y brazos, pendiente

del fracaso ajeno, de las debilidades públicas

 

con la feroz confianza del niño en su poder inminente,

preparándose para vencer

esas debilidades, para no sucumbir

ante nada, el tiempo justo

 

antes de florecer, la época de maestría

 

antes que el don se manifieste,

antes de poseerlo.

 

MEDIADOS DE VERANO

 

Cómo puedo ayudaros si cada uno

quiere algo distinto: sol y sombra;

húmeda oscuridad, ardor seco.

 

Escucharos a vosotros mismos rivalizar

unos con otros.

 

Y os preguntáis

por qué desespero,

pensáis que algo podría fundiros en un todo;

 

el aire quieto del verano

una maraña de mil voces

 

cada una reclamando

una necesidad, un absoluto,

 

y en su nombre os estranguláis

unos a otros

en el campo abierto.

 

¿Por qué? ¿Por aire y espacio?

¿Por el privilegio de ser únicos

a los ojos del cielo?

 

No os propusisteis

ser únicos. Fuisteis

mi encarnación, la diversidad misma,

 

no aquello que creíais ver

buscando el cielo radiante sobre el campo,

vuestras almas casuales

fijas como telescopios en alguna

imagen ampliada de vosotros mismos.

 

¿Por qué os hice si tenía la intención

de limitarme

al signo ascendente,

a la estrella, al fuego, a la furia?

 

VÍSPERAS

 

Una vez creí en ti; planté una higuera.

Aquí, en Vermont,

donde nunca hay verano. Fue una prueba: si lograba

vivir, demostraría tu existencia.

 

Y según esa lógica no existes. O existes

sólo en climas cálidos,

en la ferviente Sicilia, en México o en California,

donde crece el increíble

albaricoque, el frágil durazno. Tal vez

en Sicilia vean tu cara; aquí sólo vemos

el dobladillo de tu ropa. Debo organizarme

para compartir con John y Noah la cosecha de tomates.

 

Si hubiera justicia en otro mundo, aquellos

como yo, cuya naturaleza los empuja

a vivir en la frugalidad, deberían

obtener la parte del león de las cosas,

los motivos del hambre, la codicia,

que es alabanza de ti. Y nadie alaba

más intensamente que yo, con más

doloroso deseo, con más derecho

a sentarme a tu diestra, si es que existe, participando

del perecedero, inmortal higo

que nunca viaja.

 

VÍSPERAS

 

En tu prolongada ausencia, me permites

hacer uso de la tierra, esperando

algún reembolso. Debo informar

del fracaso de mi tarea, sobre todo

en lo que toca a las  plantas del tomate.

Creo que no debería ser animada

a cuidar de los tomates. O, si lo fuera, no deberías

permitir los aguaceros, las heladas noches

que abundan por aquí, mientras otras regiones

disfrutan doce semanas de verano. Todo esto

te pertenece: yo en cambio

sembré las semillas, observé los primeros brotes

como alas desgarrando el suelo, y fue mi corazón

roto por la plaga, la mancha negra que tan rápidamente

se multiplica entre los surcos. Dudo

que tengas corazón, tal como entendemos

la palabra. Tú, que nos distingues la vida de la muerte,

que eres, en consecuencia, inmune a toda predicción,

nunca sabrás cuánto terror soportamos,

la hoja manchada, las hojas de arce que caen

incluso en agosto, cuando empieza a oscurecer: yo

soy responsable de esta viña.

 

VÍSPERAS

 

Mucho más que a mí, es posible que ames

a las bestias del campo,

incluso al campo mismo, salpicado en agosto

de achicorias salvajes y de asteres:

lo sé. Me comparé con las flores, con su rango

sentimental más modesto, sin consecuencia;

también con la oveja blanca, gris en realidad:

vestida he sido con mi ser

sólo para alabarte, ¿por qué, entonces,

me atormentas? Estudio la vellosilla,

la copa de oro, cuyo veneno la protege

del rebaño que pasta: es el dolor

el don que me hace consciente

de mi necesidad de ti,

como si tuviera necesidad de ti para adorarte,

o me hubiera abandonado

en favor del campo, de los corderos estoicos

que se vuelven de plata en el crepúsculo, de las ondas

        de asteres

salvajes y achicorias que brillan y van

del pálido azul al azul más profundo; ya sabes,

más o menos como tus vestiduras.

 

MARGARITAS

 

Adelante: di lo que estás pensando. El jardín

no es el mundo real. Las máquinas

son el mundo real. Di con franqueza lo que cualquier

     tonto

podría leer en tu cara: tiene sentido

evitarnos, resistir

a la nostalgia. No es

tan moderno el sonido del viento que conmueve

un prado de margaritas: la mente

no puede brillar al seguirlo. Y la mente

desea brillar con claridad, como

brillan las máquinas, y no crecer hacia lo hondo,

como las raíces, por ejemplo. Da lo mismo,

enternece tanto ver cómo te aproximas

con cautela a los límites del prado, de madrugada,

cuando nadie podría observarte. Cuanto más te detienes

en la orilla más nerviosa pareces. Nadie quiere escuchar

las impresiones del mundo natural: se reirían

otra vez; acumularían escarnio sobre ti.

Y sobre lo que estás escuchando

realmente esta mañana: piénsalo dos veces

antes de contarle a nadie qué fue dicho en este campo

ni por quién. 

 

FINAL DE VERANO

 

Después de ocurrirme todo,

me ocurrió el vació.

 

Hay un límite

en el placer que obtuve de las formas;

 

en esto no soy como vosotros,

no necesito liberarme en otro cuerpo,

 

no necesito

protección fuera de mí.

 

Mis pobres e inspiradas

criaturas, sois

mi distracción, finalmente,

meras restricciones; sois

un poco como yo

demasiado pequeñas

para complacerme.

 

Y tan inflexibles;

queréis cobrar por adelantado

vuestra ausencia,

cobrar con alguna parte de la tierra,

algún recuerdo, del mismo modo que una vez

fuisteis premiadas por vuestras labor,

y el escriba recibió su pago

en plata y el pastor en cebada

aunque la tierra no dure

eternamente, ni estos minúsculos

trocitos de materia.

 

Si pudieseis tan sólo abrir los ojos

me veríais, veríais el vacío

del cielo reflejado en la tierra, los campos

desiertos, sin vida, cubiertos de nieve.

 

Luego la blanca luz

sin el disfraz de la materia.

 

VÍSPERAS

 

Ya nunca me pregunto dónde estás.

Estás en el jardín; estás donde está John,

abstraído, en el polvo, con su pala verde en la mano.

Así trabaja: quince minutos de intensa labor,

otros quince de contemplación extática. A veces

trabajo a su lado, en la tarea que me toca,

deshierbando, limpiando las lechugas; a veces

lo miro desde el portal de la parte alta del jardín

hasta el crepúsculo, que transforma en linternas

los primeros lirios: en todo ese tiempo

la paz no lo ha dejado. Por eso me recorre

no como el sustento de la flor, sino

como la luz brillante que atraviesa el árbol desnudo.

 

VÍSPERAS

 

Tal como apareciste ante Moisés, apareces

ante mí, porque te necesito,

aunque no siempre. Vivo esencialmente

en tinieblas. Quizás estés adiestrándome

en el arte de responder al más breve resplandor.

¿O te estimula la desesperación igual

que a los poetas?, ¿acaso es el dolor

lo que te impulsa a revelar tu naturaleza? Esta tarde

en el mundo físico, al que sueles contribuir

con tu silencio, trepé la pequeña colina

más allá de los arándanos silvestres, descendiendo

metafísicamente, como en todos mis paseos: ¿es que

       habré

ido tan hondo en busca de piedad, como tú

te apiadabas de los que sufrían favoreciendo

a los que gozaban de dones teológicos? Tal como anticipaste,

no alcé la mirada. Y así llegaste a mí:

hasta mis pies, no como las hojas enceradas

del arándano silvestre, sino en tu ser más fiero,

una pradera incendiada, y más allá, el rojo

sol que ni se eleva ni se pone.

No era una niña. Podía aprovechar las ilusiones.  

 

VÍSPERAS

 

Pensabas que no lo sabíamos. Pero una vez

   lo supimos,

los niños saben esas cosas. No te vuelvas ahora:

      habitamos

una mentira para apaciguarte. Recuerdo

un rayo de luz en la temprana primavera, terraplenes

enredados en el oscuro arrayán, me recuerdo

tendida en un bosque, tocando el cuerpo de mi hermano.

No te vuelvas ahora; negamos

la memoria para consolarte. A semejanza tuya

cantamos los términos de nuestro castigo. Algo recuerdo,

no todo: el engaño

empieza como olvido. Recuerdo pequeñas cosas, flores

creciendo bajo el espino, las campanas

de la escila silvestre. No todo, sólo lo necesario

para saber que existe: ¿quién más tendría razones

      para crear

recelo entre hermano y hermana sino aquel

que obtuvo provecho, aquel a quien volvimos en

      soledad?

¿Quién más envidiaría el lazo que entonces nos unía

como para decirnos que no era la tierra

lo que estábamos perdiendo, sino el cielo?

 

OSCURIDAD TEMPRANA

 

¿Cómo podéis decir

que la tierra debería alegrarme? Cada cosa

que nace es una carga para mí; no puedo

triunfar como vosotros.

 

Y a vosotros os gustaría gobernarme,

os gustaría decirme

quien entre vosotros vale más,

quién se parece más a mí.

Y exhibís, como ejemplo

de vida pura, el desprendimiento

que lucháis por obtener.

 

¿Cómo podéis entenderme

cuando no os entendéis a vosotros mismos?

Vuestra memoria no es

lo bastante poderosa, no

puede estirarse hacia atrás.

 

No olvidéis que sois mis hijos.

No sufrís por haberos tocado uno a otros

sino porque habéis nacido,

porque necesitáis una vida

separada de mí.

 

COSECHA

 

Me duele pensar en vosotros en el pasado.

 

Miraos, atados ciegamente a la tierra

como si fuera los viñedos del paraíso

mientras el campo arde a vuestro alrededor.

 

Ay, pequeños, sois tan poco sutiles:

ése es vuestro tormento y vuestro don.

 

Y si lo que teméis es la muerte,

su castigo está más allá de éste, no necesitáis

temerla:

 

cuántas veces debo destruir mi propia creación

para enseñaros

que vuestro castigo es éste:

 

un solo gesto me bastó para instalaros

en el tiempo y en el paraíso.

 

LA ROSA BLANCA

 

¿Ésta es la tierra? Entonces

no le pertenezco.

 

¿Quién eres tú en la ventana iluminada,

ensombrecida por las hojas inestables

del árbol pasajero?

¿Lograrás sobrevivir donde yo no he de durar

más allá del primer verano?

 

Toda la noche las tenues ramas del árbol

alternan y susurran en la ventana luminosa.

Explícame mi vida, tú, que no muestras signo alguno,

 

aunque te invoque de noche

no soy como tú, tengo por voz

solamente mi cuerpo; no puedo

desvanecerme en el silencio.

 

Y en las frías mañanas,

sobre la oscura superficie de la tierra

flotan los ecos de mi voz,

blancura que lo oscuro absorbe siempre

 

como si hicieras una señal, después de todo,

para convencerme de que tampoco tú podrías

sobrevivir aquí, o mostrarme

que no eres tú la luz que yo invoqué

sino la oscuridad que había detrás de ella.

  

CAMPANILLA

 

Cuál fue mi crimen en otra vida,

si en ésta mi crimen

es el dolor, para que no se me permita

ascender otra vez,

ni repetir jamás

mi propia vida;

herida en el espino, toda

belleza terrenal mi castigo

es como el vuestro:

fuente de mi sufrir,

por qué habéis extraído

de mí estas flores como el cielo

sino para marcarme

como una parte más de mi señor: soy

el color de su mano, mi carne

la forma de su gloria.   

 

PRESQUE ISLE

 

En cada vida hay un momento o dos.

En cada vida, una habitación en algún lado, junto al mar

      o en las montañas.

 

Sobre la mesa un plato de albaricoques. Huesos en un

     cenicero blanco.

 

Como todas las imágenes, fueron éstas las condiciones

     de un pacto:

un rayo de sol que tiembla en tu mejilla,

mi dedo que presiona tus labios.

Las paredes blanquiazules; la agrietada pintura

     del modesto estudio.

 

Esa habitación existe aún, en el piso cuarto,

con su pequeño balcón, con sus vistas al mar.

Una habitación cuadrada y blanca, con la sábana

     deshecha al borde de la cama.

No se ha disuelto en nada, no se ha vuelto real.

Por la ventana abierta el aire marino huele a yodo.

 

Por la mañana temprano, un hombre grita a un niño

que salga del agua. El niño tendría ahora veinte años.

 

Alrededor de tu rostro se agita el pelo húmedo, con vetas

de color castaño.

Muselina, un pesado jarrón, unas cuantas peonías,

        un temblor plateado.  

  

LUZ EN RETIRADA

 

Erais como niños muy pequeños,

siempre esperando una historia.

Y yo pasé por eso tantas veces;

estaba cansada de contar historias.

Por eso os di papel y lápiz.

Os di plumas de caña

que yo misma había recogido por las tardes

en los más densos prados.

Os dije, escribid vuestra propia historia.

 

Después de tantos años escuchándome

pensé que sabríais

lo que era una historia.

 

Pero todo lo que hicisteis fue llorar.

Queríais que os lo contara todo,

No pensar nada por vosotros mismos.

 

Entonces me di cuenta de que no podíais pensar

con auténtica audacia ni pasión;

carecíais aún de vuestras propias vidas,

vuestras propias tragedias.

Y os di vuestras vidas y vuestras tragedias,

porque al parecer las herramientas solas no bastaban.

 

Nunca sabréis cuán profundamente

me agrada veros sentados allí

como seres independientes,

soñando junto a la ventana abierta

sosteniendo los lápices que os di

hasta que la mañana de verano se desvanece en la

      escritura.

 

La creación os ha traído

grandes emociones, lo sabía,

así ocurre siempre en los comienzos.

Y ahora soy libre de hacer lo que me plazca,

atender otros asuntos, con la certeza

de que nunca más necesitaréis de mí.

 

VÍSPERAS

 

Conozco aquello que planeabas, lo que te proponías

    al enseñarme

a amar el mundo, a hacer imposible

que le diera la espalda, que lo apartara por completo

    y para siempre.

Estas en todas partes; cuando cierro los ojos,

cuando cantan los pájaros, cuando huelo el perfume

    de las lilas

en la temprana primavera, en el perfume de las rosas

    de verano:

te has propuesto arrancarme cada flor, cada vínculo con

     la tierra;

por qué querrías herirme, por qué

querrías mi desolación final, a menos que quisieras

    verme

tan hambrienta de esperanza

como para negarme a ver que nada fue dejado para mí,

y creyera en cambio que después de todo

lo que se me dejaba sólo fuiste tú. 

 

VÍSPERAS: PARUSÍA

 

Amor de mi vida,

estás perdido y yo

soy joven otra vez.

 

Han pasado unos años.

El aire se llena

con música de niñas;

en el jardín de enfrente

el manzano revienta

de botones en flor.

 

Intento hacer que vuelvas,

ésa es la razón

de mi escritura.

Pero te has ido para siempre,

como en las novelas rusas,

diciendo unas cuantas palabras

que ya no recuerdo.

 

Qué voluptuoso es el mundo,

lleno de cosas que no me pertenecen.

 

Contemplo el estallido de los brotes,

ya no son color de rosa

sino viejos, viejos, de un blanco amarillento;

los pétalos parecen

flotar en la hierba luminosa,

ligeramente alborotados.

 

Que poca cosa has debido de ser

para acabar tan pronto

convertido en imagen, en olor;

estás en todas partes. Fuente

de angustia y de sabiduría.   

 

VÍSPERAS

 

Tu voz ya se ha ido; te escucho con dificultad.

Tu voz de estrellas, ahora ensombrecida,

y de nuevo la tierra se oscurece

con los grandes cambios de tu corazón.

 

De día el pasto se estropea

bajo la ancha sombra de los arces.

Por todas partes el silencio me habla

 

claramente lo dice: no tengo acceso a ti;

no existo para ti, con una tachadura

has suprimido mi nombre.

 

Con qué desprecio nos juzgas

para creer que sólo la pérdida

puede darte poder sobre nosotros.

 

Las primeras lluvias de otoño agitan los lirios.

 

Cuando te vayas, vete del todo,

descontando la vida visible de todas las cosas,

 

pero no toda la vida,

no sea que nos apartemos de ti.

 

VÍSPERAS

 

Finales de agosto. El calor

acampa con su tienda

sobre el jardín de John. Y algunas cosas

tienen la osadía de empezar,

racimos de tomates, azucenas

tardías. Optimismo

de grandes tallos, oro

y plata imperial: ¿pero por qué

empezar algo

cuando se acerca el final? Los tomates

no madurarán, las azucenas

morirán con el invierno. ¿O

acaso piensas

que he pasado mucho tiempo

mirando hacia delante, como

una mujer vieja

que se abriga en el verano?,

¿estás diciendo

que puedo florecer

sin esperanza

de durar? Ardor de una roja mejilla, gloria

de la garganta abierta, blanca,

con manchas de carmín.

 

PUESTA DE SOL

 

Para mí la felicidad

es el sonido de tu voz

cuando me llamas, aun cuando

está desesperada; mi dolor lo aceptas

como mío cuando no puedo

responderte con palabras.

 

No tienes fe en tu propio lenguaje.

Por eso otorgas

autoridad a los signos

que no puedes leer con precisión.

 

Y sin embargo tu voz siempre me alcanza.

Y yo constantemente le respondo,

y mi cólera pasa

como pasa el invierno. Mi ternura

te podría parecer evidente

entre la brisa de la tarde de verano

y las palabras que se vuelven

tu propia respuesta.

 

CANCIÓN DE CUNA

 

Es hora de dormir. Has tenido

suficientes emociones este día.

 

El crepúsculo, luego el atardecer.

En la habitación titilan las luciérnagas, por aquí

y por allá, por aquí y por allá. Y la honda

dulzura del verano inunda la ventana abierta.

 

No pienses más en eso. Escucha

mi respiración, tu propia respiración;

como las luciérnagas, cada pequeño respiro

es un fulgor donde aparece el mundo.

 

Ya he cantado para ti suficiente esta noche de verano.

Al final lograré convencerte; el mundo

no puede darte visión tan sostenida.

 

Debes aprender a amarte. Los seres humanos

deben aprender a amar

 

la oscuridad y el silencio.

 

EL LIRIO DE PLATA

 

De nuevo hace más frío por las noches, como al

   comienzo

de la primavera, y hay silencio de nuevo. ¿Acaso

te perturban las palabras? Ahora

estamos solos; no hay razón para el silencio.

 

Mira, sobre el jardín, la luna llena está saliendo.

Yo no veré la siguiente.

 

Cuando salía la luna, en primavera, significaba

que el tiempo era infinito. Gotas de nieve

se abrían y cerraban, las semillas

de los arces caían en pálidas ondas.

Blanco sobre blanco, la luna se alzaba sobre el abedul.

Y en la torcedura, donde el árbol se divide,

las hojas de los primeros narcisos, bajo la suave

luz verdosa y plateada de la luna.

 

Hemos llegado juntos demasiado lejos como para temer

el final. En noches como ésta, ni siquiera sé qué significa

el final. Y tú, que has estado con un hombre

 

después de los primeros llantos, dime,

¿no emite la alegría, como el miedo, ningún sonido?   

 

El CREPÚSCULO DE SEPTIEMBRE

 

Fui yo quien os juntó,

puedo prescindir de vosotros.

 

Estoy cansado de vosotros, caos

del mundo viviente.

Sólo yo puedo extenderme

por tanto tiempo en algo vivo.

 

Convoqué vuestra existencia,

al abrir mi boca, al levantar

mi meñique, el brillo

 

azul del áster

silvestre, la flor

del lirio, inmensa,

con venas doradas,

 

venís y os vais, con el tiempo

he olvidado vuestros nombres.

 

Venís y os vais, cada uno

maltrecho de algún modo,

de algún modo comprometido: valéis

lo que vale una vida, no más que eso.

 

Fui yo quien os juntó;

puedo ahora desecharos

como un borrador que se tira,

un ejercicio.

 

Porque he terminado con vosotros, visiones

del más profundo dolor. 

 

EL LIRIO DORADO

 

Como siento

que estoy agonizando y sé

que no volveré a decir palabra, que no

sobreviviré a la tierra, que no seré

convocada de nuevo, que no soy flor aún,

sino una espina, y el áspero polvo

se instala en mis costados; yo te invoco,

padre y maestros: a mi alrededor

mis compañeros se marchitan, piensan

que no ves. ¿Cómo pueden

saber que ves

si no nos salva?

En el crepúsculo de verano ¿estás

lo bastante cerca para oír

el terror de tu criatura?, ¿o

no eres tú mi padre,

aquel que me cultivó?  

 

LIRIOS BLANCOS

 

Igual que un hombre y una mujer

construyen entre ambos un jardín

como un lecho de estrellas,

se demoran ellos en la tarde de estío,

aquí, y la llenan de frío

con su terror: todo

podría terminar pues todo tiende

a la devastación. Todo, todo

puede perderse, a través del aire perfumado

donde inútiles columnas se levantan

y más allá se agita un mar

de amapolas.

 

Calla, amor mío. No me importa

cuántos veranos tenga que vivir para volver;

este verano hemos entrado en la eternidad.

Siento tus dos manos

enterrarme para liberar su esplendor. 


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LOS RUIDOS DE LA CASA es una mirada íntima de los sonidos detectados por el espíritu como residencia suprema de los sentidos, en especial del sentido auditivo, el cual se afina para escuchar los sonidos que están dentro y que asoman el vínculo entre lo estético y la intangibilidad del alma. Las imágenes estremecidas por los ruidos se manifiestan y se van haciendo parte del cuerpo consolidando y convirtiendo la casa estremecida con los sonidos de Dios, en un canto donde el amor deja al dedo enredado en los hilos del mantel. Las imágenes del ruido, la casa, los fantasmas, la cama, la puerta, son un todo, son uno en la vida del espíritu del autor. “En mi casa hay miles de jarrones un perro llorón por las noches una sonrisa pegada en la pared izquierda una almohada en el salón de nieve y un cuarto de estrellas lleno de grillos.”