Veinte poemas de amor y una canción desesperada
Pablo Neruda
1
Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos
blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de
entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la
tierra.
Fui solo como un túnel. De mí huían los
pájaros
y en mí la noche entraba su invasión
poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una
piedra en mi honda.
Pero cae la hora de la venganza, y te
amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida
y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de
ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y
triste!
Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu
gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino
indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
2
En su llama mortal la
luz te envuelve.
Absorta, pálida
doliente, así situada
contra las viejas hélices del crepúsculo
que en torno a ti da vueltas.
Muda, mi amiga,
sola en lo solitario de esta hora de
muertes
y llena de las vidas del fuego,
pura heredera del día destruido.
Del sol cae un racimo en tu vestido
oscuro.
De la noche las grandes raíces
crecen de súbito desde tu alma,
y a lo exterior regresan las cosas en ti
ocultas,
de modo que un pueblo pálido y azul
de ti recién nacido se alimenta.
Oh grandiosa y fecunda y magnética
esclava
del círculo que en negro y dorado sucede:
erguida, trata y logra una creación tan
viva
que sucumben sus flores, y llena es de
tristeza.
3
Ah vastedad de pinos, rumor de olas
quebrándose,
lento juego de luces, campana solitaria,
crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
caracola terrestre, en ti la tierra
canta!
En ti los ríos cantan y mi alma en ellos
huye
como tú lo desees y hacia donde tú
quieras.
Márcame mi camino en tu arco de esperanza
y soltaré en delirio mi bandada de
flechas.
En torno a mí estoy viendo tu cintura de
niebla
y tu silencio acosa mis horas
perseguidas,
y eres tú con tus brazos de piedra
transparente
donde mis besos anclan y mi húmeda ansia
anida.
Ah tu voz misteriosa que el amor tiñe y
dobla
en el atardecer resonante y muriendo!
Así en horas profundas sobre los campos
he visto
doblarse las espigas en la boca del
viento.
4
Es la mañana llena de tempestad
en el corazón del verano.
Como pañuelos blancos de adiós viajan las
nubes,
el viento las sacude con sus viajeras
manos.
Innumerable corazón del viento
latiendo sobre nuestro silencio
enamorado.
Zumbando entre los árboles, orquestal y
divino,
como una lengua llena de guerras y de
cantos.
Viento que lleva en rápido robo la
hojarasca
y desvía las flechas latientes de los pájaros.
Viento que la derriba en ola sin espuma
y sustancia sin peso, y fuegos
inclinados.
Se rompe y se sumerge su volumen de besos
combatido en la puerta del viento del
verano.
5
Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las
playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las
yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego
sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que
ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi
tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero
decirte
para que tú las oigas como quiero que me
oigas.
El viento de la angustia aún las suele
arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las
tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas
súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de
angustia.
Pero se van tiñendo con tu amor mis
palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las
uvas.
6
Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y
el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del
crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos
anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los
cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de
estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los
crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
7
Inclinado en las tardes tiro mis tristes
redes
a tus ojos oceánicos.
Allí se estira y arde en la más alta
hoguera
mi soledad que da vueltas los brazos como
un náufrago
Hago rojas señales sobre tus ojos
ausentes
que olean como el mar a la orilla de un
faro.
Sólo guardas tinieblas, hembra distante y
mía,
de tu mirada emerge a veces la costa del
espanto.
Inclinado en las tardes echo mis tristes
redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.
Los pájaros nocturnos picotean las
primeras estrellas
que centellean como mi alma cuando te
amo.
Galopa la noche en su yegua sombría
desparramando espigas azules sobre el
campo.
8
Abeja blanca zumbas— ebria de miel— en mi alma
y te tuerces en lentas espirales de humo.
Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo perdió todo, y el que todo lo
tuvo.
Ultima amarra, cruje en ti mi ansiedad
última.
En mi tierra desierta eres la última
rosa.
Ah silenciosa!
Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la
noche.
Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.
Tienes ojos profundos donde la noche
alea.
Frescos brazos de flor y regazo de rosa.
Se parecen tus senos a los caracoles
blancos.
Ha venido a dormirse en tu vientre una
mariposa de sombra.
Ah silenciosa!
He aquí la soledad de donde estás
ausente.
Llueve. El viento del mar caza errantes
gaviotas.
El agua anda descalza por las calles
mojadas.
De aquel árbol se quejan, como enfermos,
las hojas.
Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi
alma.
Revives en el tiempo, delgada y
silenciosa.
Ah silenciosa!
9
Ebrio de trementina y largos besos,
estival, el velero de las rosas dirijo,
torcido hacia la muerte del delgado día,
cimentado en el sólido frenesí marino.
Pálido y amarrado a mi agua devorante
cruzo en el agrio olor del clima
descubierto,
aún vestido de gris y sonidos amargos,
y una cimera triste de abandonada espuma.
Voy, duro de pasiones, montado en mi ola
única,
lunar, solar, ardiente y frío, repentino,
dormido en la garganta de las afortunadas
islas blancas y dulces como caderas
frescas.
Tiembla en la noche húmeda mi vestido de
besos
locamente cargado de eléctricas
gestiones,
de modo heroico dividido en sueños
y embriagadoras rosas practicándose en
mí.
Aguas arriba, en medio de las olas
externas,
tu paralelo cuerpo se sujeta en mis
brazos
como un pez infinitamente pegado a mi
alma
rápido y lento en la energía subceleste.
10
Hemos perdido aun este crepúsculo.
Nadie nos vio esta tarde con las manos
unidas
mientras la noche azul caía sobre el
mundo.
He visto desde mi ventana
la fiesta del poniente en los cerros
lejanos.
A veces como una moneda
se encendía un pedazo de sol entre mis
manos.
Yo te recordaba con el alma apretada
de esa tristeza que tú me conoces.
Entonces, dónde estabas?
Entre qué gentes?
Diciendo qué palabras?
Por qué se me vendrá todo el amor de
golpe
cuando me siento triste, y te siento
lejana?
Cayó el libro que siempre se toma en el
crepúsculo,
y como un perro herido rodó a mis pies mi
capa.
Siempre, siempre te alejas en las tardes
hacia donde el crepúsculo corre borrando
estatuas.
11
Casi fuera del cielo ancla entre dos
montañas
la mitad de la luna.
Girante, errante noche, la cavadora de
ojos.
A ver cuántas estrellas trizadas en la
charca.
Hace una cruz de luto entre mis cejas,
huye.
Fragua de metales azules, noches de las
calladas luchas,
mi corazón da vueltas como un volante
loco.
Niña venida de tan lejos, traída de tan
lejos,
a veces fulgurece su mirada debajo del
cielo.
Quejumbre, tempestad, remolino de furia,
cruza encima de mi corazón, sin
detenerte.
Viento de los sepulcros acarrea,
destroza, dispersa tu raíz soñolienta.
Desarraiga los grandes árboles al otro
lado de ella.
Pero tú, clara niña, pregunta de humo,
espiga.
Era la que iba formando el viento con
hojas iluminadas.
Detrás de las montañas nocturnas, blanco
lirio de incendio,
ah nada puedo decir! Era hecha de todas
las cosas.
Ansiedad que partiste mi pecho a
cuchillazos,
es hora de seguir otro camino, donde ella
no sonría.
Tempestad que enterró las campanas,
turbio revuelo de tormentas
para qué tocarla ahora, para qué
entristecerla.
Ay seguir el camino que se aleja de todo,
donde no esté atajando la angustia, la
muerte, el invierno,
con sus ojos abiertos entre el rocío.
12
Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
Es en ti la ilusión de cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.
He dicho que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viraje.
Acogedora como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.
13
He ido marcando con cruces de fuego
el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba
escondiéndose.
En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.
Historias que contarte a la orilla del
crepúsculo,
muñeca triste y dulce, para que no
estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y
frutal.
Yo que viví en un puerto desde donde te
amaba.
La soledad cruzada de sueño y de
silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros
inmóviles.
Entre los labios y la voz, algo se va
muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia
y de olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas
temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas
palabras fugaces.
Algo canta, algo sube hasta mi ávida
boca.
Oh poder celebrarte con todas las
palabras de alegría.
Cantar, arder, huir, como un campanario
en las manos de un loco.
Triste ternura mía, qué te haces de
repente?
Cuando he llegado al vértice más atrevido
y frío
mi corazón se cierra como una flor
nocturna.
14
Juegas todos los días con la luz del
universo.
Sutil visitadora, llegas en la flor y en
el agua.
Eres más que esta blanca cabecita que
aprieto
como un racimo entre mis manos cada día.
A nadie te pareces desde que yo te amo.
Déjame tenderte entre guirnaldas
amarillas.
Quién escribe tu nombre con letras de
humo entre las estrellas del sur?
Ah déjame recordarte cómo eras entonces,
cuando aún no existías.
De pronto el viento aulla y golpea mi ventana
cerrada.
El cielo es una red cuajada de peces
sombríos.
Aquí vienen a dar todos los vientos,
todos.
Se desviste la lluvia.
Pasan huyendo los pájaros.
El viento. El viento.
Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de
los hombres.
El temporal arremolina hojas oscuras
y suelta todas las barcas que anoche
amarraron al cielo.
Tú estás aquí. Ah tú no huyes.
Tú me responderás hasta el último grito.
Ovíllate a mi lado como si tuvieras
miedo.
Sin embargo alguna vez corrió una sombra
extraña por tus ojos.
Ahora, ahora también, pequeña, me traes
madreselvas,
y tienes hasta los senos perfumados.
Mientras el viento triste galopa matando
mariposas
yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de
ciruela.
Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a
mí,
a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que
todos ahuyentan.
Hemos visto arder tantas veces el lucero
besándonos los ojos
y sobre nuestras cabezas destorcerse los
crepúsculos en abanicos girantes.
Mis palabras llovieron sobre ti
acariciándote.
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar
soleado.
Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres,
copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de
besos.
Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos.
15
Me gustas cuando callas porque estás como
ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te
toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi
alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como
distante.
Y estás como quejándote, mariposa en
arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te
alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu
silencio
claro como una lámpara, simple como un
anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y
sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como
ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras
muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea
cierto.
16
Paráfrasis
a R. Tagore
En mi cielo al
crepúsculo eres como una nube
y tu color y forma son como yo los quiero.
Eres mía, eres mía, mujer de labios
dulces,
y viven en tu vida mis infinitos sueños.
La lámpara de mi alma te sonrosa los
pies,
el agrio vino mío es más dulce en tus
labios:
oh segadora de mi canción de atardecer,
cómo te sienten mía mis sueños
solitarios!
Eres mía, eres mía, voy gritando en la
brisa
de la tarde, y el viento arrastra mi voz
viuda.
Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
estanca como el agua tu mirada nocturna.
En la red de mi música estás presa, amor
mío,
y mis redes de música son anchas como el
cielo.
Mi alma nace a la orilla de tus ojos de
luto.
En tus ojos de luto comienza el país del
sueño.
17
Pensando enredando
sombras en la profunda soledad.
Tú también estás lejos, ah más lejos
que nadie.
Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo
imágenes,
enterrando lámparas.
Campanario de brumas, qué lejos, allá
arriba!
Ahogando lamentos, moliendo esperanzas
sombrías,
molinero taciturno,
se te viene de bruces la noche, lejos de
la ciudad.
Tu presencia es ajena, extraña a mí como
una cosa.
Pienso, camino largamente, mi vida antes
de ti.
Mi vida antes de nadie, mi áspera vida.
El grito frente al mar, entre las
piedras,
corriendo libre, loco, en el vaho del
mar.
La furia triste, el grito, la soledad del
mar.
Desbocado, violento, estirado hacia el
cielo.
Tú, mujer, qué eras allí, qué raya, qué
varilla
de ese abanico inmenso? Estabas lejos
como ahora.
Incendio en el bosque! Arde en cruces
azules.
Arde, arde, llamea, chispea en árboles de
luz.
Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio.
Y mi alma baila herida de virutas de
fuego,
Quien llama? Qué silencio poblado de
ecos?
Hora de la nostalgia, hora de la alegría,
hora de la soledad,
hora mía entre todas!
Bocina en que el viento pasa cantando.
Tanta pasión de llanto anudada a mi
cuerpo.
Sacudida de todas las raíces,
asalto de todas las olas!
Rodaba, alegre, triste, interminable, mi
alma.
Pensando, enterrando lámparas en la
profunda soledad.
Quién eres tú, quién eres?
18
Aquí te amo:
En los oscuros pinos se desenreda el
viento.
Fosforece la luna sobre las aguas
errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.
Se desciñe la niebla en danzantes
figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del
ocaso.
A veces una vela. Altas, altas estrellas.
O la cruz negra de un barco.
Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma está
húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto
Aquí te amo.
Aquí te amo y en vano te oculta el
horizonte.
Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos
graves,
que corren por el mar hacia donde no
llegan.
Ya me veo olvidado como estas viejas
anclas.
Son más tristes los muelles cuando atraca
la tarde.
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
Amo lo que no tengo. Estás tú tan
distante.
Mi hastío forcejea con los lentos
crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a
cantarme.
La luna hace girar su rodaja de sueño.
Me miran con tus ojos las estrellas más
grandes.
Y como yo te amo, los pinos en el viento,
quieren cantar tu nombre con sus hojas de
alambre.
19
Niña morena y ágil, el sol que hace las
frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce
las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.
Un sol negro y ansioso se te arrolla en
las hebras
de la negra melena, cuando estiras los
brazos.
Tú juegas con el sol como un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros
remansos.
Niña morena y ágil, nada hacia ti me
acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la
espiga.
Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y
delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva
como el trigal y el sol, la amapola y el
agua.
20
Puedo escribir los versos más tristes
esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche
está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo
lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y
canta.
Puedo escribir los versos más tristes
esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me
quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis
brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo
infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la
quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos
fijos.
Puedo escribir los versos más tristes
esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he
perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin
ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el
rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera
guardarla.
La noche está estrellada y ella no está
conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A
lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla
perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está
conmigo.
La misma noche que hace blanquear los
mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos
los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto
la quise.
Mi voz buscaba el
viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis
besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos
infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez
la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el
olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre
mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla
perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella
me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le
escribo.
La canción desesperada
Emerge tu recuerdo de la
noche en que estoy.
El río anuda al mar su
lamento obstinado.
Abandonado como los
muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh
abandonado!
Sobre mi corazón llueven
frías corolas.
Oh sentina de escombros,
feroz cueva de náufragos!
En ti se acumularon las
guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas
los pájaros del canto.
Todo te lo tragaste,
como la lejanía.
Como el mar, como el
tiempo. Todo en ti fue naufragio
Era la alegre hora del
asalto y el beso.
La hora del estupor que
ardía como un faro.
Ansiedad de piloto,
furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de
amor, todo en ti fue naufragio!
En la infancia de niebla
mi alma alada y herida.
Descubridor perdido,
todo en ti fue naufragio!
Te ceñiste al dolor, te
agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza,
todo en ti fue naufragio!
Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.
Oh carne, carne mía, mujer que amé y
perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago
canto.
Como un vaso albergaste la infinita
ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un
vaso.
Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus
brazos.
Era la sed y el hambre, y tú fuiste la
fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el
milagro.
Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de
tus brazos!
Mi deseo de ti fue el más terrible y
corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y
ávido.
Cementerio de besos, aún hay fuego en tus
tumbas,
aún los racimos arden picoteados de
pájaros.
Oh la boca mordida, oh los besados
miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los
cuerpos trenzados
Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.
Y la ternura, leve como el agua y la
harina.
Y la palabra apenas comenzada en los
labios.
Ese fue mi destino y en él viajó mi
anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue
naufragio!
Oh, sentina de escombros, en ti todo
caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te
ahogaron!
De tumbo en tumbo aún llameaste y
cantaste.
De pie como un marino en la proa de un
barco.
Aún floreciste en cantos, aún rompiste en
corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y
amargo.
Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue
naufragio!
Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.
El cinturón ruidoso del mar ciñe la
costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros
pájaros.
Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis
manos.
Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. Oh abandonado!
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